Agenda Cultural Alma Máter: Abril de 2020

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Editorial Manuel Zapata Olivella

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Fabio Melecio Palacios. Proyecto los BMR (Bamba, Martillo y Refilón). Performance-instalación. 2012. Gran formato. Colombia, la Naturaleza de la Cultura. Cali.

Manuel Zapata Olivella nació el 17 de marzo de 1920 en Lorica, Córdoba, y murió el 19 de noviembre de 2004 en Bogotá. Es decir que en el mes pasado se cumplieron cien años de su nacimiento. La Agenda Cultural celebra ese centenario y dedica este número de abril a uno de los autores fundamentales de nuestra cultura, quien era médico (graduado en la Universidad Nacional de Bogotá), antropólogo (no graduado en ninguna universidad, pero antropólogo hasta la médula) y escritor, autor de varias novelas, de cuentos y de ensayos que auscultan con minucia la cultura del Caribe, la discriminación y la subvaloración de los ne-

gros en Colombia y, en general, en el mundo. También investigó sobre las distintas músicas del Caribe y fundó, al lado de su hermana Delia Zapata Olivella, grupos de danza y música ancestral, que llevó de viaje por el mundo entero. Además, Zapata Olivella fue un viajero irredento, una suerte de real embajador de la cultura colombiana y de los negros por el mundo. Anduvo por muchos países llevando la cultura negra de las costas colombianas. Su vocación viajera estuvo en él desde muy joven y le gustaba reconocerse, ante todo, como vagabundo (Pasión vagabunda es uno de sus libros) y como gran caminante. 2020 | Abril


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No obstante lo anterior, Manuel Zapata Olivella es un autor bastante olvidado en nuestro país (bueno, casi nada importante en la cultura es recordado ni, menos, apoyado en el país). Al querer ver qué datos suyos se encuentran en internet, observo que Wikipedia (mi consulta es del 29 de marzo de 2020) no solo trae muy pocos datos del autor de Changó, el gran putas, sino que estos datos están en inglés (Zapata Olivella, donde esté, debe estar retorciéndose de la risa ante semejante paradoja). David Cabezas, en su artículo de la presente Agenda sobre el autor cordobés, cuenta que la mayoría de su archivo personal fue a parar a una universidad norteamericana, porque en Colombia nadie la adquirió (me hace recordar que la mayor colección de libros de literatura colombiana, perteneciente al escritor y crítico Germán Vargas Cantillo, también fue adquirida por una biblioteca norteamericana, ya que en Colombia nadie la adquirió, después de que sus deudos tocaron varias puertas). Al menos habría que reconocer que, por ejemplo, la Biblioteca El Tintal de Bogotá, se llama Manuel Zapata Olivella desde su fundación en 2002, en un claro homenaje al autor. Al igual, el Ministerio de Cultura ha declarado (cualquier cosa que ello signifique) este 2020 como el año Zapata Olivella y varias universidades del país se proponen emprender la postergada tarea de reeditar todos sus libros (nunca será tarde, claro). Importantes autores, como Gabriel García Márquez, Raymond Williams y Germán Espinosa se han referido a su obra y a la importancia de sus investigaciones y de su labor cultural y artística. Quiero, para terminar, traer unas líneas de Octavio Paz que, de seguro, serían del agrado de Zapata Olivella, sobre la obra literaria, en las cuales el mexicano defiende la autonomía de todas las obras importantes, de su inevitable entrecruzamiento, sin que haya que desconocer la de nadie en particular. No son el color de la piel ni la aparente marginalidad las condiciones que sustentan la importancia de una obra, sino su calidad intrínseca: Abril | 2020

Creo apasionadamente en la literatura moderna de nuestra lengua, pero me rehúso a verla como un conjunto de obras aisladas y enemigas. No: Borges no substituye a Reyes, Rulfo no desaloja a Martín Luis Guzmán, Luis Cernuda no destrona a Federico García Lorca, Gabriel García Márquez no borra a Ramón del Valle Inclán, Onetti no pone fuera de combate a Cabrera Infante ni Bioy Casares anula a Juan Benet. Hace poco, queriendo exaltar a Neruda, un excelente escritor dijo que con él empezaba la literatura hispanoamericana. ¿Por qué crear el desierto en torno a un gran poeta? No es necesario, para afirmar a Neruda, enterrar a Martí, Darío, Lugones, López Velarde, Vallejo, Huidobro. (…) Nuestro siglo ha convertido a las ideologías en explicaciones totales del pasado y el futuro, la eternidad y el instante, el cosmos y sus suburbios (…). Naturalmente, no pretendo que el crítico ignore o disminuya las diferencias y antagonismos entre las obras: ya sabemos que las relaciones realmente significativas no son las relaciones de afinidad, sino las de oposición. Pero esas oposiciones se despliegan en el interior de una lengua y una tradición. Los antagonismos forman un sistema de relaciones o, para decirlo con la imagen del comienzo: construyen una arquitectura de puentes.1

Queda por agregar, claro está, que les deseamos a todos nuestros lectores (y a todos en general) que les vaya muy bien en esta dura crisis de salubridad por la que atravesamos en el país, pero también en el mundo. Esperamos que los artículos de esta Agenda sean de su agrado en esta dolorosa cuarentena, y sirvan para que los lectores se animen a buscar las obras de Manuel Zapata Olivella, si acaso hay títulos suyos en las bibliotecas personales en la casa. O en Internet, en el mejor de los casos.

Referencia 1 Paz, O. (1981). In/Mediaciones, España, Seix Barral, pp. 182-183.

Luis Germán Sierra J.


Bailes y cantos afrocolombianos Manuel Zapata Olivella

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Fabio Melecio Palacios. Proyecto los BMR (Bamba, Martillo y Refilón). Performance-instalación. 2012. Gran formato. Exposición individual. Museo de arte Moderno La Tertulia. Cali.

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a formación de la nueva cultura colonial necesitó un largo período de gestación. Lo que vemos hoy día es apenas el resultado de profundos cambios mentales, de hábitos y conocimientos. Nada más fácil de confundir y malinterpretar, que juzgar las manifestaciones actuales con el ojo del observador improvisado. Es precisamente lo que ocurre con la apreciación de nuestros bailes. Afirmar que tal o cual baile es puro, típico u originario de una comarca, es algo fácil de decir, pero difícil

de sustentar ante los procesos históricos de formación. En la comprensión de estos fenómenos hay que tener la mirada larga para descubrir las actitudes, luchas y resultados en los cuales se enfrentaron las corrientes aculturizadoras de las del colonizado, en este caso, el africano, ansioso de preservar sus hábitos y mentalidades. En lo que concierne a los bailes y cantos africanos, no sólo en nuestro país sino en todo el 2020 | Abril


continente, debieron sufrir y sobreponerse a las restricciones que les imponía el colonizador, que sólo veía en ellas formas paganas de cultos diabólicos. Frente a las prácticas clandestinas y reclamos de los africanos pidiendo licencias para dedicarse al jolgorio en los períodos de descanso y en las festividades católicas, los amos y las autoridades debieron acceder a ciertas licencias que permitieron preservar algunos de los instrumentos y costumbres africanos.

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En el marco de estas restricciones y permisos, el 9 de enero de 1573, el Cabildo de Cartagena ordenó que ningún africano, ni africana se junten los domingos y fiestas a cantar por las calles con tambores, sino afuera, en la parte donde el cabildo lo señalase, regocijos, según sus costumbres, hasta que se ponga el sol, y no más, sino fuera con licencia de la justicia… “[…] So pena que sean atados y azotados con la dicha picota en la plaza y estén todo el día y pierdan los vestidos que trajeren para el alguazil que los executare según se contiene en la ordenanza supra máxima”. A fines del siglo xviii, la legislación sobre esclavos reforzó las prácticas de evangelización, estableciendo que los amos deberían adoctrinar a sus esclavos, y tener para ellos curas predicadores; el vestido debería ser decente y cristiano. En los días festivos habría diversiones con sexos separados y la vigilancia de los amos: “Cédula del 31 de mayo de 1789”. Pero mientras en algunas regiones y épocas se permitían ciertas libertades, en otras, el celo apostólico por frenarlos se acentuaba. Fue lo que ocurrió con las recomendaciones del arzobispo de Popayán, Gerónimo de Obregón y Mena, en 1774, cuando recriminaba a los fieles que se dedicaran a practicar los bailes obscenos y cantos profanos por el mal influjo de los africanos, como eran la zaraza, el costillar, la zanca de cabra, bunde y otros que se practiAbril | 2020

caban en sitios sagrados durante los días de la Santa Cruz, la Virgen María y velorios de angelitos. Debido a su valor para comprender la resistencia de los abuelos y así preservar su música y bailes de raíz africana, transcribimos la siguiente homilía del Arzobispo Obregón: Por cuanto por sujetos fidedignos y timoratos se nos ha informado haberse introducido aún en las más serias funciones y sin distinción de casas y personas unos bailes nombrados el costillar, zanca de cabra, bundes y otros de esta misma clase y naturaleza con acciones y movimientos inhonestos y provocativos que hacen más indecentes los versos que se cantan y otros agregados con notable daño de las conciencias, mal ejemplo de las familias, y escándalo aún de los ojos, oídos, menos recatados, deseando como es de nuestra pastoral obligación poner el correspondiente remedio para que no se continúe tan detestable desorden y que del todo se destierre esta indigna y abominable diversión que solo sirve de lazo y ruinas a las almas en el lastimoso desconcierto y relajación de las buenas costumbres por tanto, mandamos bajo excomunión una protrina canónica monisione de jure premisa con citación para la tablilla y con la absolución reservada a los que con ningún motivo ni pretexto, ni en secreto se usen, toquen, ni canten estos tan perjudiciales bailes con apercibimiento que denunciándose la menor falta ante los vicarios de nuestro obispado serán los contraventores sin otra diligencia fijados y declarados por incursos en ella para lo cual y que llegue a noticia de todos y no se alegue ignorancia, se lea y publique este auto en un día festivo y de concurso, y se fije en las puertas de sus iglesias parroquiales un tanto de el autorizado en la forma ordinaria que nadie lo quitará bajo de la misma pena de excomunión mayor (M. Chávez).

La revolución comenzó en España España impuso sus formas de teatro a sus colonias como una manera de asegurarse el adoctrinamiento que tanto le preocupaba,


Fabio Melecio Palacios. Proyecto los BMR (Bamba, Martillo y Refilón). Performance-video instalación. 2013. Gran formato. Exposición Mandiga Sea África. Museo de Antioquia. Medellín.

buscando el olvido de costumbres y creencias de los nativos y africanos. Debe recordarse que, durante ocho siglos de ocupación árabe, el genio español encontró su vitalidad en un espíritu nacional y religioso, oponiéndola a la conquista del país de manos de los infieles. Después de la expulsión de los moros se acrecentaron las prácticas religiosas de la cristiandad. Entre las formas teatrales religiosas más antiguas se reconoce el auto sacramental, que sobreviviera desde el siglo xiii hasta el siglo xviii. Esta representación tenía lugar en las iglesias, los monasterios, los palacios y las mansiones señoriales, con ocasión de ciertas festividades católicas. Algunas de las representaciones se hacían mediante carros en los cuales se agrupaban los actores. De ahí nos viene la expresión de fiestas de carros, que marcó una influencia determinante en las ceremonias religiosas de las colonias españolas

en forma de procesiones. Las funciones de los autos sacramentales eran acompañadas de danzas. El auto sacramental, como concepción original y particular de España, debía alcanzar su más alta perfección en las obras de Calderón de la Barca, en el Siglo de Oro. Las procesiones del Corpus en América, y, desde luego, en la Nueva Granada, servían de pretexto para la interpretación de textos santos, siempre con el montaje de altares, tablados, proscenios, carros, etc., en los cuales actuaban sacerdotes y actores mezclados, que no vacilaban en improvisar divertimentos en los cuales se alternaban los cantos, representaciones y bailes.

Navidad con tambores La Natividad entre los afros del Pacífico es una reminiscencia de lo que en su época pudo llegar a ser un gran espectáculo, donde la ado2020 | Abril

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ración al Niño Dios expresa el anhelo de un pueblo esclavizado por su libertad. Esta tradición dio origen a la presentación de los nacimientos en los cuales los presentes, mediante cantos religiosos -loas, villancicos, arrullos- adoran al Niño Dios. Los africanos del Pacífico, a través de arrullos, a la par de alabar al Niño Dios, expresaban en forma mística sus frustraciones y anhelos, volviéndose así una adoración libre donde el pueblo se divorciaba de la catequesis compulsadora. Es posible que al comienzo se tratara de simples villancicos, entonados en las iglesias con panderetas y guitarras, bajo la mirada complaciente de los religiosos.

