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que la lectura y la escritura, el autor y su página personal, encontraron una novedosa relación funcional. Por ahora, en el monasterio, la lectura tenía la supremacía como parte de la formación espiritual del monje que meditaba o escuchaba. Como un murmullo, ésta pertenecía aun a las estrategias de incorporación me morística del texto, que tenían antiguos antecedentes en la tradición ra bínica. El monje aprendía a leer al mismo tiempo que aprendía a ser vir tuoso. Como ejecución en voz alta, la lectura participaba en el mundo del habla tradicional, recitada, cantada, a través de la cual cada uno recibe una información irremplazable por su prestigio y por su profunda in fluencia en el alma. Pero la voz y el murmullo eran irrupciones preesta blecidas y reguladas en el interior del sigilo místico que constituye el aura de la vida monacal. Desde el punto de vista sonoro, el monacato fue un mundo espiritual en el que fueron puestos al servicio de Dios la voz, el murmullo y el silencio.
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