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ace unos días tuve la oportunidad de asistir a una reunión en la casa de unos amigos, y no sé si fue mi espíritu de psicólogo o que solamente soy muy observador, pero poco a poco tal convivio de individuos parecía irse convirtiendo de una tertulia de alcoholes a un carnaval ambulante. Llegada la mitad de la noche, el grupo había llegado a tal grado de diversidad, que sólo faltaba que llegara la Mujer Barbuda, el Hombre Simio o la típica cabra de dos cabezas, pues conforme se abría la puerta, entraba un nuevo individuo tan diferente y original que
inevitablemente surgió una pregunta en mi mente: ¿por qué somos tan diferentes?, ¿será que la cultura contemporánea nos ha llevado a formar parte de un show de rarezas? A partir de estos cuestionamientos me fue inevitable querer acercarme a aquellos individuos que parecían tener características comunes y que por ende fueron estructurando pequeños grupos de charla dentro de la reunión. De tal forma, al igual que un carnaval o un circo, frente a mí se desplegaban individuos con tales singularidades y características que bien podrían estar en un espectáculo de variedad o freak show.
Su actitud dentro del grupo de amigos siempre delata la personalidad del gay en cuestión.