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Dadas las características del ambiente rural, en donde las haciendas y centros mineros no siempre disponían de sacerdotes, los esclavizados organizarían sus propias adoraciones con la presencia de los tan perseguidos tambores. La relación entre estos y los dioses africanos, seguramente estaría en las mentes de los músicos y danzantes, dado el hecho de que los ritmos, inclusive los que se ejecutan en la actualidad, corresponden a los utilizados en los cultos del Candomblé y el Vodú. En esta forma, los arrullos, alabados, romances, jugas, gualíes, unos con mayor acentuación católica, otros más libres —arrullo y gualí—, son el resultado de largos procesos de sincretización de los cultos católicos y africanos, Dentro de ese mismo sincretismo figuran las “balsadas”, que se realizan en los pueblos y veredas ribereñas; utilizando los ríos que llegan al pueblo o ciudad principal, para que el niño sea bautizado por el sacerdote. La balsada consiste en cinco o más canoas de cinco metros de largo formando un planchón, donde se elaboran adornos de palma tejida e iluminados con velas en forma de altar. Dentro de la “balsada” va el conjunto de músicos, consistente Abril | 2020

en una marimba de chonta, dos bombos de doble percusión, dos cununos y guasáes. Las mujeres conforman la parte importante del coro, interpretando cantos agudos con falsetes, a la par que se acompañan con los guasáes. Los pueblos no ribereños realizan esta adoración en la plaza mayor con un gran altar, copiando los bailes religiosos traídos de España, pero a los cuales les han introducido movimientos y coreografías autóctonas. Entre las representaciones figuran la huida de la familia Sagrada de Egipto; y el nacimiento y adoración de los pastores y Reyes Magos. Uno de los actos es la búsqueda del niño, después de que ha pasado el peligro de los soldados de Herodes; esta representación se realiza a través de la Juga “La bambara vieja”, expresión que nos recuerda las danzas guerreras de los bambara africanos. El constante tránsito de esclavizados, como también la parcial libertad de muchos de ellos, sumada a la circunstancia de la explotación aurífera de los ríos de la Costa Pacífica, especialmente en los territorios que hoy ocupan los departamentos del Valle de Cauca, Cauca, Chocó y Nariño, permitió la conservación de los arrullos del niño Dios en esa zona del litoral Pacífico. Los arrullos comprenden diferentes temas religiosos: el arrullo propiamente dicho, la juga, el bunde y la juga bundeada; con estos bailes se desarrollan las fiestas navideñas, en las cuales todos los habitantes toman parte, turnándose en la adoración del niño. Primero, los pequeños de tres a siete años, luego los adolescentes y jóvenes de once a veinte años, y, finalmente, los adultos. Hay en estos bailes una conjugación religiosa y profana, pues los adoradores aprovechan las circunstancias para sus requiebros amorosos, ingerir bebidas alcohólicas y aun bailar.


to, con sus características fonéticas, gestuales y tonales, acompañados con palmoteos, conforman el más auténtico conjunto de origen africano conservado por nuestros abuelos en Colombia. Podría asignarse el mismo valor que pueda tener el lumbalú del Palenque de San Basilio, pero con marcada diferencia, así:

Fabio Melecio Palacios. Proyecto los BMR (Bamba, Martillo y Refilón). Performance-video instalación. 2011. Gran formato. VI Premio Luis Caballero 2011. Galería Santa Fe, Planetario Distrital. Bogotá

Marimba y currulaos La sobrevivencia de cantos, bailes e instrumentos musicales en las comunidades del litoral y valles del Pacífico y el Chocó, no pueden desligarse de sus orígenes sagrados en África. No podría entenderse de otra manera, pues su conservación, desafiando las persecuciones de la Iglesia, se debe precisamente a su carácter religioso, ligado a sus orichas y ancestros. Aun cuando luego se hayan desacralizado y comercializado, su sincretismo en las fiestas católicas, como acontece con las del Corpus Christi, San Pacho, Navidad, Reyes, etc., son reveladoras del propósito primario antes de la aculturación. Más significativo es que se hayan preservado con manifestaciones de jolgorio paganas, al decir de los catequizadores, en las cuales debieron practicarse rituales de cultos a los ancestros, o recordatorios de las tradiciones amputadas, como ocurre en los carnavales.

La marimba se desacralizó desde la Colonia, cuando los amos se aprovecharon de ella para que sus músicos esclavizados les ejecutaran la danza, la contradanza, la mazurca y la jota, en sustituto del piano; posiblemente con ausencia de los cununos, tamboras y guasáes, ya que estos, con su carácter sagrado, habrían dado otro sentido a los bailes cortesanos. Pero sí debió conservar su plena autenticidad africana en los bundes y currulaos, bailados a espaldas de los religiosos y amos o en los días de descanso o fiestas de los santos patronales. Los arrullos de Navidad y los funerales de angelitos son una muestra clara de su retención en la sociedad colonial. Se ha rebatido el parentesco del currulao con el bambuco andino, circunstancia debida a que, con el nombre de “bambuco viejo”, los ancianos denominaban al primero.

La propia morfología de los sentimientos y coreografía de los bailes y danzas, revelan el sincretismo afrocatólico operado gradualmente al paso de los siglos.

Muchas especulaciones se dan sobre este tema, pero consideramos que ellas no se basan en investigaciones etnomusicales serias. Generalmente se olvidan los procesos de aculturación hispanos, los mismos en el altiplano y en los litorales; las condenas y restricciones de la Iglesia al uso de los tambores; las características propias de las etnias andinas que recibieron el influjo castellano; las condiciones sociales y culturales en los diversos momentos históricos, especialmente los relacionados con la importancia de Buenaventura como puerta de entrada y salida de pasajeros procedentes de Bogotá y del exterior.

La supervivencia del conjunto de marimba, con sus cununos, tamboras y guasáes; el can-

Tal vez sea en el folclor musical y religioso donde se adviertan aspectos muy diferen2020 | Abril

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8 Fabio Melecio Palacios. Proyecto Bamba 45. Performance. 2008. Gran formato. 41 Salón Nacional de Artistas, Urgente Ciudad. Sala Beethoven. Cali.

ciados entre pacíficos y chocoanos ístmicos, como puede apreciarse en los instrumentos de la chirimía y en las festividades populares de San Pacho, en Quibdó. El conjunto consta de clarinete, caja de redoblantes, tambora y platillos, y, ocasionalmente, de un bajo, instrumentos de influencia hispana; podría asemejársele más a las bandas “papayeras” del litoral Atlántico que al conjunto de marimba y cununos. Sin embargo, aunque la chirimía toca aires emparentados con el porro, la cumbia y hasta con la rumba caribeña, su ritmo, el alma de su música, se hermana más con el currulao y el arrullo. No es de extrañarlo, porque en el Chocó existen aires autóctonos como el aguabajo y el levantapolvo, muy parecidos al currulao. En cambio, en el litoral Pacífico próximo a Panamá, el tamborito y la mejorana conservan la hermandad con sus similares panameños. Abril | 2020

A finales del siglo xvii, la economía minera en expansión permitió al Chocó mayores contactos con los puertos de ambos litorales y contactos con cimarrones, contrabandistas y piratas. Por su parte, las autoridades reales y esclavistas reforzaron su presencia en la región, hasta el grado de concederle cierta autonomía administrativa, aunque siempre sujeta al control de Popayán y Antioquia. Ello contribuyó a un espíritu de insurgencia en los africanos e indígenas chocoanos, como lo revela Rogerio Velásquez en su estudio histórico El Chocó en la Independencia [de Colombia]. Manuel Zapata Olivella. Fragmento extractado de la obra Zapata Olivella, M. (2014). El árbol brujo de la libertad. África en Colombia. Orígenes – transculturización – presencia, selección de William Mina Aragón, Bogotá, Ediciones desde abajo, pp. 265-271.


La mirada antropológica de un novelista Juan Carlos Orrego Arismendi

A Manuel Zapata Olivella, como a José María

Arguedas, se le ha llamado antropólogo, sin que ninguna universidad del mundo le haya dado ese título, pero sin que nadie encuentre excesivo el reconocimiento. La razón no deja de ser obvia, tanto en el caso del colombiano como en el del peruano: mientras este es considerado en su país como el escritor por antonomasia de la realidad indígena, el otro es, en Colombia, el gran narrador de la afrodescendencia. Al aludir a la virtual entraña científica de Zapata Olivella no se pretende encomiar una obra desde una perspectiva distante y exotista, sino de caracterizar, con exactitud, una empresa literaria en que la figura del negro colombiano se levanta con el vigor que solo permiten una profunda investigación, una lúcida reflexión y una sentida experiencia. En esa apuesta los méritos no son menores, pues se puede ser un gran escritor y se puede elegir como tema la vida negra, y aun así pueden escribirse páginas falaces: ocurrió con Tomás Carrasquilla cuando, a despecho de los negros vivarachos de sus novelas mineras, inventó para criado, en su nouvelle Salve, Regina (1903), a un mozalbete negro que pretende representar a sus pares étnicos por medio de una mentalidad obtusa —por no decir bestial— y el carácter servil con que se prosterna a los pies de su amo blanco. Con todo, el prestigio de Zapata Olivella como novelista de los asuntos negros tiene como corolario que, en medio de un pensamiento cotidiano muy dado a las clasificaciones monocordes y férreas, no sea asociado a ningún otro tema. Así, poco visibles resultan ahora personajes suyos que son mendigos citadinos, curas en trance de exorcismos o poetas revo-

lucionarios. Pero en esos personajes y en los contextos en que su autor los sitúa —a un par de cuadras del Palacio de Nariño o en la aldea arrocera en que se prepara un inusitado cisma— se expresa el mismo vigor antropológico que, insuflado al asunto negro, justificó la entronización del escritor de Lorica en el mismo nicho ocupado por Candelario Obeso, Jorge Artel, Carlos Arturo Truque y Arnoldo Palacios. Esto puede entenderse mejor con la revisión somera de dos obras de Zapata Olivella previas a su pleno reconocimiento como novelista de las culturas y gentes negras. Cuando, en 1962, la Casa de las Américas celebró con laureles a Chambacú, corral de negros —en cierto modo el bautizo continental de Zapata Olivella como autor afroamericano—, el autor ya había escrito otras novelas de resonancia; obras como La calle 10 (1960) y En Chimá nace un santo (publicada en España en 1964, aunque ya había sido presentada al Premio de Novela Esso en 1961), las cuales fueron su carta de presentación en la Historia de la literatura hispanoamericana (1954-1985) de Enrique Anderson Imbert. Este crítico escribió: Manuel Zapata Olivella (1920), novelista, cuentista, protesta contra la injusticia y sobre todo manifiesta su comprensión por el sufrimiento de negros y mulatos. Su temática social, aunque tratada con realismo, suele iluminarse con las luces fantásticas de la farsa, la pesadilla y el delirio. En La calle 10 (1960), hilvanó escenas sueltas relacionadas con el asesinato del político Gaitán. En Chimá nace un santo es novela de procedimientos tradicionales sobre el tema del fanatismo tanto en una ciudad ortodoxa como en una ciudad heterodoxa.1 2020 | Abril

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Sin detenernos en el hecho de que en La calle 10 no aparece Gaitán ni en que es discutible aquello del convencionalismo narrativo de En Chimá nace un santo, llama la atención que Anderson Imbert, conocedor del sesgo hacia lo negro del escritor colombiano, haya preferido aludir a dos obras de las que no puede decirse, propiamente, que han sido arrancadas de ese filón. Ahora bien, si la intención del crítico era ilustrar la genuina vena antropológica del autor (genuina y antropológica, justamente, por desplegarse más allá del casual o motivado arribo a un tema particular), las dos novelas sugeridas resultan indiscutibles en sí mismas.

