Exégesis / Cuadrivium

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María Zambrano

Homenaje

Monográfico

EXÉGESIS / CUADRIVIUM

Segunda Época Núm. 4, Año 34, Otoño 2020 - Primavera 2021 Núm.15, Año 22, Otoño 2020 - Primavera 2021

María Zambrano Monográfico Homenaje

Revista de la Universidad de Puerto Rico en Humacao

Revista del Departamento de Español de la U. P. R. en Humacao

CUERPO RECTOR

Dra. Aida Rodríguez Roig, Rectora

Dr. Héctor L. Ayala Del Río, Decano de Asuntos Académicos

Dra Déborah Nieves Méndez, Decana Asociada de Asuntos Académicos

Dra. Mariolga Rotger González, Decana de Asuntos Administrativos Dra. Ivelisse Blasini Torres, Decana de Asuntos Estudiantiles

JUNTA EDITORIAL EXÉGESIS

Denny S. Fernández del Viso, Catedrático del Departamento de Biología Carlos Roberto Gómez Beras, Catedrático del Departamento de Español y Editor

Jesús López, Catedrático del Departamento de Inglés

Marcia Pacheco García, Catedrática del Departamento de Comunicación Elio Ramos Colón, Catedrático del Departamento de Matemáticas Alinaluz Santiago Torres, Catedrática del Departamento de Español Raymond Tremblay Lalande, Catedrático del Departamento de Biología Ana Vázquez Guilfú, Catedrática del Departamento de Sistemas de Oficina

JUNTA EDITORIAL CUADRIVIUM

Carlos Roberto Gómez Beras, Catedrático del Departamento de Español y Editor Marta Jiménez Alicea, Catedrática Auxiliar del Departamento de Español Ramonita Mayté Reyes Rodríguez, Catedrática del Departamento de Español Ricardo Rohena Pagán, Catedrático Asociado del Departamento de Español Jazmina Román Eyxarch, Catedrática Asociada del Departamento de Español Alinaluz Santiago Torres, Catedrática del Departamento de Español

EVALUADORES EXTERNOS EXÉGESIS

Fernando Cabrera, Universidad Pontificia Madre y Maestra de Santiago, Rep. Dominicana Dinorah Cortés-Vélez, Marquette University, USA Orlando Planchart, Universidad Interamericana Recinto de Ponce, Puerto Rico

EVALUADORES EXTERNOS CUADRIVIUM

Carmen Lugo Filippi, Catedrática retirada y escritora puertorriqueña José Alcántara Almánzar, Escritor y crítico literario dominicano Olga Marta Pérez, Escritora y editora cubana

Diseño general: Carlos Roberto Gómez Beras Fotos en cubierta: citadas de la Web y disponibles en nuevarevolucion.es y en larazon.es Arte de página opuesta: dibujo original de la artista plástica italiana Francesca Bellati Arte de portada Magister: arte de José María Prieto, como cortesía de la Fund. María Zambrano Corrección final: Junta Editorial y Alexis X. Bruno Mendoza ISSN Exégesis: 1526-8667 ISSN Cuadrivium: 1555-8045

Imágenes: Las imágenes incluidas en los ensayos pertenecen a los autores de las colaboraciones o son de dominio público y, en ambos casos, se citan con un propósito educativo.

Dirija su correspondencia a: Exégesis / Cuadrivium Universidad de Puerto Rico en Humacao, Humacao, PR 00792 Teléfono: (787) 850-9347 Versiones electrónicas: https://issuu.com/uprhumacao Correo electrónico: revistas.uprh@upr.edu

CUADRIVIUM RECONOCE Y AGRADECE EL COMPROMISO Y LA GENEROSIDAD DE LAS SIGUIENTES INSTITUCIONES, SIN LAS CUALES NO SERÍA POSIBLE SU PUBLICACIÓN:

RECTORÍA DE LA UNIVERSIDAD DE PUERTO RICO EN HUMACAO, QUE CELEBRA MÁS DE 50 AÑOS DE EXCELENCIA ACADÉMICA EDITORA BÚHO, SU PRESIDENTE JOSÉ PÉREZ Y SU DIRECTOR CLAUDIO PÉREZ

EXÉGESIS / CUADRIVIUM

Monográfico Homenaje a María Zambrano

CONTENIDO

PALABRA INICIAL 11

CREACIÓN / POIESIS

María Inés María Guzmán 15

El punto Mario Pérez Antolín 16 Shodo Pedro Sánchez Sanz 17

La caída de la luz Roger Swanzy 18 Mujeres Gloria Diez 19

El secreto de María Zambrano Soledad Álvarez 21

DOSSIER

Una estación con nombre de mujer: María Zambrano Ángeles Rivas 25

Resurrección Rosa Mascarell Dauder 30

Como murmullo de paloma: La palabra que redime en María Zambrano Isabel María Jimeno Benítez 36

Caer hacia adentro. La isla como pasaje sagrado a la incidencia Ana Silva Cuesta 41

Sentir la democracia. María Zambrano: Posibilidad de un nuevo humanismo Victoria Clemente Legaz 48

Las paradojas del liberalismo Mercedes Gómez Blesa 53

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EXÉGESIS / CUADRIVIUM

Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Núm. 15 Año 22

María Zambrano y la reforma del concepto de razón Andreu Navarra 65

María Zambrano. Derelicción y pothos Rogelio Blanco Martínez 69

La germinación y la mirada Igor Goienetxea Abascal 85

Repaso al método encantado de María Zambrano Basilio Belliard 95

Biografía, política y metáfora: Tres claves del exilio de María Zambrano Antolín Sánchez Cuervo 99

PORTAFOLIO

Carta de amor y dudas a María Zambrano: Un sentir hacia Claros del bosque Mónica Manrique de Lara 109

La luz y sus fugas en Claros del bosque y otras poesías de María Zambrano Alinaluz Santiago Torres 114

Al hilo de Delirio y destino y otros textos de María Zambrano Alarcón María José Iglesias Suárez 119

María Zambrano y los tres errores de la poesía según Platón Simona Langella 125

María Zambrano: La noche insular de una Antígona errante Olga Amarís Duarte 136

“Otra Antígona, por favor”: La transgresión del espacio en María Zambrano Rocío González Naranjo 146

“Surge amica mea et veni”: La sabiduría de lo femenino en María Zambrano Sonia Petisco 153

María Zambrano: El saber filosófico Carlos Rojas Osorio 164

De que no es posible instalarse en la inercia: Apuntes sobre la entelequia democrática en María Zambrano Iliaris A. Avilés Ortiz 177

El vacío del corazón Borja López Arranz 187

MAGISTER INVITADO Poemas José Mármol 197

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EXÉGESIS / CUADRIVIUM

Palabra Inicial

Este volumen extraordinario es un puente. Luego de existir y resonar como dos de las publicaciones seriadas de más larga permanencia en el mundo académico caribeño, Exégesis (por más de treinta años) y Cuadrivium (por más de veinte) se unen en este monográfico dedicado a la filósofa y poeta María Zambrano.

La primera vez que alguien me habló, con el peso del conocimiento y la luz de la pasión, sobre esta paradigmática escritora y pensadora española fue en un viaje en 2019 cuando estrené mis pies en las tierras de Valencia. Allí, entre otros extraordinarios poetas y amigos, conocí a Roger Swanzy. Un traductor y escritor norteamericano dulcemente exiliado en esa hermosa ciudad de la costa oriental de España. Este me contó de Zambrano, su genialidad, su valor y su exilio. Al regresar de ese viaje había traído conmigo, además de los libros y los recuerdos, el germen del deseo de conocer más sobre esta monumental mujer. Al siguiente año, 2020, otra nueva amistad, esta vez en la virtualidad sin fondo del Facebook, fue la gota que necesitaba para que aquella semilla empezara su viaje hasta lo que es hoy esta publicación. En esta concurrida red social, se produjo un encuentro con una estudiante española que hacía su posgrado en Génova, Italia, y tenía como sujeto de investigación a María Zambrano. Isabel Jimeno no dudó en regalarme su vocación zambraniana y, luego, su júbilo por una beca que le ayudaría a viajar a Puerto Rico, uno de los puertos en el exilio que Zambrano inició al cruzar la frontera que distingue a España de Francia. Sin embargo, este viaje, y el de todos, se vio tronchado por la pandemia del COVID -19. Así durante estos dos años, volvimos, Isabel y yo, a la tierra de nuestras ganas para planear cómo concretar mi inquietud valenciana y su travesía caribeña. Por todo lo anterior es que he dicho, y lo repito: esta revista es un puente.

Para construir balanceadamente este volumen, donde buscan coexistir dos distintivas publicaciones universitarias, hemos tomado rasgos de ambas. Así, iniciamos con la sección Creación/Poiesis, donde selectos escritores, Inés María Guzmán, Mario Pérez Antolín, Pedro Sánchez Sanz, Roger Swanzy, Gloria Diez y Soledad Álvarez, le dedican textos líricos a nuestra homenajeada. En el Dossier, de Exégesis, encontramos diversos tonos y tipos de ensayos sobre la obra de Zambrano en las letras de Ángeles Rivas, Rosa Mascarell Dauder, Isabel María Jimeno Benítez, Ana Silva Cuesta, Victoria Clemente Legaz, Mercedes Gómez Blesa, Andreu Na varra, Rogelio Blanco Martínez, Igor Goienetxea Abascal, Basilio Belliard y Antolín Sánchez Cuervo. Una empresa similar se da en el Portafolio, de Cuadrivium, gracias

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Monográfico Homenaje a María Zambrano

EXÉGESIS / CUADRIVIUM

Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Núm. 15 Año 22 a las distinguidas manos de Mónica Manrique de Lara, Alinaluz Santiago Torres, María José Iglesias Suárez, Simona Langella, Olga Amarís Duarte, Rocío González Naranjo, Sonia Petisco, Carlos Rojas Osorio, Iliaris A. Avilés Ortiz y Borja López Arranz. Para culminar esta celebración de un alma que, como pocas, nunca separó el misterio poético de la pregunta filosófica, nos privilegian, en la sección de cierre, Magister Invitado, los textos del laureado poeta José Mármol. De este modo, en este volumen especial, quedan, indisolubles, la imagen y la palabra. Mención merecen los dos artistas que aportan exquisitos dibujos de Zambrano: Francesca Bellati y José María Prieto.

Para completar este breve texto inicial se hace necesario agradecer a Isabel Jimeno, quien completa su Máster en Génova, Italia, con una tesis sobre el pensamiento místico de María Zambrano y editora invitada de este monográfico, su insobornable horizonte zambraniano y sus gestiones para con los importantes colaboradores que nos premian. A continuación las palabras que ella nos ha enviado:

Toda experiencia esconde una perla: el viaje hacia adentro, el reparador apren dizaje, la dádiva de un centro de claridad. Mas los senderos de la entraña, del cla roscuro, requieren siempre de una entrega, una soledad, una pasión ante la cual es imposible no sentir el temblor, el escalofrío del que ama. Hay verdades de siempre y para siempre que son como el vivo rumor de un manantial escondido que sólo escuchan aquellos que sienten la sed.

Tal es la verdad de María Zambrano, y tal es la sed, el amor, de los que gene rosamente han contribuido con su palabra y arte en este grato y justo homenaje que la Universidad de Puerto Rico, desde su Recinto de Humacao, ha brindado a la pensadora malagueña.

Gracias al editor por haberme ofrecido la oportunidad de ser una nota musical en esta melodía de almas zambranianas.

Gracias, María, por ser palabra tan carnal, materna. Por ser aurora, guía, aliento en estos tiempos tan faltos de corazón.

–Isabel Jimeno

Y yo, retomo el alma de las palabras anteriores para decir también gracias... María Zambrano, maestra, por convocarnos desde los más diversos lugares y miradas para levantar este puente y desde allí, invocarte.

–El editor

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Poiesis

monográfico maría zambrano

Imagen citada de la Web y disponible en elvuelodelalechuza.com

Como la flor de almendro en mi ventana, después vendrá su fruto, pero ahora su blanda sencillez roza lo etéreo, blanca y dulce María, en los cristales.

La flor roza tus pasos presente en la tan larga primavera de esta tierra elegida.

De un tono más añil, están los pensamientos, no los mata la noche y permanecen fuera.

Aquí no está la albura de la nieve, son blancas las biznagas.

Ven a tu tierra y siéntate conmigo, hablemos de poesía.

Y María se sienta y conversamos. Yo jugaba de niña: “el nombre de María que cinco letras tiene…”.

Y maúllan tus gatos, igual quieren jugar con las palomas.

YENYS
LAURA PRIETO 15 Cuerpos de LewyExégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22 María
INÉS MARÍA GUZMÁN

Todo lo contiene y es comienzo de todo. Termina las frases y llena las imágenes. No es perfecto. Puede ser suspensivo, aparte y seguido. En la distancia nos reducimos a su masa. Cualquiera que sea la matriz que lo envuelva, dará forma a la forma. Una lujuria de fotones, un fundido en negro, la simple esencia de la nada, en fin, el fin.

El punto

Creación 16 CUADRIVIUM Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
MARIO PÉREZ ANTOLÍN

PEDRO SÁNCHEZ SANZ

Shodo*

Si la soledad es un mar inquieto que rumia los sargazos, es preciso moldear una duna con la forma de un nombre inaugurado, sucumbir ante el clamor de la médula que atraviesa la piel, (manos de viento tejiendo un delirio en el sueño de un pájaro) ahondar ciegamente en las cenizas humeantes del mundo, y escribir.

Escribir es defender la soledad en la que se está. María Zambrano

* Arte japonés de la caligrafía. Literalmente “el camino de la escritura”.

YENYS LAURA PRIETO 17 Cuerpos de LewyExégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22

La caída de la luz

aforismos]

Hay que dormirse arriba en la luz. María Zambrano

Se nos ha caído la luz, vivimos con el riesgo de que caigan otras cosas.

¿La luz elige su camino? A veces, hay que caer y no se puede elegir dónde.

Suspendido entre el ahora y la luz caída, el tiempo espera.

En tu aliento, el viento habla ardiendo. En ti, mi aire es luz.

Releerse es sospechar que la luz vivida aún nos espera en otra parte.

Amar es la forma más íntima de todas de arder en el mundo con el mundo.

Mi cuerpo quiere ser el espejo de tu cuerpo; poco a poco, bebemos el mismo reflejo.

Escribir es llevar las palabras al aire, el aire que vuela con la luz.

Nuestras palabras han entrado en el espejo, ahora el reflejo es el comienzo de nuestro juego.

El amor es la luz que vuelve a su origen.

Creación 18 CUADRIVIUM Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
[Diez
ROGER SWANZY

Mujeres (Canción

… Y saber caminar en los tiempos oscuros, cuando el olor odioso de todo lo intocable se te adentra en el pecho como una lenta daga.

Cuando el fango del hombre se adhiere a los zapatos y todo el horizonte es una boca oscura.

Cuando cada minuto (¡oh, terrible victoria!) engendra otro minuto aún vacío de rumbo.

Y sin embargo, ser hijas de esa esperanza que como frágil luna nos colgamos del pecho.

Y seguir caminando, porque al final del túnel, debe estar la salida hacia lo verde y húmedo.

Porque, aunque no existiera, con las uñas, con dientes, con la desesperada

YENYS LAURA PRIETO 19 Cuerpos de LewyExégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
o himno)
GLORIA DIEZ

tenacidad del agua que perfora la roca, sabríamos crearla.

Creación 20 EXÉGESIS / CUADRIVIUM

El secreto de María Zambrano

Amanece en La Habana y María en la luz de su misterio. Frente a sus ojos que ven lo invisible el mar de la isla se desborda de azul, el Faro del Morro recuerda el paso de las sirenas y en los jardines de El Vedado se abren como velamen blanco los pétalos de la flor mariposa la magnolia, los arbustos de jazmín.

Todo se resuelve en luz en el apartamento del edificio “López Serrano”: entre vasos órficos y cuencos llenos de leche para sus gatos María siente el pensamiento y alcanza la razón poética, la revelación el saber acerca del alma la palabra que se va, que se marcha, que vuelve, aurora de la palabra sola que es prólogo anuncio de lo que palpita en ella.

Epifanía de lo sagrado el inicio ritual de la mañana: Aracelis riega los helechos adormilados en el balcón extiende el mantel bordado sobre la mesa prepara la bandeja del café porque vendrán Lezama, Cintio y Fina, Eliseo. Alrededor de la Poesía hablarán de la otra España de los dioses perdidos y las humildes esperanzas, de Cuba no como cualidad sino como substancia misma, substancia poética visible ya. María vive su secreto.

YENYS LAURA PRIETO 21 Cuerpos de LewyExégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
SOLEDAD ÁLVAREZ

Exégesis

dossier monográfico maría zambrano

Imagen citada de la Web y disponible en abc.es

¿

ÁNGELES RIVAS

ÁNGELES RIVAS

Una estación con nombre de mujer: María Zambrano

¿Habrá sido feliz María Zambrano viajando en tren? ¿Habrá experimentado en algún viaje el transcurrir del tiempo? ¿Habrá viajado su mirada hacia un más allá para crear la metáfora mirada remota?

Si su vida ha estado signada por el movimiento, los viajes, los cambios, ¿no hubiera sido más apropiado que el tren llevase su nombre y no el de una estación que la retiene allí para siempre?

Uno de los medios de transporte que me agrada utilizar es el tren. Guardo en la memoria muchos de los viajes que realicé siendo niña, joven, adulta. Un recorrido que unió siempre un punto del Oeste con otro del Este –y viceversa– por la ruta ferroviaria de la provincia de Río Negro, Argentina. Un itinerario que no por realizarse siempre en una misma trayectoria resulta ser el mismo cada vez. Un viaje de ida que une la mon taña, donde resido, con el mar que adoro y el retorno a casa que sitúa el eco del sonido del agua marina a mis espaldas y al destello de la nieve brillando en el horizonte. La llamada Línea Sur, que bien podría ser nombrada como Hilo Sur, une en un rosario de emo ciones a los pueblos esteparios ubicados en torno a los más de novecientos kilómetros de vía ferroviaria en la amplia tierra patagónica. El transitar por ese territorio permite disfru

tar del tiempo ocioso en el que la mirada se pierde lejana y melancólica en búsqueda de ese otro lado que existe casi inmutable por siglos detrás del vidrio. El devenir del tiempo en el andar nos deja disfrutar de la geografía que, inalcanzable a la mano, se desviste ante el paso de quien la observa. «La mirada remota» (Zambrano, 1977) que podemos experimentar en el viaje no solo es el hecho empírico de mirar, sino en un sentido mucho más profundo, es la mirada que va hacia lo recóndito, a ese lugar al que se desea llegar en búsqueda del sentido del tiempo y de la existencia: «Allá en lo hondo, y más aún sobre lo alto, planea el tiempo que separa y que tiende a la eternidad, el tiempo que mana como agua junto al ser para alimentarlo». (Zambrano, 1977) El viaje en tren por el camino de la soledad que impone la Patagonia otorga al viajero, «la mirada remota», el tiempo de plenitud que es la vida misma.

El del viaje es un tiempo propicio para que la poesía se ofrezca tan iracunda como los tierrales que se levantan a la vera de las vías, tan suave como el amanecer anaranjado que crece antes de llegar a la costa o tan misteriosa como la inmensidad y el silencio de la Patagonia.

La época actual nos impulsa a vivir aceleradamente, nos lleva a desear viajar,

Una estación con nombre de mujer: María Zambrano 25 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22

con cierta vehemencia y mucha prisa. A los trenes, desde mediados del siglo XX, se les ha modificado la entraña para que los seres acarreados abreviemos los tiempos.

Aquellas locomotoras que mediante el fuego imprimían fuerza al convoy cuyo traqueteo hacía bailar a las piedras que apuntalaban a los durmientes, han sido reemplazadas por robóticas máquinas silenciosas que, sin el esfuerzo del carbonero, movilizan trenes de alta velocidad que ya no necesitan de viejos maderos que duermen la muerte bajo el movimiento. El viajero se traslada en un suspiro. El tiempo del viaje se reduce a una estancia breve e insignificante. Solo importa arribar. Las circunstancias de la sociedad del siglo XXI obligan a que un gran porcentaje de la humanidad eche al olvido lo trascendente que es hacer el viaje, andar el camino, disfrutar de ese lapso en el que persona-tren-tiempo constituían un mundo triangular perfecto. Un triángulo ideal, repleto de vida en la musicalidad del traqueteo. Una música que podemos tradu cir con un canto lírico que afirma la voz del poeta mientras viaja: «Me-voy/ al-sur/ Mevoy, me- voy/ al-sur, al-sur» (Rivas-Fabbri, 1991). Emotiva musicalidad ferroviaria que implica necesariamente el transcurrir del tiempo. Un ritmo cronometrado por el dios que conduce al viajero a la plenitud de la paz, la serenidad que se hamaca en el suspiro del silencio.

La estación del tren es un sitio para la fiesta en esos pueblos olvidados. Pero en la actualidad, las estaciones de trenes, en Argentina, son un lugar casi inexistente. Muchas estaciones se han transformado en centros de compra, o en el mejor de los casos, se han convertido en lugares para el arte, en cines o, en el peor de los casos, tris temente, se han transfigurado en sombríos edificios en los que ya no se detiene el tren

ni corre la bulla de los niños, sino solo deam bulan como fantasmas el tierral y el viento. En muchos casos, son espacios muertos en los que el nombre Nadie se ha adueñado de los andenes: Nadie hala el badajo de una campana que anuncia la partida, Nadie espera, Nadie sube ni desciende del tren en una estación intermedia entre el punto A y el Z del destino final.

Sin embargo, no todo es desesperanza dor. A quienes amamos el mundo ferroviario nos queda no solo el recuerdo de los tiempos mozos, sino que aún persiste la esperanza de mantener vigente el valor del viaje en tren como una alegoría para ser vivida. Recrear en nuestra cotidianeidad la utilidad de las estaciones como oasis para viajeros o el haber aprendido a utilizar el tiempo de un viaje –aunque sea imaginario o evocado–, nos sirve para crear la metáfora, para pre guntarnos acerca de ella, para indagarnos profundamente desde todas las lenguas del universo: ¿qué nos sucede?, Chto s nami proiskhodit? Co się z nami dzieje?, etc., etc., o para inquirirnos desde la profunda simpleza de la expresión en idioma inglés: What´s up?, enunciado que podemos traducir como: ¿q ué pasa?, ¿qué ocurre?, ¿qué hay? Un cuestionamiento que por ser tan simple, pareciera no conducirnos a la profundidad del pensamiento, pero al igual que el tren patagónico que arremete ferroso y persis tente por la geografía de meseta y asombro, la pregunta funciona como una herida que punza la piel y nos cuestiona una y otra vez: What´s up?..What´s up?.. Y son tantos los qué pasa que podemos formularnos durante el viaje de la vida, que no alcanzaría el hilo conductor de un artículo de opinión para desmadejarlos.

Desde Odiseo hasta nuestro hoy, el viaje nos constituye como seres humanos.

EXÉGESIS Dossier 26

ÁNGELES RIVAS

Una estación con nombre de mujer: María Zambrano

Conocemos millones de historias de perso nas que han debido o han optado realizar traslados existenciales. Sabemos de éxodos, de destierros, de mudanzas familiares hacia más allá de los límites de un territorio al que llamamos patria. En el plano poético, el viaje es tanto curación como herida, es un bello oxímoron que reúne la extraordinaria naturalidad de aceptar como destino lo que acontecerá en el camino emprendido. En ese mismo sentido poético, podríamos decir que nuestra vida es un viaje en continuo movi miento y que cada hecho trascedente vivido se nos ha ofrecido como una estación de tren en la que pudimos recuperar el aliento, descansar, esperar para continuar el viaje. El pensamiento poético, por otro lado, nos posibilita recrear el viaje en quietud, un viaje en la serenidad cuya causa sea la huida de uno mismo, el escape de nuestro propio yo del entorno, un viaje sin más desplazamien to que el del nuestro interior que nos lleve a encontrarnos en la intimidad de nuestro ser para finalmente, poder trascender.

Tal vez así lo experimentara María Zambrano. No ahondaré en detalles biográ ficos que detallen años, ni hechos célebres de esta memorable filósofa, solamente diré que María Zambrano fue la pensadora y escritora española más brillante del siglo XX y que, al igual que muchos intelectuales de mediados de ese siglo, por razones políticas y bélicas, se vio forzada a huir de su patria. En su peregrinaje, María Zambrano deam buló por países europeos y americanos. En ese viaje personal no solo se «escapa» del enemigo político, sino que camina hacia la soledad. La experiencia de su exilio enseña que el marchar hacia nosotros mismos está íntimamente ligado al sentir y al pensar, sobre todo al pensar filosófico y poético. Un pensar que, indefectiblemente para ella, la conducirá a la escritura.

Retomando la figura geométrica del triángulo como representación de la fuerza vital de quien se moviliza en tren, la triada trascendente para el viaje vital de Zambrano radica en tres puntos claves: tiempo-soledad-escritura. Cito a la autora malagueña que dice: «Y el escribir a so las, sin finalidad, sin proyecto, porque sí, porque es así, puede ofrecer el carácter de una acción trascendental, que solo porque se trata de una humanísima acción, no podemos llamarla sagrada» (Zambrano, 1955-2016). Podríamos decir que, más allá de la migración forzosa, el viaje vital de Zambrano está motivado por la búsqueda de sentido humano, en los términos aquí planteados una respuesta a ese What´s up? antes referido, y que también está sostenido en el devenir del tiempo no como aquello que «nos abandona» sino un viaje que en soledad la lleva a experimentar que el tiempo «que nos sostiene y envuelve» (Zambrano, 1955-2016). Por eso ese sencillo What´s up? resulta esencial para el devenir de todas las demás preguntas que la existencia nos motiva a realizar.

En Málaga, desde 2007, la estación de tren lleva por nombre María Zambrano. Cuando hace más de veinte años, llegué al sur andaluz y visité la ciudad, no existía ese homenaje. Entonces no pensé, como en este momento que escribo, sobre la figura de Zambrano. Tampoco pensé acerca de la excelencia de la quimera que implica el decir: viajo hasta María Zambrano. Recrear desde la metonimia un viaje en tren que se realice para llegar a ella, me resulta conmo vedor. Imaginar un viaje cuyo destino sea el pensamiento de esta mujer que supo escribir pensamientos filosóficos significativos para el pensar de la persona común, recrea en mí un mundo cercano y poético y un mundo de mujer dignamente descrito y argumentado

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en los ensayos zambranianos. Pensar en que el destino final es María Zambrano, me hace imaginar un viaje filosófico que nos lleva hacia atrás, hacia la génesis de la duda, un viaje poético que nos quite el peso de la muerte, un derrotero místico, un deambular que como un déjà vu nos permite revivir instancias que pensábamos irrepetibles. En este ahora que escribo, en este «siempre es ahora» de Zambrano, es el momento en el que inicio el viaje en la hilera de vagones de la vida, de la memoria. Allí van montando el convoy: la palabra, la poesía, la mujer, la filosofía, el diálogo con nuestro propio interior, hermosos carromatos halados por la fuerza del tiempo que «nos sostiene, nos envuelve. Y en tanto que sostiene, el tiempo alza y eleva al ser humano sobre la muerte que siempre está, ella antes que nada, ella y no la nada, ahí» (Zambrano, 1955-2016). Es en ese pensamiento que radica la ruptura con el pensamiento común o habitual, un nuevo pensamiento se desarrolla desde la palabra de Zambrano, una nueva práctica de realidad que nos ofrece experimentar esta idea: romper con la reflexión occidental que habilita sostener que el viaje cronometrado de nuestra vida concluye en la estación final donde reina la muerte de nuestro cuerpo materia. Dice Zambrano: «El tiempo es el horizonte que presenta la muerte perdién dose en ella. Con loque se dice que así la muerte deja de estar yacente en el fondo para los conscientes mortales y se va más allá, más allá del océano del tiempo, tal como una flor inimaginable que se abriera desde el cáliz del tiempo» (1955-2016). La muerte sucumbe en ese horizonte donde mora Cronos. Vencemos a la muerte si somos dichosos en realizar el viaje hacia la verdad lo que significa ir hacia los «ínferos del alma».

No es menor la coincidencia que obser vo, en el sentido físico del viaje personal por los tierrales patagónicos, con el mismo sen tido geográfico de llegar desde algún sitio es pañol a una estación con nombre de mujer: María Zambrano, en Málaga. La estación final del recorrido al que hice mención en el inicio del texto, es una terminal ferroviaria al borde mismo del mar Atlántico. Por su parte, Málaga, ciudad que vio nacer a la niña María, reboza de mar y, como metáfora, en él se ha sumergido Zambrano. La filósofa ha andado por los misterios de la palabra en sí misma, en sus significados y musicalidades, ha caminado por las sendas terrestres que la llevó, como el tren patagónico que se ahon da en la espesura de los parajes rurales, hacia los lugares más recónditos del pensamiento humano. María Zambrano recorrió con su pensamiento el valle humano en el que buscó afanosamente el fruto del alma. Por eso me pregunto si acaso el tren no debería también ser nombrado con el nombre de la pensadora que hizo de su vida un derrotero en el cual nutrió su pensamiento al interac tuar con otros viajeros en tierras extrañas a la propia.

Finalmente, considero sumamente sig nificativo pensar que el final de un viaje es el regazo de esta mujer buscadora e inquisidora de la palabra y de la idea que al borde del mar nos espera para que continuemos for mulándonos todas las preguntas; la poesía que podemos ver durante la trayectoria de los desplazamientos vitales nos dará algunas respuestas.

Bibliografía

Rivas-Fabbri, L. (1991). Ciclos II El viaje. Fondo Editorial Rionegrino: Viedma.

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ÁNGELES RIVAS

Una estación con nombre de mujer: María Zambrano

Zambrano, M. (1955-2016-). El hom bre y lo divino. Breviarios del Fondo de Cultura Económica: México.

Zambrano, M. (1977). Claros del bosque. En https://epdf.librosdemario.com

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EXÉGESIS

Los

desastres no se improvisan. Esta sen tencia es de un medievalista amante y autor al mismo tiempo de memorias. Pero, ¿qué es el género autobiográfico si no pura filosofía, essais, meditación sobre el pre sente recogiendo la experiencia acumulada del pasado y esperando que el futuro pueda aprender de nuestros éxitos y fracasos? [...] no estoy muy cierta de poder hacer de mí una biografía, a no ser esas que he hecho ya, sin darme cuenta, en mis libros y sobre todo en mi vida; si bastase con vivir no se pensaría; si se piensa es porque la vida necesita la palabra, la palabra que sea su espejo, la palabra que aclare, la palabra que la potencie, que la eleve y que declare al par su fracaso, porque se trata de una cosa humana y lo humano es por sí al mismo tiempo gloria y fracaso; no hay fracaso sin gloria ni gloria verdadera que no lleve o arrastre consigo un cierto fracaso1 María Zambrano estaría de acuerdo con dicha afirmación: los desastres no se improvisan. Durante su viaje hacia el exilio primero y en su peregrinar posterior fuera de su país, se pregunta por La agonía de Europa, por el desastre que se vino fraguando desde mucho antes. Cuando por fin vuelve a casa

su percepción no es ciertamente alentadora, en nuestras conversaciones se le notaba su pesadumbre, ese peso adentro, de ver cómo de desamparadas nos habíamos quedado las personas nacidas mucho después del desastre y en plena dictadura en España.

El libro del medievalista Ferran GarcíaOliver, La bestia en què cavalquem, utiliza para su título un fragmento de los sermones de San Vicent Ferrer. La bestia en la que cabalgamos es el tiempo que corre veloz sobre cuatro ruedas que son las estaciones. El año, cada año, se marca con hitos que pautan nuestra vida, pero aún así, nunca se repiten. Según Giambatista Vico, de cada barbarie salimos con el estigma de haber retrocedido bastantes casillas en el camino de la civilización. María Zambrano lucha con desprenderse del pasado pero sin de járselo a nadie, sin dejar en ninguno su peso Esta visión llegará mucho más tarde, cuando piensa en las raíces como sierpes del árbol de la vida. Al principio del exilio, camino de las islas, vive todavía con la carga de su inmediato pasado y del momento presente como un infierno: Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate. En esos primeros años cua renta del siglo pasado, Zambrano piensa que “cada europeo, donde quiera que se encuentre, habita en una catacumba, la lleva dentro de sí, porque ha vuelto el tiempo

Dossier 30 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22 Resurrección
ROSA MASCARELL DAUDER

del desprecio”. Pero, por no sucumbir a la desesperación, dice un poco más adelante en el mismo artículo: “La reconstrucción solo será verdadera si es una resurrección”2. Y ya en su vejez reconoce que “lo que en el fracaso queda es algo que ya nada ni nadie puede arrebatarnos y ese fracaso es garantía de un renacer más completo”3. Ahora mismo, en medio de una crisis mundial, viendo como las dos grandes potencias China y EE.UU. van saliendo adelante, también es verdad que a base de inyecciones económicas, el fracaso de Europa sigue siendo manifiesto. ¿Dónde está la intelectualidad en Europa? ¿En qué está pensando? ¿Mira más allá de sus fronteras, más allá de sus narices? María diría que hay que abrir los ojos y dejarse alumbrar, no deslumbrar, tenemos una realidad delante que no queremos ver y construimos un castillo de razones que nos impide ver la verdad y quizás el argumento de Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, tenga tanta validez hoy como en aquel lejano 1940: el peor suicidio es el que se produce por falta de imaginación

En los momentos de desesperanza necesitamos un asidero para salvarnos del naufragio. ¿Cuál es para María Zambrano esa tabla que nos puede salvar? La confesión como género literario y método. Podemos leer toda su obra como una confesión sincera y meditada, es su intento de salvar a las ge neraciones siguientes de las sombras, de la falta de esperanza y del amor en escombros. Dicho método necesita de ejercicio, de un entrenamiento y de unos referentes que nos sirvan de apoyo y sustento. Esos puntos de apoyo en horas bajas los encuentra María Zambrano en los libros, en la filosofía, la poesía y la literatura en general, pero también en el arte, en el diálogo con las personas amigas y, sobre todo, en la escritura, se escribe para reconquistar la derrota sufrida. Tras la

diáspora de la Guerra Civil, el diálogo con los derrotados lo será a través de la corres pondencia, al menos ese diálogo es el que ha perdurado, al que podemos acceder y debemos acceder para construir nuestro sustento histórico.

En este año 2021 en el que se con memoran los 30 años sin la presencia de María Zambrano, diferentes actividades se han llevado a cabo y he alentado algunas de ellas porque ella misma escribía en su diario en 1969, a treinta años de la derrota: “El número treinta, tratándose de tiempo humano, debe ser uno de los que rigen el ritmo de las ocultaciones, de las reapariciones, de los silencios en que se sume la palabra que se pierde. Y la palabra perdida es, a su vez, uno de esos misteriosos símbolos que la historia no desgasta”4. Como nos hemos acostumbrado a utilizar las tecnologías que aligeran la distancia, el desencuentro y la soledad impuesta, muchas de las conferen cias y mesas redondas están grabadas, de manera que al final del artículo encontraran una relación de enlaces5. Atenea Pandemos, en este sentido, nos ha encaminado a una verdadera globalización de los pueblos, sin olvidar que en todo está la tierra. Ella es el sustrato de nuestra raíces, aún así nos apresuramos a contaminarla y destruirla sin piedad atentando contra nosotros mismos como pueblo (demos).

Los desastres no se improvisan. Pero, ¿qué hacer cuando somos testigos de ellos? Según Isak Dinesen (Karen Blixen), se puede so portar el dolor si lo convertimos en historia, de esta manera, diría nuestra filósofa, no hay infierno que no sea la entraña de algún cielo. Me imagino a María Zambrano en el viaje en barco desde Europa hacia sus islas prenatales donde redescubre su infancia y vuelve a nacer de alguna manera contando su historia, una narración en la que no cabe

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ninguna obviedad, en la que no hay impos tura, porque es historia del sentimiento, la más verídica: el signo supremo de veracidad, de verdad viva, ha sido siempre el sentir, la fuente última de legitimidad de cuanto se dice, hace o piensa, nos afirma en Los bienaven turados. La filosofía de María Zambrano es auténtica porque nace del propio sentir y de la responsabilidad. Pero no quisiera que la lectora o el lector de este breve escrito se llevara la impresión de María como una persona melancólica y triste, todo lo con trario, era una persona cálida, atenta, buena conversadora, con un deje de ironía y a la que le gustaba compartir sonrisas, escuchar con atención y celebrar la vida. Igual que Wisława Szymborska, buscaba entender a la gente, aunque no pudiera ofrecer la salva ción, apreciaba a las personas en particular, no a la humanidad en general. Volviendo a Dinesen, en este caso, hacer historia será una labor de liberación personal y al mismo tiempo colectiva: cada persona, cada historia cuenta.

padecido y lo inexplicable. No se puede dejar el sentir y el padecer, pathos , de lado porque entonces somos seres planos, programables, meros puntos que encajan en la situación histórica donde la persona concreta sobra: la historia universal se ha constituido a costa del hombre universal. En El exiliado nos habla de sí misma en tercera persona, como lo hará en Delirio y Destino El exiliado, la exiliada, ella misma, es el testimonio y testigo de otra situación que puede abrir los ojos a quienes viven enrai zados en su casa, en su tierra. Ella, exiliada, ve y hace ver. El último libro que publica en vida es Los bienaventurados, quizás porque precisamente las bienaventuranzas –según el catecismo católico que releímos varias veces durante la revisión del libro– son una exhortación sobre la base de la propia experiencia a seguir por los caminos que conducen a la felicidad.

Rosa Mascarell y María Zambrano en Madrid, 1989

María nos cuenta su historia de exiliada desde la experiencia, desde su experiencia como persona que va más allá del pensamiento y la razón, que integra también lo

Cada civilización, como cada persona, tiene a su disposición la totalidad de las nociones morales... y escoge. Zambrano piensa igual que Simone Weil, de la que es esta afirmación, por eso es tan importante que se escuchen todas las voces, todos los testimonios, dar voz a los más vulnerables como hace María en los Delirios. ¿Quién mató a la paloma? Como Weil, Zambrano también piensa que tan fría es la espada en la empuñadura como en el filo, tanto agresor como víctima se degradan transformando se en cosa. Lo que está muerto no puede resucitar, pero la piedad conservada a lo largo del tiempo permite que un día pueda prender de nuevo la llama de la esperanza. Quizás Weil y Zambrano serían más cautas que Virginia Woolf cuando esta afirma que la guerra es un juego de hombres en su libro Three Guineas, pero también les preocupa la cuestión radical: ¿cómo prevenir las guerras? ¿Será verdad que la máquina de la

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guerra tiene género y es masculino, tal como defiende años después Susan Sontag? Tanto Weil como Zambrano vivieron la guerra en carne propia y se implicaron, por eso saben de lo que hablan cuando pronuncian las pa labras compasión, piedad, esperanza y amor, y las escriben. Las escriben porque creen en el poder de la palabra escrita, porque en el libro o en el artículo publicado confluyen el tiempo pasado y el tiempo presente de quien escribe, pero el tiempo futuro de quien lo lee. Cada lectura resucita las palabras escritas en forma de peregrinación interior. Así lo creían los sabios medievales que Zambrano frecuentaba, como Ramón Llull o el Maestro Eckart, ambos coetáneos. Por eso mismo, María Zambrano decía: me conmueve haberme atrevido a escribir y, al mismo tiempo: ¿por qué hay que decir? ¿Por qué la palabra y no el silencio luminoso, con su propia materialidad?

El silencio luminoso es quizás indesci frable para muchos, deberíamos empezar descifrando nuestro propio cuerpo, nuestros sentidos: pensar no es más que descifrar lo que se siente. Entonces, ¿por qué se escribe?

Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable... un poder, potencia de comunicación, que acrecienta su humanidad... que va ganando terreno al mundo de lo inhumano, que sin cesar le presenta combate. A este combate con lo inhumano, acude [la escritora], venciendo en un glorioso encuentro de reconciliación con las tantas veces traidoras palabras. Salvar a las palabras de su vanidad, de su vacuidad, endure ciéndolas, forjándolas perdurablemente, es tras de lo que corre, aun

sin saberlo, quien de veras escribe6. Desde sus primeros pasos como escri tora se pregunta Zambrano el porqué del escribir y seguirá fiel a dicha cuestión a lo a largo de los años. De hecho, es el único escrito al que se refiere muchos años después cuando Julia Castillo conversa con ella para redactar A modo de biografía y publicarlo en el monográfico dedicado a Zambrano por la revista Anthropos.

Isla de Puerto Rico se publica el 26 de septiembre de 1940 en La Verónica, la im prenta en La Habana, y revistita semanal a partir de 1942, de Concha Méndez y Ma nuel Altolaguirre, donde María, así como la diáspora española afectada por la dictadura, puede publicar sin censura. Es curioso como Concha Méndez decide ese nombre tan simbólicamente cristiano, ella tan atea. Es la imagen de la tortura la que se imprime en la tela de la Verónica: tan cristianísima como yo me las daba de ser, no sabía que la primera imprenta fue dejada por la faz de Cristo en el paño de la Verónica, pero ellos sí lo sabían. Así lo recuerda María Zambrano en la presentación de Memorias habladas, memorias armadas, las de Concha Méndez recogidas por su nieta Paloma Ulacia Alto laguirre, antes de que su abuela cayera en la enfermedad de la desmemoria.

En aquellos años la memoria no les fa llaba, al contrario, no se podía olvidar, para eso no han muerto dos millones de españoles, escribía María a Araceli, su hermana en París por aquel entonces. A ellos se suman muchos millones más de personas en la II Guerra Mundial y las que siguen muriendo hoy a manos de cualquier violencia. Por eso repite con un amago de rencor, a pesar de no querer caer en él: nos han quitado, nos han quitado... los principios protectores y rectores: Democracia y Libertad. Escritas con mayúsculas. A pesar de las circunstancias

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adversas, sabiendo el infierno que se vive en su país, María se vuelca hacia la política en Puerto Rico, no muestra debilidad si no que se implica luchando con la palabra, la escrita y la hablada en largos paseos quizás con las personas a las que dedica el escrito y que influirán en los destinos de la isla, Luz Martínez y Jaime Benítez, a través de la posterior Constitución puertorriqueña. No quiere María caer en el fallo que apuntaba Simone Weil, el de que existe el arte de la política, arte que los dictadores conocen, pero que los demócratas parecen ignorar.

La democracia es la conciencia que tiene el Estado para detenerse frente a la integridad humana. Nada, ninguna acción queda sin consecuencias, especialmente la violencia ejercida en nombre de la salvación, de una perfección que no respeta esa integridad que se da en el derecho al fracaso propio. Según María Zambrano esos regímenes totalitarios que actuan por el bien de los subyugados, precisamente porque no permiten el fracaso están condenados a fracasar: la perfección im puesta no es más que abuso y violencia. Nadie mejor que una persona con imaginación creadora puede entender estas palabras, lo que significa la libertad de poder fracasar y aprender de los propios errores para conse guir un poema con las palabras justas, una pintura que exprese el propio sentir con el color y la línea auténticas. La esperanza de crecimiento personal que conlleva la creación artística es modelo social para Zambrano y lo desarrolla en muchos de sus escritos, especialmente en los artículos recogidos en Algunos lugares de la pintura. Reconoce que la creación humana nace de un fondo de íntegra soledad y esa soledad es la que debe respetar la democracia. Hay que hablar de personas y dejar de lado palabras que aglutinan, deforman y, precisamente, despersonalizan, como masa utilizada en el

sentido figurado de agrupación numerosa de personas. La masa se puede aplastar, mol dear, endurecer o desechar como basura o escombro. Es cosa.

María Zambrano intenta entender, al igual que Hannah Arendt años después, cuál es el origen del totalitarismo y se fija también en la personalidad del totalitario en Isla de Puerto Rico: si fuésemos a ver, en el fondo de todo totalitarismo está el terror del hombre a su soledad. Zambrano, siguiendo las enseñanzas de San Agustín preguntaría al dictador: ¿Qué buscas fuera? Sobre ti mismo vuelve, ¿qué has hecho de ti mismo? Es por esto que decía al principio que la filosofía de Zambrano se enraiza en la filosofía de vida, de ejemplo, de guía y confesión con la profundidad de haber leído entendido y asimilado la filosofía universal, no de forma pedante, si no viviéndola y sopesando la po sibilidad siempre de poder poner las bases de la esperanza en un mundo mejor. Tampoco de forma ingenua, ella no conoció los massmedia on-line, los fake-news al nivel global e imperante que tenemos ahora mismo, pero sí que dejó escritas palabras que advierten del peligro del veneno, el engaño terrible que supone el hacernos creer que casi todo pueda suceder sin tener consecuencias.

Puede parecernos candorosa una frase como: “hasta las cosas más pequeñas, la luz de gas, se tambalean cuando fallan los principios de democracia y libertad”. Cuan do leo esta frase en el libro impreso en La Verónica en el año 1940, no puedo dejar de pensar en la película Gaslight (Luz de gas) del año 1944 de George Cukor con Ingrid Bergman de protagonista, pero basada en la obra de teatro de Patrick Hamilton del año 1940. El título de la película ha derivado en el término que describe la forma de abuso psicológico en que la víctima es manipulada gradualmente para dudar de su propia

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cordura. En la obra de teatro así como en la película, es la primera vez que se describe este tipo de abuso: el marido aísla a su mu jer justificando que es por su propio bien, al tiempo que es celoso y la acusa cuando alguien expresa interés en ella.

los albigenses, pero ¿no tienen tanta o más repercusión las guerras mundiales del siglo XX? Seguimos en las mismas, los desastres no se improvisan, más que una restauración es necesaria una resurrección de los principios de la filosofía a todos los niveles: amor por la sabiduría de la vida.

Notas

1 Zambrano, María; “A modo de Biografía”, en Anthropos, Revista de Docu mentación Científica de la Cultura nº 70-71, Barcelona, marzo-abril 1987.

Fotograma del film Europa '51 de Roberto Rossellini -1952

Me resulta curiosa esta coincidencia, esa utilización del ejemplo de la luz de gas en el escrito de María de 1940. Seguro que vio la película protagonizada por Ingrid Bergman, era una de sus actrices favoritas junto con Greta Garbo y Marilyn Mon roe. La película Europa ‘51, de nuevo con Bergman como protagonista y dirigida esta vez por Rosellini, es una de las que María me recomendó ver y que apreciaba profun damente. Después supe que estaba basada en la filosofía y figuras de San Francisco de Asís y Simone Weil y que entra dentro de la llamada “trilogía de la soledad” del director italiano.

Por desgracia, la vigencia de estas pe lículas y de la actualidad de las reflexiones de María Zambrano, tantos años después, nos deberían incitar a preguntarnos si no seguimos errando el camino, si no vivimos todavía en una postguerra. Según Simone Weil una decisión militar puede influir en el curso del pensamiento muchas centurias después, ella se refería a la cruzada contra

2 Zambrano, María; “Las catacumbas”, Revista de La Habana, La Habana, t. I, 1942-1943. Recogido en La cuba secreta y otros ensayos. Edición e introducción de Jorge Luis Arcos, Endymion, Madrid 1996.

3 Zambrano, María; “A modo de bio grafía”, op. cit.

4 Zambrano, María; Obras completas, Vol VI, pág. 478. Galaxia Gútemberg, Barcelona, 2014.

5 http://www.if.uji.es/homenaje-amaria-zambrano/ ; https://losojosdehipatia. com.es/cultura/historia/maria-zambrano30-anos-despues/ ; https://losojosdehipatia. com.es/cultura/las-antigonas/

6 Zambrano, María; Revista de Occi dente, tomo XLIV, p. 318, Madrid, 1934.

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ISABEL MARÍA JIMENO BENÍTEZ

Como murmullo de paloma: La palabra que redime en María Zambrano

I. A modo de delirio

Enla blancura de un patio andaluz, mientras se elevaba en los brazos de su padre hacia la luz de los limones, como pájaro liviano y pequeño,“que se va a lo más alto”, “que pone el pico en el aire”, como quien ya siente, sin saber, desde la inocencia, la sed de transparencia, la sed de trascendencia. En aquel aire preñado de azahares, donde las nanas eran cante jondo, sintió la llamada, la vocación, su destino: ser centinela de la palabra, vigía del verbo, cual doncella en la noche que mantiene encendi da la llama de su lámpara de aceite. Exiliada desde siempre. Peregrina enamorada, fiel a cada nota del corazón, a cada pálpito de su entraña. Zahorí de pozos claros, de perfumes antiquísimos en la negrura del bosque.

Transcripción de la música de un ave que se va y que puede que vuelva si un nido de quietud la espera. Balbuceo. Voz que está “más adentro en la espesura”, como ala que tiembla en lo indecible. Palabra naci da de las nadas, del desierto. Parto. Vida, muerte y Vida. Palabra que brota de la mano pudorosa ante las pupilas de un gato en la penumbra de la cueva. Palabra en la infinitud de la noche, en la inmensidad de los mares. Gemido y canto. Alegría de los ojos en la aurora. Palabra intacta. Danza de la hierba que crece y hoja estremecida al

tacto del rocío. Lengua del silencio. Susurro escuchado en los límites. Éxtasis de paloma, “música callada”, “soledad sonora”.

II. María y la palabra Maria Zambrano tuvo una pasión: la palabra. La meditación acerca de la pala bra traspasa toda su obra como un dardo ardiente. La palabra y un poeta: san Juan de la Cruz. El magisterio del místico late explícita e implícitamente en toda la obra zambraniana. Amante apasionada y profundísima exégeta de la enseñanza espiritual del carmelita, su razón póetica se nos presenta como una guía para la plena realización y redención de la persona.

A través de una escritura poética, María Zambrano va mostrando a lo largo de su obra, en un fluir fiel a la danza de la vida, de su vida, el camino a recorrer para alcanzar la libertad y la plenitud. La paz y la quietud. Es la suya una palabra viva, sacada de su silencio sin desprenderse él, hacedora de libertad, creadora.

La pensadora malagueña supo desde muy pronto que la decadencia de Occidente tenía su origen en la decadencia de la pala bra, en su deriva nihilista, en el olvido del centro sagrado de la palabra con la que los hombres trataron un día el don de gracia y de verdad. Para Zambrano, la salvación de

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Como murmullo de paloma: La palabra que redime en María Zambrano

la persona dependerá de la redención de la palabra que es a su vez palabra que redime.

María Zambrano nos propone una filosofía cuyo único movente es el amor. Un saber que ama la palabra, que implica la fe en la palabra y en el ser que en ella se manifiesta. Palabra que es criatura “depo sitaria del soplo de la creación”, “del soplo que trasciende”1

Toda su vida fue un velar por la pala bra. Un decír sí, sí “estoy aquí”, “presente”, “alerta”. Adsum2.

La razón poética entraña un logos salvífico. Un logos que se desliza “por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y suaviza, una gota de felicidad”3.

En 1981, por petición del poeta José Ángel Valente, María Zambrano envía al Colegio Mayor San Juan Evangelista una casete titulada “La palabra”4. En esta casete, va comentando algunos pasajes de su libro Claros del bosque, y con el estilo sibilino que la caracterizaba, va leyendo y a la vez recreando algunas partes de este libro que, junto a De la aurora y Los Bienaventurados, representa la esencia de su pensamiento. Es un libro “bosque de símbolos” donde Zam brano expone con una escritura poéticomística, “un saber padecido que no se deja elevar al cielo de la objetividad” porque se trata de “una razón entrañada en la que se entrelazan el pensamiento y el sentir” donde la pensadora va comunicando “una serie de «visiones» e «iluminaciones», instantes privilegiados en los que la verdad se le ha revelado de una manera gratuita, gracias a una previa transformación interior” a través del “dexamiento” de una acto kenótico “que ha hecho del alma o del corazón el receptá culo de dicha verdad”5

Una palabra es la que se esconde, como ciervo herido, en la espesura de los senderos

místicos de Claros del bosque: la palabra encarnada:

La palabra ha sido en mí desde el principio, en mi pensamiento y en mi alma, eso justamente, el principio, como dice el Evangelio de San Juan: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era Luz, y la Luz era la Vida, y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad». Esta es la revelación que me ha sostenido a lo largo y a lo ancho de toda mi vida6 Claros del bosque, dedicado a su her mana Araceli, es un libro “formado en un acto de ofrenda”, en la libertad de lo que se engendra con y por amor, o como la rosa de Silesius, “sin porqué”. Es un libro fruto del entendimiento pasivo, la pasividad, la sensibilidad, la recepción7, donde la palabra se concibe, se genera y nace. Fruto también de la desposesión y del olvido de sí. Palabra de verdad concebida en la atenta y amorosa escucha de quien va recorriendo y padecien do con los ojos puros los senderos de la vida: […] yo no iba persiguiendo nada.

Yo no iba a captar cosas, sucesos, ni seres…Yo no iba a reavivar memoria, yo no iba, por aquellos senderos del bosque desaparecido, a nada; iba, sí, a desposeerme, a dejar de ser8.

Solo a quien se ha donado al abando no, a la pasividad del corazón, al sentir, a quien nada quiere para sí, a quien se vuelve puro oído, al que carece de intenciones, a quien no busca, a quien va muriedo, se le presenta la palabra, pues “morir es consumar el abandono”, “un ir muriendo a medida que se da la palabra”9. Y esta palabra se da en virtud “de una inédita libertad en que el amor al fin se encuentra”. Es la palabra de la ofrenda, la que nace porque se da, se dona.

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Sin dueño. Es la palabra que posee a quien la dice, poseído de ella, poseído por ella, enajenado de la palabra, fatalmente”10. Es la palabra que brota de la pura entrega. De la beatitud de los pobres de corazón.

“La palabra nace; no se hace”, pues la palabra que se hace, es “la palabra fabricada, usada como instrumento, utilizada”. “Ella se deja, es la libertad que el hombre tiene por desgracia”, “signo de su suprema res ponsabilidad”11. En su afán de dominación, de posesión, el hombre no ha sabido tratar con la palabra, y apropiándose de ella, la ha convertido en esclava del progreso, en palabra meramente usada por la sed de colonización y comunicación frenética. Pero si este hubiera sido el fin último del donarse de la palabra al hombre, no le habría sido dada la palabra. “Antes de que tal uso de la palabra apareciera”, de que las palabras fueran sometidas al “sacrificio de la comu nicación”, “como las palomas de después”, hubo de existir un “lenguaje descendiente de la palabra primera”, de “la palabra verda dera, dada y recibida en el mismo instante, consumida sin desgaste”, “centella que se reencendía cada vez”12

Palabras que atravesaban “ vacíos”, “din teles”, “fronteras”13. La palabra andariega de San Juan de la Cruz: Buscando mis amores iré por esos montes y riberas; no cogeré las flores, ni temeré a las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras14.

Frente al logos triunfante de la razón que todo lo quiere sistematizar y definir en su afán de claridad deslumbrante, frente al uso intrumental de la palabra y la palabra sin soplo vivificante, estéril, que de tal uso deriva, María Zambrano nos muestra un logos humilde, tembloroso, como una llama, grávido de sentido y de sentir, claroscuro,

inerme, fruto del fecundo vaciamiento y del silencio, de la travesía nocturna y del exilio. Palabra exiliada por petenecer a aquellos lugares que la filosofía lógico-discursiva ha desdeñado y ha proscrito.

Una palabra que es manifestación del alma, de las entrañas y de todo lo que en ellas pide ser llevado a la luz para su escucha. Una palabra piadosa que rescata el lamento de Euridice, que lo hace audible. Una razón materna que acoge “esas razones del corazón que el corazón mismo ha encontrado, apro vechando su soledad y abandono”15

La alternativa a la razón que se com place en su “castillo de abstracciones”, es aquella otra razón que habita el fondo os curo, un logos sumergido que serpentea en lo más profundo de nuestro ser.

Frente a la palabra poseída por el fi lósofo, frente a la razón sistemática, está la palabra de “honda raíz de amor”16 del pensamiento poético, del poeta, quien es poseído por la palabra, consagrado a ella:

Mientras el filósofo trata de ser sí mismo, el poeta, agobiado por la gracia, no sabe qué hacer. Se siente morada, nido de algo que lo posee y lo arrastra [...] El filósofo quiere poseer la palabra, convertirse en su dueño. El poeta es su esclavo; se consagra y consume en ella17.

Palabra inviolada la del poeta.

Mientras que la palabra del filósofo quiere encuadrar y definir las cosas, la pa labra poética entra lentamente en la noche de lo indecible, se pierde. El poeta no teme entrar en la tiniebla, sigue, arrastrado por la pasión, la llamada abisal y se adentra en la noche con la “voracidad del amor”.

Su condición le empuja a ir tras la luz que se hunde en lo desconocido. Como es cribe la poeta Clara Janés, “quien se enfrenta a la noche es un alma con ansias en amores

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ISABEL MARÍA JIMENO BENÍTEZ

Como murmullo de paloma: La palabra que redime en María Zambrano

inflamada”. Es la vía mística que es también la vía del poeta, “un alma que, encendida, cruza la región de sombra hasta “los levantes de la aurora”18. Hasta “la aurora de la pala bra” que es “la noche del sentido”19.

Alma encendida la de Zambrano que en la espesura del bosque va concibiendo palabras dentro y fuera del tiempo, palabras liberadas del lenguaje, hijas todas ellas de la palabra matriz, perdida. Un coro de palabras “imágen mágica del tiempo sagrado” “de la inocencia de la palabra”. Palabras que la pensadora y poeta fue encontrando adentrándose en lo más oscuro y hermético de la vida, en su misterio, alcanzando el centro “desde el cual es posible poseerlo todo, sin perderlo ya más” donde la palabra se vuelve “hacia lo que parece ser su contrario y aun enemigo: el silencio”. “Es la «música calla da», la «soledad sonora», bodas de la palabra y el silencio”20

“De la razón poética es muy difícil, casi imposible hablar21”. La palabra que en este saber de experiencia tiembla, es una palabra de la inmensidad de la vida, de la hondura de la entraña. Una palabra hija de la errancia y las intermitencias mismas del vivir, del dolor, de la pérdida, de la soledad y la noche, de la sed y el desamparo. De la desnudez del que muere y renace con la palabra intacta, inocente, blanca. Palabra del despertar. De la penumbra de los claros, de las visiones que incendian el corazón. Palabra presencia de la ausencia. Palabra enamorada del instante y la hermosura de las criaturas. Palabra miniatura de eternidad, del corazón en delirio que rompe a hablar. Música. POESÍA.

Notas

1 Zambrano, M. «La palabra». Aurora: Papeles Del Seminario María Zambrano, Núm. 12, febrero de 2012, p. 105.

https://raco.cat/index.php/Aurora/article/ view/250424.

2 Zambrano, María; Delirio y destino, en Obras Completas VI, Galaxia Gutember, Barcelona, 2014, p. 1097.

3 Zambrano, María; Carta a Rafael Dieste, fechada en 1944, en nota a pie de página de la Cronología de María Zambra no a cargo de Jesús Moreno Sanz en Obras Completas VI, op. cit., p. 79.

4 Ibidem, p. 618.

5 Cfr. Gómez Blesa, Mercedes; en Introducción a Zambrano, María; Claros del bosque, ed. de Mercedes Gómez Blesa, Madrid, Cátedra, 2011.

6 Ibidem, p.619.

7 Ibidem, p. 620.

8 Ibidem, p. 619.

9 Zambrano, M. «La Palabra». Aurora: Papeles Del Seminario María Zambra no, Núm. 12, febrero de 2012, p. 105. https://raco.cat/index.php/Aurora/article/ view/250424.

10 Ibidem.

11 Zambrano, María; La palabra, en Obras Completas VI, op.cit., 620.

12 Ibidem, 623.

13 Ibidem.

14 Estrofa III del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz.

15 Zambrano, María; Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial, Madrid, 2019, p. 56.

16 Zambrano, María; Algunas estaciones del itinerario de la razón poética, en Obras Completas VI, op. cit., p. 591.

17 Zambrano, María; Filosofía y poesía, en Obras Completas I, Galaxia Gutemberg, Barcelona, p. 710.

18 Janés, Clara, La palabra y el secreto, Huerga y Fierro Editores, Madrid, 1999, p. 78.

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19 Cfr. Zambrano, María; De la Aurora, Tabla Rasa, Madrid, 2004, p. 110.

20 Zambrano, María; Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial, Madrid, 2019, p. 71.

21 Zambrano, María, Notas de un método, en Obras Completas IV, Galaxia Gutemberg, Barcelona, p.121.

Bibliografía

Jan é s, Clara. La palabra y el secreto Huerga & Fierro, 1999.

Zambrano, María. De la aurora. Tabla Rasa Libros y Ediciones, 2004.

Claros del bosque. Cátedra, 2011.

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____. Obras Completas VI. Galaxia Gutemberg, 2014.

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Obras Completas I. Galaxia Gu temberg, 2015.

____. Obras Completas IV. Galaxia Gutenberg, 2019.

____.

Hacia un saber sobre el alma . Alianza Editorial, Madrid, 2019.

«La palabra». Aurora: Papeles del Seminario María Zambrano, Núm. 12, febrero de 2012, p. 105-10, https://raco. cat/index.php/Aurora/article/view/250424.

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EXÉGESIS Dossier 40

ANA SILVA CUESTA

Acercarse

a María Zambrano desde

la isla de Puerto Rico sin haber lle gado nunca a bañarse en sus aguas ni pisar su tierra es una experiencia a la que se consigue acceder gracias a la lectura de los escritos de su estancia puertorriqueña. La llegada de María Zambrano a la isla de Puerto Rico abre en la pensadora malagueña un espacio sagrado para la comprensión de la presencia de la incidencia en la vida humana.

Etimológicamente la palabra “incidencia” significa suceso en el desarrollo de una acción o asunto con el que tiene relación, pero sin ser parte esencial”. Sus componen tes léxicos son: el prefijo in- (hacia dentro), cadere (caer)1. Incidencia significa por lo tanto caer hacia adentro, y desde allí hilar palabras hasta alcanzar la verdad. Acercarse al significado y al significante de la inciden cia siguiendo las huellas de María Zambrano en su experiencia insular abre a dos espacios de tránsito necesarios que antes y después la filósofa irá tejiendo, que es quizás su tierra fértil, el arraigo de su exilio: la vida del alma y al sentir originario como guía. Vida del alma y sentir originario, dos epifanías que se tornan visibles en su experiencia de vida insular, reflejada principalmente en las numerosas cartas desde el exilio que es cribe a sus amigas y amigos del alma, en un

movimiento de recorrido circular. Lo hace también cuando piensa y siente a Antígona decirle en el oído “nacida para el amor he sido devorada por la piedad. No la forcé a que me diera su nombre, caí a solas en la cuenta de que era ella”2. Lo hace también cuando piensa y siente a Eloísa. Y lo hace definitivamente en la isla de Puerto Rico, en su estancia en la pequeña isla; estancia de visiones y de clara conexión con la pureza del sentir.

Es absolutamente innegable que la isla de Puerto Rico tocó profundamente el alma de María Zambrano, como se desprende de su texto autobiográfico Delirio y destino:

[...] mucho amor y poco al espacio debe. […]. La situación humana es tan isleña que asume el espacio y el peso de la tierra, como si todos fuésemos insectos, libélulas, flores, como orquídeas que crecen libre mente pendientes de los árboles, con las raíces en el aire, por la vi bración de la amistad inolvidable, por aquella trama que la rodea desde el primer instante […]3.

Su relación de amistad profunda con Inés María Mendoza dejó una profunda impronta de felicidad en el alma de María Zambrano, sin duda una de las principales fuentes de inspiración de su estancia puerto

La isla como pasaje sagrado a la incidencia 41 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
Caer hacia adentro. La isla como pasaje sagrado a la incidencia
ANA SILVA CUESTA

rriqueña, que atestiguan, con la experiencia encarnada, lo que más tarde pudo decir en Delirio y destino4.

Mi alma es mi casa

Recordando a la poeta rusa Marina Ts vietáieva, que coincidió en París con María Zambrano en 1939 aunque nunca llegaron a encontrarse5, en una de sus cartas a su amigo Boris Pasternak escribe:

Hice de mi alma mi casa. Pero jamás de mi casa mi alma. Estoy ausente de mi vida, no estoy , en casa. El alma es una casa, –el alma en casa es para mí inconcebible, justamente– no lo concibo (…)6.

