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Profesiones con sentido común

José Antonio Galdón

Lo anunciaba recientemente el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Asciende a 110 los millones de personas que se han visto obligadas a salir de manera forzosa de sus hogares para buscar en otro país su refugio. Las circunstancias que venimos observando en los últimos años, requieren de un análisis continuo de aquellos fenómenos que acontecen, y que nos exigen adoptar una perspectiva cualitativa y cuantitativa, que nos lleve hasta el origen de la cuestión y nos permita enfocar las soluciones pertinentes. Ello en gran parte, por la dimensión de los hechos que, ante su repercusión global, pone en alerta a toda la comunidad internacional.

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El nuevo orden mundial se ha visto alterado, singularmente, por la contienda local en la que nos encontramos sumidos, si entendemos por proyección local la guerra en Ucrania, de causas multifocales y con consecuencias globales. La gobernanza precisa de una nueva dimensión, un avance imprescindible, bajo una fórmula que reside en la ONU, pero con una estructura que garantice una mayor efectividad. Ello lo evidencian hechos como que sea Rusia, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, la que haya iniciado la contienda mediante la invasión de un estado soberano. La comunidad internacional ha de comprometerse para impedir que se produzca la violación flagrante de los derechos humanos, de los derechos más elementales, aquellos que toda persona ostenta, sin importar su lugar de procedencia. La destrucción del otro como reacción a situaciones de conflicto responde a una enorme complejidad, unida a esa primitiva inclinación que la humanidad siempre nos ha mostrado. Analizar los conflictos y sus derivados es esencial para conocer las causas, motivos, razones que han llevado a situaciones tan determinadas y extremas. Mientras los factores sean el poder, el comercio, las materias primas, la energía y, en definitiva, la consolidación de bloques geopolíticos que manejan los suministros esenciales, dejando en un lugar secundario al propio individuo, la humanidad seguirá en su fatídico binomio de progreso y destrucción, con un resultado absolutamente desproporcionado. Unos pocos tienen el poder, los bienes y la decisión, y otros muchos no son considerados, produciéndose la deriva hacia su suerte.

Compromiso ante la adversidad

La falta de correspondencia entre la voluntad de los pueblos y la acción de sus gobernantes que estructuran el poder desconectado de la realidad de sus sociedades no es el factor sostenible y así, nos encontramos en situaciones discordantes. El pueblo no demanda la violencia como medio para forzar acuerdos, sino soluciones pacíficas, razonables y sostenibles en el tiempo. La sociedad requiere de líderes con capacidad de gestión, que sean capaces enfrentarse a la más incómoda de las realidades con determinación, haciendo uso de un poder que representa el depósito de la confianza con la esperanza del buen hacer. Resulta cuando menos curioso, como pese a los avances científicos, técnicos y del saber, la solución parece seguir siendo la más rudimentaria de las respuestas. La violencia en su versión más convencional y la deshumanización de las consecuencias. Cambiar este rumbo es una labor conjunta, para que el reparto de responsabilidades sea equilibrado y no exista una desconexión total entre las demandas de la ciudadanía y las posiciones de sus dirigentes. Hemos de caminar hacia una democracia avanzada que sea pautada a todos los pueblos.

Denominador común hacia el progreso

El compromiso en la lucha contra la desinformación ha de ser firme y abarcar desde el ámbito local hasta el global, para evitar el control de la sociedad a través del manejo de informaciones sesgadas o manipuladas. La recapitulación sobre la esencia de las cosas, de las personas y de la colectividad social es imprescindible para situarnos en cada época y más en esta tan convulsa, que plantea ante nosotros un futuro incierto, impregnado no solo de riesgos, sino de una creciente incertidumbre El bienestar individual es la aspiración de todo ser humano, sin embargo, ese camino ha de tener en cuenta al otro, en aras de una convivencia pacífica. El esquema de la guerra como deriva de conflictos resulta anacrónico y además ineficiente. Muchos desastres y soluciones inexistentes para las personas. Diríase que la guerra siempre fue la violencia extrema común, como fenómeno consustancial a la persona y la colectividad que, sin embargo, al menos hipotéticamente, pudiera reconducirse con los medios y técnicas actuales. A tal fin, es esencial referirnos a la educación de las personas desde su más temprana edad y a lo largo de su desarrollo personal. La realidad muestra, por el contrario, como se ha abandonado a su suerte, lo que ha conllevado a despertar interés por parte del poder, desajustando creencias y valores, respecto a los objetivos que se les inculca a las personas y sociedades.