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En La calle 10, el asesinato de un ex boxeador dedicado al periodismo revolucionario desata una asonada popular de dimensiones mayúsculas, comparable, por la correspondencia del escenario, el volumen de la revuelta y su macabro desenlace, con los hechos ocurridos en Bogotá el 9 de abril de 1948; pero ahora, como se bien ve, el pandemonio se origina, no en la muerte de algún celebrado caudillo liberal, sino en la de un editor clandestino, el negro Mamatoco, personaje que representa, en todo caso, a otro protagonista de la turbulenta historia política colombiana. En la novela se produce una deliberada cabriola para enredar la historia con la ficción, al mejor estilo de la nueva novela histórica latinoamericana estudiada por Seymour Menton (1993):2 un asesinato de 1943 desencadena la reacción de 1948. Por supuesto, tal procedimiento, que aparentemente poco se conmueve ante la necesidad de salvaguardar la memoria histórica, puede parecer de pocos escrúpulos antropológicos; ocurre, sin embargo, que ese vanguardismo de creer más en el discurso que en aquello que lo inspira (la rosa que florece en el poema antes que la pasiva rosa que lo provocó, en palabras de Huidobro) es su propia salvación. La novela no reconoce un personaje central que no sea la humilde comunidad de aquel recoveco urbano que enmarca los hechos, y aunque el narrador muestra predilección por algunas Abril | 2020

partículas de esa masa —el policía Rengifo, los buscavidas Parmenio y el “Pelúo” y, por supuesto, Mamatoco, cuya muerte es la semilla de la gesta popular—, la improvisada revolución de los aplazados se impone como una entidad, de un modo similar, tal vez, a como Jorge Icaza hizo de una comunidad andina el protagonista múltiple de Huasipungo (1934). Sin embargo, a diferencia del clásico ecuatoriano, la multitud de La calle 10 no deja sentir su fuerza por la suma de voces anónimas, pues el novelista de Lorica —como si hubiese tomado lecciones de funcionalismo psicologista en la obra del antropólogo Malinowski— sabe que la sociedad no puede ser otra cosa que la reunión de los individuos definidos; y los suyos, por más pequeños e insignificantes que resulten, son de un intenso realismo: son los menudos pero corajudos átomos de una molécula poco menos que indestructible. Sin duda, Zapata Olivella ha emulado en alguna medida la técnica narrativa usada por Camilo José Cela en La colmena (1951), esa historia de un tejido urbano que sólo puede ser contada intercalando pequeños dramas en evolución. ¿Hay cubismo en Cela y por ende en Zapata Olivella? Lo hay, si se acepta que ese proyecto artístico entendía la realidad como una figura compuesta por múltiples caras que, al ser descubiertos sus contornos, podían ser desdobladas y, así, visualizadas de un modo íntegro: por más que esté de perfil, la Mujer llorando (1937) de Picasso deja ver sus dos ojos. Pero a un paso de calificar como desmesura imaginativa ese recurso, es inevitable la sospecha de que, por el contrario, quizá no haya un procedimiento más agudo que ese para plasmar la realidad, la cual, sin rincones para esconderse, no puede evitar la exhibición de su desnudez. Registrar la inédita realidad de lo absurdo fue un propósito de las vanguardias, y por eso Fernando Charry Lara (1992),3 al intentar comprender el demente Trilce (1922) de César Vallejo, discurre que lo único que hay en él es un fiel registro del pensar íntimo, algo así como


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Fabio Melecio Palacios. Proyecto Bamba 45. Instalación (15 machetes, 15 protectores de rodilla, 15 limas, 15 pares de guantes, 15 cubiertas de machete y 15 uniformes). 2008. Gran formato. 41 Salón Nacional de Artistas, Urgente Ciudad. Colegio La Sagrada Familia. Cali.

una fotografía en palabras de las evoluciones de la conciencia. El Zapata Olivella de La calle 10, antes que emular el lenguaje cinematográfico —según han sugerido varios críticos—, parece obrar como como un etnógrafo obsesionado con el registro de la cotidianidad total, e inclusive puede ser también el historiador riguroso que ha descubierto que solo desde la perspectiva cubista es posible plasmar el Bogotazo —o cualquier otra revuelta— en la literatura. Como quiera que sea, la titulación honoris causa del escritor como científico social no obedece a una sugestionable hipersensibilidad a la hora de interpretar, pues lo que ya parece riguroso en la técnica se ratifica en la gravedad de un tema que, inevitablemente, llega a reflexio-

nes hondas. El novelista, por ejemplo, sabe que, a pesar de la tangible identidad que sugiere la miseria compartida, la gran asonada tenía que fracasar como proyecto colectivo porque “cada hombre era un mundo en revolución y las revoluciones se entrechocaban y repelían”,4 y se resigna al comprender que la destrucción y muerte de la carne en rebelión es la mejor garantía de la continuidad del gesto reivindicatorio: “La tormenta había pasado, derribando vidas, derramando la sangre como espesa resina de álamos destronchados, pero no dejaba desolación, sino un compacto sedimento de substancia nutricia que se comunicaba a los hombres”.5 Ese mismo descubrimiento anida en la cabeza del cura Berrocal de En Chimá nace un santo: él, 2020 | Abril


que lucha contra un inopinado brote de idolatría aldeana, comprende demasiado tarde que la violencia con que ha querido desterrar el mal de su parroquia ha sido la vía más expedita para alentarlo. En Chimá, el paralítico Domingo Vidal ha sobrevivido a un incendio, y por esto se cree que lo envuelve un olor de santidad digno de consagración; ni su muerte ni el transitorio descrédito de Jeremías —el más vociferante de los profetas de este nuevo culto—, y mucho menos la asustadiza reacción de los soldados del catolicismo ortodoxo, son suficientes para ahogar el afán mesiánico de un pueblo que descubre milagros allí donde, antes, apenas veía manifestaciones profanas.

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La vida simple en una aldea arrocera no podría resultar más adecuada para las indagaciones del novelista antropólogo, ahora interesado por otra modalidad de fenómeno colectivo: el mesianismo. La caída de un rayo incendiario es el punto de partida de esta especie de novelalaboratorio, interesada en registrar una precipitación social: al evento natural sucede el hecho sobrenatural de que un tullido sea sacado ileso de una casa en llamas, lo que define sobre él un aura de incipiente santidad; luego, la conciencia popular se esfuerza por ver como milagrosos todos los gestos que se ejecutan a su alrededor, y nada será tan sugeridor como la temprana muerte del enclenque: a partir de ella será verdad que en Chimá ha nacido un santo, pues los requisitos mínimos se han cumplido. De por medio hay un profeta que reemplaza en vida al elegido que ahora mora en la eternidad, y hay también reliquias, nuevos sucesos portentosos, oposición férrea del oficialismo eclesial y voluntad colectiva de prosternarse ante la nueva fe, garantía última de que —y esto, con toda fruición, lo habría avalado Emile Durkheim— la sociedad chimalera se ha ajustado como un cuerpo indestructible. El narrador, en los estertores de la última página, sabe muy bien lo que emblematiza su santo improvisado: “el pueblo tiene necesidad de un pretexto para luchar y con aquellos machetes y escopetas seAbril | 2020

rían capaces de realizar mayores portentos que todos los atribuidos a Domingo Vidal”.6 Si esta lucidez para adentrarse en la entraña social del mundo religioso no basta como prueba a favor de la sagacidad antropológica de Zapata Olivella, y si tampoco fuera suficiente su propensión a escenificar los choques entre tradición y modernidad o entre superstición tropical y dogma romano, toda duda puede ser ultimada con solo considerar su técnica narrativa. Y no sólo porque en En Chimá nace un santo, así como en La calle 10, la historia pueda contarse gracias a la suma de lo que al principio solo fueron pequeñas historias individuales —aquel italiano que precisaba de un milagro para adecentar a sus hijas, aquella ciega, aquella mujer con el vientre seco...—, sino porque, ante la necesidad de adentrar al lector en la atmósfera fantástica donde la fe mueve montañas, se recurre a una focalización desde cada creyente que viene a ser algo así como el equivalente en literatura de lo que en la descripción etnográfica se conoce como la perspectiva emic, intimista y comprometida con una visión desde los sujetos estudiados. Pocos lectores de En Chimá nace un santo podrán negar que, al menos durante el primer tercio de la novela, esta parece ser un representativo producto del mítico boom de los años sesenta —esa consagración publicitaria del “realismo mágico”—, porque, si no, ¿cómo entender que un cadáver no se pudra y que aumente de peso, y que por su influjo vean los ciegos, caigan las lluvias y mueran quienes negaron su santidad? Sin embargo, cuando se está a punto de otorgar la categoría de “fantástica” a la novela, el Zapata Olivella que había debutado como escritor social con Tierra mojada deja sentir una vez más la agudeza de una mirada cuya capacidad analítica se ha acrecentado con los años, como bola de nieve: ahora ha llegado a la región sutil de lo psicológico y sabe que lo único que hay en Chimá es sugestión y trance ante un nuevo traje de emperador que todos necesitan ver. El na-


rrador acaba por verificar que el orden cotidiano jamás había perdido la compostura que han querido escamotearle los devotos: “Aunque perciben el hedor y observan la faz horripilantemente momificada, se engañan a sí mismos y repiten mecánicamente lo que oyen y cuentan al salir lo que no han visto”.7 Ahora el etnógrafo de la multitud ha vuelto a su perspectiva externa, receloso de que el impresionismo de tanta verdad individual termine, al relativizar todo hasta el exceso, echando por tierra las finas pretensiones realistas de la novela. No se piense que hay ambigüedad en ese Zapata Olivella que acepta el milagro para luego denunciarlo como cosa falaz, que ve desde los ojos de sus personajes y más tarde los abandona para mirar desde la altura; él, al articular dos valoraciones opuestas, lo que logra finalmente es azuzar la liebre de la verdad: cuando se ha descrito el mundo de la devoción fácil y popular como si se tratara de la conducta más coherente, y cuando se ha hecho chocar ese gesto contra el igualmente sistemático celo ortodoxo, el lector logra entender que la dimensión mística de un hombre no podría carecer de ninguna de ambas aspiraciones. El novelista de Lorica sabe que el célebre Sir James George Frazer erró de cabo a rabo cuando vio en el pensamiento mágico un desliz del raciocinio primitivo, y por eso prefiere alinearse bajo la idea de que “La superstición y la religiosidad son dos mundos contradictorios que se complementan”.8 Y como el concepto antropológico no agota lo que hay en estas novelas, lo que en ellas es propiamente artístico —la palabra, el símbolo, la imagen— no deja de nutrirse de esa conciliación de lo opuesto, y se fragua para el lector en formas que son tan creíbles como delirantes, tan bellas como horribles o tan desesperanzadoras como optimistas. Es necesario advertir que la incursión profunda de Zapata Olivella en los temas de afrodescendencia se dio posteriormente a la consolidación de su perspectiva de novelista antropólogo. Como no sea en Chambacú, corral de negros

(1963), las novelas publicadas entre 1947 y 1964 sitúan sus acciones bien sea entre comunidades de la llanura del Caribe cuya definición étnica no es muy precisa —a lo sumo se las podría reconocer como mestizas—, o bien en grandes urbes, con la complejidad social que ello implica. Será tardíamente cuando Changó, el gran putas (1983) explore, desde sus raíces mitológicas, la migración africana hacia América; o cuando, como en El fusilamiento del diablo, se defina como objeto literario la movilización reivindicatoria de un líder negro (1986); o cuando, como en Hemingway, cazador de la muerte (1993), se proponga una reconstrucción ficcional de la evolución humana en la cuna de África. A modo de conclusión, resulta legítimo decir que el valor de estas obras de auscultación étnica y cultural quizá deba más a la perspicacia antropológica del autor que al color de su piel, un rasgo —este último— casi siempre sobrevalorado desde las posiciones más esencialistas.

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Referencias bibliográficas 1 Anderson Imbert, E. (1993). Historia de la literatura hispanoamericana, tomo II, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 350, 351. 2 Charry Lara, F. (1992). “La poesía de César Vallejo”, en: Vallejo, C. Sombrero, abrigo, guantes y otros poemas, Bogotá, Norma, pp. 9-32. 3 Menton, S. (1993). La nueva novela histórica de la América Latina 1979-1992, México, Fondo de Cultura Económica. 4 Zapata Olivella, M. (2003). La calle 10, Bogotá, El Tiempo, pp. 119. 5 Ibíd., p. 174. 6 --------(1964). En Chimá nace un santo, Barcelona, Seix Barral, p. 160. 7 Ibíd., p. 105. 8 Ibíd., p. 58.

