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DANIEL INNERARITY, catedrático de Filosofía Política y autor de La sociedad del desconocimiento (Galaxia Gutenberg)
«La pluralidad de voces contribuye a comportamientos razonables» Elisa McCausland El tema del (des)conocimiento en las sociedades contemporáneas, y su relación con la naturaleza de la democracia estaba latente en otros libros tuyos, pero, ¿cómo y por qué decides darle forma con un libro en particular? ¿Existe algún hecho, tendencia o experiencia que te haya decidido a afrontarlo como núcleo argumental de un libro? Como dices, la democracia y el conocimiento, de una u otra manera, siempre han estado en mis libros. La idea de que no podemos hacer frente a buena parte de los desafíos que tenemos si no llevamos a cabo una gran movilización cognitiva y que, en esencia, la superioridad de la democracia no tiene solo que ver con el conjunto de valores que defiende, sino también con que es una gran estrategia cognitiva, un gran logro desde el punto de vista del progreso y el conocimiento. Pensar que debemos dar una forma institucional al desacuerdo, a la alternancia, a la crítica a la oposición no obedece solo a un respeto al adversario, más bien obedece a una estrategia debida a un aprendizaje a lo largo de los años de que, como decía Spinoza, los regímenes que apelan al conocimiento son regímenes que cometen menos errores que aquellos para los cuales el conocimiento no tiene ningún valor. ¿Qué es lo que ha hecho que introduzca este factor del (des)conocimiento? Fundamentalmente, la experiencia de la pandemia. En el libro trato con relativa extensión el problema de las relaciones entre poder y conocimiento. Al hilo de la pandemia se suscitaron muchos debates sobre si había que hacer caso a la «ciencia»; si los científicos y los expertos tenían que tener una posición dominante frente a los políticos, y trato de buscar una posición equilibrada entre ambos, poder y conocimiento. Uno de los apartados que más me ha sorprendido es el que dedicas a la evaluación de la actividad científica y sus posibles efectos sobre un conocimiento auténtico de las cosas… Este apartado tiene mucho que ver con una experiencia personal. Los que nos dedicamos a la ciencia, especialmente en la universidad, somos sometidos con periodicidad a una evaluación de nuestro rendimiento, lo cual es fantástico, pues ha permitido mejorar el nivel medio de la ciencia que se hace en nuestro país y alrededores. Ahora bien, como todo sistema establecido tiene algunos efectos perversos; lo ha estudiado muy bien mi amigo José Ignacio Pérez Iglesias en su libro Los males de la ciencia. Hay efectos perversos, porque todos sabemos que la evaluación puede favorecer ciertas cosas que los científicos hacemos sabiendo que nos benefician en ese marco, pero no benefician exactamente la calidad de nuestra producción científica. Y creo que ahí hay un tema para la reflexión. Hemos mejorado un poco, pero esta mercantilización del saber y de la universidad todavía debe ser frenada con algunas medidas, parte de las cuales propongo en este libro. 6 g Profesiones
Hemos hablado en otras ocasiones de los potenciales de la mirada holística, de la multiplicidad de perspectivas que ofrecen las profesiones en conjunto para un conocimiento complejo de la realidad, y por ende, un conocimiento de la realidad que repercute en un mejor funcionamiento de la democracia. Durante la pandemia se puso de manifiesto la importancia capital de un conjunto de profesiones, que eran las profesiones sanitarias, pero enseguida nos dimos cuenta de que la palabra profesión se declina en plural, y que ni siquiera dentro de las ciencias existe una única visión del mundo. Dentro de la epidemiología, por ejemplo, había escuelas que proponían un confinamiento más estricto frente a otras que recomendaban otro más relajado. Pero, sobre todo, me parece que una fuente de razonabilidad a la hora de tomar decisiones de gran trascendencia, como eran las de la pandemis, es crear un entorno de diversidad científica. No se trata de que estén los más listos y las más listas, sino de que estén todos. Es decir, de que se oigan voces muy diversas, incluso muy opuestas. Se oyó, fundamentalmente, a los epidemiólogos, pero enseguida los psicólogos y psiquiatras advirtieron de que el confinamiento se iba a pagar caro. El típico conflicto entre la salud y la economía. Pero también ha habido otras profesiones que creo han estado menos presentes en el debate público, como aquellas relacionadas con el derecho, la ética, la filosofía, la sociología y las ciencias sociales en general, que podrían haber hecho una mayor contribución. Seguramente no fueron tomadas en cuenta de manera suficiente en aquellos momentos, lo que es una pena pues hubieran dado lugar a opiniones más razonables, dentro de que la situación era muy trágica y obligaba a establecer un «triaje profesional», entre muchas comillas, dando una preferencia excesiva a unas profesiones en detrimento de otras que también tenían muchas cosas que decir, pero la urgencia no lo permitía. En definitiva, la pluralidad de voces —la biodiversidad epistemológica, podríamos decir— es una fuente de comportamiento razonable. Te desmarcas de buena parte del pensamiento actual cuando pones en cuarentena las figuras del «intelectual» y el «experto» y defiendes la del «tertuliano», por su carácter más democrático. nº 196 g marzo-abril 2022