Abrázame que no te quiero, Irene Ferb

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que se ruboriza por lo que acaba de decir. —¡Pues aquí va una de espontaneidad! ¿Por qué te quedaste pasmado con la chica de las postales? —«¡No quería caldo, pues tres tazas!» Y no estoy avergonzada por preguntarle. ¡Vale! Una pizca, pero me alegro de haberlo hecho, ¿a ver qué me dice? —¡Jo, qué aguda! —hace una mueca cómo si le hubiera clavado una estaca en el abdomen que consigue hacerme reír. —Se parecía a Jess bastante —me suelta tan tranquilo. Ahora imito yo el gesto de la puñalada abdominal y Marc también se ríe. —Pues debe ser muy guapa —digo. —¿Y eso te extraña? Yo era todo un conquistador. —Y yo también —le contesto sin darme cuenta, picada por su arrogancia. —Nunca lo he dudado, Sara, eres… —¡Chicos, vámonos al mejor sitio de Noruega! ¡Va a ser una pasada! —grita Cloe. Marc pone los ojos en blanco y yo me río por lo bajo. Nos giramos hacia donde están nuestros “corta-rollos” compañeros de viaje. —¿Venís o qué? —vuelve a gritar Cloe. —Sí, vamos… —decimos los dos al unísono con voz cansada y nos dirigimos hacia ellos. Ahora soy yo quien le toma la mano a Marc. Capítulo 31 ¡Pero qué mala cara tengo! Estoy hinchada y me ha salido una mancha solar enorme en el labio superior ¡Parece que tengo el bigote más grande del mundo! ¡Soy igualita a Charles Chaplin! Ayer tomé el sol en la terraza, mientras leía, pero nunca había tenido manchas solares. En este momento me alegro de que no esté Adan. Estoy horrible con este mostacho, y encima he dormido fatal, he tenido varias pesadillas con que me perseguía un kéfir. Mi madre me dio ayer una parte de su kéfir, empeñada en que lo tengo que tomar para tener más energía y para regular mi tránsito intestinal —que hasta el momento yo pensaba que iba bien—, pero en fin después de su insistencia y de la enorme lista de beneficios me decidí a llevarlo, con las consiguientes palmitas y el abrazo de mi madre: — Muy bien Tere, ya verás qué bien, lo toman en Cancún y por eso todos llegan a viejos, está un poco malo, pero si es por nuestra salud… —Mama será en el Cáucaso, y no prometo nada, lo intentaré. Pero casi salgo espantada de mi cocina cuando lo colé para separar el yogur del kéfir. Ya de por sí, me daba un poco de asquete, y decidí hacerlo con un colador de plástico para no tocarlo; mi madre me aleccionó con que el aluminio le iba fatal al hongo. Cuando lo volqué en el colador, cayó una gran coliflor blandita —con lo que odio yo la coliflor—, y un olor ácido me removió el estómago. Después de separarlo y guardar el yogur en la nevera, lavé el hongo y como todas las cosas, lavadito tenía mejor pinta, pero me sigue dando asquete. Hoy me toca otra vez el ritual y yo creo que por eso he soñado con un gran kéfir persiguiéndome. A lo que todavía no me atrevo es a probarlo, igual hago una fábrica en mi nevera; se lo puedo repartir a los vecinos o mejor, se lo envío a Esther (la estupenda, nueva, y pesada compañera de trabajo de Adan). Pero a lo que me niego rotundamente es a ir por ahí con este bigote. Me visto rápido para bajar a la farmacia a comprarme un despigmentante y un protector solar. Busco en una caja que tengo de verano algún gorro para cubrirme de las miradas de la gente y del ardiente y sucio sol. Espero a que no haya nadie en la farmacia y que me atienda una chica, porque me muero de la vergüenza si le tengo que pedir una crema para mi incipiente mostacho a un hombre. Consigo mi


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