Moriré besando a Simon Snow, Rainbow Rowell

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Bunce y yo flotamos hasta la apertura, y no trato de protegernos, porque no hay nada que pudiera hacerlo. Subimos a una habitación demasiado ruidosa y estroboscópica para describir, luego me arrodillo en vidrios rotos, tratando de mantenernos juntos. Bunce vomita. En los segundos cuando la luz no es demasiado brillante o desaparecida por completo, veo a Simón en el centro de la habitación, aferrándose al Humdrum como si estuviera a punto de decirle algo realmente importante. Simón tiene esas alas rojas de nuevo, y están ampliamente abiertas. El Mago es aquí, también, arañando inútilmente a Simón—nada puede mover a Snow cuando luce así, con los hombros encorvados hacia delante, y su mandíbula expandida. Bunce está en cuatro patas, tratando de levantar la cabeza. - ¿Qué está haciendo?,- carraspea, luego tiene arcadas de nuevo. - No sé,- le digo. - ¿Debemos tratar de detenerlo? - ¿Crees que podríamos? La luz es cada vez menos intensa. Así es la oscuridad. Apenas puedo ver el Humdrum, pero Simón todavía tiene algo en un apretón de muerte. El ruido está cambiando, también, — volviéndose cada vez más alto, como si estuviera diluyéndose, de un rugido a un gemido. Cuando el sonido se detiene, mi oídos se destapan, y Simon cae hacia adelante en el suelo, iluminado sólo por la luz de la luna que pasa a través de las ventanas rotas. Él cae, y no se levanta.

Penélope Por un momento, el único sonido es Baz, aullando. Entonces el Mago cae sobre el cuerpo inerte de Simón. - ¿Qué has hecho?- Él está sacudiendo a Simón, y golpeando en sus alas. - ¡Dámelo! Simón levanta un brazo para empujar al Mago, y esa señal de vida es todo lo que se necesita para dar rienda suelta a Baz. Se mueve tan rápido, mis ojos no pueden centrarse en él hasta que se encuentra sosteniendo al Mago por el pecho, sus colmillos salidos sobre el cuello del hombre. - ¡No!-Susurra Simón, tratando de ponerse en pie agarrándose de sus piernas. El Mago apunta su varita con punta de plata a Baz, pero Simón la agarra y la sostiene en contra de su propio corazón. - No,- le dice a Baz—o tal vez al Mago. - ¡Deténganse!


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