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Sergio del Molino: «Las profesiones han de reivindicarse como eslabones fundamentales de la vida democrática» Ha transcurrido un lustro desde que La España vacía. Viaje por un país que nunca fue (Turner, 2016) aterrizara en las librerías españolas y revolucionara el panorama discursivo, tiempo suficiente para reflexionar sobre el fenómeno en un nuevo ensayo, Contra la España vacía (Alfaguara, 2021). Contra la España vacía es un libro que alude directamente a La España vacía, sí, pero es una obra autónoma, enmarcada en un proceso de reflexión en torno al país. Una reflexión ensayística que tiene mucho de literario, pero que se desborda por otros muchos sitios. El anclaje es, sin duda, la despoblación entendida como rasgo característico de España, tanto elemento identitario como de conflicto. En estos cinco años han cambiado muchas cosas, tanto en el contexto político, social y económico, como en mi propia posición dentro del debate. Cuando arranca en 2016, sobre todo en el ámbito político, lo que adelanta La España vacía, creo, es un cambio de sensibilidad, de mirada a partir de la cual los españoles contemplan un fenómeno que, no es que les hubiera pasado inadvertido, sino que lo situaban en otro lugar; un lugar más folclórico, mucho más inofensivo, totalmente despolitizado. Y, de repente, eso se convierte en un elemento de debate de primer orden en la discusión nacional, lo que anticipa un cambio de sensibilidad que va transformando esa mirada; y yo reacciono con esta nueva obra. Hay que entender que, en el contexto nacional e internacional, nos encontramos con una cantidad de elementos que no formaban parte del análisis por aquel entonces y que hoy se han vuelto centrales. Me estoy refiriendo al auge de unos populismos que, poco a poco, han ido deteriorando los cimientos de la democracia liberal. La España vacía para mí tenía, y tiene, una profunda raíz democrática, y de ese espíritu surge este último libro, escrito para hacer reflexionar sobre los potenciales aglutinadores y disgregadores de este discurso. Los activismos han sido clave en la popularización de unas reivindicaciones que han encontrado en el discurso de la España vacía su leit motiv. ¿Qué apreciación haces al respecto? Creo que se ha producido una politización de un activismo que se ha dado desde que la despoblación existe. Sin ir más lejos, en los setenta fue protagonista un activismo local que afectaba a gran parte de la España vacía. Lo que sucede en este último lustro es que pasa a un primer plano y ocupa un protagonismo que no había tenido en los cuarenta años anteriores. El activismo de entonces era un activismo muy localizado, a veces temático —bosques, pantanos— o enfocado a un determinado aspecto; estaba muy atomizado, era muy transversal y solo, de vez en cuando, era capaz de articularse en torno a plataformas como ‘Teruel existe’ o ‘Soria ya’. Se trataba de un activismo desarticulado y con unos objetivos muy poco claros, cortoplacistas, relacionado con peticiones de infraestructuras por parte del Estado. 22 g Profesiones
Copyright: Patricia Garcinuño
Elisa G. McCausland / Eugenio Sánchez
Lo que ha cambiado en el activismo de estos últimos tiempos es que una parte del mismo se ha politizado hasta el punto de que ‘Teruel existe’ se ha presentado a unas elecciones, se ha convertido en una coalición electoral y ahora participa directamente; ya no es un elemento de presión hacia los poderes públicos, sino que ellos mismos se han convertido en un actor político. Esto cambia la naturaleza del activismo, abre debates internos y, desde mi punto de vista, supone un salto peligroso que puede terminar desactivando esas luchas. La politización y la asunción de unas reglas del juego —donde tú reclamas y discutes con los poderes públicos desde un cierto chantaje y, gracias a eso, consigues parte de tus objetivos, que no son más que economicistas— creo que malogra la gran virtud que podía tener el activismo de la despoblación, que no es otro que intentar articular un relato común que haga partícipe a toda España de sus legítimas reclamaciones Para mí la politización del activismo, que es una consecuencia prácticamente natural de su éxito social, político y mediático, es una tragedia porque al final va a acabar malogrando sus principios. ¿Cons ideras necesario potenciar a las profesiones colegiadas como eslabón o intérprete entre el campo y la ciudad, entre el centro y las periferias? Las profesiones son fundamentales para romper esa dialéctica falaz entre campo y ciudad que existe ahora mismo. Esa dialéctica existía en las sociedades tradicionales, cuando realmente había una cultura campesina que estaba opuesta a la cultura urbana. En alguna entrevista he llegado a decir que el mundo rural no existe, pues formamos todos parte de la misma cultura y de la misma comunidad política. Es por eso que, en lo que a las profesiones respecta, me parece que es crucial que haya una presencia homogénea y uniforme, y que no esté cada vez más retirada o recluida en los grandes centros urbanos. Es importante que realmente haya profesionales repartidos por todo el país. Que esto ocurriera sería síntoma de que, en verdad, vivimos en una España vertebrada. Por ello, debería haber una acción por parte del Estado para intentar buscar la forma de que haya una distribución más uniforme de los profesionales, con incentivos y otras herramientas dependientes de los poderes públicos. nº 192 g julio-agosto 2021