La poeta dice con nostalgia cuál es el más auténtico de los hogares. También María Zambrano lo anuncia en Isla Puerto Rico. Nostalgia de un mundo mejor, cuando escribe que la isla es la huella de un mundo mejor7. Es todo un acierto que utilice la palabra “huella”, pues así apunta a la fe cundidad de lo que sucede sin alcanzar la realización completa, lo que sucede dejando, en cambio, un rastro, una profunda intui ción, o la fuerza imparable de lo que traen los sueños y se va desvelando poco a poco, como la esperanza.

En Puerto Rico, María Zambrano in voca constantemente la esperanza. El mov imiento parece ir de adentro hacia afuera. Hay espacio para la vida del alma cuando sueña en estado puro con un mundo mejor. Dirá que cuando la esperanza se dispara, recorre en sentido inverso el camino del pasado8. El pasado para una exiliada como ella viene a ser una constante sombra imborrable, lo que no puede despegarse de la piel y se encarna como una profecía no cumplida del todo, por ello tendrá tanta fuerza el regalo de la isla en su vida. Porque la isla es “como una promesa que se cumple y que

es como un premio de una larga fatiga”9. Tras el padecimiento, sufrido y encarnado en su Antígona10 se abre paso a la toma de conciencia plena, a la encarnación de lo que no puede nombrarse si no es mediante el sentir profundo de la verdad del alma, que es verdad de las mujeres, verdad del sentir profundo encarnado en su cuerpo femenino, y en su diferencia sexual.

La isla es entendida por María Zam brano como una donación, un regalo para quien transita por el mundo desde la obe diencia, el mayor estado de libertad que una persona puede lograr11. Es finalmente la sede de algo incorruptible12. Será sede para satisfacer lo que Simone Weil llamó “las necesidades del alma”13 y en ella habrá espacio para sentir la serenidad de la paz, la justicia al fin hecha carne en el propio cu erpo cuando ya nada se espera sino respirar en calma. Una primera indicación de la isla es la conversión en hogar imprevisto, hogar como pudo serlo Cuba o México, matrias que se vuelven prenatales para continuar na ciendo en las múltiples posibilidades que da el exilio. Nunca tan pobre, escribirá en Cuba en una carta a su madre y a su hermana, y sin embargo, tan feliz14.

Cuando la verdad se queda en sí, en esqueleto mostrado, permanece la sincronía con la realidad más profunda. Sentirse entonces inmaculada, casta, entregada a la suerte de los delirios, y a su propia configu ración es un pasaje previo a la aceptación de la incidencia. Se lo cuenta a su amiga Rosa Chacel en una carta mucho después de su estancia en Puerto Rico: Son delirios, algo que me encontré en París a ratos, cuando el daimon me encontraba después de la muerte de mi madre. Sí, delirios, lo que nos han dejado. Delirios pero “secumdum veritatis”, pues

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La isla como pasaje sagrado a la incidencia

eso también nos lo han dejado: la verdad en su esqueleto. Y los esqueletos obligados a vivir deliran.

Por eso yo no sé si es al mundo de la sangre o al mundo de los huesos donde he transmigrado15.

Aceptar la incidencia en la vida hu mana conlleva la contemplación del delirio también como una modalidad misma de incidencia, como otra acepción del impre visto. El delirio es para María Zambrano una incidencia virtuosa, tocada por la gracia, y por lo sagrado de la visión. La visión que es verdad de las mujeres como enseña la mística femenina de las beguinas o las muradas, como Margarita Porete o Hidelgarda de Bigen. Visión que viene del fondo de las entrañas, que viene a su vez de la fuerza poderosa de las genealogías femeninas, encadenadas y finalmente libres de contrato sexual16, como lo supo María Zambrano al declararse a sí misma doncella en reiteradas ocasiones.

El delirio, que forma parte de la vida del alma, aparece en la vida de María Zam brano tras la muerte de su madre. El dolor profundo causado por la muerte de quien le dio la vida somete a la pensadora malagueña a un estado de dolor y padecimiento que recoge a modo de confesión en su obra autobiográfica Delirio y destino. La manera en que describe la vivencia del delirio, como estar fuera de sí, pero sin embargo plenamente enraizada, no se aparta de lo que escribe en su estancia en Puerto Rico sobre la armonía. La incidencia del delirio no empequeñece ni bloquea la armonía de la vida del alma. Escribe, en este sentido: [...] y a medida que el tiempo corra, el espacio donde la islita habite para mí, será más y más, el espacio puro de maravilla, el espacio aparte del espacio geográfico o físico. Y

el tiempo que en ella viví será el espacio fuera del tiempo en que tomamos contacto con algo puro y vivo a la vez, que nos permite seguir “conllevando la fatiga”, la fatiga por el desmentido que la realidad lanza a diario a nuestras creencias más hondas17.

El espacio fuera del tiempo al que hace referencia María Zambrano es el tiempo de la vida del alma. La vida del alma tiene su propio tiempo. Tiempo que sale de las antinomias del pensamiento y que sostiene el tránsito a un pasaje nuevo de la vida. La vida pura que es al fin la vida del amor y del placer –femenino– fecundo y pleno. La certeza de que en el espacio de tiempo inmaculado no habrá cesiones simbólicas, no se darán tampoco injerencias externas. Una vida arraigada a la paz como destino irrenunciable, lo anuncia reiteradamente en su texto Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor María Zambrano, en Puerto Rico, va y viene a la fatiga –al dolor– y a la alegría, de forma constante, sin ser ambas contra dictorias sino convivir entre ellas, porque la otra se da y se cuenta, simplemente ocurre. Este ir y venir a la alegría y al dolor, indis tintamente, desde el propio padecimiento, confirma la presencia de la incidencia en el transcurrir de la vida, en el transcurrir de la criatura humana misma. La incidencia entre el desequilibrio del menos y la abundancia del más, entre la carencia y la continua satis facción, es por lo tanto, un movimiento que exige, como escribe la filósofa Luisa Muraro en El dios de las mujeres “detenerse en la carencia y seguir, sin embargo, existiendo, vivir en el desequilibrio de lo menos y de lo más, con tal de que sea en relación con lo otro, ir y venir entre la alegría de la presencia y el dolor de la ausencia, porque solo

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el amor saber cuándo viene y cuándo se va”18. Movimiento que implica entregarse al amor como única mediación posible porque “solo el amor sabe cuando viene y cuando se va”, como se contempla en el poema de Hadewijch de Amberes, otra mística y poeta beguina:

El amor vive de mi reiterado morir lo sé muy bien y saberlo aligera mi padecer. Dolor y alegría pena y dulzura, escondo a los extranjeros los secretos de mi corazón. Profundamente estoy segura de esto que el amor con amor se paga19

Al reproducir este poema Hadewijch es fácil evocar unas palabras de María Zambrano escritas en parecido sentido, al menos su alcance es idéntico, breves pero misteriosas en sí, en las que el amor parece la única mediación posible en la experiencia de la incidencia:

Que no voy sola, que el amor me lleva.

¿Y adónde lleva el amor a María Zambrano? ¿Dónde es ese lugar al que accede sola sin sentirse en soledad acompañada eternamente por el amor? Es al lugar de la infinitud, al mismo lugar en el que ella, como confiesa en Hacia un saber sobre el alma , se siente ir cayendo en un vacío, apercibiéndose a sí misma como respirándose desde otro lugar, sintiéndose a la par como un caracol marino. Y desde allí, desde el alma que es la casa, volver a algo prima rio. Tan primario como describió en Isla de Puerto Rico al preguntarse “¿qué papel juega una isla?”, pues lo dice con cierta nostalgia, pero con absoluta claridad “el de

ser imán que atrae a la imaginación hacia algo primario, no corrompido todavía, de la naturaleza humana”20.

Vivir encontrando algo presentido

Siendo la incidencia un lugar ya no tan desconocido de la vida del alma, alcanza su verdadero sentido cuando es conectada y trenzada con el sentir que otorga veracidad a la vida, el sentir originario como lo llamó la pensadora malagueña.

María Zambrano es la primera filósofa en percibir que el sentir constituye tanto como el pensamiento. En Puerto Rico en cuentra una vía para acceder al sentir originario, un método para ir palpándolo, para ir a tientas hasta lograr descifrar lo que se siente. La isla le da a María el conven cimiento de que se ha de vivir entregada al hallazgo, al encuentro, más que perderse en la absurda búsqueda abstracta que ansía el racionalismo griego y europeo.

El convencimiento en lo que va a venir presentido, en lo que va a hallarse, es prác ticamente una visión en María Zambrano. Lo confiesa cuando escribe: [...] yo prefiero ahora acercarme nada más que a esa isla de Puerto Rico, porque ella me ha hecho sentir lo que es una vida insular, porque en la maravillosa islita he vivido con la impresión imborrable de estar viviendo la realidad de un sueño, de encontrar, por fin, algo presentido, con toda su fuerza y toda su pureza: la fuerza de la realidad junto con la pureza de lo soñado.

La apertura a la pureza de lo soñado es apertura también al reconocimiento de la sexualización del alma. Que el alma es sexuada lo dejó escrito en el siglo XII Hildegarda de Bigen en su Liber Scivias y

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La isla como pasaje sagrado a la incidencia

más tarde lo ha recordado María-Milagros Rivera Garretas en El placer femenino es clitórico, como una propuesta política de recuperar el vínculo milenario entre el sentir, el alma y el placer femenino21. Un vínculo que palpa en la escritora Sor Juana Inés de la Cruz y en su hermoso y visionario libro Inundación Castálida, inspirado en las aguas divinas de la Fuente Castalia de Gea22, y que también de manera parecida reconoce María Zambrano al darle un espacio privilegiado a lo presentido, a lo que que hay previamente al sentir, a la intuición.

Lo presentido –como lo nombra María Zambrano– lo es porque el cuerpo femenino nace con la capacidad de ser dos, de traer el mundo al mundo, y contiene las entrañas completas al poseer matriz (útero)23, de manera que su estar en el mundo es un estar desde otro lugar, desde una capacidad distinta de sentir. Distinta a la masculina, sin que la excluya ni tampoco la reduzca o minimice.

En la isla de Puerto Rico, María Zam brano vive la intuición plena encarnada en su cuerpo femenino, la intuición que va más allá, la que ha quedado fuera de la filosofía occidental clásica y moderna del pensam iento masculino, la que ha quedado fuera, en definitiva, de la Historia y del Derecho y sus intentos, logrados en demasiadas ocasio nes, de dominar todas las zonas de la vida. El sentir humaniza el tiempo y, al hacerlo, acoge la incidencia, la abraza para decir la verdad de la vida. Verdad que es pura porque como escribe la misma María Zambrano: [...] el sentir nos constituye más que ninguna otra de las funciones psíquicas, diríase que las demás las tenemos, mientras que el sentir lo somos. Y así, el signo supremo de veracidad, de verdad viva, ha sido siempre el sentir; la fuente última

de veracidad de cuanto el hombre dice, hace o piensa24.

Que el sentir nos constituya es quizás la gran apuesta filosófica de María Zambrano. Viene esta verdad de abandonarse a la en traña, de conocer el fuego que provoca el silencio, la única meditación en los claros del bosque. María conoce los estados de abandono a los que solo se puede acceder por la comprensión completa del quejío del alma sexuada25, como describe en Hacia un saber sobre el alma “me fui volviendo oído y al volver para mirar, nadie me escuchaba. Sin recinto sonoro, y aunque hubiese aprendido a escribir no podría hacerlo; criatura del sonido y de la voz de la palabra que llega un instante y se va a visitar quizás otros nidos”26 Otros nidos que pueden ser islas, como la de Puerto Rico, que ofrecen finalmente, de tanto abandonarse a lo presentido, la posibilidad del milagro.

El milagro es para María Zambrano prodigio, y ocurre cuando la criatura humana, mujeres y hombres, entran en contacto con la naturaleza. “¡La naturaleza en la isla siempre es más dulce, más amiga, más prodigiosa!”27, dirá. La perla está en la isla, no hay duda. En la isla está la perla y el tesoro, y también la eterna posibilidad de una “vida en paz, de la vida acordada, en una armonía perdida y cuyo lejano eco es capaz de conformarnos el corazón: de una edad en que ninguna palabra había sido aún prostituida, en que el trabajo era alegre siempre y el amor no arrojaba de su luminoso cuerpo la sombra de la envidia”28

Y ciertamente cuando el prodigio se da, viene la paz a quedarse, y no hay miedo a que la incidencia alcance la vida.

Notas

1 Diccionario etimológico, Etimologías de Chile: http://etimologias.

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dechile.net/?incidencia#:~:text=La%20pal abra%20%22incidencia%22%20viene%20 del,sufijo%20%2Dia%20(cualidad).

2 María Zambrano, en el prólogo a Senderos, 1995.

3 María Zambrano, Delirio y destino, Mondadori, 1989, Madrid, pp. 241-242.

4 Sobre la relación de María Zambrano con Inés María Mendoza, véase “Entre María: notas sobre la publicación del libro persona y democracia de María Zambrano en Puerto Rico”, en: García Galindo, J.A y Ortega Hurtado, L., Persona, ciudadanía y democracia. En torno a la obra de María Zambrano, Fundación María Zambrano 2020, pp. 299-310.

5 Sobre el encuentro que nunca ocurrió entre María Zambrano y Marina Tsvie táieva, véase la publicación de Espejos de la nada, Marifé Santiago Bolaños, Báltica Editorial, Madrid, 2020

6 Citado en Marifé Santiago Bolaños, Espejos de la nada, op. cit., p. 62.

7 María Zambrano Isla de Puerto Rico, nostalgia de un mundo mejor, Vaso Roto Cariales, Madrid, 2017.

8 María Zambrano, Isla de Puerto Rico. Nostalgia de un mundo mejor, op. cit., p. 49.

9 María Zambrano, Isla de Puerto Rico, nostalgia de un mundo mejor, op. cit.,p. 31.

10 María Zambrano, La tumba de An tígona. Catedral Editorial, 2012.

11 Entrevista a María Zambrano, por Pilar Trenas. TVE2, programa “muy per sonal” (1988).

12 María Zambrano, Isla de Puerto Rico. Nostalgia de un mundo mejor, op. cit., p. 31.

13 Simone Weil, Echar raíces, Editorial Trotta, 1996, Madrid.

14 Carta a su madre y a su hermana, recogida en El exilio como patria, Juan Fer nando Ortega, Anthropos, 2014, pp. 15-26.

15 Cartas a Rosa Chacel, edición de Ana Rodríguez-Fischer, Ediciones Cátedra, Madrid, 1992.

16 El contrato sexual es una tesis de Carol Pateman. La tesis se basa en que los hombres a través principalmente del matrimonio pactaron el reparto y el acceso al cuerpo fértil de las mujeres y sus frutos.

17 María Zambrano, Isla de Puerto Rico, nostalgia de un mundo mejor, op. cit., p. 32.

18 Luisa Muraro, El Dios de las mujeres, traducción de María-Milagros Rivera Garretas, Horas y Horas, Madrid, 2006, p. 163.

19 Recogido por Luisa Muraro, en El Dios de las mujeres, op. cit., p. 164.

20 María Zambrano, Isla de Puerto Rico, nostalgia de un mundo mejor, op. cit, p. 32.

21 María-Milagros Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, edición indepen diente, Madrid, 2020, pp.16-17.

22 María-Milagros Rivera Garretas, op. cit., p. 17.

23 Tomo esta idea de María-Milagros Rivera Garretas en su intervención en Granada, en La hora violeta, mujeres en re lación a través de la escritura, proyecto que he creado y que actualmente coordino, en enero de 2020.

24 María Zambrano, Para una historia de la piedad, “Aurora, Papeles del Seminario María Zambrano” (2012), 64-70, p. 65.

25 Ana Silva Cuesta, “Abandonarse a la entraña. La influencia del flamenco en María Zambrano”, El salto. Diario, https://www.elsaltodiario.com/pensar-jondodescolonizando-andalucia/abandonarse-ala-entrana-la-influencia-del-flamenco-enmaria-zambrano

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La isla como pasaje sagrado a la incidencia

26 María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza Literatura, Madrid, 2008, p. 222.

27 María Zambrano, Isla de Puerto Rico, nostalgia de un mundo mejor, op. cit., p. 32.

28 María Zambrano, Isla de Puerto Rico, nostalgia de un mundo mejor, op. cit., p. 32.

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Sentir la democracia. María Zambrano: posibilidad de un nuevo humanismo

¿

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Cómo se crea la sociedad? ¿Qué necesi tamos para avanzar en un escenario que requiere memoria, reparación y futuro? Quizá, retos tecnológicos u otras formas de construcción diferentes, o también, la crea ción de redes que nos conecten y nos aproximen. Tal vez necesitemos unir cada uno de los pasos, pero si hoy pudiéramos preguntar a la pensadora española más importante del siglo XX, puede que, con gran acierto, nos sacara de duda posicionándonos en la nece sidad de ser más humanos. María Zambrano es una guía fundamental para entendernos en la época actual, y también, para saber conocer la historia. La filósofa, desde una profunda reflexión sobre el individuo y la sociedad, a través de su pensamiento oceá nico, nos invita a comprender al ser desde su hacer, a una observación que nos pone en comunión directa con la naturaleza del ser humano y a la que podríamos considerar orientación orgánica para la mejora del siglo XXI. Por lo tanto, el objeto principal de este texto es señalar la necesidad de situar el pensamiento de María Zambrano como uno de los ejes principales de una democracia mejorada que permita lo nuevo.

Y aproximándonos a ella desde el aná lisis de su época, yendo al siglo que vivió María Zambrano, encontramos que a pesar de estar marcado por la dureza existencial

del sufrimiento1, la filósofa, fue capaz de sumergirse en el corazón humano con el fin de entender las partes que lo conforman. Su pensamiento, recogido en una extensa obra literaria, muestra un acto valiente en la aceptación de las cosas, convirtiéndose, con amplia visión, en guía para entender a la sociedad actual. Se trata de una forma verdadera de comprender la vida, a la que podríamos identificar –principalmente– con el concepto de razón poética. La idea central de la reflexión zambraniana que da sentido y mejora a la democracia, y que nace del encuentro de sus dos amores, la filosofía y la poesía. La pensadora se detiene en una razón poética que resulta crítica con el pensamiento occidental dominante, seña lando como error inicial aquella expulsión que Platón hace de los poetas. Zambrano considera que la razón occidental ha crecido alejada de la intuición poética, y que por ello, ha olvidado la necesidad de equilibrio dejando en el tintero a la propia vida. Para la autora, se trata de un grave error que tiene como consecuencia la escisión radical entre lo filosófico y lo poético. Y como res puesta a la radicalización del pensamiento occidental, Zambrano se posiciona en la necesidad de unir el pensamiento y la vida con sus emociones, gestos y sentimientos. Su razón poética busca sacar a la luz la rea

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Sentir la democracia. María Zambrano: posibilidad de un nuevo humanismo

lidad para posicionarse en ella. Rescatar así las raíces del sentir que han sido obviadas por el entendimiento y por las corrientes del pensamiento occidental. Y así, con la palabra, Zambrano ilumina las ausencias sobre las que se ha construido la democracia.

En la mayoría de sus textos sobre el individuo y la colectividad, con firmeza, fundamenta las razones desde las que engranar aquello que parece no evolucionar un siglo más tarde: los gobiernos han de abrirse a la participación y, a la vez, no terminan de implicar a la persona que, desconocedora de su razón poética, no alcanza a conectar con los procesos de creación. En ello va la libertad, según Zambrano, cuando define a la democracia como “la conciencia que tiene el Estado para detenerse frente a la integridad de la persona humana”2. Y así, relacionada al pensamiento y a la experi mentación de la vida, la democracia, para Zambrano, significa entendimiento con el otro, un hábitat donde se da la naturalidad que deja ser a la persona. Cuando la define, lo hace como “la sociedad en la cual no sólo está permitido ser, sino exigido, ser persona”3. Y partiendo de esta idea, cabe pensar que desde ese entendimiento propio o desde ser la persona que toma conciencia de sí misma, la unidad que somos puede hallar el siguiente entendimiento con el igual para vivir así en colectividad.

Zambrano, arraigada en la tradición, sa bía innovar en su época. A través de la pala bra creadora, define su visión del individuo y de la sociedad que este habita. Y cuando usa el término poesía o palabra poética, lo hace tomando el sentido amplio de poiesis. Desde donde el concepto de crear, toma un claro significado de verdad, un modo que ya proyectaba su generación quedando, más tarde, como algo inacabado o interrumpido.

Era en el momento en que grandes grupos de personas desarraigadas de la religión, escépticas ante los usos y costumbres heredados, no sumergidas en su clase, ni siquiera en su patria, tenían necesidad de pensar y de saber. El momento en que la filosofía desciende y se hace asequible en formas tales como el estoicismo y el epicureísmo.

Afirmaba, María Zambrano cuando escribió acerca de la humanización del tiempo4. Ellos y ellas buscaban otra cosa, que anunciaba la pensadora: “Encontrar la me dida justa, la proporción según la cual la convivencia fuese efectiva, viviente, según la cual España fuese un país habitable para todos los españoles”5. La filósofa no quería que se llevaran la libertad por la que su generación había luchado, negándose por ello a que les arrebataran cuanto habían construido.

La madurez de la pensadora es tem prana y se aprecia en el compromiso que adquiere por la vida que le toca vivir. Y oceánica en la observación de la sociedad, se detiene en el ser humano, en la colectividad que este va construyendo, y también, en señalar las necesidades de la convivencia. E influenciada por uno de sus principales maestros, Ortega y Gasset, va sintiendo gran preocupación política por la situación europea y por la crisis de la democracia. Una prueba fehaciente de ello, fue la redacción, desde la Isla de Puerto Rico, de una de sus obras más señaladas, Persona y democracia (1958). En ella, la filósofa, implicada desde una verdad que sentía rotunda, se cuestiona el desarrollo de un individuo que se halla perdido en la racionalidad que abandona a la experimentación creadora del sentimiento poético. En el texto, la escritora muestra su incomprensión ante la negación del cora

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zón en los procesos de creación. Y crítica, se muestra alejada de una democracia que arde racionalizada, ocultando la poesía de su existencia. Persona y democracia es, sintetiza Zambrano, un testimonio de lo que pudo ser la historia y no ha sido: un triunfo glo rioso de la vida.

Para su entendimiento, como para el de otros creadores de su generación, vivir era un acto que solo adquiría verdad y ple nitud cuando se daba un compromiso con el propio deber, con el ser. Porque sin él, la vida tan solo serviría sin contener valor. Y así, llevándole a vivir a contracorriente de su tiempo, Zambrano iría asumiendo su trabajo en la construcción del puente que debía unir el deseo interior con el deber exterior. “No era posible permanecer apartados, separados de problemas tan profundos e inmediatos”6. La crisis que sufre la demo cracia será un asunto que le preocupe y del que se haga cargo durante su vida. Inquieta y desde una mirada que ansía libertad, en 1940, podríamos situar a Puerto Rico como a uno de los escenarios principales desde donde se intensifica su conciencia y el lugar donde sus reflexiones se van haciendo más profundas. Porque, frente a una Europa que se agota por la amenaza de los totalitarismos, Zambrano exilia a América para encontrar refugio mientras observa desde lejos la crisis europea. Y en Puerto Rico, a pesar de estar acompañada por la escasez y la soledad, la filósofa contempla nostálgica la devastación de su continente de origen, mientras, a la vez, va girando la mirada hacia la esperanza por un mundo mejor:

Y de ahí que la isla sea siempre evasión, lugar en donde queremos re cluirnos cuando el espectáculo del mundo en torno amenaza borrar toda imagen de nobleza humana; cuando nos sentimos próximos a la

asfixia por falta de belleza y sobra de podredumbre de todas clases7.

Zambrano llega a Puerto Rico en condi ción de exiliada y sus principales compromi sos con la isla son docentes en la Universidad de Río de Piedras. Compromisos que más tarde se irán haciendo frecuentes a pesar de las dificultades que encuentra marcadas para naturalizar su trabajo en la Isla8

En la estancia insular, Zambrano hace una revisión intensa desde la catacumba La pensadora insiste, desde el aislamiento, “en que tenemos que excavar en nuestro pasado para que no se nos arrebate nuestro porvenir”9. Podríamos pensar que la filósofa reafirma su idea del significado de democra cia durante el tiempo de exilio.

Entre sus amigos del lugar destaca la relación intelectual con Luis Muñoz Marín (1898-1964), quien fuera gobernador de Puerto Rico y creador del Estado Libre Aso ciado10 . Se trataba de una relación que, según el historiador Jose Luis Abellán11, podría haber nacido de la preocupación compar tida por la situación de la democracia. En el caso de la pensadora, más enfocado a su cavilación por la crisis europea dando como resultado su libro Persona y democracia, pu blicado en Puerto Rico por el Ministerio de Instrucción Pública. Y así, desde preocupa ciones compartidas, la pensadora participa activamente en documentos que proyectan la democracia de Puerto Rico. Muñoz Marín rubricaría un documento titulado “Pensan do en la democracia con MZ –sobre RP–. Se trata de un escrito que carece de fecha y que parece no admitir dudas en cuanto a la siglas. En el documento, según señala Abellán, podemos encontrar las ideas arraigadas de Zambrano en cuanto al significado de democracia: la crisis, la dimensión histórica y el sentido procesal de todo lo humano. Algo que lleva a la filósofa a definir a la demo

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Sentir la democracia. María Zambrano: posibilidad de un nuevo humanismo

cracia como un régimen progresivo y abierto a la reforma, estrechamente vinculado a la capacidad de creación del ser humano que ha conseguido ser persona más que individuo. Pues, para la pensadora: [...] la persona es algo más que el individuo; es individuo dotado de conciencia, que se sabe a sí mismo y que se entiende a sí mismo como valor supremo, como última fina lidad terrestre y en ese sentido era así desde el principio; más como futuro a descubrir, no como realidad presente12.

Zambrano insiste en la importancia de la conciencia, de tener conocimiento de algo y de, al mismo tiempo, conocer todo cuanto rodea y concierne a ese algo. Y aunque le in teresa la conciencia en su significado general, el concepto de conciencia que más analiza es el de “conciencia histórica”. Aquella que es capaz de contar a la persona lo anterior para crear, desde lo participativo e inclusivo, un mejor porvenir, una sociedad que sea más humanizada que su historia. La filósofa, desde su exilio, proyecta una sociedad que adquiera conciencia de los acontecimientos pasados y presentes con el afán de compren sión, ya que el hecho de hacerlo -señala-, nos libera del peso del destino convirtiéndonos en una comunidad creadora y planetaria, que guiada, sepa buscar un nuevo destino.

En sus múltiples sentidos, la filósofa andaluza también se detiene en el concepto del tiempo, en la continuidad y herencia, en la consecuencia y transformación. Aunque el tiempo que más le interesa es el de convivencia social, algo que considera necesario para hacer política. Ya que para ella, la política está hermanada con la historia y solo cobra sentido en el tiempo en que se da la sociedad, porque “toda política supone idealmente una conciencia histórica, es su

alumbramiento, se dirige a un futuro, lo crea”13.

Su visión, tanto del individuo, como de la sociedad, de la política y de la demo cracia es que nacen como algo inacabado, y precisamente por esa condición, Zambrano cree que poseen la capacidad de reinventar se, porque tienen su propia historia y una cultura capaz de avanzar desde la acción que concilia y desde la que dibujar el laberinto de la esperanza humana14. Para la filósofa, la creación implica conocimiento y acción. Primero, desde el pensamiento que nacerá ya errante y que, desde la experiencia, se irá convirtiendo en la acción creadora capaz de dibujar la senda hacia el horizonte. Siendo esos caminos experienciales los que creen la cultura, un hecho que trae acompañado una nueva época de plenitud capaz de convertir la historia trágica en historia ética.

Y así, desde un posición mediadora que busca conciliación, podemos pensar que Zambrano siempre anheló una sociedad con amor compartido, que fuera sujeto de un proceso de realización humana. Y frente a la nueva forma de construirnos tras las crisis, quizá es momento, como señala la filósofa, de adoptar nuevos métodos para construirnos como personas y como ciuda danos. Tiempo de otras propuestas sociales, políticas e intelectuales que mejoren nuestra condición humanamente empobrecida, de poder sentir la democracia. Y para ello, la autora, en Hacia un saber sobre el alma afirma que “cada época se justifica ante la historia por el encuentro de una verdad que alcanza claridad en ella” y, acto seguido se pregunta: “¿Cuál será nuestra verdad?”. A lo que podemos responder que nuestra verdad es nuestra cultura. Una medida en la que el individuo vaya siendo persona para poder ir creando. Algo que para Zambrano, resulta como el testigo de cuanto fuimos y espejo

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para sernos en el presente y generar futuros conjuntos, pues como afirma la filósofa, “la cultura es un modo de estar en el mundo”.

A veces, algunas palabras que han sido ignoradas, cuando se ordenan, alcanzan un eco que dura siglos. La palabra de María Zambrano siempre dio sentido al afirmar que la política debe ser parte inexcusable de la cultura y, a la vez, ingrediente fundamental de una “actitud de reforma, creación y revolución”. A pesar de estar escrito en 1958, Persona y democracia, muestra una actualidad sorprendente en el tiempo que nos vive. “Se podría pues creer que muere nuestra cultura, especialmente en su núcleo occidental y más antiguo: Europa. Más podría ser todo lo contrario: un amanecer. Probemos a verificar esta hipótesis”15, como afirma la filósofa española más importante de nuestro tiempo a la que hemos de agra decer el recuerdo de cuanto nos es necesario para sentir la democracia: el amor.

Notas

1 Zambrano sufrió las consecuencias de las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco, de las guerras y el exilio, viviendo los riesgos y las secuelas sociopolíticas de los sistemas dictatoriales.

2 Zambrano, M. Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, Madrid, Vaso roto, 2017, pág. 42.

3 Zambrano, M. Persona y democracia: La historia sacrificial. Anthropos, 1988, cit., pág. 133.

4 Ibídem cit., págs. 21-22.

5 La cita es de  Delirio y destino, que apareció en 1952 y que trata de “los veinte años de una española”. María Zambrano invita a asomarse a la intimidad de la vida y al trabajo incesante de una mujer cuya trayectoria resume, como pocas, el afán de

libertad que atrapó a todos esos españoles que combatieron la dictadura de Primo de Rivera y que anhelaban la llegada de la República.

6 Zambrano, M. La alianza de intelec tuales antifascistas, Tierra Firme, nº4, 1937, pág. 610.

7 Zambrano, M. Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, Madrid, Vaso roto, 2017, pág. 32.

8 “El profesor Sebastián Fenoy se pregunta por los altibajos de la presencia de Zambrano en tierras borinqueñas, a la vez que da referencias de las dificultades para lograr visados de entrada por parte de Estados Unidos; el autor apunta como causa el compromiso de la filósofa con la República española”. Rogelio Blanco en Islitas de espe ranza. Prólogo de presentación de Rogelio Blanco para Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor. Madrid, Vaso roto, 2017

9 Zambrano, M. Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, Madrid, Vaso roto, 2017, pág. 63.

10 Acción política que garantizaba la disminución de la situación colonial de la Isla e introducía en ella niveles de democra cia hasta entonces desconocidos.

11 Abellán, José Luis. El exilio como constante y como categoría. Biblioteca Nueva, 2001, pág. 165.

12 Zambrano, M. Persona y democracia: La historia sacrificial. Anthropos, 1988, cit., pág. 103.

13 Zambrano, M. Horizonte del libe ralismo, Morata, Madrid, 1996, pág. 204.

14 Zambrano, M. Persona y democracia: La historia sacrificial. Anthropos, 1988, cit., pág. 34.

15 Ibídem cit., pág. 40.

EXÉGESIS Dossier 52

Las paradojas del liberalismo

Desde

sus primeras colaboraciones del año 28 en la sección «Aire Libre» del periódico madrileño El Liberal, Zambrano toma como punto de partida de su pensamiento la constatación de una doble crisis: por un lado, una crisis económica, política, social y cultural que viene aquejando a España desde finales del siglo XIX; y, por otro, una crisis mucho más amplia que afecta a la totalidad de la cultura europea y que supone el agotamiento del modelo explicativo de la razón sistemática idealista. En el marco de esta crisis bifronte, comienza Zambrano su andadura filosófica, atisbando ya la llegada de una nueva época, marcada por un fuerte impulso renovador. Tanto la autora, como buena parte de sus compañeros de generación, consideran como su principal tarea la construcción de un nuevo momento histórico, de una «nueva España» y también de una nueva Eu ropa. Esta es la sensibilidad que comparten los integrantes de esta joven generación universitaria, que hace aparición en la vida pública española en torno al año 271 y que está marcada por un fuerte anhelo innova dor que busca la apertura de un marco de libertades, cerrado por el gobierno opresivo de la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía de Alfonso XIII.

Desde este espíritu innovador, partien do del supuesto de la libertad como a priori de toda organización política y del claro convencimiento de la democracia como único sistema político en que esa libertad es respetada, Zambrano se lanza en su primer libro, Horizonte del liberalismo (1930), a un análisis de los fundamentos ideológicos de la política liberal para desentrañar las causas de sus paradojas o contradicciones, paradojas que han llevado a poner en peligro su supervivencia. Frente a la opinión de la mayoría de pensadores que considera al liberalismo como un ideario político total mente periclitado, la autora defiende que este aún tiene algo importante que aportar a la sociedad europea contemporánea, pero está falto de una profunda reforma que acabe con sus contradicciones internas. Es más, Zambrano defiende como todavía válidos los dos presupuestos fundamentales en los que descansa la política liberal: por un lado, la fe en la libertad del hombre, en los resultados de su acción, junto a la creencia en el cambio y en la historia como lugar de desarrollo del ser humano y de la sociedad, y, por otro, el aprecio de los altos valores del espíritu, esto es, de una cultura aristocrática presidida por la sabiduría y la nobleza.

El problema del liberalismo estriba en que, partiendo de estos adecuados supuestos

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teóricos, incurre en dos terribles paradojas que traicionan su propia ideología. Estas dos paradojas, una económica y otra moral, cabría formularlas del siguiente modo: en primer lugar, la paradoja económica se produce por el hecho de que el liberalismo, tomando como punto de partida una creen cia ciega en los frutos de la libre actuación humana y defendiendo la libertad como el valor supremo, conlleva, sin embargo, un sistema económico que fomenta la esclavitud y unas profundas desigualdades sociales. La economía liberal promueve la división de la sociedad en dos clases clara mente distanciadas: por un lado, una élite intelectual –la aristocracia espiritual– que disfruta de las ventajas de la libertad, te niendo como principal ocupación el cultivo de toda tarea intelectual que enaltezca el espíritu; y de otro, una gran masa anónima de trabajadores que, viviendo en condicio nes insalubres y paupérrimas, carga sobre sus espaldas la responsabilidad de mantener económicamente la sociedad, sin disfrutar de las conquistas alcanzadas por esta cultura aristocrática. Nos enfrentamos, por tanto, a una dicotomía entre, «por un lado, los altos valores espirituales, culturales, que hay que salvar y acrecentar. Por otro, el espectáculo de la esclavitud efectiva de inmensas masas humanas, sustentadoras de la aristocracia que crea la cultura»2. Como vemos, la li bertad de unos pocos se fundamenta en la esclavitud de la mayoría. De ahí la terrible y dolorosa primera contradicción de la doctrina liberal que deja expresada la autora en la siguiente sentencia: «El liberalismo se asienta sobre la esclavitud, y solo sobre ella puede alcanzar su perfección»3.

Esta paradoja económica nos enfrenta al dilema de tener que escoger entre una cultura que persigue el desarrollo de los altos valores espirituales, sostenida por una

minoría elitista y que se asienta sobre la esclavitud de la mayoría, o una democracia económica que acabe con las desigualdades sociales, a costa de sacrificar esta aristocracia espiritual. Si optamos por la primera opción, nos damos de bruces con el problema de la alienación económica inherente al libre comercio capitalista, promovido por el li beralismo; si, en cambio, optamos por una democracia económica en la que se dé un reparto más equitativo de la riqueza y una mayor igualdad social, corremos el peligro de desembocar en una cultura totalmente pragmática, presidida por el lema de la utilidad y dominada por la razón científicotécnica: «Si triunfa la cultura burguesa nos amenaza el más completo paganismo. Si triunfan los anhelos de las masas, un ciego pragmatismo»4

La situación es verdaderamente dramáti ca, aunque no menos que esa otra situación a la que nos conduce la segunda paradoja del liberalismo, la paradoja moral. Esta radica en lo siguiente: el liberalismo, partiendo de una moral autónoma que promueve la realización de los derechos universales del hombre, deviene, en cambio en una ética minoritaria, propia de una élite intelectual –única capaz de responder a las duras exigen cias de esta moral del deber–, dejando, en cambio, desasistida en su problemática vital a la inmensa mayoría de los hombres que no sintoniza con esa fría moral racionalista, tan alejada de sus preocupaciones cotidianas y de sus angustias existenciales. Se trata de una ética que nace con una vocación universal y que se convierte, en cambio, en la ética de unos pocos privilegiados, en la ética de una minoría. «La moral humana del liberalismo elude al hombre verdadero, a sus problemas efectivos de sentimiento. Elimina al hombre en su verdadera y humilde humanidad, dejando de él una pura forma esquemática»5.

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Las paradojas del liberalismo

La autora califica a esta moral autónoma, formulada por Kant y sustentada en el im perativo categórico, como una «moral de élite», de la que «quedan al margen todos los conflictos del vivir de cada día, todos los anhelos que mueven en cada hora nuestro corazón y ese último anhelo del destino individual, de la salvación mortal» 6. Es una ética, pues, que deja desamparado al hombre en la difícil tarea de orientarse en la existencia, al no ofrecerle ninguna tabla de salvación ante las incertidumbres inherentes a la experiencia vital. Más bien lo contrario, esta «ética activista norteña» –como la denomina Zambrano– no solo no ayuda a calmar y equilibrar nuestras pasiones, sino que exige su sacrificio para que la conducta humana se deje conducir únicamente por preceptos racionales. Hay que extirpar el sentir para que nuestra actuación no se desvíe nunca del recto camino que traza nuestra razón. Tan solo siguiendo esta senda, se puede lograr la excelencia humana, la virtud, y, por tanto, la salvación. La moral del liberalismo cifra, pues, únicamente en la razón la salvación humana, y, por cifrarla exclusivamente en ella, acaba destruyendo a la humanidad misma, al exigirle el sacrificio de su dimensión pática:

Lo que tenemos que sacrificar de nuestro ser en aras de la ética liberal es, por lo pronto, todo apetecer, todo ansiar, todo amar... los ins tintos, las emociones, las pasiones. Hay que dejar solo la voluntad, decretando inflexibles normas. Normas vacías, formales; vasos transparentes de los que se vertió el licor de la esperanza y en el que se prohíbe –bajo pena– verter otro7

El resultado que se sigue de esta moral ascética, que niega todo sentimiento, no es otro que la asfixia del alma, la negación

del espacio interior que imposibilita el de sarrollo pleno de la persona. «El error del liberalismo –comenta Zambrano– estriba en haber cortado las amarras del hombre, no solo con lo suprahumano, sino con lo infrahumano, con lo subconsciente. Este desdeñar los apetitos, las pasiones... este desdeñar la fe, el amor»8. Encontramos for mulado en estos últimos fragmentos citados, pues, una de las principales reivindicaciones del pensamiento zambraniano: la defensa de la dimensión pática o afectiva del hombre como lugar en el que la realidad se nos presenta más inmediatamente. Zambrano defiende desde el comienzo mismo de su andadura filosófica una imagen íntegra y total del hombre en la que se logre armoni zar sus diferentes dimensiones, como queda de manifiesto en la siguiente declaración: El sacrificar algo nuestro es cosa que hoy nos repugna. Partimos en nuestra moral viva, aun no vertida –ni falseada– en fórmulas; partimos, como de algo natural y primario, de que todos los aspectos de nuestra intimidad son legítimos y necesarios, y su mutilación nos parece un crimen9.

El liberalismo, pues, genera una so ciedad aristocrática en la que únicamente sale beneficiada una minoría, a costa de la degradación y el perjuicio de la mayoría, traicionando, de este modo, los valores democráticos. El balance que de esta frus trante situación nos hace Zambrano queda recogido en esta declaración:

La libertad seguía siendo –no en teoría, pero sí en la auténtica realidad– don de aristocracias; y, sin embargo, ya se llegaba a la disgregación. Los elegidos siguieron su olímpica carrera, abandonando a la masa, que todavía ignoraba su

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existencia. [...] Y esta es la situación en que hoy nos encontramos, que es el fondo del inmenso, gravísimo problema social que tenemos plan teado, y el origen también de tanto cansancio y desorientación como se observa en los individuos culti vados. En éstos, entumecimiento, cansancio, soledad estéril; en la masa, sed, violencia de palpitacio nes que piden cauce10

En conclusión, disgregación social. Esta situación insostenible que depara la política liberal encuentra su causa, su razón de ser, en la radicalización de los fundamentos teóricos que la sustentan. La doctrina li beral, al igual que toda ideología política, nace de una previa concepción ontológica y antropológica que la antecede, esto es, parte de una representación teórica del hombre y del mundo. En el caso concreto del libera lismo, este emana de dos fuentes distintas: por un lado, del racionalismo, y, por otro, del individualismo. «Es todo un cruce de corrientes ideales. Recoge por un lado la herencia de todo el nominalismo escotista medieval, y la protesta antidogmática del Renacimiento, su sed de razón y ciencia, para, en definitiva, destacar esta sola cosa: la prioridad del individuo»11. Si ambas fuentes se llevan a sus extremos, en un intento fuerte por reafirmarse en sus principios, corren el peligro de convertirse en sus contrarios. De este modo, si el racionalismo se radicaliza en sus presupuestos puede trastocarse en un irracionalismo, tal y como ocurrió en Europa con el idealismo poskantiano, que, de su excesiva fe en la razón, dio paso al movimiento romántico, caracterizado por la defensa de los aspectos más inconscientes del ser humano y por un exagerado gusto por lo enigmático y misterioso de la naturaleza.

Zambrano describe la evolución sufrida por esta ideología: Comenzó la corriente afirmando la primacía del individuo, sí; pero de un individuo ente de razón, sujeto de razón –como se ve en la moral kantiana–. Mas habiendo hecho converger la atención hacia él, hundió el análisis de su bisturí. Descendiendo, profundizando por las oscuras galerías, se halló –otra vez como en el siglo XIV– que la médula del ser individual no es ya el intelecto –sede de la necesidad–, sino de la voluntad –sede de la libertad–. Y descendiendo aún más, se buceó en el sentimiento, en las pasiones; y, más tarde, sumergién dose más y más penosamente por la espiral del subterráneo laberinto, hacia abajo, hacia los instintos, y aún más, hacia lo subconsciente12. De otro modo, la defensa exacerbada del individuo frente a la sociedad puede conducir hacia un anarquismo, en el que el sujeto acabe destruyendo su dimensión so cial. Esta relación dialéctica entre individuo y sociedad sigue el siguiente curso: Primero, en la Edad Media, someti do a organismos supraindividuales; desde la protesta del Renacimiento, reconocido independiente en sus relaciones religiosas; más tarde, con la ética kantiana, autónomo en moral; con la Revolución Fran cesa, fuente de derecho, si bien perteneciendo todavía a la colec tividad, integrando una comunidad humana. Pero después, a medida que el individuo cobraba relieve, ya no solo fue independiente, sino árbitro, y no solo árbitro, sino único13.

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Las paradojas del liberalismo

El individuo, por conquistar denodada mente su propio espacio, termina destruyén dose a sí mismo, al no reconocer ninguna instancia supraindividual que garantice sus derechos individuales. En ambos casos, Zambrano llama la atención sobre el hecho de que en toda teoría hay intrínseca una naturaleza dialéctica que deriva en su con trario. Según este presupuesto, toda ideología tendría este mismo desarrollo histórico: primero, se encontraría en una fase en la que define y aclara sus postulados; después, vendría una segunda, en la que se reafirma y afianza en los mismos y, como consecuencia de ello, una tercera fase de dogmatización que conlleva una radicalización de sus ideas que la situarían en el extremo opuesto de su punto de partida. Toda tesis, lleva implícita, pues, su antítesis; toda afirmación acarrea su negación.

Esta misma estructura dialéctica la descubre la autora en el liberalismo al ex poner, como hemos visto, las dos paradojas inherentes a su doctrina: la económica y la moral. Pero ambas comparten una misma raíz que Zambrano sitúa en una paradoja previa a ambas y que podríamos denominar como paradoja metafísica, que apunta hacia el problema metafísico agazapado en la epistemología racionalista fundamentadora de la doctrina liberal. Esta paradoja reza así: la conquista del espacio propiamente humano como fruto del ejercicio denodado de la libertad y de la voluntad humana implica la escisión del hombre del orden natural y sobrenatural, convirtiéndose en un heterodoxo cósmico acosado por su propia soledad; o, dicho de otro modo, la afirmación del hombre, llevada a su extremo, conduce justamente a su contrario, esto es, a la negación del individuo al destruir su arraigo ontológico:

La intención, la significación profunda del liberalismo, fue sin duda la liberación del hombre; representó la máxima confianza, la fe más intensa en lo humano, y al mismo tiempo la exclusión más absoluta de todas las fuerzas no humanas. En consecuencia: sole dad; soledad del hombre frente al inmenso mundo14.

El liberalismo, «al destacar lo humano lo privó de un modo total y absoluto de la comunicación con la naturaleza, que crea y sostiene. Y de ahí su infecundidad15. Será esta soledad humana, que adviene de la negación de toda alteridad, la que im plica la destrucción de la libertad misma, pues desarraigado de la naturaleza y de lo sobrenatural, el hombre no encuentra ningún fundamento metafísico a su liber tad, trastocándose en una libertad ficticia, asentada en el vacío. Paradójicamente, la absolutización de la libertad trae consigo su propia anulación.

El fracaso del liberalismo lo sitúa, pues, la autora no en sus supuestos teóricos de partida –supuestos que, como ya hemos mencionado, los considera todavía válidos–, sino en la radicalización de los mismos que dialécticamente llegan a transformarse en sus opuestos. Esta paradoja metafísica en cuentra su raíz en el optimismo cognoscitivo que acompaña a la teoría racionalista, que aúna dos grandes creencias: por un lado, una fe ciega en el hombre y en el poder de su razón, y, por otro, la firme creencia en la estructura racional del mundo, esto es, en que lo real en su totalidad puede ser traducido por nuestra razón a esquemas conceptuales. De ambas creencias, fundadas por la filosofía racionalista, se deriva la idea de un sujeto fuerte que, ensoberbecido en las posibilidades de su razón, se autodetermina

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no solo como sustrato epistemológico de lo real, sino que, yendo todavía más lejos, se autoproclama fundamento ontológico de todo cuanto existe. Este sujeto fuerte, que comienza a perfilar sus contornos en la ética kantiana y llega a su culminación en la figura del Yo absoluto postulado por el Idealismo alemán, usurpa el papel de Logos Creador desempeñado por Dios en la tradición cristiana. Se trata, comenta Zambrano, de «la suprema soberbia y suprema dinamicidad del hombre que convierte el acto del conocimiento en acto creador»,16 y que tan bien refleja ese sujeto autónomo kantiano que fía en su sola voluntad y en el fruto de su acción su propia salvación. Frente a la providencia divina, se considerará el único artífice de la historia, el único hacedor del destino humano, emancipándose de este modo, no tanto de la existencia de Dios, como de la intervención de la divinidad en los asuntos humanos. No hay más dueño y señor del hombre que él mismo, superando todo obstáculo interpuesto a su libertad. Con ello, se rompe todo trato también con el orden sobrenatural, al ocupar el lugar reservado a la divinidad. A este respecto, recuerda Zambrano la famosa frase de Kant: «los racionalistas han dejado a Dios cesante».

La conclusión de todo este proceso es el solipsismo humano, que niega carta de existencia a todo aquello que no se sitúa en su mismo plano ontológico, por no some terse a los dictados de su razón. La tiránica identidad que establece el racionalista entre el ser y el pensar excluye del reino del ser a todo lo otro, aquello que está por encima o por debajo de la razón, lo supraconsciente y lo subsconsciente, quedando el hombre aislado:

El liberalismo es la máxima fe en el hombre y, por lo tanto, la mínima en todo lo demás. Llevó al hombre

a creer en sí mismo y lo llenó de du das acerca de todo lo que no era él. Le inspiró la máxima confianza en sus fuerzas y lo dejó navegando solo y sin guía en su pobre cáscara de nuez. Le dio a luz, y le separó de la placenta en que se asentaba en el universo. Rompió su unidad, su solidaridad cósmica y vital, que solo el instinto o el amor propor ciona17

La solución que nos brinda Zambrano para esta angustiosa situación es la siguiente: desde un punto de vista económico, pro pone, como alternativa al capitalismo despiadado liberal, una democracia económica en la que esté garantizado un reparto equita tivo de la riqueza; y, desde el punto de vista moral, sugiere la defensa de la libertad en todos sus órdenes, pero que sea una libertad «que no rompa los cables que al hombre le unen con el mundo, con la naturaleza, con lo sobrenatural. Libertad fundada, más que en la razón, en la fe, en el amor»18. Zambra no no cesa de insistir en esta primera obra –y en otras muchas de su larga producción– en que la libertad humana no es posible si no está enraizada en algo necesario, en un trozo de tierra firme que le sirva de fundamento ontológico. Si la conquista de la libertad hace que el individuo se desarraigue del universo, entonces pierde su base metafísica, transformándose en una libertad en el vacío, en una falsa libertad que acaba por destruir al propio sujeto.

Tempranamente, pues, vislumbró Zambrano que la solución al nihilismo contemporáneo pasaba necesariamente por volver a trazar los puentes que nos unen con las diferentes dimensiones de lo real, puentes que únicamente puede erigir el amor como sentimiento que nos conmina al encuentro con la alteridad.

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Pero antes de abandonar el análisis de esta primera obra zambraniana, he de dejar apuntado un aspecto fundamental que nos permite seguir enmarcando el pensamiento de la autora dentro de su contexto cultural más inmediato: Horizonte del liberalismo su pone, por un lado, un claro distanciamiento del raciovitalismo de Ortega y, por otro, la proximidad de Zambrano a la filosofía nietzscheana. Analicemos este asunto.

La crítica del Idealismo que lleva a cabo Zambrano en Horizonte del liberalis mo es deudora claramente de la crítica del Idealismo realizada por Ortega en El tema de nuestro tiempo (1923) y, sobre todo, en ¿Qué es filosofía?, título que recoge el curso universitario impartido por el filósofo en 1929 en la Universidad Central, y, una vez cerrada ésta por las sucesivas revueltas políti cas estudiantiles, continuado en la Sala Rex, y finalizado, ante la afluencia de público, en el teatro «Infanta Beatriz». Recordemos que Zambrano, según ha relatado en Delirio y destino, asistió a dicho curso, y que durante este período es posible que se encontrase redactando Horizonte del liberalismo, publi cado un año más tarde. No es de extrañar, pues, la influencia de Ortega en el tono que adopta Zambrano para desbancar a la filoso fía idealista, llegando, incluso, a utilizar los mismos términos y expresiones empleados por Ortega para tal cometido. De ahí la utilidad de realizar una lectura paralela de Horizonte del liberalismo y ¿Qué es filosofía?, para contrastar sus respectivas críticas de la filosofía idealista. Como punto previo, he de advertir que nuestra comparación únicamente se centrará en este aspecto, dejando de lado toda comparación del ideario político de ambos autores.

Resumiendo muchísimo los principales puntos de la crítica orteguiana a la filosofía racionalista e idealista expuesta en esta obra,

hemos de comenzar señalando la denuncia que hace el filósofo del reduccionismo de lo real operado por el Idealismo, al destacar la subjetividad como hecho primario del uni verso que circunscribe la realidad al espacio de la conciencia. Esta actitud impositiva de la racionalidad moderna descansa en lo que Ortega denomina «optimismo gnose ológico», refiriéndose con este término al supuesto fundamental de la identidad entre la estructura del ser y la estructura del pensar (recordemos que Zambrano utiliza en Hori zonte del liberalismo este mismo término, sin citar nunca la fuente, para designar este axioma del Idealismo). Tal identidad convierte las cosas en meras ideas, haciendo de la realidad pura idealidad y alejando, con ello, la razón de la vida espontánea. Leamos las palabras de Ortega: Desde Descartes, en efecto, la filosofía, al dar ya el primer paso, se dirige en dirección opuesta a nuestros hábitos mentales, camina al redropelo de la vida corriente y se aparta de ella con movimiento uniformemente acelerado, hasta el punto de que en Leibniz, en Kant, en Fichte o en Hegel llega a ser la filosofía el mundo visto del revés, una magnífica doctrina antinatural que no puede entenderse sin previa iniciación, doctrina de iniciados, sabiduría secreta, esoterismo. El pensamiento se ha tragado el mundo: las cosas se han vuelto meras ideas19

La consecuencia terrible que se sigue de ello es la soledad humana por haberse el hombre desarraigado del mundo. Aunque es largo, nos conviene reproducir entero el fragmento orteguiano para poderlo más tarde comparar con otro de Zambrano:

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[...] si la conciencia es intimidad, si es verse y tenerse a sí propio –será trato exclusivo consigo mismo. Descartes, consecuente, aunque sin última claridad, corta las ama rras que nos unen y mezclan con el mundo, con los cuerpos, con los demás hombres, hace de cada men te un recinto. Pero no subraya lo que esto significa: ser recinto no quiere decir solo que nada externo puede penetrar en el alma, que el mundo no nos envía su realidad enriqueciéndonos con ella, sino, a la vez, significa lo inverso: que la mente solo trata consigo misma, que no puede salir de sí misma, que la conciencia no es solo recinto, sino que es reclusión. Por tanto, que al encontrar el verdadero ser de nuestro yo nos encontramos con que nos hemos quedado solos en el Universo, que cada yo es, en su esencia misma, soledad, radical soledad20

Este diagnóstico orteguiano sobre la filosofía racionalista e idealista coincide, incluso en el uso de los términos (compá rense las expresiones que he puesto en letra cursiva en ambos textos), con el balance que hace Zambrano del liberalismo racionalista que hemos expuesto más arriba.

De este modo, ambos autores coinciden en señalar como principal error del raciona lismo el haber arrancado al ser humano del mundo, y dejarlo recluido en su angustiosa soledad. Ante tal situación, Ortega propone como la tarea fundamental de su tiempo la superación del idealismo, algo que solo es posible arraigando, de nuevo, la razón en la vida, lo que permitirá que el hombre vuelva a tratar con las cosas en torno, con aquello que nos rodea, con nuestras «cir

cunstancias», pues la realidad, desmintiendo el principio de identidad idealista, no es un mero reflejo de las ideas de un sujeto pensante, sino aquello que desconocemos, que se nos presenta como misterio que hay que resolver:

[...] el yo es intimidad, es lo que está dentro de sí, es para sí. Sin embargo, es preciso que, sin perder esa intimidad, el yo encuentre un mundo radicalmente distinto de él y que salga, fuera de sí, a ese mundo. Por tanto, que el yo sea, a la vez, íntimo y exótico, recinto y campo libre, prisión y libertad21

El raciovitalismo orteguiano supone, en este sentido, un intento de librar al hombre del solipsismo idealista y la propuesta de un nuevo concepto de ser que apuesta por la vida como realidad radical, entendiendo por esta la coexistencia de un yo y sus cir cunstancias:

[...] al buscar con todo rigor y exacerbando la duda cuál es el dato radical del Universo, qué hay indudablemente en el Universo, me encuentro con que hay un hecho primario y fundamental que se pone y asegura a sí mismo. Este hecho es la existencia conjunta de un yo o subjetividad y su mundo. No hay el uno sin el otro. Yo no me doy cuenta de mí sino como dándome cuenta de objetos, del contorno. Yo no pienso si no pi enso cosas –por tanto, al hallarme a mí hallo siempre frente a mí un mundo [...]. Por tanto, el dato radical e insofisticable no es mi existencia, no es yo existo –sino que es mi coexistencia con el mundo22.

Traigamos a colación, por lo oportuno de las palabras, esa sentencia tan citada de

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Las paradojas del liberalismo

Ortega perteneciente a El tema de nuestro tiempo (1923): «la vida es el hecho cósmico del altruismo, y existe solo como perpetua emigración del Yo vital hacia lo Otro»23. Zambrano, siguiendo la misma línea de su maestro, considera también que la superación del Idealismo pasa necesaria mente por una reforma de la concepción metafísica donde lo real excede el espacio de la conciencia. Recordemos que, para la autora, la realidad no se agota en el territorio del logos24, sino que está constituida por los diferentes planos de lo real situados más allá del plano ontológico del Yo, planos a los que la autora se refiere como «lo otro». El hombre tiene que tratar necesariamente con eso «otro», con esa realidad extramen tal, en tanto que es aquello que constante mente le ofrece resistencia, y este diálogo dramático del hombre con «lo otro» es a lo que Zambrano llama «vida», considerada también como realidad radical. El término vida aparece siempre utilizado en Horizonte del liberalismo como esa realidad primera, caótica, espontánea y cambiante con la que se enfrenta el hombre a cada momento y, dependiendo del trato que tenga con ella, se constituyen las diferentes concepciones po líticas: la política conservadora será aquella que paralice y anule la vida, al someterla a unos dogmas teóricos inamovibles, mientras que la política revolucionaria, defendida por Zambrano, es aquella que ama tanto el dinamismo de lo vital, que no quiere verlo estrangulado en estructuras perennes, sino mantenerlo activo gracias a la transitoriedad y accidentalidad de toda forma política. Desde esta apuesta por lo vital, la autora considerará necesario, para superar el individualismo al que nos ha conducido el liberalismo racionalista, una salida del hombre de su recinto amurallado y una

apertura hacia lo otro, hacia esa realidad situada más allá de tal recinto.

Hasta aquí, los planteamientos de Ortega y Zambrano son convergentes y, haciéndose eco del vitalismo nietzscheano, coinciden en el planteamiento del problema respecto a la crisis que atraviesa Occidente: el racionalismo-idealismo ha desarraigado al hombre del mundo, recluyéndolo en la soledad de su mente, y para escapar de tal situación es necesario una «vuelta a la tierra», esto es, la asunción de la existencia de una realidad extramental con la que se debe de nuevo entrar en tratos. Además, la vida, en tanto diálogo dramático del hombre con esa realidad, necesita claridad y comprensión; de ahí que la filosofía, para ambos autores, asuma como principal tarea la clarificación de la estructura metafísica de la misma, la es pecificación de las categorías vitales. A partir de aquí, las filosofías de ambos pensadores comienzan caminos totalmente divergentes.

El primer punto de divergencia es triba en el diferente modo de concebir la relación del hombre con «lo otro», con esa realidad con la que tiene que habérselas. Para Ortega, la relación del hombre con las cosas en torno, con las circunstancias, está mediatizada por la razón, es decir, por el concepto. Ya en Meditaciones del Quijote (1914), el filósofo señalaba que el hombre se salva del caos del vivir espontáneo cuando interpreta conceptual y sistemáticamente sus circunstancias, cuando descubre el sentido de cada cosa, al atisbar su lugar en relación al Todo, y esto únicamente se puede lograr a través del concepto 25 . El entramado conceptual nos permite la plena posesión de la vida espontánea, ofreciéndonos la se guridad necesaria para vivir con una cierta tranquilidad. A esta interpretación racional de nuestra circunstancia es a lo que llamará más tarde Ortega «mundo», concretamente

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en el curso académico impartido en 1933 y recogido como libro bajo el título de En torno a Galileo.

El hombre, pues, necesita pensar para vivir, necesita construirse una interpreta ción racional de la realidad primaria para hacer del caos originario que constituye la existencia un cosmos. Para Ortega, la razón, en este sentido, y en contra de lo sostenido por Unamuno, colabora con la vida; es su principal aliada para que esta supere su original problematismo. De hecho, Ortega siempre ha considerado el pensamiento como una función vital, como un meca nismo de la propia vida para aumentar su ímpetu vital. Y, siguiendo en la misma línea, encomendará como principal tarea de la filosofía desentrañar la estructura metafísica de la vida, las categorías del vivir. En ¿Qué es filosofía? la define como el intento por lograr una interpretación sistemática de lo real, donde quede en evidencia el sentido latente de cada cosa y su puesto en el entramado de relaciones que constituyen la realidad: La filosofía es un enorme apetito de transparencia y una resuelta voluntad de mediodía. Su propó sito radical es traer a la superficie, declarar, descubrir lo oculto o vela do –en Grecia la filosofía comenzó por llamarse alétheia, que significa desocultación, revelación o desve lación; en suma, manifestación26.

Este afán de claridad, como máxima aspiración del pensamiento, lo resumía Ortega recurriendo a dos versos de Goethe: «Yo me declaro del linaje de esos / que de lo oscuro hacia lo claro aspiran»27

Contrariamente al filósofo madrileño, Zambrano, más cercana a Scheler y a Bergson, considera que la relación entre hombre y realidad no está mediatizada por la razón, por el concepto, sino por la intuición, esto

es, por una aprehensión inmediata de la realidad a través del sentimiento. Este será considerado por la autora, frente a la razón, como:

[...] la placenta del hombre con el mundo; y al mismo tiempo que sujeción, cable de la energía y de la gracia. Amarre y guía, ancla y estrella, cadena y escala luminosa, por donde nos baja en nuestro sueño la luz del mundo28. El sentimiento es el que nos facilita la comunicación con los distintos órdenes de lo real: permite elevarnos hacia el orden sobrenatural o divino («el orden de la gra cia») sin perder, por ello, el enraizamiento en el mundo, en el orden natural29. Nos capacita, pues, para ascender a un orden superior de comunicación con la divinidad (por eso, es guía, estrella, escala luminosa), al mismo tiempo que nos mantiene apegados a la tierra (de ahí que sea calificado a su vez como amarre, ancla, y cadena). Será, además, «el que nos proporciona un área segura en nuestra vida –previa al problema y a su posibilidad–, una zona hermética a la duda y al análisis, opaca al inquirir del pensador»30. La seguridad derivada de dicho sentimiento no puede ser jamás quebrantada por ninguna duda del pensamiento, pues se trata de una seguridad perteneciente a un orden previo al pensar; es una seguridad primaria, psicológica, anímica que solo se logra en el orden pático y que como falle, no puede remediarse con ninguna certeza racional. La verdadera angustia del sujeto adviene, pues, cuando se deja de tener esa seguridad primaria, y no cuando se tienen dudas intelectuales.

Esta exaltación zambraniana del sen timiento le conduce a una defensa encarnizada de la intuición, como el arma

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MERCEDES GÓMEZ-BLESA

Las paradojas del liberalismo

que debe usar el político revolucionario para captar las necesidades que requiere cada momento:

[...] la intuición es el arma del político –de todo político–, y aun más del político revolucionario.

Con ella se sabrá dar cuenta de la palpitación del tiempo, de las exigencias y cambios que cada hora trae consigo, de los diferen tes problemas, con micrométrica exactitud, con acelerada rapidez31.

A toda política revolucionaria le han de acompañar, según Zambrano, nece sariamente dos cosas: por un lado, un optimismo vital, una creencia ciega en los valores de la vida (la metamorfosis, el cambio, la reforma), y, por otro, e implícito en lo anterior, un pesimismo cognoscitivo, «una desconfianza de la razón» que se tra duce en: «saber irrealizable, el ensueño de agotar el inmenso mar de la realidad con la cantarilla de la inteligencia». La autora desmiente el principio de identidad entre el ser y el pensar, establecido por los raciona listas y desconfía de la supuesta estructura racional de la vida. Es más, para la autora, lo real no solo no se circunscribe al espacio de la conciencia, sino que la vida nunca será desvelada enteramente por la razón:

[...] las ideas son las sombras inertes que nunca nos podrán dar la auten ticidad de las cosas, y la vida jamás podrá conocerse en su totalidad, porque no es copia de ninguna estructura inteligible; es única, obscura e irracional en sus raíces32. Siguiendo este presupuesto, el político revolucionario, guiado por su amor a la vida, por su optimismo vital, ha de diferenciarse, principalmente, del político conservador, en su defensa de la intuición frente a la razón, poniéndose a salvo del peligro de

hieratizar la vida en la pétrea arquitectura de los conceptos.