Juan Carlos Orrego Arismendi es profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia. El presente texto es la versión modificada de una ponencia leída en Bogotá en noviembre de 2005, en un evento organizado por la Fundación Colombiana de Investigaciones Folclóricas a propósito del primer aniversario de la muerte de Manuel Zapata Olivella. 2020 | Abril


A 100 años de su nacimiento Manuel Zapata Olivella: claves para su poética “No dejarse fagocitar por el castellano” Selnich Vivas Hurtado

Solo a un hijo de Changó se le confiere la mu-

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dez del trueno en el canto y la danza. La compañía de los muertos en los vivos. Por eso le son necesarios sus guijarros sonoros. Aunque la lengua extirpada una y mil veces pese más que las cadenas en el cuello, las manos y los pies. Aunque la discriminación, el hambre y la exclusión socioeconómica enciendan la carimba, hay todavía un cuerpo desnudo ungido para el ritual con ancestros futuros y pasados: “no dejarse fagocitar por el castellano”,1 por los prejuicios, serían las señales del oricha protector. En el conjuro hay un alto grado de conciencia histórica en contra de la trata trasatlántica. El escritor no puede olvidar la naturaleza alienante del lenguaje impuesto en el barco negrero. Quien lucha contra el lenguaje, sea científico o literario, lucha contra la esclavitud. El soplo mágico de la palabra libertad emerge cuando “resucitamos antiquísimos antepasados no muertos en nosotros” (p. 154). El castellano —y sus sucedáneos el cristianismo, la ley y la ciencia— se impuso a sangre y fuego, se talló en el cuerpo para mutilar la imaginación. A los nativos de este mundo les usurparon las tierras y sus coordenadas mentales, espirituales. A quienes les fue posible, durante el asalto, esconder temporal o definitivamente las lenguas del territorio les llamamos hechiceros. Algunas de ellas volvieron disfrazadas en las palabras del opresor. Otras tardaron siglos de cautiverio voluntario para retornar impecables y sabias. A las lenguas africanas traídas las amordazaron para que solo aprendieran a Abril | 2020

ladrar sumisas. Por eso algunas, Zapata Olivella las llama sombras perro, a veces les ladraban a su propia gente esclavizada y a sus hermanas desgraciadas. Pero el legado de las potencias invisibles de Yemanyá les devolvió a los insumisos la palabra en rituales de santería, de candomblé, en canciones de salsa o en novelas afrancesadas pero caribeñas. En la religión y en el léxico del amo esclavista aparecieron los ancestros combatientes. Sin darse cuenta, después de cuatro siglos, aparecieron en los dominadores los “valores somáticos, espirituales y sociales” (p. 174) de los pueblos dominados. ¿En qué lengua doler? ¿En qué lengua amar? ¿En qué lengua comunicarse con los ancestros para resistir? ¿En qué lengua debe escribir el hombre libre? ¿En la lengua de los colonizadores? ¿En una lengua nativa? Bienaventurados los que preservaron su lengua en la tierra caminada y la ocultaron atesorada en cada ser desde el origen. Ingeniosos los que inventaron pedazos de lenguas que no encajaban ni en el cuerpo ni en la tierra ni en el mar, pero que declaraban la independencia de una vez y para siempre. Independencia: hablar una lengua que ningún amo entienda. En esa lengua siempre se refundieron “las luchas por la libertad que habían tenido lugar en las anteriores” (p. 178). Magníficos quienes, en la lengua del párroco, del comerciante y del terrateniente, “construyeron un nuevo ethos social y espiritual, ajustado a las disímiles experiencias del grupo en la nueva sociedad” (p. 181).


Fabio Melecio Palacios. Trapiches. Instalación-ensamble (piezas en poliestireno expandido, modeladas y cortadas a mano con lija y con cortadora de ferroníquel). 2015. 1,50 x 96 x 62 cm. Exposición Al final del arco iris. Cámara de Comercio. Bogotá.

Por fuera de esa sociedad germinó otro hijo de Changó: el “mestizo triétnico que se formó a espaldas del alfabeto, la ciencia y la técnica” (p. 276). Ese cantaor y vagabundo “necesitaba un lenguaje común que no fuera el de los amos” (p. 291) y sus descendientes, los defensores de la gramática y del hablar correcto. “Los analfabetos de la conquista y la esclavitud —puras o mezcladas las sangres— crearon sus idiomas clandestinos [patoi, papiamento, slang] para rumiar y cantar sus sentimientos, dolor y rebeldía” (p. 308). Cantaban al ritmo del tambor para conjurar a los letrados sumisos, heraldos de la aculturación y de los valores feudales, cuando era necesario, o de los burgueses cuando había que ser moderno. “El canon europeo obnubiló la imaginación creadora del fabulador”2 a tal punto que después de la independencia política la obra seguía defendiendo la gramática y los valores del antiguo colonizador, ahora convertido en banquero y empresario. “Muchos novelistas, incluso algunos de los que se consideran sus defensores [de lo americano], se identifican con la herencia del amo porque aún persiste en ellos la mentalidad colonizada” (p. 155). Es decir, ser más europeos que americanos. Le reprochan al mestizo triétnico “porque no acepta resignadamente el destino de siervo” (p. 155), mientras

que ellos, los letrados sumisos, “trataban de imitar la donosura académica de los clásicos (Moliére, Cervantes, Camoens, Shakespeare), reprimiendo en su poesía y prosa el caudal mágico religioso de sus soles y océanos” (p. 309). Imitar el lenguaje de otros, aunque sean clásicos, obliga a los letrados del continente a expresarse en “idiomas extraños a nuestros antepasados amerindios y africanos” (p. 308). Imitar los estilos, los géneros, las estructuras es habitar nuevamente las cárceles del lenguaje transplantado: O Biblia o ley o guillotina. Pero cómo aceptar la subordinación al idioma impuesto si el habla popular de la nueva sociedad es una revuelta política, religiosa, poética y cognitiva. “Sólo la tradición oral de esos oprimidos, gestora de nuevos idiomas y connotaciones africanas, indias y europeas”, hacía posible la “mirada totalizadora del mestizo triétnico: No más ‘yo’. No más ‘tú’. No más ‘él’. Sino las mil voces americanas conjugando el ‘nosotros’” (p. 291). En el lenguaje de la mulatería, el mestizo triétnico profirió su “cha-la-la”, “no soy mudo” (p. 289). En esa mudez elocuente, brotó “Latinoamérica como un vientre cósmico con muchas naciones, vivencias, realidades sociohistóricas y culturales que no deben continuar alienándose en una falsa unidad literaria” (p. 201). Las lenguas europeas modernas no pueden ser el rasgo distintivo de las literaturas en América. Es hora de “desnudarnos de prejuicios europeizantes y de sentir el orgullo de emerger de un mundo de culturas antiquísimas” (p. 151). El hombre americano es “abigarrada mezcla de celtas, íberos, bretones, árabes, griegos, italianos, hotentotes, congoleses, kikuyos, pigmeos, mayas, incas, aztecas, chibchas, a los que se han sumado más recientemente judíos, japoneses, chinos, sirios, holandeses” (p. 151). Para el mestizo y triétnico, la nueva literatura europea escrita y vivida en América es un “grito políglota” (p. 309). Nacida de la memoria colectiva del continente, ese orikí bebe de las fuen2020 | Abril

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tes más lejanas en el tiempo y en el espacio y se funde con ellas en un movimiento perpetuo. Frente a ese grito no basta con copiar a Kafka, Faulkner, Balzac o Pío Baroja. En el nuevo lenguaje literario deben “retumbar […] las voces del guaraní, del azteca y del caribe: ‘guajolote’, ‘guámbito’, ‘alijuna’. Que golpeen duro ‘lumbalú’, ‘bongó’, ‘cumbia’, como ecos de tambores embravecidos. Que se diga ‘orraite’ cuando una cosa está bien hecha porque este vocablo nos lo dejó un gringo que zurraba negros en el Chocó, y también ‘jarardina’, que a las orillas de los ríos Magdalena y Sinú tiene sabor de vaina o jodencia árabes” (p. 153). Necesitamos formas expresivas y estructuras poéticas nuevas, pero no por simple experimentación estilística; las realidades históricas y los cruces culturales requieren de procesos cognitivos distintos a los de la letra impresa. En una novela americana no se puede esperar que todos los personajes sean letrados parisinos, lectores de Sartre y Camus. Es indispensable que también haya espacio para quienes, fuera del campo literario, viven del “baile, canciones, oficios, magias, supersticiones” (p. 156). El alabao y el spiritual son formas poéticas únicas porque surgieron de condiciones muy particulares de la experiencia humana. No podían crearse ni fuera del Chocó ni fuera de New Orleans. En ambas hay religiosidad y rebeldía, canto y puño. En ambas habita una África muy americana que elabora el dolor desde la sabiduría ancestral y lo transforma en sanación moderna. El proceso creativo/curativo que sustenta la obra de Manuel Zapata Olivella (Lorica, 1920-Bogotá, 2004) opera bajo un criterio sencillo: descolonizarnos, despojarnos de los prejuicios epistémicos que siguen enfermando nuestra sociedad. El método científico no es ni superior ni inferior a la sabiduría ancestral. Del mismo modo, la literatura no se puede separar de la ciencia, ni al revés. En la confluencia de saberes y perspectivas está el verdadero propósito de la justicia y la reparación histórica. A los largos periodos de exterminio Abril | 2020

Fabio Melecio Palacios. Trapiches. Instalación-ensamble (piezas en poliestireno expandido, modeladas y cortadas a mano con lija y con cortadora de ferroníquel). 2015. 1,50 x 96 x 62 cm. Exposición Al final del arco iris. Cámara de Comercio. Bogotá.

y exclusión deben sobrevenir periodos de reconocimiento y aprendizaje mutuo, en convivencia. La justicia epistémica le permite hablar con admiración: “La intuición empírica de los waunana es mucho más asombrosa: en la idea de que el propio individuo posee los espíritus o jais capaces de controlar las enfermedades exteriores e interiores, encontramos expuestos los fundamentos de la teoría científica de los anticuerpos. Antes de que Jenner, Pasteur y Lister asombraran al mundo con sus vacunas, los jaibanás del Chocó presentían el mecanismo defensivo de los humores sanguíneos y el contagio de las enfermedades infecciosas”.3

Referencias 1 Salvo cuando se indica algo distinto, todas las citas, en las páginas registradas, se toman de la obra Zapata Olivella, M. (2017). Deslumbramientos de América, Cali, Universidad del Pacífico. 2 Mina Aragón, W. (2017). “Estudio introductorio. Alienación y desalienación de la novela”, en: Zapata Olivella, M. Deslumbramientos de América, Cali, Universidad del Pacífico, p. 21. 3 Zapata Olivella, M. (2010). Por los senderos de sus ancestros. Textos escogidos, recopilación y prólogo Alfonso Múnera, Bogotá, Ministerio de Cultura, p. 362.

Selnich Vivas Hurtado es escritor y profesor de literatura. Dirige la Revista Universidad de Antioquia.


Manuel Zapata Olivella, el eterno vagabundo Olga Arbeláez

A la memoria de Manuel Zapata Olivella (1920-2004).

