ECONOMÍA a
La felicidad, concepto a cultivar en nuestro desarrollo socioeconómico Eugenio Sánchez Gallego Entre los conceptos de naturaleza humana con más interpretaciones, tantas como personas por su elevado subjetivismo, y un campo semántico tan escurridizo e intangible se encuentra la felicidad. Ello engarza con la insondable cantidad de cuestiones y aristas entrelazadas que inciden sobre ella: la estructura social, la religión, las costumbres, el desarrollo institucional, la corriente filosófica predominante, el modelo económico y, por supuesto, el periodo histórico al que nos refiramos. Esa decantación de la felicidad como eje interpretativo de nuestras relaciones socioeconómicas ha sido la tarea realizada por Emanuele Felice, doctor en Historia económica por la Universidad de Pisa, en La historia económica de la felicidad (Crítica, 2020). Felicidad: poliédrica y maleable Un ideal de felicidad que ha transitado en la historia desde solo poder aspirar a ella en la dimensión ultraterrena, característica del Medievo, a legitimar su intento de lograrla en el mundo terrenal a partir de las bases asentadas decisivamente por la Ilustración, que abogó por el derecho a la felicidad y la noción hedonista, y el desarrollo tecnológico e institucional, que ha posibilitado una mejora exponencial de las condiciones materiales. Con todo, hemos de preguntarnos en qué momento nos encontramos, especialmente, ante el escenario alterado por el COVID-19. No partimos de cero, existe un cierto consenso bajo el cual, la felicidad depende de una combinación de la cobertura de necesidad material que incluye cierto nivel de formación, atribuir un sentido a la vida, y la calidad de las relaciones basada en la reciprocidad, crítica sobre los dos primeros factores. Una definición poliédrica al mismo tiempo que maleable para el ser humano en función del contexto histórico debido a «la cultura en la que se ha criado y de las instituciones que orientan sus acciones». La felicidad en la función de producción Sin embargo, en lo que el autor denomina «imperativo económico de la felicidad» se halla una de las dinámicas más preocupantes. Demostrado que la felicidad aumenta el consumo, las campañas de marketing y políticas de recursos humanos se han sofisticado gracias a la inteligencia artificial para inducir incentivos de compra que provocan un determinado bienestar, por lo demás insaciable. A su vez, asistimos a una progresiva instrumentalización de los vínculos que se refleja en muchas redes sociales en las que se fomenta la comparación y la competitividad junto con una suerte de consumo desechable de confianzas. Una obsesión que, en definitiva, nutre toda una industria de la felicidad, puesta de manifiesto también por Edgar Cabanas y Eva Illouz en Happycracia (Paidós, 2019). Todo 22 g Profesiones
ENFOQUE ello se traduce según Felice en «la sensación de que no conseguimos cultivar relaciones auténticas». Riesgos sobre el control de nuestras emociones Además, apunta otro riesgo como pulsión de algunos gobiernos en el futuro, singularmente de carácter autoritario, para controlar la psicología de la ciudadanía a través de las nuevas tecnologías, algo que ya comienza a suceder en los Emiratos Árabes Unidos con un ministerio de la felicidad, o el sistema de crédito social en China, que premia determinadas conductas sociales y castiga otras mediante puntos que pueden conocerse públicamente. Toda una declaración de intenciones que trae reminiscencias inquietantes de Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley. Así, son muchos los interrogantes y desafíos que aún proyecta sobre nuestro devenir esta temática. Entre ellos, el autor advierte que «si las relaciones humanas no cambian, el poder tecnológico acabará conduciéndonos, tarde o temprano, a la autodestrucción», e incluso reconoce la amenaza que supone la creciente desigualdad y el repliegue de la felicidad para transformarse en un concepto individual, basado en los placeres materiales: «es egocéntrica». Tecnología, COVID-19 y revolución ética Comprender esta realidad y poner medios para encauzarla a nuestro favor «nos permitirá responder a los retos que plantea el desarrollo tecnológico». Por ejemplo, la automatización en muchos sectores productivos que, previsiblemente, se acelerará en los más estratégicos para limitar problemas en las cadenas de suministro ante riesgos como la pandemia actual. Pero hay más aspectos aparejados: la generalización del teletrabajo, nuevas profesiones y oficios, la remodelación de las condiciones laborales, y una serie de efectos sociológicos y psicológicos derivados del distanciamiento físico aún no bien calibrados que podrían acentuar algunas tendencias individualistas y la desconfianza. En resumen, un impacto a observar sobre la percepción de felicidad que podría comprometer su ritmo y evolución hacia cotas más inclusivas y éticas. A juicio de Felice, antes de la pandemia, estaríamos al borde de una necesaria «revolución ética» fundamentada ya en una mayor conciencia ecológica, avances significativos en la igualdad de género, así como en la aplicación extensiva de los derechos humanos y una delimitación incipiente de los que atribuiríamos a los animales. Una ardua tarea no desprovista de posibles derivas y retrocesos en los que no deberíamos obviar el papel de las profesiones colegiadas como elemento estabilizador socioeconómico, pues contribuyen en sus respectivos campos genuinos de conocimiento a propiciar los requisitos materiales y personales ineludibles que permiten cultivar la felicidad individual y pública. nº 186 g julio-agosto 2020