Así, el planteamiento zambraniano no puede ser más opuesto al de su maestro Ortega. Si para este la seguridad vital se al canzaba a través de un esfuerzo racional para desentrañar el sentido oculto de cada cosa, fiando tal labor a la claridad del concepto, Zambrano, en cambio, cifra tal seguridad en el sentimiento y la intuición. Será esta la que nos proporcionará una plataforma segura desde la que lanzarnos a la realización de nuestro proyecto vital. Con ello, nuestra pensadora cae en un cierto irracionalismo que la aleja de Ortega y la aproxima, sobre todo en esta primera obra, a la filosofía de Nietzsche. La propia Zambrano es cons ciente de las huellas nietzscheanas de su pensamiento y, al resumirnos los principales puntos de su ideario político, acaba confe sando la presencia del pensador alemán en tales ideas:

En suma: afirmación de la vida, desconfianza de la razón, valor moral de todo lo que es aumento de vida, superación constante, aprove chamiento de dolor en beneficio de los valores positivos, heroísmo del individuo como encarnador de los valores vitales... Nietzsche, en fin, o algo de él33.

Notas

1 Véase el estudio introductorio de Jesús Moreno a Horizonte del liberalismo, titu lado «La política desde su envés históricovital: Historia trágica de la esperanza y sus utopías» (Madrid, Morata, 1996).

2 Zambrano, María , Horizonte del liberalismo. Madrid: Javier Morata, 1930, pp. 119-120.

3 Ibidem, p. 74.

4 Ibidem, p. 122.

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5 Ibidem, p. 87.

6 Ibidem, pp. 87-88.

7 Ibidem, p. 91.

8 Ibidem, p. 93.

9 Ibidem, p. 90.

10 Ibidem, pp. 108-109.

11 Ibidem, p. 105.

12 Ibidem, pp. 106-107.

13 Ibidem, p. 107.

14 Ibidem, p. 129.

15 Ibidem, p. 129.

16 Ibidem, p. 130.

17 Ibidem, p. 94.

18 Ibidem, p. 139.

19 Ortega y Gasset, José, ¿Qué es Filosofía?. Madrid: Revista de OccidenteAlianza Editorial, 1994, p. 129.

20 Ibidem, p. 132. El subrayado es mío.

21 Ibidem, p. 155.

22 Ibidem, p. 170.

23 Ortega y Gasset, José, El tema de nuestro tiempo. Madrid: Revista de Occiden te-Alianza Editorial, 1987 p. 130.

24 «La vida está por encima de la razón, por la que es inabarcable y a la que mueve como su instrumento. Para el idealista la vida es mera ansia de ser; las cosas, sombras de ideas. Para el que valora ante todo la vida, la relación se invierte; las ideas son las sombras inertes que nunca nos podrán dar la autenticidad de las cosas, y la vida jamás podrá conocerse en su totalidad, porque no es copia de ninguna estructura inteligible» (Zambrano, María, Horizonte de liberalismo, op. cit., p. 55).

Al atar el concepto unas cosas con otras, las fija y nos las entrega prisioneras» (Ortega y Gasset, José , Meditaciones del Quijote . Madrid: Revista de Occidente-Alianza Editorial, 1987, p. 68).

26 Ortega y Gasset, José, ¿Qué es filosofía?, op. cit., p. 91.

27 Ibidem.

28 Zambrano, María , Horizonte del liberalismo, op. cit., p. 69.

29 Esta distinción zambraniana de un orden de la gracia distinto del orden natural pone de manifiesto la fuerte inspiración cristiana de su pensamiento, que acentuará también la distancia respecto a su maestro Ortega, quien siempre hizo profesión de laicismo.

30 Zambrano, María , Horizonte del liberalismo, op. cit., p. 69.

31 Ibidem, p. 56.

32 Ibidem, p. 55.

33 Ibidem, p. 58.

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«El concepto expresa el lugar ideal, el ideal hueco que corresponde a cada cosa dentro del sistema de las realidades. Sin el concepto, no sabríamos bien dónde empieza ni dónde acaba una cosa; es decir, las cosas como impresiones son fugaces, huideras, se nos van de entre las manos, no las poseemos.

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María Zambrano y la reforma del concepto de razón

“El despertar privilegiado no ha de tener lugar necesariamente desde el sueño.

Puesto que sueño y vigilia no son dos partes de la vida, que ella, la vida, no tiene partes, sino lugares y rostros”. Lo escribía María Zambrano aún en su exilio nómada. La filosofía occidental ha dividido demasia do las potencias del pensar humano, y ha excluido las actividades más integradoras y creadoras del ser humano para imponer un modelo de razón única. María Zambrano desafió estas esencialidades zambulléndose en varias mitologías y tradiciones místicas. Sus libros, desde Nuevo liberalismo (1930) hasta el póstumo Esencia y hermosura (2010) fueron ahondando en estas subversiones.

El relato más insistente de la filosofía española del siglo XX es la reforma del concepto de razón o entendimiento. El primer pensador que desafió el orden posi tivista para aliarse con el modo metafísico de entender la vida fue Miguel de Unamuno. Julián Marías lo secundó en la medida que necesitaba construir un pensamiento para el ser humano concreto, en el sentido de la necesidad de que la metafísica no se alejara de los intereses biográficos del ser humano con nombre propio y existencia cotidiana. Hasta en sus últimos libros insiste una y otra vez en la necesidad de que la razón y la reflexión filosófica no se aparten de

la vida concreta de los lectores. La razón vital orteguiana le ayudó en este camino, y le permitió desarrollar su método. Por su parte, Eugenio d’Ors ampliaba las funciones atribuibles a la inteligencia para que no se limitasen a la corroboración de tendencias estadísticas y científicas: arte, religión y li teratura eran también razón. Pero fue María Zambrano quien planteó una teoría más alejada de la tradición inmediata, denunciando que la metafísica, tal y como había ido entendiéndose desde el siglo de Platón, era de naturaleza violenta, era un arrancar a la persona de sus intuiciones vitales directas para imponerle modelos únicos de interpre tación del mundo.

No es que, como Unamuno, se ahogara en el positivismo monista o ateo: es que ese ahogo procedía de las torsiones inaugurales del pensamiento filosófico, incluyendo tanto al ser imposible de Parménides como el destierro de la poesía por parte de Platón, y culminando en la razón angosta e interior de Descartes.

Todos odiaban el irracionalismo. Zam brano no quiso que su crítica al racionalismo se convirtiera en un azar de impresiones indisciplinadas. Ni su tono es el de los deses perados nietzscheanos ni pretendía perder el tiempo protestando, gesticulando, patalean do. Lo que cambió fue el sentido ascético de

ANDREU NAVARRA María Zambrano y la reforma del concepto de razón 65 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
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la búsqueda de la verdad por el retorno a la vía iluminativa, la de los pitagóricos, la del gran extático Miguel de Molinos y la de los grandes místicos españoles del siglo XVI, y a esa nueva razón, que desarrolló en 1939 en su volumen Filosofía y poesía, la llamó razón poética. Y no porque necesitara el verso o la divagación, sino porque encontraba la unidad a través de medios no únicamente racionales y disciplinarios. La verdad era como un claro en el bosque, encontrado ya hecho, de una pieza, y sin esfuerzo, una iluminación repentina que se producía sin haberla buscado, y sin impugnar la evidente diversidad y continuidad del mundo real.

En Claros del bosque, Zambrano había escrito: “La razón racionalista, esquema tizada, y más todavía en su uso y utilización que en los textos originarios de la filosofía correspondiente, da un solo medio de cono cimiento. Un medio adecuado a lo que ya es o a lo que a ello se encamina con certeza. Mas el ser humano habría de recuperar otros medios de visibilidad que su mente y sus sentidos mismos reclaman por haberlos poseído alguna vez poéticamente, o litúrgi camente, o metafísicamente”. Se trataba de aceptar el universo tal y como se nos presen taba, con sus secretos ocultos y su variedad, sin obligar al mundo a que aceptara nuestros estrechos conceptos. Porque vivir y pensar son, como escribe en Notas para un método, “un cierto andar perdido el sujeto en quien se va formando. Un andar perdido que será luego libertad”.

Por eso María Zambrano escribe también que no existe un solo sol, sino que existen varios, y que una imagen es siempre varias imágenes, así como un centro son varios centros. Si violentamos la realidad, conseguimos una unidad falseada, artificial, que no existe. La unidad solo puede proporcionarla un estado casual, una profecía

que salga a nuestro encuentro y nos capture súbitamente. Eso es un “claro del bosque”, una iluminación involuntaria, una vuelta impensada a un estado anterior de unidad perdida. Nos forzamos a aceptar unas hipó tesis que encajan pero que nos alejan de lo que el ser humano intuye con una fuerza difícil de sofocar. Si nos afanamos en buscar la verdad, esta nos burla: nuestro ascetismo no sirve para escalar la descripción de lo real ni para arañar la felicidad: nos condena a desconectarnos de lo real para penar como inquisidores.

Por eso se nos aclara, en Notas para un método, que “el saber que se busca, pues, la unidad perdida, se da en la profecía”, y que “la verdad se ha dado antes que la razón”. La razón poética ha de regresar al estado de unidad, pero de forma no discontinua.

“El poeta no teme a la nada”, escribía Zambrano en 1939. Porque no buscaba las limitaciones incomprensibles de los severos filósofos, empeñados en excluir las coorde nadas humanas de sus especulaciones. Pero una comprensión sin moldes del mundo únicamente puede aportarla un ser humano que se niegue a amputar una parte impor tante de su psique, la más creativa y la más explorativa. Por eso, en Notas de un método (1989), Zambrano aclara que sus palabras “no son anotaciones, sino notas en sentido musical, lo cual impone, más que justifica, la discontinuidad”.

Imposible concebir una filosofía me nos orsiana, confiada al fluir musical y el camino azaroso. Y vinculando ese caminar de la serpiente que no busca la luz pero la encuentra con la reconstrucción de la integridad personal dentro de una democracia.

Los principales filósofos españoles del siglo XX lucharon para desembarazarse del cartesianismo y de una visión demasiado estrecha de lo que era la racionalidad. Pero

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María Zambrano y la reforma del concepto de razón

ninguno de ellos llegó tan lejos como Ma ría Zambrano, llena de curiosidad hacia los pitagóricos y los poetas filósofos de la Grecia enigmática. De Platón, apreciaba su habilidad para construir parábolas, mitos y metáforas, no su sentido disciplinario del pensamiento. De hecho, en Claros del bosque (1977), uno de los libros más sintéticos y re presentativos de la autora, hay capítulos que no son más que glosas de mitos: mitos como los de Medusa, los de la Luna y Diana, o el dedicado a Medusa y el Espejo de Atenea.

Las lecciones de Ortega y Gasset le habían abierto los ojos hacia un camino que debía recorrer con sus propios pies, pero era a Unamuno a quien había que seguir. Algunos de los libros de Zambrano los hubiera firmado Unamuno gustoso, porque fue la discípula de Ortega quien le hizo caso y miró de frente a la Esfinge, para desprenderse de una vez de una tradición de conceptos de plomo que se habían vuelto insoportables para la imaginación creadora. Lo que describió María Zambrano fue un camino paralelo de conocimiento total mente alejado de los campeonatos idealistas y de sus moldes urgentes.

Hoy es María Zambrano quien abre los ojos de las mejores pensadoras y pensadores españoles. Los ensayos de Remedios Zafra sobre las fragilidades e intemperies que implican los oficios creativos están llenos de metáforas, metáforas más en un sentido zambraniano que orteguiano. Por ejemplo, cuando en Frágiles (Anagrama, 2021) des cribe la caverna digital como una tumba de sábanas traslúcidas que empezó siendo un refugio para terminar convirtiéndose en una jaula cognitiva, Remedios Zafra está utilizando un tipo de metáfora metafísica en un sentido profundamente zambrania no. Otro filósofo descollante, Joan-Carles Mèlich, es explícitamente zambraniano

cuando hace derivar su concepto de “razón desvalida” de la razón poética desarrollada por la pensadora malagueña. Realmente se trata de abordajes gemelos, porque su intención última es protestar ante la previ sión totalitaria de lo que debe significar la vida desde un punto de vista economicista y perturbado por el poder.

El problema de fondo era el mismo: ante el disciplinamiento de la razón anti vital, era necesario reconectar con la vida, con el asombro y con las irregularidades del tiempo y la humanidad. Con la agravante de que libros como La fragilidad del mundo (Tusquets, 2021) de Mèlich, surgen de esa doble caverna platónica en que hemos de asfixiarnos. El derecho melichiano a la melancolía y a la asunción de la angustia, sin disimularlas u ocultarlas, es otro modo zambraniano de reclamar el valor de la sabiduría poética o literaria opuesta a la razón agresiva y hostil de los sistemas orde nadores del mundo, digitales o no. Parece, en definitiva, que la mejor filosofía española actual intente reivindicar de nuevo la “dis continuidad” de nuestras propias experien cias estéticas y filosóficas, porque resultan altamente liberadoras. Así reconectan con esa tradición inquieta de los pensadores del final de la Edad de Plata. En este sentido, no está de más terminar con unas palabras de María Zambrano que iluminan esta vo cación emancipatoria de la razón dispersa, musical, poética, desvalida o frágil, como queramos llamarla: “Los discursos de Hitler y sus secuaces eran operantes de un modo infernal. No había lugar para el pensamiento en el ritmo de aquellos discursos, dijeran lo que dijeran las palabras. Lo que no es más que ritmo es un infierno, castillo infernal, mortal por sí mismo”. Lo escribía en 1989.

El poder puro es ausencia de significado. Mèlich nos recuerda que carecemos de la

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experiencia del paraíso pero, por desgracia, no de la del infierno. Zambrano supo de tectar cómo se había corrompido el idioma político de su tiempo y acertó a construir un método anotativo (un “lenguaje”) depurado de ritmos dominantes, de clasificaciones disciplinadoras. ¿Sabremos hacer lo mismo con nuestras nuevas asfixias?

Bibliografía

Ortega Muñoz, Juan Fernando (2006). María Zambrano. Malaga: Arguval.

Sánchez Cuervo A., Sánchez Andrés, A. y Sánchez Díaz, G. (eds.) (2010). María Zambrano. Pensamiento y exilio. Madrid: Biblioteca Nueva.

Zambrano, María (1989). Notas de un método. Madrid: Mondadori. ____. (1993). Filosofía y poesía. México DF: Fondo de Cultura Económica. ____. (2019). Claros del bosque. Ma drid: Cátedra.

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Zambrano. Derelicción y pothos

Esderelicción un concepto utilizado en la literatura utópica sinónimo de frustración y abandono 2 ; término que enfatiza el pesimismo, más existencial que volitivo, que emana de una circunstancia crítica, bien individual bien colectiva, que se interioriza entrañablemente en el hondón anímico del sujeto sufriente. Pothos3 , se trata de un concepto al que los griegos le destinan un campo semántico con significado de anhelo y deseo intensos, como sed y aspiración de concreción de una idea razonable y justificada que se valora salutífera para el individuo que la ensueña, razona, pretende su realización y defiende para el bien común. La literatura utópica no frecuenta ambos conceptos asiduamente, mas en este texto se atienden aproximados a las vivencias, aconteceres y reflexiones, biográficas e intelectuales, de la filósofa hispana María Zambrano durante el período de exiliada y, por ende, a-terrada (sin tierra). En el caso del segundo, pothos, se extenderá a derivados: pothopía, eupothotía y cacopothía o dispothía.

A partir de coordenadas históricas y vitales reconocidas por la historiografía y declaradas vitales y memoralísticas por la pensadora, esta sin dejar de ser andaluza y española, fija su destino en espacios topográficamente inconcretos y universales,

comunes a otras almas errantes, el exilio; se trata de una morada más sintiente y dolorosa que geográfica. Zambrano durante numerosas décadas biográficas, desde 1939 –inicio de su exilio– hasta 1991–año de su muerte–, no acepta los espacios que se le imponen, el transtierro; solo asume el exilio: morada propia de los vencidos, toda vez que, –lo afirma en numerosos textos confesionales– a los muertos de la contienda incivil hispana los dejaron sin tiempo, sin vida, y a los vivos vencidos sin lugar (el exilio), circunstancia que la filósofa veleña aceptó hasta el final de sus días4

Para alcanzar esta dramática situación y condición confluyeron varios sucesos: guerra fratricida hispana, dos guerras mundiales, ascenso de los totalitarismos, represión, pérdida de libertades; en resumen, aminoramiento de la condición y dignidad humanas; es decir, soportar y sufrir los efectos del trasiego envalentonado del dios Ares mientras sembraba un caos terrorífico. Situación que María Zambrano y su familia sufren directamente. Tal circunstancia dramática la conducen al sentimiento de derelicción, si bien en tal psicotopía la filósofa no ha de morar. Zambrano lee y analiza tal distopía o mundus perversus y recurre a la reflexión a fin de interpretarla y desvelarla (aletheia), a la lectura profunda

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Mi casa es Puerto Rico y sois vosotros.1

de los sucesos mediante atenta y detenida mirada. Recibe a los contenidos en su intensidad, los interioriza y transforma en conocimientos. Contenidos y conocimientos que le inducen al compromiso reflexivo de exponer y denunciar; al tiempo, anuncia salidas a tanta crisis para sus semejantes, ya que se manifiesta convencida iteradamente de que de toda crisis se sale. Tal drama no le induce a la derelicción definitiva como solución, a la desesperanza, sino al pothos, al anhelo de sembrar yedras5, planta resistente y vivaz, que la filósofa refiere como símbolo de la esperanza; a la posibilidad certera de la salvación del ser humano. Opta tras la citada lectura de los aconteceres por la eupothología, por el logro de un mundus anversus frente al perversus.

Dentro de la extensa obra zambraniana e intensa biografía, la derelicción y el pothos suceden y concretan en numerosos textos a la vez que bien se pueden ubicar en un espacio de tiempo y lugar: el primer periodo de exilio, tras la frustrante y breve estancia mexicana (Morelia) en 1939, en las islas caribeñas de Cuba y Puerto Rico, durante trece años; si bien la tensión de estos postulados los sostiene durante el largo exilio europeo e incluso en su regreso a España, toda vez que asume su filiación incondicional con la matria impuesta y aceptada, el exilio, como espacio posnatal; a la vez reflexiona con intensidad desde la phronesis, desde la razón que se alimenta tanto de la experiencia del presente como del conocimiento histórico, en retroprogresión y diálogo consigo misma y con los clásicos de la antigüedad y los hispanos próximos.

María Zambrano, alma peregrina 6 , per ager del exilio, sostuvo este modo de adscripción como sustantivo y nutriente. Y en tales topos nunca renunció a la crítica y al análisis de los circunstanciales

que la condujeron al peregrinaje; en este caso, a los condicionantes europeos que impusieron tal dramática situación. Recorre los circunstanciales a fin de encontrar respuestas, que expone en obras elaboradas y editadas, en su primer momento, en América: Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanzada de un mundo mejor (1940), La agonía de Europa (1945) y Persona y democracia (1958); si bien, la temática, además, se sostiene en numerosos textos, caso de Los intelectuales en el drama de España (1937-Chile). En Cuba y en Puerto Rico, pues, se gestan y se editan estas obras, a pesar de que las circunstancias materiales no eran fáciles para la filósofa, pues se mantiene en permanente tensión y vaivén, ya que no logra una posición económica holgada mientras que su familia, madre y hermana, sobreviven en el París ocupado por los nazis; no obstante, singulares personajes puertorriqueños le ayudan decididamente: el gobernador Luis Muñoz Marín y su esposa, Inés Mendoza, el rector Jaime Benítez y su esposa, Luz Martínez, entre otros.

Durante los trece años que discurren entre 1940 y 1953, regreso definitivo a Europa, Zambrano mantiene febril actividad provocada, además de por sus inquietudes intelectuales, –siempre sostenidas en vital compromiso–, también por imperativos económicos, –si bien no siempre resueltos–. No obstante, las circunstancias personales no le aminoran para realizar y diseminar su relato esperanzador recogiendo la tradición y avistando el futuro, en retroprogresión: [...] fracaso de nuestro pasado de españoles y desde la angustia de nuestro presente de europeos, nace, sufriendo por sí misma, en secreto como siempre lo hace, la

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María Zambrano. Derelicción y pothos

esperanza. Esperanza de un pasado mejor convertido en porvenir. Esperanza de que aquello que no fuimos, ni tuvimos, en el presente germine. Pues no podría ser esperanza auténtica la que no cuente con el presente, como lo actual. Por eso la esperanza corre al porvenir, porque quiere salvar al pasado y al presente juntos7.

Todo pueblo, por otro lado, es historia y al ser formado por individuos –seres, además, inconclusos, seres in via–, tampoco tiene su destino establecido, ha de diseñarlo mas: “nada de lo que verdaderamente se quiere puede ser logrado si contradice o hunde el pasado, lo mismo en la vida personal que en la historia […] la luz viene también del pasado, de la misma noche de los tiempos”8. Zambrano es consciente de que en las profundidades de la historia se genera el presente y el porvenir: [...] el tiempo real de la vida no es el que se hunde en la arena de los relojes, Ni el que palidece en la memoria, sino el que contiene ese tesoro: las raíces de nuestra propia vida de hoy9.

Quedará como salida investigar el pasado, reconocer y recordar la red en la que se ha construido el fracaso, la repetición de la violencia; es decir, poner en marcha la conciencia histórica que permita encarar el futuro tras el mal sabor de tanta guerra. Recogiendo palabras de san Agustín, Zambrano señala que ha de conocerse el pasado para no avanzar a ciegas. De este modo abunda: “lo decisivo de nuestra época es sin duda la conciencia histórica, desde la cual el hombre asiste a esa dimensión irrenunciable de su ser”10. Pero la historia ha de ser tarea de todos. Ha de corregirse la tendencia equivocada

de que hasta ahora la historia lo hacían solo unos pocos y la mayoría la padecían, mas “hoy por diversas causas la historia lo hacemos entre todos, la sufrimos todos también y todos hemos venido a ser sus protagonistas”11, pues la historia es “revelación progresiva del hombre”, ya que este es “un ser escondido que ha de irse revelando”12. Somos historia, y en gran medida dramática, aún no superada, una guerra se propone la siguiente, pues “lo que sigue siendo fácil todavía para el hombre es construir infiernos o inventar `paraísos´”13

El breve texto borinqueño, Isla de Puerto Rico, entre la reflexión y la confesión, publicado inicialmente en el diario El Mundo (1940) es un manifiesto pothológico donde su autora no se esconde, pues tras la dramática crisis y agonía históricas, propone la necesidad de adentrarse en las catacumbas14, de descender a los hondones del ser humano, a los oscuros de la historia a fin de poder auparse, salir a la luz, a un “mundo mejor”. Zambrano cree que el lugar de reflexión sobre el tránsito desde la noche oscura hacia la luz, espacios de catarsis y de metanoia, bien pueden ser estas islas, símbolos eutópicos, pues en su pequeña dimensión se encuentra el espacio y también expresan la fortaleza de la tierra que emerge del piélago, mas no se conforman con su insularidad. La filósofa, manteniendo la tensión reflexiva que siempre le caracterizó, divulga cuanto en espacio insular encuentra, lo propaga a sabiendas de que intelectualmente toda isla, a fin de evitar su muerte, necesita encontrar su istmo, la soldadura epistemológica y de compromiso que abrace a los seres humanos y sus pensares. A toda isla se llega peregrino, como homo viator, y de ella ha de salirse homo in fieri toda vez que los humanos nacemos

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incompletos y estamos en permanente in via. Islas caribeñas y americanas, territorios que satisfacen la tensión y anhelos de los europeos, no en vano César Vallejo afirmó que el soñado mundus ignatus de los europeos fue América, “antes soñada que descubierta”. América, tierra de esperanza, espacio privilegiado para la reflexión y como lámpara frente a un sentimiento de derelicción o de conciencia de crisis social. Este espacio de esperanza existe y la pensadora insta a habitarlo del modo más natural: la democracia.

La democracia es más que una formalidad política, pues es el hábitat natural de la persona, el lugar donde los individuos pueden desarrollar su personalidad. Es un modelo que ha de crecer con pie en tierra firme para poder caminar durante el deambular vital en el mundo “hecho por hombres libres y para hombres libres, por y para la persona humana”15. Tal es el pothos, si bien no se lograra abunda la crisis, pues quien anhelante espera y no logra dar cierto cumplimiento a su demanda, desespera; y si “la esperanza se dispara” puede ser peligrosa y constructora de paraísos artificiales. Este juego de riesgos pudiera acontecer en la isla de Puerto Rico, un lugar de fracaso de un imperio, el español, y de otro moderno que aflora y se sostiene sobre el éxito o la eficacia material, el norteamericano. Se ha definido a América como “cementerio de utopías”, lugar donde reposan las ensoñaciones no cumplidas, las desesperanzas. Zambrano avisa de este riesgo, propone que se ha de atender el pasado para no avanzar a ciegas (San Agustín), como se indicó, y orientarse hacia el futuro como un presente continuo para que no crezca la desesperanza, ya que todo lo que se desea antes se ensueña y en este vaivén o dinámica retroprogresiva ha de crecer la yedra.

De igual modo la filósofa, al igual que otros pensadores hispanos exiliados, se acercan a América como encuentro, ajenos a un pretendido “descubrimiento” que en numerosas ocasiones resultó “encubrimiento” de una cultura sobre otra, dominante sobre dominada. Era el momento de dialogar con los clásicos del humanismo hispano, sobre todo de la escuela salmantina, y con aquellos que defienden un pensamiento humanístico hispanoamericano de orientación antiimperialista y emancipadora: [...] movimiento iniciado en el siglo XVlll en España y en América que se presenta, pues, como un movimiento único de independencia espiritual y política, respecto a una vieja Hispano-América imperial frente de una plural Hispano-América nueva, con una constitutiva ideología ochonovencista, democrática, liberal, republicana, antimperialista16 [y heterogénea].

A estos rasgos republicanos y antiimperialistas añadiríase el multiculturalista. Caracteres que se enfrentan al imperialismo, absolutismo y homogenización. Sobre este riesgo avisa en las páginas finales de Isla de Puerto Rico

.

En Persona y democracia, ensayo escrito por encargo del gobierno puertorriqueño, se ofrece con vigor el pothos frente a la derelicción, como el camino que obligaba a la dilucidar las causas de la estructura sacrificial de la historia humana, ara en la que abundan el ensimismamiento y el endiosamiento, donde se asientan los ídolos y, por ende, sátrapas que exigen el sometimiento de los semejantes como víctimas y de ellas lo mejor, su sangre; es decir, su libertad. Estos ido la del ágora,

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María Zambrano. Derelicción y pothos

del mercado, de las tribunas, etcétera, no pueden sobrevivir sin este nutriente victimario. El hombre endiosado no es capaz de crear desde la nada como los dioses, ante tal impotencia solo puede “destruir y destruirse hasta la nada, hasta hundirse en la nada”17. La pensadora, de continuo, apunta la solución tanto en La agonía de Europa como en Persona y democracia, a la vez que reitera en Isla de Puerto Rico: humanizar la historia.

Europa entró en crisis por su ensimismamiento justificado tras una razón matemática, numérica, arquitectónica que lentamente fue apagando toda razón cívica y cordial ahogando el pothos de libertad que alberga todo ser humano. Europa se envalentonó hasta procurar su propia destrucción:

[...] lo primero que percibimos en este estallido del corazón europeo es la violencia, una terrible violencia que no ha podido formarse si no viene de lejos y tal vez desde la raíz18

La pensadora a la vez que admite que no es la violencia física la más agresiva, sino su justificación, se pregunta por el origen; tal la sitúa en la Europa heredera de Grecia desde el momento que se instalan las idolatrías. La libertad heredada preferentemente de la cultura griega corre el riesgo de hundirse tras argumentos propositivos y actuantes de razones armadas y violentas. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué se desvanecen los sueños que convierten al mundo en un espacio desolado ausente de los ideales liberales seculares que se han desvanecido o solo se han ejercitado en los ámbitos económicos?19 De este riesgo debiera liberarse América, así lo señala nuevamente en las últimas páginas del texto Isla de Puerto Rico.

María llega, pues, a América tras el drama hispano, pero su lectura atenta atisba el devenir, la prolongación del drama sobre el suelo europeo y sin olvidar otros espacios terráqueos. El conflicto español fue prólogo y el drama mundial, el epílogo. Tras tanta caída crece el pothos, el anhelo desesperado de recuperar el alma europea. Serán el Caribe, pues, donde Zambrano desarrolle esta pothología salutífera tras el desvelamiento devenido en la citada atenta lectura sobre tanto dolor visible y contable y por ella experimentado. Con reiteración en Delirio y destino, obra autobiográfica, desgrana este sentir que se inicia explicando la libertad de los griegos a sus alumnos de Morelia en el día que las tropas franquistas toman Madrid 20. Esta idea la desarrolla en diversas exposiciones y conferencias impartidas, sobre todo, en La Habana y recogidas en las ediciones de las obras que bien se pudieran denominar caribeñas, ya señaladas. En ellas se expresa la derelicción que pudiera llegar a la enajenación devenida por el sacrificio de la democracia, con frecuencia irónicamente invocada sin escrúpulos en el área de la tiranía. Como profetizó G. Orwell, “cuando el fascismo llegue finalmente Occidente, lo hará en nombre de la libertad”, toda vez que los violentos se caracterizan por tener la última palabra (Cammarano).

En Los intelectuales en el drama de España analiza el origen del fascismo y desde resabios orteguianos crítica la dinámica de la razón occidental a la vez que carga contra el idealismo, al que define como una “barrera”: “como algo negativo; por otra parte, que impide al hombre vivir íntegramente una experiencia total de la vida, a no reconocer la realidad”, y también al triunfante racionalismo; ambos actúan

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olvidadizos de sentires y pesares, de la vida en su multiplicidad. Tras esta dinámica [...] surge una profunda insatisfacción que en las conciencias más exigentes llega a convertirse en enemistad con la vida. ¡Tremenda enfermedad de la adolescencia estancada de Europa! […]. La enfermedad era cada vez más aguda, y la Guerra europea, que podía resolverla, no vino a remediar apenas nada. Es horrible ver cómo la Guerra europea, acontecimiento que tanta sangre y experiencia dolorosa costó, apenas ha producido una consecuencia clara en el orden de los acontecimientos espirituales, problemas terribles que el hombre europeo tenía planteados y que han seguido así […] ¡tan real y honda era la incapacidad de vivir a fondo una experiencia vital en Europa que la tremenda Guerra no fue suficiente para horadarla, penetrarla y convertir la adolescencia europea en madura hombría! […]: hay una cáscara en el fascismo, hay un nodo estrangulado en el alma fascista que le cierra la vida. Es la misma que veíamos en el idealismo europeo hacia la realidad […]. Del alma estrangulada de Europa, de su incapacidad de vivir a fondo íntegramente una experiencia […]. Sale el fascismo como un estallido ciego de vitalidad que brota de la desesperación profunda, irremediable, de la total y absoluta desconfianza con que el hombre mira el universo21.

Con esta crítica abunda en Persona y democracia , obra en la que nueva y

detenidamente analiza la pérdida de la libertad tras la implantación del absolutismo y los efectos del idealismo más la ceguera de la razón cuando se enseñorea. De igual modo critica la razón materialista que solo atiende medidas métricas, necesidades materiales como horizonte límite negando la fuerza utópica de la esperanza. Es preciso liberarse de la necesidad para caminar hacia la libertad, pero no es suficiente; se ha de soñar el espacio adecuado para morar, para sembrar la esperanza, la yedra; mas si esta no se logra, surge la desesperanza, la derelicción, la pérdida del paraíso soñado o prometido, el utopismo fracasado, ya que los dioses cuando quieren castigar a los hombres les mandan utopías (A. Nandy). Así pues, en Persona y democracia estudia la historia trágica en la que ha devenido la historia humana y esta enfrenta, como pothos, al logro de una historia ética. En la primera, los seres humanos se cargan de máscaras y se convierten en personajes, en simulacros de sí mismos. Es preciso alcanzar el espacio de las personas a fin de que cada sujeto pueda humanizarse; tal meta solo será posible en el hábitat de la historia ética.

En la pothología zambraniana, pues, persiste la tensión por superar una historia trágica, por lograr una historia ética. La historia trágica la habitan seres cargados de máscaras que se convierten en personajes, simulacros. Es preciso alcanzar el espacio de las personas a fin de que se humanice, y habitar en una historia ética:

[...] la historia ha de dejar de ser representación, figuración hecha por máscaras, para ir entrando en una fase humana, en la fase de historia hecha por necesidad, sin ídolos y sin víctimas, según el ritmo de la respiración22.

La historia trágica la habitan personajes que no vacilan en ejercer violencia, en

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María Zambrano. Derelicción y pothos

creerse ídolos y generar víctimas, en aniquilar la libertad y aminorar los espacios de justicia y derechos mientras crece el hábitat mortífero del dios Marte. Se precisa ambición, pothología, el deseo y logro de la historia ética a fin de que el ser humano crezca como persona, se coloque su máscara, person, y decida salir al escenario de la vida y ejecutar el personaje elegido, no impuesto, en una sociedad en régimen de igualdad, humana. Para Zambrano la democracia es el territorio que posibilita el pothos, el anhelo de ser personas. No obstante, persona y personaje son figuras que la filósofa define y diferencia: “pues la diferencia está en que el personaje, por muy histórico que sea, los representamos, mientras que la persona lo somos”23. La persona supera la figura del individuo, la trasciende: la persona es algo más que el individuo; es el individuo dotado de conciencia:

[...] sujeto moral; es persona moral, verdaderamente humana, cuando porta dentro de sí la conciencia, el pensamiento, un cierto conocimiento de sí mismo y un cierto orden, cuando se sitúa previamente a todo trato y a toda acción, en un orden; cuando recoge lo más íntimo del sentir, la esperanza24.

La esperanza de formar sociedad sin enmascarados, ídolos o víctimas, sin simulacros. Ser persona es el pothos, la teleología de la historia, –ciertamente abundante en personajes enmascarados y adoradores de Ares, cuidadores del crisolhedonismo, seres egófilos cupidiniosos cargados de narcisismo–. Estos componentes los vincula la filósofa al absolutismo y el absolutismo al racionalismo ciego que se simboliza en el arquitectónico racionalista herreriano del Escorial en el centro de España

–a la sazón el centro del mundo– y que se sostiene en el edificio memorial próximo de otro aspirante a simulacros, el dictador Franco, en las edificaciones denominadas el Valle de los Caídos, espacios absolutistas, imperialistas y homogeneizantes.

A España llega la violencia tras un periodo en que proliferó en Europa, ya que “la vida española se había resistido la filosofía como se había resistido a la historia […] Y al hacerlo se había resistido a la vida” el resultado es el ensimismamiento, la falta de objetividad al negarse a desvelar la realidad, en el sentido etimológico de la filosofía aleteica, del amor al saber a la vez que se elige perder la memoria25. España cuna del parlamentarismo26, de voces críticas, como los padres Las Casas, Vitoria y Suárez o Vives y Alonso de Castrillo o Alonso de Veracruz y otros que con ellos comienza la modernidad crítica, quedan frenadas entre el absolutismo y el imperialismos; los sueños destructivos de la España imperial ajena al Renacimiento, a la Contrarreforma y posteriormente a las revoluciones industriales y sociales se anega entre en una monarquía poderosa e inoperante para un pueblo desposeído y analfabeto que lo mantiene alejado de las ideas reformadoras para posteriormente aprisionarla en la asfixiada de gobiernos totalitarios sobre masas ignorantes y con un colectivo, –excepto los heterodoxos y herejes oficiales–, de intelectuales tangenciales, conformistas y huidizos respecto de la realidad; incluso, la Ilustración dieciochesca en España fue muy débil e incapaz de superar las barreras de un tradicionalismo añoso, se puso–salvo escasas excepciones–, de espaldas a la modernidad.

Componente esencial de este pothos es la cultura, el mayor radical antropológico. La cultura es exclusiva de los seres humanos y

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como tal de ellos nace y la recrea para cubrir la “incompletud” original. El ser humano para Zambrano es el heterodoxo cósmico por su singularidad, un rey menesteroso. Nacemos incompletos y el deambular por el planeta se define por los logros culturales o meméticos que complementan las carencias genéticas:

[...] el hombre tiene un nacimiento incompleto. Por eso no ha podido jamás conformarse con vivir naturalmente y ha necesitado algo más, la religión, la filosofía, arte o ciencia. No ha nacido ni crecido enteramente para este mundo, pues no encaja con él, ni parece que haya nada en él preparado para su acomodo; su nacimiento no es completo ni tampoco el mundo que lo guarda. Por eso tiene que acabar de nacer enteramente y tiene también que hacerse su mundo, su hueco, su sitio, tiene que estar incesantemente de parto de sí mismo y de la realidad que lo aloje.

El hecho de la cultura humana se funda en la esperanza, y la esperanza revela un nacimiento incompleto en una realidad inadecuada y aún hostil27.

Y en líneas anteriores a esta cita expresa: [...] la esperanza es hambre en nacer del todo, de llevar a plenitud lo que solamente llevamos en proyecto. En este sentido, la esperanza es la sustancia de nuestra vida, su último fondo; por ella somos hijos de nuestros sueños todo lo que no vemos, ni podemos comprobar. Así fiamos nuestra vida en su cumplimiento a algo que no es todavía, a una incertidumbre

[...]. Esperanza que da el carácter agónico a la vida humana, su ansia jamás insatisfecha, su esfuerzo sin límite, pues ningún trabajo es suficiente para calmar esta esperanza que gime28.

Es pues la esperanza como dinámica eutópica un radical antropológico, propio del ser humano que ansía su cumplimiento; si bien, en algún momento, se ensueña y enseñorea generando cacotopías. Frente a esta ambición incumplida se genera la desesperanza, derelicción, también pudiera suceder que, como señala Hölderlin, los hombres son dioses que diseñan castillos para quedarse menesterosos habitando las ruinas. En este vaivén se presenta el sueño como necesidad para evitar un espacio y un tiempo, categorías que pueden dar sentido al homo in via para dar cumplimiento o a su biografía, a la historia, a fin de evitar que quienes pretenden señorear sobre el espacio y el tiempo mineralicen o fosilicen la historia, como señala Ortega y Gasset.

Esta dialéctica entre derelicción y pothos Zambrano la expone como presente en la Europa bélica, una Europa en crisis; a pesar de la dramática circunstancia no renuncia a la utopía:

[...] entiendo por utopía la belleza irrenunciable, y aun la espada del destino de un ángel que nos conduce hacia aquello que sabemos imposible [...]. Y las utopías cuando son de nacimiento, no se las puede discutir, aunque uno se revele contra ellas29.

Y todo ser humano lo que anhela, pothos, primeramente, lo ensueña y el sueño de Zambrano es una historia ética, espacio de creación y vida, una historia que simboliza con metáforas geométricas, como espiral frente al círculo. El círculo

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María Zambrano. Derelicción y pothos

simboliza absolutismo. Representación matemática que simbolizaba Europa y España en su ensimismamiento, un espacio donde reinaba el necrófilo Ares negando la vida, instalado en el dominio. La decepción crece y la desesperanza, si bien la filósofa defiende que de toda crisis se sale y ha de abandonarse toda desesperación, pues pervive el pothos. Es más, frente a esta dramática realidad conviene recordar la frase de la pensadora: “no hay crisis, lo que hay más que nunca es orfandad”30. Orfandad de propuestas, las esperadas de las élites sociales, políticas e intelectuales. Las élites políticas y otras, por ejemplo, las religiosas e intelectuales o económicas, con frecuencia olvidan la ejemplaridad y más bien tratan de adueñarse de la representatividad que la democracia les delega. En Occidente, la crisis, pues, ha sido un modo frecuente de estar en la historia, una constante que la filósofa propone es la necesidad de entenderla para comprender la especificidad de la vida occidental, su temporalidad y su dimensión histórica. Un pueblo en crisis es un pueblo que se siente perdido, que se siente no es que lo esté; así, pues, Europa agoniza, lucha, mas no está muerta y de ella hay que rescatar lo que sea sacrifico. Ante la crisis histórica Ortega proponía la necesidad de desnudarse para sanear determinados dogmas: [...] en crisis histórica cuando el cambio del mundo que se produce consiste en que al mundo o sistema de condiciones de la generación anterior sucede un estado vital en que el hombre se queda sin aquellas convicciones, por tanto, sin mundo31

Para el hombre occidental se le ha hecho inhabitable el edificio en el que nació, se encuentra a la intemperie de su

espacio y tiempo, todo se desploma, de este modo le alcanza la derelicción y la violencia se instala en todos los órdenes.

El siglo XX, el siglo de Zambrano, los europeos lo vivieron en zozobra dramática y la filósofa desde sus años universitarios, década de los años veinte, ya toma conciencia tras la Primera Guerra Mundial, bajo la dictadura primorriverista y la amenaza de la emergencia de ideologías totalitarias que conducen a una guerra española fratricida y otra mundial causantes de exterminios, exilios y abundante muerte. En este con-texto inicia prontas reflexiones que no se cierran en el fatalismo que provoca la derelicción, sino más bien en la propuesta de soluciones gracias al pothos que le inunda32. El primer escrito adolescente es a propósito de la paz durante la Primera Guerra Mundial y también será el último Los peligros de la paz (1990) en este caso con motivo de la Primera Guerra de Irak. Estas reflexiones las sostiene con intensidad y las refiere en las primeras páginas de Delirio y destino, pero será en Isla de Puerto Rico, sobre todo en Persona y democracia, sin olvidar una serie de textos dispersos referidos a la esperanza ya señalados. Será, pues, en los textos citados en los que la reflexión política de la filósofa se halla más centrada. Ha de recordarse que la mayor parte de los textos mayores de Zambrano son obras que unas veces se inician en un breve texto germinal y otras son el resultado de dar unidad a textos “salvados” de un proyecto más ambicioso e inconcluso; a modo de ejemplo y en este caso, Persona y democracia es el resultado de otro proyecto nonato: “Ética según la razón vital”. Esta obra, se divide en tres partes: en la primera, el hombre es el protagonista de la historia y precisa tomar conciencia de este hecho; en la segunda, se señala que

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se han de recuperar las bases nacidas en el humanismo y, en concreto, el absolutismo, sobre todo el racionalista, ofrece resistencias a tal cometido: humanizar la historia; y, finalmente, en la tercera, es preciso humanizar a la sociedad, y para ello ha de construirse la democracia como hábitat de su protagonista, la persona. Esta obra trata de dar respuesta a inquietudes y aportar soluciones que puedan evitar la recaída en tanto drama. La construcción de la democracia, pues, debiera ser la gran utopía del siglo XXI toda vez y al igual que Europa, la democracia no ha muerto, agoniza (agonos=lucha) y de esta agonía nace la esperanza, así refiere abundante en La agonia de Europa a pesar de que: “Europa está en decadencia […] que Europa ha dejado de tener rostro; sin duda se ha falseado, y su anterior firmeza ha cedido el paso a un reblandecimiento”33

La decadencia y destrucción la representa la imagen de Saturno que devora a sus hijos, muerte por éxito, por dominio de filaúcicos y narcisistas. Europa se desacraliza, se aleja de las bases cristianas, del Dios misericordioso, de dar el corazón a los demás, a los que los necesitados. La misericordia y la esperanza han dinamizado Europa con vaivenes hacía una ciudad aún ausente. Si no se lograra, alcanza la desesperación. Se ha establecido la voz de la sierpe: creced y auparos: ¡seréis como dioses!; ¡sed de ser dioses!, grave engaño, aunque se pretenda razonar mecánicamente. Este desasimiento de lo sagrado y la apuesta por la consideración materialista del ser humano se enseñorea y propulsan en el nihilismo ensoberbecido que rompe e interrumpe una historia de piedad y de esperanza, hacia una historia que destruye, violenta. De este modo, la Europa de la soberbia, alineada en distopías

imposibles o utopías fijistas, se mineralizada, se transforma en círculo, del que solo se sale tras una catástrofe. Rompe la utopía que responde a un pothos, a un anhelo, radical antropológico, que nunca ha de cerrarse, más bien abrirse cual elipse y mantenerse en perenne dialéctica. Al contrario, la oficialización pretendida legislativamente y desarrollada en la autocomplacencia acrítica lleva su destrucción, a la desesperanza y el horror.

Existe en un texto manuscrito en la fundación Luis Muñoz Marín titulado Pensando en la democracia y firmado con las siglas MZ, –reconocible por estas y la caligrafía como perteneciente a la pensadora– se trata de un texto revelador acerca de la capacidad creadora del ser humano, a pesar de la dramática guerra, en la que la filósofa refiere a las figuras del círculo y de la espiral para simbolizar los modelos totalitarios y democráticos. Dado el lugar en el que se halla este manuscrito, la relación amical con el gobernador Muñoz Marín y el momento histórico de Puerto Rico, formalización de la Constitución para el logro de un Estado Libre Asociado a Estados Unidos, 1951-1952, en el que Muñoz Marín ejerce de relator, se sugiere su difusión dada su riqueza, su pothos. Se trata de una apuesta decidida por la democracia como el régimen que mejor simboliza el hábitat posible para que los individuos sean personas, pues el régimen democrático, por ser el creativo y tendente al futuro, es el más humano34. Este texto más el subtítulo al del ensayo Isla de Puerto Rico, nostalgia y esperanza de un mundo mejor, no solo explican la presencia activa y de compromiso de la filósofa con el gobernante y el pueblo borinqueño sino también el enriquecimiento y aportación al texto constitucional para la “Isla-perfume” o “Isla-esperanza” durante la “Operación

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Serenidad” y que, posteriormente, se extiende en Persona y democracia.

Este ensayo, Persona y democracia, es un eupothos comprometido; María Zambrano, a la par que define a la persona, defiende a la democracia, como el hábitat más natural de esta, como el modelo que más se ajusta a su estructura, a la vez que avisa de los peligros que se ciernen sobre ella: la demagogia y el abuso de ideología, a los que define como los males mayores de estos tiempos junto a los nacionalismos, males conducentes a transformar al pueblo en masa. “La demagogia es la adulación del pueblo” al que se pretende dominar y adormecer para convertirlo en masa, en colectivo escaso de creatividad y de aportaciones. La masa representa a los excluidos; es la degradación de la persona. Cuando “toda sociedad es pueblo” asistimos a la auténtica democracia, donde se “está más cerca del orden musical, que del orden arquitectónico” 35 . En el musical se exige que la pieza sea interpretada y recreada por todos; “con la participación de todos en cuanto persona […], ya que la igualdad de todos los hombres, ‘dogma’ fundamental de la democracia, es igualdad en cuanto personas humanas, no en cuanto cualidades o caracteres, –y concluye Zambrano, “igualdad no es uniformidad”36; por el contrario, el orden arquitectónico es estático, racionalista y elitista, un espacio nada propicio para el crecimiento del ser in via, para el desarrollo de la democracia. No son los dioses ni la fatalidad los que han de dominar el futuro. El futuro ha de ser creado; creado por todos como realidad humana, mas antes de crearlo ha de ser soñado, pensado y proyectado. Esta es la tarea, la democracia. Para Zambrano la política ha de ser creativa y formalizarse en un orden musical en el que la diversidad

de instrumentos y voces puedan funcionar acordes, producir sonidos armónicos.

En esta obra, la pensadora veleña nunca pierde la perspectiva de la realización del individuo como persona en libertad y la aspiración a la plenitud como ser humano. “¿Seguirá siendo utópico, –si pregunta–, que algún día la sociedad tendrá una configuración, una estructura análoga a la de la persona humana?”. Para alcanzarla “es necesario un continuo ejercicio, un entrenamiento”37; luego, lejos del estatismo, oficialismo o conformidad, la democracia es un orden creativo cuyo ideal es el de una “sociedad donde es, no solo posible, sino necesario el ser persona”38, un topos eutópico al que aún no se ha llegado, un espacio en el que no se pise ni pese sobre nada ni nadie39 incluso en el que se pueda pisar la raya sin temor a graves consecuencias; es la ciudad ausente, lugar a donde arribar, mas para no detenerse; es el lugar de la persona; y si la persona es proyecto, en su desvelamiento, ha de ser su morada.

María Zambrano, pues, es defensora decidida de la democracia, entendida como el hábitat más natural del ser humano y que responde a un alto desarrollo de la conciencia. Esa es la radical utopía, la ciudad ausente anhelada. Este topos se ha de alejar de los modelos fanáticos, nacionalistas o totalitarios, de narcisismos o de crisolhedonismos liberales y, a la vez, defiende el papel de la política en el sentido señalado, en cuanto “amor al hombre”, un “inmenso amor al hombre, a todo hombre. Solo tiene futuro ilimitado, un futuro verdadero, lo universal”40 y “el que llega al poder –en cualquier aspecto histórico– tiene que desprenderse de él al mismo tiempo que lo ejerce”41. Zambrano defiende que todo extremismo destruye lo que afirma y para evitar males mayores es necesaria la

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conciencia histórica y ensancharla cuanto posible sea a fin de evitar la perversión nacionalista, un modo totalitario. Es preciso humanizar la historia, de lo contrario deviene la destrucción. Y mientras esto sucede:

[...] hay que esperar, sí, o más bien, no hay que desesperar de que esto pueda suceder en este planeta tan chiquitito, en un espacio que se mide por años luz, que se repita el fiat lux, una fe que atraviese una de las noches más oscuras del mundo que conocemos, que vaya más allá, que el espíritu creador aparezca42

“Es lo único que honestamente puede enunciar quien esto escribe”–de este modo termina la filósofa el prólogo a la edición de la obra de 1987– a la vez que concluye el inicio del texto con un deseo: “de que un triunfo glorioso de la Vida en este pequeño lugar se dé nuevamente”, y así lo termina:

[...] no es posible elegirse asimismo como persona sin elegir, al mismo tiempo, a los demás. Y los demás son todos los hombres. Con ello no acaba el camino; más bien empieza43.

La ciudad aún ausente y anhelada no ha de oficializarse; la oficialización es su mineralización. Un riesgo que sabiamente describe O. Wilde al defender que el mapamundi que no recogiera el nombre de la ciudad denominada “utopía” se hallaba incompleto y que hacia esta ciudad debíamos navegar, si bien una vez que el barco llegara a tal puerto, era preciso levar anclas e izar velamen a fin de no oficializarse o fosilizarse; era urgente, pues, seguir navegando.

De este modo María Zambrano, tras sus críticas a modelos imperantes, encuentra la solución política en la propia antropología,

además en la experiencia y en la recepción de la tradición filosófica. La vida es el máximo. Al decir del coro de Antígona de Sófocles: “entre todas las cosas que he visto en el mundo, ninguna más maravillosa que el hombre”. Para Zambrano la vida “está por encima de la razón, por la que es inabarcable y a la que mueve, su instrumento” y “será revolucionaria aquella política que no sea dogmática de la razón […] y creerá más en la vida […] que cuestiona el tiempo”44 En todo ser humano cabe el destino y la necesidad de ser persona, mas no todos lo logran y quienes lo intentan han de mantenerse inacabados, en permanente construcción, en agónica (lucha) esperanza, en continuo esfuerzo. Tras este empeño, y bajo la estela de la esperanza, surge la libertad, que ha de vincularse a la temporalidad y a la proximidad con otro, a la alteridad; más el tiempo y la alteridad no tienen por qué coincidir con el espacio. El tiempo se manifiesta de modo plural, si bien es el lugar de la esperanza, de la libertad, y el tiempo para alcanzar el ser persona es el futuro. Somos habitantes de la historia, pero no de la historia acumulativa o de la sucesión encadenada de hechos, sino de la historia cargada de relato y de drama, de éxitos y de caídas. Pertenecemos a una historia compartida de personas con voluntad de ser pueblo, pueblo libre que se atiene y comparte una historia y una cultura, que, si bien no puede ser en su totalidad, sí, en su mayor parte, se dispone de “una conciencia ensanchada”.

María Zambrano vitalmente se comprometió y participó ajena a toda tangencialidad respecto de la realidad española. Luchó a favor de la democracia y tras su hundimiento sufrió largo exilio y solo regresa cuando la democracia se reinstaura, mientras siembra abundantes escritos y

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María Zambrano. Derelicción y pothos

reflexiones referidas a la democracia como se ha señalado. Aceptó el compromiso en dramáticas circunstancias y lejos de cómodos salones de disertación fácil. Alcanzó la calle. Fue una intelectual comprometida. Su participación en partidos políticos, sindicatos de estudiantes, lucha contra los dictadores, participación en consejos editoriales, desacuerdo manifiesto contra las arbitrariedades universitarias, etcétera, se reflejan en sus escritos en prensa periódica, en monografías y conferencias. La obra escrita da cuenta de su implicación, así como la lejanía de la comodidad que proporciona la equidistancia. No fue ajena, incluso durante el exilio, periodo en el que predominó el quehacer intelectual, a los avatares españoles. Desde la experiencia y la reflexión elabora una teoría tendente a habilitar los valores universales de la cultura occidental, para que su legado permanezca universalista, y a pesar de las diversas crisis, de sus éxitos y fracasos, para que se mantenga el valor de la alteridad. La filósofa se adentra en los radicales del hombre, sonsaca consecuencias y propuestas a fin de superar la reiterada historia trágica, ya que el ser humano es tarea inconclusa, ha de superar la historia sangrienta, también recibida, y lograr la ética, el lugar de la persona, entendiendo por persona el paso superior: ser humano como individuo, un logro de libertad en el tiempo, con conciencia histórica. Es pues autora y proponente de una antropología radical, que nace y avanza desde las raíces.

Podemos concluir a la luz de las reflexiones zambranianas expresadas en las obras señaladas que la democracia, modelo de hábitat de la persona en su peregrinaje por este planeta, apenas ha dispuesto de décadas de éxito. Las monarquías, los imperialismos o las tiranías han gozado de

siglos. La democracia sigue sin culminar su realización, incluso en el incipiente siglo XXI nueva ola de amenazas surge con los abundantes brotes los partidos ultraconservadores y de tendencia totalitaria. La democracia dispone de fragilidades, a la vez que sigue demostrando inestabilidad a pesar de ser un sistema eficaz para recoger voluntades, atenuar tensiones e intentar lograr soluciones a los problemas de la sociedad en un marco de libertad. Por ello, aquí se defiende, al amparo de las reflexiones y de la luz de María Zambrano, la necesidad de utopizar a la democracia y, en la misma medida, democratizar los diseños utópicos. Los proyectos utópicos deben desasirse de las adherencias totalitarias que les aquejan y, al mismo tiempo, la democracia debe radicalmente profundizar en los principios que la fundan, de este modo se puede alcanzar la sociedad humanizada a imagen y semejanza de la persona, como propone la filósofa andaluza. Esta sugerencia de atención pudieran ayudar a no permitir que la democracia sea sometida al sistema económico y, de igual modo, a evitar la autosatisfacción de su institucionalización. Los sistemas democráticos deben estar atentos a no perder su legitimidad y a responder a los principios fundacionales, de igual modo a no someterse a la simple delegación tras el voto. Es preciso recuperar la dimensión imaginaria del pensamiento crítico y alternativo, en utilizar todos los recursos democráticos y aspirar a la plena participación, a la democracia directa; en una palabra, a construir una cultura democrática que arranca desde los niveles más próximos que envuelven a cada individuo. La conformidad, la apatía, la burocratización, la desconfianza en los representantes, el elitismo, la crisis de representación, la partidocracia, la democracia tutelada, etc.,

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terminan convirtiendo a la democracia sin demócratas, a la política sin políticos, a la ciudad sin ciudadanos o la aparición de gobiernos nominalmente llamados demócratas que actúan autocráticos; de ahí, la propuesta de democratizar la utopía y de utopizar a la democracia.

Se estima que a esta conclusión llega la filósofa tras leer, toda vez que leer, al menos en este caso, es descifrar hasta los ínferos, desentrañar la realidad, descifrarla, extenderla a las oscuridades y delatar a quienes no dan “testimonio de luz, sino de obscuridad; no de la revelación, sino una destrucción violenta”45. Urge, pues, izar la bandera de la esperanza, en el pothos de una primavera digna, ética de la historia. En una tierra que reciba el ardor humano de las semillas de los mártires, herejes, heterodoxos, de los misericordiosos y bienaventurados de la historia, de los exiliados. Existe drama y dolor, pero agonizar es no poder morir. Y en su momento las tierras que recogieron el dolor y la tragedia fueron Cuba y Puerto Rico, tierras matrices de unas reflexiones que se postulan alternativas. Zambrano desde estos parajes vislumbró los riesgos del poder tiránico y de los ídolos violentos. Desde estas tierras avistó luces de esperanza ajenas a una volitiva ignorancia. Estas islas fueron nutrientes atriles que facilitaron una lectura que procura la creación en ofrenda reflexiva a favor del hábitat natural del ser humano, la democracia. Estas islas, pues, que levitan sobre piélago de los sueños se brindan para la filósofa peregrina como escenario reflexivo donde Europa, cubierta de la pesada carga de una crisis bélica, han de rebelarse y desvelarse en su esencia a fin de salir de la noche oscura que la embarga. María Zambrano las avistó como faros-guía.

Notas

1 Con esta frase se despide María Zambrano en carta dirigida al Rector de la Universidad puertorriqueña, Jaime Benítez. Carta sin fecha y citada por J. Quirós Alcalá: “Entre Marías: notas sobre la publicación del libro Persona y democracia de María Zambrano un Puerto Rico” en Persona, ciudadanía y democracia; Fundación María Zambrano; Málaga; 2020; pág. 310.

2 Martín Heidegger abunda en este concepto (Geworfenheit) como sinónimo de abandono, desgarramiento del Dasein cuando es “arrojado a la existencia”.

3 Para los griegos, pothos, es un deseo anhelante, añorado e incluso nostálgico. Pothos se personificaba como hijo de Céfiro e Iris, miembro del cortejo de Afrodita. En la mitología romana corresponde a Ardor.

4 M. Zambrano: Amo mi exilio. En este breve texto, confesional y ampliamente citado en el que la filósofa centra sus reflexiones sobre el exilio y su acomodo dramático y vivencial a esta circunstancia impuesta.

5 M. Zambrano: varios son los textos, breves y algunos aún inéditos, existentes en el archivo de la fundación homónima de la pensadora, en los que esta simboliza a la esperanza a través de esta planta; además en algunas obras, caso de Hacia un saber sobre el alma, fija la reflexión en capítulos concretos. También, cfr. R. Blanco: “Yedra: utopía de la esperanza”; María Zambrano. La visión más trasparente; Trotta; Madrid; 2004; págs. 209 y ss, como estudio concreto.

6 R. Blanco: María Zambrano: la dama peregrina; Vaso Roto; Madrid; 2012.

7 M. Zambrano: Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor; Vaso Roto; Madrid; 2017; pág. 52. Cfr. El prólogo esta edición de R. Blanco.

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8 M. Zambrano: Persona y democracia, Alianza editorial, Madrid, 2019, pág. 60. Esta obra lleva por subtítulo “Historia sacrificial”, fechada en 1956 y escrita a petición del Gobierno puertorriqueño. Publicada en 1958 en Puerto Rico por parte del Departamento de Instrucción. Introducción de R. Blanco.

9 M. Zambrano: El hombre y lo divino, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pág. 248.

10 M. Zambrano: Persona y democracia ob. cit., pág. 31.

11 M. Zambrano: Ibidem, pág. 27.

12 M. Zambrano: Ibidem, pág. 51.

13 M. Zambrano: Ibidem, págs. 218219.

14 M. Zambrano: La Cuba secreta y otros ensayos; Endymion; Madrid; 1996.

15 M. Zambrano: Persona y democracia, Potos. pág. 15.

16 J. Gaos: Pensamiento en lengua española y Pensamiento español, O.C., Tomo VI, México, 1990, pág. 40.

17 M. Zambrano: Claros del bosque, Seix Barral, Barcelona, 1990. Pág. 66.

18 M. Zambrano: La agonía de Europa; Mondadori); Madrid; 1988; pág. 28

19 M. Zambrano: Ibidem, pág. 18

20 M. Zambrano: “Discurso de recepción del premio Cervantes” en María Zambrano. Premio Miguel de Cervantes; Anthropos; Barcelona; 1989; pág. 53

21 M. Zambrano: Los intelectuales en el drama de España; Alianza editorial; Madrid; 2021; págs. 59-61.

22 M. Zambrano: Persona y democracia, Potos., pág. 44.

23 M. Zambrano: Ibidem, pág. 45.

24 M. Zambrano: Ibidem, pág. 79.

25 M. Zambrano: España, sueño y verdad, Siruela, Madrid, 1994, pág.104.

26 La UNESCO, en 2013 en reunión plena en Seúl, declara los Decreta emanados de las Cortes del Reino de León de 1188, como la primera manifestación parlamentaria conocida a la vez que declara a la ciudad de León, urbs caput regni a la sazón, como “Cuna del parlamentarismo”; de este modo se reconoce un suceso que adelanta en 27 años a la referenciada Carta Magna inglesa de 1215. Se desea reseñar que el puertorriqueño J. Ramírez Santibañez en Aventando cenizas. Estudio comparativo entre el Ordenamiento de León de 1188 y la Gran Carta inglesa de 1215, (1919), así lo reconoce. Esta obra se reedita con prólogo y estudios críticos de B. Nicolás y R. Blanco (2021).

27 M. Zambrano: Hacia un saber sobre el alma; Alianza Editorial; Madrid; 2019, pág.135.

28 M. Zambrano: Ibidem; pág.134.

29 M. Zambrano: Filosofía y poesía en Obras Completas, Vol. I, pág. 685.

30 M. Zambrano: Persona y democracia, Introducción a la edición de 1988, op.cit., pág. 14.

31 J. Ortega y Gasset: En torno a Galileo, OO.CC. Vol.5, Alianza editorial Madrid, 1983, pág. 69.

32 Véanse los textos de M. Zambrano de Horizonte del liberalismo (2015), O.C., vol., Delirio y destino y escritos autobiográficos (2014), Barcelona, O.C., vol. VI, edit. Galaxia Gutenberg.

33 M. Zambrano: La agonía de Europa, Mondadori, Madrid, 1988, págs. 9 a 11.

34 Cfr. J. L. Abellan: El exilio como constante y como categoría; Biblioteca Nueva; Madrid; 2001; págs.167 y ss. El autor refiere con detalle el logro de este singular texto; asimismo, cfr. J. Quirós: “Entre Marías: notas sobre la publicación

María Zambrano. Derelicción y pothos
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del libro persona y democracia de María Zambrano en Puerto Rico” en Persona, ciudadanía y democracia. En torno a la obra de María Zambrano; Fundación María Zambrano; Málaga; 2020; págs. 299 y ss. De igual modo es ilustrativa la correspondencia con Inés María Mendoza, esposa de Luis Muñoz Marín, quien relata la relación sostenida enriquecedora con la filósofa durante su exilio, sobre todo en Puerto Rico y posteriormente en Roma.

35 M. Zambrano: Persona y democracia, ob. cit., pág. 224.

36 M. Zambrano: Ibidem, pág. 225.

37 M. Zambrano: Ibidem, pág. 210.

38 M. Zambrano: Ibidem, pág. 183.

39 M. Zambrano: Ibidem, pág. 108.

40 M. Zambrano: Ibidem, pág. 209.

41 M. Zambrano: Ibidem, pág. 99.

42 M. Zambrano: Horizonte del liberalismo, Morata,1930 Madrid, pág. 130

43 M. Zambrano: refiere a la edición de 1987 publicada por Anthropos, Barcelona.

44 M. Zambrano: Horizonte del liberalismo, op.cit., pág. 73-74.

45 M. Zambrano: La Cuba secreta y otros ensayos, ob. cit. pág. 75.

EXÉGESIS Dossier 84

La germinación y la mirada

El ver del amor es el ver de la revelación.

Y entonces se iniciaría en él la germinación, el misterio de la germinación de su ser individual en la paz.

–María Zambrano

I. Introducción

Creo

que ningún problema preocupó tanto a María Zambrano como la soteriología: la salvación del ser hu mano. Aunque tal vez sería preferible decir la revelación del ser humano. Las principales temáticas sobre las que reflexiona (la reha bilitación de las relaciones entre la filosofía y poesía, la meditación sobre el exilio, lo divino, el liberalismo […]) tienen como principal destino la aparición de la persona, aligerada de la carga de su historia individual y en contacto con el sustrato misterioso de la vida. Incluso aunque sea un destino que nunca se alcanzará. Eso y no otra cosa es la revelación.