Todavía recuerdo esa mañana fría del 24 de

octubre del 2000 cuando fui a recoger al maestro Zapata Olivella al aeropuerto de la ciudad de Saint Louis, en el estado de Missouri. Entre otras cosas, el aeropuerto es famoso porque tiene en exhibición la emblemática avioneta El espíritu de Saint Louis, con la que Charles Lindbergh hizo el primer viaje transatlántico de la historia de la aviación. Charles Lindbergh es un hito en la historia norteamericana por su valor e intrepidez. Este viaje, y los muchos otros que haría después, convertirían a Lindbergh en un héroe a nivel mundial. Y allí, bajo El espíritu de Saint Louis, me encontraba yo, entre tímida y nerviosa esperando al gran Manuel Zapata Olivella, a ese gran aventurero y viajero incansable, a ese eterno vagabundo. El maestro llegó solo y caminando con dificultad. Hacía unos pocos meses había sufrido un derrame cerebral que le había limitado notablemente el movimiento de la parte derecha de su cuerpo y, aunque ya había recuperado algo de su movilidad, caminaba con lentitud apoyándose en un bastón. Obstinado, no aceptó mi brazo o ningún tipo de ayuda para caminar o para subirse en el carro. Orgulloso e independiente, en los dos días que estuvimos juntos, nunca aceptó mi ayuda, a pesar de que comía con dificultad con la inexperiencia de su mano izquierda. Tampoco necesitó mi ayuda cuando al otro día cautivó a un grupo de estudiantes de Saint Louis University con su voz, su intensa pasión y su vívida e intensa descripción del proceso de la esclavitud. Al regresarlo al aeropuerto, al terminar nuestro

tiempo juntos, no pude dejar de notar que viajaba muy ligero, señal de alguien que está muy acostumbrado a andar solo por el mundo. A sus ochenta años, y delicado de salud, Zapata Olivella estaba de gira por Estados Unidos, acompañado tan sólo por una valija muy ligera y contando con la sola ayuda de su bastón. Dos meses después, para rendirle homenaje al maestro Zapata Olivella, el gobierno colombiano le otorgó la prestigiosa Orden de Boyacá; además, el Ministerio de Cultura hizo una reedición de dos de sus primeros libros: Pasión vagabunda (1949) y He visto la noche (1952). Estos textos documentan en forma de relatos una etapa de la juventud del escritor en la que se exiló voluntariamente de Colombia. Aunque resulta un tanto desconcertante que, dentro de la amplia obra del escritor, que se encontraba ya en ese entonces agotada y que incluía textos literarios y ensayos premiados a nivel nacional e internacional, hubieran sido estos dos textos tempranos y prácticamente desconocidos, los escogidos. Para ese entonces, era imposible encontrar ediciones de sus novelas Chambacú, corral de negros, El fusilamiento del diablo y Changó, el gran putas, textos consagrados de la literatura colombiana y, más importante aun, de la literatura afrodescendiente en lengua castellana. Cualquiera que fuera la razón, es innegable que la publicación de los primeros escritos de Zapata Olivella contribuyó, además de rescatarlos del olvido, a dar a conocer al público colombiano las andanzas extraordinarias y singulares del autor durante su juventud, así como el ofrecer testimonio de una vida apasionante y poco convencional, guiada siempre por lo que el propio autor y otros han identificado como su vocación de vagabundo. 2020 | Abril

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Los escasos estudios críticos sobres estos primeros textos, publicados la mayoría antes del homenaje del gobierno colombiano a Zapata Olivella, han resaltado su importancia como relatos de viajes, género que recibió mucha atención por parte de los estudiosos de la literatura y la cultura hispanoamericana a finales del siglo xx y a principios del xxi. En particular, Lawrence Prescott encontró en He visto la noche de Zapata Olivella, en comparación con otros relatos de viajes de latinoamericanos a través de los Estados Unidos, una visión única de Norteamérica, no solamente porque, por haber viajado ilegalmente, “las experiencias que narra son distintas —o percibidas de otra manera— de las que vivieron los visitantes privilegiados”, sino, además, “por la identidad ‘negra’ del autor y el enfoque de este en la población afronorteamericana”.1 Marvin Lewis, por su parte, resaltó la importancia de estos textos desde el punto de vista de la autobiografía; según Lewis, “considerar estos textos solamente como literatura de viajes es cuestionable, puesto que Zapata Olivella está ante todo preocupado por la afirmación de una identidad individual y étnica dentro de sociedades racistas”.*2 Para Lewis, la información autobiográfica que permea estos textos durante este período de la vida de Zapata Olivella es muy importante para el estudio de la evolución de su autor porque “ representa un paso en el proceso de maduración, el paso hacia una sofisticada adultez de parte del autor en la encrucijada cultural americana”.2 Pasión vagabunda es un texto de memoria personal en el que el autor describe sus viajes por Colombia, Centroamérica y México, después de haber abandonado sus estudios de medicina en Bogotá. He visto la noche documenta la segunda parte de su viaje, en la que su exilio voluntario lo lleva a aventurarse por los Estados Unidos: sus peripecias durante su estancia en Los Ángeles, Chicago, Nueva York y su recorrido por el sur de este país durante la época de la segregación. Ambas obras describen en gran detalle los contratiempos que el Abril | 2020

joven vagabundo sufrió para poder sobrevivir: el hambre, la falta de dinero, la carencia de un techo para dormir, la generosidad de las almas caritativas que le ayudaron en el camino, así como la indiferencia de otros. Sin embargo, todas estas anécdotas personales están intrínsecamente relacionadas con sus observaciones sobre la vida y la situación de las personas y grupos que va encontrando en su peregrinaje. Más que relatos de viajes o reportajes de una experiencia autobiográfica, tanto Pasión vagabunda como He visto la noche son textos en los que la memoria y la escritura develan la compleja problemática de Zapata Olivella desde el exilio, a través de sus experiencias personales y de las de otros que, como él, son forzados a habitar en espacios marginales. Tradicionalmente, la autobiografía como género —y todos los sub-géneros relacionados con ella— se ha considerado como una forma de manifestación de la individualidad de un ser humano y, por lo tanto, la representación textual de un yo. De acuerdo con la definición de James Goodwin, “la autobiografía –como género donde confluyen el yo, la vida y la escritura– es un registro literario de la evolución humana en la individualidad”.3 Así mismo, según Phillippe Lejeune, una autobiografía es un “relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad”.4 Ambas definiciones parten de una concepción del individuo como un sujeto autónomo que es capaz de representarse a sí mismo. Esto quiere decir que se originan en una noción de sujeto construida sobre la base de la visión eurocentrista de la Ilustración. Resulta un tanto problemático utilizar estos conceptos para aproximarse a la lectura de estos textos autobiográficos de Zapata Olivella, puesto que él está lejos de representar ese sujeto autónomo y representativo de una sociedad monolítica y homogénea que se identifica normalmente con el yo que enuncia en una autobiografía.


Fabio Melecio Palacios. Trapiches. Instalación-ensamble (piezas en poliestireno expandido, modeladas y cortadas a mano con lija y con cortadora de ferroníquel). 2017. 1,50 x 96 x 62 cm. Exposición individual. Proartes. Cali.

Posicionado al margen de la sociedad, Zapata Olivella es un sujeto en crisis que enuncia desde múltiples periferias sociales y culturales. Su discurso, por lo tanto, entra en conflicto con las prácticas hegemónicas de la cultura dominante colombiana. Entre los teóricos que se han dedicado al estudio de la autobiografía, Betty Bergland cuestiona la manera tradicional de concebir e interpretar al yo autobiográfico al formular la siguiente pregunta: “¿en el centro de una autobiografía leemos a un yo, al individuo esencial, imaginado como un ser coherente y unificado, el originador de su propio significado, o leemos al sujeto postmoderno –un sujeto dinámico que cambia con el tiempo, que está situado históricamente en el mundo y que está posicionado en discursos múltiples?”.5 (134). Además de articular a un sujeto posicionado entre múltiples discursos, la lectura de los textos de Zapata Olivella revela

la presencia de un sujeto postmoderno en crisis y fragmentado. En la carta que le escribe a su hermano Juan para tratar de explicarle su decisión de abandonar sus estudios y de hacerse vagabundo, Zapata Olivella dice: “Bien sabes que ‘uno’ no es uno sino muchos, un complejo de ideas, humores, herencias, medios y sentimientos. Muchas veces estas fuerzas heterogéneas nos hacen impotentes, ya que actúan por mecanismos ocultos donde la inteligencia y la voluntad más sagaces no logran dominarlas”.6 Es precisamente ese sentimiento de fragmentación que lo atormenta, la única razón concreta con la que Zapata Olivella va a intentar explicar su decisión de abandonar abruptamente sus estudios universitarios para aventurarse por el mundo. Como indica un poco más adelante en la carta a su hermano, mencionada anteriormente, él mismo no sabe exactamente por qué abandonó a Bogotá o qué está buscando, o cuál es la causa de la desazón que experimenta: 2020 | Abril

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Yo no estoy en ningún abismo, ni siquiera al borde, sólo he perdido el equilibrio de una vida intranscendente, fácil, mundana … Si no estoy en ningún abismo, entonces, ¿cuál es ese estado afectivo que me hace tremolar como un alambre acariciado por el viento? ¿Seré un incomprendido? … dentro de mí hay algo imposible de captar con los ojos de la conciencia, con mis palabras sólo podría decir que he perdido los tegumentos y mis terminaciones nerviosas están a flor de excitaciones.6

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A pesar de no poder explicarle a su hermano y, por lo tanto, no poder explicarse a sí mismo exactamente la razón e incluso la naturaleza de su crisis personal, Zapata Olivella admite que detrás de su “pasión vagabunda” hay un interés por conocer los múltiples rostros de la pobreza y experimentar las condiciones de vida de los marginados. Aunque se solidariza con todos ellos, al avanzar en la lectura de ambos textos se observa que, a lo largo de su deambular, la mirada del joven Zapata Olivella se va a posar particularmente sobre las condiciones de vida de las comunidades afro que va encontrando en su camino y, específicamente, va a documentar su miseria y opresión. Este interés por los afrodescendientes va a empezar a hacerse manifiesto durante su estadía en el suroccidente colombiano. En ruta al puerto de Buenaventura, donde espera irse de polizón a Buenos Aires, Zapata Olivella decidió “gastarse sus últimos centavos” y detenerse en Puerto Tejada, “cuna de tantos amigos negros que despertaron mi inquietud por el conocimiento y defensa de la raza … [para] palpar de cerca el calor de aquella agrupación de tradición africana”.6 Si bien Zapata Olivella había vivido en la zona mulata de Cartagena y se percibía a sí mismo como mulato, en el momento de su entrada a este pueblo habitado por negros, descubre un mundo que si bien le es familiar le es también ajeno. Su descripción de la población sorprende porque devela esa experiencia que Stuart Hall ha descrito como “el shock de la dualidad entre la semejanza y Abril | 2020

Fabio Melecio Palacios. Trapiches. Instalación-ensamble (piezas en poliestireno expandido, modeladas y cortadas a mano con lija y con cortadora de ferroníquel). 2017. 1,50 x 96 x 62 cm. Exposición individual. Proartes. Cali.

la diferencia”,7 lo cual demuestra su propia posición fronteriza con respecto a sus hermanos de raza, igual a ellos, pero a la vez diferente: a pleno Sol penetré en el pueblo … Me pareció ver la misma persona en todas partes, hasta que me fui acostumbrando a diferenciar sus rostros negros, iguales, con su porte alto y sus brazos largos. Nunca pensé que la raza se conservara tan pura como la veía ahora desafiante a las embestidas de la mezcla y la explotación. La arquitectura de Puerto Tejada era similar a la de cualquier otro pueblo, pero el sello de su pigmentada gente no tenía igual. … En Puerto Tejada amé la tradición como si de repente, en mitad del camino, se hubieran borrado cinco siglos de historia que dieron a la sangre nuevos bríos y nuevos gritos.6

Por el color de su piel, Zapata Olivella se reconoce igual a los negros del pueblo, pero a la vez se siente diferente porque ellos sí son negros puros. Aunque vea como diferentes e iguales a sus hermanos de Puerto Tejada, esta experiencia va a proporcionar al joven vagabundo un propósito específico a su deambular por el mundo: “tuve conciencia de mis deberes para redimir a los negros aún vejados con una profunda discriminación económica, no sólo en mi país, sino en el mundo”. 6 Por eso, antes de dejar Puerto Tejada y continuar su camino, el joven Zapata Olivella anuncia: “Buscaré a los negros dondequiera que vaya”.6. El


descubrimiento de la diversidad cultural entre los afrodescendientes es un ejemplo de las maneras como las comunidades afrocolombianas han negociado su “otredad” con respecto a los centros del poder. Esto, incluso, como es en el caso de la experiencia de Zapata Olivella, lleva a cuestionar la noción de afrocolombiano/a para designar grupos que, en muchos casos, no tienen mucho en común. Efectivamente a partir de este momento, Zapata Olivella no solamente va a buscar a los negros en sus viajes, sino que va a escribir casi exclusivamente sobre ellos y a documentar su explotación y discriminación permanentes. Su travesía lo llevará a los barrios negros de Buenaventura, a convivir con los mineros negros del Chocó y a mirar a Cartagena desde una nueva perspectiva. Fuera de su país, su mirada se va a concentrar en las condiciones infrahumanas de los negros en el canal de Panamá; en la explotación a manos de la United Fruit Company de los negros antillanos en Puerto Limón en Costa Rica y a lo largo de toda la costa atlántica de Honduras; en las condiciones de pobreza extrema de los negros en las barriadas de Puerto Barrios en Guatemala; en el tratamiento humillante al que estaban sometidos los negros en México, y en las consecuencias de su segregación en los Estados Unidos Es, precisamente la documentación de lo observado, lo que determina la importancia de ambos textos como relatos de viajes. Sin embargo, puesto que la perspectiva del yo que narra se sitúa desde la margen, resulta un tanto problemático categorizarlos, ya sea como relatos de viajes o como textos autobiográficos, géneros que surgen y se desarrollan dentro de una tradición y perspectiva eurocentristas. Al contrario, vale la pena reconocer su extraordinaria complejidad, al examinarlos desde una categoría de textos que Mary Louise Pratt ha denominado autoetnografías. en los que el sujeto que ve, es decir el sujeto que enuncia, pertenece al grupo y al entorno que observa y escribe. Pratt dice:

