Concepción, Miércoles 6 de mayo de 2015
Tal como la vida -entonó alguna vez la cantautora Violeta “me ha dado la marcha de mis pies cansado”, - estas niñas vestidas y maquilladas como adultas han vivido más que muchas otras adolescentes a su misma edad, pues se han enfrentado a situaciones que las han marcado para siempre. Es la realidad de quienes deben crecer lejos de una familia, o en el peor de los casos, inmersos en una disfuncional, sin compartir con un padre o una madre, sin un reto, mimos o una simple palabra de aliento. Son los vacíos que intentan llenar las tías en el Capullo, pero que en ninguno de los casos podrá reemplazar la necesidad de éstas por sus progenitores. Política de los 80 La antigua política de los años 80 permitía que los menores pasaran toda su infancia en hogares. Derivados por los tribunales, los niños ingresaban a los 5 años y permanecían en las residencias hasta los 18, pudiendo continuar en algunos casos hasta los 24 años para completar sus estudios superiores. Pero esa realidad cambió en la década siguiente, cuando se estipuló que los menores deberían permanecer periodos acotados no mayores a dos años en esos centros. En ese mismo periodo, la institución debe trabajar en forma paralela con el núcleo familiar para que éste les ofrezca, a su regreso, un ambiente óptimo. A esto, se refiere la directora subrogante del Sename, Marianela Estrada Manríquez, cuando dice: “Hacemos un trabajo, un tratamiento, para habilitar a los adultos en sus competencias parentales a fin de que puedan retomar el cuidado de sus niños”. Y agrega que el objetivo de esto, “es que el paso de los niños por las residenciales no sea eterno, y para eso se fiscaliza; para que el plazo establecido no se prolongue más de lo debido”. Adopciones: Burocracia o garantía ¿Cuán distinta sería la realidad de estas niñas y niños, de haber tenido a su lado tan sólo un adulto responsable? Según la fundación “Queremos Ser Padres”, en Chile más 350 mil parejas sufren de infertilidad y ven frustrados sus sueños de ser padres a causa del burocrático sistema de adopciones. En la región existen dos centros de lactantes para acoger a menores y brindarles nuevas familias. En aquellos casos en que un menor sea abandonado por sus padres, se acotan todas las posibilidades dentro de la familia misma para que alguien asuma el cuidado de éste, ya sean abuelos, padrinos, tíos o alguna persona cercana al menor, con el fin de no provocarle más daño. De no existir familiares dispuestos y capaces de encargarse del menor, están las familias guardadoras que durante un tiempo - no más de seis meses para evitar el apego- se responsabilizan de los cuidados del niño. Y cuando éste ya no está en edad de ser adoptado – las familias solicitantes deben cumplir a cabalidad con los requisitos impuestos para dichos fines- ingresan a los hogares de residencias. Para la directora subrogante, el sistema de adopciones es “garantista” lo que implica plazos más largos, pero “le asegura a los padres que el estudio de idoneidad sea el mejor, porque como Estado debo garantizar que esos padres sean los mejores para esos niños”, dice. Respecto de los niños mismos, agrega que el propósito de la institución es que éstos estén con sus familias: “No somos una fabricas de niños; por eso agotamos todas las posibilidades para habilitar a los padres a fin de que éstos puedan volver a estar con sus hijos”. Las parejas chilenas en busca de niños para adoptar –a diferencia de las extranjeras- en su mayoría expre-
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san en sus solicitudes formales querer menores de un año, lo cual complica aún más el proceso, a sabiendas que el período de postulación alcanza el año y medio. Esto explica que muchos niños de entre 2 a 5 años sean adoptados por matrimonios extranjeros, quienes con otra cultura optan por ellos. Es así como algunos crecen esperando; otros, en cambio, tendrán la suerte que sus padres lleguen a buscarlos doblegando la mano al destino en busca de una segunda oportunidad y otros, también, podrán ser adoptados si la Justicia y su brazo social del Sename así lo determinen, cumpliendo el sueño de paternidad de parejas que deseen entregar amor. “Nosotros no le entregamos niños a las familias, le entregamos familias a los niños”, resume Marianela.