La continuidad tras la muerte es un asunto casi ausente de la obra de María (lo que no puede entenderse como desinterés o incredulidad ante esa cuestión, y menos, en su caso). De lo que habla repetidamente, y de lo que trataremos aquí, es de una revela ción inmanente, una revelación que sucede dentro de los límites de la vida individual. Y de lo que hay que salvarse es de uno mismo, de la idea extraviada de uno mismo, de la enredadera de la historia personal en la que están paralizados los héroes, los villanos, no sotros mismos. La salvación o la revelación surge del reiniciar la vida individual, cada vez más desentendida de esa historia que,

por incuestionada, se repite y estrecha las puertas del futuro. Surge también de des cubrir las raíces más profundas de la vida, y descubrir las raíces es imposible sin hundirse en la tierra: lo que significa abrir las puertas a lo que la vida tiene de no individual, de no mío, casi de no humano. Bullen en la garganta las aguas que han subido del fondo.

Lo contrario a esa vida ventilada por la brisa es una vida restringida, apisonada, sellada a las afueras del otro. Una vida que se repite porque está paralizada por las pasiones, que se reafirman interminablemente a sí mismas. Pasiones en el sentido trágico, próximo también al de Spinoza. Es decir: aquel rasgo exacerbado de la personalidad sobre el cual se construye una idea-sentido del mundo, y del yo en el mundo; rasgo, también, que impide un contacto auténtico, profundo, con el otro.

Pero esa vida previa a la revelación es la vida de todos nosotros, sin excepción. No hay pecado original ni hay caída, pero sí enajenación. De modo que la salvación está confundida con la trama del mundo: el mundo crea el problema y en el mundo se resuelve o se aclara. Lo que no pudo evitar hundirse, puede ser reflotado.

Resumo las ideas que quiero tratar aquí: trascender es, primero de todo, ser quien se es (la antigua exhortación de Píndaro),

IGOR GOIENETXEA La germinación y la mirada 85 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
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porque todos estamos enajenados; en la antigüedad, los templos de Delfos y Eleusis fueron el emblema de la trascendencia a través de la luz y de la oscuridad, pero fue ron también los escenarios donde tuvieron lugar los trances de transformación; ahora, con los templos derruidos y sus misterios dispersados, el mundo entero es el teatro del misterio y del hecho de la revelación.

Pero el misticismo de María es más práctico1 de lo que tal vez parezca. No hay ninguna huida definitiva del mundo. La so ledad es el retiro necesario tras el cual volver a los demás (antes de retirarnos nuevamente, etc.) La revelación de la persona es para los demás, y gracias a los demás. Donde San Juan de la Cruz escribe “más allá no hay caminos”, María escribe “con ello no se acaba el camino; más bien, se empieza”2 Ciertamente, no hay oposición frontal entre las dos afirmaciones: San Juan se refiere a un mundo ya sin cartografías ni rutas señaladas, el mundo en su apertura y no en su decreto; María dirige su atención a la vida que pue de llevarse con los otros cuando uno se ha descargado de la pasión y el error, algo que, bien pensado, es dejar de transitar una ruta señalada. Tras la revelación, no se rompe el sueño, sino la quimera, y la vida gana en realidad y fantasía a la vez: como en la Bhagavad Gita, la persona vive “desasida y apegada a un tiempo a las cosas”3. Descu bierta la inconsistencia del personaje, de la ensoñación, todo se endereza en el sueño. Dicho con una de las frases más sencillas y bellas de María, “quería a su manera la libertad para que el amor fuese nada más que el amor”4

II. La enajenación

La visión de María del ser humano no incurre en ingenuidades: el hombre está inevitablemente enajenado. Aunque no

se dieran las condiciones económicas que denunciaron Marx y Engels, la enajenación tendría lugar de otro modo (sin que esta afirmación sea una renuncia a los intentos de mejorar esas condiciones)5. María, menos soñadora de lo que a veces se piensa, siempre tiene presente que hay que pactar con la realidad, que la libertad y la necesidad no pueden desanudarse la una de la otra. La necesidad absoluta es estar sujeto a la pasión, al peso, al hambre; a la libertad absoluta, a la dispersión, a la ensoñación sin fruto. De esa certeza de que libertad y necesidad se imponen respectivamente su vuelo y su gravedad viene su rechazo a las lecturas de Hegel que prometen el paraíso, porque no hubo paraíso en el tiempo, no hubo caída del ser humano, y cualquier intento de edificar en la Historia común ese paraíso entrevisto conduce al establecimiento de una sociedad infernal. Esa absolutización está fuera de las coordenadas de María. Lo que no impide que haya algo levemente hegeliano en ella, porque es en las mismas entrañas de la historia personal donde se da la enajenación y donde puede darse la revelación.

Antes hemos hablado de escenario y trama, no de forma casual. María insiste en describir la vida humana en términos teatrales (algo habitual en el Barroco espa ñol e inglés). Somos personajes no solo por analogía, no solo porque todos irrumpamos en las vidas ajenas a declamar unas frases, a llevar orden o tumulto, y porque otros ha gan lo mismo en la nuestra. Se es personaje porque se recita un texto y se representa un papel cuya veracidad no se ha podido examinar, precisamente porque hemos aparecido y crecido en medio del escenario. La persona podrá aparecer gradualmente, a través de procesos de autoconocimiento, de experimentación del naufragio, de partir

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La germinación y la mirada

en dos el guion. Por eso la tragedia griega aparece como el género en el que se pone de manifiesto lo inevitable de apurar la copa de la pasión hasta el punto de la transfor mación. En la tragedia griega no se alcanza el punto de revelación hasta que “el exceso fue ya cumplido” (Zambrano, 1991, pág. 64). Repetidamente vuelve a hablar de los protagonistas de la tragedia griega, “que confunden su existencia con la de su pasión dominante, como si extinguiéndose ella, se extinguiese con ella su ser” (Zambrano, 1991, 215)6. Una de las vías de salida de esa identificación, por tanto, es llevar hasta el límite el personaje, hasta la esterilidad, hasta que su fuerza se agote y deje a las puertas de la revelación, cuando la máscara de la pasión se hace ya añicos. Esa ha sido la enajenación, y ese es el comienzo de su final.

Si bien la tragedia puso de manifiesto la conciencia temprana sobre los efectos de la ignorancia sobre quién se es y la confusión del ser propio con un rasgo de violencia (ejercida sobre nosotros o ejercida por nosotros, o ambas cosas), en la antigüedad hubo centros de peregrinación, viajes de conversión, a través de la germinación y la mirada. Los templos de Eleusis y Delfos.

III. El misterio de la luz, el misterio de la oscuridad

En la presentación de los templos de Eleusis y de Delfos están la germinación y la mirada. No como polaridades excluyen tes, sino como movimiento simultáneo de enraizamiento y de elevación hacia la luz, de descubrimiento del fondo desnudo de la vida y de desvelamiento de la mirada7. En los dos casos, de destrucción, de desnudez, de costa conocida que va quedando atrás.

A Delfos se acude a escuchar, pero también se acude a ver y a ver visto. Subir al templo de Apolo no es solo subir al dios del

Sol. Quizá ni siquiera sea, sobre todo, subir al dios. Sobre todo, es subir a la mirada, a ver lo que solo se ve desde el templo, a verlo como solo se ve desde el templo.

Pues las imágenes sacras son eso, imágenes transcendentes cuanto una idea pueda serlo, mas dota da de un más amplio poder, del doble poder de ascender una grey a pueblo, y de penetrar hasta el más recóndito secreto de la intimidad del individuo, que se siente mirado por ella desde adentro de sí mismo, y desde el más allá al par. Y entonces, olvidándose de sí, liberado de la carga de sí mismo, existe verdaderamente. (Zambrano, 2020, pág. 409)

La mirada de la divinidad hurga en nuestra intimidad, desentierra algo inferior a los cimientos ya conocidos. Revela en su interioridad algo que está más allá de ella. Hay algo de seísmo en la mirada sagrada, de torrente que arrastra la tierra y descubre cavernas. Aligera la carga del ser enredado en su enajenación. Declara la paz en la dolorosa guerra del individuo; al menos, muestra el horizonte de la paz. Actúa como actúa el aliento del horno sobre la arcilla fresca. Es un contacto que transforma. ¿Que transfor ma qué? Porque María afirma con claridad que no hay psicología en Delfos. Y no la hay no solo porque sería un anacronismo, sino porque no hay compresión de conceptos, ni se trata de algo que sucede dentro del recinto de la psique, sino, precisamente, se extienden sus límites, se tiran abajo los muros. Se sabe de todo de nosotros sin que caiga una gota de tinta sobre el papel. Sin hablar de la vergüenza ni de la pequeñez, la mirada sagrada nos descarga del exceso de nosotros mismos, absuelve lo que parecía imperdonable sin necesidad de escucharlo.

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Da lo mismo la historia: solo cuentan el canto y la obediencia a la luz, igual que obedecen al sol los planetas enhebrados en las órbitas de serenidad.

Precisamente porque se nos mira donde somos menos de lo que pensamos, donde ningún esfuerzo sirve y donde no se puede hacer pie, la persona revelada es más sí misma. Más genuina al ser podada de ramas muertas. Depurada, concentrada, con la mirada dilatada por lo que de impersonal hay en el amor8. Por eso se siente tan terrible este amor, porque exige el sacrificio más duro: el del disfraz, el del fingimiento, el del dolor y el de la historia con la que lo hemos ocultado. Porque el amor es para todos, y no aumenta ni disminuye. Si nacer es aparecer en medio de una red de enajenamiento, peso y deformación, el tacto de lo divino deshace los nudos y endereza la esperanza. Devuelve una filiación común de descanso.

Ahora bien, la experiencia en Eleusis es completamente distinta aunque igualmente transformadora. Lo que en Delfos sucede en la luz y por la luz, gracias a la altura y al viento de la mirada sagrada,… en Eleusis es subterráneo. Subterráneo, oscuro, húmedo en la tierra, despojado de coordenadas. Y aunque no se sepa qué fueron esos misterios ni cómo se desenvolvían, queda el símbolo de las espigas, que nos dice lo suficiente para insinuar cierta comprensión, igual que el calor anuncia la proximidad del fuego. El misterio de las espigas (no el secreto, sino el misterio) es imposible de desvelar porque no pertenece al campo de la representación, sino de lo que la antecede y hace posible. Es como la luz para el color y el blanco para el poema.

Eleusis era una ciudad agrícola, y la parte narrable de los misterios tienen que ver con la agricultura. También con Démeter, diosa de la agricultura, y su hija, Perséfone,

cuyo mito presidió el corazón mistérico de Eleusis. De ese modo, la bajada a los infier nos de Perséfone, es el viaje a lo profundo, previo a la floración, y una explicación mítica, poética, de los ciclos de las cosechas. Pero si Eleusis hubiera sido solo una representación de los ciclos de la naturaleza y del acomodo de la agricultura a ellos, no se habría extendido tal silencio sobre sus misterios, asegura María. Si ha sido así es porque habla directamente del ser humano, de su demolición y renacimiento. Aunque en algún sitio María dice que el cristiano es quien ha aceptado renacer en esta vida, en el fondo, esa afirmación abarca a cualquier persona, cristiana o no. Muertes y rena cimientos sucesivos, antes de que nuestro cuerpo se reintegre a la tierra, son la trascen dencia posible bajo el umbral de cada día. La experiencia del nacimiento se distingue de cualquier otra experiencia en que: es común a todos, cuando aún no son alguien; que es decisiva porque sostiene todas las demás; y que nadie puede narrarla ya que nacer es, no solo el entrar del cuerpo en el mundo sino, también, entrar en el sendero de la conciencia, conciencia que aún no puede dar cuenta de nada. Y aunque cuando con ciencia y lenguaje aparezcan la experiencia del nacimiento no esté ya disponible para ser expuesta, narrada (precisamente porque, por su naturaleza, no pueden darse a la vez), la marca del nacimiento tiñe y funda todos nuestros días.

Pero lo dicho del nacimiento puede decirse también de la muerte. Por eso forman parte del mismo impulso de creación y recreación. Y hay un cuarto rasgo que no he mencionado y que es crucial: hay un dejarse hacer por las fuerzas de la vida; hay una entrega que no es pasividad, que se da cuando la existencia abre los conductos que traen sangre de un corazón de nadie. Muerte

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La germinación y la mirada

y nacimiento son y representan la entrega máxima a la exigencia del instante, frente al cual no hay resistencia posible. Una muerte así es la que debió de estar ritualizada en Eleusis. Ritualizada, dramatizada, peldaños que llevan hasta el umbral tras el cual no cabe hablar, precisamente porque lenguaje, idea, imagen, certeza, son la oblación que se hace a las fuerzas de la profundidad. En Eleusis había experiencia real, propia, no solo coreografía. Iniciados, enterrados, aniquilados por la oscuridad y el susurro de las raíces: solo cuando se separa la cáscara y se pudre la semilla, se liberan las fuerzas de la regeneración, de la transformación y de la fecundidad. O por intentar decirlo mejor: en el borde de la inexistencia, las fuerzas de la vida pasan por el estrecho portal de lo casi deshecho, la rendija de lo casi destruido, y pueden subir a la superficie, volver hacia la superficie en formas renovadas. Sea en Delfos o en Eleusis, siempre reaparece la luz.

Si, como decíamos antes, la resolución de la tragedia abre el espacio a la libertad, la experiencia de la luz y la de la profundidad tienen ese mismo efecto. La conversión de la mirada y la germinación son camino de sencillez y ligereza. Vida y ser se aproximan. Si bien no coinciden: por eso decíamos que el misticismo de María es posibilista y no se olvida de que hay que pactar con la realidad, de que la necesidad y la libertad se limitan y posibilitan la una a la otra9 . Ser y vida no coinciden, y probablemente no coincidan nunca, pero se aproximan, y en esa aproximación se cifra, si no el fin, al menos el debilitamiento de la quimera; se abre la puerta a la posibilidad de dejar caer una historia que nunca pasa del todo y que quiere actualizarse a cada momento. Si el mito está pasando ahora mismo10, si es un nudo que se desplaza a lo largo de la cuerda de nuestra existencia, también nuestra his

toria personal es un mito al que prestamos devoción total. Una devoción cuajada de paradojas, porque es la fuente del malestar, pero nos aferramos a ella aunque nos queme. Una mentira que llama a la puerta a cada momento cambiando la voz.

Consumación de la tragedia, de la pa sión, experiencia de la luz o la oscuridad. Se deshace el nudo corredizo de nuestra biografía; se resquebraja la presa que corta el caudal y no se puede impedir que se restablezca la corriente; regresa la libertad posible. Pode mos decirlo de otro modo: supervivientes de nuestra propia muerte, se rebaja la rabia con la que el mundo es una exigencia, y la rabia con la que se increpa al mundo. Hay menos reclamar, y más entrega. Una entrega de la que no se excluye nada, tampoco hundir las manos en el cauce de la vida y beber. En los términos de María: se desvanece el personaje y aparece la persona, y nuestra vida es cada vez menos la representación, una noche más, de un papel conocido y ya gastado.

Por eso el iniciado recibe ese nombre: porque todo recomienza para el que atra viesa los misterios.

Entre Delfos y Eleusis no hay contra dicción real. Sin decirlo abiertamente, María establece dos paralelos singulares: uno, el de la continuidad entre los misterios de la luz y los de la oscuridad; dos, el de la destrucción del templo y la destrucción del personaje. Del segundo hablaremos más adelante.

Entre los dos templos hay reverberación porque “que el amor obedece a la tiniebla como a la luz”11 y porque en los infiernos “también hay algo divino”12. Con experien cias diversas, en ambos hay un encuentro en lo íntimo, con lo íntimo que no es lo propio mío. No hay menos amor en la cavidad sin luz que en las torres del aire. Todo es para el amor y para que el amor no sea nada más que el amor. La mirada de la luz despeja

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la niebla del alma, somos vistos como no creíamos que pudiéramos ser vistos y la consecuencia primera es que vemos al otro como no sabíamos que era, como nunca hasta entonces lo habíamos visto. La sere nidad aritmética pone orden en el espíritu; un orden vivo que orbita, crece, emite. Pero no otra cosa sucede en los ritos de la Tierra. Tiene lugar la misma inocente pasividad. Lo que no puede ser entendido se vuelve ebullición. Cede lo falso, ceden el exceso y la asfixia, y volvemos a la vida a lomos de una oleada de vida sin dueño.

Delfos y Eleusis parecen remitirnos a la filosofía y a la poesía, puntos cardinales que marcan casi desde el comienzo la trayectoria de María. La luz, la serenidad, la unidad, la observación y la elevación; el claroscuro, la zozobra, lo múltiple, la magulladura y lo hundido. Ya hemos dicho que los dos tem plos se comunican por arroyos invisibles. No olvidemos que en la propuesta de la razón poética no podemos cortar los tejidos que unen ambos términos y recuperarlos de forma aislada, porque en realidad no hay tal existencia aislada. Es una única apertura a la existencia13, un echar mano a lo real con la red de todas las dimensiones del ser hu mano. Si quedan dudas de que, en el avance vital, la excavación de la filosofía (lo délfico) echa mano de los recursos de lo poético (lo eleusíaco), este párrafo particularmente revelador quiere disiparlas: Y el verdadero progreso de la filosofía y su progreso –de haber lo– estriba en descender cada vez más a capas más profundas de ignorancia, a adentrarse en el lugar de las tinieblas originarias del ser, de la realidad: comenzando por olvidar toda idea y toda imagen. (Zambrano, 2020, pág. 89)

Delfos y Eleusis: renacimiento, novedad de la mirada, comienzo de la perplejidad, ahondamiento del sueño y la realidad. Sue ño: no ensoñación, ni entumecimiento de la razón, sino certeza, certeza vivida, de sus raíces hundidas en lo hondo. Sin ese costado de sueño, la realidad es menos.

IV. El regreso del templo

Lo vivido en el templo no es una expe riencia que se cierra sobre sí misma, no es un oasis en el desierto de la historia individual. Es un momento excepcional, sí, pero porque transforma la vida. Debe incorporarse al caudal de la vida de todos. Reaparece la certeza de Zambrano de que hay que vérselas con el mundo, con el mundo de la contra voluntad, en palabras de Ortega. Necesidad aún mayor tras de ese momento de verdad. Y de otra parte, tal momento absoluto en el cual apareció una verdad o, más ambiguamente, una realidad, pasa. Pasa pero reclama fidelidad. Y hay que serle fiel mas en el tiempo. Aquello que fue vi sión, ha de ser realizado. Pues en la vida humana no basta con que algo aparezca como real, ha de ser realizado día tras día. Y ha de ser edificado, construido. Es la contri bución a la realidad. (Zambrano, 2019, pág. 218)

Ser fiel a la visión en el tiempo significa hacer fundir la historia en tiempo: desgastar los ecos del pasado, hacer menos sólida la carne, presentar menos resistencia a los días. El destello de lo absoluto no es un adelanto de una experiencia tras la muerte física. Ese compromiso con la visión está ligado directamente al regreso del templo, de cualquiera de ellos:

Y luego, ya de vuelta, pues a la vuelta de todo esencial viaje es cuando

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La germinación y la mirada

surgen las resoluciones, aparecía en la mente, en el ánimo, una especie de voto no nacido de la voluntad, sino sostenido por ella: la decisión inquebrantable. (Zambrano, 2020, pág. 392)

Es el momento absoluto (éxtasis, visita al templo, exceso de la pasión, descenso al infierno…) lo que hay que traer al tiempo. La persona que surge de ese hecho, la que lleva en sí, sellados en cada inspiración, los relieves del nacimiento. Lo importante es el regreso y posar sobre el día común la nueva mirada, la que ha crecido en el seno de la luz o en el de la oscuridad. No se trata del regreso de viaje del héroe; o sí se trata de eso, con la condición de que entendamos que héroe son o pueden serlo todos, que no hay podio, que la victoria es la paz, no la estridencia. “Solo atiende a su juego el que atiende al juego de los demás, el juego total” (Zambrano, 2020, pág. 264), dice María, tomando la cantinela de un juego infantil, y deja así claro que juego, realidad, persona, sociedad, destino,… forman parte de un tapiz imposible de abandonar en pos de otro mundo.

V. En el templo del mundo

Hemos dicho antes que María establece un paralelo significativo entre la destrucción de un templo y la aparición de la persona tras el hundimiento del personaje (el perso naje enajenado que somos). No es explícito pero se puede trazar sin dificultades en las pistas que se cruzan y separan en El hombre y lo divino. Este es uno de los ejes más impor tantes de “El hombre y lo divino”, eje cuyo esquema o, mejor, cuyo ciclo, podríamos resumir así:

En un primer momento , hay al rededor fuerzas, instigaciones, seducciones, amenazas. El hombre

o la mujer del pasado remoto, o el recién nacido, en medio de fuerzas que lo superan, que lo cuidan o lo interpelan con violencia y ternura

En el segundo, se da la interiori zación de lo descubierto fuera. Hay un esfuerzo por construir, por dar forma a lo informe y rigidez a lo fluido. Por concentrar lo disperso. Templos o conceptos, personali dad, pasiones (en el sentido filosófico en que estamos usando el término en este texto) pertenecen a ese segundo momento. El tercer momento es el de la ruina de las formas. Para María es el más importante de los tres. Los tres son imprescindible, sin ellos no habría ciclo, pero el tercero consuma un tramo de experiencia, reabre el ciclo, fertiliza el exterior. Disuelve, por decir así, la separación estricta entre dentro y fuera. Reescribe las reglas del juego.

Estos momentos no corresponden a fases de la historia ni de la sociedad (María no tiene una mirada teleológica sobre la historia). De hecho, sería más exacto decir que el primer momento da lugar a la historia y que el último la disuelve; al menos, en términos individuales. Y siempre teniendo en cuenta que, a pesar de que en este texto se haya descrito de forma tajante por razo nes de exposición, Bungard (pág. 208) nos recuerda que se trata de que “la vida de la persona (…) está siempre en transformación a consecuencia de múltiples re-nacimientos, pues, por decirlo así, vivimos repetidas muertes seguidas de continuos re-naceres”. En todo caso, y por decirlo con palabras de María, esos tres momentos serían modula ciones del trato con lo otro

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La ruina es un umbral decisivo de lo que hemos llamado ciclo, porque aumenta la esencia y el poder de aquello que se ha querido encadenar a la forma. La forma ha hecho aparecer algo a la conciencia; la ruina libera ese algo de los límites de la forma, pero no desaparece de la conciencia, al con trario, se extiende sin fronteras. Los restos del templo hablan más elocuentemente que el edificio cuando estaba en pie e intacto. La ruina o la demolición del templo no solo no consiguen anular el poder de este, sino que lo acrecientan y lo difunden. Todo lo que se contempla desde el templo está transfigurado; se ha convertido a su vez en templo, o recuerda el impulsó y la intuición que movió a los anónimos constructores. Así, las ruinas del templo son el signo de la fecundación de divinidad. Después de haberse concentrado en forma, en sólido perdurable, después de haberse enroscado en columnas y haber entrado en la arquitectura, después de haber sido espigas o surtidores de lo divino, es reabsorbido por la tierra. Es como si lo divino se hubiera filtrado en el terreno alrededor del templo, sorbido por el subsuelo, y distribuyendo por doquier el resplandor que antes estaba sostenido por columnas, naves, altares.

La ruina no es, dice María, el testimo nio de un edificio pasado, sino el resto aún visible de un poder que se ha propagado y palpita alrededor. Ahora que no puede asirse, que está aligerado de un aspecto de terminado, que no puede ser captado por los sentidos habituales, es más penetrante. “La ruina guarda la huella de algo que aun cuando el edificio estaba intacto no aparecía en su entera plenitud”14.

De igual modo, la persona es también una ruina, la ruina del personaje.

Persona es lo que ha sobrevivido a la destrucción de todo en su vida y

aún deja entrever que, de su propia vida, un sentido superior a los he chos les hace cobrar significación y conformarse en una imagen, la afirmación de una libertad impe recedera a través de la imposición de las circunstancias, en la cárcel de las situaciones. (Zambrano, 2020, pág. 292)

Del mismo modo que los restos del templo son testimonios de lo divino, más poderosos como resto de la forma que la forma misma, la persona va emergiendo lentamente de los añicos del personaje. Emite la bruma de lo divino a medida que deja pasar ese ‘más allá de sí mismo’ que citábamos antes.

En una de sus afirmaciones más esen ciales, María dice que “revelarse a sí mismo el hombre a solas no puede”. (Zambrano, 2020, pág. 397) Esta perspectiva nos per mite enlazar todo lo dicho hasta ahora: porque si Delfos y Eleusis representaban la mirada y la germinación, el encuentro con la transparencia y con la tiniebla, el orden y la disolución,… ya no es posible acudir a ellos en busca de esos partos de revelación. Pero lo que no puede hacer la mirada de las imágenes sagradas del templo ni las galerías de Eleusis, lo hace la realidad al completo. Tras la ruina, toda la realidad aparece como templo, délfica y eleusíaca a la vez. No solo el terreno en el que se asentaba el templo, sino el entero mundo del devenir, son to mados ahora como el territorio en el que ir mudando, experiencia a experiencia, la piel de la persona que late en el interior. El juego del mundo nos enajena, pero incluye también casillas secretas donde se va dando el desvelamiento. Los demás son causantes involuntarios tanto del ocultamiento como del hallazgo, como nosotros lo somos para ellos. Y caeremos en esas casillas, tantas ve

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La germinación y la mirada

ces, por azar, no por voluntad; casi al contra rio, huiremos en dirección contraria cuando presintamos la cercanía de la revelación, que lo da todo pero se cobra el precio más alto de nuestra historia, nuestra historia minúscula, nuestros días esposados unos a otros, causa de la identidad y de la inmovilidad.

La mirada y la germinación como ritos de renacimiento no han desaparecido de este mundo sin templos. Solo han ocupado la totalidad del espacio. No hará falta un dios particular para verse mirado hasta el silen cio de los átomos. En cualquier momento puede sorprendernos la mirada que nos resta peso, igual que el mar nos permite olvidar sostenernos.

“No toda mirada es capaz de engendrar visiones” (Zambrano, 1991, 204), dice Ma ría, refiriéndose en ese caso a Galdós, cuya mirada ocasionalmente tuvo la capacidad de engendrarlas. Pero podemos entender que ese mirar se da también fuera del rango de los escritores: quienquiera que haya llegado al centro, aunque sea pasajeramente, mira creadoramente. Llegar al centro significa situar lo mirado, encontrarse con lo mirado, bajo la bóveda de la unidad; significa tam bién encender el lugar de su interioridad que es también centro, porque el centro no es topográfico, no es privativo, está por todas partes, es en todos y para todos, como el mediodía. No me resisto a evocar -al menos, una vez- a Simone Weil, para quien tanta importancia tuvo la mirada. Traigo dos frases, la segunda de las cuales encaja aquí con especial exactitud. “Una de las verdades capitales del Cristianismo, hoy olvidada de todos, es que lo que salva es la mirada”. (Weil, pág. 118) Unas cuantas páginas antes: “Dios está presente en el punto en el que las miradas se encuentran”. (Weil, pág. 95) Coinciden aquí las dos filósofas en el acto revelador de la mirada, cuando la mirada no

procede del interés o de la depredación, ni de la humillación o la vileza. Entonces hay limpidez divina en ella. Mirar en estado na ciente, digámoslo con la expresión habitual de María, es una mirada que nada pide, nada espera, nada exige. Es un mirar libre y reviste de libertad lo que toca. Y hay también ocasiones de germina ción, ocasiones en que oscuramente se vive la vida, desprovistos de la ayuda de la razón instrumental y agotado el poder de las pasiones para mantener en pie el entramado de significados y sentires. La crisis, de las que tan tempranamente habló, sabedora de que en ellas sale a la luz la veta incontrolable: La crisis muestra las entradas de la vida humana, el desamparo del hombre que se ha quedado sin asi dero […]. Entonces, en medio de tanta desdicha, los que vivimos en crisis tengamos, tal vez, el privilegio de poder ver más claramente, como puesta al descubierto por sí misma, y no por nosotros, la vida humana; nuestra vida. (Zambrano, 1987, pág. 85)

Es el exilio, o Antígona vagando con Edipo, o la desarticulación íntima de con vicciones, o el descubrimiento de pulsiones arrinconadas hasta entonces. Es tierra no pi sada hasta entonces, y tiene que recorrerse a tientas, con los sentidos más destapados que nunca, al margen de la costumbre. La crisis, el momento de desvalimiento máximo, una experiencia de Eleusis en el campo abierto del mundo. “Ha sido un punto privilegiado el abandono en que Job fue dejado caer. El punto que le ha arrancado de poseer y de ser poseído. Pues le sucede al que posee, que es poseído a su vez fatalmente” (Zambrano, 2019, pág. 465). Así se insinúa el fin de la avidez de la pasión, en la que unos y otros están esclavizados, y así se da el inicio de la li

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bertad y la paz. Siempre, una y otra vez, has ta la consumación, quizá en la transparencia del aire. Aunque a veces sea intolerable el peso de las circunstancias. Como fueron una cruz, a menudo, las circunstancias que le tocaron vivir a María Zambrano.

Notas

1 “Ocupada siempre en lo práctico, como aquellos seres que viven sumergidos del todo en el misterio” (Zambrano, 1991, pág. 74).

2 Zambrano, 2019, pág. 226.

3 Zambrano, 1991, pág. 158.

4 Zambrano, 1991, pág. 185.

5 Zambrano, 2019, págs. 110 a 113.

6 Me cuesta pensar que, al escribir lo que acabamos de citar, María no tuviera presente la Ética de Spinoza, uno de los tres libros que llevaba consigo al cruzar la frontera de Francia. A punto de alcanzar el final de la obra (V, proposición XLII), Spi noza deja caer uno de esos fragmentos que, de manera fractal, resumen el libro: “Pues, el ignorante, aparte de ser zarandeado de muchos modos por las causas exteriores y de no poseer jamás el verdadero contento del ánimo, vive además, casi inconsciente de sí mismo, de Dios y de las cosas, y, tan pronto, como deja de padecer, deja también de ser”.

7 En Hacia un saber sobre el alma , en el ensayo del mismo nombre, leemos: “Cada distancia que el hombre conquista con respecto al resto del universo, le crea una soledad que al principio le da terror y remordimiento. Y de la soledad recién conquistada, retrocede a abrazarse con lo que acaba de dejar”. Queda enunciada de forma contundente esta visión fenomenológica, casi no-dual, según la cual el ahondamiento en lo interior desemboca en libertad exte rior. La intimidad y la libertad, no unidas,

sino tejidas con las mismas fibras. Aquí, como en otras partes, se evidencia la relación de María con la fenomenología.

8 Zambrano, 2020, pág. 317. “El amor es el agente de destrucción más poderoso”.

9 En La España de Galdós, verdadera joya semioculta dentro de la obra de María, esta establece en la relación entre Nina y el ciego Almudena –personajes de la novela Misericordia – la doble atención a la fe realista (Nina) y la mirada mística (el sufí Almudena).

10 Llano, pág. 55.

11 Zambrano, 1991, pág. 181.

12 Zambrano, 2020, pág. 414.

13 Lo recuerda así la profesora López Sáenz en op.cit. pág. 206.

14 Zambrano, 2020, pág. 295.

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Repaso al método encantado de María Zambrano

Ensu libro Fragmentos a su imán (1978), José Lezama Lima, tras conocer a María Zambrano, en su exilio habanero, dijo de la malagueña: “María se nos ha hecho tan transparente/ que la vemos al mismo tiempo/ en Suiza, en Roma o en La Habana”.

En la filósofa María Zambrano (19041991), y en toda su obra ensayística, siempre hay una boda indisoluble entre pensamiento y poesía, en la que la razón se confunde con la poesía misma, y en cuyo universo intelectual siempre se revela la palabra como centro de gravedad de su escritura iluminadora, incisiva y penetrante. Hizo profesión de fe del alma en su búsqueda de luz, de espacios claros, en medio del bosque de las ideas y de una tradición filosófica oscura y abstrusa. Fue orteguiana, no en el sentido discipular, sino en que asumió la vida con radicalidad, en su tentativa por desprenderles a las cosas su ser y su identidad. Vivió su vida siempre en los límites de la razón, en sus bordes más transparentes, acaso porque su vida se de marcó por la errancia, bajo el signo del exilio –o el autoexilio–, y tras la Guerra Civil: Cuba, París, México, Ginebra, Argentina, Roma, Chile o Puerto Rico.

Asumió el pensamiento y la razón poética como vocación y voluntad de escritura. Nos dio lecciones de estilo, al

ahondar en la tradición del pensamiento filosófico, sin perder la belleza de su prosa ni la gracia de su sintaxis. Así, nos mostró que se puede ser profundo y claro a la vez (y esto lo aprendió de Ortega, para quien la claridad es la cortesía del filósofo), gracias a la poesía que le inyectó a las ideas, abriendo un nuevo camino a la filosofía metódica y sistemática –en la tradición tratadística de Kant, Heidegger, Husserl, Marx o Hegel–hacia la transparencia metafórica. De modo que Zambrano iluminó con luz y poesía el bosque de la razón, poniendo en crisis incluso el positivismo lógico o filosofía analítica, con su prosa elegante, poética y lú cida. No vendió su alma al dios de la razón, y por eso su obra filosófica se sitúa en las fronteras entre la poesía y las ideas. Su obra no se fragmenta –como la de Nietzsche–, pero sí rompe la unidad, pues se sitúa dentro del marco de un método secreto y personal, insuflada por el delirio, el frenesí, la pasión y la embriaguez, en su búsqueda del logos. Zambrano trató, en su aventura de pensamiento, de navegar en las aguas de la prosa, entre la poesía y la filosofía, la me moria y el tiempo, el alma y la eternidad, la emoción y la razón. Y este difícil equilibro es lo que hace perdurable su obra y trascen dente su forma peculiar de hacer filosofía, ya que sus ideas son vitales –como discípula

BASILIO BELLIARD Repaso al método encantado de María Zambrano 95 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
BASILIO BELLIARD

aventajada de Ortega y de su filosofía de la razón vital o raciovitalismo. De ahí la actua lidad de Zambrano, pues su pensamiento se potencia con la vitalidad de las cosas, y porque, además, sus palabras dialogan con lo divino, es decir, donde lo humano se vuelve espejo de la divinidad –como lo expresa en su magistral libro El hombre y lo divino. Asimismo, porque, en la articulación de su obra, buscó siempre identificar vida y pensamiento, mito y logos. En efecto, en la raíz de su mundo de ideas, de su universo conceptual, el ser trasciende la realidad, en su búsqueda de otredad, tras bucear en el sueño y los territorios insondables del amor. En esa búsqueda del absoluto las cosas encuentran su relatividad. Y de ahí acaso su fascinación por el mundo del sueño y el mito, el misterio y la memoria, es decir, por esos territorios que van más allá del interés de la filosofía, y que desbordan sus fronteras para naufragar en los abismos conceptuales del psicoanálisis o la antropología filosófica.

Desde la inexistencia del pasado nace la memoria del presente, y de ahí que, en su obra, el presente del sujeto se defina como vida y el recuerdo en tanto memoria del ser. Si bien en Zambrano el pensamiento es ac ción, vitalidad consciente, no menos cierto es que también vive –y convive– entre lo divino y lo humano, lo sagrado y lo racional.

María Zambrano –a mi juicio– le dio brillo a la tradición filosófica cartesiana y forma peculiar al saber, esto es, le imprimió libertad expresiva a la tradición hermética, y un espíritu de sistema, que ha hecho de la filosofía un saber para iniciados y no un saber vital que dialoga con la poesía, y aun con la mística, la teología y la metafísica. Así pues, introduce la imagen en la razón, dándole autonomía a su pensamiento y haciendo de la filosofía una disciplina de la imaginación, una aventura imaginaria de

las ideas. En otro sentido, le dio un lugar en el tiempo a la razón filosófica, desde la razón poética, llenando con la velocidad de su pensamiento, los vacíos de lo temporal, y ubicando en la órbita de su imaginación, el movimiento de su espíritu vital, vivificante y móvil. Zambrano buscó, en efecto, la esencia de la filosofía –en su origen griego–cuando poesía y filosofía vivían en pugnas, en habitaciones contiguas, en una querella histórica de atracción y repulsión, en disputa por su primacía –o primogenitura. De ahí que ahondara en el mito y el logos, en las ideas de los presocráticos: vislumbró una relación íntima de la poesía con la filosofía, la música, la mística y la metafísica, en tanto búsqueda no de la razón sino de lo sagrado y lo divino. Zambrano fue más allá con su pensamiento imaginativo, o sea: hacia el mito para hallar lo natural, hasta lo místico para encontrar lo humano. Ella percibió el logos helénico como la única vía humana de acceso para penetrar y conocer la vida y el ser; y, en ese sentido, fue que, en el camino del filosofar, unió el sentimiento con los actos de soñar y pensar. Por ende, sueño y pensamiento adquieren –y asumen– en su universo conceptual, de símbolos y referen tes filosóficos, un peso específico muy no table. El desarrollo de su concepto de razón poética está vinculado, por consiguiente, a la idea de que –desde el punto de vista de la teoría del conocimiento o gnoseología–, este no solo se adquiere a través de la mente, sino también mediante la experiencia poética, y con la intuición y el espíritu.

Su vida, marcada por las huellas del exilio, acaso también fueron las que dejaron en ella los signos de un nuevo estilo de hacer filosofía no académica, próximo a la escritura literaria, a la prosa poética, rompiendo la aridez y la rigidez –y hasta la sequedad– del racionalismo, integrando en una simbiosis,

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BASILIO BELLIARD

Repaso al método encantado de María Zambrano

todos los elementos del ingenio humano. Esa forma personal de pensar, más cerca de la intuición que del intelecto, es lo que quizás le permite ahondar aún más en la fi losofía, al inyectarle dignidad categorial a lo mítico, lo místico, lo metafísico y lo divino. Esa manera peculiar –insisto– de filosofar en un lenguaje y un estilo poblado de imágenes reverberantes y lúcidas, es decir, poéticas –y tal vez, desde su condición femenina–, ha cen que su obra ocupe un lugar especial en la tradición filosófica occidental del siglo XX, por su originalidad y vocación de ruptura.

Salta a la vista que, como intelectual con conciencia de la historia, Zambrano se ocupó de los grandes temas que consti tuyeron el centro de gravedad de sus preo cupaciones filosóficas, más allá del mundo clásico grecolatino: El Quijote, España, don Juan… como también la sabiduría del alma, los mitos (Antígona, Diotima, Eloísa), el nuevo humanismo, Europa, la violencia en Occidente, el hombre, lo divino, el exilio, la guerra y la historia. También, de ocuparse de sus influencias y dioses tutelares o padres pu tativos: Séneca, Unamuno, Ortega, Galdós, Cervantes… Pudo articular y labrar su obra –pese a los avatares de su vida personal y familiar–, perseguida por los fantasmas del exilio, la muerte de su padre, la muerte pre matura de su madre y los estados depresivos de su única hermana Araceli.

Discípula de Ortega y Gasset, quien se distanciaría de ella, tras la publicación de Hacia un saber del alma, pues el maestro consideró que se alejaba de sus enseñanzas. Esta obra habría creado el recelo y la cólera de su mentor, cuando la regañó al “dar el salto” que abrió una brecha entre discípula y maestro, cuando el filósofo le dijo: “O se hace literatura, o se hace precisión o se calla uno”. Hacia un saber del alma habría de representar, pues, el salto epistemológico

y la ruptura a un discipulado para fundar la “razón poética” a partir de la “razón vital” orteguiana. Para el filósofo Fernando Sava ter, Zambrano era “una francotiradora ne cesaria, al margen de todo academicismo”, y a quien llamó, además, “filósofa de oído”.

Por consiguiente, y, en síntesis, el pensamiento zambraniano se mueve en forma caleidoscópica y desde un estilo compositivo, cuyas fraseologías asume una voluntad musical, en la exploración intuitiva que alcanzan sus reflexiones filosóficas. Su obra devine, entonces, en búsqueda de una razón poética desde una orbita filosófica. Su prosa seduce y encanta porque nace de la pasión y no de la razón pura, y porque, además, brota del misterio de la palabra y de la experiencia más apasionada del “saber del alma”.

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EXÉGESIS Dossier 98

Biografía, política y metáfora: Tres claves del exilio de María Zambrano

Como

bien es sabido, uno de los rasgos más definitorios de la vida y el pensamiento de María Zam brano es su identificación con la experiencia del exilio, la cual adquiere además, en su caso, una dimensión plural y compleja. La propia filósofa planeó la elaboración de un libro monográfico sobre esta experiencia con materiales diversos, tanto publicados como inéditos, que nunca llegó a ver la luz1, si bien se trata de un tema presente a lo largo de toda su obra, unas veces en estado latente, otras de forma explícita. Ya sea en clave autobiográfica o conceptual, testimonial o alegórica, el exilio impregna su trayectoria vital e intelectual de principio a fin, plasmándose en multitud de memorias y reflexiones, metáforas y símbolos, personi ficaciones y figuras de la tradición literaria, filosófica y religiosa.2

En mi opinión, cabría señalar al me nos tres grandes claves para aproximarse a esta constelación de elementos, con las debidas reservas y a sabiendas de que el bisturí analítico debe ser utilizado con gran prudencia y restricción por los tejidos metafóricos que puede llegar a romper, sin que ello alimente ningún prejuicio esoté rico sobre el lenguaje de la razón poética. Se trataría de tres sentidos o acepciones elementales diferentes, tres maneras de en

tender la experiencia del exilio que sin duda podrían desgranarse en algunas más siendo en todo caso cómplices entre sí, aunque no siempre simultáneas en la trayectoria vital de Zambrano.

En primer lugar y partiendo de una acepción muy elemental, cabría entender el exilio de Zambrano como una circunstancia biográfica; algo que, pese a su obviedad, nos remite a cuestiones de fondo como las tensiones con las que tiene que medirse cualquier filosofía situada en la circunstancia cuando afronta experiencias límite. En este caso, se adivinan las diferencias de Zambra no con su maestro Ortega y las limitaciones de la razón vital para albergar la radicalidad y complejidad de una experiencia como la del exilio. Como en el caso de otros muchos compañeros de viaje, su exilio fue antes de nada el resultado de una combinación de elecciones individuales y sucesos históricos inapelables, tales como su compromiso con la República antes y durante la Guerra Civil Española, y las tensiones geopolíticas propias de la Europa de su tiempo, al borde del abismo bajo la presión del nazi-fascismo. Es decir, fue la consecuencia de una singu lar combinación de azar y necesidad, de voluntad libre y determinación colectiva; el resultado de una experiencia histórica, arraigada y madurada en unos espacios

ANTOLÍN SÁNCHEZ CUERVO Tres claves del exilio de María Zambrano 99 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
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y tiempos concretos. Pero, en su caso, el exilio no fue una experiencia meramente circunstancial, ya que le llevó a pensar la condición radicalmente náufraga de la vida, esa misma condición que el idealismo había reducido a la insignificancia y que el raciovitalismo de Ortega, precisamente, había querido restituir, aunque sin llegar hasta las últimas consecuencias. Desde la perspectiva zambraniana, la razón vital se revela insuficiente para contener, elaborar y expresar la experiencia del exilio en toda su complejidad, magnitud y contradicción

La propia Zambrano se referirá a la insuficiencia de la razón circunstancial para afrontar la experiencia humana en toda su radicalidad, en numerosos momentos de su obra, por ejemplo en Notas de un método cuando afirma que el pensar se da “in arti culo mortis”, apurando así el “Método del Naufragio” de su maestro Ortega y llevando su heroísmo deportivo más allá de sí mismo. (Zambrano 2019, 39-40)3 Ya en Isla de Puerto Rico (1940), la célebre metáfora orte guiana de la vida como naufragio se había visto reemplazada por la de la insularidad, de manera que la imagen de la isla en general y de Puerto Rico en particular expresaban contenidos racio-poéticos que escapan del alcance semántico de la imaginería orte guiana. En concreto, el desprendimiento respecto de las viejas y opresivas categorías de la metafísica occidental y la gestación de un logos embrionario y aún sumergido; la liberación de una esperanza largamente avasallada por esas categorías y la emergencia de un mundo intermedio entre el fondo de la vida humana y su propia trascendencia, entre la oscuridad de las entrañas y la luz que emana de ellas.

En todo caso, el exilio es para Zam brano una circunstancia que se trasciende a sí misma y obliga a considerar su condición

de pensadora trágica y no solo dramática. Al igual que Ortega, Zambrano concibió la existencia como proyecto o voto de ser, pero, a diferencia de él y de su talante dramático –o melodramático, si se prefiere– y de su gusto por lo inmanente, le imprimió un sentido trágico que le emparenta mayor mente con Unamuno. En realidad, cabe reconocer en ella una herencia simultánea y una síntesis creativa que parece extraer y conjuntar lo más significativo de ambos pensadores, además, por supuesto, de de sarrollarlo por cuenta propia. En medio de esta doble fuente de inspiración, y al hilo de este desarrollo heterodoxo, el exilio se revela como una circunstancia desbordante que obliga al sujeto a vivir fuera de sí, o que le empuja hacia una vida entrecortada, con vulsa, derramada. Más allá de la vida como proyecto incierto y en riesgo de naufragio, se extiende la existencia trágica y agónica, de la que el exilio es metáfora y realidad, y que en el caso de Zambrano solo encuentra reposo en la esperanza.

En segundo lugar, el exilio de Zam brano tiene una significación política que, más allá, de nuevo, de la obviedad, resulta indisociable de una crítica de los espacios y los tiempos de la racionalidad moderna y de sus consumaciones totalitarias. Se trata de una dimensión que en otro lugar he de nominado “oculta” (Sánchez Cuervo 2014), en el sentido de que tiende a difuminarse bajo el trazo homogeneizador de muchas reconstrucciones de la razón poética en clave “espiritualista”, o bajo los lugares comunes acerca de su pensamiento político, centrado sobre todo en sus libros Horizonte de libe ralismo y Persona y democracia. Entendido como una experiencia material, el exilio cuestiona de manera radical muchos de los espacios y tiempos que ha construido la racionalidad política moderna, erigiéndose

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además en referencia iluminadora del pen samiento contemporáneo más crítico, desde judíos precursores de la Teoría Crítica como Franz Rozensweig hasta pensadores actuales como Giorgio Agamben y Jean Luc Nancy, pasando por Walter Benjamin y Hannah Arendt, entre otros. A la luz de este nuevo pensamiento, el exilio constituye, precisa mente por su condición de “no-lugar”, una figura privilegiada para desenmascarar las dimensiones excluyentes del Estado y su gran aliado, el relato de nación, iluminan do la relevancia de ambos en la génesis de las lógicas totalitarias y excluyentes de la modernidad.4

Desde esta perspectiva, el exilio es, para empezar, el lugar “u-tópico” en el que puede germinar una nueva ciudadanía, ins pirada en la semántica de la alteridad y en la condición diaspórica. El exiliado es una concreción de un sujeto cuya vocación no es dominar sino interpelar en el sentido de que tiene algo diferente que ofrecer y decir, y cuya disposición, al mismo tiempo, es más receptiva que activa en la medida en que su existencia no consiste tanto en ver como en ser visto. O se trata, en todo caso, de un sujeto dispuesto para la acción en un sentido performativo, por así decirlo, pues en su misma forma de ser reside su función, la cual no es otra que asaltar, interrumpir y escandalizar, transformar el mundo que le rodea mediante la sola exposición de su presencia, interpeladora de por sí. Se trata por tanto de una figura cuya presencia altera y deconstruye, desestabiliza y desactiva el poder. En las antípodas del sujeto cartesiano-idealista, siempre orientado hacia la dominación y objetivación de la realidad, busca precisamente la expresión de lo más profundo y reprimido de esta última. De ahí precisamente su significación raciopoética, personificada en figuras como la de

Antígona, que, en el caso de Zambrano, nos remite además a un mundo previo al logos como el de la tragedia, en el que filosofía y poesía aún no se han escindido.5

Esta figura de Antígona personifica por cierto ese sujeto cívico-político diferente, tan ligado a la experiencia del exilio y que bien podríamos desgranar en diversos as pectos:

En primer lugar, la relevancia de su condición femenina, posible núcleo de una suerte de “intrahombre” (Cerezo 2004, 334), alternativa al “superhombre”. Es decir, una condición alternativa al patriar cado, entendida no solo como un mero empoderamiento de la mujer, lo cual traería consigo un recorrido democratizador sin duda legítimo en sí mismo, pero limitado y expuesto a la reproducción de ese mismo poder del que se emancipa, sino como ger men de un nuevo sujeto político, nacido del contrapoder. En todo caso, la crítica del sujeto cartesiano-idealista implícita en An tígona (al igual que otras figuras femeninas del mundo zambraniano como la Nina de Misericordia), es inseparable de una crítica del régimen patriarcal, personificado en este caso en la figura de Creonte.

En segundo lugar, Antígona desvela la dimensión sacrificial de la polis y de la condición trágica de la historia a ella ligada, tal y como se ha gestado en Occidente. Su sacrificio, como el de Sócrates, pone al descubierto el coste de la razón cívica por su sentido excluyente, el cual alcanzará su punto culminante con el Estado-nación. Zambrano reflexiona de manera retrospec tiva en el momento más crítico y contradictorio de este último, y encuentra en la misma experiencia del exilio la revelación de una “Nueva Ley” (Zambrano 2011, 1117) o el germen de una ciudadanía sin exclusiones inspirada en la condición errante. La tumba

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de Antígona –afirma Zambrano– es también cuna y segundo nacimiento. Su agonía es la del exiliado que funda ciudades sin quedarse en ninguna y lleva consigo lo que ningún habitante de ellas tiene. “Como yo, en ex ilio todos sin darse cuenta, fundando una ciudad y otra. Ninguna ciudad ha nacido como un árbol. Todas han sido fundadas un día por alguien que viene de lejos”.

En tercer lugar, Antígona es precisa mente una figura ligada no solo a la crítica del espacio, sino también a la crítica de la temporalidad. Dicho de otra manera y como acabamos de insinuar, puede ser un emblema no solo del cosmopolitismo y la condición diaspórica, sino también de la memoria en un sentido político y moral, más allá de acepciones sentimentales, privadas o estrictamente autobiográficas. Es decir, entendida como la presencia de una ausencia que interrumpe y cuestiona la lógica el progreso y las filosofías de la histo ria en general, las narraciones historicistas y los relatos de nación, por lo que tienen de preestablecido e interesado al servicio de las ideologías dominantes. Antígona, en tanto que enterrada viva, personifica no ya lo otro y oculto, sino también la memoria de los ausentes. Antígona, en su tumba –afirma Zambrano– “es una presencia” y una “muerte aparente” (1165), resistente, por tanto, al olvido.6

Pero, en tercer lugar, el exilio es también un conjunto de símbolos y metáforas entre lazados –sin perjuicio de que la metáfora también esté presente, aunque de maneras más vagas, en los niveles anteriores, como lo está en la mayor parte del lenguaje en general–. Es la gran alegoría de un pensamiento heterodoxo que, como el de Zambrano, no tiene un lugar dentro del canon racionalista occidental, del que de hecho quiere desprenderse en busca de lo que yace olvidado

y sumergido en sus márgenes; hacia la expe riencia de un nuevo comienzo que no repro duzca sus reduccionismos, consumados bajo sus mismas derivas totalitarias. Una concre ción sencilla y cristalina de esta metáfora es la del retorno a la caverna de Platón, que Zambrano sugiere en diversos momentos de su obra, por ejemplo en Filosofía y poesía a propósito de la condena platónica de los poetas (Zambrano 2015, 715-735). “Razón poética” significará, entre otras cosas, pensar conforme a una representación invertida de esta célebre alegoría, conforme a un saber sin poder, sin voluntad ni capacidad de poder –aunque sí de transgresión–; un saber del no saber y no por mera obediencia debida a ningún imperativo socrático, un saber irreductible al pragmatismo universitario, incompatible con la lógica reductora de la norma universitaria e imposible bajo la disciplina académica. Un “saber sobre el alma”, como ella misma lo había denomi nado en 1934 de forma programática, en ese célebre ensayo, Hacia un saber sobre el alma, que tanta incomprensión provocará en su maestro Ortega.

Avanzando por el camino de esta ale goría, el exilio también sería la condición del pensamiento español frente al canon racionalista y tecnocientífico dominante por su condición heterodoxa y desarraigada. En este sentido, Zambrano se ubicaría en la vanguardia de una larga tradición velada que se remonta al estoicismo y llega hasta sus maestros directos, Ortega, Unamuno y Machado, sin que ello deba llevarnos a ningunear la relevancia de otras fuentes suyas de inspiración, ajenas a esta tradición. Por así decirlo, el prisionero de la caverna de Platón que al llegar al exterior rehúye el exceso de luz optando por la penumbra, piensa en español; ha renunciado a la lengua del logos (el griego y después el alemán,

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ANTOLÍN SÁNCHEZ CUERVO

hoy día el inglés) para adoptar otra lengua que pueda expresar el saber protoracional prematuramente abandonado en la caverna. Esa lengua bien podría ser el español, al menos cuando ha querido dar voz a un pen samiento crítico y desenmascarador, no solo, por supuesto, de la tradición imperialista o reaccionaria que paradójicamente le dio a luz, sino también de la violencia inscrita en la claridad hiriente del idealismo. En este sentido, pensar en español significa pensar desde el exilio, entendiendo este último no solo como la circunstancia de muchos de sus interlocutores, sino también como una metáfora de su marginalidad respecto del canon racionalista occidental.

Pese a su discreto eurocentrismo7, que le llevó a obviar la dimensión iberoameri cana del pensamiento de lengua española, y pese a su inevitable tendencia a cierto nacionalismo cultural, característico de cualquier comunidad exiliada, Zambrano aportó una de las reflexiones sobre este úl timo más penetrantes y complejas, no ya del exilio republicano de 1939, sino también de todo el siglo XX; y ello, precisamente por la condición “exiliada” que descubre en lo más íntimo de él, guiada por numerosos inter locutores, tanto clásicos (Séneca, Cervantes, Galdós…) como contemporáneos (sus maestros Machado, Unamuno y Ortega, sus amigos Cernuda, Bergamín, Dieste y Prados, entre otros muchos). Especialmente relevantes fueron Cervantes y Galdós, el Quijote y Nina, nombres, todos ellos, que nos remiten a una tradición discontinua y velada, arraigada en el saber popular y desplazada del canon, falsificada por el tradicionalismo, no siempre comprendida por la inteligencia liberal y ligada al mundo racio-poético que Zambrano siempre quiso desentrañar. La propia Nina, precisamente, puede darnos la pauta para perfilar una

última metáfora del exilio en el universo de Zambrano: aquella que representa la condición humana en su radical desnudez y en su estado genuino de desarraigo y a la intemperie.

En el universo de Zambrano, Nina no es solo un personaje literario. También es una de sus recreaciones del “hombre verdadero” que trasciende la historia, en el sentido de que se resiste a su lógica sacrificial desprendiéndose de ella y al mismo tiempo soportándola, para de esa manera redimir la. Al igual que el propio Quijote, es un personaje de novela que, paradójicamente, trasciende la novelería, o, dicho de otra manera, un símbolo literario que alumbra la condición humana. En definitiva, una figura de la autenticidad que ha renunciado a la realidad apócrifa y a la historia tal y como ha sido construida por el sujeto occidental, a saber, a base de razones, justificaciones y enmascaramientos de una violencia permanente. Su renuncia o su ausencia en forma de presencia pura es una manera de cuestionar e interrumpir esa historia, mien tras que su indigencia es una alegoría de la condición humana en su radical desnudez y abandono, de la orfandad propia del su jeto contemporáneo y de lo que queda de él cuando se ha desprendido de todas sus falsificaciones. Tampoco es casual que Nina sea mujer y que proceda de lo más profundo del realismo español. Como tal, encarna la sabiduría popular, que es para Zambrano el saber más simple y radical. Por eso es una figura común de la tradición española y de la condición humana misma, una personi ficación del exilio como metáfora tanto de la una como de la otra.

Pero el exilio como gran metáfora de la condición humana también emparenta a Zambrano con la fenomenología existencial de Heidegger, otra cuestión en la que ahora

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no podemos detenernos pero que no pode mos dejar de señalar. No es fácil seguir este parentesco, dada las escasísimas alusiones explícitas a Heidegger en su obra, aunque sea tan obvia como vaga su presencia en libros como Claros del bosque. Ambos quisie ron retroceder hasta un origen radical de la tradición filosófica, anterior a su despliegue idealista en el amplio sentido del término, a través de un pensamiento de la escucha más que de la mirada, que él no llegaría sin embargo a apurar, en la medida en que recae, a juicio de ella, en la violencia propia de la pregunta por el ser. Para Zambrano, una traducción filosófica consecuente de la alegoría del exilio es incompatible con el restablecimiento de ninguna pregunta o mé todo que oriente el camino hacia el “claro” o hacia el lugar de la verdad, pues esta solo puede ser un don o un regalo del bosque, una revelación de lo sagrado no hermética o bajo la forma legible de lo divino, según la distinción entre ambos registros propuesta en El hombre y lo divino, más que una aper tura o un acontecimiento de orden ontoló gico. Este sería, precisamente, el sentido de la mística en el pensamiento de Zambrano, especialmente en su etapa de madurez, en plena navegación, ya, de la “razón poética”. De esta última pueden apreciarse, de hecho, en esta etapa, sus expresiones más logradas, quizá más experimentales y también más crípticas, a través, a menudo, de símbolos, metáforas y lenguajes muy distantes de cual quier razón discursiva o argumentativa, en la medida en que quieren explorar ámbitos de la realidad supuestamente ocultos, recón ditos e inaccesibles mediante los caminos normalizados de la filosofía. Tanto en el ya mencionado Claros del bosque como en De la Aurora, Notas de un método y, sobre todo, Los bienaventurados, la semántica del exilio encontrará sus expresiones más alegóricas,

en tanto que desprendimiento del mundo en busca de su propio origen creador. Un exilio, por tanto, que tiene algo de camino de vuelta o de retorno a una difusa unidad primigenia, y que nos remite a la proyección sanjuanista, quietista y sufí, entre otras claves, de la razón poética. Una suerte de “noche oscura del alma” cuya culminación es el “exilio logrado” personificado en el bienaventurado, figura análoga al “hombre verdadero” que expresa lo que queda del sujeto tras un proceso de despojamiento de todos los poderes con que le había investido la razón moderna. El exilio de Zambrano es un nuevo nacimiento.

Notas

1 He detallado estos materiales en Zam brano 2014, 1365-1366. Algunos de estos textos han sido editados por Juan Fernando Ortega Muñoz en Zambrano 2014.

2 Sobre esta cuestión existe una amplia y creciente bibliografía que no es posible detallar ahora y en la que destacan los trabajos de reconocidos estudiosos de la obra de Zambrano como Ana Bundgaard, María Luisa Maillard, Mercedes Gómez Blesa, Carmen Revilla, Virginia Trueba, Marifé Santiago Bolaños, Mari Paz Balibrea, Francisco J. Martín, Ricardo Tejada o Pe dro Chacón, entre otros. Dos síntesis muy elaboradas pueden encontrarse en Moreno Sanz 2008 y 2010. Una síntesis reciente, de la que retomo ahora algunos contenidos, puede encontrarse en Sánchez Cuervo y Robles Luján.

3 Sobre la influencia de Ortega en Zambrano hay una bibliografía amplísima de la que no es posible dar cuenta ahora. Dos excelentes síntesis introductorias pueden encontrarse, a mi juicio, en Tejada; Cerezo Galán.

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ANTOLÍN SÁNCHEZ CUERVO

4 He desarrollado este planteamiento en Sánchez Cuervo 2014a, 125-143.

5 Véase la excelente edición de Vir ginia Trueba, con una amplia Introducción (Zambrano 2012).

6 En la “Carta sobre el exilio” que había escrito en 1961, pocos años antes, Zambra no se había referido, en este sentido, a la “vida póstuma” del exiliado y a su identificación con la “memoria que rescata”. Véase Zambrano 1961, 69-70. También su concepto de ruina, que había planteado en El hombre y lo divino, discurría en este sentido. Allí asemejaba la ruina a “un delirio de vida que nace de la muerte”, y la identificaba con la “supervivencia, no ya de lo que fue, sino de lo que no alcanzó a ser”; o con algo que posibilita la apertura de “un tiempo concre to, vivido, que se prolonga hasta nosotros y aún prosigue. […] Tiempo de un pasado que lo sigue siendo, que se actualiza como pasado y que muestra, al par, un futuro que nunca fue […]”. Ruina –prosigue Zam brano– es “traza de algo humano vencido y luego vencedor del paso del tiempo. (…) Algo que nunca fue enteramente visible”, que “tiene algo de intento frustrado” y que lleva dentro de sí “la realidad perenne de lo frustrado; la victoria del fracaso”. Véase Zambrano 2011, 254-260.

7 Zambrano nunca llegó a plantear un pensamiento “de lengua española” como José Gaos, una “filosofía hispánica” como Eduardo Nicol o un “humanismo hispáni co” como Joaquín Xirau (por citar algunos ejemplos del exilio republicano español de 1939), sino que se limitó al ámbito peninsu lar. A mi modo de ver, su estancia en Chile durante la Guerra Civil y la primera década de su exilio entre México, Cuba y Puerto Rico no llegaron a registrar una inquietud relevante por temas o motivos americanos.

Tampoco, en sentido estricto, Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo me jor, pues en este ensayo las posibilidades de esa temática no llegan a desarrollarse aunque se ofrezcan algunas referencias, haciendo sitio a otras de carácter racio-poético como la simbología de la insularidad y su poderosa significación.

Bibliografía

Cerezo Galán, P. (2012). “De la razón vital a la razón poética”, en P. Calafate, J. L. Mora; X. Agenjo Bullón (eds.), Filosofía y literatura en la península ibérica. Respuestas a una crisis finisecular. Madrid: Fundación Ignacio Larramendi, 167-187.

Moreno Sanz, J. (2008). El logos oscuro: tragedia, mística y filosofía en María Zam brano. Madrid: Verbum, vol. III, 245-283.

____. (2010). “Destierro y exilio: cate gorías del pensar de María Zambrano”, en A. Sánchez Cuervo; F. Hermida de Blas, Pensamiento exiliado español. El exilio del 39 y su dimensión iberoamericana. Madrid: Biblioteca Nueva-CSIC, 268.322.

Sánchez Cuervo, A. (2014). “El exilio de María Zambrano y la política oculta”, en Aurora. Papeles del Seminario María Zam brano, 15 (noviembre-diciembre), 56-63.

____. (2014a). “Fuera de lugar, a destiempo. El exilio como figura política”, en A. Aguirre; A. Sánchez Cuervo; L. Roniger, Tres estudios sobre el exilio. Condición humana, experiencia histórica y significación política. Puebla: BUAP-Madrid: EDAF, 107-194.

____, y Robles Luján, C. R. (2020). “Exilio y exilios. Para una cartografía interior del pensamiento de María Zambrano”, en C. Robles Luján. (ed.), Pensar y sentir el exilio. Una invitación al pensamiento de María Zambrano. Bogotá: Aula, 127-154.

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Dossier

Tejada, R. (2011) “Introducción. Zam brano y Ortega: más allá del magisterio y de la herencia”, en M. Zambrano, Escritos sobre Ortega. Madrid: Trotta, 9-59.

Zambrano, M. (1961). “Carta sobre el exilio”, Cuadernos del Congreso por la libertad de la cultura, nº 49 (julio).

____. (2011). Obras completas III. Libros (1955-1973), edición dirigida por Jesús Moreno Sanz, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores

____. (2012). La tumba de Antígona y otros textos sobre el personaje trágico, edición de Virginia Trueba Mira. Madrid: Cátedra. ____. (2013). Obras completas VI. Escritos autobiográficos. Delirios, Poemas (19281990). Delirio y destino (1952), edición de Goretti Ramírez con la colaboración de Jesús Moreno Sanz, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. ____. (2014). Zambrano, M., El exilio como patria, edición de Juan Fernando Ortega Muñoz. Madrid: Anthropos. ____. (2015). Obras completas I. Libros 1930-1940, ed. dirigida por Jesús Moreno Sanz, Barcelona: Galaxia Gutenberg. ____. (2019). Notas de un método , edición y presentación al cuidado de Fer nando Ortega Muñoz, en Obras completas IV-2. Libros (1977-1990), edición dirigida por Jesús Moreno Sanz. Barcelona: Galaxia Gutenberg.

