David Serrano Blanquer
Un grupo de SS de la Politische Abteilung lo arrinconaron y empezaron a vejarle y ridiculizarle. Se ve que el conocimiento de la acusación que había recibido para ser deportado había desvelado la libido de los SS hasta llegar al sadismo. Los SS y algunos kapos desnudaron a aquel hombre viejo, lo vistieron de mujer, lo envolvieron con una toalla y montaron un gran guiñol a su alrededor. El capitán Schulz [condenado en 1958 precisamente gracias al testimonio de Climent] ordenó que le cortaran el pene y los testículos. Los SS corrieron a buscar baldes, cuchillos y jabón para la operación pública en la Apellplatz. Incluso el personal civil, mujeres, presenciaba entusiasmado aquel espectáculo denigrante y terrible. Los SS siguieron con la comedia hasta el final mientras aquel hombre se retorcía, temblaba de pánico y gritaba de terror, creyendo que efectivamente le iban a castrar. Cuando consideraron que la escena les había divertido suficientemente, el capitán Schulz ordenó que se llevaran al homosexual.
Escenas como ésta, relatada por Casimir Climent, eran de lo más habitual en un campo nazi, aunque casi nunca terminaban sólo con una tortura psicológica semejante, como veremos más adelante. Incluso algún deportado español, como el caso de Joan Pagès, reconoce que en una ocasión fueron un grupo de “rosas” quienes le salvaron la vida, consciente que, en general, los que realmente eran homosexuales por convicción resultaban ser “más cultos, más sensibles y más civilizados” que la mayoría de deportados que habitaban los campos. Probablemente por ese motivo también sufrieron una de les mortalidades más altas de Mauthausen, alrededor del 60 % frente a la media del 43,5%, según estudios recientes más o menos fiables. El hecho de no formar un grupo compacto en ningún sentido, incluso es el único “triángulo”, con los testigos de jehová, que no desfila en los actos de conmemoración de la liberación de los campos, ha dificultado cualquier acercamiento científico a su especificidad, especialmente porque su testimonio difícilmente busca o encuentra la luz de la palabra pública. Joaquim Orus, que también los conoció en el campo central, concretamente en la famosa Todestiege, escalera de la muerte y cantera, nos relata el caso famoso de los experimentos y tratamientos médicos por los que un grupo de homosexuales recibieron hormonas sintéticas, o bien sufrieron castraciones con rayos X, o bien eran obligados a mantener relaciones sexuales con prostitutas para inducirles a un cambio de conducta. Se trata de la misma situación que 121