Una vida al alero de la institución “Nos trepábamos a los árboles y el que perdía se tenía que tirar al río donde había un sapo gigante o nos escapábamos para hacer rabiar a las tías”, recuerda Ismael Sepúlveda Sepúlveda, de 33 años, en los juegos que hoy adornan la vetusta, “Ciudad del Niño Ricardo Espinoza”, en Hualpén, fundada en 1956, por el “papi” y sacerdote René Inostroza, a la cual llegó Ismael, con tan sólo 6 años. Dice que la memoria poco lo acompaña, pero sabe con exactitud que su madre en ese entonces lo llevó porque no alcanzaba el sustento del hogar y la mejor opción era un lugar donde estuviera a resguardo y, por lo menos, recibiera sus tres comidas diarias. Sin embargo este lugar le dio mucho más que eso y hoy alegre expresa: “No sólo fueron principios y valores, también me dio una carrera. Hoy soy asistente social gracias a que estuve aquí. Ahora le estoy devolviendo la mano a la institución; acá trabajo”. Sepúlveda explica que nunca le dio vergüenza decir que vivía en un hogar de menores y a sus amigos tampoco les complicaba. Recuerda con cariño los tiempos de niñez, los campamentos, los juegos y las generaciones que compartieron con él, y cuenta que, hasta el día de hoy, mantiene contacto con quienes denomina “hermanos”: “Yo siempre fui buen alumno y tuve la suerte de ir a otras escuelas por mis notas; sólo un año quedé repitiendo porque me escapaba a las escuelas de mis hermanos”. Aunque se ha reencontrado con su madre biológica, siempre conserva con cariño los nombres de las tías guardadoras que le daban cariño y cuidaron hasta los 24 años, cuando al fin obtuvo su título profesional en la Universidad de Concepción, profesión que lo ayuda a enfrentar una realidad muy diferente en el hogar de menores que lo vio crecer. “Hoy trabajo en proyectos especializados como terapia reparatoria para niños víctimas de maltrato grave, abuso sexual, en situación de calle y drogadicción. Es un cambio abismante. Antes, la mayoría de nosotros ingresábamos netamente por problemas económicos”. Sepúlveda observa a los pocos niños que recorren el recinto y los recuerdos lo embargan. Su adolescencia no fue color de rosas y lo sabe bien, pero de pie -observando los juegos infantiles- dice orgulloso: “Soy lo que soy, gracias a esta Ciudad del Niño”. La misión social Rodeada de las menores de la Casa de Acogida “Capullo”, en medio de los gritos de ¡Tía venga!, Catalina Jara Rivas (24), terapeuta ocupacional de la Universidad Santo Tomás, resalta la importancia del proceso de adaptación de las menores; el valor de conocer poco a poco cada historia, conocer su mundo para, recién entonces, poder ocupar las herramientas
Reportajes / El Penquista Ilustrado | 21
Nosotros trabajamos con las excluidas de las excluidas, porque la sociedad las ha estigmatizado Ana Oyarce Toro directora Hogar Capullo
necesarias para sanar las heridas más profundas. La joven terapeuta señala: “La misión más importante es adaptarnos a ellas y ellas a nosotros, porque así se genera más vinculo; podemos conversar, saber si se frustran por algún acontecer o por su propia persona”. Y es que a través de los talleres, pretenden enseñarles que se respeten a sí mismas, el auto cuidado, su higiene y entre los puntos más importantes volver a comportarse según su edad, aprender a vestirse como adolecentes y niñas que vuelven a ser. Durante la velada cumpleañera de “Capullo”, Jorge Cáceres Méndez, seremi de Justicia habló del rol de la institución; del deber de justicia para con los niños y del 15,7% de aumento - $300 millones más en comparación al año 2014- en el presupuesto para los centros de menores a nivel regional. El monto de más de $ 2 mil millones, está destinado a la infraestructura de los diversos centros regionales - aproximadamente mil 200 millones- además, otros $800 millones destinados a rehabilitación de drogas, reinserción familiar y de la niñez, donde se incluye la importancia de las redes de apoyo para estos niños desvalidos y terapias reconstructivas para los casos de mayor complejidad. “Hay una preocupación de nuestra Presidenta por los jóvenes y niños. Estos recursos van concretar una serie de proyectos que tenemos pendiente en la región; aquí en Capullo, por ejemplo, se va a ampliar la unidad de salud para las niñas, es una preocupación concreta”, expuso en la oportunidad. Sobre el rol de estos centros, el sicólogo y sub director de Ciudad del Niño, Roberto Villalobos Martínez, explica el trabajo que realizan a favor de niños de Talcahuano, Chiguayante, Hualpén y Concepción. La prioridad –detalla- es la atención ambulatoria de los menores; se encargan de su alimentación, ropa, salud y cuidados médicos para un posterior reencuentro con sus padres de acuerdo al programa “Habilitación de competencia familiar” para el cual un grupo de profesionales atiende la rehabilitación de las familias, especialmente en aquellos casos donde sí es posible recuperarlas como tales. Villalobos expresa, además, por qué las instituciones deben respetar las políticas establecidas: “El Sename fija normas de atención por las cuales debemos regirnos y varía según cada programa o caso, se dice que los niños acá no deberían estar más de un año y medio; antiguamente los niños crecían acá, hasta cuando se desarrollaban personal y profesionalmente. La política actual, en cambio, lucha por la rehabilitación de las familias”. Y familias son las que esperan encontrar niñas como las del Capullo, en Chiguayante, que, aunque parezcan fuertes, no lo son tanto. Eso se aprecia en sus miradas furtivas o en sus risas desenfadadas, porque así aprendieron a esconder su dolor y ansias por olvidar un pasado negro. Porque a pesar de sus gestos bruscos, se acercan a quienes ven como figuras de apoyo y silenciosas rodean con sus brazos a las guardadoras; se ríen, y vuelven a reírse una y otra vez pero, en el fondo de sus corazones se rinden al amor que quizás les hace más falta, al amor que necesitamos todos. El amor de una madre que las vea crecer, les enseñe a amar y sobre todo les enseñe a ser niñas. Es posible que estas niñas hoy disfrazadas de adultas, sigan con sus pies cansados recorriendo ciudades, charcos, desiertos, montañas y llanos en busca de la casa , la calle y el patio suyo para alguna vez, como Violeta Parra decir: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”.