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Cuadrivium

portafolio monográfico maría zambrano

Imagen citada de la Web y disponible en republica.com

Carta

MÓNICA MANRIQUE DE LARA

MÓNICA MANRIQUE DE LARA

bosque

Carta de amor y dudas a María Zambrano: Un sentir hacia Claros del bosque

Jerez de la Frontera, 30 de julio de 2021

Mi querida María:

En estos días de intenso verano apa ciguados en las ramas de la noche, en las brisas de cristal de un mar lejano y el silencio constelado por los grillos, días en que la infancia se remonta luminosa como un sol al pensamiento, ando rondando el misterio que lleva hacia “el claro del bosque”, ese “centro en toda su plenitud”, donde el humano esfuerzo que en conciencia arrastramos ha de quedar, necesariamente, suspendido, aletargado hacia el ensimismamiento; pues tal como ocurre con la llegada de la aurora y el ocaso o con el devenir del crecimiento de un árbol, parece ser este un lugar que “no hay que buscar”, ni buscar nada en él una vez halla do. Así, cercano al hecho de haber nacido y aún desconocer que hay que esperar algo distinto de lo que ya está sucediendo, debe de ser ese claro en la espesura iluminado; como el fondo de un mar que se aviene a ser cuerpo encendido, una eclosión en el trago de sangre que alberga la vida, un arrecife sin forma ni fondo, un dios sin templo.

De modo simultáneo, presintiendo o anhelando el regreso a ese tiempo puro “que no alberga ningún suceso, ni se le nota que vaya a ser sucesivo”, abro y cierro mis pár

pados en una especie de pestañeo deshecho, que es alba y noche oscura en un abrazo, y así busco el anclarme en la memoria des nuda, huyendo del recuerdo, para intentar liberar al mundo de sus imágenes, desasistir a la apariencia, así como tú dices, María, para nacer bajo ese sol que no se halla, sin más instante que el propio latido, caballo enardecido, pasmado, quieto en su ritmo. Y así, secretamente y aún oscilando entre la pregunta confusa y una suerte de vacío iluminado, he creído, acaso soñado, experimentar, como onda de mar en mi cuerpo, una revelación que se aproxima redentora, un regreso a la vida, la maleza inexistente, el bosque evaporado, que lo es todo, porque no siendo nada, hace “huella” y es muerte cediendo al fragor de la vida.

Dices que “[…] queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca”, y que “parece que la nada y el vacío hayan de estar presentes o latentes de continuo en la vida humana. Y para no ser devorado por la nada o por el vacío haya que hacerlos en uno mismo”. Entonces tiemblo asemejándome a una espiga y, de algún modo, he perdido mis ojos.

¿Hay que abrirse por dentro, como trozo de tronco en la llama, hasta dejar de “ser sí mismo” para ceder a ese vacío, para entregarse a su fin y principio, y de este

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Portafolio

modo, dejar de hacerlo hostil y peligroso?

¿Ser como hembra que se ensancha para el parto, como labios que se ofrecen para librar la palabra herida o abrir, como fontana, el alma entera para que cruce amor la puerta?

¿Hay que saber quedarse mudo, ciego, sordo, hacer la miel sin ser abeja, trasladarse con el sol que ya no vemos?

Me pregunto, María, vientre de luz de las criaturas ateridas, cómo pudiste concebir este nido en el centro de un “claro”, esta visión ante la luz en el vacío. Extenuada por un largo trayecto a través de los telones luminosos de las constelaciones febriles, que no siendo luz, sino espejo, se funden con la conciencia de existir, que se delimita a sí misma en multitud de formas, imágenes y conceptos dispuestos entre fronteras que se dan las espaldas, las unas a las otras, en la sed, trabados por la materia pedregosa de los diques que retienen mi ceguera, desarropada y al fin desterrada del lecho del sueño en este afán de conocimiento y camino, así de lastrada, María, busco luz con la luz que quiere adquirir espacio en el abierto vacío, como un lleno volcado, como matriz de un despertar o nacimiento puro y primigenio.

Tú que deshaces el camino en la verdad, que demoras tu sentir en la transparencia del aire hacia el sol, atravesando con tus ojos las montañas, con tus manos la tierra, oh mártir de la luz, dulce María hacia el silencio que escucha y guarda a la palabra desnuda, pastora de un rebaño de poetas, hija legítima de la oscura flor del alba que permanece sumida en su sueño, dime qué vibra en el no acontecer del tiempo, de la luz, del espacio, “esa presencia pura que palpita”, ese “soplo” o “respiro”, profetizado sin mensaje en el in terior de una crisálida profunda, acaso siendo crisálida misma, replegada o devuelta, a la manera de un milagro, en manantial, que con la luz se desvanece y que acaso, de este

modo, se vuelve hacia el barro, tan cercano e inaccesible al mismo tiempo, de oculto y subterráneo movimiento, vaticinando ese anhelo irrefrenable de asomarse, ese ir hacia la luz para mostrarse, esa expansión desde el amor hacia el conflicto, que ya parece alber gar la pregunta “…que creemos constitutiva de lo humano. La maléfica pregunta al guía, a la presencia que se desvanece si se le acosa, a la propia alma asfixiada por el preguntar de la conciencia insurgente…”, con su semilla de luz subyacente, en continuo estertor, y su latencia adherida fielmente a la esencia del ser en el “ser preexistente”.

¿Y qué se levanta entonces hacia la claridad? ¿Acaso es el temblor, esa ramita de misterio presuroso, vulnerado, del alma, quien nos arrastra por un río de anhelo hacia el darse, como armonía desolada y suplicante que se presenta ante esa claridad que al “ser” revela, alimenta y da forma? ¿Y quién es la materia en el sueño? Y el denso cieno del cuerpo, ¿de qué modo se contiene a sí mismo? ¿Por qué no lo eleva la luz, si también la contiene a ella? Se contiene a sí mismo soñando ese “instante que no acontece”, porque es “puro” y “carece de imágenes” que puedan conformarlo, y aún menos transformarlo en otra cosa, y devora su propio sueño como alimento mártir, necesario para que la luz, un nuevo e in forme día, en la elevación, se derrame de los ojos hacia afuera y vuelva, a un tiempo, a ser sedimento.

Recuerdo o imagino que cuando era niña, acaso permaneciendo aún en ese “despertar sin imagen” del que nos hablas, quizá incluso antes de comprender que iba yo a ser reconocida por el mundo con estas seis letras que contienen mi nombre, todo podía atravesarme como el viento: el espacio, los besos, la risa…, pues yo no era cristal, aún era agua, mi memoria era un paisaje

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Carta de amor y dudas a María Zambrano: Un sentir hacia Claros del bosque

de mar y mi tiempo era dicha. Mi soledad era transparente como el aire, y el aullido de mis manos ascendía por las mañanas de la nada. Y del sol recogía la sombra, observaba cómo la naturalidad de la oscuridad giraba en torno a la luz sin premura, y yo, que aún no era yo, no había alcanzado a saber que se puede respirar tan despacio como el universo y, sin embargo, así creo que cotidianamente ocurría. Pero la dicha no es aún felicidad, porque ese enigmático participio del decir parece albergarlo todo sin haber sido emitida palabra alguna, como un ruego o apelación espontáneos hacia el tejido azul del cielo, una expansión suspendida en la profunda claridad del sentir, perteneciente al movimiento de las olas, quizá formando parte, como sal, pez, plancton, de un océano de amor en “preexistencia”, que no parece ser el “amor” que “fatalmente sabe a concep to”, sino esa “concepción” que nos ofrendas tú, María, “concepción que nos atañe y que nos guarda, que nos vigila y que nos asiste desde antes, desde un principio”.

Sentía con mis hermanos un profundo silencio de vida, como un espacio atrave sando nuestros seres que, al quedar violen tado por el juego, la mirada, una llamada a nuestro nombre, devenía hacia el “serse” consciente; pero al ser recobrado ese espacio, volvía a concebirse en un estado de dicha ensimismada, o de amor sin imágenes. La felicidad, que ya es alberca de sentido en el concepto, aún no había irrumpido en esa vida que asomaba a la existencia. Luego “se rompe la niñez y aparece el adolescente desconocido, la incógnita que juega a ser lo, que juega a serse. Se toma la libertad a costa de su propio nacimiento, y así apaga o empalidece, al menos, su aurora. Aparece la conciencia de todo y de sí mismo ante todo”. Ahí comienza el camino. Acaso “la pregunta”, esa búsqueda trepadora de mil

cielos que se convierten en un pájaro sin nido, sea el exilio del amor en “preexistencia” hacia el “juego de serse” en la existencia, ese continuo devenir hacia y desde el destierro que conllevan el “nacer” y el “existir”.

¿Pero quién es el ser enamorado, quién es el padre, la madre, el hijo, qué indicios muestran de ese primer lugar de “preexis tencia”? Prendía en mi adolescencia un sentimiento dibujando una ventana, y la luz se mecía en la brisa, hacia dentro, hacia fuera, con las fragancias de la noche en mis sentidos y con el sol del mediodía en mis entrañas. Yo intentaba empujar aquel columpio imaginario y vacío, en el que el ser que siempre había amado escondía, sin imagen, su latido, y liberaba mi sangre al alejarlo, al acercarlo la volvía a mí misma. ¿Sabes tú quién ha sido en mi vida ese ser trasladado a través de la luz de la ausencia? Por el heno de mi alma arde un misterio, la radiante pureza de un sueño. Pero qué alto alza los muros la conciencia, con la sangre de piedra del tiempo que es sucesivo, lanza gol pes de sal a los ojos. Si he de espejar mi alma ante la aurora, lo haré sujeta a este cabo de sol que no juzga ni entiende; me desnudaré, como anda desnuda la fertilidad de la niebla, para fundirme en el amor y abrir junto a mi amado la puerta del hogar donde esperan nuestros hijos imprecisos, perdidos, futu ros, prendidos de las sábanas, azulando los muros, dormidos sobre el suelo, inacabados, como una fuente de luz y vacío. Cuando la luz del corazón deviene agua, toma el cauce del río su vuelo. El hondo bosque de tenues premuras, la ramita que roza, el ave que, de repente, calla, o aquel ciervo que cruza el arroyo, pasan creando remolinos en el viento, y así los enamorados, distraídos con los cambios del entorno, habrán siempre de esperarse, perderse, encontrarse, como un símil de tiempo puro, pues no se trata

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de aislar o proteger del vacío al ser amado, sino de fundirlo con él en nosotros, trans formando así el temor hacia la ausencia en una ausencia pura, como un sueño, para un lugar de “preexistencia” compartida.

La quieta noche volvió a fletar un sueño recurrente; un hijo detenido en el sendero de mi vientre, cuyo latido había quedado suspendido, permanecía por siempre tendido bajo el cielo sin estrellas que contiene mi cuerpo, con sus ojitos bien abiertos, perpetuamente esperando a nacer. Yo levantaba mi voz hacia él, no lograba sonido, pero eran tus palabras diciendo “solo da vida lo que abre el morir”, y él comprendía y cerraba los ojos. Luego, tomados de la mano, caminando, aquel pequeño me reclamaba su nombre. Agonizando entre el vacío y el lleno, tuve que confesarle que lo había olvi dado, –en verdad, nunca lo había tenido–, y que esto lo convertía en mi hijo más puro.

El amor con la muerte, germen intacto del nacer y el despertar, en íntima fusión con la verdad, “que con su simple presencia asiste”, incluso “antes de ser percibida”, pues es, esencialmente, “sentida y presentida”, ha cen juntos un ave de luz incubando la vida. Los tres subyacen atraídos hacia el centro de la luz que los acoge, sumidos en un espacio de gravedad concéntrica de lo que precede, de aquello que preexiste. Esta verdad, como dices, María, se presenta “invulnerable” ante el ser nacido y sus sucesivos despertares, con el fin de entregarle, sobre su lecho profundo de amor, un humano temor ante lo puramente imbatible, que le permitirá replegarse de nuevo, pues es condición innata al hombre ser un “ser escondido en sí mismo” y, por tanto, está obligado a “comparecer” de este modo. La verdad es ama y guía de esta naturaleza nuestra que se halla en permanente proceso, eterno ámbito de gestación inacabada que da en

ser la leche materna de la “pregunta”, que se erige hacia afuera, ansiosa y necesitada de ser vista y enunciada, y que acaso nos distingue, esencialmente, de otras criaturas. Estamos nacidos y no estamos nacidos a un mismo tiempo, por eso el devenir de nuestra existencia es un ruego circular y continuo. Y ahora ya entiendo por qué quiero ser pequeña. Construimos un “castillo” de razón y conciencia para defendernos de esa verdad invulnerable que nos vulnera, pero si la verdad logra, de nuevo, sublevarnos, puede brotar como síntoma el anhelo de hacerse pequeño; es un instinto que nos va aproximando a una posición de repliegue y principio que nos otorga la posibilidad de crecimiento. Ser muy pequeño, tan mínimo que pueda uno volver al vientre materno para ser gestado de nuevo, quedar desnudo y volverse diminuto hasta alcanzar un nuevo estado embrionario.

Mi voz se ha replegado, la lengua oral es una puerta de salida, enmudezco en tu verbo que es leña, y su savia es la lumbre. “Es de dócil condición la palabra”, esa palabra que brotará de la raíz, y aún no naciente, ya es “confianza”. Regreso al “balbuceo” primero, “al susurro en palabras sueltas, apenas au dibles, como un ave ignorante, que no sabe dónde ha de ir, mas que se dispone a levantar su débil vuelo”. En silencio, regreso. Por mi canal respiratorio bulle el alma como viento que aviva la llama, alma que solo “responde a la llamada, a la invocación, al conjuro”. “Inspiración” y “expiración” hacen la vida.

He de callar para no soltar nada, he de escribir por retener lo que hay sembrado en las lindes de mi conciencia, recolectarlo como bocas de tinta, como manos de tierra. Tu palabra me borra el camino, no soy yo, soy el sol, soy vacío, y no hay nada en “el claro del bosque” que quede nombrado. Sin embargo, siguen fluyendo por mis manos,

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Carta de amor y dudas a María Zambrano: Un sentir hacia Claros del bosque

como un delirio, estas palabras impulsadas que sangran sobre el papel como una aurora. El oleaje de la respiración va trasvasando circularmente la vida. La “inspiración” ha de ser “lo primero”, se enciende dentro como fuego que se queda alimentando lo encendido, mientras la “expiración”, hace el bosque de fuego hacia fuera. Así con la palabra. De este lodo hacia la luz, la palabra nacida se exhala por la boca o se atrapa con el tiempo al escribirla, cada signo, cada raíz del verbo, como si fuese un animal derivado de otro, persiguiéndose los unos a los otros, secretamente movidos por el relámpago de un sentido primero y oculto, no sabiéndose cuál de ellos es el depredador ni en qué orden han de ser devorados, perseguidos, guiados; todos unidos por un cordón um bilical que les es tan extraño y misterioso como puro y resbaladizo. Cada palabra, desenvuelta hacia su desnudo, puede volver también a un estado embrionario, ya presto al “susurro”, al “balbuceo” del nacimiento, que es silencio. Como un abismo atrapado en el ojo de una aguja.

Mi querida María, voy manchada de hambre y conciencia, desearía que todas estas letras fueran lágrimas. Las palabras no poseen gravedad, y al mismo tiempo son barro en las manos. Hay que callar para que no se tornen piedras en el “templo” de la conciencia, no sean frontera entre el cielo y la tierra, puedan ser poesía. En el bosque desnudo no hay nada, pero queda una huella. De momento, pero ya nunca siendo la misma, voy por el sueño petrificado del “serse” en la existencia. Gracias...

María. Aquí te dejo mi amor y cansancio, con el reposo en el albor de tu palabra.

Siempre tuya

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La luz y sus fugas en Claros del bosque y otras poesías de María Zambrano

“El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada.” –Fray Luis de León

La

propuesta de retorno al bosque la encontramos en la obra de María Zambrano como una invitación a reconocernos en el viaje, a modo de un peregrinaje en el que el santuario reside en el corazón de cada uno. Esta dilecta filósofa española, discípula de García Morente y Or tega y Gasset es una figura fundamental en el pensamiento español, pues en sus ensayos no solo analiza los conflictos éticos si no que profundiza en las formas del razonamiento, hasta trascender a la poesía del saber místico. En ese umbral de lo místico, el único lenguaje posible es el poético. La metáfora en la prosa y en el verso será la luz que nos acompañará a adentrarnos en Claros del bosque y algunos poemas de María Zambrano, como fugas del alma al encuentro de la razón poética de la experiencia mística.

Entrar al bosque supone un acto vo luntario en el que sabemos que como nos dice la RAE, el bosque es, además de “Un sitio poblado de árboles y matas”, es tam bién, “Abundancia desordenada de algo, confusión, cuestión intricada”, por tanto, un espacio al que accesamos con el cora zón emocionado, entre el susto de entrar al misterio de lo desconocido, el asombro de la belleza de la pureza de la naturaleza, la búsqueda de la serenidad del alma en el silencio, en las voces de los que allí habitan

y la certeza de que a la salida ya algo se habrá transformado en tu ser. Ese camino hacia el encuentro con el ser, ese quien soy y quien eres es el que abre la senda al saber, trasciende el pensar filosófico y alcanza la experiencia mística:

Alguna figura con esta lejanía anda a punto de mostrarse al borde de la corporeidad, o más bien más allá de ella, sin ser un esquema ni un simple signo. Figuras que la visión apetece en su ceguera nunca vencidas por la visión de una figura luminosa ni por esplendor alguno. Algún animal si fábula mira esta le janía. Algún jirón se desprende de una blancura no vista algo, algo que no es signo. Nada es signo, como si se vislumbrase un reino donde lo que significa y lo significado fuera uno y lo mismo, donde el amor no tiene que ser sostenido ni la natu raleza ande como oveja perdida o sorprendida que se aparece y se esconde. Y la luz no se refleja ni se curva, ni se extiende. (Zambrano, Claros del bosque, págs.13-14)

Es esa la luz que necesitamos que se cuele en la espesura del bosque para formar esos claros que nos permitan reconocer donde estamos, reconocer los peligros y

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ALINALUZ SANTIAGO TORRES

ALINALUZ SANTIAGO TORRES

La luz y sus fugas en Claros del bosque y otras poesías de María Zambrano

apreciar su belleza. Un instante en el que la magia y el misterio se funden y a cada movimiento lumínico se transforma en un diálogo con el corazón que aspira a ilumi narse. Ese corazón que en los ínferos vela a la tierra, al universo y a sí mismo en espera del momento del abandono, de la entrega que solo la luz le dará:

Arriba en la luz, el corazón se abandona, se entrega. Se recoge. Se duerme al fin ya sin pena. En la luz que acoge donde no se padece violencia alguna, pues que se ha llegado allí, a esa luz, sin forzar ninguna puerta y aun sin abrirla, sin haber atravesado dinteles de luz y de sombra, sin esfuerzo y sin protección. (Zambrano, Claros del bosque pág. 39)

Un corazón que es centro y atrae, pero también mueve porque es ritmo y por tan to música, la primigenia, la que la razón mide matemáticamente y que le lleva en la búsqueda de ese instante de la creación. Zambrano nos dice: “Es profeta el corazón” (Claros del bosque pág. 66), porque parece buscar la palabra que le permita conocer al hombre en su origen. Esas palabras que le permitan entrar en la voz humana desde su cotidianidad hasta la sacra, pero sobre todo, en esa interior:

Y es la voz interior que se identifica con algunas voces, con algunas pa labras que se escuchan no se sabe bien si dentro o fuera, pues que se escuchan desde adentro. Y se sale también a escucharlas, se sale de sí. Y entre adentro y fuera el ánimo entero queda suspendido como queda siempre en toda identificación de algo que en el corazón late y algo que existe objetivamente.

Es el terror supremo que acomete

al escuchar como cierto lo que se teme. Y el total olvido de sí cuando se escucha lo que ni siquiera se sabía estar aguardando. Y en este caso dichoso se da la música perfecta; el canto. (Zambrano, Claros del bosque pág. 67)

Será ese corazón mediador del diálogo entre la oscuridad y la luz el que con su canto recoja las voces, no solo de los hombres hechas palabras, sino también las del bosque como pueden ser las de las piedras y el canto del pájaro. Esos claros en el bosque en los que la luz nos señala algo, a veces un camino, a veces un detente y observa… contempla: “La contemplación es la ley que la belleza lleva consigo”. ( Zambrano, Claros del bosque pág. 146) Entonces las palabras se vuelven: “[…] revelación, poesía, metafísica, o ellas, simplemente ellas. ‘Letras de luz, misterios encendidos’, canta de las estrellas Francisco de Quevedo” (Zambrano, Claros del bosque pág. 92).

En esos claros se encuentran los múl tiples cielos en los que los devenires del ser encuentren su espacio y su tiempo. En ellos la dialéctica de los ínferos y la luz alienta al ser a permanecer en la noche en la que no se refleja claridad alguna, mas no es sinónimo de muerte, es el tiempo de expirar y esperar por un destello que como una fuga celeste, le devuelva a la luz: “Irresistiblemente brota la vida desde sus reiterados infiernos hacia arriba, llamada por sus oscuros cielos in mediatos, que se derramarán en luz un día heridos por la aurora. Una aurora que será una entraña a su vez, una entraña celeste” (Zambrano, Claros del bosque pág. 144).

En Claros del Bosque la luz es una fuga en constante devenir que ilumina el espacio y el tiempo del hombre atravesando su historia, delineando su ser y abriéndole el

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paso a la posibilidad del delirio… de lograr alcanzar la unión del más allá y el ahora: La sincronización o más bien, qui zá, la sincronía. Sincronismo si se entiende que de lo que se trata es de una acción que se abre como la armonía, algo que se hace y que se está haciendo siempre, desde allá y desde acá a la vez, cumplimiento milagrosamente matemático, in calculable como el de la armonía. Manifestación de la armonía esta sincronización. Mas poco puede saberse de Ella, a penas esa nada con que designamos lo que condiciona lo incalculable. Logos y número al par. Tiempo que une, hito o detención en la vía unitiva que se da sin ser buscada o sin serlo para nada y sin conciencia al no haber empeño. (Zambrano, Claros del bosque pág. 45)

Estas fugas de la luz trascienden los Cla ros del bosque en la obra de María Zambrano. Esa búsqueda para nombrar lo innombra ble, de decir lo inefable es el espacio de la poesía, de la metáfora, del lenguaje poético. Desde esta búsqueda de esa voz poética es que Zambrano abraza la metáfora como el recurso que marcará su pensar filosófico y su sentir místico. Unas metáforas que nacen en el corazón y que abren al diálogo de lo que no se escuchó, del ser con el no ser, de la luz con la oscuridad. Esa búsqueda de la iluminación y la trascendencia expresada en imágenes rescatadas por la palabra. Refiriéndose a la importancia de la metáfora en la experiencia mística así lo expone Luce López Baralt en su libro, Repensando la ex periencia mística desde las ínsulas extrañas: “Por eso raras veces adquiere el lenguaje humano la densidad simbólica propia del lenguaje místico que realiza como ningún

otro la condición de “metáfora viva” de los símbolos auténticos” (pág. 23). Metáforas que inspiran a María Zambrano a asumir las formas del verso en busca de un nuevo lenguaje desde donde compartir su ser. Es un conformar la belleza conocida en pala bras que develen la poesía, la angustia del poeta. Así, toda poeta, es María Zambrano, según define al poeta el filósofo Francisco José Ramos en su libro, La significación del lenguaje poético: “Los poetas, en efecto, mienten demasiado; pero mienten para dar a luz a una verdad abismal que es la poesía. El cuerpo de un poema inventa una nueva lengua. Con el poema nace un mundo que vive en la certeza de su significación y no ya del referente de sus significados” (pág. 15). En Zambrano, esa luz que da a luz la poesía es su “razón poética”, pues, la razón, el sen tir y la palabra son también metáforas del corazón. Así se refiere ella a este encuentro: “Filosofía, poesía y religión necesitan acla rarse mutuamente, reciben luz una de otra, reconocer sus deudas” (Zambrano, Conside raciones acerca de la poesía pág. 64). Fugas de luz desde la mirada del concepto “fuga” del filósofo Gilles Deleuze en el que se califica “como esos procesos y episodios inasignables a la organización y el devenir de los grupos” (Deleuze y Guattari, págs. 225-226). Son luces que irrumpen hechos poemas para permitirnos las fugas del pensar y del sentir. La filósofa encuentra en el poema la forma que alcanza a la palabra hasta el silencio y el ritmo primigenio: “Pero al retroceder hasta el silencio, la palabra tendrá que adentrarse en el ritmo” (Zambrano, Consideraciones... pág. 67). Hemos escogido ocho poemas en los que buscamos la imagen de la luz y sus fugas, como lo son, aurora y aura. De igual manera observamos en ellos otros temas fundamentales en Claros del bosque como son: oscuridad, alma y música.

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ALINALUZ SANTIAGO TORRES

La luz y sus fugas en Claros del bosque y otras poesías de María Zambrano

“La Mirada”

Sólo cuando la mirada se abre a /la par

De lo visible se hace una aurora

Y se detiene entonces, aunque no /perdure y sólo sea fugitivamente, sin apenas duración, pues que /crea así el instante.

En estos versos se destaca la imagen de la aurora, como algo fugaz donde se debe detener la mirada. Estos versos dialogan con la definición de la aurora que nos da Zambrano en Claros del bosque: “Y la respiración se acompasa por esta luz que viene como destinada al que abre por ella los ojos. El que así alienta al encuentro de la luz es alumbrado por ella, sin sufrir deslumbra miento. Y de seguir así sin interrupción, vendría él a ser como una aurora” (pág. 24). De igual manera en el poema “Pensadora del Aura” desde el título recoge el espíritu de la “razón poética” de la poeta y por tanto de las imágenes de la luz que la sostienen: Nacer sin pasado, sin nada previo a que referirse, y poder entonces /verlo todo, sentirlo, como deben sentir /la aurora

las hojas que reciben el rocío; abrir los ojos a la luz sonriendo; bendecir la mañana, el alma, ¡la vida recibida, la vida que /hermosura!

En “El templo y sus caminos” se traslu ce la dialéctica de la oscuridad y la luz. En Claros del bosque Zambrano nos dice que en cada cielo hay un fondo oscuro, donde ha bitan las tinieblas y en el poema nos reitera: Unas tinieblas que prometen y a veces amenazan abrirse. Y es difícil creer que quien recorre tal camino no se vea acometido por el temporal

y un temblor casi paralizantes. Es la luz de un viaje más bien /extrahumano.

Mira en tu pupila misma dentro en ese fuego que te abrasa, luz /y agua.

Mas no puedo. Ojos y oídos son /ventanas. Perdido entre mí mismo no puedo /buscar nada.

No llego hasta la Nada. En este encuentro de la luz y sus fugas hemos transitado brevemente por unos textos de la filósofa María Zambrano en los que las imágenes de la luz y sus variaciones, aurora, alba, nos conducen a través de un bosque poblado de inquietudes sobre el ser y sus delirios. La luz se sostiene como la meta, mas anda siempre en fuga, no hay nada de lo que no se pueda desprender, es entonces cuando se da tenue y fría como en el alba, más cálida y tímida como en la aurora, ra diante y caliente como medio día, esquiva y colorida como el atardecer y en la noche filtrada por las estrellas y la luna. En cada una de sus fugas cuenta con las sombras, la tiniebla le permite ser, la oscuridad le acom paña, como dijera el papa Juan XXIII, “Dios creó la oscuridad para hacer resaltar más la luz”. Esa búsqueda de la iluminación del ser es la antesala del místico y la clarividencia del loco: “ La clarividencia es un fenómeno de la locura. La locura es la aristocracia de la anormalidad” (Ernesto Cardenal, pág.163). Por tanto, resulta luminoso acercarse a la obra de una poeta de la razón de la poética que fue guiada por grandes luminarias del saber filosófico y alumbrada por maestros del saber religioso. Entre esas luces y sombras que el saber sufí atinó a iluminar en ella asumimos la certeza de la epifanía en el que el más somero estudio de su obra nos acerca

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a esas fugas de luz que son los diálogos de la razón poética y la experiencia mística en el camino de comprender con la razón, el co razón y el alma la obra de María Zambrano.

Bibliografía

Acevedo Guerra, Jorge. “La razón poé tica. Una aproximación (María Zambrano y Heidegger)”, Cubierta Aurora, vol. 9, núm. 7, 2008.

Cardenal, Ernesto. Las ínsulas extrañas Memorias 2. Editorial Trotta, 2002.

Deleuze, Gilles y Guattari, Félix. Mil mesetas. Pretextos, 1994.

López-Baralt, Luce. Repensando la experiencia mística desde las ínsulas extrañas. Editorial Trotta, 2013.

Martí, Rosana. “Poemas María Zam brano”. El Blog de “Poemas y escritos con el alma”, 7 Ago. 2010. https://poemasrosana. blogspot.com/2010/08/maria-zambrano. html. 21 Jun. de 2021.

Ramos, Francisco José. La significación del lenguaje poético. Ediciones Antígona, 2012.

Rivera Kamaji, Greta. “La función de la metáfora en la razón poética de María Zambrano”, Acta poética ,vol. 23 núm. 1-2, 2002. DOI: http://dx.doi.org/10.19130/ iifl.ap.2002.1-2.85

Zambrano, María. Claros del bosque. Barcelona: Editorial Seix Barral, Biblioteca de Bolsillo, 1986.

_____. Algunos lugares de la poesía. Editorial Trotta, 2007.

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Al

MARÍA JOSÉ IGLESIAS SUÁREZ

MARÍA JOSÉ IGLESIAS SUÁREZ

Al hilo de Delirio y destino y otros textos de María Zambrano Alarcón

Era

mi anhelo contar algunas cosas que he sentido al leer a María Zam brano Alarcón. La descubrí hace muchos años, cuando ejercía de profesora de ciencias en secundaria. Había decidido ponerme a estudiar filosofía un año entero, por hacer algo diferente que me aliviara del peso de la docencia. Me deprimía el revoloteo picajoso de los chicos y chicas, y su poco interés en la formulación química, las trayectorias de los movimientos, resolver ecuaciones. Y cada día tenía yo menos vocación en las ciencias que explicaba. Tomé la mejor decisión: estudiar yo, ¿el qué? No podía ser otra cosa que filosofía. Fue un placer para mi ser deprimido. Este cono cimiento me elevó por encima de las pesa dumbres de la vida docente. Me reveló otra actitud al acercarme a los demás, en lugar del “así te ven, así te tratan”, “piensa mal y acertarás [...] tratar al prójimo sin temor, ni vanidad, porque ya lo había visto, eran eso: el prójimo sin más, el hermano. Pobres y solos, todos”1, (Zambrano 29); dirigirme al mejor semblante de cada persona aunque no lo viera, hasta de mi alumnado. Dice María Zambrano que vivimos en vía de hacernos, de conseguir un ser que se parezca a nuestros sueños. Esto es lo que hemos hecho a lo largo de la historia, con cada cultura hemos practicado una manera de ser humanos.

El primer libro que leí de María Zam brano fue Delirio y destino. Así conocí a María, después de embeberme de su vida y pensamientos. Nadie podrá desgajar su obra de su vida. Son dos elementos que se alimen taron mutuamente. En esta autobiografía, o confesión, rememora los delirios, pesares y anhelos que hubo de pasar a lo largo de su vida hasta alcanzar una senda vital señalada por ella misma. Lo que sentía, pensaba y hacía fueron con el tiempo acompasándose, haciéndose más ella misma hasta alcanzar un destino propio.

En esas estaba yo como ella, siendo jo ven, doliéndome de mi ser que no reconocía como mío, pues no encajaba en los cánones vigentes. Rabiaba por las órdenes implícitas sobre el comportamiento adecuado para una chica: su forma de vestir, de ser, de sonreír y amar; mis sueños de hacerme a mí misma no eran posibles. A mí me reñían por protestar y querer salir a hacer cosas de chicos con el balón. Mi abuela planeaba una educación mínima, para después aprender costura, corte y confección. Vivía en la España de Franco, una dictadura acorde con la doc trina nacional-católica que destinaba para las mujeres: el matrimonio, y ser cuidadoras de la prole y el marido, además de limpia doras y mantenedoras del hogar. La libertad de elección para nosotras no existía.

hilo de “Delirio y destino” y otros textos de María Zambrano Alarcón 119 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22

Por otro lado, me rebelaba contra el tiempo casillero: hora de levantarse, de rezar, de estudiar, de jugar, de ir a dormir. Me sentía juzgada y perdedora. Era desma ñada, mis manos amoratadas las escondía en los bolsillos. Cuando me preguntaban la lección, me ponía roja hasta las orejas y se escondían mis neuronas para quedarme en silencio. Era rara y siempre lo sería. Lo que yo quería hacer… jugar, salir al parque, o a donde fuera, imaginar aventuras para cuando fuera mayor y estar en las nubes, nada de esto era posible, ni era el momento, y, por supuesto, no tenía sentido. Mejor que lo olvidara.

Años después llegué a María y sufrí una suerte de identificación –no es presunción–. Yo no era una pensadora del mundo, solo sentía que mi ser no encajaba ni podía adap tarse a las circunstancias de mi vida. Y María me hizo flotar por encima de mis penas. Por eso se convirtió en mi guía de vida.

Querida María, cuántas veces leí, llorando, los episodios de tu juventud. Del infierno, y del desierto de soledad y silencio que atravesaste para traspasar todos los noes con que nos recibe la vida. Fuiste abandonando el deber ser, lo heredado, lo aprendido sin entrañas, todo lo que no tu viera su raíz en tu propio ser. No podía ser de otra manera, querías saber quién eras y dónde encontrarías tu alimento: Se había vaciado de sí misma y ya no se dolía; había perdido su imagen y esto era un gran descanso. Esa imagen que sin darnos cuenta elaboramos, que puede ser pálida, casi impalpable; y entonces nos atrae, y da eso que se llama ligereza, buen aire, pues que hace que la persona esté un poco ausente como conviene para enterarse bien de las

cosas. Pero hay una imagen de sí, densa, cargada de sentimientos, casi corpórea, y si sus contornos son muy fijos, ya la imagen está en trance de convertirse en “personaje”, más real que la persona misma, alimentado a su costa…Y mientras el “personaje” crece y toma posesión de cuanto espacio vital le dejan sus semejantes, la persona que lo sustenta se vuelve como un fantasma2. (Zambrano 36)

Eras un eremita en tu habitación, en el silencio y la inmovilidad física que te impuso la tuberculosis; la enfermedad se alojó en la debilidad de tu cuerpo –no te habías ocupado de él, de su descanso y alimento. Le hablabas a las nubes, que llegaban de la sierra, de lo que no querías ser más. Con dolor limpiabas tu ser de los velos con que la cultura y la tradición te habían ido vistiendo. Nunca más lo impuesto por los demás y por ti misma en el juego de las con venciones. Abandonas el personaje. Quedar solo en ti, aunque no hubiera nada. Por todo eso, tuviste que morir de muchas maneras para nacer por sí misma (Zambrano 23).

No puedo dejar de transcribir algunas puras esencias de tus textos, porque me han imantado tus palabras. Lo que nos dices, si muchas personas escucháramos de verdad, nos llevaría a dar un gran paso en esta hu manidad que tenemos a medio hacer.

Presto atención a tres consumaciones en la historia de tu vida. Podía llamarlos hitos, montañas que remontaste para volver a ver en el horizonte una nueva. Tú lo llamas caminar en el desierto, porque fue tu vida un peregrinar bajo soles que te quemaron dejándote en tu ser primero.

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MARÍA JOSÉ IGLESIAS SUÁREZ

Al hilo de “Delirio y destino” y otros textos de María Zambrano Alarcón

Nacer por sí misma

Lo había descubierto así: quería ser fiel a aquella desnudez en que se vio; su verdad. Había cobrado horror de su imagen, pues salvo en esa imagen impalpable, donante de ligereza, que sólo algunos, muy pocos, han debido lograr tener, la imagen es un maleficio; no por ser creada a nuestras expensas se nos hace visible en modo grato; la humillación que sufrimos, cuán a menudo proviene de esa imagen, pues esa imagen es la que se enfrenta, en realidad, con el prójimo, la que quisiéramos fuese reconocida, temiéndolo también. Y hay además, la imagen que los demás arrojan sobre nosotros, su propia sombra, si no viene del amor […]3. (Zambrano 36)

La metamorfosis buscada coincidió en el tiempo de tu juventud y tras los estudios de filosofía. La convalecencia por tuberculosis y postración en cama, te ofrece una situación ideal de aislamiento. Así pudiste fraguar tu renacer: quitarte las veladuras, los disfraces de distintos personajes fabricados por ti misma y los demás.

El proceso del “no”. No quieres ninguna piel que no haya nacido de dentro. Te has quedado desnuda; no sabes quién eres, solo sabes que no eres esto, aquello, lo que los otros quieren y esperan de ti. Solo quedándote sin nada, abandonando las mudas con que te cubrías antes, podías ganarte. Tu ser se vuelve como una caracola, envuelta en ti misma.

Aprendiste a amar lo que te negaban: fuera el color del vestido; las lilas que con devoción esperaste aquella primavera se marchitaron y no pudiste verlas; tu maravilloso amor primero, y te dijeron “no

es para ti”. Pero, María, trocaste la negación en cosa amada. Cómo aprendiste a amar aún más lo que se te negaba, a quererlo por su sola existencia. A quererlo, aunque ya no fuera para ti, en la pureza de un amor sin posesión. Decías que tu padre te miraba y sospechaba. Se estaba gestando una persona libre de las ataduras del “bien ser”, de lo que se espera de una mujer, por muy especial que fueras desde niña. Como después dijiste, vivimos en un mundo “donde hay siempre alguien que manda desde antes, sin saber”4. (Zambrano). Fuiste una mujer en busca de tu verdad.

No te pude seguir, soy más lenta. Pero paso la vida queriendo que se cumplan mis sueños ¿cuáles? Les puse el mismo nombre al saber de los tuyos. Los que se formaron en el silencio de las nubes que veías desde tu cama blanca: lograr alcanzar, apenas ser, una brizna de ser. “No pretender que nada nos cubra de esplendor, ni aparecer de ninguna manera ante nadie […], ir rectamente hacia el corazón de las cosa”5. (Zambrano 29) María inspirada. Eras la niña en lo alto de los hombros de su padre, luciendo olorosa como el limón que se escapó de tus manos. Los ojos prendidos allá arriba y tus manos eran las alas puntiagudas de las golondrinas que daban volteretas y se zambullían en el aire. Patio andaluz, golon drinas en primavera. Una niña, cielo azul, que vuela. El universo era tu patio andaluz: verdes hojas, cielo blanco, ven, golondrina ven, cielo azul. Era tu infancia feliz aquellos días, la vida se afirmaba en ti, en el cielo, en el árbol; erais la misma cosa.

Aprender a vivir de nuevo y con los demás

Cuentas, María, que las nubes que mi rabas desde tu cama te van descubriendo, con sus formas y figuras, la historia de tu

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tierra: la España que había devenido inmóvil y triste. Mas siguiendo tu sueño desvelado, las nubes se mueven y dibujan un país que despierta.

“No podía restringirse a una sola ac tividad ni apartarse de lo que sucedía en el mundo ni podía estar sola, desligada”6. Tu ser, acabado de nacer, escucha la llamada de las almas de las/os “don nadie”. Los que viven pobres de pan, de ser, y necesitados de esperanza. Tu vida empieza (aún tienes que curarte), y quieres que se cumpla en compañía de los otros y con ellos. Es tu pensamiento y el de tantos intelectuales buenos que quieren cambiar una realidad irrespirable de aquella dormida España. El analfabetismo, la injusticia de la pobreza y el abandono eran la norma para la mayoría de los asalariados y de las obreras y obreros del campo. Y Europa estaba lejos de nuestra historia, nos sentíamos abandonados. Y te metiste en el sueño de una nueva España que despierta soñándose: la República.

Desde mi presunción, pensándome muchas veces más lista que los demás; si tuándome en la jerarquía social: europea de estudios superiores, clase media (ser mujer no me sube de escala). Aceptando sin darme cuenta (aunque sea de izquierdas) los resul tados de una polarización y desigualdad de las personas, de los países, de la vida nuestra. Yo me pierdo en el mundo digital, y ustedes ¿están por encima de mí porque manejan más programas y se mueven en internet sin complejos?

Pero tú, María, a pesar de inercia de mis pensamientos, sigues enseñándome la acti tud hacia los demás: “hay que tratar a todos, a cualquiera, mejor de lo que se merecen”. Y recordabas las muchas veces dicho por tu padre “a veces es la única manera de tratar a alguien de verdad como se merece”. Todos llevamos un ser raíz original y precioso que

germina mejor con el buen trato, con notar que nos miran y escuchan, esto también lo sé por ti.

Es cierto, en España escuchamos con poca atención e hilando, a la vez, una respuesta como quien dispara. Hablamos a voces y deprisa. Explica, María, que nos comportamos como víctimas de nuestro aislamiento secular de Europa. Tenemos “hambre de ser escuchados”. Sufrimos una dictadura después de una guerra civil: más de cuarenta años de silencio y de guardarse cada cual sus cosas. En cambio, tú aprendiste a escuchar viendo a tu padre cómo atendía a cada palabra dicha. Por su plena atención, hacía sentir a quien hablara, que lo dicho era importante; por lo que le hacía detenerse en su pensamiento e implicarse en cada palabra dicha.

El exilio

Creo que el exilio es una dimensión esencial de la vida humana7 (Zambrano 58)

Y no pudo ser el sueño de una España despertando contigo. La Guerra (in)Civil con las víctimas de los que llevaban tu misma voz de pan y esperanza interrumpieron tus sueños. Querida María, esta vez te sentiste abandonada por tu patria, pero acompañada por la multitud que atravesabais la frontera al destierro, al exilio. Recuerdas vívidamente el cordero a la espalda del hombre camino del destierro, una mujer con una vaca: se iba con vosotros la vida de antes y no te dabas cuenta. Las tierras hispanas te acogieron, Cuba, Puerto Rico, México, Venezuela y más tarde Italia, Bélgica. Formaste con todos ellos tu sola patria: el exilio.

Qué esencia del ser lograste para convertir tu vida errante en regalo y esplendor. Tiempos diversos vividos y padecidos: Uno, para dolerse por la vida

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MARÍA JOSÉ IGLESIAS SUÁREZ

Al hilo de “Delirio y destino” y otros textos de María Zambrano Alarcón

común, pasada y vencida. Tiempo de padecer con los otros sin patria y aceptando que no volvería jamás vuestra Atlántida. Inacabable tiempo para despedirse de todos los amores y los sentimientos con la perdida España: dejar atrás el limonero, las golondrinas de la primavera. …Recoger fuerzas para seguir sola el camino del desierto. Dejar en la arena las últimas veladuras de tu alma y, ligera, ascender siempre. Vestida, solo, con las palabras y la memoria de los muertos.

¿A dónde ibas? Acaso a esperar el alba de cada amanecer.

No hay que arrastrar el pasado, ni tampoco olvidarlo […]. Es siempre y para todo pueblo, imprescindible una imagen del pasado inmediato, como examen de los propios errores y espejismos. El presente es siempre fragmento, torso incompleto.

El pasado completa esa imagen mutilada. La dibuja más entera e inteligible8. (Zambrano 57, 58)

La otra cara del exilio. El Exilio como Patria

Bien lo dijiste del exilio no se puede volver. En otras tierras, lejanas a la tuya, te acogen nuevos amigos y amigas. Dijiste haber inspirado la esencia de tu patria española en aquellas tierras hispánicas. Fue un regalo inesperado para ti. Aderezaste el cáliz del pasado con nuevas y hermosas palabras: cocuyo, flamboyán, fanal azul… Fuiste escuchada, admirada, querida, pues tu decir de mujer filósofa eran un hontanar que alimentaba sus mentes.

Sin haberlo presagiado tuviste que renacer de nuevo, pero, ahora, al destierro. La que habías querido y anhelado con todos los españoles, no podía ser. Recordabas a las cigarreras de Madrid, cómo te habían

escuchado. Fue una conexión de almas en comunión, y estabais en marcha por la nueva patria recién nacida: desierto, memoria, amor, padecer, ascender desde la derrota, revelación, y más humanidad. Todas estas palabras son las llaves para comprender tu vida en el exilio.

Más de cuarenta años de exilio para depurar tu alma, una destilación interior. Pasaste por todos los infiernos para ver la luz del alba que anuncia un mundo donde los valores humanos: amor, piedad, saber y bondad se aúnan. Y viviremos soñando contigo un lugar donde esto es posible: “la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, […], allí acabaremos de nacer, nos dejarán nacer del todo” 9. ( Claros del bosque La tumba de Antígona).

María, muchas veces he leído tu biografía y confesión, Delirio y destino. Los veinte años de una española, y a cada lectura voy añadiendo más subrayados, anotaciones y todavía alguna interrogación. Cuando hace años estaba agotada la edición yo la leía en las bibliotecas y copiaba en unos folios, emocionada, los párrafos que más me impactaban.

En cuanto se reeditó, me hice con un ejemplar de la editorial Horas y HORAS. Anoté a lápiz en la primera página: Almería, Granada, verano del 2012.

Un libro muy buscado, muy querido: Que emociona Del corazón

Sabio.

Notas

1 Zambrano, María. Delirio y destino. Los veinte años de una española. Horas y HORAS, la editorial. 2011.

2 Zambrano, María. Delirio y destino. Los veinte años de una española. Horas y HORAS, la editorial. 2011.

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3 Zambrano, María. Delirio y destino. Los veinte años de una española. Horas y HORAS, la editorial. 2011.

4 Zambrano, María. Claros del bosque, Madrid: Alianza Editorial, 2019. La tumba de Antígona, México, Argentina, España: Siglo XXI Editores, 1967.

5 Zambrano, María. Delirio y destino. Los veinte años de una española. Horas y HORAS, la editorial. 2011.

6 Zambrano, María. Entrevista en el periódico ABC, 23 de abril de 1989.

7 Zambrano, María. El exilio como patria. La otra cara del exilio. Anthropos Editorial. 2014.

8 Zambrano, María. El exilio como patria La otra cara del exilio. Anthropos Editorial. 2014.

9 Zambrano, María. Claros del bosque, Madrid: Alianza Editorial, 2019. La tumba de Antígona, México, Argentina, España: Siglo XXI Editores, 1967.

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y los tres errores de la poesía según Platón

I. El primer error de la poesía

María

Zambrano atribuye al pensamiento de Platón, única mente volcado en la búsqueda del ser inmutable e imperecedero, el gesto definitivo que ha separado la esfera filosófica de la poética, constituyéndolas en dos caminos alternativos1. En efecto, con él, la lucha entre las dos formas de la palabra quedaba entablada. Según ella, el filósofo griego se hizo responsable de la «conde nación de la poesía»2 y desde que el logos filosófico consumó «“su toma de poder”»3, la poesía se quedó a vivir en un forzoso exilio4. Esta toma de poder de la filosofía se dio por medio de un acto de violencia: la mirada del hombre, originariamente ex tática ante las cosas, optó por liberarse de ellas de manera forzosa. De esta manera la primitiva admiración fue negada para lan zarse a otras regiones, rompiendo definiti vamente el originario éxtasis5, es decir, esa mirada asombrada hacia el mundo que no tiene la pretensión de reducirlo a ningu na otra cosa, ya que es una adhesión des prendida de la realidad que rechaza toda posesión con el fin de lograr una atención amorosa de cuidado y escucha. Así, como el amor es hijo de Poros, la abundancia, y Penía, la humildad, según la genealogía del Banquete6 de Platón7, la filosofía es, tam

bién, según Zambrano, hija de dos contra rios: admiración y violencia8:

La primera nos mantiene apega dos a las cosas, a las criaturas, sin podernos desprender de ellas, en un éxtasis en que la vida queda suspensa y encantada. De ella sola no podría derivar algo tan viril y activo, como el pensamiento inquiridor, como el pensamieto desvelador. Hace falta que inter viniera alguien más: la violencia, para que surja algo que se atreva a levantar y rasgar los velos en que aparecen encubiertas las cosas9. Desde entonces, subraya Zambrano, filosofía y poesía se determinaron como dos itinerarios separados10. El primero, en el que el filósofo, impulsado por el violento amor a lo que buscaba, abandonó la gene rosa inmediatez de la vida asentando su fu tura posesión del mundo en una renuncia, por la cual el originario pasmo extático se trocaba en una interrogación persistente de la inquisición del intelecto respecto al ser de las cosas. En el segundo, en realidad, nunca hubo camino11, porque el poeta no busca, no renuncia, puesto que, no desde ñando la heterogeneidad del ser ya tiene lo que ante sí aparece12. En efecto, el poeta «enamorado de las cosas se apega a ellas, a

SIMONA LANGELLA María Zambrano y los tres errores de la poesía según Platón 125 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22 María Zambrano
SIMONA LANGELLA
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cada una de ellas y las sigue a través del la berinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a nada: ni a una criatura ni a un instante de esa criatura»13. El poeta queda apegado a la apariencia, inmerso en la hete rogeneidad de la realidad, mientras que el filósofo quiere llegar a poseer con la fuerza lo que es inagotable.

De hecho, la filosofía mira únicamente al ser que, por oponerse a la multiplicidad de las apariencias, no puede ser pensado sino como unidad. Esta búsqueda de la uni dad es, según Zambrano, «el imán suscitador de la violencia filosófica»14. Alcanzar la unidad quiere decir lograr todas las cosas que son, ya que, en cuanto que son, parti cipan de ella15. En efecto, las apariencias se destruyen unas a otras y quien vive en ellas, irreparablemente, perece con ellas. Así el fi lósofo quiere, en primer lugar, “salvarse de las apariencias” y luego salvar las mismas apariencias volviéndolas coherentes con esa invisible unidad16. Esta esperanza de tener lo todo en la unidad del ser explica y jus tifica, a la vez, según Zambrano, la violen cia filosófica17, que rompe las cadenas del mundo que amarran al prisionero del mito de la caverna de la República de Platón18. Avisa Zambrano: del mismo modo que la poesía tiene su propia unidad y al igual que la inicial multiplicidad del ser le fue donada, así esta unidad se le ha entregado. Efectivamente, el poeta, por medio de la palabra, sin violencia alguna, alcanza tam bién la unidad, una unidad no oculta sino presente, encarnada. Pero a diferencia de la unidad del filósofo, que se presenta como absoluta, sin mezclas de heterogeneidad alguna, la unidad alcanzada poéticamente es siempre incompleta, aunque gratuita, respecto a aquella perseguida por el filósofo. En esta fragmentaria unidad asumida por el poeta se encuentra la humildad propia

de la poesía, que desconfía de la unidad ab soluta y monolítica de la filosofía. A dife rencia del filósofo, que busca la unidad por la abstracción, el poeta la encuentra en la unidad del poema, que lleva en su ritmo el mismo tiempo19. Más allá de lo meramen te textual, por la relación del lenguaje con las cosas y de las cosas con las metáforas, se puede, según Zambrano, hablar de una unidad ontológica del poema, que abarca el ser de las cosas en su temporalidad concediendo trasmundo por medio de la pa labra. Ciertamente, admite Zambrano, el poeta alcanza una unidad inacabada que, aunque se logra más pronto que la del filósofo, indudablemente se consume deprisa porque es inmediata. No obstante, afirma la pensadora, la poesía abarca el ser y el no ser hasta lo que no ha podido ser jamás20, cada una de las cosas y sus matices «sin res tricción, sin abstracción ni renuncia algu na»21. El poeta «saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a la nada misma y le da nombre y rostro. El poeta […] trabaja para que todo lo que hay y lo que no hay, llegue a ser. El poeta no teme a la nada»22

II. El segundo error de la poesía Zambrano observa que la condena de Platón de la poesía está hecha en nombre del ser y de la verdad, porque la poesía, aunque es palabra, no es razón y por este motivo el filósofo griego la niega, ya que representa la mentira23. De hecho, si no hay más verdad que la que refleja al ser que es, la poesía es la mentira, porque ella finge lo que no es; por lo tanto, allí, en la poesía, el logos no puede más que traicionarse a sí mismo funcionando ilegítimamente. Debido a esto, Platón puso al hombre bajo el poderío de la sola razón, es decir, para sacarlo de lo irracional, de la melancolía y

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de la angustia. Efectivamente, el logos se es cinde por la poesía que, sí, es palabra, pero irracional, porque está puesta al servicio de la embriaguez: en el arrebato poético, al guien viene a habitar el cuerpo del hombre y posee su mente; así, el hombre poseído, no solo se conforma con las sombras de la pared de la caverna, sino crea a otras nue vas. En este modo, la poesía se rebela ante la esperanza filosófica no aceptando la vic toria de esta sobre la muerte, ya que, para la poesía, a la muerte nada la vence si no es, –y solo momentáneamente–, el amor desesperado, que irremisible y conscientemen te va hacia ella. La esperanza de la razón no convence al poeta, ni lo consuela del ins tante que pasa, pues ¿«quién le persuadirá para que acepte la muerte de la rosa, de la frágil belleza de la tarde, del olor de los ca bellos amados, de eso que el filósofo llama las apariencias»24?

La poesía se aferra al instante y no admite la esperanza, el consuelo de la ra zón25. No en vano, desde su comienzo, «la poesía es la voz de la desesperación, de la melancolía y del amor a lo pasajero que no se quiere consolar de perderlo y de perderse»26. Esto significa que, mientras el filósofo concibe la vida como algo que no acaba de tener, y a la cual se tiene que re nunciar, el poeta al contrario se entrega a este mundo amándolo obstinadamente y no quiere abandonarlo, poseído como está por la hermosura de las cosas, aunque pe rezcan. «El poeta olvida lo que el filósofo se afana en recordar, y tiene presente en todo instante lo que el filósofo ha desechado. El poeta se desentiende de la reminiscencia que despierta a la razón y está en vela ante todo lo que el filósofo ha olvidado»27. Ante los cambios en que se consuman las cosas, si bien son fantasmas, comparados con la invulnerable realidad de lo que es, el poeta

se desvive, porque para él son, no obstan te, algo entrañable y para el amor que las busca son la realidad; y aunque las cosas mueran, según la mirada poética no quiere decir que sean, por ello, irreales. «El filó sofo desdeña las apariencias porque sabe que son perecederas; el poeta igualmente lo sabe y por eso se aferra a ellas, y las llora, porque las está sintiendo irse en la misma posesión. De esta melancolía funeraria de las «hermosas apariencias», el filósofo se salva por el camino de la razón; al contra rio, ninguna esperanza consigue consolar al poeta de la desaparición «del fantasma querido en la neblina del tiempo»28. Este no se conforma ante el desvanecimiento inexorable de la belleza, aunque sus senti mientos lo enreden en el dolor y lo hagan prisionero de las pasiones, mientras que, al filósofo, reconocida la primacía del ser, y afirmado que el ser es unidad, ya no que da sino desprenderse, violentamente, de todo, en nombre de un ascetismo que no es más que manifestación de la fidelidad a la unidad del ser. El poeta jamás reconoció este ser, ni su unidad, que lleva consigo el menosprecio de las apariencias, él es fiel a lo que ya tiene y lo que tiene no ha preci sado salir a buscarlo, puesto que su vivir no comienza por una búsqueda, sino por una embriagadora posesión: él tiene «lo que no ha buscado y, más que poseer, se siente poseído»29. En cambio, el filósofo define la vida humana por su insuficiencia y está en desacuerdo con el hecho de reci bir nada por donación, «por gracia»30; es él que saliendo de su extrañeza admirativa se encuentra con el ser31. Contrariamente, el poeta no se encuentra en un estado de ca rencia como el filósofo, sino en un exceso que lo trasciende y en el que se revela algo superior: abrumado por la gracia, se siente morada de algo que le posee y arrastra; y

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si acaso esta fuerza lo abandona, se siente vacío como «un cuarto deshabitado»32. Y no quiere ya sino aquello mismo que anu ló su querer, porque la gloria del poeta es sentirse vencido, consumiéndose como la llama, pues en el delirio alcanza vida y lu cidez, atado a la palabra. «El filósofo quiere poseer la palabra, convertirse en su due ño. El poeta es su esclavo, se consagra y se consuma en ella»33. Pero no solo esto. La poesía, recuerda Zambrano, no se entrega como premio a los que la buscan, sino que acude aún a los que jamás la desearon, porque «este don de la poesía no es de nadie y es de todos. Nadie lo ha merecido y todos, alguna vez, lo encuentran»34, porque la poesía es gracia y se entrega más allá de la justicia. La palabra poética «desciende a diario sobre la vida, tan a diario, que a veces se confunde con ella [...] es el logos disperso de la misericordia que va a quien la necesita, a todos los que lo necesitan»35 en cuanto donación gratuita o justicia ca ritativa36 –como bien la define Zambrano–más allá de la equidad, y de cualquier arro jo por conquistar la virtud.

III. El tercer error de la poesía

Mientras que la filosofía es accesible exclusivamente a quien puede lograrla por sus pasos y con sus esfuerzos, la poesía, hu mildemente, no se constituyó a sí misma37, porque la unidad y la gracia que el poeta halla le son regaladas prescindiendo de sus arrojos. Y si el logos era en el principio en la unidad, avisa Zambrano, se hizo carne y habitó entre nosotros38: por esto, poesía es vivir según la carne39. El poeta está poseído enteramente por lo divino de este mundo, por la hermosura que destaca entre todas las cosas, y no quiere abandonarlas consa grándose inevitablemente a una divinidad que perece. El poeta olvida lo que el filó

sofo se afana en recordar, el ser imperece dero, y tiene presente en todo instante lo que el filósofo ha desechado, las efímeras apariencias. Se desentiende de la reminis cencia que despierta a la razón y se angustia ante los cambios en que se consuman las cosas. Si bien son fantasmas, confrontados con la invulnerable realidad de lo que es, son algo entrañable para él. Y, el hecho de que algo muera, no quiere decir para el que sea, por ello, irreal. Aquí, en la mirada hacia la muerte, está, según Zambrano, toda la distancia entre el poeta y el filósofo. Este último desdeña las apariencias porque sabe que son perecederas salvándose así de “melancolía funeraria” por el camino de la ra zón y de la renuncia: en efecto, reconocida la primacía del ser, y afirmado que el ser es unidad, ya no queda sino desprenderse de los fantasmas. Mientras que, el segundo, el poeta, jamás reconoció este ser, ni su uni dad, que llevaba consigo el menosprecio de las hermosas apariencias por ser amante fiel de lo que tiene. Y lo que él tiene no ha pre cisado salir a buscarlo: su vivir no comien za por una búsqueda, sino por una embria gadora posesión. El poeta tiene lo que no ha buscado y, más que poseer, se siente po seído; su verdad nunca será alétheia, o sea, «verdad conquistada, raptada, violada, sino revelación graciosa y gratuita»40, en defini tiva, «razón poética»41.

La filosofía, contrariamente, es in compatible con el hecho de recibir nada por donación, por gracia. Es el hombre el que saliendo de su “extrañeza admirativa” encuentra por sí el ser y la verdad. El poeta, por el contrario, abrumado por la gracia se siente morada de algo que le posee y arrastra. Porque la gloria del poeta es sentirse vencido, y, en el delirio, alcanza «vida y lucidez»42. Mientras que el filósofo quiere poseer la palabra, ser su dueño, el

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poeta es su esclavo, se consagra y se con suma en ella. El poeta no sabe lo que dice y, sin embargo, tiene una especial «lucidez privativa»43. Contra la unidad descubier ta por la filosofía, la poesía se agarra a la dispersión tratando de fijar únicamente la apariencia; y frente a la razón, al logos, pone el frenesí y el hablar delirante, y a lo atemporal, lo que se realiza y “desrealiza” en el tiempo. Olvida lo que el filósofo re cuerda, y es la memoria misma de lo que el filósofo olvida: por esto la poesía puede de finirse, según Zambrano, «el pecado de la carne hecho palabra»44. Platón la mira con sospecha porque es la refutación del logos, descubriendo lo que tiene que ser callado, ya que no es. Herejía ante la idea de verdad y su exigencia de unidad; incredulidad ante la esperanza racionalizada que se torna en evidencia, en certidumbre activa, por efec to de la violencia filosófica, ya que depende de un esfuerzo humano el que se cumpla. El arranque de esta dialéctica está en la vio lencia con que uno de los prisioneros, des crito por Platón en el mito de la caverna, se ve forzado a separarse de las ataduras que lo retienen frente a las sombras dibujadas en la pared del antro. El prisionero sube el camino que conduce hacia la luz y esta subida es la que lleva a la contemplación de la idea de bien y a saber que el bien es la causa de todo lo que en alguna manera es45. La purificación ha llegado a su término: la esperanza ya no depende de los dioses, ni del destino, la elección para la vida bienaventurada se hace por uno mismo. Es la salvación por la filosofía, por la dialéctica, en una palabra, por el esfuerzo humano. Una conversión que cada cual puede rea lizar en su alma, aunque por medio de un esfuerzo ascético que impone la renuncia de lo sensible.

Ahora bien, las consecuencias de este ascetismo filosófico han sido incalculables para la poesía, porque la poesía siendo el vivir según la carne, y en la carne, era un peligro para la filosofía46. Vivir según la carne, no por virtud de un primer movi miento espontáneo de todo ser, sino vivir en la carne sabiendo bien de su angustia y de su muerte, querría decir negar la verdad del ser mismo y del alma47. Aquí están, se gún Zambrano, las motivaciones de la condena platónica sin apelación de la poesía48: en el afán poético de salvar todo lo efímero. Para el filósofo griego era inútil pretender salvar los fantasmas, porque lo que era necesario era dar consistencia ontológica, más allá del tiempo, a este mundo donde todo perece; mientras que la poesía por su amor a las apariencias no puede más que llorar su destrucción, puesto que, para Zambra no, el amor es cosa de la carne, porque es esta la que desea y agoniza en el amor, la que por medio de él quiere afirmarse ante la muerte. Y aunque la carne por sí misma vive en la dispersión, por el amor se redi me, porque el amor es la unidad propia de la dispersión carnal49

El poeta es humilde, reverente con lo que encuentra ante sí: con la vida y sus misterios; eterno enamorado, nada exige; vive según la carne y, más aún, dentro de ella espiritualizándola con su amor agó nico. La ensimisma, la hace dejar de ser extraña, o sea, amándola la espirituali za, porque poesía es “comercio” con ella, pero un comercio que lleva a la caridad: caridad a la carne propia y ajena. Porque al pecado de la carne –la dispersión– sigue la gracia de la carne: la caridad. Pecado y caridad constituyen así, según Zambrano, la esencia de poesía. No por nada, escribe la filósofa a propósito del poeta: «Perdido en la luz, errante en la belleza, pobre por

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exceso, loco por demasiada razón, pecador bajo la gracia […]. Por vivir inundado por la gracia no puede recogerse sobre sí […]. Perdido en la riqueza, ciego en la luz. Pe cador en la gracia, viviendo según la car ne y según la caridad»50. Ahora bien, está claro que el camino filosófico es diferente, porque, aunque en el Fedro Platón quiere salvar las apariencias y, al mismo tiempo, el amor, que nace de la carne, tiene, to davía, que separarlo de ella, ya que, toda la teoría platónica sobre el amor se funda en una dialéctica del desprendimiento de lo sensible. Esto quiere decir que el amor, aunque nacido en la dispersión de la carne, encuentre en Platón su salvación, y que esta se dé a través del conocimiento. De este modo podemos considerar que hay dos caminos de salvación en Platón: el de la dialéctica y el del amor51. Este último llega al mismo fin que el conocimiento, si bien por un camino menos apropiado: el de la manía52 o del delirio de amor53. Delirio de amor, que ejerce la misma función que la violencia filosófica, o sea, obliga a despren derse de la carne. De este modo el amor ha podido por Platón ser salvado, porque, aun partiendo de la dispersión de la carne, lleva a la unidad del conocimiento, ya que su ímpetu irracional es divino y hacia lo divino asciende54. Y es gracias a esta salva ción del amor forjada en el Fedro, que la poesía ha podido seguir existiendo, porque la ascensión erótica implica la salvación del enamorado, pero, al mismo tiempo, tam bién de las cosas amadas55. De este modo, el amor conseguirá justificar las aparien cias, los fantasmas, sin tener que descartarlas, como ocurre en el proceso dialéctico, permitiendo que el trasmundo de la filosofía y de la poesía se reunieran de nuevo for mando una única idealidad56. Después de

todo, no podía ser de otro modo, los tres errores o «pecados» de la poesía son todos pecados veniales, porque han sido cometi dos por amor y nunca contra el amor y en el amor encuentran su «redención».