Es aquí, donde las profesiones hemos de adoptar un compromiso férreo, proporcionando una respuesta conjunta, poniendo al servicio de la ciudadanía nuestro conocimiento y experiencia para prevenir que se produzcan situaciones ante las que cabe una adecuada anticipación y, llegado el caso, actuar para reducir sus consecuencias. Por obvio que pueda parecer, hemos de reiterar que el orden mundial ha de basarse en la racionalidad, en una perspectiva de comunidad, en el sentido común. El avance del conocimiento y de las técnicas como factores concurrentes para una solución o gestión de conflic- tos que evite la violencia y el empleo de las más sutiles barbaridades. Esto requiere abordar estas situaciones desde una perspectiva individual y colectiva. Esta labor artesanal tiene un fin elevado, ya que ha de tener en cuenta a quienes alzan la voz en nombre de los colectivos a los que representan. El respeto a todas las personas, a su dignidad. El equilibrio entre los diferentes actores individuales o sociales es la base primordial para que las cosas funcionen.

El sentido esencial de las cosas y el conocimiento como base del saber tienen tal evolución en los tiempos que vivimos que no concuerda con estos fenómenos de violencia extrema, reiterados e inagotables. Se ha de caminar hacia un nuevo paradigma del comportamiento, basado en la libertad individual, en los valores transversales, el bien común y una verdadera vocación de servicio. Ello podría traducirse en un par de cuestiones que requieren de una reflexión personal y un convencimiento profundo que lleve a la acción: Qué puedo hacer para contribuir a una verdadera mejora de mi entorno y cómo puedo corresponsabilizarme.

Trasladando estas inquietudes a las profesiones colegiadas agrupadas en Unión Profesional, el pasado año se creó la Conferencia Multiprofesional y las comisiones de trabajo para acometer problemas graves y globales desde un punto de vista multidisciplinar. El foco se puso en la que, en aquel mo- mento, era la reciente guerra en Ucrania bajo una Comisión Especial, si bien con una mirada amplia que incluyera conflictos globales. Se fue construyendo con diversas acciones, cuyo vértice característico es el criterio profesional, y que ha permitido seguir afianzando la vocación de servicio de las profesiones a través de la firma de convenios con organizaciones como Cruz Roja, ACNUR o la Organización Mundial de Migraciones (OIM), el impulso de un registro de profesionales voluntarios, la organización de mesas de expertos, el impulso de un manifiesto conjunto, o la reciente presentación de un compromiso en el primer foro de España con las personas refugiadas, coincidiendo con el Día Mundial de los Refugiados, 20 de junio. Un compromiso con el que las profesiones ponen su conocimiento y experiencia a disposición de quienes han cursado o están realizando estudios superiores para orientar y acompañarles a través de la mentorización, en la búsqueda de un empleo. Una herramienta para hacer de aquello que conocen, su profesión, un medio de vida, de crecimiento y desarrollo, un medio para procurar también la mejora de su entorno. El ejercicio del poder no debe estar distanciado de la sociedad, de sus inquietudes y de las tendencias positivas; la productividad debe ser equilibrada, procurando el mejor encaje de factores de economía, social o política. El avance de unos pocos, no puede suponer el retroceso de la comunidad global. Las diferentes áreas de conocimiento que conforman una visión conjunta han de estar al servicio, en definitiva, de lo que dicta el sentido común. No se trata de sumar para obtener un resultado cuantitativamente superior, sino de unir, de integrar, para ofrecer el mejor de los resultados en una combinación, con un aporte de gran valor, desde el punto de vista cualitativo. Esta es la capacidad del conjunto de las profesiones que ha de articularse como cualificado potencial para la colaboración con los poderes públicos en una simbiosis ineludible.

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