“ Si los textos etnográficos son el medio por el cual los europeos representan entre ellos a sus (usualmente subyugados) otros, los textos autoetnográficos son aquellos que los otros construyem en respuesta a o en diálogo con esas representaciones metropolitanas”.8 Es desde esta perspectiva que quiero enfatizar, en primer lugar, la necesidad de considerar Pasión vagabunda y He visto la noche como textos esenciales en la memoria cultural afrodescendiente, por ser tal vez los únicos textos autoetnográficos que representan la experiencia de los afrodescendientes no sólo en Colombia sino en Centro América, México y los Estados Unidos. Siguiendo el mismo razonamiento, se hace necesario enfatizar, en segundo lugar, que el yo autobiográfico o el sujeto que enuncia en estos textos de Zapata Olivella, es también un Nosotros que da testimonio de las condiciones de vida de las comunidades afroamericanas. Kenneth Mostern ha postulado que en la lectura de los textos autobiográficos afro-anglosajones es necesario “negociar la compleja interacción entre el ‘Yo’ del sujeto autobiográfico y las colectividades implícitas o explícitas (ejemplos del ‘nosotros’) que representa (factualmente)”.9 La misma noción debe aplicarse a la lectura de estos textos autobiográficos de Zapata Olivella que no son solamente autoetnográficos o memorias culturales, sino que, en ellos, la experiencia individual del joven vagabundo se convierte en testimonio de la experiencia de marginación y desplazamiento de los afrodescendientes en el continente americano. Ahora bien, como los límites entre la memoria personal y el testimonio son imposibles de trazar, siguiendo las reflexiones de Doris Sommer con respecto al testimonio, hay que considerar a Pasión vagabunda y He visto la noche, además, como discursos contrahegemónicos en los que el Yo representa al Nosotros. Sommer indica que los testimonios “no son escritos para el crecimiento de un individuo o su glorificación, sino que se ofrecen por intermedio del que es2020 | Abril

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cribe a un público más amplio como una estrategia general para ganar espacios políticos”.10 Indiscutiblemente, a su regreso a Colombia, la intención de Zapata Olivella al publicar estos relatos es política y determina el comienzo de su lucha por los derechos de las comunidades afrohispanas en el nuevo mundo, proyecto en el que perseveró hasta que lo sorprendió la muerte en 2004. En la lectura de estos textos encontramos las raíces y la evolución de su furia negra, presente en sus novelas y ensayos posteriores.

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Son, precisamente estos dos aspectos, que he querido resaltar aquí, donde radica la enorme importancia de Pasión vagabunda y He visto la noche. Ambos textos son una parte esencial de la memoria cultural colombiana, una memoria hasta ahora muy selectiva que ha negado y continúa invisibilizando la participación de los afrodescendientes en la vida nacional. Ambas obras, además, deben convertirse en patrimonio cultural, pues documentan parte de esa historia con mayúscula, aún no escrita, sobre la experiencia de marginación e invisibilidad a que han estado sometidas las comunidades afrodescendientes en nuestro continente americano desde la llegada de los primeros esclavos a las Américas. Manuel Zapata Olivella vino a Saint Louis University a enseñarles a mis estudiantes sobre la esclavitud, sobre el genocidio que tuvo lugar durante la trata transatlántica de esclavos por más de trescientos años. Y, mientras hablaba con su voz regia y profunda, hubo momentos en que sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que parar para contener su emoción. Los estudiantes estaban electrizados. El eterno vagabundo estuvo con nosotros solamente dos días. Dos días que fueron absolutamente inolvidables. Y siempre que voy al aeropuerto de Saint Louis y veo el avión con el que Lindbergh atravesó heroicamente el Atlántico, recuerdo a este otro pionero, el gran Manuel Zapata Olivella, quien se embarcó en Abril | 2020

una aventura increíble en su juventud y quien, gracias a su espíritu vagabundo, nos abrió a todos nuevos caminos y nuevas maneras de mirar nuestra realidad colombiana y el mundo. Si no han leído Pasión vagabunda y He visto la noche, se los recomiendo.

Nota * Las traducciones de las citas de los textos en inglés son responsabilidad de la autora.

Referencias 1 Prescott, L. (2001). “Afro-Norteamérica en los escritos de viaje de Manuel Zapata Olivella”, en: Afro-Hispanic Review, 20:1, Vanderbilt University, Nashville, Tennessee, Estados Unidos, p. 56. 2 Lewis, M. (1997). “Manuel Zapata Olivella and the art of autobiography”, en: Osorio, B., Ordóñez, M. y Luque, M. (eds.), IX Congreso de la Asociación de Colombianistas. Colombia en el contexto latinoamericano. Memorias, Universidad de los Andes / The Pennsilvania State University, Bogotá, pp. 283, 285. 3 Goodwin, J. (1993). Autobiography: The Selfmade Text, Nueva York, Twayne Publishers / Toronto, Maxwell Macmillan, p. 10. 4 Lejeune, P. (1991). “El pacto autobiográfico”, en: VV. AA., La autobiografía y sus problemas teóricos: Estudios e investigación documental, Suplementos n.° 29, Barcelona, Anthropos, p. 48. 5 Bergland, B. (1994). “Postmodernism and the Autobiographical Subject: Reconstructing the ‘Other’”, en: Ashley, K., Gilmore, K. y Peters, G. (eds.), Autobiography and Postmodernism. Amherst, University of Massachusetts, p. 134. 6 Zapata Olivella, M. (2000). Pasión vagabunda / He visto la noche, Bogotá, Ministerio de Cultura, pp, 25, 26, 51, 52. 7 Hall, S. (1990). Cultural Identity and Diaspora, Londres, Lawrence and Wishart, p. 396. 8 Pratt, M. L. (1992). Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Nueva York, Routledge. 9 Mostern, K. (1999). Autobiography and Black Identity Politics, Cambridge, Cambridge University Press, p. 45. Gilmore, Leigh. The Limits of Autobiography: Trauma and Testimony. Ithaca: Cornell UP, 2001 10 Sommer, D. (1988).“Not Just a Personal Story: Women’s testimonies and the Plural Self”, en: Life/Lines: Theorizing Women’s Autobiography, Ithaca: Cornell University Press, p. 109.

Olga Arbeláez. Profesora en St. Louis University.


Mi encuentro con Manuel David Cabezas Galindo

por lo tanto, me ocultaban que estas entidades eran ancestros que nos acompañan desde nuestra llegada a estas tierras para perpetuar la tarea de vivificar el Muntu en América.

Fabio Melecio Palacios. Alimentando el pensamiento. Instalaciónensamble (ollas arroceras, huesos de pata de vaca y ceniza). 2015. 40 x 25 cm. Exposición Afro Universidad de Antioquia.

Dos veces intenté leer la majestuosa obra y el resultado fue el mismo, confusión y descontento. Para paliar mi dolor / ignorancia, recurrí al documental Manuel Zapata Olivella abridor de caminos y pude darme cuenta de la dimensión del ser al que me estaba acercando, a quien desconocía totalmente y para quien no tenía el debido nivel para comprender, ni disfrutar.

Desafío

Mi acercamiento al ekobio [compañero] ma-

yor Manuel Zapata Olivella se ha movido entre el descontento, el desafío y el asombro. Espero en estas líneas dar cuenta de eso.

Descontento A la mitad de mis estudios universitarios, por razones que no recuerdo, pero no por el plan de estudios, me enteré de la obra de Zapata Olivella. Changó, el gran putas fue lo primero que llegó a mis manos, y como muchos neófitos, fui devuelto desde las primeras páginas al no comprender el lenguaje desafiante que explotaba mi entendimiento. ¡Claro que no lo iba a entender! Si en la escuela, el colegio o la casa nunca me hablaron de él y, más aún, si la formación cristiana que pesaba en mí, me repetía una y mil veces, desde sus racistas, estereotipadas y coloniales disertaciones religiosas, que los orixás Changó, Elegba, Odumaré, Obatalá y Yemayá, eran unos demonios, y,

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Desde Medellín, antes de salir de viaje fuera del país, el hermano Elvis Leyes me había sugerido leer y buscar en Quito al maestro Santiago Arboleda, pero me generaba vergüenza buscarlo. En octubre de 2016, al finalizar una presentación de canticuentos en el centro cultural Casa Uvilla en Quito, Ecuador, el maestro Santiago Arboleda Quiñonez, me preguntó cuál era mi profesión, yo le respondí que era un “vago”, él sonrío y me dijo: “me recuerdas a Manuel Zapata Olivella”. Entre risas, abrazos, cervezas y asado, generosamente nos habló y recomendó leer los inicios de Manuel, hizo hincapié en sus libros de viaje y su manera de nombrarse como “vagabundo” y nos dijo: “deben leerlo desde ahí, para poder comprender lo que narra en Changó”. El desafío estaba planteado y para poder acercarme a Manuel debía buscar sus comienzos, pero no estaba en Colombia, y esa literatura no la encontraba digitalmente. En Lima, dos meses después, en tres encuentros, dos furtivos y uno planeado, el maestro “José Cheche” Campos, se refirió a su cercanía con 2020 | Abril


Manuel, de cómo lo recibió en su casa en Bogotá, cuando era un joven viajero, del Primer Congreso de la Cultura Negra en las Américas y de la “tigritud”.1 En varios momentos y lugares del exterior, hablé de Manuel como el principal escritor afrocolombiano, pero sintiendo una angustia por caminar las indicaciones literarias del maestro Santiago.

Asombro

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En octubre del 2018, a mi llegada a Colombia, después de dos años de haber dialogado con el maestro Santiago, pude leer el libro Pasión vagabunda, no sin antes deambular fallidamente intentando comprarlo en las librerías de segunda de Medellín. El asombro fue instantáneo: era un Manuel joven e intrépido que se narraba así mismo, en su “afán por ser”. Me identifiqué completamente con sus locuras; en el libro narraba su renuncia a la universidad, su intento de viajar hacia Brasil por la selva, inspirado en La vorágine de José Eustasio Rivera, su regreso a Bogotá, su viaje hacia Cali, Buenaventura, el Pacífico, el Chocó, el río Atrato, el Caribe, Cartagena, Panamá y Centroamérica hasta la frontera de México con Estados Unidos. Era otro Manuel, otro lenguaje; en sus relatos manifestaba sus angustias, penurias, vocación, anhelos, contradicciones. Era el inicio del gran pensador que, aún me pregunto, cómo sigue escondido para muchos de nosotros. Las lecturas continuaron. Siguieron: He visto la noche, un conjunto de relatos sobre su recorrido por Estados Unidos: Los Ángeles, Chicago, Nueva York y los estados del sur experimentando la ignominiosa “línea de color”; Tierra mojada, su primera novela que narra la situación del campesino arrocero en el bajo Sinú; Chambacú corral de negros, una novela sobre el barrio en Cartagena donde habitaron familiares suyos y que, a mi juicio, es la continuidad de la anterior, en tanto se ocupa del campesino afro, desplazado del campo, que es segregado Abril | 2020

y perseguido en la gran ciudad; Hotel de vagabundos, un guion teatral sobre los habitantes de un hotel en el que habitó en Nueva York; China 6 a. m., una serie de relatos sobre su viaje como delegado cultural a la China naciente de Mao; En Chimá nace un santo, una novela sobre la proclamación de santo a un lisiado, exponiendo las ideas mágico-religiosas de la Costa Atlántica colombiana y La calle 10, la novela donde describe a la población empobrecida de esta tradicional calle de Bogotá. Al finalizar estas lecturas, les manifesté a mis compañeros de grupo Canticuentos* que la vida y obra de Manuel eran canticuentos y que haríamos una obra en homenaje a él y que se llamaría Narrando a Manuel. Me objetaron, y me afirmaron que para eso debíamos leer toda su obra, mi respuesta fue decir que sí, “que teníamos que leerlo todo, que por respeto a él debíamos hacerlo”. Para mayo del 2019 había leído El fusilamiento del diablo, una imponente novela sobre el chocoano Manuel Saturio Valencia, el último fusilado en Colombia; en junio la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, abrió la Convocatoria de Estímulos para el Arte y la Cultura 2019 y decidimos presentarnos a la Beca de Narración Oral con la propuesta Manuel “canticuentiado” con esta motivación: Este proyecto de narración oral “canticuentea”, danza y musicaliza la vida y obra de Manuel Zapata Olivella a partir de cinco instancias (viajero, médico social, afro-activista, investigador cultural y humanista) que emanan de lecturas de su extensa producción literaria, académica, política y cultural. Con esta obra nos unimos a la celebración mundial de los cien años de su natalicio, el cual acontecerá el próximo año (17 de marzo de 1920 - 19 de noviembre de 2004).