Notas

1 Según Zambrano poesía y pensa miento aparecen como “dos mitades insuficientes”. De esta carencia surge la razón conciliadora, poética, que define el pensamiento de Zambrano. Cf. A. Berrocal, Poesía y Filosofía: María Zambrano, la Generación del 27 y Emilio Prados, Fundación Gerardo Diego, Valencia 2011, p. 109.

2 Zambrano atiende a los orígenes del pensamiento, en particular a la obra de Platón, para indagar en las relaciones entre filosofía y poesía. Para un análisis de la condena platónica de la poesía y de la exposición que hace Zambrano de esta, cf. M. Gómez Blesa, Zambrano, la conde nación platónica de la poesía, en J. María Beneyto y J. A. González Fuentes (ed.), María Zambrano. La visión más trasparente, Trotta, Madrid 2004, pp. 63-65.

3 M. Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, Madrid 2017, p. 16.

4 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., pp. 15-16.

5 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 18.

6 Cf. Platón, Banquete, 203b-206a. En el Banquete, Platón cambia la genea logía según la cual Eros era hijo de Afrodi ta y Ares para establecer una coincidencia entre amor y deseo indicando como Eros sea un daímon, o ser divino, intermedio entre plenitud e indigencia, siempre en busca del amado. Se defiende aquí la tesis de Eros-demon y no Eros-dios, siendo básica «la noción de μεταξύ, de ser intermediario, íntimamente unida a la noción

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de demon». E. Ramos Jurado, «El amor en la literatura griega», en M. Brioso, A. Vi llarrubia (eds.), Consideraciones en torno al amor, Universidad de Sevilla, Sevilla 2000, p. 131. Eros introduce, por lo tanto, en un mundo intermedio, daimónico y mediator, entre lo divino y lo humano. Cf. también A. Timotin, La démonologie platonicienne. Histoire de la notion de daimon de Platon aux derniers néoplatoniciens, Brill, LeidenBoston, 2012.

7 Zambrano tiene noticia de las inter pretaciones del mito acerca de la procedencia de Eros y Penía, «como las de Plutarco, Plotino, en general las neoplatónicas y las que fueron haciendo algunos de los prime ros Padres de las Iglesia». Anejos y notas, en M. Zambrano, Obras Completas VI, Jesús Moreno Sanz (ed.), Galaxia Gutenberg, Barcelona 2014, p. 1225.

8 La admiración es la condición previa sea de la poesía, sea de la filosofía, pero el filósofo desgarra «la realidad bajo la abs tracción del ser, mientras el poeta le con cede unidad y trasmundo por la palabra». A. Berrocal, Poesía y Filosofía: María Zam brano, la Generación del 27 y Emilio Prados, cit., p. 115.

9 M. Zambrano, Pensamiento y poesía en la vida española, Mercedes Gómez Blesa (ed.), Biblioteca Nueva, Madrid 2004, p. 121. El texto sigue así: «¿Y de dónde nace esa violencia? ¿Qué quiere esa violencia? Lo hemos dicho: quiere. La violencia quiere, mientras la admiración no quiere nada. A esta le es ajeno perfectamente el querer; le es ajeno y hasta enemigo todo lo que no sea proseguir su inextinguible pasmo extático». Ibidem. Según Zambrano, la vio lencia proviene de la soberbia de la razón. «Esta soberbia se alía con el racionalismo, que es la afirmación de una razón ence-

rrada en sí misma». J. Sánchez-Gey Vene gas, El lenguaje del cuerpo y razón de amor en María Zambrano, en “Daimon. Revista Internacional de Filosofía”, Suplemento, 5, 2016, p. 559.

10 «El pensamiento, el riguroso pensamiento filosófico, tradicional, separó a ambas y casi las anuló […] para sustituirla en seguida por otra realidad, segura, ideal, estable y hecha a la medida del intelecto humano». M. Zambrano, Pensamiento y poesía en la vida española, cit., p. 97.

11 Aquí Zambrano evoca un verso de Antonio Machado. Para el verso del poeta sevillano «no hay camino», cf. A. Machado, Antología de poemas sobre Castilla, Edicio nes Universidad de Salamanca, Salamanca 1998, p. 78 (la poesía está indicada con el número XXIX).

12 Poesía para Zambrano es, en pri mer lugar, el vínculo con el mundo sensi ble, con la “heterogeneidad” fulgente de las cosas, así como por Machado la poesía es el pensamiento supremo para captar la realidad íntima de cada cosa, «la radical he terogeneidad del ser». A. Machado, Sobre la objetividad, en A. Machado, Los comple mentarios y otras prosas póstumas, Editorial Losada, Buenos Aires 1957, p. 24. Cf. también J. Ugalde Quintana, Pensar des de la heterogeneidad en Antonio Machado, “Destellos”, 87, 2015, pp. 88-97. El pen samiento científico anula la heterogeneidad del ser, es decir, la realidad inmediata, sen sible, que el poeta ama. Cf. M. Zambrano, Senderos, Anthropos, Barcelona 1989, p. 68.

13 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., pp. 20-21.

14 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 21.

15 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 21.

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16 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 21.

17 Ya en Pensamiento y poesía en la vida española se formula esta idea de que el pensamiento filosófico, el cual se ejerce por la abstracción sobre la realidad, tiene un origen violento al no quedarse el filósofo en la pura admiración. La filosofía se pre senta, por tanto, como un saber interesado, mientras que en la forma de adecuarse a la realidad propia de la poesía no se dan vínculos de dominio, ni de poder. Ahora bien, nota Zambrano, en esta trayectoria de aprehensión racional de lo real se creará la noción de Estado así que el poder vendrá a ser cuestión de un saber “interesado”. Cf. A. Berrocal, Poesía y Filosofía: María Zambrano, la Generación del 27 y Emilio Prados, cit., pp. 108-109.

18 Cf. Platón, La República, VII, 514b520a.

19 Esta defensa de la poesía invita ne cesariamente a una reflexión sobre la pa labra como relación del hombre con las cosas, así como de la naturaleza metafórica del lenguaje y de la misma metáfora poética, herramienta de conocimiento de lo que es y de lo que no es. Cf. A. Berrocal, Poesía y Filosofía: María Zambrano, la Ge neración del 27 y Emilio Prados, cit., p. 115.

20 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 23.

21 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 23.

22 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 23.

23 Los poetas representan para Platón los principales opositores de la concepción eleática del ser como unidad. Aquí, avisa Zambrano, se plantea la cuestión del error dentro de la filosofía griega. «La consecuen cia inmediata de la unidad del ser y de la identidad entre ser y pensar, en Parménides,

podría llegar hasta esta conclusión: todo lo que se dice es verdadero. Y, en efecto, a ella llegaron los sofistas […]. Si todo lo que se dice es verdadero, es como si nada lo fuese. La medida, la norma del ser y el no ser, ha quedado rebasada y destruida». M. Zam brano, Filosofía y poesía, cit., p. 107. Esta interpretación de la identidad del ser y de la razón en Parménides, afecta directamente a la poesía. La palabra poética, efectivamente, «funciona fuera de la razón y del ser, según la condenación platónica […]. Y el poeta usa la palabra, no en su forma universal, sino para revelar algo que solamente en el ocurre, en el último fondo de lo individual, que incluso para Aristóteles es irracional». M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 108. Ahora bien, si la palabra es por esencia uni versal y el poeta la emplea irracionalmente quiere decir que, por Platón, la poesía es un esfuerzo vano, que no trasciende nunca lo individual y que nada trasmite.

24 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 33.

25 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 33.

26 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., pp. 33-34. Y sigue: «La vida maravillosa no puede ser salvada, camina hacia la muerte […]. Ninguna otra vida tras el abrasador fuego del deseo aparece. Sólo la muerte y la embriaguez. Y el delirio». Ibidem.

27 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 35.

28 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 37.

29 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 39.

30 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 41.

31 M. Zambrano, ibidem.

32 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 40.

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33 M. Zambrano, ibidem.

34 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 44.

35 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 24.

36 M. Zambrano, ibidem.

37 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 25.

38 Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 26. Zambrano cita aquí el Prólogo del Evangelio de san Juan (1, 14). El término “carne” en el lenguaje bíblico tiene un ámbito semántico mucho más amplio que el que se recoge tanto en el lenguaje clásico como en el moderno, indicando, además de las partes blandas del animal o del hombre, a la totalidad del ser humano y no simplemente al cuerpo. Este significado que connota toda la realidad humana es el considerado en la expresión de san Juan (1, 14) y que Zambrano tiene aquí presente.

39 Zambrano utiliza para indicar la carne, también, el término «entrañas». Las «entrañas», palabra que tiene una fuerte in tensidad semántica, enseña, no solamente la sede del padecer, sino: «los lugares más secretos del ser». (M. Zambrano, Para una historia de la Piedad, en “Lyceum”, 17, 1949, p. 6). Para Zambrano «las entrañas’ son las metáforas que capta –con más fidel idad y amplitud que el moderno término psicológico «subconsciencia»– «lo originar io, el sentir irreductible, primero del hom bre en su vida, su condición de viviente. La maquinaria del reloj que mide y siente el tiempo». (M. Zambrano, El hombre y lo divino, FCE, Madrid 1986, p. 177), «los fondos oscuros, confine de lo humano». M. Zambrano, El hombre y lo divino, cit., pp. 265-266.

40 M. Zambrano, Filosofía y poesía, p. 158. Para Zambrano, la verdad no es alétheia, o sea, ocultación, desvelamien

to, sino revelación. Cf. M. Gómez Blesa, «Presentación. El camino de la razón poética: despertar naciendo», en María Zambrano, Obras completas, Jesús Moreno Sanz (ed.), IV, I, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2018, p. 63.

41 Cf. A. Berrocal, Poesía y Filosofía: María Zambrano, la Generación del 27 y Emilio Prados, cit., p. 109.

42 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 42.

43 M. Zambrano, Filosofía y poesía , cit., p. 41.

44 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 45. Aquí Zambrano se refiere al significado atribuido a la carne en particular por san Pablo, que indica con este término principalmente la debilidad y fugacidad del hombre, consecuencia por un lado del pecado y, por otro lado, fuente del pecado mismo. La carne, entonces, se convierte en la fuerza que impulsa al hombre a pecar haciéndolo su esclavo (Rm 7, 14 y 7, 18).

45 Cf. Platón, Republica, VII, 532a.

46 El griego, afirma Zambrano, no se atrevió a rechazar la carne (sarx). No obs tante, el cuerpo, como tumba del alma, era una imagen órfica que Platón ya había he cho plenamente suya. Cf. M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., pp. 45-46.

47 Según Zambrano, Platón no hizo otra cosa que racionalizar el anhelo órfico, volviendo en pensamientos claros –en ideas–los símbolos de esta religión. Cf. M. Zam brano, Filosofía y poesía, cit., p. 58.

48 Como subraya Gómez Blesa, la condena de Platón se sustenta en razones ontológicas, en cuanto Platón ve en los poetas a «los principales opositores de la con cepción eleática del ser como unidad». M. Gómez Blesa, Zambrano, la condenación platónica de la poesía, cit., pp. 72-73.

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49 En el Fedro, Platón va a salvar así también a la «carne», encontrando su unidad en el amor. Cf. M. Zambrano, Fi losofía y poesía, cit., p. 62. «A pesar de su condenación de la poesía, en él todavía es posible la unidad de poesía y filosofía. Y es en su concepción del amor donde reside esta unidad». M. Zambrano, El hombre y lo divino, cit., p. 269 y M. Zambrano, Para una historia del amor, en María Zambrano: Historia, poesía y verdad, Gregorio Gómez Cambres (ed.), Ágora, Málaga 2005, p. 297.

50 M. Zambrano, Filosofía y poesía, cit., p. 23

51 La doctrina platónica del furor en su cuarta y última forma –la forma eróti ca– representa la fuerza universal capaz de elevar al alma a la visión de las ideas. Cf. Platón, Fedro, 244a.

52 Según Platón, los mayores bienes se otorgan al hombre por manía dada al hombre por don divino (cf. Platón, Fedro, 244a). El filósofo griego establece que hay dos especies de manías: una se deriva de las enfermedades humanas, la otra del divino alejamiento de las convicciones sociales. Esta última, que proviene por inspiración divina, no solo es benigna sino superior al mismo estado normal, mientras que la primera (manía maligna) es inferior al estado normal. Para la concepción mítica del furor como manifestación de los dones creativos más altos, cf. Platón, Fedro, 265a. Cf. también R. Klibanski - E. Panofsky – F. Saxl, Saturn and Melancholy: Studies in the History of Natural Philosophy, Religion and Art, Nelson, London, 1964, pp. 16-17.

53 La doctrina del furor en su cuarta y última forma, o sea, la erótica, representa la fuerza universal capaz de elevar el alma a la visión de las ideas. Cf. Platón, Fedro, 265a.

Zambrano afirma a este propósito que Eros es un «extraño dios, humanizador a pesar de su delirio». M. Zambrano, El hombre y lo divino, cit., p. 261 y M. Zambrano, Para una historia del amor, cit., p. 284.

54 Según Zambrano el amor se ha escindido en un eros pasional, entrañable, y en un eros de la mirada. La poesía ex presará el primero, mientras que la filosofía será «la expresión misma de la vida de un eros que no gime en las entrañas, entronizado enteramente en el hombre y que solo conserva de la posesión divina una extraña y paradójica embriaguez: la serenidad. La serenidad es la pasión de la filosofía, la pasión que arrasa con todo para mirar. Pasión de ver, que cree tener un horizonte porque lo ha edificado». M. Zambrano, El hombre y lo divino, cit., p. 268.

55 Eros beneficia tanto al amante como al amado, empujándolos a ambos ha cia el ideal. En este sentido, no solo tiene el mejor origen, sino es la mejor de todas las manías tanto para el que la tiene, como para el que participa de ella. Cf. Platón, Fe dro, 249e.

56 Y así la poesía, aun sin saberlo, cantando la unidad del amor, y, también su ausencia, es platónica, porque la presencia del amado jamás es posible, y, si alguna vez se diera, ya no se cantaría. No por nada el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz es el canto de la ausencia del amado. Aquí, pues, la presencia amada siempre es esquiva e inal canzable, también porque el Amado, en este caso, no es visible. Todavía, este motivo de ausencia, y el correspondiente de la búsque da del amado, siempre son fundamentales, también, en la poesía «profana». Piénsese en Beatriz por Dante o Dulcinea por don Quijote. Cf. M. Zambrano, Pensamiento y poesía en la vida española, cit., p. 106.

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SIMONA LANGELLA

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María Zambrano y los tres errores de la poesía según Platón
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María Zambrano: La noche insular de una Antígona errante

Introducción

Elpresente artículo reúne los puertos a los que mi análisis pretende arribar en una suerte de viaje transhistórico siguiendo los pasos, o tal vez debiera decir los descensos, de la Antígona concebida por María Zambrano en la obra La tumba de Antígona. En este sentido, la doncella tebana funge aquí de guía de un método que, como su raíz griega indica, hodos, es más bien un camino que hay que ir recorriendo en toda su longitud, sin olvidar los rodeos y circunvalaciones, porque el camino a ve ces se convierte en sierpe, símbolo esencial zambraniano y que, en Notas de un método, se nos presenta como la suprema iniciadora de la cual “el primer hombre –ya en dualidad de hombre y mujer– recibió el camino, el humano camino” (Zambrano 1989: 34-35).

Sin alejarnos demasiado del título, el primer elemento que despunta es la noche, entendida como el momento de la muerte que, no obstante, se convierte en crepús culo matutino para aquel que no sucumbe y aguanta con los ojos bien abiertos el despuntar de la aurora. Siguiendo con la retórica luminosa sanjuanista, la aurora para Zambrano, como bien indica Virginia Trueba Mira en el prólogo de La tumba de Antígona, no es la luz que irrumpe inespe rada aplastando los cuerpos, sino aquella

otra que procede del sacudir lento de la noche, del transitar desvelado por las horas oscuras que anteceden a todo despertar de la conciencia (Zambrano 2015: 72).

El siguiente anclaje es la isla, las islas, Puerto Rico y Cuba, convertidas para Zambrano en países extraños, más bien, “entraños o entrañados” (Zambrano 2014: 49) en los que pasa los trece años más fecun dos de su exilio, de 1940 a 1953, y en los que rescata la matriz de su posterior razón poética. Las islas serán, para Zambrano, una suerte de patria prenatal, asignación que hace alusión a un nacimiento prehistórico y mítico. Y, así, por analogía, Antígona, el mito, muere y renace en una isla, una isla-tumba situada en el lugar intersticial entre el cielo y la tierra. La isla, “tan sola y tan llena de sí”, (Zambrano 2007: 9) es la caverna invertida, el espacio gnóstico en donde las sombras se desvanecen y en el que a Antígona se le desvela, por revelación no epistémica, la plena existencia poética.

El último elemento del título nos habla de la errancia, de la diáspora, de historias ambulantes y nómadas. Antígona se plantea como el paradigma del exiliado moderno quien, sin lugar social o conceptual legíti mo, se convierte en figura del límite y en mediador de realidades dispares las cuales, sin embargo, colisionan por sus márgenes

CUADRIVIUM Portafolio 136 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
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María Zambrano: la noche insular de una Antígona errante

con mayor o menor fruición. El roce, ya se sabe, es la tensión de dos o más figuras de pensamiento que buscan el entendimiento, siempre posible, aunque a veces se antoje improbable.

La Antígona de Zambrano: personaje en busca de autora

La pregunta por la que se debe acceder a este apartado se plantea a modo de una competición en la que entran en liza dos mujeres queriendo ser la primera en llegar a la otra: ¿quién encontró a quién? Fue Zambrano la que desempolvó a Antígona de su sueño mítico o, por el contrario, fue la propia Antígona la que colocó frente a la pensadora malagueña aquel espejo mistérico en el que, según el Maestro Eckhart: “El ojo con el cual veo a Dios es el mismo ojo con el cual me ve Dios a mí” (Eckhart 1995: 216). Todo hace sospechar que fue de esta última manera cómo sucedió. Antígona, aventajada en las lides olímpicas a la frágil filósofa, consiguió que Zambrano abriese los ojos y que la viese con toda la claridad de la luz matutina. Porque Antígona no es un personaje subterráneo y tenebroso, sino uno que renace de su tumba al clarear el día.

El mito sofocleo de Antígona es, en verdad, una constante filosófica en la obra de María Zambrano, así como uno de los pilares imprescindibles para comprender su discurso en torno al exilio. La tumba de Antígona es fruto de este exilio en La Pièce, en el Jura francés, y fue publicada en México en 1967. No obstante, el primer acercamiento al tema de Antígona es anterior a la obra dramática.1 En el artículo “Delirio de Antígona”, escrito en Cuba y publicado en la revista Orígenes 13, la autora reformula la figura mítica y desarrolla ya los rasgos esenciales que la separarán de forma radical a la versión clásica. En 1965, Zambrano

vuelve a reflexionar sobre la heroína en “El personaje autor: Antígona”, texto incluido en El sueño creador. Finalmente, en Delirio y destino, obra publicada en 1989 aunque escrita también en Cuba casi cuarenta años antes, Zambrano cierra la primera parte con un capítulo dedicado a su hermana Araceli, a la que identifica con el personaje de Antígona.

Araceli, en el papel de Antígona, con vierte a Zambrano, de forma irremisible, en Ismene: en la más hermana de las hermanas. Es cierto que Araceli, nacida siete años más tarde que Zambrano, pero en el mismo mes de Perséfone, casi el mismo día –Zambrano nació el 22 de abril y Araceli el 21–, fue torturada por la Gestapo y no pudo ni velar ni enterrar el cuerpo ejecutado de su pareja Manuel Muñoz, víctima como ella del régimen franquista. Tras el maltrato físico y psicológico, Araceli quedó para siempre en loquecida de un deseo inextinguible que se inflamaba a la sombra de aquel otro desapa recido, alejado a la fuerza: Araceli penando de amor como Antígona. La equivalencia estaba, pues, servida. Más tarde, sin embar go, Zambrano llegará a la conclusión de que no es la ofensa pública y política de enterrar al hermano amado lo que lleva a Antígona a la tumba, sino su naturaleza ontológica de exilada y, por ende, de víctima sacrificial de la historia. Por ello, la pensadora decidirá finalmente que ella misma es Antígona y que una única tragedia existencial se cierne sobre el mito y sobre su persona.

A modo de curiosidad, muchos son los estudiosos de Zambrano que afirman que es dable hablar de un cierto sentido trágico en la vida en Zambrano. Las continuas quejas y lamentaciones que se encuentran en sus cartas a veces no se corresponden de forma fidedigna con la realidad del momento o, al menos, con aquella que hubiese podido

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ser si la escritora hubiese elegido la opción más favorecedora. En una a carta de Nilita Vientos Gastón –una de las mecenas de Zambrano durante su estancia en Puerto Rico–, a Luz M. Benítez, otra amiga influ yente de Zambrano en la isla, se puede leer lo siguiente:

Nunca he dejado de saber de ella. De forma irregular, casi todo lo que me ha escrito durante este largo tiempo son lamentaciones. Ya la conoces. Podría estar en Puerto Rico donde tú, Jaime y las Fano la trataron tan bien. Pero evidente mente su salsa son los líos, de toda índole.2

En efecto, en 1943 se le ofreció a Zam brano una cátedra de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico con un sueldo de cuatrocientos dólares mensuales que ella denegó muy amablemente por estar dando clases como profesora en el Instituto de Altos Estudios de La Habana con un suel do mucho menor y en una situación más precaria. En esta ocasión, Zambrano, como parece ser que también en otras, no escogió ni lo más estable ni lo que más convenía a su sempiterna economía maltrecha. Pensó, tal vez, que su condena de exiliada y de víctima de la historia era incompatible con un futuro de promesas amables.

Antígona como paradigma de la exiliada

Pese a las diatribas de algunos poses tructuralistas contra la figura de un autorsujeto que enuncia aquello que le sugiere la realidad más cercana, creo necesario tener siempre presente al analizar la obra de La tumba de Antígona que su creación acontece en el exilio. Es más, es fruto de un pensar que también se encuentra en un estado de desarraigo forzado, aunque en ocasiones

deliberado, de escuelas, de maestros y de la Filosofía del canon. En este sentido, tampoco puede ser mera coincidencia el diálogo literario tan fecundo que alimentó a lo largo de todo su exilio Zambrano con la imagen heterónima de Antígona, prototipo de la desterrada y de la huésped privilegiada, lazarillo de un padre ciego hacia el exilio en Colono.

En La tumba de Antígona se encuentran inscritas numerosas claves que marcan el reconocimiento y la aceptación de la heroína de su naturaleza diaspórica. Ella es una figura del límite, del tránsito, la intermediaria entre el aquí y el allá que está por llegar, aunque demore en su acontecer. En la escena del encuentro con Ismene, Antígona dirá de sí misma: “Yo pasé la raya y la traspasé, la volví a pasar y a repasar, yendo y viniendo a la tierra prohibida” (Zambrano 2015: 183). Como ser de la frontera, es también la que dirige su mirada en lontananza, hacia lo Otro, encontrando huellas del pasado a cada avance. En este sentido, es la transmisora de una verdad en cauce de convertirse en una renovada. De forma similar, en el diálogo con los hermanos, Etéocles sacará a relucir, criticándola, la resistencia de su hermana a conformarse con una sola realidad. Antí gona es la que siempre quiere más o, por lo menos, algo diferente: “Tú siempre mirabas hacia fuera, por encima de las fronteras de la tierra” (Zambrano 2015: 211). Es, pues, una habitante de dos espacios, incapaz, por tanto, de doblegarse a los requerimientos de uno solo de ellos.

Siguiendo con el juego especular entre autora y personaje, los cuarenta y cinco años de Zambrano en el exilio, de 1939 a 1984, yendo y viniendo por cinco países diferentes, hacen que Lezama Lima, su alma gemela, sospeche en su amiga una naturaleza ubicua y le dedique uno de sus

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poemas de Fragmentos a su imán: “María se nos ha vuelto tan transparente que la vemos al mismo tiempo en Suiza, en Roma o en La Habana” (Lezama 1978: 166). En el mismo impulso, el pintor Juan Soriano la retrata en María en llamas a modo de una de esas mariposas mística de San Juan de la Cruz, que a ella tanto le gustaban, y que aletean sin aliento hasta el instante cumbre del desvanecimiento amoroso. En verdad, el mapa de ruta de la filósofa está compuesto por un sinfín de patrias forzadas, apresuradas y provisionales, que se fueron dibujando en el horizonte. Después de cruzar la frontera francesa en 1939, y de pasar una breve estancia en París, Zambrano huye al continente americano: primero México y después a las islas de Cuba y de Puerto Rico. En 1947, asediada por necesidades económicas y tras recibir un mensaje anunciando la agonía creciente de su madre, vuelve a París para reunirse con su hermana Araceli. En el viaje interminable, lleno de cruzamientos, de en cuentros y desencuentros entre Europa y los países hispanoamericanos, las dos hermanas acaban viviendo hasta 1977 en una casita desvencijada de La Pièce, en donde Zam brano escribe las obras más importantes de su “razón poética”, entre ellas: España, sueño y verdad, Claros del bosque, La tumba de Antígona y varios textos que solo serán pu blicados a su regreso a España: De la Aurora, Notas de un método y Los bienaventurados.

Así pues, contemplándose en las mis mas aguas cristalinas, Zambrano y Antígona se funden en una tragedia mucho más universal que deja de ser mítica y se convierte en histórica, presente, fruto de otra guerra cainita del siglo XX, con víctimas que esta vez no se exilian en la ciudad helénica, sino en París, Roma, México, Puerto Rico y Cuba. Y, al alcanzar un sentido histórico, al convertirse en un relato de vida, el exilio deja

de ser un suceso anecdótico y se convierte en biografía, en el propio acto de vivir.

En una carta de la filósofa andaluza sobre el exilio publicada en Cuadernos por la Libertad de la Cultura podemos leer lo siguiente: “Pocas situaciones hay como la del exilio para que se presenten como en un rito iniciático las pruebas de la con dición humana. Tal como si se estuviese cumpliendo la iniciación de ser hombre” (Zambrano 2014: 4). Esta declaración resulta esencial para comprender el sentido ontológico que adquiere la condición del exilio en el pensamiento zambraniano. En ella resuena la definición sobre lo más inquietante de la condición humana, “das Unheimlichste” (Heidegger 1996: 114), que consiste en el espasmo del ser arrojado al mundo y exiliado, por tanto, del orden natural de los acontecimientos. La acepta ción de la errancia, lo que algunos autores del exilio alemán llamaron “la obligación de la diáspora” (Reichmann 1934: 97-98), se convierte aquí en la única forma de llevar una vida auténtica. Siguiendo esta premisa, el exiliado en el discurso de Zambrano, al igual que Antígona, habita un intersticio, el lugar mediador entre dos tiempos, el eterno y el histórico, entre dos realidades, la de aquí y la de allá, y entre dos direccio nes, la horizontal que le impele a seguir el movimiento que le puso en marcha, ya sea un empujón o la propia voluntad del primer paso, y la vertical, entendida como punto de esclarecimiento (Zambrano 2014: 28). Al hilo de esta topología subjetiva, en el último monólogo de la obra teatral se nos dice: Hay que subir siempre. Eso es el destierro, una cuesta, aunque sea un desierto. Esa cuesta que sube siempre y, por ancho que sea el espacio a la vista, es siempre estrecha. Y hay que mirar, claro, a todas

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partes, atender a todo como un centinela en el último confín de la tierra conocida. Pero hay que tener el corazón en lo alto, hay que izarlo para que no se hunda, para que no se nos vaya. Y para no ir uno, uno mismo haciéndose pedazos (Zam brano 2015: 228).

De esta cita se desprende otro de los elementos clave de la resemantización del exilio en la obra de Zambrano en función del cual este deja de ser un estigma o un designio adverso del daimon histórico y se transforma en una nueva posibilidad de morar en el mundo; es más, en una vita nova en la que el ser deja de ser potencia y se convierte en acto absoluto. En este sentido, no es destrucción de la propia individualidad lo que corres ponde a la dinámica de desprendimiento del desarraigo, sino creación, el renacer a un nuevo estado en el que por eliminación de lo superfluo, “determinaciones, parti cularidades, individualidades” (Zambrano 2015: 228), solo queda lo esencial por irrenunciable: “Ese que vive en el aire –del aire también– y es al par un enterrado vivo; en cierto modo una representación de Antí gona, el símbolo de la conciencia sepultada viva” (Zambrano 2014: 32). El exiliado, en su desnudez, “naked life” (Arendt 1951), queda a la intemperie como el recién nacido y se convierte en cordero sacrificial porque entiende que a la incipiente vida nueva solo se puede entrar desencarnado, en carne viva: “Tan solo y hundido en sí mismo al par a la intemperie, como uno que está naciendo, muriendo y naciendo al mismo tiempo mientras sigue la vida” (Zambrano 2014: 4).

Dentro de este entramado simbólico, el descenso a la tumba de Antígona significa el ascenso a un nuevo estado de consciencia desde el cual es posible empezar a imaginar, que es tanto como decir soñar o pensar, la

imagen de aquella Ciudad ideal habitada por seres que, tras desvivirse, han renacido no como personajes históricos, sino como criaturas de la verdad (Zambrano 2014: 8). A este respecto, María Zambrano anotará para su proyecto de libro sobre el exilio, nunca realizado y que debía llevar como título Desde el exilio: “El exilio es el lugar privilegiado para que la patria se descubra, para que ella misma se descubra cuando ya el exiliado ha dejado de buscarla” (Zambrano 2014: 47). Pero la patria a la que se refiere Zambrano no es la geográfica, la España hundida por la ignominia, sino aquella otra que cada exiliado salva dentro de sí, lanzándola más allá de ella, libre de confín y ampliada justo por el lado que quedó abier to. Es importante resaltar en esta cita que el descubrimiento del país natal responde a un acto donoso que solo ocurre cuando el exiliado ha cesado su búsqueda. De esta forma, la patria –o tal vez sea mucho más adecuado utilizar aquí el neologismo perge ñado por Hilde Domin de “Matria”–, no se busca, se encuentra, tal y como acontece con los claros del bosque.

A modo de conclusión, la catábasis de Antígona a su tumba es el viaje espeleológico a aquel fondo entrañal en donde la con ciencia despierta. Como dice Pedro Galán Cerezo en su análisis sobre lo sagrado en la obra zambrariana, no es el superhombre, sino el “intrahombre” (Galán 2004: 334), lo que le interesa a Zambrano, y yo añadiría la “intramujer” renacida desde su capullo y cuya materia larval se convierte a golpe de mutaciones en la forma más perfecta.

La isla-tumba de Antígona

A tenor de los numerosos comentarios de María Zambrano en su correspondencia de ultramar, es lícito afirmar que la pensadora encontró en Puerto Rico y en Cuba su

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patria prenatal al igual que Antígona, según la tragedia, encontró en la Ciudad de los hermanos el prototipo de la polis ideal, la fundación nueva donde no habrá ni hijos ni padres y en la que se cumple lo que Judith Butler constata como una necesidad de re formulación de los términos hegemónicos de parentesco, origen de todas las guerras (Butler 2000: 71).

En el manuscrito M-157 de la Fun dación María Zambrano puede leerse la siguiente definición apofética, o negativa, de la concepción tan singular de la isla que se presenta en toda la obra de la filósofa: “Las islas, lugar propio del exiliado que las hace sin saberlo allí donde no aparecen”3 (Zambrano 2014: 39). De este enunciado se deduce que la tumba de una Antígona errante, escrita por una autora en el exilio, no puede ser de ninguna manera el consa bido tálamo mortuorio de la tragedia de Sófocles, sino una isla a la deriva (MuñizHuberman 2002: 149-156) que funge, a la vez, de piélago que devora y de playa que acoge. Así pues, la isla-tumba de Antígona no es átopos, pero tampoco es epígona de las utopías de Tomás Moro o de Francis Bacon sin ubicación real. Mucho más acer tado sería presentarla como esos “espacios otros” definidos por Michel Foucault como heterotopías (Foucault 1994: 1571-1581); es decir, contraespacios reales en relación con el resto de espacios a su alrededor, pero segregado de ellos por unos ritos propios de inclusión, de tránsito y de exclusión. Desde este planteamiento, la isla-tumba es el recinto circular, confinado, el témenos sagrado del que nos habla Carl Jung al resguardo del cual Antígona puede esperar, en la contempla ción más activa, la llegada del alba.

Como en toda heterotopía, el crono topos de la isla-tumba es caprichoso y se caracteriza por el tiempo dicotómico de

Cronos y de Aión, el de la temporalidad y el eterno, convirtiendo el suelo insular en un palimpsesto en el que las huellas de los vivos y de los muertos se entremezclan y confunden. Es, también, el tiempo dupli cado e intersticial de la memoria, entre el pasado y el futuro, instante donde habita el exiliado, el portador de la conciencia colec tiva. Finalmente, la isla como heterotopía es el espacio de mediación por antonomasia, el punto de encuentro con la alteridad del otro, ya sean caníbales, Arieles o dioses, casi siempre diosas, pues la isla puede que también tenga género femenino.

En este sentido, en La tumba de Antígona la heroína invoca a sus espectros que uno a uno van acudiendo: la nana que trae retazos de la realidad remota de la niñez, una ramita de albahaca de Andalucía, gesto autobiográfico que delata la identificación de la autora con el personaje; la madre negra, inhóspita, que se cierne como una amenaza saturnina, símbolo de la gran matriz con tinental que arroja a sus hijos tras haberlos nutrido;4 también a la tumba-nido llega la hermana ausente que es apenas un sueño, sin apariencia real ni imaginaria, la simple voz de Antígona al hablar de la otra. Del lado opuesto de la isla acuden los hombres, los hermanos Etéocles y Polinices, el prometido, el padre, el tío, que no hacen sino reclamar, asediar a Antígona cada uno a su manera y según sus propios intereses. Frente a la usu ra de los personajes masculinos, Antígona responde con un desprendimiento piadoso.

De gran interés es que, junto a los fantasmas de allende los mares, también se manifiestan las presencias propias de la isla en forma de una harpía, ave tropical, y de dos desconocidos, extraños, que al final de la obra sacan a Antígona de su tumba hacia la luminosidad que rodea toda la isla y que Lezama Lima, en su también oracular lenguaje,

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define como “la energía solar en la nitidez de lo estelar o agrietando con su lanzado lo telúrico” (Lezama 1970: 117). Los seres de la isla, que tanto recuerdan al pueblo populoso de sombras de la novela Pedro Páramo, son, de igual manera, los encargados de ayudar a Antígona a resolver un misterio universal por el cual se han quedado todos enredados en los hilos familiares sin poder entrar en el reino de los muertos. En este sentido, la superficie insular se convierte, por analogía, en una suerte de claro de bosque en el cual es posible que ocurra el momento de desvelamiento. La caída de los velos es la promesa suspendida: Una isla es para la imaginación de siempre una promesa. Una pro mesa que se cumple y que es como un premio de una larga fatiga. Los Continentes parecen haber des empeñado el papel de ser la tierra del trabajo, la morada habitual del hombre tras de su condenación. Las islas, en cambio, aparecen como aquello que responde al ensueño que ha mantenido en pie un esfuer zo duro y prolongado (Zambrano 2016: 33).

En esta imagen del artículo “La isla de Puerto Rico”, la isla se presenta como el ofrecimiento del don, el lugar de reposo que se atisba tras penosos días de bracear a contracorriente. De nuevo, como en el mito de Antígona, aparece la idea de una compensación que va más allá de la justicia humana y que toma la forma de un regalo o una prenda que se confiere en pleno acto de gracia. A la isla se llega, entonces, como al paraíso recuperado: tras haber arrastrado la condena del continente sin abandonar el ensueño de un regreso trascendido a “la patria prenatal” (Zambrano 2007b: 93). De esta manera, la pensadora malagueña

describe la isla de Puerto Rico como el topos de la evasión, fuera del espacio geográfico y físico, y apartado del tiempo histórico en el que poder recluirse y refugiarse del espec táculo amenazante y pavoroso del mundo (Zambrano 2007: 4).

En verdad, la recompensa obtenida en la isla boricua se cristalizó en forma de un reconocimiento intelectual de la valía de Zambrano como filósofa, así como en muestras de respeto por parte de los representantes máximos de la Universidad de Puerto Rico (UPR). En 1940, María Zambrano llegó de la isla de Puerto Rico, invitada por el profesor Jaime Benítez, en colaboración con la Asociación de Mujeres Graduadas de la Universidad de Puerto Rico, para dictar unos cursos sobre Séneca y sobre el estoicismo español. El gran éxito de estos cursos hizo que su estancia en la isla se prolongara, sumándose al encargo inicial otras conferencias acerca de Miguel de Unamuno, de Juan Luis Vives y de Antonio Machado. Tan fulgurante fue su breve presencia en la isla que hasta se pro puso su nombramiento como docente en el Departamento de Filosofía de la UPR. Por desgracia, la isla, después de todo, no encajó con la descripción bucólica pergeñada por la discípula de Ortega y Gasset y tal nom bramiento nunca llegó a realizarse. A pesar de la frustración del éxito prometido de la isla, sí es cierto que será en ella donde Zam brano podrá hablar sin temor de sus autores preferidos, también exiliados y censurados en España, convirtiéndose en la depositaria de un legado prohibido allá y, que allí, en la isla, encuentra un público receptor. Así entendidas, Puerto Rico y Cuba fueron para Zambrano lugares de visibilidad (Létoublon 1996: 9-27) en el exilio en los que pudo escribir lo que todavía tenía que decir y no le dejaron contarlo en el continente.

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De todo lo hasta aquí referido en torno a la interpretación insular en la relectura del mito propuesta por Zambrano, es lícito aventurar que la tumba-isla en la que espera Antígona el advenimiento de la aurora se presenta, asímismo, como símbolo del lugar de escritura en el exilio. En este sentido, la autora nos dice que el exiliado en su labor poiética crea islas allá donde está (Zambrano 2014: 39), las va tejiendo palabra a palabra, haciendo de ellas su única morada posible. El escritor se convierte en un náufrago que encuentra en la isla el lugar propicio para dedicarse a aquella actividad capaz de salvarle, el espacio de la “maravilla”, del “prodigio”, de la escritura que surge viva y pura a la vez. Muy esclarecedora es la carta que Zambrano escribe a su hermana y a su madre desde la Habana, el 1 de enero de 1946, donde confiesa que las únicas horas de paz y de feli cidad las encuentra en la escritura: “Pues me sé ir a mi mundo y escribir, escribir. ¿Com prendéis ahora por qué he escrito tanto?” (Zambrano 2014: 24). De gran relevancia es el hecho de que, durante su estancia en las islas, Zambrano empieza a vislumbrar las posibilidades de una razón poética, derivada de un conocimiento más original, radical y absoluto. Es aquí donde comienza a ges tarse la posibilidad de un nuevo comienzo, porque separación y recreación van de la mano: la persona absolutamente separada es absolutamente creadora, el prototipo del artista puro (Deleuze 2009: 204). No debiera finalizarse este apartado sin hacer especial hincapié en la naturaleza de “lugar de hospedaje” que alberga la simbología de la tumba-isla de una Antígona exiliada. Pese a la resistencia primera, la isla acaba convirtiéndose en lugar de asistencia, como se indica en la siguiente cita:

Aquello que responde al ensueño que ha mantenido en pie un es

fuerzo duro y prolongado; como la compensación esperada, compen sación verdaderamente más allá de la justicia, donde la gracia juega su papel. Las islas son el regalo hecho al mundo en días de paz para su gozo (Zambrano 2007: 3).

En varias ocasiones ya se ha dejado entrever que el exilio ha de entenderse en la obra de Zambrano como un saber de experiencia, muy similar a la frónesis aristotélica, que cumple una cierta teleología, un sobrepasamiento. Desde este presupuesto, el sentido del exilio es la estancia, aunque sea intermitente, en las paradas que van surgiendo en el tránsito. Según la filósofa, en este acto de anclaje, el exiliado no solo guarda para sí esa “compensación esperada” que le ofrece el anfitrión, sino que va esparciendo semillas como señales de la lección de vida aprendida en el camino. En ese pacto de reciprocidad total que conlleva la hospita lidad, el huésped deja de ser una amenaza, como recuerda su raíz latina hostis, y se con vierte, también ella, o él, en una promesa. En una de las últimas frases de La tumba de Antígona, la heroína dice que ella y su padre eran “náufragos que la tempestad arroja a una playa como un desecho, que es a la vez un tesoro” (Zambrano 2015: 227). Resulta ineludible la reflexión que propone aquí la personaje-autora sobre los tesoros de nuestra actualidad, los náufragos que llegan, o no llegan, en sus pateras y los refugiados que huyen de la misma ceguera de una misma tiranía. Ellos, nuestra promesa, son aquellos que el mar arrastra hasta la orilla de la isla.

Notas

1 Valga decir aquí que se trata del único texto teatral de la pensadora malagueña, aunque la densidad poética de la palabra, así como la falta de acotaciones o acciones

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hacen harto difícil su escenificación. Excep to casos loables como el de Juan Manuel Hurtado y su compañía Teatro Estudio Turia de Málaga.

2 Aquí me remito a una carta de Nilita Vientós Gastón a Luz M. Benítez (Lulú) escrita en agosto de 1981 y que se encuentra en el expediente “María Zambrano: L11A: C27”, Archivo Jaime Benítez, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

3 Este manuscrito está formado por todos los escritos que Zambrano fue re copilando para el proyecto de libro que comenzó a preparar en 1961 y que debía titularse Desde el exilio. Sin embargo, tal proyecto nunca llegó a escribirse y buena parte de los escritos fueron incorporados al libro Los bienaventurados. Véase Zambrano, María (1990): Los bienaventurados, Madrid: Siruela.

4 La figura de la Madre es una de las más sugerentes de la obra. En las acotacio nes recogidas en el M-249 se presenta de la siguiente manera: “La Madre será una som bra grande, densa, oscura, que no habla”. Véase Zambrano, María (2015): La tumba de Antígona y otros textos sobre el personaje trágico, ed. Virginia Trueba Mira, Madrid: Cátedra, p. 197.

Yocasta se convierte aquí en un imago de esas otras madres míticas unidas a la tierra, a la muerte y a la regeneración, al aspecto destructivo y creador del lecho ma ternal. La diosa Isis, Ceres, Cibeles, Kali, la madre negra del hinduismo, todas ellas son matrices voraces que retienen, sostienen y acaban lanzando fuera de sí a sus criaturas. Pese a ello, pese al abrazo amargo, Zambrano conmina a regresar a ellas algún día, “ya nacido cuanto es posible”.

En su obra autobiográfica, Delirio y destino, es en donde la analogía entre la tierra, la Patria y la madre enloquecida que

mata a sus hijos se presenta de la forma más desgarradora. Aquí es Medea la madre mor tífera que se lanza en un “delirio de crimen” contra su descendencia y por cuya demencia enloquecen también los hijos. ¿O sucedió al contrario?, se pregunta Zambrano: ¿El espanto de la Guerra Civil es el crimen de los hijos por la locura de la madre, o es el crimen del hijo lo que hace enloquecer a la madre? Véase Zambrano, María (2011): Destino y delirio, Madrid: horas y Horas, la editorial, p. 265.

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ROCÍO GONZÁLEZ NARANJO

“Otra Antígona, por favor”1: La transgresión del espacio en María Zambrano

Introducción

La filosofía de María Zambrano es eminentemente antropológica, puesto que su principal preocupación es el ser humano y su realización plena, a través de una expe riencia del dolor que le lleva a renacer en el albor de la existencia y a encontrarse consigo mismo gracias a la esperanza. El individuo estará en relación así con una alteridad –que la autora considera la auténtica realidad– a través de los sentimientos, no de la razón, aunando así la palabra con la filosofía en esta búsqueda de la verdad, lo que se ha llamado la razón poética

Estamos ante una filosofía de hondas inquietudes antropológicas cuyos dictados reposan en la experiencia, ya que el ser humano va renaciendo a través de ella. Sin la esperanza, esta concepción auroral no sería posible; sin ella, la existencia en toda su plenitud desaparecería, se frenaría la his toria. Y sin un espacio alternativo tampoco sería posible: no podría haber “allí” por oposición al deíctico “aquí”.

Y ¿quién mejor para representar esta filosofía antropológico-poética que  Antí gona? Recordemos brevemente el episodio mitológico de esta heroína2: Antígona es hija de Edipo y de Yocasta, hermana de Ismene, Etéocles y Polinices. Acompaña a su padre Edipo al exilio y a su muerte, regresa

a la ciudad. Los dos hermanos varones de Antígona, Etéocles y Polinices, se disputan el trono de Tebas, ya que debían turnarse el poder periódicamente, y Etéocles decide quedarse con el trono después de cumplido su período, con lo que se desencadena una guerra; ofendido, Polinices busca ayuda en una ciudad vecina, forma un ejército y regresa para reclamar sus derechos. La guerra concluye con la muerte de los dos hermanos en batalla, muertos a manos el uno del otro, como anticipó la profecía de su padre. Creonte, hermano de Yocasta y tío de ambos, se convierte en rey de Tebas y dicta mina que, por haber traicionado a su patria, Polinices no será enterrado dignamente y se dejará su cadáver a las afueras de la ciudad y al arbitrio de los cuervos y los perros.

Las honras fúnebres eran muy impor tantes para los griegos, pues el alma de un cuerpo que no era enterrado estaba conde nada a vagar por la tierra eternamente. Por tal razón, Antígona no respeta la prohibición del tirano y decide enterrar a su hermano, realizando sobre su cuerpo los corres pondientes ritos y rebelándose así contra Creonte, su tío y suegro (estaba prometida a Hemón, hijo de este). La desobediencia acarrea para Antígona su propia muerte: condenada a ser enterrada viva, evita el suplicio ahorcándose.

CUADRIVIUM Portafolio 146 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22

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Cometiendo una falta grave contra la polis, Antígona ha de sufrir un castigo lejos de la ciudad. Según Daniel Riaño Rufilan chas (2003), este tipo de sanción –enterrar a los detenidos vivos en cuevas naturales– era común durante el siglo IV a.C. en Grecia. Las fuentes literarias como Sófocles  se limitan, pues, a expresar en sus obras una sanción habitual de la jurisprudencia de la época.

Antígona y Zambrano: breve expli cación

Los primeros escritos de Zambrano sobre Antígona se remontan a sus primeros meses del exilio parisino tras la Segunda Guerra Mundial (concretamente en 1948, con  Delirio de Antígona). La actitud que la pensadora malagueña toma respecto a Antí gona resulta, según Armando Savignano (2005: 79), muy parecida a la que defiende Unamuno con respecto al Quijote, es decir, elimina los límites entre ficción y realidad, hasta el punto de afirmar que Sófocles se equivocó cuando hizo que Antígona se suicidara en la cueva. Por ello decide que Antígona no se mate en su versión.

Según varios estudios, el interés de Zambrano por Antígona puede venir dado por dos interpretaciones: una interpre tación autobiográfica y otra teórica. Ana Bundgaard (2000: 293) explica que Zam brano se identificó con Antígona, así como con su inseparable hermana Araceli, pues la autora consideraba a esta última como ejemplo de inocencia, piedad y sacrificio, virtudes que también poseía Antígona. Hay que pensar que ambas hermanas, como Antígona en su patria, vivieron la lucha fra tricida de las dos Españas enfrentadas en la guerra civil, y ambas pagaron con el exilio su oposición al poder tiránico de Franco. Pilar Trenas entrevistaba a la filósofa en “Muy

personal” (1988) de Televisión Española, y a la pregunta de qué había sido Araceli para su vida, Zambrano respondía:

¡Ahh! Es mi hermana. Mi hermana única. Al escribir la Antígona, yo fui al término griego “autoadelfos” porque adelfa significa hermana. Y curiosamente, en los jardines de Segovia, se plantaban siempre dos, una roja y otra blanca. Mi herma na, mi hermana única. ¡Cómo la esperé! Porque nació cuando yo tenía siete años. Qué alegría tener una hermana; con ella descubrí lo que es más importante en mi vida, la hermandad, la hermandad, más que la libertad, la hermandad. Como María y Araceli, Antígona es la figura arquetípica del exiliado (Bundgaard 2000: 298) y Zambrano presentaba el exilio como una “estancia” o “morada” análoga a la tumba donde había sido enterrada viva Antígona. La otra interpretación es más universalista, más objetiva y menos autobiográfica. Según Bundgaard (2000: 304), Antígona puede ser también el ar quetipo de la propia condición humana, ya que Zambrano ve en el exilio una “categoría definitoria del ser humano” (Gómez Blesa, 2008: 241).

Las interpretaciones sobre la elección de Antígona en la obra de Zambrano son numerosas3. Pero quizá habría que cuestio narse más por la elección del mito por el espacio –además de por el personaje–, ya que este propicia a Zambrano una sucesión de escenas-delirios que son necesarios para llegar al renacimiento de la conciencia. La heroína de Sófocles es una figura de la aurora de la conciencia y la cueva es el instrumento de esa aurora. Antígona es inocente y me diadora entre diferentes órdenes; la cueva es un lugar de paso que acoge en su seno

“Otra Antígona, por favor”: La transgresión del espacio en María Zambrano 147

Portafolio

a la heroína. Por ello consideramos que, a diferencia de las precedentes versiones del mito, la heroína tebana de Zambrano es, ante todo, transgresora, porque la filósofa cambia completamente el sentido del cas tigo. Antígona sigue rebelándose contra el sistema, pero su rebelión no es únicamente política, como en las reescrituras del siglo XX4, es una rebelión del alma.

“Una cuna eres; un nido. Mi casa”5: la transgresión del espacio

Creemos importante señalar que toda la obra de Zambrano converge en Antígona, pues es el arquetipo de su obra total y de todas las “razones” que la filósofa desarrolla a lo largo de su vida6, todas contrarias a la razón racional de la metafísica moderna. Por ello, el mito de Antígona puede ser es tudiado desde un punto de vista geocrítico (Westphal, 2007), pues el espacio es esencial para comprender a la heroína tebana. La simbología de este último en la versión de Zambrano supone la transgresión total del sentido del mito.

Este acercamiento hacia el espacio del castigo de la heroína –un espacio eminen temente simbólico– quiere justificar, ante todo, la razón poética pues, como bien explica Chantal Maillard (1990: 120), la vía para hacer posible esta filosofía es la metáfora o el símbolo, ya que es “el núcleo del lenguaje poético (creativo)”. Si bien es cierto, el espacio literario, como símbolo o metáfora, puede ser polisémico. De este modo, Mireia Bosch-Mateu, a partir de una interpretación de Antígona como figura arquetípica de los exiliados, lo interpreta como el lugar del exilio y del des-exilio (Bosch-Mateu, 2010: 94).

Pero si nos ceñimos a la razón poética, sin pensar en otras consideraciones, com-

probamos que para la ontología auroral de Zambrano, el corazón es el lugar donde habita la esperanza, aunque no es el único.

En Las raíces de la esperanza, manuscrito número 338 de la Fundación María Zam brano, escrito en diciembre de 1966 y disponible en la edición de Rogelio Blanco (2009), podemos encontrar otra opción para la esperanza:

El otro lugar, simbólico y, en oca siones, real donde la esperanza se muestra es la caverna cerrada, o la galería subterránea, el laberinto; los lugares de inmovilidad y encierro o lugares donde habiendo salida al principio, se anda perdido [...]

La oscura y cerrada galería, el laberinto, la caverna o la estancia enmurada son símbolos diversos, modulaciones de la situación sin salida; la situación límite en que la vida humana puede encontrarse, ya que la muerte no es más que su cumplimiento, lo que adviene si una apertura salvadora no se manifiesta.

De este modo, la “gruta rocosa” donde “no existan huellas humanas” (Sófocles 441 a.C., vv. 773-776) se convierte en un lugar en el que el ser renace. No es, pues, un casti go: es una salvación. Se transgrede en toda su totalidad el sentido del mito original. En las reescrituras anteriores desde Sófocles, la cue va es un lugar que traduce simbólicamente el estatus de la heroína, de su familia y de la ciudad en general. Condenándola en un lugar inhóspito, nadie se siente responsable de su muerte pues nadie se mancha las manos con su crimen. Por otra parte, la gruta se encuentra lejos de la ciudad, fuera de toda vida social y en medio de la naturaleza. Por ello, Antígona muere –renace con Zambra-

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no– en un lugar opuesto a la civilización, ya que ella representa exactamente la oposición al hombre y sus leyes.

Si revisamos los intertextos, es intere sante pararse en las diferentes acepciones del lugar del castigo: en la obra de Cocteau se trata de un agujero sin nombre, pues no va ni con los vivos ni con los muertos. Es un no lugar, fronterizo entre la vida y la muerte. Anouilh, sin embargo, y siguiendo a Sófocles, habla de una “cámara nupcial”, pero también de una cueva del Hades. Con Brecht, Antígona se dirige hacia una tumba sin nombre7. Por otra parte, si en todas las reescrituras del mito, este lugar de suplicio está herméticamente cerrado y por consecuencia sin esperanza, no es lo que sucede con la malagueña: se alude nume rosas veces a una puerta, de manera literal8, pero además estamos en un lugar en el que todo deviene poco a poco positivo, al ser un entre-dos, un umbral –fronterizo al modo de Cocteau– pues el objetivo no es morir, sino renacer, y para que haya este renacimiento, debe haber un nuevo espacio alternativo: la ciudad de los hermanos, la tierra prometida de la ontología zambraniana donde “van los ya nacidos, los salvados del nacimiento y de la muerte” (Zambrano, 2012: 215).

Como en su filosofía auroral, Antígona comienza por desdeñar ese espacio en varias ocasiones: “Me han devuelto a la prisión de donde no había salido nunca, prisionera yo de nacimiento”. (Zambrano, 2012: 180), para después aceptarla con cariño y apego porque este horrible suplicio se convierte en su salvación, como Edipo le espeta: Oh, Antígona, tengo yo que decirte dónde estás, cuando es tan claro; todo esto es tan claro. Estás en el lugar donde se nace del todo. (Zambrano, 2012: 190).

La joven heroína se encuentra, ella misma, en un umbral vital, como confir ma Carles Miralles (1993: 8), pues no es ni mujer ni niña, es la parthenos9, siendo una extensión de su espacio y cumpliendo así con lo que Ricardo Gullón (1980: 17) afirma en relación al género novelesco, que bien podemos emplear aquí: “Puede la casa sentirse como réplica, prolongación o antagonista del personaje, como algo que le explica y le explica por su relación con él”. Si consideramos la cueva como su casa, esta se identifica con la heroína o viceversa: ella ha ido errando toda su vida “peregrina, de tierra en tierra” (Zambrano, 2012: 204) hasta terminar en un hogar por donde pasan todos sus seres queridos –todos sus delirios–.

Aceptando primero, y después siendo consciente del lugar en el que se encuentra, Zambrano demuestra que la heroína nece sita realmente esa cueva, casa, nido, prisión o tumba, simbolizada como el centro de todo –como el ónfalos que Zeus creó10– para llegar a ser de nuevo. Y si mencionamos el mito de la creación del centro del mundo no es por casualidad, ya que la Antígona de Zambrano sufre el “síndrome del ónfalos”11 puesto que necesita tener ese centro para renacer, y considera a sus dos hermanos “[…] más infortunados que yo, errantes sin centro adonde encaminarse” (Zambrano, 2012: 210).

Yendo aun más lejos en la interpretación geocrítica, este nolugar, este espacio hete rotópico12(Foucault, 1967) deviene, gracias a la razón poética, un topofilio (Bachelard, 1957), un espacio de la felicidad con el cual la heroína se va purificando, se va “lavando” y se va convirtiendo en “lavandera” de los demás, pues “mientras haya hombres, hablará sin descanso […] en el confín de la vida con la muerte” (Zambrano: 2012: 236).

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A modo de conclusión

En este breve artículo, hemos podido comprobar que, gracias a la geocrítica pode mos desgranar la razón poética a través del espacio de la obra teatral: la tumba. Incluso Zambrano eligió este término para el título de su versión, mostrando así la importan cia del lugar del suplicio. Estamos ante la transgresión total del significado originario del castigo: de ser una prisión en la que la heroína decide suicidarse pasa a convertirse en un lugar de germinación y de transición de esa nueva ontología auroral. Un umbral que no es, como en anteriores versiones, negativo, sino que Antígona considera su “tumba” como un espacio heterotópico, sintiéndose arropada en una especie de nido –espacio de la topofilia por excelencia– y lo hermético deja de serlo para dar alas a la heroína tebana que es conducida por los desconocidos a la tierra prometida. Todo ello se produce gracias al conocimiento que va adquiriendo en cada escena tras cada “delirio”.

El espacio de esta obra –hablamos del texto teatral propiamente dicho, no del prólogo– contiene otro tipo de espacios de los que no hemos podido hablar pero que merecen un trabajo profundizado: esos constantes deícticos, alusiones a “arriba”, a “ahí”, a la ciudad de Tebas destruida, a los espacios narrados por los personajes… toda una multiplicidad de espacios que se encuentran en consonancia con el lugar principal de la acción: la tumba.

Notas

1 Pequeño guiño a la obra del autor catalán Salvador Espriu, Una altra Fedra, si us plau (1977), autor cuya Antígona, escrita en 1939, es una imprescindible obra que aboga por la fraternidad de las dos Españas.

2 El mito de Antígona y de la familia de los Labdácidas se encuentra, principal mente, en las siguientes tragedias:

Los siete contra Tebas de Esquilo (467 a.C.). Explica cómo los hijos de Edipo se disputan el poder.

Antígona de Sófocles (441 a.C.) Cuenta el fin de la guerra de Tebas, la muerte de los hermanos y el castigo de Antígona por enterrar al considerado por Creonte como traidor, Polinices.

Las Fenicias de Eurípides (409 a.C.); Retoma la guerra de Los siete contra Tebas. Edipo en Colona de Sófocles (407 a.C.) Recrea cómo el rey Edipo se arranca los ojos y parte en exilio, acompañado de su hija Antígona y muriendo en un bosque de Colona.

3 Entre las otras interpretaciones nos parece importante señalar la de Monique Dorang (1995: 128-149) que ve una expli cación histórica, paralela a la de Antígona. Die Entstehung der razón poética im Werk von María Zambrano, Frankfurt a.M.

4 Después de la Primera Guerra Mun dial, comienza a mostrarse una Antígona resistente al poder, casi anarquista. Es Jean Cocteau quien comienza esta vertiente con su obra en 1922, mostrando una heroína anarquista. Salvador Espriu, autor catalán, escribe su Antígona a finales de la contienda española, en 1939 (pero que no fue publi cada hasta 1955), mostrando en la heroína un espíritu conciliador y fraternal entre las dos partes. Jean Anouilh escribe en 1944, en plena ocupación, una versión resistente de la Antígona de Sófocles. A partir de Anouilh, Antígona se convierte en la que dice “no”, mostrando así una gran valentía. La versión de Bertolt Brecht (1948) es también interesante, pues el dramaturgo hace una reescritura marxista, con alusiones a la realidad hitleriana.

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5 Esta frase aparece en la escena “La noche”, cuya cita completa demuestra que Zambra no rechaza el suicidio de la heroína: No, tumba mía, no voy a gol pearte. No voy a estrellar contra ti mi cabeza. No me arrojaré sobre ti como si fueras tú la culpable. Una cuna eres; un nido. Mi casa. Y sé que te abrirás. Y mientras tanto, quizás me dejes oír tu música, porque en las piedras blancas hay siempre una canción. (Zambrano, 2012: 179).

6 Para ello, remitimos al estudio de Rogelio Blanco (2009: 44): Así, si en los primeros años procura encontrar una razón integradora y receptiva de lo mejor de la tradición occidental, pronto atisba la necesidad de dirigir la mirada a lo primigenio, a los orígenes. Afirma la existencia de la razón auroral, la germinal. Las condiciones bélicas de España la obligan al compromiso, aparece la razón armada o combativa. A la vez, y como continuación de tanto drama y dolor, dará cuenta de la existencia de la razón misericordiosa, la cordial, la piadosa y la razón mediadora. Esta dinámica conduce a la razón más relevante como riqueza y aportación zambraniana, la razón poética [...].

7 Todas las referencias a las obras men cionadas se encuentran en la bibliografía.

8 La Harpía en la escena homónima le recuerda que le separa “esa puerta” de Hemón (Zambrano: 2012: 206); Creón le dice que la puerta está abierta, señalándola varias veces (Zambrano, 2012: 220-221); la propia Antígona ve que el tirano ha dejado la puerta abierta (Zambrano, 2012: 224):

Podía haber cerrado la puerta, sabiendo, como sabe, que yo ni la he de cerrar, ni la he de abrir; esa puerta de mi condena seguirá así, como la han dejado. finalmente, el Desconocido segundo dice al Desconocido primero: “La puerta ha estado y sigue estando abierta. (Zambrano, 2012: 233).

9 Antígona, en canvi, i encara més radicalment que Electra, hi és l’alarmant presència de la noia jove, la parthenos, en una franja incòmoda de definir, no reglamentada, que és habitualment només de trànsit, en el món grec, entre la nena i la dona que ja ha accedit, mitjançant el matrimoni pactat pel pare, al seu status social ple d’esposa i de mare [...] Això la situa [...] en un terreny de ningú.

10 En la Cuarta Pítica de Píndaro, se ex plica el origen de lo que representa el centro del mundo. Zeus soltó dos águilas: una hacia Occidente, la otra hacia Oriente. El centro del mundo se encuentra en el encuentro de las dos aves, en Delfos. Ver Cuarta Oda, versos 74 y siguientes en Píndaro, Píticas, Madrid: Editorial Gredos, 2011.

11 Término atribuido al historiador de arte Samuel Y. Edgerton, Jr., “From Mental Matrix to Mappamundi to Chris tian Empire: The Heritage of Ptolemaic Cartography in the Renaissance”, Arts and Cartography. Six Historical Essays, edición de David Woodward, Chicago & London, The University of Chicago Press, 1987, p. 26.

12 Espacios reales que se convierten en una especie de utopía gracias a una percep ción diferente o a una acción particular, un “ensimismamiento”.

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PETISCO

Enprimer lugar quisiera agradecer la preciosa oportunidad que me ha brindado mi cara sorella del cuore Isabel Jimeno para participar en este hermoso homenaje que se le rinde este año a María Zambrano desde su amada isla de Puerto Rico y compartir con todos Uds. algunas de mis reflexiones en torno a la obra de esta singular escritora a la que me siento íntimamente unida incluso antes de haber nacido. En verdad uno no es dueño de sus afinidades ni de sus amores y me gustaría creer que ha sido María la que con su conmovedora pietas e infinita misericordia ha salido a mi encuentro en la vida sin apenas merecerlo. Como reza el salmista: “Tú me has seducido y yo me dejé seducir” (Jr., 20:7).

Así lo sentí de una forma especialmente sobrecogedora cuando a principios de la primavera de 2019 llegué por primera vez a Vélez-Málaga, habiendo sido invitada a impartir una ponencia en el VI Congreso Internacional María Zambrano organizado por su Fundación. Lo primero que hice nada más soltar la maleta, fue preguntar por su casa natal a la dueña de la humilde posada que me acogió durante aquellas inolvidables jornadas. Recuerdo que ya había anochecido, el cielo estaba poblado de estrellas. Mi alma rebosaba de alegría

A mi madre, que pertenece a la raza de los resurrectos

Lo que antes no pasa por el corazón nace muerto. –M. Zambrano

y gozo según me iba aproximando entre laberínticas callejuelas impregnadas de aromas de azahar y jazmín al bello rincón que la vio nacer. Allí estaba ella, más viva y lúcida que nunca, para susurrarnos a través de las palabras inscritas en el umbral de su puerta que “su única patria es el amor”.

De una chispa puede prender una llama. Desde aquel preciso instante quedé varada para siempre en el palpitante corazón de María Zambrano, anhelando perderme por esos senderos del bosque a los que ella solía ir a “desposeerse, a dejar de ser, a darlo todo” y que sin duda la alejaron del pensamiento puramente académico o profesoral, favoreciendo una existencia y un trabajo marginal marcados por las insignias de la independencia y del rigor.

