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Wallerstein, el sociólogo del sistema-mundo Julio A. del Pino Artacho Profesor de Sociología UNED Pocos sociólogos académicos alcanzan el nivel de reconocimiento profesional de Inmanuel Wallerstein (1930-2019), recientemente fallecido. Wallerstein desarrolló su trabajo a lo largo de más de cincuenta años de carrera, bajo tres de las constantes que exige la buena sociología: sólidas bases teóricas, trabajo empírico constante y reflexión sobre las consecuencias morales del análisis sociológico. Durante la década de 1950, cuando los debates sociales y políticos permanecían anclados en la lucha de la hegemonía de la izquierda entre socialistas y comunistas, o perfilaban el mundo polarizado que alumbraba la guerra fría, el joven Wallerstein se vio envuelto en el estudio de los procesos de descolonización en África. Muchos expertos, en la estela de las teorías del desarrollo y la modernización, entendían que las áreas descolonizadas debían replicar las instituciones y los procesos que habían traído bienestar económico, social y político a las sociedades occidentales, buscando palancas internas de desarrollo —aprovechamiento de materias primas, construcción de infraestructuras, mejoras educativas, etc—. Sin embargo, Wallerstein realizó dos perspicaces observaciones a este planteamiento. La primera es que cada vez mayores extensiones del globo compartían un sistema de relaciones sociales y que este sistema se estaba convirtiendo en el factor principal que dictaba la suerte de los habitantes de esos territorios. La segunda es que ese sistema se basaba en relaciones de intercambio desigual entre aquellas regiones que dirigían el proceso y aquellas que proveían de materias primas o trabajo. El moderno sistema mundial En esta línea, Wallerstein comenzó un ambicioso proyecto de estudio del capitalismo como sistema-mundo, El moderno sistema mundial, cuya publicación se inició en 1974 y ha continuado a lo largo de casi cuatro décadas, quedando inconcluso a su muerte. Con su idea de sistema-mundo, identificaba el tipo de estructura global gestada desde el siglo XVI a través de la división mundial del trabajo en ausencia de un poder político unificado; o, quizás cabe decir mejor, donde la estructura política queda oculta bajo el ropaje de los procesos económicos. Wallerstein insistió frecuentemente en que la división del trabajo en el sistema-mundo no tenía una vertiente exclusivamente funcional (la división de tareas complejas y la subsiguiente creación de ocupaciones especializadas) sino que también era una división 34 g Profesiones
geográfica desigual que separaba las áreas centrales —donde se concentraba el capital y la capacidad de dominación, incluyendo instituciones estatales fuertes y culturas nacionales potentes, generalmente ubicadas en el mundo desarrollado— de las áreas periféricas, donde se concentraban las materias primas y la mano de obra menos cualificada. Entre las centrales y las periféricas, Wallerstein situaba unas áreas semiperiféricas, que actuaban con cierta autonomía y diversidad económica. Fuera de estas regiones, estaba la arena externa, compuesta por territorios que no participaban significativamente del mercado mundial. Conviene señalar que esta distribución espacial ha ido cambiando con el tiempo, de modo que países semiperiféricos se han convertido en centrales o periféricos, mientras que regiones externas, como la India, han podido incorporarse al sistema-mundo. Es decir, que el sistemamundo sólo puede entenderse a través de los procesos históricos, siendo una forma de organización social que, por lo tanto, puede cambiar. De hecho, para Wallerstein, el sistema-mundo está en profunda crisis, como se evidencia desde las revueltas de 1968, cuando se puso en entredicho tanto la hegemonía estadounidense como la capacidad de los movimientos antisistema para tomar el poder. Ni el posterior proceso de globalización basado en la desregulación, que no ha conseguido detener las crisis cíclicas, ni la articulación de redes de grupos antisistema (del pacifismo antibélico de los sesenta a la primavera árabe), que no consiguen imponer su agenda, parecen ser capaces de resolver los enormes desafíos de un sistema-mundo cargado de tensiones y conflictos.
Wallerstein insistió frecuentemente en que la división del trabajo en el sistema-mundo no tenía una vertiente exclusivamente funcional Retos y desafíos En esta clave crítica habría que entender los retos ecológicos, económicos sociales, políticos y culturales que preocupan a la humanidad. No es solo que las cadenas de interdependencia desaten efectos insospechados en las regiones más distantes, sino que el sentido histórico de estas cadenas produce la amplificación de las relaciones de desigualdad y explotación en las que se basan. Por ejemplo, la creciente precarización laboral de los países desarrollados puede verse así como la onda expansiva de la explotación laboral realizada por el capitalismo global durante los procesos deslocalización. nº 181 g septiembre-octubre 2019