Dos meses después fuimos notificados como ganadores de la beca (tremenda alegría y responsabilidad: “la piel del tigre” nos estaba intimidando) con el compromiso de realizar dos conversatorios y dos presentaciones de la obra en la ciudad. Basándonos en la lectura y revi-


Fabio Melecio Palacios. Alimentando el pensamiento. Instalación-ensamble (ollas arroceras, huesos de pata de vaca y ceniza). 2015. 40 x 25 cm. Exposición Afro Universidad de Antioquia.

25 sión de su obra, propusimos las cinco instancias mencionadas que hemos utilizado para entender su pensamiento y perpetuar el asombro: • Viajero. En ella contamos la génesis de su vagabundaje por el mundo, su insatisfacción en la Facultad de Medicina. Obras: Pasión vagabunda, He visto la noche, Hotel de vagabundos, China 6 a. m. • Médico social. Describimos la sensibilidad social que alcanza, toca y transforma a Manuel y le permite descubrir las razones por las cuales la sociedad se enferma: “es más un problema de orden social que biológico”. Representamos su pensamiento describiendo el despojo en la ruralidad, el desplazamiento a la ciudad y su posterior marginalización. Obras: Tierra mojada, Chambacú corral de negros, Detrás del rostro, El fusilamiento del diablo, La calle 10; cuentos: “La ciénaga cercada” y “Un acordeón tras las rejas”. • Afro activista. Zapata Olivella se descubre “negro” en Bogotá y en Estados Unidos

donde experimenta la segregación racial, “la línea de color”. En su trabajo por entender, denunciar y transformar este fenómeno social, crea lazos y hermandades panafricanistas en todo el mundo. Obras: Changó, el gran putas; cuento: “Un extraño bajo piel”. • Investigador cultural. Una faceta importante de Manuel es su búsqueda por comprender, cultural y antropológicamente, a Colombia y sus habitantes. En este momento es fundamental la fundación de la Revista Letras Nacionales y el trabajo realizado con su hermana Delia Zapata Olivella recorriendo e investigando el país, creando el Instituto de Investigaciones Folclóricas, y representando artísticamente a Colombia en diferentes naciones del mundo como China, Rusia, Alemania, Francia, España, entre otras. Obras: El hombre colombiano, Tradición oral y conducta en Córdoba, Nuestra voz y la revista Letras Nacionales. • Humanista. En la etapa final de su vida, Manuel se inquieta por el mestizaje y pro2020 | Abril


fundiza en la “trietnicidad”. Creemos que esa voz estaba marcada por una búsqueda para “sanar” y “humanizar” a una humanidad del siglo xx con un peso transido por la Colonia, la esclavización, el imperialismo y los movimientos sociales en vigor. Obras: Las claves mágicas de América, El árbol brujo de la libertad, La rebelión de los genes, Deslumbramientos de América, Africanidad, Indianidad y Multiculturalidad.

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Al iniciar la obra, leímos Levántate mulato, su libro autobiográfico que siento fue escrito por Manuel pensando en nosotros, los que no tuvimos el privilegio de estar a su lado. En esta obra nos relata sus orígenes triétnicos, la majestuosidad y potencia de su padre, el maestro y librepensador Antonio María Zapata, su vínculo afectivo y amoroso con su madre Edelmira Olivella, las vivencias familiares en Lorica, la etapa infantil y juvenil en el barrio Getsemaní de Cartagena, pero, en especial, Manuel narra el antes y el después de su viaje de cuatro años, el sinsabor que tenía de sus dos libros de viajero, en los que plasma la angustia familiar y personal por su salida, y las implicaciones políticas y profesionales del regreso.

El viaje, vagabundos Como parte del trabajo investigativo para la obra, realizamos un recorrido siguiendo los pasos de Manuel por Colombia; estuvimos en Medellín, Cartagena, Lorica, Montería, Villavicencio, Cali y Bogotá, donde entrevistamos a diferentes personas sabedoras y estudiosas de su obra. Contemplamos el río Sinú, nos perdimos por las callejuelas del barrio Getsemaní y alucinamos en el inexistente Chambacú. En el acuciante frío de Bogotá buscamos al ekobio mayor por la Calle 10, por la carrera séptima, en la Plaza de Bolívar, en las aulas de medicina de la Universidad Nacional, hurgamos sobre su literatura con vendedores y compradores de libros usados, lo invocamos en el Instituto Caro y Cuervo, fuimos sobrecogidos en el Palenque Abril | 2020

de su hermana Delia y sentimos el dolor de su partida, al frente de Hotel Dann Colonial en La Candelaria.

Continúa el ciclo En una madrugada, al terminar de leer Levántate Mulato, sentí la bendición de Manuel para poder leer, por fin, bajo su compañía, a Changó, el gran putas. Quedé anonadado. Mentiría si dijera que entendí todo, pero de lo que sí puedo dar cuenta, es de que vibré ante la exposición soberbia de Manuel de la imponente epopeya africana en América, manifestada en diversas vidas y acompañadas heroicamente por los orixás y los ancestros Ngafúa y Sosa Illamba. Necesitaré leerlo de nuevo, pero ya sé que están conmigo. Aún continúo entre el descontento, el desafío y el asombro. Descontento: me enteré 2 y 3 de que la mayor parte del archivo de Manuel fue vendida (lo siento como un robo) a una universidad de los Estados Unidos; ni el Ministerio de Cultura de Colombia ni ninguna otra institución u organización lo compraron y me toca padecer la solicitud de una visa, para seguir profundizando en su obra. Desafío: Manuel aún nos plantea la necesidad de desalienar nuestro pensamiento; su profusa obra demanda una lectura profunda, juiciosa y crítica que nos tenderá puentes con los ocultos intelectuales afros con quienes convivió y nos aportará elementos para pensar nuestros problemas sociales contemporáneos. Asombro: en este vagabundear se ha construido una familia de “necesitados” por saber de Manuel: con Mamba, hablamos de él en Salvador, Bahía y ella después consiguió varios libros de Manuel en Bogotá; el ekobio Arleison no cesa de digitalizar su obra y divulgar en redes; con Rafael adquirimos dos libros después de una caminata por el centro; con varias personas hablamos de Chambacú en los vagones del Metro; Ana María copió Pasión vagabunda, compró He visto la noche y estamos digitalizando varios libros;


con Leonardo Olimpo de São Paulo, continuamos absortos por la hermandad y trabajo de Manuel con Abdías do Nascimento; con María Eugenia hablamos de su experiencia literaria en la adolescencia cuando encontró He visto la noche en el colegio, sintiéndose identificada por el modo como alguien hablaba de lo que ella vivía; con Víctor hemos debatido sobre el libro para iniciarse y sobre la gastronomía y la narración antropológica en la obra, y con la profesora Ángela Mena decidimos crear un club de lectura en la Universidad de Antioquia, donde los “necesitados” nos encontremos a escucharlo. Mi fascinación hacia Manuel crece, desde la contemplación y la acción. Su capacidad de gestión debe ser una guía para nuestras nuevas y antiguas luchas; su universo literario requiere ser representado, actuado y asumido; la filosofía del Muntu, manifestada por él en su obra universal, Changó, el gran putas, debemos revisarla y asumir sus implicaciones: ¿qué vamos a hacer con ella?, ¿cómo la vamos a aplicar en nuestro día a día?, ¿cómo lo vamos a divulgar?, ¿cómo llegará este pensamiento a las comunidades afros, al abatido pueblo colombiano y a todos los pueblos de Améfrica?, ¿cuándo tendremos una cátedra permanente Manuel Zapata Olivella en las universidades de Colombia?, ¿cuáles serán los aportes de esta filosofía a una sociedad / ciudad / región / país que niega su ascendencia africana y que construyó un discurso de identidad basado en el ocultamiento e invisibilización de su africanidad?

Nota *Canticuentos: Compañía Bailes Inhonestos y Provocativos: https://www.facebook.com/bailesinhonestos/

Referencias 1 Campos, J. (2007). Manuel Zapata Olivella, Gabriel García Márquez, Jorge Artel Alcázar y otras vainas colombianas, Cuadernos de Bitácora 1, Lima, Editorial San Marcos. 2 Gómez F. P. (2011). “La colección Manuel Zapata Olivella”, en: Revista de Estudios Colombianos, 37-38, pp. 117-118.

3 Mina, W. (2017). “El ekobio mayor. Pensamiento y obra de Manuel Zapata Olivella”, video de la Cátedra de Estudios Afro Manuel Zapata Olivella, Colectivo Ampliado de Estudios Afrodiaspóricos y Cátedras UdeA Diversa (coords.), Medellín, Facultad de Educación, Universidad de Antioquia, octubre 4, recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=iH5W81ouU30

Bibliografía de referencia de Manuel Zapata Olivella (1953). He visto la noche, Bogotá, Editorial Los Andes. (1954). China 6 a. m., Bogotá, Ediciones S.L.B. (1955). Hotel de vagabundos, Bogotá, Ediciones Espiral. (1960). La Calle 10, Bogotá, Ediciones Casa de la Cultura. (1961). Cuentos de muerte y libertad, Bogotá, Editorial Iqueima. (1963). Detrás del rostro, Madrid, Ediciones Aguilar. (1965-1985). Revista Letras Nacionales, Bogotá. (1967). ¿Quién dio el fusil a Oswald? y otros cuentos, Bogotá, Editorial Revista Colombiana. (1967). Chambacú corral de negros, Medellín, Editorial Bedout S. A. (1972). Tradición oral y conducta en Córdoba, Montería, Incora. (1974). El hombre colombiano, Bogotá, Canal RamírezAntares. (1974). Tierra mojada, Medellín, Editorial Bedout. (1986). El fusilamiento del diablo, Bogotá, Plaza & Janés. (1987). Nuestra voz, Bogotá, Ecoe ediciones. (1989). Las claves mágicas de América, Bogotá, Plaza & Janés. (1990). ¡Levántate mulato! Por mi raza hablará el espíritu, Bogotá, Rei Andes. (1997). La Rebelión de los genes, Bogotá, Altamir Ediciones. (2000). Pasión vagabunda, Bogotá, Ministerio de Cultura. (2002). En Chimá, nace un santo, Montería, Ediciones Gobernación de Córdoba. (2010). Changó, el gran putas, Bogotá, Ministerio de Cultura. (2011). Africanidad, indianidad y multiculturalidad, Cali, Universidad del Valle y Universidad de Cartagena. (2014). El árbol brujo de la libertad. África en Colombia. Orígenes-transculturación-presencia, Bogotá, Ediciones desde abajo. (2017). Deslumbramientos de América, Cali, Asociación Iberoamericana de Filosofía Práctica.

David Cabezas Galindo es canticuentero, director y cofundador de la Compañía Bailes Inhonestos y Provocatibos. Licenciado en Educación Física e Integrante del Grupo de investigación PES (Prácticas corporales, sociedad, educación-currículo) de la Universidad de Antioquia.