Si hay algo que caracterice la vida y obra de María Zambrano es precisamente su profundo e incondicional amor por lo sagrado, por lo desconocido, por lo que no es de este mundo, un enamoramiento sin fisuras que la llevó a beber el cáliz de su pasión y a entregar su vida por nosotros, haciendo de la contemplación y de la escritura una forma de habitar el mundo y de redimirlo. A través del presente ensayo trataremos de dar voz y razón a algunas de sus intuiciones más penetrantes y reveladoras en torno a esa sabiduría oculta e inefable

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«Surge amica mea et veni» La sabiduría de lo femenino en María Zambrano 153 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
«Surge amica mea et veni»: La sabiduría de lo femenino en María Zambrano
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que ha sido sepultada a lo largo de esto que llamamos la Historia de los hombres, y que desde sus inicios se ha caracterizado por ser una fuga mulieri, un hacer oídos sordos a la voz de lo verdaderamente femenino o mujer que emerge de hondos manantiales oscuros cuestionando las estructuras de poder imperantes y anticipando un futuro siempre trascendente, siempre más allá de todo más allá.1 Detengámonos a analizar con insoslayable atención cuál es según nuestra pensadora veleña la raíz fundamental del drama que late en el seno de la cultura occidental y que, una vez llegada su madurez, no podía dejar de manifestarse.

Razón filosófica vs. razón poética

En su obra Filosofia y Poesía, engendrada en México en 1940 con motivo de su viaje a Morelia para dictar unas memorables “lectures” en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, María Zambrano asocia este conflicto entre varones y hembras con las dos formas de saber que a lo largo de nuestra cultura han estado enfrentadas con toda gravedad 2: por un lado, el pensamiento filosófico platónico-aristotélico asociado a una mentalidad propiamente masculina que busca conquistar la objetividad y alcanzar la libertad lejos del alma o desprendiéndose de ella mediante un pacto: por otro, la razón poética, la vida del alma –de la mujer– que ofrece asiento, sede, a todos los medios seres o conatos de ser, a todo aquello que no puede traspasar el nivel que lleva a la realidad de la existencia o que se resiste a ser encerrado en la idealidad del concepto.3

Para la pensadora malagueña, tanto el lógos filosófico (la Filosofía) como el lógos poético (la Poesía) surgen de la admiración, del pasmo extático ante las múltiples maravillas de la creación. 4 No obstante, existe una marcada y clara diferencia

entre ambas formas de la palabra: en el caso de la filosofía “el primitivo pasmo se ve enseguida negado y quién sabe si traicionado por esta prisa de proyectarse hacia otras regiones, que le hacen romper su naciente éxtasis”.5 La filosofía es “un éxtasis fracasado por un desgarramiento”. “¿Qué fuerza es ésa que la desgarra?” se pregunta Zambrano, “¿por qué la violencia, la prisa, el ímpetu de desprendimiento?”. Hay algo en el pensamiento filosófico que hace que se arranque súbitamente de ese asombro ante lo inmediato y se lance a una cosa que hay que buscar y conquistar porque no se nos ofrece, porque no regala su presencia.

Por el contrario, los poetas no toman distancia respecto a lo que aparece ante sus ojos, se quedan prendidos en la admiración originaria (“zaumasein”), “encadenados por el encanto de una presencia, por el amor”.6 Son seres que no aceptan el camino de la violencia, que no escogen el sendero de la verdad trabajosa y se quedan aferrados a lo presente, al temblor de lo que nace.7 Tras todo buen poema –afirma María– queda ese temblor y esa perspectiva ilimitada que rodea a toda poesía. Ese es precisamente su trasmundo, su más allá en el que se apoya. Es el logos que desciende a diario sobre la vida confundiéndose con ella, “el logos que se presta a ser devorado, consumido”, “el logos disperso de la misericordia que va a quien la necesita, a todos los que lo necesitan”8 transformando la multiplicidad del tiempo ido, perdido por un solo y único instante que se eterniza.9

Conviene enfatizar que toda la obra de Zambrano es una apremiante invitación a recuperar “la poesía que nació para ser la sal de la tierra”, si bien “la verdad quieta y hermética no la recibe…”. “Surge amica mea, et veni”, nos exhorta María desde su enigmático epitafio. Se trata de una auténtica

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exhortación a la resurrección del logos o razón poética, una razón que es corazón, sentimiento, pasión, revelación, y que en la obra zambraniana aparece íntimamente vinculada a lo femenino o mujer. Lejos de querer hundir en el profundo y temido abismo de la vida del alma al nos o razón creadora que subyace en todo afán de conquista y libertad del varón, Zambrano abogó por el prodigio de vivir entre los dos: ganando el “nos” o razón sin perder el alma. En otras palabras, quiso adentrarse en la libertad sin aniquilar ni humillar la vida de las entrañas, reivindicando la vertiente espiritual de la mujer y su espacio público.10

Las figuras simbólicas de Diótima, Eloísa y Antígona: un descenso a los infiernos del alma

Como gran conocedora de la tradición mística cristiana, María es consciente de que toda verdadera resurrección no puede dejar de pasar “por los infiernos de la soledad, del delirio, por el fuego para acabar dando esa luz que solo en el corazón se enciende, que solo por el corazón se enciende”.11 Para nuestra pensadora malagueña la muerte “es la única transformación posible a que el ser de la mujer, alma y amor, puede llegar”.12 De ahí que muchos de los personajes femeninos de sus obras son vírgenes intactas, amantes desdichadas con el amor enterrado vivo en la urna de su corazón, un amor “sin despliegue, como un capullo que cerrado muere”. 13 Amantes sin amor que sin embargo viven en el amor puro (pues es amor sin realización) y que no habiendo encontrado lugar en la vida ni tampoco en la muerte quedan así en ese confuso límite entre ambas.14

Tomemos como primer ejemplo ilustrativo la enigmática figura de Diótima de Mantinea, voz fecundante salvada de la realidad o del mito porque “estaba

más allá, como la inmensa mayoría está más acá, de la línea justa donde están los que pueden comunicarse y decir, actuar y hacerse visibles”. 15 Sepultada en vida, Diótima escucha inmóvil el lejano rumor de la fuente invisible, convirtiéndose toda ella en un caracol marino, en un oído. De ella va a brotar una presencia inagotable y pura, manantial anónimo en el que todos beben y se purifican mientras ella queda detrás y encerrada en su oscuridad de herida. Y su llanto es agua, es “la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace”.16 Una música naciente que solo se escucha en la noche, en la soledad última, allí donde el alma errante y sola se siente desfallecer sin dueño, sin patria, pero donde de forma paradójica se deja entrever por un instante el amor: Alguien me había enamorado allá en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta el alba. Nunca más apareció. Ya nadie más pudo encontrarme. Y me quedé al borde del alba. Y allí quedé temblando de frío.17

Desde su penumbra Diótima nos regala las palabras sin dueño de las que todos nos alimentamos sin dejarla apenas nada a cambio. Ella es la voz de su antigua alma, “aquella que consumaba su amor allá donde ella no podía contemplarla y que la iba iniciando en el misterio del amor a través del dolor del abandono”.18 Al hundirse cada vez más en sí misma, en su propia oscuridad se levantaba para ser madre de “aquellas almas a medio despertar que ardían ya, con esa luz que sale del alma que comienza a arder en su propio fuego, que comienza a reducirse a su vida indestructible”.19 Con ella se inaugura una nueva dimensión donde las cosas están envueltas de una claridad sin restos de opacidad y un nuevo tiempo, en donde todo

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respira y palpita, donde hay pulso en todo pues la noche nos lo ha descubierto.

Existieron también otras mujeres que osaron descender a los abismos del infierno para nacer de nuevo en ese amor sin nombre que, siglos antes, hizo caer rendida a Diótima para siempre. Recordemos sin ir más lejos al personaje de Eloísa que no aceptó convertir a Aberlardo ni en su amante ni en su esposo, sino que según afirma Zambrano “luchó con la diplomacia de la pasión para que Abelardo siguiera su camino, el de su vocación, prosiguiera su libertad más allá del alma”.20 Mientras, ella se quedó sin lugar en el mundo de Abelardo ya que no se resignó a ser encerrada en esa imagen sagrada de “la dama” que pervade el amor platónico del caballero y de la poesía medieval, esa unidad ideal o protectora presencia que el animus o nous varonil necesita para desplegar su ímpetu y que la reduce a ser pretexto y premio de sus múltiples hazañas históricas convirtiéndola en mero instrumento de su querer.21 Para Eloísa el único modo de escapar de la cárcel de la imaginación masculina a la que parece inexorablemente destinada va a ser rebasarla por su pasión, convertirse en propio sujeto de su pasión. Ella se va a ofrecer como víctima sacrificial de sí misma y del divino amor gozado junto a Abelardo por tan solo unos instantes pasados para siempre, y es en ese ofrecimiento de su persona, ese sacrificio que los varones con su prisa histórica y su lanzarse frenético hacia una pretendida y conquistada libertad prefieren no rememorar, donde ella va a encontrar su verdadera libertad nacida paradójicamente de la esclavitud, del total abandono de toda imagen de sí misma: porque “el alma no quiere dejar de ser esclava. Su padecer es su actividad suprema, cuando fundida por la

adoración llega por fin a transfigurarse en el objeto amado”.22

Quizá el gran parto del tiempo nuevo –afirma María– consista en elevar al primer plano del saber y de la conciencia esa confianza en la metamorfosis o transfiguración que subyace y sustenta toda gran religión y toda gran poesía. En su solitud Eloísa atesoró su amor padeciendo todas las transformaciones necesarias para hacerlo inmortal, imperecedero. Ella misma sufrió todas las conversiones dolorosas y lentas para no apartarse de lo auténticamente mujer o sagrado, para permanecer siempre en ese amor desconocido que no tiene fin. En su extremo padecimiento se deja entrever el misterio del padecer humano, mediante el que se alcanza la verdadera identidad, algo así como una inocencia o pureza recobrada, que una vez descubierta es invulnerable.

Al igual que Diótima y Eloísa, el personaje dramático de Antígona representa la humana criatura inocente y sin mancha, “sujeto puro” de profética soledad que manifiesta la ley nueva y renovadora, “la ley sepultada que ha de ser resucitada por obra de alguien humanamente sin culpa.”23 Al negarse a obedecer las órdenes de su tío, rey de Tebas, la hija de Yocasta y Edipo es condenada a ser enterrada viva convirtiéndose en palabras de Ana Pascual en “metáfora ilustrada de la conciencia individual frente al Estado, de los nuevos tiempos frente al pasado”. 24 Por ser fiel a los designios del destino, no llegó a florecer como mujer, pues “no sólo la vida sino las nupcias le fueron sustraídas”25, permaneciendo así como doncella que va y viene con el cántaro a la fuente: “fuente en verdad ella misma, pues que de ella se derrama la vida sin dispersarse, en forma trascendente”.26 Desde la gruta oscura de

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su entrañamiento, Antígona va a engendrar la verdad, que solo se hace visible en ciertos momentos de la historia, en otros no se ve y nunca termina de verse:

La verdad es a la que a la que nos arrojan los dioses cuando nos abandonan. Es el don de su abandono. Una luz que está por encima y más allá y que al caer sobre nosotros, los mortales, nos hiere. Y nos marca para siempre. Aquellos sobre quienes cae la verdad, son como un cordero con el sello de su amo.27

Lo que realmente Antígona alumbra desde su tumba de blanca piedra es la conciencia viviente, la aurora que reitera en cada una de sus apariciones y que aún siendo transitoria, vuelve una y otra vez a renacer: “si se hace ceniza, renace, si se apaga vuelve a encenderse […] Las tinieblas, las altas tinieblas del sentido, vuelven a hacerla suya sin poder retenerla”.28 Por medio de su sacrificio, vivificante como todos los de verdad, ella nos va a dejar esa aurora que portaba, claridad profética que rescata la fatalidad en la que anda sumergida la historia, esta historia hecha siempre con sangre: “Por eso no muero, no me puedo morir hasta que no se me de la razón de esta sangre y se vaya la historia, dejando vivir la vida”.29 Verdaderamente el sueño de Antígona fue un sueño de amor, es decir, de conocimiento, de lucidez, que según ha acertado en señalar la investigadora Pilar Nieva obedece a un imperativo ético pues respetó “la ley de los dioses más allá de todo interés y proyecto personal”30 rescatando así a toda su estirpe de la lejana culpa ancestral que venía arrastrando como si de una larga pesadilla del ser se tratase.

Hacia una feliz coincidencia oppositorum: La de los hermanos

En su libro Persona y democracia (1958) María Zambrano descubre que la lucha contra este monstruo de la Historia ha de comenzar con la lucha contra el monstruo latente en el interior del individuo. Es el momento de la tragedia, de la ruptura, cuando uno reconoce que no es el que creía ser.31 Pero es también el momento de la revelación de la verdad, del descubrimiento de la falsedad de uno mismo: [...] nada azora tanto como encontrarse consigo mismo. ¿Qué hacer ante esa imagen que de pronto me arroja el espejo y que tan mal se aviene con aquella que yo me he creado? Aunque sólo fuese por su precisión, espanta. Y espanta porque está fuera; porque me mira, y la que yo tengo va dentro de mí, y la miro yo.32

Aparece aquí de forma muy viva y desgarradora la conciencia de la dualidad o desdoblamiento del yo, del carácter contradictorio de la persona. Frente al personaje reflejado en el espejo, me sale al encuentro otro yo que en palabras de Zambrano “me reclama como un mendigo, como un condenado, al menos como un olvidado, y también “como un desconocido” que clama porque le dejen vivir. Solo eso, vivir. Porque en verdad: [...] no sabemos quién es ese que vive y piensa en nuestro fondo, y necesitamos regresar al lugar de la convivencia, allí en la comunidad, donde sabemos quienes somos porque lo representamos.33

Para María Zambrano no puede haber una verdadera revolución política y ética que no conlleve implícitamente el abandono de toda imagen o representación

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de uno mismo y, por ende, de las propias definiciones o categorías conceptuales de “varón” y de “hembra” que rigen la cultura patriarcal, la cultura de los hombres, esa cruenta oposición que los ha mantenido trágicamente divididos y enfrentados a lo largo de estos diez mil años de Historia. En su citada obra La Tumba de Antígona (1967), María reflexiona abiertamente sobre la imposición de los conceptos de “hombre” y “mujer” sobre eso otro desconocido y verdaderamente impersonal que late por debajo de la persona de uno, cuestionando esa máscara o disfraz que nos hemos obligado a llevar, amasijo de gestos repetidos y saberes asimilados.34 En el origen –explica María por boca de Edipo– el hombre vivía en las entrañas de la tierra madre, allí vivía sin ver, envuelto en sus raíces, “en la oscuridad del paraíso primero”, la tiniebla. Apenas tenía conciencia de sí, por tanto no era tampoco dueño de su vida, de esa frágil y quebradiza vida que alentaba en él:

Mira, hija, yo era sólo una nube, una nube blanda, cálida, llevada por el viento. Y tuve que ser hombre […]. Un hombre, un hombre tuve que ser. Y yo era como un sueño.

Yo era apenas el despertar de una luciérnaga, el parpadear de una llama, un poco de aliento, un palpitar de un corazón pálido.35

De forma violenta se impone sobre este hombre primero la idea de “lo masculino” frente a eso otro “femenino” que se ha desprendido de su costado y que podemos aludir como “lo otro”, lo que no es el hombre, lo que no es él. Surge así la mujer como la negadora, la que nace de esa controversia maldiciendo una y otra vez la Ley de los hombres, pues no hay más Ley que la masculina, de otras no sabemos. Por eso se la va a fustigar tanto desde los albores

de la humanidad: primero a palos, luego a través de formas más actuales y sutiles.36

Por el contrario, en la nueva Jerusalén que prefigura Zambrano ya no habrá conflicto ni guerra entre los sexos sino una feliz coincidentia oppositorum, una sabiduría que trasciende los contrarios y que nos devuelve al sueño inicial:

Y ahora, sí, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, donde no habría ni hijos ni padres […]. En ella no hay sacrificio, y el amor, hermana, no está cercado por la muerte. Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él, no hay más que amor.37

Poco a poco se van perfilando los trazos de un nuevo espacio utópico que se alza victorioso sobre toda adversidad, permitiendo que el laberinto en el que se haya enredada la historia de los hombres se convierta finalmente en cauce, en camino. Ahora ya solo nos aguarda lo que Walter Benjamín ha denominado “la verdad del mito”, un enigma indescifrable que exige la tarea de un Umweg infinito.

Conclusiones: La comunión de la palabra

Después de escuchar la penetrante y reveladora voz de las heroínas trágicas que María recrea en sus obras, tenemos la profunda certeza de que ya no podremos ser nunca los mismos, pues ellas parecen revelarnos algo fundamental: que nuestra auténtica vocación es el viaje al paraíso, al éxtasis de la perfecta unión amorosa. No cabe duda de que la filósofa veleña está anticipando una tierra nueva, libre de maldición, una auténtica “vita nuova” en donde el hombre renuncia al papel de protagonista y deja la escena libre. Y lo que

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se engendrará en este nuevo interregno ya no son hijos, sino palabra naciente, palabra recibida, aurora. Según nuestra brillante pensadora, es imposible no ver en esta palabra el sendero de la restauración de la unidad perdida, es imposible no sentirla como la verdadera forma de la comunidad y de la bienaventuranza: “porque la palabra, en fin, sería ese sueño compartido”.38

¿De qué palabra nos está hablando María? De la palabra poética, “la palabra que quiere fijar lo inexpresable porque quiere dar forma a lo que no la ha alcanzado: al fantasma, a la sombra, al ensueño, al delirio mismo”.39 Una palabra que es neutra como el propio autor que es neutro y no masculino, “neutro por más allá y no por más acá de la diferenciación entre hombre y mujer, ya que de pensamiento se trata”.40 En su soledad sedienta, en el acallamiento de la algarabía de sus pasiones, la verdad aún oculta y sin sexo se posa sobre el autor desasido y es ella misma, la verdad, la que requiere ser puesta de manifiesto a través de la palabra inocente a la que Zambrano apela tras el sueño. No otra cosa es la gloria que “la manifestación de la verdad escondida hasta el presente, que dilatará los instantes transfigurando las vidas”.41

Permítanme que concluya estas breves páginas con una bellas palabras de Zambrano que nos remiten a esa tierra prometida de claro horizonte en la que la verdad del logos nos es revelada, espacio o morada que se hunde en la pura indefinición más allá de toda diferenciación entre hombres y mujeres, más allá de todo sujeto humano identificable:

Y la vida prometida se me volvía a aparecer sin nombre y sin figura, como un espacio claro. Como un horizonte y como una tierra diferente sin huellas de humanas

plantas. La soñaba y entonces la veía, desierta la sentía, como una llamada que me hacía ir obstinadamente hacia un punto invisible, por senderos que no llevan a ninguna parte.42

Con la audacia y valentía que siempre la caracterizó, María no dudó en dejarse transitar por estas sendas perdidas heideggerianas.43 Al igual que les sucedió a sus memorables personajes femeninos, el amor la hizo salir de sí, sin poder ya jamás recogerse; perdió su pobre existencia merced a su pasión, ganando así la total aparición, “la gloria de la presencia amada”. Suyas, podrían ser las palabras pronunciadas por la esposa del Cántico Espiritual: “Pues ya si en el ejido/ de hoy mas no fuere vista ni hallada,/ diréis que me he perdido,/ que andando enamorada/ me hice perdidiza y fui ganada”.44 Esta parece ser la auténtica sabiduría de lo femenino en María Zambrano: una comprensión del ser que no se alcanza a través de la razón discursiva sino regresando al corazón y su verdad ardiente.

Notas

1 En su magnífico ensayo de 1945, “Eloísa o la existencia de la mujer”, María pone de relieve el carácter oculto de la ac ción femenina en el mundo: “La mujer, sumergida en la vida, no ha alcanzado más que la perdurabilidad subterránea; su acción es imperceptible por confundirse con la vida misma, con cuyas fuentes ha mantenido una secreta alianza” (María Zambrano, “Eloísa o la existencia de la mujer”, Revista Anthropos Nº 2/Suplementos Anthropos, p. 80).

2 Según apunta Antonio Mari, “el pensamiento de María Zambrano es un pensamiento radical, eso quiere decir que va a la raíz de la cosa, a la raíz de donde se origina el discurso y dónde acontece el saber

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(véase RTVE Documentales: www.rtve.es/ alacarta/videos/la-memoria-fertil/memoriafertil-maria- zambrano/2798743).

3 Según ha subrayado Isabel Balza, a lo largo de toda su obra María Zambrano considera a la mujer como la encarnación del alma, en la medida en que esta con tiene y representa todo lo excluido por la razón instrumental (véase Isabel Balza, “Mujeres de Zambrano: desterradas, errantes, hechiceras”, Aurora Nº13, Universidad de Jaén, 2011, pp. 80-88).

4 Toda la preocupación intelectual de María Zambrano giró en torno al pensa miento que es el logos, algo tan misteriosamente divino, de ahí su devoción por los discípulos amados como san Juan Evangelis ta. Ella siempre confíó en la posibilidad del logos, en la posibilidad de una experiencia absorta en el interés superior del hombre. Remitimos al lector a la magnífica interven ción del teólogo y filósofo Agustín Andreu, amigo íntimo de Zambrano, en el Foro “María Zambrano: Entre el Mediterráneo y el Caribe” celebrado en University of South Florida en Octubre de 2013 accesible en youtube.com/watch?v=sWWYcmjKWQ8.

5 María Zambrano, Filosofía y poesía, México: Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 16.

6 Ibid., p. 94.

7 Como acierta en señalar Chantal Maillard, “la poesía asienta así el supuesto platónico de la esencial comunicación con aquello que contempla […] Pues si nombrar es distanciarse, la palabra poética aún nombrando permite la armonía”. En contraste, “el camino filosófico es fundamentalmente el de la escisión porque es el de una afir mación personal (véase Chantal Maillard, El Monte Lu en lluvia y niebla: María Zambrano y lo divino, Málaga: Biblioteca Popular Malagueña, 1990, pp. 33-35).

8 María Zambrano, Filosofía y poesía, op. cit., p. 23.

9 Para una mejor comprensión acerca de la multiplicidad de los tiempos remitimos al lector al reciente estudio de Bartolomé Lara, “Teresa de Jesús para María Zambrano: ‘La encarnación del instante’”, Antígona. Revista de la Fundación María Zambrano Nº8, 2020, pp. 14-23.

10 Coincidimos con María José Ferrer Echevarri en que Zambrano “fue consciente de que las mujeres constituían una minoría en los ambientes intelectuales y políticos que frecuentaba” y por ello defendió “muchos valores feministas, pero sin considerarse tal” (María José Ferrer Echevarri, “El feminismo implícito de María Zambrano en su obra La tumba de Antígona” (tesis doctoral), Sevilla: Universidad de Sevilla, 2018, p. 93).

11 María Zambrano, La Tumba de Antígona, México, Argentina, España: Siglo XXI Editores, 1967, p. 6.

12 María Zambrano, “Eloísa o la exis tencia de la mujer”, art. cit., p. 80.

13 Ibid., p. 80.

14 Según apunta Roberta Johnson, ya desde sus primero artículos publicados entre 1928 y 1947, se comienza a vislumbrar en Zambrano “una vacilación entre la consi deración de, por una parte, una ontología femenina, y por otra, un ser sin género específico que acabará en la categoría de “persona” entendida como sujeto en quien se manifiesta el espíritu” (Roberta Johnson, “El concepto de ‘persona’ de María Zambrano y su pensamiento sobre la mujer” en Aurora Nº13, 2012, p. 9).

15 María Zambrano, “Diótima de Mantinea”, Litoral: Revista de la poesía y el pensamiento Nº 121-123, p. 93.

16 Ibid., p. 113.

17 Ibid., p. 114.

18 Ibid., p. 115.

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19 Ibid., p. 109.

20 Maria Zambrano, “Eloísa o la exis tencia de la mujer”, art. cit., p. 86.

21 Como apunta Zambrano en una serie de conferencias que impartió sobre la mujer en La Habana en 1940, “la mujer es el ideal del hombre pero a base de una absoluta impasibilidad, de lo que viene a resaltar que no es la mujer real la que sirve a estos efectos, sino la otra, esa que el varón ha creado con sus sueños” (véase María Zambrano, La aventura de ser mujer, ed. de J.F. Ortega Muñoz, Málaga: Editorial Veramar, 2007, pp. 113-114).

22 María Zambrano, “Eloísa o la existencia de la mujer”, art. cit., p. 85.

23 María Zambrano, La Tumba de Antígona, op. cit., p. 17.

24 Ana Pascual Gutierrez, “Antígona: Mujer y democracia. Aproximación a La tumba de Antígona de María Zambrano”, Antígona. Revista de la Fundación María Zambrano Nº8, 2020, p. 92.

25 María Zambrano, “El personaje au tor: Antígona” en El sueño creador, Madrid: Ediciones Turner, 1986, p. 88. Por el con trario, Ismene, la hermana de Antígona, no va a compartir el mismo destino que la pro tagonista de la tragedia de Sófocles porque ella no lo va a permitir: “que viva por mí, que viva lo que a mí me fue negado; que sea esposa, madre, amor” (María Zambrano, La tumba de Antígona, op. cit., p. 42). Recor demos que algunos estudiosos como Marta González han identificado al personaje de Ismene con Araceli, la hermana “real” de María Zambrano, si bien otros críticos la relacionan con la propia Antígona, figura de piedad (véase Marta González, La tumba de Antígona de María Zambrano. A propósito de la figura de Ana. Nova Tellus: Anuario del Centro de Estudios Clásicos Nº29, pp. 257-268).

26 María Zambrano, “El personaje autor: Antígona” en El sueño creador, op. cit., p. 89.

27 María Zambrano, La Tumba de Antígona, op. cit., p. 69.

28 María Zambrano, De la aurora , Universidad de Alcalá: Club Internacional del Libro, 1988, p. 85.

29 María Zambrano, La Tumba de Antígona, op. cit., p. 38. Coincidimos con la tesis de Jordi Sanchís cuando afirma que Antígona ha dejado de ser mártir que padece la historia, para convertirse en un héroe que la hace: “con su gesto el espacio humano se amplia” (véase Jordi Sanchís, “Desde La tumba de Antígona”, Asparkia: Investigación Feminista Nº3, 1994, p. 84).

30 Pilar Nieva de la Paz, “La tumba de Antígona (1967): teatro y exilio en María Zambrano”, en El exilio teatral republicano de 1939: Seminari de literatura española contemporánea. Barcelona: Gexel, 1999.

31 Sonia Petisco, “Hacia una política del desenmascaramiento: confluencias en tre el pensamiento de María Zambrano y Agustín García Calvo”, Antígona. Revista de la Fundación María Zambrano Nº8, 2020, pp. 122-133.

32 María Zambrano, Persona y democ racia. La Historia Sacrificial , Barcelona: Editorial Anthropos, 1988, p. 13.

33 Ibid., p. 98.

34 En este sentido, podemos encontrar paralelismos entre el pensamiento de María Zambrano y Simone Weil que también subrayó la importancia de lo impersonal: “Quien ha penetrado en el dominio de lo impersonal encuentra allí una responsabilidad hacia todos los seres humanos. La de proteger en ellos no la persona, sino todo lo que la persona reviste de frágiles posibili dades de pasaje a lo impersonal […]. Todo aquello que es impersonal en el hombre es

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sagrado, y sólo eso” (Simone Weil, “La per sona y lo sagrado”, Cuadernos de Londres, Ediciones Gallimard y Editorial Trotta, 2001, p. 42).

35 María Zambrano, La Tumba de Antígona, op. cit., 38.

36 Consúltese María Rodríguez García, “María Zambrano y Antígona: la tragedia como espacio de resistencia femenino”, Antígona. Revista de la Fundación María Zambrano Nº8, 2020, p. 148; Sonia Petisco, Diálogos en la periferia, Santa Cruz de la Palma: Cartas Diferentes Ediciones, 2020, p. 46.

37 María Zambrano, La Tumba de Antígona, op. cit., pp. 71; 86.

38 María Zambrano, Filosofía y poesía, op. cit., p. 97. En Los bienaventurados, María describe a estas criaturas como “seres de silencio, retraídos en la palabra. Salvados de la palabra, camino van de la palabra única”.

A su vez, en El hombre y lo divino María subraya la importancia de volver a lo común más allá de lo privado o idiótico: “la vuelta hacia el Padre –afirma– es la recuperación del ser original y originario y de la comuni dad perdida con todas las criaturas” (véase María Zambrano, El hombre y lo divino, 2º ed, Madrid: FCE, 1993, p. 313).

39 María Zambrano, Filosofía y poesía, op. cit., p. 115.

40 María Zambrano, Obras reunidas (Primera entrega), Madrid: Aguilar, 1971, p. 10.

41 María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Madrid: Alianza Editorial, 1987, p. 38.

42 María Zambrano, La Tumba de Antígona, op. cit., p. 85.

43 Martin Heidegger, Sendas perdidas, Buenos Aires: Editorial Losada, 1960.

44 San Juan de la Cruz, Poesía completa y comentarios en prosa, edición, introducción

y notas de Raquel Asún, Barcelona: Editorial Planeta, 2000, p. 160. Remitimos al lector al hermoso ensayo de Zambrano, “San Juan de la Cruz: de la ‘Noche Oscura’ a la más clara mística”, Obras completas, Vol. I, op. cit., pp. 284-297.

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María Zambrano: El saber filosófico

María

Zambrano Alarcón nació en Vélez, Málaga, el 22 de abril de 1904 y falleció en Madrid el 6 de febrero de 1991. Su formación filosó fica la obtuvo en la Universidad Central de Madrid donde asiste a las clases de Manuel García Morente, Xavier Zubiri, Julián Bes teiro y Manuel Bartolomé Cossío. Conoce y asiste a las clases de José Ortega y Gasset. Militante republicana durante la guerra civil, tuvo que emprender el exilio en 1939. Se instala en México donde se dedica a la enseñanza en la Universidad San Nicolás de Hidalgo de Morelia. De 1948 a 1953 reside en la Habana donde conoce y traba amistad con José Lezama Lima. En Puerto Rico estuvo en varias ocasiones. “Durante la década de los cuarenta la española exilia da visitó con frecuencia el país y colaboró con diversas revistas”.1 Trabó amistad con el rector de la Universidad de Puerto Rico Jaime Benítez y con el gobernador Luis Muñoz Marín. Más de una vez se trató de incorporar a María Zambrano a la Univer sidad de Puerto Rico, pero no se logró. “En 1940 imparte conferencias en la Asociación de Mujeres Graduadas del Departamento de Estudios Hispánicos (UPR), en el Ateneo, etc”.2 También dictó cursos en la facultad de Ciencias Sociales de la misma Universi dad. Colaboró con escritos suyos en varias

revistas académicas: La Torre, Educación, Semana, Río Piedras, Escuela, Asomante. En 1940 publica Isla de Puerto Rico (Nostal gia y esperanza de un mundo mejor). El De partamento de Instrucción Pública publica su libro Persona y democracia. “Mucho de lo pensado sobre la democracia en Zam brano estaba condensado en la visión por ella elaborada de la Isla-promesa de Puerto Rico. Es posible imaginar su reacción frente al estado actual de esa promesa”. (Franco Escalante, 2005: 27) En Cuba conoció a Ludwig Schajowicz, “y le comenta a Jaime Benítez de su quehacer”. (27) De hecho, Schajowicz visita a Puerto Rico y es luego contratado para el Departamento de Filoso fía de la Universidad de Puerto Rico, donde desarrolló una intensa actividad académica durante toda su vida hasta su fallecimiento. Zambrano regresa a España en 1984. En 1981, fue reconocida con el premio Príncipe de Asturias, y el Cervantes, 1988, la primera mujer en recibirlo.

En el presente artículo me ocupo prin cipalmente del saber filosófico tal como fue pensado y practicado por María Zambrano.

El saber filosófico

Para los filósofos griegos, Platón y Aris tóteles, el saber filosófico tiene su primera motivación en el asombro, en la admiración.

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María Zambrano: El saber filosófico

“Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admira ción”.3 Y María Zambrano nos lo explica de modo sugerente:

Pues preguntar es poner en tela de juicio todo lo que se sabe especial mente cuando se es un sabio; es dejar el saber como una vestidura, despojarse aun de lo que se tiene por más cierto. Y cuando el pre guntar se refiere, como es el caso, a todas las cosas, entonces quien se hace la pregunta se queda sin saber nada, siendo más ignorante que to dos los ignorantes. Viene a ser así el primero de los ignorantes, porque ha vuelto a serlo. Es un ignorante nuevo y distinto a todos los demás.4 Consecuente con ello, Sócrates decía “solo sé que nada sé”. La conciencia de la ignorancia es ya un paso en su superación. Antes de los filósofos existieron en Grecia los sabios, los llamados frecuentemente “los sie te sabios”. Pero la filosofía no es la sabiduría que viene de la tradición, fue algo nuevo. Y María Zambrano se pregunta qué sucedió para ese salto de la sabiduría a la filosofía: El suceso que decidió el dejar en suspenso la sabiduría para pre guntase por el ser de las cosas, de la realidad, fue el asombro. En el asombro hay que quedarse inerme ante algo, algo que se ha visto y que se creía conocido pero que en un instante se muestra como absolutamente nuevo, dejando al que lo contempla en una especie de ceguera o mudez. No hay palabra en el asombro. Tan solo el silencio o la exclamación. El asombro es pasmo. El pasmo que se da cuando se vislumbra algo insólito. Pero que es aún más puro y fecundo cuando

se produce ante algo de sobra co nocido y que de repente se presenta como nunca visto. (Zambrano, 1970: 82)

Uno se queda pasmado ante algo supuestamente bien establecido y que de repente se nos presenta con un nuevo ros tro. El trasfondo del asombro es ese quedar pasmado, el volverse insólito algo para un saber acostumbrado. “El pasmo es, pues, el estrato más íntimo del asombro”. (82) Ante este pasmo que produce lo insólito uno pue de reaccionar tratando de ponerlo de nuevo bajo lo ya sabido, o puede ascender hacia el asombro. “La ascensión desde el pasmo hacia el asombro se verifica, como toda ascensión, aceptando ese momento en que se es vencido y aun llevándolo al extremo”. (82) María Zambrano considera que ese as censo del pasmo hacia el asombro fue lo que le aconteció a Tales de Mileto, considerado el primer filósofo griego. Tales de Mileto acepta la ignorancia y se da cuenta de que en verdad nada sabía. Zambrano describe el asombro como el evento de pensar el ser. “Surge entonces el asombro, ese asombro que es entusiasmo encendido en la certeza de que hay un ser, un universo, un orden”. (82) El asombro resulta del descubrimiento por el pensamiento del evento del ser de las cosas. Y es tan importante que de él se nutre toda la filosofía griega: “todo el esplendoroso proceso de la filosofía griega, de la Filoso fía”. (82) El saber filosófico nace, pues, del asombro, del quedarse pasmado ante algo nuevo que nos lleva a pensar radicalmente, pensar desde el ser.

Hay un segundo momento histórico, es un resurgimiento de la filosofía, y María Zambrano lo toma en consideración con la destacada figura de René Descartes. El tema lo analiza bajo el título “La acción del pensamiento”. Con el asombro de los

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filósofos griegos se descubre el ser como realidad; pero con el nuevo pensamiento se descubre el ser del sujeto. “En el primer caso lo que emerge a la vista en este momento de duda es el ser o no ser de las cosas, de la llamada ‘realidad’”.5 Existen otra clase de sucesos, diferentes a los naturales, sucesos que nos afectan a nosotros y estos motivan también la duda. “En el segundo caso, tratándose de sucesos, especialmente si en un principio nos afectan, lo que salta a la vista es el ser nuestro, es decir, el ser del sujeto humano”. (Zambrano, 1970: 83) Así como el asombro fue el motivo del originarse de la filosofía con los griegos, ahora en la modernidad es la duda la que se convierte “en el origen mismo de la acción del pensamiento. Duda reveladora. El filósofo René Descartes hizo emerger de ella la existencia del sujeto pensante: ‘dudo porque pienso, y si pienso existo como pensante’”. (83) El pensa miento es también un tipo de acción, y esa acción del pensamiento nos descubre tanto el ser de la realidad que nos rodea como el ser del sujeto existente y pensante. Sujeto y objeto se muestran en un nuevo ámbito que la acción del pensamiento hace surgir. “Es un orden que emana del sujeto, más a condición de que el sujeto no se abandone al capricho, a la imaginación, al arbitrio, de que siga fielmente su condición de pensar”. (83) El sujeto se experimenta también como libertad. “Algo muy específico de él, su libertad, su capacidad de reducir, de situar, de ordenar y aun de anular acontecimientos, de hacer que lo que pasa y está pasando es como si no fuera”. (83)

La posibilidad de ese ámbito de encuentro en que se dan sujeto y objeto a la vez radica en una cierta comunidad entre ambos; Zambrano la denomina también una intimidad. Es la intimidad y comunidad del pensar. “Y como el pensar es moverse en la

razón, tendremos que este orden descansa en algo que envuelve a la par objeto y sujeto, en algo que los trasciende a los dos: la razón misma que todo lo sostiene”. (83) Como veremos también en el estudio que la autora hace de Séneca, la filosofía descansa en una fe, la fe en la razón. Los filósofos griegos se sostuvieron en una fe inquebrantable en la razón. La filosofía de la época helenística, y especialmente la romana, descansa en una fe en la razón, pero más débil, una razón que María Zambrano denomina razón per suasiva. La Edad Media no descansa en una fe en la razón, sino en la fe cristiana, muy lejos del entusiasmo griego con la razón. Con Descartes se vuelve a tener una gran fe en la razón:

La fe en la razón, sin la cual en lugar de dudar el hombre se aban donaría a la ambigüedad en que las cosas se le aparecen y se mantendría confinado como en una cárcel sin salida posible de la situación de no sabe a qué atenerse respecto de lo que lo rodea y a lo que le acontece, a la opacidad, a la tiniebla, y viviría así bajo el peso de decretos desco nocidos, y sin remedio abandonado al vaivén de los acontecimientos, como un juguete del tiempo, de ese tiempo primario que devora todo lo que pretende ser, de ese tiempo enemigo del ser. (84) Zambrano concluye su reflexión so bre la “acción del pensamiento” con una breve referencia al ser del tiempo. Tenemos conciencia del tiempo. No solo estamos conscientes del tiempo, sino que estamos inmersos en el flujo del tiempo. Estamos en el tiempo como los peces están en el agua. Al hacernos conscientes del tiempo ya no lo padecemos (no somos pasivos) sino que aprendemos a movernos con el tiempo

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María Zambrano: El saber filosófico

mismo. “Los sucesos que en el tiempo tienen lugar encuentran así su medio de hacerse visibles. Porque si la acción del pensamiento descubre, devela las cosas, es porque se sitúa en el orden del ser. Y si descubre los sucesos es porque se sitúa en el orden del tiempo”. (84) Parecerían estas últimas observaciones ubicarse en la heideggeriana idea del ser y el tiempo; pero quizá más cerca de María Zambrano está “el tema de nuestro tiempo” de su maestro José Ortega y Gasset; tema de nuestro tiempo que sería la Historia. Co menta Raúl Franco Escalante: “La historia es el tiempo del hombre, la ‘humanización del tiempo’ la temporalidad del quehacer y del hacerse del hombre”. (2004: 249) Conservemos de estas reflexiones so bre el saber filosófico la idea según la cual la filosofía supone una fe en la razón. Ese carácter de fe, de creencia que supone la razón me parece que deriva también de la idea orteguiana de la primacía de la vida, y de la vida en cuanto no puede moverse sin creencias. Pero no es una razón subspecie aeternitatis, sino: “Una razón que se arriesga a ser tiempo, a no huir de lo paradójico y contradictorio, para que pueda ser compa ñera de la vida y no quedar relegada a la perfección cristalina ajena a brega humana”. (Franco Escalante, 2004: 240) La filosofía sigue ocupándose, para Zambrano, del ser de las cosas, pero rehuyendo el ser unitario de Parménides, e invocando más bien a Antonio Machado en la “la heterogeneidad del ser, frente a la violencia de la unidad par menídea”. (Franco Escalante, 2004: p. 253)

El saber filosófico de Séneca

Introduciendo su antología de textos de Lucio Aneo Séneca, María Zambrano escribe un extenso estudio sobre su figura como sabio filosófico, como mediador entre la cultura griega que ya se mostraba precaria

y la nueva fe que sería la cristiana. Séneca es un clásico. Es uno de los clásicos “que tienen juntamente dos notas características: una cierta permanencia en la popularidad y una cierta capacidad de renacimiento”.6 Esta popularidad de Séneca se da en “la memoria del pueblo español, su permanente arraigo”. (1994: 22) Así lo reconoció, entre otros muchos, Marcelino Menéndez y Pelayo y Ángel Ganivet quien afirma: “Séneca es español por esencia”. La profundidad del arraigo de Séneca es precisamente lo que bien condiciona su renacimiento. Renace lo que ya forma parte de una tradición.

Es de los pocos hijos de España que le ha devuelto acuñada en moneda indeleble la vida que de ella sacarán. (27) Séneca, como los estoicos, nos trae una medicina amarga. Esa medicina es el despertar de la razón a nuestros delirios. Un despertar que nos hace “entrar en razón”. Séneca es un mediador, entre la vida y el pensamiento; “entre el logos establecido, por la filosofía griega como principio de todas las cosas y la vida humilde y menesterosa. (31)

María Zambrano ubica a Séneca en su tiempo, un período histórico en que el ser humano se sentía desamparado. Aunque había mucha filosofía, el elevado saber filosófico de Platón y Aristóteles “parecía impotente para prender en el corazón de los hombres”. (32) Ya era una filosofía para escasas minorías:

El hombre que vivía bajo el poder romano se sentía huérfano y soli tario, más angustiado que aquel que viviera antes de que Sócrates enseñara que la virtud puede enseñarse, es decir, que somos dueños de nuestro destino. Puesto que esto, el que la virtud depende de nosotros, nada remedia, si se quiere vivir acá abajo. (37)

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Para Platón la razón, (el logos) existe abstraída del tiempo. Pero para Séneca, la vida es tiempo, es la brevedad de la vida. “El correr del tiempo: es el desate de las pasiones humanas y su subida al poder, a un poder sin límites”. (37) El imperio romano es el régimen del poder: “el poder sin más”, y es en ese mundo en el que se desenvuelve el estoicismo romano, y Séneca en particular. “Con el imperio romano el poder sin más justificación que el poder, borrando su ligazón con la justicia y el derecho, con la libertad”. (38) La razón platónico-aristotélica permitió al menos “un resquicio de libertad”. Ni libertad ni justicia existen bajo el poder imperial. “Aún no se había abierto, quizá jamás lo sea, el reino de la justicia, de la justicia inexorable del ser, tal como Platón lo pidiera” (38-39).

La razón debe acudir a una noción del ser humano, pues “sin noción acerca de sí, el hombre no puede vivir; tiene que saber quién es y lo que es. Pero enseguida seguía el desmentido del poder imperante sin límite y sin medida”. (39) Así lo pensaba la filosofía griega. Bajo el imperio esa vida racional de armonía y medida no era posible. La cul tura griega sufrió una amarga servidumbre bajo el imperio romano. Las diferencias, que los griegos apreciaban en el ser de la existencia humana, son ahora borradas. “Debía haber sido terriblemente amargo haber descubierto el orden, la figura de los últimos elementos de la realidad, haberla hecho transparente, encontrado su medida, su razón, para vivir luego en un mundo sin razón y sin medida, para vivir en un mundo donde el absurdo y el delirio eran la realidad diaria. La vida era de nuevo una pesadilla, los antiguos y desiguales dioses ya vencidos por la filosofía, con nombre de Emperador, estaban en el poder sin elemento poético alguno, sin esa libertad que los antiguos dioses

dejaban”. (40) Se retornaba a un mundo de capricho, rencor y venganza, sin ninguna restricción. Como dice María Zambrano, un mundo totalitario.

Aunque muchos quisieron o pretendie ron abandonar la razón, otros se acogieron a una “razón restringida, como mediación y como consuelo”. (41) La razón griega, “la razón mediadora fue igualmente allanada por el poder, que cuando nace al margen de ella jamás podrá soportarla por mucho que se encurve y encubra”. (41) Bajo la nueva situación histórica, ante esta realidad asfixiante y terrorífica, la razón, aunque restringida, vuelve a ser liberadora. La razón procede ahora de otras maneras para ayudar a la liberación humana. Y, agrega Zambrano, esta fue la razón de ser de las escuelas filosóficas que existieron bajo el imperio: el cinismo, el epicureísmo y el estoicismo. “Séneca ingresó en ella, se hizo estoico”. (42) Pero Séneca no fue un estoico sin más; fue estoico, pero de modo diferente y de un modo muy personal. “Y es que tal vez Séneca sea las dos cosas, un perfecto estoico y un estoico diferente. Perfecto en cuanto a su actitud; diferente en cuanto a su doctrina y, sobre todo, al estilo”. (42) Lo que sobresale en el estilo estoico de Séneca es la resignación:

La actitud estoica parece transpa rentarse en él de modo perfecto; tiene su cautela, su habilidad, su vacilación y, sin embargo, en ningún estoico como en Séneca vemos aparecer tan nítidamente el fondo último del estoicismo: la resignación. (42)

Es una resignación lenta, suave, movida razonablemente. Lo que significa que se mueve mediante una razón persuasiva. “No es una vida penetrada de razón, sino una vida resignada, lo que Séneca nos induce a

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María Zambrano: El saber filosófico

seguir”. (43) Solo la razón induce a esta vida resignada porque ella puede ser persuasiva. La razón persuasiva, resignada, evita caer en una existencia desesperada. Esta razón resignada es una especie de retirada, y es a lo que nos induce Séneca. Y agrega Zambrano: No es azar que sea el genio de Séneca, pues en esto de la retirada ha sido maestro el genio español: una vuelta y una retirada hacia algo que se había abandonado por la esperanza; hacia una fe antigua y por ello abandonada; un regreso histórico. (43)

Esta reacción de retirada es, nos dice Zambrano, un signo de una crisis histórica. Cuando predomina la resignación es porque nos encontramos en una crisis histórica. Ortega y Gasset lo señala al hablar de las “minorías” que atraviesan una crisis histórica cuando la mayoría parece quedarse en la resignación. Séneca perteneció a esta clase de seres en minoría, cuando los muchos se complacen en las riquezas, los honores y los placeres. Y propone como único y universal remedio la resignación. La resignación no es una fe, pues incluso la razón persuasiva puede enseñar a vivir sin ella. La resignación no es la esperanza completa, sino un camino medio que avanza y se retira para no caer en la desesperación. La resignación es un término medio entre la esperanza completa y la desesperación absurda. Reitera Séneca que quien se resigna evade la polaridad del “temor y la esperanza”. Es como un ponerse al margen, incluso al margen de la vida. Y, sin embargo, agrega Zambrano: Vivir es un acto de fe, ante todo, un abandono a la confianza bajo la que se encubre la esperanza. Por eso, las religiones que atienden y extreman la confianza y la esperanza son la vida llevada al extremo, la máxima

vida, de ahí la embriaguez que producen. (45)

En este preciso sentido, afirma Zam brano, el estoicismo no es una religión. El estoicismo es más bien una mezcla de filo sofía y religión. No es filosofía pura porque, como bien vio Aristóteles, la filosofía es un saber universal. El estoicismo para María Zambrano es “una religión de contenido filosófico”. (45) Pero más allá de este conte nido religioso y filosófico hay una creencia, es la creencia en una fe perdida. Era la fe en la razón griega, la cual significaba esperanza y “ensanchamiento del ser del hombre”; este, perdido bajo el imperio romano. Con Séneca se regresa de ese ensueño de la razón, de esa fe inconmovible. Esa fe en la razón era la sustancia de un pueblo. “Es la fe antigua, la primera del alma griega clarificada en la mente de Heráclito, la fe de la naturaleza como logos, como medida de algo, fuego que siendo cambio incesante es al mismo tiempo medida”. (46) También en Demó crito de Abdera están presentes dichas ideas de medida y figura. Zambrano recalca que esa razón optimista griega era una fe: El fuego de Heráclito no se había revelado en su pura presencia, como la zarza que ardía sin que marse, a Moisés. Había sido descu bierta por la mente filosófica y era, sin embargo, una fe: la fe hallada por el hombre para tranquilizarse en su honor ante la enormidad de las fuerzas físicas y de los dioses. Fe en la medida del orbe, en que la realidad fuera mundo, realidad sujeta a ley. Son los grandes descubrimientos griegos a los cuales se agarra como a una fe, que funcionan como una fe; así sucedió con el número de los pitagóricos. (46) Bajo el poder desnudo del imperio la

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razón espléndida quedó desvalida; era la fe de un pueblo que sentía horror al desorden y a los dioses que actúan sin medida y sin contar con lo humano como tal. “Una rea lidad que no estaba abierta a la razón, pero tampoco a la esperanza”. (47)

¿Cómo funciona en Séneca esa razón persuasiva?

Séneca relativiza, es lo más exacto que puede decirse de él. Dulcifica la razón, ablanda la justicia, y transforma la moral en un estilo de vida. La virtud suprema es la elegancia, puede decirse: guardar la línea, lo que en un español madrileño de hoy llama “guardar el tipo”. (80) Ese estilo de vida que es la nueva moral es una transformación o unión entre ética y estética. Entender la virtud como elegancia es una ética estética. O como han dicho en mil formas Pierre Hadot y Michel Foucault, una ética como un “estilo de vida”. Pues la filosofía llegó a ser en este mundo antiguo una “forma de vida”.7 Para María Zambrano la elegancia “parece ser el secreto último de Séneca, hombre culto de un tiempo de barbarie, de subversión de masas, la más temible, porque estaba asentada en el po der”. (80-81) Esta virtud como elegancia embellece la resignación, pues se desliza de modo cauteloso hasta hechizarnos. La razón persuasiva que incita a la resignación es una razón seductora, actúa como un seductor. Lo mejor es el estilo; y el estilo es su mejor arma. La razón persuasiva que invita a la re signación es muy flexible y está siempre en la posibilidad de la caída en los sofismas. Pero es una razón sociable; es diplomática, tiene que dialogar y pactar. Aun en los momentos previos a la guerra, la razón tiene que persuadir, pactar, ser diplomática, conservar el estilo “para conservar la razón”. “Conservar la razón en parte, pues nada hay bajo ella”.

(81) La fe de Séneca no es la fe esperanzada de Heráclito; la fe de Séneca es la razón como resignación, la moral como forma, línea, estética, estilo de vida. Sin duda la fe estoica es la razón natural que preside la vida y la muerte, pero en su pureza griega esa razón ya era insuficiente para Séneca y su mundo romano.

La razón restringida es resignación ante un poder sin el límite de la justicia y la li bertad. Séneca no se queja ante Dios como Job; a nadie podía pedir cuenta del mal que ocurre irremediablemente en el mundo, y más en un mundo del poder sin límite. Zambrano anota que al fin de cuentas la razón coincide con la vida, y por tanto la razón no puede explicar la vida:

Soportar la vida. Conllevarla dig namente. La dignidad es el único resquicio para el estoico, lo más parecido a la libertad personal, pero más conmovedor a nuestros ojos porque no tiene horizonte alguno; dignidad desesperada. Por eso Séneca descendió a lo más impenetrable del ánimo español, por esta resistencia a la desespera da. Desesperación no cerrada a la esperanza. (83)

Su fe no es negativa como la de Lucrecio Caro; pues Séneca siempre deja abierta la posibilidad. La resignación es un creer, pero como un ceder, ceder ante la inexorabilidad de la muerte. La resignación implica un no querer alterar el orden del mundo. “Es una especie de debilidad ante el cosmos; caer vencidos por él sin temor”. (84) Para María Zambrano, Séneca llevó hasta el extremo esta razón restringida o resignada, incluso hasta el suicidio:

La muerte del senequista es la muerte del suicida que no quiere ni siquiera parecerlo, para borrar todo

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María Zambrano: El saber filosófico

rastro de violencia y de protesta. No muere, sino que se reintegra, se esfuma a sí mismo para no alte rar el orden de las cosas, el orden inmutable de la naturaleza. Muere calladamente. Callada y teatral mente, por difícil que parezca. A fuer de español, no pudo renunciar al teatro. Y de ahí su enigmática figura, ser protagonista en el Gran Teatro del Mundo, del silencio, de la muerte calla, del “extinguirse sin medida. (84)

Séneca no muere como un mártir; pues solo hay mártires de la fe pura o de la razón pura. Plotino en su lecho de muerte pare ciera un mártir de la filosofía, de la razón pura. Séneca muere por efectos del poder a quien le prestara servicios; “quedó cogido en los cuernos del poder”. (57) Séneca fracasa como político, pues no se es político sin una fe completa en el poder. Pero fue un sabio, pues estuvo consciente de su muerte y supo vivirla incluso teatralmente. “Vivió su muerte, como Plotino vivió su vida”. (57)

De acuerdo con María Zambrano, Séneca es el último sabio antiguo y el comienzo del “intelectual” en el sentido moderno del término: “siempre a vueltas con el poder, siempre trampeando en el límite de hacerse traición”. (59) Pero el fi lósofo es más que un intelectual, es un sabio curandero, mira el desconsuelo humano, su desamparo. Como buen curandero, agrega Zambrano, es un padre. Pues supo aplacar el furor de la vida, movernos en ella sin rencor. Como los padres de la iglesia en su púlpito, Séneca fue un sabio popular: “fue incorporado al repertorio de los sermones populares, como si las Cartas a Lucilio o Las consolaciones a Helvia, a Marcia, se pre dicasen desde el púlpito, es decir, se hiciese llegar a todos”. (63) Y es aquí donde María

Zambrano encuentra la sustancia española del senequismo. Se trata de una paterni dad, pero paternidad espiritual, padre en la historia. Pero no un padre pasajero, sino permanente. Padre en el saber, en la moral, en el derecho. “En la sabiduría popular, lo que un pueblo entiende por sabio es un pa dre muy viril y muy maternal, que mantiene con su fortaleza ese discurrir suave y plegado a la complejidad de la vida, por sencilla que sea”. (66) La resignación como salida a una crisis histórica es quizá una respuesta problemática, nos dice Zambrano. Pero lo que queda de él es su paternidad espiritual, trascendental e histórica al mismo tiempo. Huella senequista es, según Zambrano, San Miguel Bueno, de Unamuno, el cura sin fe. “curandero en la desolación”.

El tiempo es un descubrimiento filosó fico de gran importancia del que Séneca es uno de los instauradores. La vida misma es tiempo:

El ver al hombre sumido en el tiempo, en el reinado de ese “niño que juega a los dados”, según Heráclito, al verles entregados a su delirio y a su sinrazón, es lo pro pio del alma que ha sobrepasado la madurez, que ha llegado a una madurez sobrehumana, la madurez del sabio que es, sin embargo, padre porque compadece al hombre en su puerilidad endeble. (69)

El tiempo se descubre mirando algo no temporal. Mirar correr el tiempo desde algo no temporal. La experiencia de la temporalidad de la vida humana se hace evidente en ciertos instantes, por ejemplo, cuando algo ha dejado de ser, ha pasado o nos ha abandonado. Ante esos hechos parece el tiempo como telón de fondo. “El tiempo es la sustancia de nuestra vida y por ello está bajo de ella, como fondo permanente

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de todo lo que vivimos”. (71) Siendo el tiempo la sustancia misma de la vida, lo primero que hace Séneca es recomendar “la administración del tiempo”. Y aconseja no la pasividad sino la actividad. El sabio no puede permanecer pasivo, su ejemplo es el deber del trabajo, o por el bien de los conciudadanos o por la necesidad de matar el tiempo. Gestionar bien el tiempo es lo primero que recomienda en sus Cartas a Lucilio. No otra cosa es lo que aparece en Unamuno en Vida del Quijote y Sancho . En nuestra época, agrega Zambrano, se ha redescubierto el tiempo, por ejemplo, en la obra de Martin Heidegger o en la filosofía de Ortega y Gasset. La reflexión sobre el tiempo conduce necesariamente a la medi tación sobre la muerte. Y lo que enseña es el arte de aceptar la muerte, “estar dispuestos a dejarnos devorar por ella”. (76) Gestionar bien el tiempo para no estar muertos “antes de morir”.

La razón restringida es relativista, es mediadora. Y sigue viva mientras nos hal lemos ante un mundo sin medida, un mun do del poder sin justicia. “Séneca aparecerá vivo siempre que ante la inexorabilidad de la muerte y del poder humano se encuentre, entre una fe que se extingue y otra que llega, su razón desvalida”. (85) Para María Zam brano, Séneca es un mediador, se mueve en una razón mediadora. Es mediador porque no se queda en el recinto de la sabiduría pura, sino que llega al ser humano en su realidad cotidiana. Séneca tiende su mano hacia el ser humano que lo necesita. “Ser un Séneca para el pueblo español es ser un sabio que persuade a todos de que pueden serlo, de que pueden, si buscan, encontrar en su desamparo mismo su fortaleza”. (49) Séneca es un mediador pues piensa y actúa desde una razón restringida que pretende sustituir el papel de la religión. Para el es

pañol, Séneca representa ante todo la figura del hombre sabio. La idea del “sabio” tiene un sabor antiguo, incluso oriental. No es el filósofo puro como lo pensara Aristóteles, aunque este considera la filosofía como la más alta y noble forma de la sabiduría. Sabio tampoco es el intelectual moderno que desde el Renacimiento para acá se desenvuelve en el mundo laico europeo. “Sabio es aquel que ya en vida está como si hubiera muerto. Es el que está maduro para la muerte, aquietado, dispuesto, dispuesto a marchar sin desgarramiento”. (52) Séneca no es sabio porque pretende conocer por conocer, sino saber para vivir. Séneca no es un místico como el sabio oriental para quien vivir significa desnacer, “borrar la agitación del nacimiento”.

El estoico no busca la verdad por el mero placer del conocimiento, sino que busca la verdad como medio para vivir. Séneca es la figura opuesta a la de Sócrates. Sócrates muere porque pretende la razón entera:

Séneca jamás pretendió el poder para la razón, sino el poco de razón necesaria para que la vida pueda sostenerse. Dentro del regreso que fue el estoicismo a la antigua fe de Heráclito, en el fuego-medida y razón, en la razón cósmica, Séneca parece uno de los menos convenci dos, en todo caso, uno de los menos creyente; su fe es aprendida, hecha de razonamiento, de persuasión. (55)

La razón resignada de Séneca como persuasión es mediadora entre la razón y la sinrazón. No es viable abandonarnos a la sinrazón o a la razón completa como la pensaron los griegos en la cumbre de su saber. “Saber que, en cada instante de la vida, para cada asunto y circunstancia,

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María Zambrano: El saber filosófico

existe una razón y una cierta sinrazón, de ley y desorden”. (56) El sabio es quien puede encontrar el punto de equilibrio, la mezcla. Como el pueblo español dice: “una de cal y otra de arena”. Es la razón como relatividad, como la vida misma. Séneca es un modelo para quienes no quieren ni la razón pura ni la pura vida contemplativa.

Wanda Tomassi se refiere a una “razón maternal” en el pensamiento de María Zambrano:

El concepto de razón maternal aparece a partir de su ensayo sobre Séneca. Séneca es para María Zambrano como expresión del lado materno de la inteligencia, de una razón que es al mismo tiempo lúcida y flexible, rigurosa y amorosa, que se inclina para intere sarse y para curar la vida humilde y necesitada. En Séneca la razón se hace madre, se llena de ternura maternal, para poder consolar al hombre en estado de abandono.8 María Zambrano no se acoge a la fe de una razón desvalida. Su ética sigue siendo la ética cristiana que ella considera “vida”, libertad y dignidad de la persona. Los grie gos anteriores a la filosofía vivieron de sus dioses. Los griegos que crearon la filosofía llevaron la razón a su más alta cumbre. Los romanos se quedaron con la razón restrin gida o persuasiva frente al poder desnudo del imperio. Zambrano no se acoge ni a los dioses griegos ni a la razón pura de la filosofía contemplativa ni siquiera a la desvalida razón del estoicismo. Después de la filosofía helenística llega una nueva fe, la fe cristiana. “Otro camino, que sólo en el cristianismo se habría de realizar, el camino que abren las pruebas de la inmortalidad del alma, que da en términos racionales lo que el cristiano sabría luego por fe”. (37)

Asimismo: “El camino del ´amor platónico´, y de las ´ideas platónicas’, que habrían de salvar el mundo de las pasiones y el mundo visible de las apariencias”. (37) Como bien comenta Miguel A. Náter: “Así, Zambrano reinterpreta el eros que Platón privilegió para mostrar la característica principal del filósofo (amante). En este sentido la filosofía persigue un vacío existencial (inquirir en la esencia de las cosas)”.9 El alma humana y su inmortalidad y la fe en la trascendencia, el Dios trascendente de la Creación es lo nuevo que aporta el cristianismo. “Muerta Grecia y apagado su resplandor, la Iglesia instituye sus ´Padres´ que sustituyen al sabio griego. Padres que ya son otra cosa, que miran menos la verdad teórica. Pero lo que pierde la ciencia lo gana la caridad”. (Zambrano, 1994: 61) Esa nueva fe que ya en tiempos de Séneca estaba a punto de florecer. “Una nueva fe que dejaba espacio a la libertad, a la libertad de la persona humana, aún más, que lanzaba al hombre inexorablemente a la libertad”. (82) Era una fe que Séneca no podía ofrecer; pero que la fe cristiana trae. “Al lado del discurso de Platón, Zambrano rescribe el inicio del Evangelio de San Juan, en el cual se privilegia el poder creador y legislador del logos, la palabra edénica y adánica, organizadora del caos. El judeo cristianismo introduce en la historia la posibilidad de la venida a la tierra de un ser que encarna una contradicción extrema: el ser divino y humano”. (Náter, 2009: 65)

La condición humana

En un breve ensayo dedicado a la esperanza, María Zambrano conduce el tema hasta preguntarse por la condición humana. La idea de la condición humana la hemos podido apreciar en la temporalidad que la caracteriza, pues somos tiempo; con Séneca se ha apreciado que la razón no es

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todopoderosa, y nuestra autora concluye que la razón solo tiene sentido ligada a la vida, a la existencia:

Nada nuevo aparece en las épocas llamadas de crisis, nada que en las de plenitud no haya estado ahí. Sólo que la crisis, al plantear en toda su gravedad el humano con flicto, manifiesta hasta la evidencia el fondo último de la condición humana.10

Debemos hacer notar la importancia de la idea de “condición humana”, que sustituye a la clásica idea griega de la naturaleza humana, o idea de la esencia inmutable. Quizá sea el renacentista Miguel de Mon taigne con quien cobra toda la vigencia posible dicha idea. “Cada hombre lleva en sí entera la forma entera de la condición humana”. Como explica Arturo Andrés Roig: “Cada ser humano ensaya en sí mismo su humanidad y esa es precisamente su condición”.11

Propio de la condición humana es su autoconocimiento y autovaloración, como se pudo apreciar al referirnos a Séneca. En “La necesidad de la esperanza” afirma la filósofa española: Es el momento más propicio para el conocimiento de sí que el hombre necesita y persigue, puesto que a la humana criatura no le es natural mostrar su intimidad. Es el conflic to agudizado, llevado al extremo, lo que hace aparecer, no sin violencia el secreto celado. (1973: 73)

La crisis, pues, agudiza la necesidad del conocimiento de sí, de nuestra intimidad. Conocerse a sí mismo es hallar la verdad, pero la verdad entendida como la palabra exacta y adecuada a la intimidad del se creto. Entre paréntesis, María Zambrano hace notar que esta idea de la verdad como

palabra exacta es de los egipcios. La fórmula “con la que los antiguos egipcios definían la verdad: ´la palabra exacta con la voz justa´: el tono, el acento que confiere a la palabra el sentido último, su significación que la hace ser, según la música que la acompaña, amenaza o promesa, clamor o maldición”. (1973: 73) Consecuencia de ello es que lo peor sobreviene cuando no se usa ya la palabra exacta y justa, pues entonces lo que viene es la confusión.

