Filo de Palabra N° 11

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Comunicación y Humanidades con el científico, ¿a quién lo remite el italiano? El historiador, por la aplicación de su intuición y la actualización de lo investigado, resulta más cercano al artista. Croce no cree en el historiador ajeno a un partido; de una u otra manera, no cree en el historiador imparcial o no comprometido. La idea de determinar los hechos tal y como sucedieron no le parece tan siquiera alcanzable ya que desde el momento en el que el historiador decide narrar los acontecimientos es inevitable que lo haga desde el presente, es decir, actualizándolos: Las antologías de información serán crónicas, notas, memorias, anales, pero no son historias; y aunque se las junte con sentido crítico señalando el origen de cada parte o investigando cuidadosamente su evidencia, nunca logrará en su propio terreno, por mucho que lo intente, ir más allá de la cita continua de cosas dichas y cosas escritas. Se quedan, para convertirse en verdades que nos convenzan, en el punto mismo en que la historia exige una aseveración de verdad surgida del fondo de nuestra íntima experiencia (Croce, 1960, p. 8). Como la intuición es la herramienta fundamental del historiador, toda historia es así historia contemporánea. Claro está, hablamos de la intuición que guía, como un sexto sentido, como un buen presentimiento. Bien se puede observar en las afirmaciones de Croce una ventana abierta al historicismo; en este caso, al historicismo que va muy de la mano con el relativismo. No es posible dar un paso atrás desatendiendo la ciencia histórica: para nuestro modo de ver las cosas es posible hablar de historias —tal y como

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lo hemos hecho, tal y como se entienden en Croce— limitando su relativismo en la indagación científica y documentada de los hechos históricos a pesar de las bellas intuiciones de los historiadores. Si el historiador apela sencillamente a sus intuiciones y a partir de ellas narra ¿qué lo diferencia de un novelista? Tal como lo dice Schaff, así, “tiene la razón [el historiador] que se pronuncia de último. Pero este veredicto desposee a la historia de su cualidad de ciencia” (1974, p. 133). Resulta a la vez muy saludable escuchar las palabras del holandés Huizinga hablando al respecto: El saber histórico es siempre puramente potencial. No solo en el sentido de que nadie conoce ni puede conocer la historia del mundo o la historia de un gran reino en todos los detalles susceptibles de ser conocidos, sino en el sentido mucho más profundo de que todo conocimiento histórico sobre el mismo tema se refleja en la cabeza de A de un modo distinto que en la de B, aun suponiendo que ambos hayan leído todo lo legible acerca de ese tema. Y no solo eso, sino que ese conocimiento proyectado en la cabeza de A hoy difiere del que proyectaba en ella ayer (Huizinga, 1946, p. 13). En pleno siglo XX, pues, dos escuelas — una que podríamos caracterizar de corte analítico, como la de Ranke, y otra con un perceptible velo idealista, como la de Croce—, presentan las razones de sus historiadores, dándose como en toda discusión, acercamientos y diferencias. Entre enemigos, no obstante, logran reconocerse sus puntos débiles. Pronto se percatan que el ánimo de los hechos «tal y como sucedieron» solo llega a un punto de la historia, al de la información

Universidad de Manizales


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