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Navegando con Manuel en Changó, el gran putas Johana Caicedo Sinisterra

Al compañero de viaje: sube a bordo de esta novela como uno de los tantos millones de africanos prisioneros en las naos negreras; y siéntete libre, aunque te aten las cadenas. ¡Desnúdate! Changó, el gran putas

Este artículo pretende navegar en la intro-

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ducción que realizó Zapata Olivella en su obra Changó, el gran putas. Presento aquí mi mirada e invito a que abordemos este barco, para que realicemos los análisis sociales, políticos y culturales de nuestra historia; ya el gran maestro nos marcó el camino con sus obras, mostrando que es posible, yo añado que es, además, necesario. A través de la obra de Manuel, y en este caso en el prólogo que analizamos,1 se puede ver cómo relata el mestizaje más allá del cruce racial, ampliándolo al reconocimiento y apropiación de saberes, usos y costumbres de cada grupo poblacional, convirtiéndolos en propios del nuevo mundo, por lo menos así lo señala en uno de sus apartados “Cualesquiera que sean tu raza, cultura o clase, no olvides que pisas la tierra de América, el Nuevo Mundo, la aurora de la nueva humanidad”. Los ritmos musicales como la cumbia, el porro, el currulao, el bambuco, la gastronomía y las prácticas medicinales y sociales son fruto de ese mestizaje cultural entre los pueblos originarios del hoy llamado continente americano, los raptados del continente africano y los que llegaron desde el continente europeo, tres (y más) formas de vivir y sentir que se fusionaron para dar vida a esa nueva humanidad de la que habla Zapata Olivella. Abril | 2020

En este momento los convido a recrear y tratar de ver y sentir lo que se vivía en este barco que alejaba de sus hogares a seres humanos arrancados de sus tierras y vidas, despojándolos de su humanidad. Víctimas que jamás se rindieron, que, al contrario, apelaron a su fuerza y espiritualidad, presentes hoy en el mestizaje cultural, creando formas individuales y colectivas de resistencia desde sus saberes propios. El Muntu fue esa gran apuesta individual de resistencia que permitió que no se sintieran solos, el crear comunidad aún ahí en ese barco, el reconocerse como malungos2 en medio de la nada, en esa incertidumbre, trasladados hacia lo desconocido; con esta apuesta las mujeres y hombres negros traídos a este nuevo mundo resguardaron su pasado, reconocieron su presente y construyeron las bases de lo que esperaban fuera el futuro de sus descendientes. El Ubuntu, no permitió la deshumanización y reconoció la existencia propia a través del otro “Soy porque somos” y somos hoy todos, hijos de este crisol cultural que nos hermana a pesar de todo. El reconocimiento del proceso y las consecuencias de la esclavización son temas tabúes en algunos espacios académicos y políticos. El recrear, aún hoy, los padecimientos vividos en los barcos que transportaban a los hijos de África duele y reabre heridas, por ello creo que el ekobio mayor utilizó el estilo novelado de la historia, pues a partir de estas novelas se pueden realizar análisis que permitan empezar a sanar desde el reconocimiento de la humanidad del otro y alimentar la imaginación con un espíritu crítico, pues como nos dice él: “hazte niño. Si encuentras fantasmas extraños ùpala-


29 Fabio Melecio Palacios. Tramo/Traza, 500 metros de abundancia y Resistencia. Instalación (poliestireno expandido, modelado y cortado a mano con lija y cortadora de ferroníquel). 2018. Gran formato. Proyecto Carretera al mar. Museo la Tertulia. Cali.

bra, personaje, trama— tómalos como un desafío a tu imaginación”. ¿Seguiremos siendo niños, o aceptaremos el desafío imaginativo cuando nos llegue? Y, ¿cómo podemos afrontar el desafío de la imaginación? Hábilmente nos dejó la respuesta: “Olvídate de la academia, de los tiempos verbales, de las fronteras que separan la vida de la muerte, porque en esta saga3 no hay más huella que la que tú dejes: eres el prisionero, el descubridor, el fundador, el libertador”. El conocimiento propio, no occidentalizado, totalmente nos abre las puertas y nos libera. Cuando se disfruta un plato sazonado a la luz del mestizaje cultural dado en el continente americano, se disfruta de las huellas creadas por los ancestros. Honrar a quienes nos permitieron estar hoy aquí es un triunfo y debemos celebrarlo.

En el caminar de la obra de Manuel Zapata Olivella “Estás nadando en una saga, esto es, en mares distintos, en cinco novelas diferentes —“Los orígenes”, “El muntu americano”, “La rebelión de los vodús”, “Las sangres encontradas” y “Los ancestros combatientes”—. Todas ellas con unidad, protagonistas, estilo y lenguaje propios. Su única ligazón son los orichas africanos y los difuntos padres nacidos o muertos en África y América; por ello es esencial buscar el Muntu para encontrar y reconocer a nuestros ancestros muertos en África y América y construir y reconstruir el Ubuntu4 en América, pues ese nivel de conciencia permitirá abrir caminos y ser honrados con la comprensión de lo que está escrito en Ifá. Es necesario seguir construyendo los caminos de libertad, rindiendo homenaje a los antepasados que lucharon, apoyando a quienes luchan en el presente para seguir construyendo un futuro digno para nuestros descendientes. 2020 | Abril


Por esa razón me uno a la invitación de Zapata Olivella: Ahora embárcate en la lectura y deja que Elegba, el abridor de caminos, te revele tus futuros pasos ya escritos en las Tablas de Ifá, desde antes de nacer. Tarde o temprano tenías que enfrentarte a esta verdad: la historia del hombre negro en América es tan tuya como la del indio o la del blanco que lo acompañarán a la conquista de la libertad de todos.

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Fabio Melecio Palacios. Tramo/Traza, 500 metros de abundancia y Resistencia. Instalación Para finalizar, quiero contar un (poliestireno expandido, modelado y cortado a mano con lija y cortadora de ferroníquel). 2018. Gran formato. Proyecto Carretera al mar. Museo la Tertulia. Cali. poco qué sentí, y por qué considero importante invitar a leer las obras de Manuel Zapata Olivella. Sentí dolor, tristeza, pero también admiración, 3 Obra Chango, el gran putas 4 “En 1990, tras 27 años de cautiverio, Nelson Mandela inipor nuestros ancestros y empecé a imaginar cia una nueva era en Sudáfrica presidida por la filosofía qué hubiesen querido que yo sintiera y, por ubuntu que pone en valor la capacidad de perdonar y la supuesto, no sería rabia, ni tristeza, sino valenempatía para poder cohesionar a grupos antes confortía, fuerza, que reconociera en ellos su valor, mados por individuos o clanes enfrentados por el odio su fortaleza, el coraje que tuvieron para resiso el resentimiento”, artículo disponible en: https:// tir las situaciones más inclementes e inhumaes.wikipedia.org/wiki/Ubuntu_(filosof%C3%ADa), consultado el 28 de febrero de 2020. nas y, aún allí, que no perdieran la dignidad porque siguieron buscando y caminando por Bibliografía de referencia su libertad.

¿Por qué recomiendo leer a Manuel? Por su sagacidad, su habilidad para volver hechos reales en narrativas que hoy podamos entender; por dignificar, así todo estuviera en su contra, la historia de la gente negra, al igual que la de la gente indígena; por reconocer en lo popular el arte y la cultura que orienta los destinos de nuestras naciones.

Barnet. M. (2001). Bibliografía de un cimarrón, La Habana, Letras Cubanas. Beecher Stowe, H. (2013). La cabaña del tío Tom, Bogotá, Libros Hidalgo. Jahn, J. (1970). Muntu las culturas de la negritud, Madrid, Ediciones Guadarrama. Martin K. (2010). Habla Malcom X, Canadá, Pathfinder. Múnera, A. (2014). Manuel Zapata Olivella, por los senderos de sus ancestros, Bogotá, Ministerio de Cultura. Olivella, M.Z. (2014). Chango, el gran putas, Bogotá, Ministerio de Cultura.

Notas 1 http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll7/id/2, consultado el 28 de febrero del 2020. 2 Malungo quiere decir, en la jerga hablada por los negros brasileños durante la esclavitud, “compañero”, persona de la misma condición.

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Johana Caicedo Sinisterra es Profesional en Filosofía, Magister en Educación con énfasis en Educación Popular y Desarrollo Comunitario y estudiante del Doctorado en Humanidades.


Herramientas y palabras negras de Colombia Oscar Roldán-Alzate

Las herramientas han jugado un papel pre-

ponderante en el camino recorrido por la humanidad. Toda suerte de utensilios han sido creados, elaborados y seriados para su uso en el camino civilizatorio, incluido el mismo hombre. A través de la esclavitud, la humanidad, perpleja, vio cómo unos congéneres, los más fuertes, y hábiles, fueron convertidos en herramientas, sometidos a vejámenes de todo tipo para satisfacer la sed y ansia de poder de algunos otros, muy pocos, que han concentrado riquezas más allá de los límites de la imaginación lógica.

Fabio Melecio Palacio, artista plástico y visual, con cuyas obras se ilustra este número de la Agenda Cultural Alma Máter, dedicado al gestor, poeta y cultor Manuel Zapata Olivella, en su centenario de nacimiento, es un hombre ribereño que sabe bien las cuestiones que ahonda en la obra del gran poeta negro de estas tierras amerindias. Su trabajo ha dispuesto una serie de estrategias para evidenciar las prácticas culturales de los grupos humanos de origen africano en el territorio que hoy llamamos Colombia. “La exploración es una constante que está guiada por la intuición, las vivencias personales y lo que siento socialmente, donde el componente negro es el punto de partida para ubicarme en un plano horizontal involucrando una observación crítica y analítica de todos los contextos en los que me muevo. Me interesa como artista negro la creación de piezas estéticas que provoquen, cuestionen e indaguen sobre lo mediático y sobre la densidad de la historia”, afirma el artista para dejarnos saber sobre sus obsesiones y su manera de enfrentar la producción artística, la cual le ha valido múltiples reconocimientos; entre ellos,

Fabio Melecio Palacios. Pigmeo pigmentado. Dibujos sobre papel propalcote con crudo de castilla. 2013. 100 x 70 cm Exposición individual. Museo la Merced. Cali.

el VI Premio Luis Caballero, edición 2012, con la videoinstalación BMR (Bamba, Martillo y Refilón). Aquí el artista provoca una situación que, valiéndose de los entroncados plantíos de caña de azúcar en el Valle del Cauca, traslada al visitante a una suerte de expedición por la historia de la gran hacienda en la cual los filos de cientos de machetes pendientes del techo, y una proyección de video en la sala hacen que el peligro de cortarse con una de estas herramientas primarias sea tan azaroso como la propia historia que nos devela. Herramientas como lenguaje es, pues, una manera como Melecio Palacio nos acerca al mundo negro, a su mundo, a un mundo que, según el mismo Zapata Olivella ha sido recreado en un singular sincretismo de creencias y prácticas que ha multiplicado los mitos por cientos. Una multiplicación posible gracias a un mundo globalizado que, desde la gran diáspora africana, sigue brindando al orbe un sabor y sonido humanos por excelencia, los mismos de la génesis de nuestra historia. Ahora bien, la esclavitud no ha desaparecido. Como las herramientas y las palabras, sus formas sólo han cambiado. Hoy ya no es un territorio de color negro, es de todos los colores. 2020 | Abril

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Club de Literatura Africana y Afroindoamericana

Miguel Antonio Caicedo Mena El programa de Estudios Afrodiaspóricos, adscrito al Departamento de Pedagogía de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, en alianza con el Colectivo Ampliado de Estudios Afrodiaspóricos –CADEAFRO-, inauguró el pasado 17 de febrero el Club de Literatura Africana y Afroindoamericana Miguel Antonio Caicedo Mena. La primera obra propuesta para lectura es la del maestro, antropólogo, médico, folclorista, Manuel Zapata Olivella (1920-2004), a quien rendimos homenaje, a cien años de su natalicio. El club propone un diálogo de voces africanas, afrocolombianas e indígenas, como muestra de esa nación mestiza, de la que tanto diera cuenta el Maestro Zapata Olivella. Estaremos cruzando estos diálogos con la obra poética del maestro afrochocoano Miguel Antonio Caicedo Mena, de quien se cumplieron cien años de natalicio el año pasado (1919-1995), y con voces de mujeres como la cantante y contadora de historias chocoana Zully Murillo, entre otras.

El Club se reúne los viernes cada quince días de 4:00 a 7:00 de la noche en el Teatro Al Aire Libre de la Universidad de Antioquia. En principio, la ruta de estudio de las obras de Manuel Zapata Olivella se basa en la investigación del colectivo Bailes Inhonestos y Provocatibos, coordinado por el licenciado David Cabezas, que organiza las obras según momentos de la vida del Ekobio Mayor: viajero, médico social, afro-activista, investigador cultural y humanista.

Coordina: Ángela Emilia Mena Lozano Docente Facultad de Educación Coordinadora Programa de Estudios Afrodescendientes. Universidad de Antioquia Miembro Colectivo Ampliado de Estudios Afrodiaspóricos –CADEAFRO-








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