El conocimiento de sí implica el saber lo que podemos esperar. “Conocerse a sí mismo o a otro, conocer a una persona, es saber que espera de verdad”. (73) La razón de esto es nuestro ser en el tiempo. “El hombre es una criatura impar, cuyo ser verdadero está fijado al futuro, en vía de hacerse. Existe un trabajo más inexorable que el de ´ganarse el pan´. Es el trabajo para ganarse el ser, a través de la vida, de la Historia”. (73) La existencia como tiempo está abocada al futuro y la esperanza está puesta en la temporalidad del tiempo por venir. En cada cultura se hace patente esta condición humana de la necesidad de la esperanza, pues cada cultura es “una versión de la condición humana”. (74) Es, pues, propio de la condición humana este ser en tránsito, como el tiempo, que nos hace necesaria la esperanza, “ser movido por la esperanza”. “Esperanza y necesidad forman, entrecruzadas, el fondo último y secreto, que se cela en los momentos de madurez, debajo de la seguridad, ofrecida a la necesidad y de las creencias establecidas, en que se canaliza, un tanto adormilada, la esperanza”. (74)

Nuestra filósofa toma en consideración tres posibles combinaciones de la necesidad y la esperanza. Una de ellas se da cuando la esperanza es aplastada por la necesidad. Otra posibilidad es que la esperanza exasperada abandone la necesidad. La salida de la crisis

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solo puede darse cuando “la esperanza ha abrazado a la necesidad, y la lleva consigo”. (74) Estas tres posibilidades combinatorias de necesidad y esperanza son ahora referidas a los actores históricos dentro de una crisis. Las masas confían en la necesidad. Las élites operan con una esperanza idealizada, divorciada de la necesidad. Anota Zambrano que en la necesidad de las masas de algún modo anda “escondida la esperanza”. “Pues siempre que se pide, aunque sea nada más que pan, se hace en nombre de la esperanza, aguardando que con el pan llegue alguna otra cosa: alegría, justicia, felicidad”. (74) Existe una posibilidad en la cual la esperanza no aparece, y lo que aparece es el temor. Zambrano denomina a esa posibilidad “la hartura”. “El temor, sombra de la esperanza, esperanza negativa, mueve a la necesidad satisfecha que no quiere dejar de estarlo, y crea así una esperanza al revés, una fortifi cación ciega de la necesidad que ya no pide sino seguir”. (75)

A fin de no caer en esta esperanza nega tiva, Zambrano recurre a la idea del deber. “Solamente cumpliendo con la exigencia del deber en un mundo donde la necesidad de todos no se ve satisfecha, puede quien la goza, alcanzar esa gracia suprema que es la apertura a una nueva esperanza”. (75) La civilización no puede superarse sino en este deber de abrazar la esperanza “ya despren dida de la necesidad”.

En su libro El hombre y lo divino , Zambrano afirma que la tragedia griega al preguntase por el existir apunta hacia la realidad de la condición humana:

Si la pregunta que da nacimiento a la filosofía hunde sus raíces en la ausencia de ser habida en las imágenes de los dioses, la tragedia nacerá dando figura a las pretensiones de existir, a la pretensión de existir más

allá del ser de las cosas y que no podrá ´fundar´ la filosofía, sino ese saber trágico cuya pregunta inicial será la queja, el llanto.12

Conclusión

El saber filosófico es, para María Zam brano un saber de la razón, pero de una razón educada en la historia y próxima a la poesía. “La razón poética es la que trata de mantener juntos a los contrarios; el amor por lo particular y el ansia de universali dad. Es una razón abierta a lo deforme, a lo heterogéneo, misericordiosa y materna. Se concreta en sentir-saber del umbral, que está entre presencia y ausencia, entre sombra y luz”. (Wanda Tomassi, 2002: 206).

Objeto de la razón, en el saber filosó fico, es el ser de las cosas, pero no un ser homogéneo como la unidad parmenídea, sino que se trataría, como bien dice Antonio Machado, de “la heterogeneidad del ser”. Según Gadamer, Hegel fue el último filósofo en quien se da la unidad transparente entre razón y realidad. Pues bien, en Zambrano ocurre que: “La realidad que no se agota en la razón, que necesita de la poesía, y que irremediablemente se debate en el esce nario histórico”. (Raúl Franco Escalante, 2005: 28) La razón educada en la historia es bien consciente de su temporalidad y de la historicidad humana. Tiempo e historia son constitutivos de la “condición huma na”. Asimismo, la libertad, la personalidad y la alteridad son constitutivos de nuestra humana condición. El ser de la persona y la libertad radical son ideas éticas difíciles de encontrar en la filosofía griega, y es más bien la fe cristiana, según Zambrano, la que aporta estas nuevas ideas. Insiste la filósofa española que la razón es también una fe, y que los griegos fueron quienes encumbraron esa fe en la razón. Fe en la razón que no es

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ya la fe del cristianismo, y que solo vuelve a refulgir en el racionalismo moderno, aun que exagerándola. Propio de la condición humana es el conocerse a sí mismo, la au tobservación y la autovaloración. “Filosofía es encontrarse a sí mismo, llegar, por fin, a poseerse”.13 Idea muy conocida en la ética antigua al pensar la filosofía como forma de vida, pero también muy presente en Miguel de Montaigne. En definitiva, fiel a la filosofía contemporánea, María Zambrano apuesta por la razón en el tiempo y la condición humana en su historicidad.

Notas

1 Raúl Franco Escalante, “El camino integrador de María Zambrano”, Actas del Congreso Internacional del Centenario de María Zambrano, Madrid, 2004, p. 247.

2 Raúl Franco Escalante, Disonante. Departamento de Filosofía, Universidad Complutense de Madrid, 2005, p. 26.

3 Aristóteles, Metafísica, 982b11. Madrid Gredos, 1990. (Trad. García Yebra).

4 María Zambrano, “Los orígenes del pensamiento: El asombro”, Educación, Núm. 28, marzo de 1970, p. 81.

5 María Zambrano, “La acción del pensamiento”, Educación, Núm. 28, Marzo de 1970, p. 83.

6 María Zambrano, Séneca, Madrid, Ediciones Siruela, 1994, p. 22.

7 Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Madrid, Siruela, 2006. Michael Foucault, Hermenéutica del sujeto, México, FCE., 2002.

8 Wanda Tomassi, Filósofos y mujeres, Madrid, Narcea S. A, de Ediciones, 2002, p. 203.

9 Miguel Ángel Náter, “El ángel de lo imposible: María Zambrano, Entre la filosofía y la poesía”, La Torre, Año XIV,

Núm. 51-52. Enero-Junio 2009, p. 77.

10 María Zambrano, “De la necesidad de la esperanza”, Educación, Núm. 36, Marzo de 1972, p. 73.

11 Citado por Arturo Andrés Roig, “La condición humana desde Demócrito hasta el Popol Vuh”. Literatura y lingüística, Núm. 14, Santiago, 2003. Montaigne, Ensayos, libro III, cap. II.

12 María Zambrano, El hombre y lo divino, México, FCE, 1993, p. 64.

13 María Zambrano, Filosofía y poesía, México, FCE, 1998.

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De que no es posible instalarse en la inercia: Apuntes sobre la entelequia democrática en María Zambrano

Unos folios con historia

Una

nota a mano escrita en un azul oxidado por el tiempo se ha convertido en el título de un documento de cuatro páginas que ha servido como punto de partida para las indagaciones y reflexiones de José Luis Abellán (1981; 2001; 2006), Sebastián Fenoy (2005) y Silvia Álvarez Curbelo (2009) sobre las repercusiones de la estancia de María Zambrano en Puerto Rico.1 La nota en cursivas reza: “Pensando la Democracia, con M. Z. –sobre P. R.– de que no es posible instalarse en la inercia”. 2 Sin detenerse mucho en el contenido del documento, solo en las escuetas palabras de la nota escrita a mano, diversos autores le han adjudicado a este un rol determinante en el devenir político del naciente Estado Libre Asociado (1952). ¿Se puede sostener la aseveración?

La obra de María Zambrano puede ser abordada de diversas formas y enfoques. En los últimos tres lustros se han multiplicado los seminarios, las revistas y publicaciones sobre la filósofa nacida en Vélez-Málaga. Se ha disertado en torno a su legado empleando múltiples categorías y marcos variopintos: el filosófico, el literario-estético, el testimonial, el político, el histórico-intelectual. No hay duda de que la obra de la pensadora ha dado mucho de qué hablar; su prosa invita a

leerla, a pensarla y sostenerla. Sin embargo, trabajar con la obra de cualquier pensador requiere ubicarle espaciotemporalmente para así poder valorar y proyectar su legado de una forma más justa.

Hemos disertado ampliamente sobre los detalles de la estancia de la filósofa española en Puerto Rico, sus contactos y su relación con la Universidad de Puerto Rico en dos artículos publicados en el 2016 y 2021;3 por tanto, nuestro interés en el presente texto es –como rezaba la nota en el documento sin título– pensar la democracia con María Zambrano, conversar con sus muy vivos y pertinentes textos, pues “todo lo que estuvo vivo, desde el momento en que lo miramos, vuelve a estarlo, lo restituimos a la vida con sólo atender a ello un instante” (Zambrano, 2019 [1958]: 188).4 Para fundamentar este diálogo nos alimentaremos de tres textos vinculados a su estancia en Puerto Rico: Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor (1940), el documento “Pensando la democracia” (s.f.) y el cuarto capítulo de Persona y democracia. La historia sacrificial (1958).

En la ínsula del flamboyán

Aunque es casi cinematográfica la anecdótica narración que realiza la pensadora en Delirio y destino (1989) de

ILIARIS A. AVILÉS ORTIZ De que no es posible instalarse en la inercia 177 Exégesis Segunda Época Núm. 4 Año 34 / Cuadrivium Núm. 15 Año 22
ILIARIS A. AVILÉS ORTIZ
A mis maestros, Brian Muñoz y José Luis Mora

Portafolio

sus días segovianos bajo la sombra del flamboyán plantado por el Conde de Cheste –recién venido de Puerto Rico–, la relación de la pensadora con la isla comienza en 1940.5 Esta relación continuará de forma intermitente hasta entrada la década de los ochenta. De lo que tenemos constancia, María Zambrano visitó Puerto Rico varias veces entre 1940 y 1945.6 De sus múltiples estancias, podríamos fijar la visita de 1940 como la más significativa. El furor mediático en la isla despertado por el conflicto civil español (1936-1939), el abastecimiento del buque Sinaia transportando refugiados españoles hacia México en el puerto de San Juan y el discipulado bajo la figura de José Ortega y Gasset, abrirán a Zambrano las puertas a ciclos de conferencias en diversos bastiones del mundillo cultural e intelectual del momento: el Ateneo, el Instituto Blanche Kellogg, la Universidad.

Es precisamente la formación de la filósofa bajo el influjo intelectual de Ortega la que le llevará a entrar en contacto con su gran admirador en la isla, Jaime Benítez, quien será rector de la Universidad de Puerto Rico entre 1942 y 1966. Sin embargo, hemos de señalar que tanto la relación de la filósofa con Benítez como la de esta con el gobernador Luis Muñoz Marín se gestan gracias al contacto con otras mujeres: las hermanas Fano, Luz “Lulú” Martínez (que será cónyuge de Benítez), Inés María Mendoza (cónyuge de Muñoz Marín) y algunas jóvenes vinculadas a la Asociación de Mujeres Graduadas de la Universidad de Puerto Rico. De hecho, será la propia Zambrano la que, en misivas a su hermana, explicará cómo llegará a entablar relación con los hombres que tendrán la construcción del Puerto Rico moderno en sus manos.7

Estos contactos serán clave en el desarrollo de su posterior carrera ensayística y fuente relativamente constante de ingreso, como sucedió con otras amistades que entabló a lo largo de su destierro. De hecho, esto queda explicitado en las cartas que reúne María Guadalupe Zavala (2021) Independientemente de las vicisitudes propias de un refugiado de guerra, todo apunta a que, en México, Cuba, Puerto Rico e Italia, la intelectual contó con una red de apoyo que le asistió a diligenciar aprietos económicos, le ayudó a desplazarse y le encontró ocupación. Esto permitió que, en las duras circunstancias del exilio, la malacitana pudiera sacar adelante su obra. De hecho, precisamente, los textos que nos ocuparán en las próximas páginas son producto de este modo de operar en un mundo en el que todo se ha venido abajo en la «Madre Europa». Así, pues, detrás de todo esto nos encontramos a esas redes intelectuales tan importantes en el devenir cultural del siglo XX, redes que no dejan ser redes de poder

Delirio de publicaciones

Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor fue publicado en 1940 en Cuba por la imprenta La Verónica de Rafael Altolaguirre, pero también el texto apareció en el rotativo puertorriqueño El Mundo. Este fue dedicado a sus amigos, el matrimonio Benítez, unión que Zambrano amadrinó.8 Por su parte, Julio Quirós (2020) sostiene que Inés María Mendoza se encuentra vinculada a la publicación de Persona y democracia. La historia sacrificial realizada por el Departamento de Instrucción Pública de Puerto Rico en 1958 como iniciativa engarzada a Operación Serenidad, proyecto para humanizar y acompañar el proceso de industrialización del Puerto Rico moderno.

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De que no es posible instalarse en la inercia

Esto no es de extrañar, pues los MuñozMendoza compartían con Zambrano lazos de camaradería, pero también visiones de mundo.

Tras su salida definitiva de Puerto Rico, Zambrano se mantuvo publicando en revistas de cuño puertorriqueño como Asomante, La Torre, Río Piedras, vinculadas a la Universidad de Puerto Rico. Podemos, incluso, rastrear cartas donde vemos cómo la pensadora ofrece sus conocimientos y su pluma a sus influyentes amigos, pero también cómo la intelligentsia boricua le peticiona conferencias y escritos que alimentarán las páginas doradas del primer centro docente del país (Avilés, 2016; 2021). Sin embargo, coincidiendo con la publicación de Persona y democracia nos encontramos con una colaboración más consistente –mediada por contratos, cheques y resguardos– de la filósofa con el mundo literario y editorial puertorriqueño. Desde 1957 hasta 1973, María Zambrano se mantuvo colaborando con las revistas del Departamento de Instrucción Pública, Escuela y Semana . Tenemos claro que, durante julio de 1963, la filósofa recibió un contrato del Departamento de Instrucción a instancias del gobernador y su esposa. Este tendría vigencia desde el 1º de agosto de 1963 hasta el 30 de junio de 1964, pero se fue extendiendo y modificando. ¿Qué debía hacer la refugiada española para cumplir con su parte? Escribir. ¿Para qué? Para cultivar a una población que se escolarizaba y abrazaba la modernidad, la Operación Serenidad. ¿Por qué? La filósofa no solo era afín a los Muñoz-Mendoza, sino que, en alguna ocasión, viéndose apretada de dinero, expresamente escribió a Inés María Mendoza ofreciendo sus servicios como ensayista.9

Producto de esta colaboración editorial tenemos decenas de artículos, algunos de ellos perdidos y otros rescatados por investigadores como Juana Sánchez-Gey y Ángel Casado (2011). Según las cartas depositadas en los archivos de la Fundación María Zambrano, en estas revistas nos podíamos encontrar artículos con títulos tan llamativos y sugerentes como “El señor de la aurora”, “Mitos y fantasmas”, “Las entrañas de la historia: matriarcado, patriarcado y humanidad”, “Consideraciones sobre el animal” y “La estructura de la mortalidad y los modos de vida actualmente”. No hay duda de que la audiencia de la filósofa ahora era mucho más amplia y variada; más heterogénea y menos especializada. No obstante, debemos dejar claro que ninguno de los textos de la pensadora tuvo mayor repercusión en el pensamiento filosófico o político de la isla como defienden algunos por el hecho de que se incluyera una frase suya en el preámbulo de la Constitución del Estado Libre Asociado.10 Contrario al festival musical fundado por el exiliado Pau Casals –celebrado cada año desde 1956 –y a las aquejumbradas intervenciones del laureado Juan Ramón Jiménez, María Zambrano no dejó una huella palpable en ese proyecto humanizador de la modernidad criolla, ni en su propaganda. ¿Habrá un sesgo de género? ¿Será que el tiempo borró su recuerdo de los espacios que brevemente habitó? ¿Será que su figura no fue tan mediática? ¿Será que había otras cosas detrás?

Pensando la democracia: entelequia y tiempo

Una vez reseñado el contexto en el que surgen las obras que pretendemos discutir, nos corresponde pasar directamente a las ideas, a su contenido. Para nuestra

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exposición y análisis hemos de fijar una fecha como eje de los textos que nos ocupan: 25 de julio de 1952, fecha en la que se constituye el Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Esta efeméride es importante, ya que estos escritos constituyen el antes (1940) y después (1956-1958) de esa fundación. Isla de Puerto Rico…, el documento “Pensando la democracia”, y Persona y democracia , además de haber cuajado bajo la brújula de un agitado Puerto Rico, se encuentran temáticamente ceñidos: tratan la crisis de entreguerras, el lugar de la democracia en Occidente, los cimientos ideológicos de la modernidad, el funcionamiento de los totalitarismos y propone una ética para que la crisis no desvíe al ser humano de su proyecto. Son textos abiertamente políticos, aunque no los primeros de su obra, pues Zambrano se bautizó como ensayista y “pensadora política” en 1930 con Horizonte del liberalismo.

Un aspecto que distingue el pensamiento político zambraniano es que nos lega, a su vez, una concepción de carácter metafísico y ético. Sin embargo, queremos hacer hincapié en que los tres textos deben ser leídos e interpretados ciñéndose al contexto que los generó: la experiencia de una española exiliada en una colonia norteamericana en el Caribe en plena crisis de entreguerras. Igualmente, debe considerarse que tanto Isla de Puerto Rico… como el documento “Pensando la democracia” pueden anexarse como preámbulos de Persona y democracia. Es decir, que intentaremos mantener esta reflexión con los pies en la tierra, acotando sus fuentes, sus significados y sus posibles intenciones, recordando siempre que Zambrano pretende que el pensamiento sea una actividad dialógica y viva.

A la altura de 1940, como consecuencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial,

el término «democracia»

está en boca de todos. También en un colonizado Puerto Rico que pide reformas. El 30 de junio de 1940, el líder del recién fundado Partido Popular Democrático, Luis Muñoz Marín no se quedará atrás y disertará en el Ateneo Puertorriqueño sobre el binomio culturademocracia en el devenir del ser humano. Durante esas fechas, María Zambrano ya se encuentra en la isla. Meses más tarde nos dará su propia definición de democracia. ¿Qué entiende por democracia? En Isla de Puerto Rico…, la filósofa caracteriza la democracia como una forma o estilo de vida que aúna razón y sensibilidad, facultades propias de la persona humana11 que le permiten forjarse (desarrollarse) y crear. El aspecto poiético de estas facultades –pues de él se genera o crea algo distinto/ nuevo– está vinculado a la libertad . Se es libre porque se crea/actualiza, se crea/ actualiza porque se es libre. Por tanto, la pensadora nos presenta un marco que arrastrará a otros textos, entre ellos, Persona y democracia : la razón y la sensibilidad dotan de humanidad al homo sapiens. Estas facultades son capaces de crear y actualizarse constantemente en la consecución de su fin; en otras palabras, son la fuerza que orienta el devenir del ser humano, son aquella cosa que hace ser a las personas, precisamente, personas.

Por esa razón, la noción de persona –y por extensión de la democracia como “el régimen más humano”– es una dinámica (pues se actualiza) y teleológica (porque tiende a un fin). Hay, por tanto, una entelequia democrática, un devenir persona/ democracia. Ese devenir se da en un triple presente casi al modo agustiniano: del presente recordamos/aprendemos (el pasado), del presente nos proyectamos (al futuro), pero, sobre todo, desde el presente

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ILIARIS A. AVILÉS ORTIZ

De que no es posible instalarse en la inercia

somos, hacemos, actuamos (aquí y ahora). Como dice la filósofa, somos persona antes de pertenecer a una clase, sociedad o grupo (2019 [1958]). En ese presente donde somos y desde el que sentimos nostalgia y nos proyectamos , hemos de emplear nuestras facultades para ser y nacer otra vez (Zambrano, 1940), superando, incluso el fracaso. Esa capacidad de actualización es la libertad misma. Si somos libres, podemos ser y relacionarnos con otros. De esta manera, según la filósofa, es propia del régimen democrático –como forma de vida– la libertad que permite la constante actualización de la persona humana. Por tanto, defender este estilo de ser-en-elmundo es obrar por el deber ser, es decir, obrar éticamente, pues “la ética es el modo propio de la vida de la persona humana” (Zambrano, 2019: 220).

Entonces, la isla de Puerto Rico entra en la ecuación, ya que –como “heredera” [puente] de las dos grandes tradiciones del Occidente nacido en la Grecia “democrática”– es el eslabón-esperanza en ese mundo en crisis. Por alguna razón, la filósofa –implícitamente en el texto– sostiene que Puerto Rico bajo el ala protectora del paladín de la democracia de entonces, Estados Unidos; tiene una “empresa de radio universal” (Zambrano, 1940: 37): conciliar y pacificar un mundo echado a perder por los totalitarismos.

Leemos el texto sin perder de perspectiva la clave circunstancial del escrito, ya que en las cartas a Waldo Frank (Elizalde, 2012), escritas para esas mismas fechas, la pensadora deja entrever de forma directa su visión y emite juicio sobre el panorama político de la isla al momento. Ahora, esto nos lleva al próximo texto cuyo eje es la crisis: el documento “Pensando la democracia”. En este escrito, resguardado

en los archivos de la Fundación Luis Muñoz Marín,12 la filósofa reconoce la crisis que enfrenta la democracia, sin embargo, apunta que este régimen tiene la cualidad de renovarse a sí mismo, de ser su propia continuación y superación. Es decir, que –dentro de su dinamismo– la democracia es también dialéctica; pero estas cualidades no hacen del régimen una utopía. Al contrario, la crisis nos demuestra su carácter vivo, dinámico, regenerador y renovador, pues de ellas se aprende, se mejora, se proyecta hacia el futuro. La crisis es solo una cara de la democracia:

El error estriba en confundir la crisis, las crisis ocurridas dentro de la Democracia como fracasos definitivos, como si la crisis no fuera algo que acompaña a la condición humana. La crisis no es sino la señal, el signo de que la vida, la historia son movimiento, proceso. (Zambrano, s.f.: 1)

La crisis, por tanto, es pasajera. No solo la crisis es seña del devenir, de la entelequia democrática, sino que la pensadora deja de manifiesto que todo proyecto que surge en una democracia es un proyecto parcial, nunca acabado, como la vida misma es “potencia nunca enteramente actualizada” (Zambrano, 2019: 188).

Si la democracia no enfrentara crisis, sería una utopía. Las utopías, por defecto, son proyectos totales cerrados al devenir, a la posibilidad; ergo, son proyectos finitos. Es por esta razón que, a la altura de la década de 1950, Zambrano redacta al gobernador este texto en cuya tercera página reza textualmente: “[…] en la inercia no es posible permanecer y el instalarse en ella es simplemente la muerte, o algo peor”. (Zambrano, s.f.: 3). Por tanto, el proyecto modernizador del país no es suficiente, pues

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no basta con ejecutar proyectos. Es decir, si trasladamos el texto al contexto para el que fue escrito, Puerto Rico no alcanzó su fin último en el momento que se constituyó el Estado Libre Asociado en 1952. El sociólogo y también exiliado español Francisco Ayala se lo señala a Muñoz Marín en una misiva con un lenguaje menos florido (Avilés, 2019). Quedarse en lo ya hecho y darlo por perfecto y acabado, cancela toda posibilidad de mejoría y futuro. Heráclito sentenciará que todo fluye; mientras Zambrano argüirá que los hechos son momentos en proceso

La filósofa española acusa al materialismo occidental del “paradigma de lo estático”. Tenemos entre ceja y ceja que las cosas son como son y que siempre serán así, inamovibles. Sin embargo, la facultad para actualizarnos nos abre paso a la posibilidad, el paso del no-ser al ser. La posibilidad es esperanza. A la altura de 1940, Puerto Rico se presentaba ante los ojos de Zambrano como posibilidad, esperanza, apertura al devenir mientras Europa se encontraba sumergida en el círculo, el eterno retorno de los totalitarismos. En Persona y democracia, esta utiliza las figuras geométricas para ilustrar claramente lo que quiere decir. La democracia no es una línea recta, sino una espiral, que se gesta día a día y en la que habitan aspectos destructivos que dan paso al examen, la reflexión, el conocimiento, la creatividad y la rectificación (¡la entropía es necesaria!). Volvemos, nuevamente, al carácter poiético de la democracia, así como el de las personas que la protegen y gestan. El ser humano inventa su propia acción, pero también es capaz de rectificarla. El que romantiza su pasado, se pierde el futuro y sus posibilidades.

Zambrano cierra su breve intervención con una observación sobre la cultura: la creación artística e intelectual puede

ser utilizada como propaganda. Los totalitarismos guían la cultura, pero una democracia ha de desarrollar las condiciones para que la gesta cultural simplemente sea, exista, devenga. Esto nos lleva a la pertinencia de Persona y democracia en el aquí y ahora.

La demagogia en el mundo de las fake news y la cultura de la cancelación

En el cuarto capítulo de Persona y democracia, Zambrano reconoce que vive el momento más alto de la humanidad. No creemos que sea ingenua al señalarlo, pues tampoco peca de optimista. Sin embargo, no podemos evitar señalar algunas reminiscencias con el pensamiento hegeliano, quizás filtrado por Alexandre Kojève, como hicieron muchos pensadores de su generación. También dedica espacio para reflexionar sobre la polisemia y dinamismo de términos como «pueblo», «libertad» y «persona». En este último capítulo, la filósofa española presta singular atención al lenguaje, su uso y evolución. ¿Qué relación tiene este con la democracia?

Todo:

¿Cómo se presenta la cuestión de cómo hablar del pueblo y de cómo hablar al pueblo? Aquí se hace visible el problema del régimen democrático. El día en que tal cuestión se revele innecesaria, ese día estará cumplida la democracia. Que no estemos en esa situación lo rebela el hecho mismo de que la demagogia haya sido uno de los mayores males de estos tiempos… (Zambrano, 2019: 196). El demagogo adula al pueblo por medio del lenguaje. Lo despoja de su dinamismo, lo cancela, lo estanca en un eterno presente;

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ILIARIS A. AVILÉS ORTIZ

De que no es posible instalarse en la inercia

por tanto, el que practica la demagogia, desvirtúa la democracia:

La demagogia es adulación del pueblo al afirmar aquello que tiene de fuerza elemental: la demagogia degrada al pueblo en masa. La masa que es un hecho bruto, un “estar ahí” como materia, significa una degradación porque aparta la realidad pueblo, que es una realidad humana, de aquello en que la realidad humana alcanza su plenitud: el vivir como persona. Lo cual entraña responsabilidad y conciencia. (Zambrano, 2019: 199).

Así pues, el demagogo desprecia al pueblo y pretende convertirlo en masa para dominarlo y él posicionarse como individuo único, pero lo hace adulándolo, diciéndole lo que quiere escuchar. Aquí la pensadora se hace eco de la Rebelión de las masas de su maestro Ortega. Sin embargo, Zambrano no se queda ahí. Según esta, el lenguaje de la masa (ojo, no del pueblo) empleado por el demagogo está:

[...] plagado de adjetivos de un repertorio muy escaso; de adjetivos que se vuelcan a granel, siempre los mismos, sobre personas o acontecimientos. Pleno de interjecciones, pobre, con un verbo esquematizado (Zambrano, 2019: 204).

Estamos seguros de que del lado de la adulación o del vago repertorio discursivo, todos podemos hablar y encontrar ejemplos actuales con los que comparar, contrastar y analizar las palabras de Zambrano. ¿Qué hubiese pensado la filósofa española sobre el uso y abuso de las redes sociales? ¿Qué hubiese expresado sobre los bulos? ¿Hubiese pensado que la censura y boicot a figuras

empobrece la democracia e impide a la persona humana el actualizarse y aprender de los errores? ¿Qué opinaría sobre los cortes presupuestarios a programas humanísticos y culturales? ¿Qué hubiese pensado sobre el uso de la palabra por los poderosos y los medios para atender temas tan delicados como la crisis sanitaria o la crisis medioambiental? Estamos seguros de que hubiese dicho mucho, pues –aún después de seis décadas– su pensamiento sigue ahí, vivo y dispuesto a seguir dialogando y actualizándose con nuestra realidad inmediata. He ahí que nunca ha caído en la inercia.

Notas

1 Durante la década de los ochenta, José Luis Abellán realiza la primera mención de este texto mecanografiado y sin título que se atribuye a la filósofa española y que parece ser un borrador vinculado a Persona y democracia. El historiador de las ideas español reitera la existencia e importancia del documento para la política puertorriqueña en otras publicaciones del 2001 y 2006 (en esta última incluye fragmentos del texto original). Más adelante, investigadores como el español Sebastián Fenoy (2005) y la puertorriqueña Silvia Álvarez Curbelo (2009) se harán eco de las afirmaciones de Abellán sin abordar en detalle el contenido o citarlo directamente. El documento en cuestión físicamente se encuentra en los archivos de la Fundación Luis Muñoz Marín (la cual visitamos en su momento y no dimos con el documento); sin embargo, el 15 de marzo de 2020 el mismo fue colgado sin signatura en las redes sociales de la Fundación. El interesado puede consultar libremente el documento en el siguiente enlace: https://www.facebook.

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2 Como hemos señalado, citar este documento resulta un tanto problemático al no llevar título y estar colgado en una red social; sin embargo, por propósitos de unidad dentro de este ensayo, nos estaremos refiriendo a él como el documento “Pensando la democracia”.

3 Publicados en Aurora. Papeles del Seminario María Zambrano y Devenires. Revista de Filosofía, respectivamente. Estos escritos se basan en nuestra investigación doctoral sobre el impacto del exilio español en la Universidad de Puerto Rico, defendida en la Universidad Autónoma de Madrid bajo la tutela de José Luis Mora.

4 Para estos efectos, estaremos manejando la edición más reciente de Persona y democracia publicada por Alianza Editorial (2019).

5 Zambrano había estado en un primer momento en Morelia, pero luego se trasladó a Cuba. Sus visitas a Puerto Rico coinciden con su estancia en Cuba.

6 De la documentación contenida en el Archivo Histórico Central de la Universidad de Puerto Rico se desprende que esta visitó la isla durante el quinquenio, salvo en 1944, año en donde no tenemos constancia de su actividad en la isla.

7 Nos referimos, concretamente, a la carta que esta escribe a su hermana Araceli el 1º de enero de 1946 resguardada en los archivos de la Fundación María Zambrano y que también ha sido reproducida por Ortega Muñoz en 2014. Véase las referencias.

8 Por su parte, Alfonso Rodríguez Aldave –cónyuge de Zambrano hasta 1948– fue padrino del único hijo varón de Jaime Benítez.

9 Véase: Zambrano, M. (7 de octubre de 1952). [Carta a Inés María Mendoza, Primera Dama, desde La Habana]. Archivos de la Fundación Luis Muñoz Marín (Sección V, serie 2, correspondencia particular de Luis Muñoz Marín: gobernador de Puerto Rico [1949-1964]). Trujillo Alto, Puerto Rico.

10 Hacemos énfasis en el particular, pues aseveraciones de tal naturaleza desdeñan la intrincada historia de nuestras ideas políticas (sobre todo del siglo XIX). Sobre el pensamiento filosófico puertorriqueño recomendamos las compilaciones y estudios de Carlos Rojas Osorio, profesor y especialista en filosofía. Por su parte, un análisis serio sobre el devenir de nuestro pensamiento político en los siglos XIX y XX lo encontramos en la obra del historiador Mario Cancel Sepúlveda. Su obra más reciente El laberinto de los indóciles (2021) aborda esa intrincada historia del pensamiento político decimonónico sin perder de perspectiva sus implicaciones en el siglo XX.

11 Sobre la noción de persona humana recomendamos lectura de la tesis doctoral “‘La persona’ en Persona y democracia” de María Zambrano defendida en 2001 por el profesor Brian Muñoz en la Universidad de Málaga.

12 Existe otra carta dirigida a Luis Muñoz Marín en enero de 1941 donde la filósofa también reflexiona en torno a la democracia a propósito de la victoria del boricua en el Senado de Puerto Rico. Véase a Quirós.

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CUADRIVIUM

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BORJA LÓPEZ ARRANZ

El vacío del corazón

Para

llegar al cielo, como diría Julio Cortázar, tan solo se requiere una piedrita y la punta de un zapato; y tal es quizá lo necesario para adentrarse en la espesura de la rayuela que es el pensamiento de María Zambrano. Apenas se ha pensado acerca del carácter musical de este juego, en que se ha de pasar por la escala completa de las casillas para unir tierra y cielo, en que el baile y el canto acompañan a quienes la juegan hasta poder al fin saltar sobre el cielo que se ha hecho presente en el mismo suelo que sostiene sus pasos; en ese lugar de la plaza en que se superponen diariamente distraídas pisadas, pero que, por obra de simples tizas de colores, se convierte repentinamente en el centro del mundo; haciendo quizá de esta manera efectivo el dictum alquímico tan querido por Zambrano que pedía hacer de la tierra cielo y, del cielo, tierra preciosa.

Para llegar a los diversos centros de la obra zambraniana igualmente se debe recorrer toda casilla de su pensar, parando mientes en cada uno de sus símbolos –en su propia expresión: sin ahorrar abismo alguno– para poder descifrarlos o traducir los y, finalmente, enmarcarlos de manera unitaria en un marco de referencia que abra un horizonte de comprensión adecuado. Y la tarea que aquí quiero, cuando menos, plantear para con el símbolo del corazón es

la reconstrucción del sentido que el atributo de abierto de este símbolo tiene en su obra y, especialmente, clarificar por qué incide con tanta persistencia en que el corazón ha de ser un espacio vacío.

Para dar cuenta de este símbolo tres son los lugares privilegiados que sirven como puntos cardinales: los escritos que Zambrano publicó bajo el mismo rótulo de “La metáfora del corazón”, a saber: el aparecido en la revista Orígenes en 1944 (y posteriormente recogido en Hacia un saber sobre el alma), el dado a publicar en 1965 en Semana (y reeditado en el año 2001 por la revista Aurora), y el quinto capítulo de Claros del bosque, impreso por vez primera en 19771. Aún pensando sobre la misma temática, los tres escritos son distintos entre sí a la manera en que difieren musicalmen te variaciones en torno al mismo tema, es decir: manteniendo un mismo patrón armónico y alternando los elementos de la composición sin menoscabo de su sentido. Los acordes sobre los que se sostienen estos tres escritos los abordaré en cada uno de los posteriores epígrafes, y son, por una parte, la caracterización del corazón como lo otro de la razón, donde plantearé las bases de la oposición en que ha consistido la relación entre razón y corazón en el marco de la filosofía occidental; y, por otra, la cualidad

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del espacio y del tiempo que porta y crea el corazón, en que centraré el hilo argumental en la concepción zambraniana del corazón como un espacio vacío. Asimismo, un tercer y último acorde sería recurrente a lo largo de estos escritos sobre el corazón: su función vivificante y unificadora, que tal es lo que queda en el vacío propio del corazón. Sin embargo, esto solo quedará señalado por requerir su justa exposición un mayor desa rrollo que a los límites de este escrito escapa.

Lo otro de la razón: el no y el sí al corazón

La historia de la filosofía occidental ha sido la historia de una autoafirmación: la autoafirmación de lo racional del ser hu mano hasta que ha podido ser identificado con lo real mismo. Y, si el pensamiento zambraniano, en acertada expresión de Mercedes Gómez Blesa, representa «una de las reflexiones más radicales sobre el logos de la tradición metafísica»2, entonces es a las raíces de esta autoafirmación a donde hemos de conducir nuestra mirada. Así lo hizo Zambrano, y su estudio le llevó a evidenciar que estas raíces se hundían en un suelo bajo el que yacía aquello que la razón ha necesitado, en el mejor de los casos, acallar, y, en el peor, aniquilar para hacer efectivo su autoafirmarse, por lo que su atención se dirige frecuentemente a las víctimas del poder ejercido por el modelo de racionalidad imperante en tal tradición. Su pensar, pues, consistirá –como dirá Jesús Moreno Sanz a tenor de Louis Massignon, a quien Zambrano reconocerá como su último maestro– en un ejercicio de:

[...] acoger en sí mismo lo extraño, lo expatriado, lo rechazado, lo perdido, lo inexplicado, lo expoliado, lo que sistemáticamente, desde su

otredad y diferencia, es objeto de injusticia3.

Y aquello que, en el plano del pensar, desde los comienzos de la filosofía occidental ha quedado casi invariablemente borrado y relegado su estatus al de la alteridad es lo por Zambrano recogido y unificado –que tal es la etimología y el sentido de «sím bolo»– en el corazón. En una preliminar aproximación a su condición, primeramente negativa y desde la lógica de la otredad de la racionalidad hegemónica, podría entenderse al corazón como lo no hecho o producido por la autonomía del sujeto y la pura acción de su pensamiento; lo oscuro y confuso que no se deja definir con la exhaustividad, completitud y coherencia propias del solo concepto; lo quizá demasiado humano del peculiar viviente en que la absolutez de la razón no ha tenido más remedio que insta larse y que le corta las alas de su autodes pliegue histórico; lo que el sujeto habría de, ya con Zambrano, «descontar o apartar para ver más claramente o para juzgar con mayor justicia»4

El edificio de la racionalidad imperante habría sentado paradigmáticamente sus bases en una muy determinada lectura del Aristóteles de, por una parte, la conceptua lización del motor inmóvil en el libro XII de la Metafísica como dios que se piensa a sí mismo, acto puro cuyo pensamiento es pensamiento de pensamiento y mueve sin moverse; y, por otra, la caracterización del intelecto agente en el libro III del Acerca del alma como lo más digno del ser humano: activo, separable, impasible, divino e impersonal; edificio cuya cúspide sería el Hegel que, ya en el cuarto capítulo de la Fenomenología del espíritu, «La verdad de la certeza de sí mismo”, encuentra la plena libertad y autonomía del sujeto tras una lucha a muerte aun sin salir de sí –pese a

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El vacío del corazón

que esta libertad, a lomos de la historia, se vea a la postre obligada a hacerse mundo bajo la forma de un Estado–, solamente en el movimiento de los conceptos para el que no se requeriría sino la acción del pensamiento en orden a hacer coincidir a la razón consigo misma.

Así, pues, en este edificio no habría cabida para los dos aspectos que, ahora sí, positivamente, serían propios del corazón, a saber: su condición carnal y su estar abierto, en una particular pasividad activa, a lo otro de sí. Estas propiedades del corazón habrían sido las recurrentes resistencias o catacum bas de los devenires histórico-espirituales triunfantes en Occidente, con la salvedad de algunas perlas escondidas en la tradición filosófica a que Zambrano prestará especial atención, y a partir de las cuales descubrirá los vericuetos a través de los que dar en concepto el núcleo de la esencia del corazón. Tres son los eminentes guías en estos sende ros: Max Scheler y su Ordo amoris, la Ética de Baruch Spinoza y las Confesiones de san Agustín. Un estudio a fondo y en forma del diálogo que mantiene con cada uno de ellos excede la extensión de este escrito5; no obstante, y casi telegráficamente, hemos de rescatar de sus pensamientos ciertos lugares que allanen el camino hacia la comprensión del alcance y sentido que tiene la apertura del corazón y la máxima que prescribe: «nada real debe ser humillado»6. Todo lo cual, veremos más adelante, tendrá como condición de posibilidad el carácter vacío del espacio que el corazón es.

De su lectura de Scheler subraya Zam brano la puesta en relieve que hace de las líneas fundamentales del ánimo, que encuen tra como verdadero núcleo del ser espiritual que el humano es, más allá de su condición de ser pensante, cognoscente y volitivo7 Estas líneas fundamentales del ánimo –lla

madas por el propio Scheler simbólicamente “corazón”– escaparían a la aprehensión del solo entendimiento por sí mismo; mas no serían, empero, una suerte de amalgama irracional o sentimentaloide, sino: [...] el reverso articulado del cosmos de todos los posibles caracteres amables de las cosas [...]. El corazón posee algo estrictamente análogo a la lógica8.

Y esta lógica del corazón, análoga a la del entendimiento, será aquello de que, con mayor o menor fortuna, Zambrano intenta dar cuenta y sistematizar en, de nuevo con expresión de Jesús Moreno Sanz, una lógica musical –y geométrica– del sentir9 .

Esta lógica del sentir, en que tan axial lugar ocupará el símbolo del corazón, igualmente se ve impulsada y sostenida por aquel diamantino pensamiento que para Zambrano representa la Ética de Spinoza, y el matemático rigor con que pretende ordenar la peculiar pasividad activa de los afectos en aras de potenciar la capacidad de obrar y conocer de la una y misma cosa que son cuerpo y alma. Ordenación10 necesaria para, según la interpretación zambraniana, en esa quinta y otra parte sobre la libertad humana11 dar con aquello que de eterno hay en el ser humano, a partir de cuya perspectiva podrá conocer lo particular y lo universal según el tercer género de cono cimiento, y alcanzar así el mayor contento del alma posible.

Esta eternidad que descubre Spinoza puede ser clarificada, en el marco de las pesquisas zambranianas, gracias a la noción de interioridad que san Agustín aborda con pormenor en el libro X de sus Confesiones. Y es que descubrirá en este punto que a través de –y solo a través de– el ministerio de los sentidos y del cuerpo puede el ser humano abismarse en sus adentros; que solo a través

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de la asunción, el recorrido y el acogimiento de las dimensiones más profundas de las luces, melodías, fragancias e imágenes del mundo exterior podrá hallar realización plena el amor; y precisamente gracias a que tal profundidad se habrá encontrado tam bién en el propio sí mismo, en el corazón y su interioridad, «donde destella a mi alma eso que el espacio no acoge, y donde suena lo que el tiempo no se lleva»12.

Operando, casi en un sentido kantiano, de manera trascendental y siguiendo las guías de Scheler, Spinoza y san Agustín, vemos que esta lógica musical y geométrica del sentir requiere de un tiempo y de un espacio determinados; más anchos13 que los de la conciencia al uso, lineal o discursiva; o, en sus propias palabras, un tiempo marcado por «un ritmo que todo lo mide, todo. Un ‘tempo’ diferente. Y hasta un espacio donde las figuras se mueven de distinta manera»14

Un tiempo en cuyo ritmo no disrumpe el de ninguna realidad y un espacio en que –recordando el Cántico espiritual– puede comparecer toda presencia y figura , pues, serán los propios del corazón y de los fenó menos por él y en él acogidos; condición de posibilidad de un ordo amoris acorde con esa spinoziana cierta forma de eternidad que prescribe la máxima de la no humillación de nada de lo real. Así pues, en el siguiente epí grafe expondré las notas distintivas de este espacio, dejando la exposición del tiempo para trabajos venideros.

El espacio del corazón: vacío y apertura

Lo primero que cabe resaltar es que, desde «La metáfora del corazón» de 1944, Zambrano advierte de la índole espacial del corazón y le dota de las tres dimensiones de altura –o bajura–, anchura y profundidad15 Y si, como sigue diciendo, el corazón es por

excelencia un espacio íntimo, y la intimidad consiste en el ofrecerse de una interioridad que no por ello deja de serlo, que no se ofrece para salir de sí sino para dejar entrar en ella a lo exterior tal cual es, entonces este espacio habrá de ser vacío, es decir: no podrá estar lleno de las representaciones de la conciencia que copan la vida interior de un sujeto tan solo pensante que no se deja permear por las realidades que conoce; de un sujeto impasible cuyo único movimiento de salida de sí consiste en la apropiación de lo otro, en su conquista mediante el ejercicio del poder.

Esta conquista es únicamente posible en el espacio abstracto de la mera extensión, en que el hombre es medida de todas las cosas y puede cuantificar aquello que sea otro de sí, imprimirle su sello cual marca de propiedad y convertirlo así en cosa. En este espacio, pues, todo puede ser cualitativamente igual, homogéneo –y, en último término, inter cambiable al modo en que se intercambian las mercancías del mercado–, en tanto que las diferencias cualitativas de cada ser han sido borradas en favor de su reducción a una ratio común y universalmente abstracta. Las cualidades de todo objeto que se le presente al sujeto, garantes estas de la multiplicidad y diferenciación de los seres que se le aparecen al humano en su vivir, quedan abstraídas en el acto del entendimiento, incapaz de hacer ciencia de lo particular, así como en el ejer cicio del poder. Y la posibilidad de que estas cualidades sean borradas radica en que, en el espacio de la mera extensión, no hay cabida para ellas; para aquellos seres que romperían la homogeneidad de tal espacio, que pondrían en jaque su continuidad en caso de que se les atendiera, de que se les prestase la atención que requieren sin abstracción de ninguna de las cualidades que les integran.

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El vacío del corazón

La naturaleza propia del corazón, como dije más arriba, y ahora con las propias palabras de Zambrano, consiste en ser «un espacio que dentro de la persona se abre para dar acogida a ciertas realidades » 16 . Estas ciertas realidades, pues, serán aquellos caracteres de los seres a que no les basta el espacio extenso y lleno para hallar presencia y figura; aquellas que necesitan del vacío porque solo en él dejan de ser víctimas, porque unicamente en él pueden habitar sin acoso, sin ser violentadas por la voluntad de imperio propia de un intelecto que aniquila la existencia de aquello que en sus categorías no cabe, cual si fuera el troquel con que se elimina la escoria del metal bruto para forzar la circular perfección de la moneda. Y aquí Kant, aun dándole a sus palabras un sentido distinto de aquel a donde él mismo conduce su razonamiento, nos da la clave de lo que en juego está llegados a este punto cuando, recordando a la ligera paloma de Platón, nos advierte de la imposibilidad que tendría el entendimiento puro para volar si batiera las alas de las ideas en el vacío 17. Pues que, en efecto, el entendimiento nada tiene que hacer en el vacío al necesitar la resistencia del aire, así como la gravedad, para su ascenso, para el despliegue de su plena fuerza.

Resulta insoslayable, en este momento, traer a colación la tematización del vacío que, en tan próximos años, a Zambrano hizo Simone Weil, quien escribirá: «No ejercer todo el poder de que se dispone es soportar el vacío»18. Y soportar el vacío es reconocerlo en los adentros allende las capas más superficiales en que el ego se cela tras las murallas construidas por voluntad y entendimiento. Pues, sostenidas sus rocas por la sola gravedad, únicamente abren las puertas de caminos que conducen hacia los intereses más espurios de la persona, a las rutas que tienen tan solo como meta y

acabamiento la autoafirmación para quienes pueden hacer uso de su poder; quedando a su vez cerradas para sobre quienes tal poder pesa, para quienes el único camino transi table es el intento de supervivencia bajo el ahogo del dominio. La contraparte de este incesante ejer cicio histórico-espiritual de violencia, tan propio de las configuraciones sociales y filosóficas occidentales, será la denominada por Zambrano pasividad activa del corazón en su abrirse, gesto que consiste en: [...] su mayor nobleza, la acción más heroica e inesperada de una entraña que parece, al pronto, no ser otra cosa que vibración, sentir puramente pasivo. Signo de gene rosidad porque indica que aquello que primariamente es sólo pasivi dad […] se transforma en activo19. De nuevo Simone Weil resulta clari ficadora a la hora de entender el estatus de esta pasividad y de su particular acción cuando escribe sobre la atención, pues entenderá que una mirada verdaderamente atenta requerirá de un “yo” pasivo, de una subjetividad que no se lanza a avasallar a lo real en busca de esencias –acto este que verá, de hecho, como producto de un horror vacui causado por la no desaparición de las superficiales esferas del yo volitivo y con ansia cognoscente20–, sino que las recibe y las reconoce tal y como ellas son; acción esta que es la más alta a que el corazón aspira: el amor.

En esta atención amorosa, en este movimiento de apertura, queda reintegrada la realidad total de los seres que en el corazón hallarían morada por ser –en expresión de Zambrano– el vaso vacío21 en que sus cualidades, su plena constitución, no son aniquiladas; el lugar en que pueden respirar, habitar o, sin más, ser. Espacio vacío en que

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el corazón consiste y que el corazón crea en su obrar, en su posibilitar el reconocimiento y la restitución de las heridas de aquello que ha sido objeto de violento oprobio; mas no son sus heridas restituidas ni su plena cons titución reconstruida por el ejercicio de este corazón, sino porque él es garante de que esas realidades, por ellas mismas, restablez can su propio ser negado por la violencia ejercida. Por ello, la máxima que prescribe esta caracterización del corazón, aunque sea en primera instancia formulada de manera negativa – nada real debe ser humillado –, implica necesariamente una inmediata posi tividad; se instituye como motor de acción. Merece la pena leer completo el fragmento en que la enuncia:

Y de este modo, la multiplicidad, antes de establecerse como tal, se unifica, en equilibrio, sin que se borre ni se sumerja ninguna de las realidades que la integran. Pues que nada de lo que, como real, llega al corazón humano debe ser anulado ni mandado fuera, o dejado a la puerta; nada real debe ser humilla do, ni tan siquiera esas semirreali dades que revolotean en torno del espacio viviente del corazón, pues que quizá en él acabarían de cobrar la realidad que apetecen o de dar su realidad escondida22.

Este motor de acción no consiste sino en la desactivación de todo mecanismo de violencia que acalle las voces de quienes cla man por la injusticia padecida, de quienes gritan y encuentran en el corazón caja de resonancia para que su grito sea escuchado y su opresión cese. Este motor de acción no consiste sino en el dejar hacerse en los interiores de las entrañas el vaso vacío que sirva para brindar, con el vino del amor y

junto a quienes amamos, por aquello por lo que la vida merece ser vivida; por una ordenación tanto material como espiritual no regida según el principio de dominio; por la posibilidad de que una media luna pintada en el suelo con simples tizas de colores se convierta por un instante en el centro del mundo.

Notas

1 Vid. nota 110 de Fernando Muñoz Vitoria en el Anejo a Hacia un saber sobre el alma, en Zambrano, M., OOCC, vol. II, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2016, pp. 808-809.

2 Gómez Blesa, Mercedes; Introduc ción a Zambrano, María; Las palabras del regreso, Madrid: Cátedra, 2009, p. 9.

3 Moreno Sanz, Jesús; “El visitador vespertino”, en Massignon, Louis; Ciencia de la compasión, Madrid: Trotta, pp. 9-10.

4 Zambrano, María; “La metáfora del corazón” (1965), en Aurora, N.º 3, Barce lona, 2001, p. 144.

5 Para una mayor profundización en las relaciones de Zambrano con estos tres autores, véanse, entre otros escritos: Revilla, Carmen; “Correspondencias o sincronizaciones entre Max Scheler y María Zambrano”, en  Aurora, N.º 8, Barcelona, 2007, pp. 63-73.

Llevadot, Laura; “Zambrano-Spinoza: elementos y tránsitos del pensar”, en Revilla, Carmen (ed.); Claves de la razón poética, Madrid: Trotta, 1998, pp. 139-148.

Russo, Teresa; “María Zambrano, intérprete de San Agustín”, en Aurora, N.º 3, Barcelona, 2001, pp. 68-74.

Y, para una comprensión más global y profunda de sus entrecruces con estos autores y, en general, de la totalidad de la

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BORJA LÓPEZ ARRANZ

El vacío del corazón

cartografía de la obra de Zambrano, vid. Moreno Sanz, Jesús; El logos oscuro, Madrid: Verbum, 2008, 4 vols.

6 Zambrano, M; “La metáfora del corazón” (1977), en Claros del bosque, en OOCC, vol. IV, tomo 1, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2018, p. 115.

7 Cfr. Scheler, Max; Ordo amoris, Ma drid: Revista de Occidente, 1934, p. 110.

8 Ibid., p. 141.

9 Vid. Moreno Sanz, Jesús; “Roce adivinatorio mirada remota”, en Isegoría, N.º 11, Madrid, 1995, pp. 162-176. Y, para la dimensión geométrico-espacial de esta lógica, vid. Moreno Sanz, Jesús; Nota introductoria a OOCC, vol. IV, tomo 1, op. cit., pp. 9-447, así como Muñoz Vitoria, Fernando; Presentación a Notas de un mé todo, en OOCC, vol. IV, tomo 2, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2019, pp. 3-21.

10 Dos serán los textos necesarios para descifrar la clave hermenéutica para com prender adecuadamente, por una parte, la matemática –y, por tanto, la geometría– que Zambrano aplicará a su pensar y que de Spi noza aprende; y, por otra, cómo esta orde nación spinoziana va a impulsarle a resolver su propia razón poética como mística. Tex tos cuya importancia, hasta la publicación de las OOCC, era mayoritariamente ajena al investigador y absolutamente desconocida para el lector, pues será en el aparato crítico del vol. IV, tomo 1, donde se explica el primero y se da el segundo. Dichos textos son: “Proyecto de metafísica partiendo de Aristóteles” (1954) en la Nota introductoria a este volumen, op. cit. pp. 18 y ss.; y “La ordenación” en el Anejo a De la aurora, nota 12, op. cit., p. 824.

11 En especial desde su proposición XXII. Cfr. Spinoza, Baruj; Ética, Madrid: Trotta, 2000, pp. 257 y ss. Cabe resaltar la concepción de esta quinta parte como

otra con respecto a las cuatro precedentes, de lo que Spinoza advierte en el prólogo de la misma, pero que, hasta las ediciones de Atilano Domínguez primero y de Pedro Lomba después, había quedado borrado en las traducciones españolas. Y será en esta –en puridad: segunda – parte donde Zambrano verá la resolución mística de todo el cristalino pensamiento spinoziano, el cual le llevará a ella misma a intentar dar la mística como teoría del conocimiento en su proyecto de Crítica de la razón discursiva, así como a distinguir las llamadas por ella misma vías positiva y negativa, según las cuales se articularán sus cuatro últimos y decisivos libros, como explica Jesús Moreno en la Nota introductoria al vol. IV. De nuevo, el texto de referencia es “La ordenación”.

12 San Agustín; Confesiones, X, 6, 8, Madrid: Gredos, 2010, p. 477.

13 Vale la pena recordar aquí la bien conocida carta que Zambrano le manda a Rafael Dieste el 7 de noviembre de 1944 y que sirve como hoja de ruta de todo su pensar, dirigido no hacia una abolición de la razón sino hacia su ensanchamiento. Dice Zambrano que, lo que viene buscando es «algo que sea razón, pero más ancho, algo que se deslice también por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y suaviza, una gota de felicidad. Razón poé tica…», cit. en Moreno Sanz, Jesús; María Zambrano. Mínima biografía, Sevilla: La Isla de Siltolá, 2019, p. 89.

14 Zambrano, María; “La metáfora del corazón” (1965), en op. cit., p. 145.

15 Cfr. Zambrano, María; “La metáfora del corazón” (1944), en Hacia un saber sobre el alma, op. cit., pp. 463 y ss.

16 Ibid., pp. 463-464.

17 Cfr. Kant, Immanuel; “Einleitung”, Kritik der reinen Vernunft, A5 / B9, Frankfurt: Suhrkamp, 2017, p. 51.

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18 Weil, Simone; “Aceptar el vacío”, en La gravedad y la gracia, Madrid: Trotta, 2017, p. 61.

19 Zambrano, María; “La metáfora del corazón” (1944), en op. cit., p. 465.

20 Weil, Simone; “La atención y la voluntad”, en op. cit., p. 154. Correspon dencia perfecta con la crítica zambraniana al voluntarismo que quiere suplantar a la acción del corazón cuando este se abisma en las oscuras profundidades de su vacío: «El discernir no es posible donde el vislumbrar se acaba. Se equivocaría peligrosamente este corazón […] si intentara convertirse en voluntad. La voluntad sólo puede, cuando puede, en la luz del entendimiento que discierne las cosas y no tanto los seres», en “La metáfora del corazón” (1977), en op. cit., p. 116.

21 Cfr. “El hacer”, en OOCC, vol. VI, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2014, pp. 546-547: «Hay que hacer el vaso vacío y puro y resistente, para que en él se haga el espíritu. / No hay que hacer el espíritu tal como en el Romanticismo algunos incurrie ron. / No hay que hacer el espíritu, sino el vaso. / Ser vaso vacío y resistente hacia fuera, / sin forma hacia dentro». Temática esta del vaso vacío y del vino del amor igualmente presente en la mística islámica como en los rubayat de Omar Jayyam o la poesía Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī.

22 Zambrano, María; “La metáfora del corazón” (1977), en op. cit., p. 115.

CUADRIVIUM Portafolio 194

Magister Invitado

maría zambrano

monográfico

JOSÉ MÁRMOL

Tribulación

La historia no es terreno para la felicidad. Los tiempos de felicidad se hallan en sus páginas en blanco.

Hegel

El mar avisa triste sobre un nuevo día incierto. Mece la serenidad, apresura los temores de su adentro. La lluvia golpea en la sed de mi memoria con la fuerza de un ayer despedido del olvido. Huele a verde pasto de la infancia, unos delirios, tantas fiebres empinadas, oraciones y estertores. Un color de plomo espeso, tipo velo mancillado, arropa de sospechas las intenciones del alba. Demasiada soledad, encerramiento, lloro, un brote de ataúdes con simientes de duelo. Un niño ha dibujado quejidos, pesadillas y no cesa la pandemia su voraz hambre de muerte. Contrición, vacío, orfandad, ciudades mudas, las urgencias desbordadas, las sirenas no se apagan. Que no se quiebre un hilo de la claridad del cielo, que no sea la noche más larga que el oscuro. El mar no es vagido de distancia que separa. El mar ahora une la morbilidad y el tedio. Bajamar, plenamar, quietud de miedo adormecido. Que no sea más tormento refluido en la marea. Que no sea más dolor y que pase y que pase y que pase.

197 Poemas

Abismo

Extiendo la piel de la certeza en la penumbra. Rememoro los tiempos disecados: reposaban al sol los abuelos en el campo el pellejo de la vaca recién sacrificada. Estampa de una ofrenda contra el hambre y el dolor. ¿Qué descubro al destaparla? ¿Tiene poros abiertos la piel de tantas dudas? ¿Qué puedo adivinar si la estiro hasta cuajar? Del pasado ya no queda un cimiento por hundir. Del futuro nada tiembla en señal de que agoniza. No hay sospecha ni esperanza ni manos deshuesadas para amasar la luz. ¿Vendrá un nuevo dios a imponer su señorío? Mi libertad apuesto en un puñado de confianza, por apenas un instante de sosiego en el sendero. Me arrullo en la tela vaporosa de la duda, una oruga, eso es, y si repto me desuello y si salto pierdo el tino. En medio de la noche más oscura de los tiempos doy un paso hacia el abismo,  mi camino me conduce al corazón de lo perdido.

Magister Invitado 198 EXÉGESIS / CUADRIVIUM

JOSÉ MÁRMOL

Alguna vez

Si alguna vez fui trueno tus relámpagos le dieron tamaño y tono al cielo. Si alguna vez fui noche las lunas paralelas de tus ojos iluminaron fincas, derroteros, farallones y desiertos, ensoñación y duelo.

Si alguna vez fui mar tormentoso y hosco, sereno, adormecido, orillas y horizontes se agolparon en tus manos.

Si alguna vez fui nube como piedra silenciosa la sombra me reclamas. Si alguna vez fui yo, si un rastro me delata es porque tú has querido, lo aceptaste, me has creado.

199 Poemas

Amanecer en Bahía de Ocoa

Ahora amanece y de pronto sollozo. Me pregunto acerca del motivo de este llanto. Brota de mis ojos un agua encallecida, pero el alma, contemplada, todavía no lo sabe. Una sospecha dice, habría que mirarlo, de una lágrima escapada del rigor de lo pensado. Amanece, oímos sin movernos el susurro de la luz, su lentitud esplende, aunque la belleza duele. El mar del sur persiste en su oración sonora. A un extremo se agita la plegaria de los gallos. Respira como un oso, el mar del sur dormido, animal lastimado por la rabia de la historia. La luz ya se desgrana en urgente amanecida. El día se aproxima, la sombra se descorre, el agua se sumerge en su propia redondez. El graznido de un ave, el murmullo del fuego, y ante mí, maravillado y mudo, el milagro temeroso de la vida y su misterio. Una flor que se abre inclinada hacia el alba, una señal del tiempo, un guiño del destino, un pálpito anunciando la llegada de lo nuevo.

Magister Invitado 200 EXÉGESIS / CUADRIVIUM

JOSÉ MÁRMOL

Estampa de mi barrio

En mi barrio serpenteaba el olor a calamina, los aceites freían, la radio canturreaba, y la noche pueblerina descorría sus cortinas para mostrar las partes pudendas del olvido. Otoñecían los rostros de insomnios, pesadillas, letargo de la espera, la lentitud oblicua de la marginación. El sastre de la esquina, los helados caseros, los talleres, los bares, las acacias dormidas, el olor a pan horneado como atisbo de neblinas, los árboles de gina con brazos de mujer, los mamones maduros, el tronco de laurel. Remolinos de polvo, mecedoras en la acera, la modesta belleza de la antigua catedral. Inocencia y pobreza se jugaban la partida. Con las lluvias de mayo brotaba la enfermedad y por las tardes largas, afligido el astro sol, ácidos de baterías desbordaban los contenes. El mundo, cuatro esquinas, el universo entero. La vida, los vecinos que no habrían de morir. Allí la incertidumbre pastaba con las reses. En las calles de mi barrio cambió todo sin cambiar.

201 Poemas

Pensar como ser

Lo mismo, digo ahora, es pensar que vivir.

Pienso que siento y luego creo ser.

Pienso el mar y su oleaje me sacude. Pienso la flor y su aroma se hace aire. Siento un animal y su resuello abruma. Lo mismo es ahora meditar que sentir. Soy, me palpo, porque pensar me piensa. Soy el hálito, el paisaje, la trepidante recua en la sabana.

Soy la palabra soy, la que dice lo que pienso y canto, la respiración escasa de la bestia cuando acecha. Pienso el corazón, una masa innombrable estremece mi pecho. Soy el pensamiento que asoma por la cosa, la toca, la distrae, y un vocablo zigzaguea su contorno como un pez, el ademán se agita en la sombra de lo sido. Es idéntico, susurro, percibir que morar. Lo mismo, digo ahora, es amar que vivir.

Magister Invitado 202 EXÉGESIS / CUADRIVIUM

JOSÉ MÁRMOL

Permanencia

Habito este lugar, me siento parte suya. Donde la vista pide que una puerta se abra se han contado antes los pasos de mis padres. Un rumor se acerca, despabilo, de leyendas narradas entre risas por mi hermano, la polenta sospechando del horneado su soltura, una luz temerosa de domingo en la mañana. Todo va muriendo ahora y sin embargo todo queda. Los rincones renacen el olor de la memoria. Aunque allí no habita nadie, la costumbre hace fiesta y en los rituales danzan los lamentos y los sueños. El reloj en la pared, cristales en la alacena. En el fondo del cercado, como enseña de la espera, el árbol de tamarindo, de cerezas, dos mamones, un gato barcino, un perro en su bostezo, flores tiernas, limoncillo, begonias, yerba buena. Este lugar no cesa de aferrarse a mis recuerdos, las puertas azules con aldabas y bisagras, el sonido de la lluvia sobre los techos de zinc. Todo va muriendo ahora. En la nostalgia todo queda.

203 Poemas

Un suspiro (Aguatinta)

La huella de mi beso en tu piel como deleite, una picadura de fuego en el costado. Un vestigio de gozo en las cimas de tus pechos, el puente con tus muslos, elevado, ya sin río. Un camino de acentos, la sintaxis de tu cuerpo. Una esponja, mi boca, retocando tus placeres. A veces un quejido, en otras un silencio ensordecido, quieto. Quizás el chasquido de un pie movido a ciegas, la mirada vencida, la risa, el contorneo, una canción añeja sobre la radio y risas, el arete de Swarovski, los libros no leídos.

Un pellizco de los labios para delatar su tiento, la confesión, el rito, la senda de un latido, el vacío dejado por recuerdos desvaídos.

La sílaba de amor que desliza un no termines. Una escritura en ti, un testamento, un sueño, un jueves por la tarde, unas manos atadas al deseo. La aparición de Eros, temeroso y aturdido, unas piernas ya sin ganas, un suspiro, un suspiro.

Magister Invitado 204 EXÉGESIS / CUADRIVIUM

Este monografico en homenaje a María Zambrano, que incluye el Dossier del 4to número, Segunda época, de Exégesis y el Porfalio del 15vo número de Cuadrivium, de la Universidad de Puerto Rico en Humacao y del Departamento de Español de la U.P.R. en Humacao, se terminó de imprimir en abril del 2022 en los talleres gráficos de Editora Búho, en Santo Domingo, República Dominicana.

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