PASIÓN POR VIAJAR
Cuba U
n aire denso y perfumado inunda la cabina del avión cuando aterrizamos en el aeropuerto de La Habana. En este momento, algo me dice que Cuba se convertirá en un amor profundo y entrañable. A plena luz del día, la capital cubana se revela como una abigarrada mezcolanza humana, rebosante de vitalidad y sazonada con unos sabores y unos olores casi tan vivos y recios como el color que todo lo invade, desde el cielo a la tierra y de esta a las casas pintadas en tonos crema. El estallido de color alcanza su máxima expresión cromática en la gente: en la ropa, en la piel. Basta apostarse en cualquier esquina para percibir todas las tonalidades imaginables en una piel: desde el blanco de los colonos establecidos aquí a lo largo de los siglos, hasta el negro más puro. Mezclado entre todos ellos, ¿por dónde empezar? Para mi es fácil: lo primero que hay que hacer es visitar La Habana Vieja, sin mapas. Aquí no los necesitaremos. El azar de nuestro paseo nos llevará invariablemente
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Verde, altiva, dulce y soñadora. Cuba no tiene comparación en el Caribe.
a los lugares emblemáticos: habrá que entrar en los patios de sus edificios, recorrer sus muros defensivos, respirar el aroma de sus parques... Y dedicarle varias mañanas. Tras esos paseos matinales otro clásico: recalar, a mediodía, en la Bodeguita del Medio. Muy cerca de la Catedral, es una taberna rústica, muy popular. Ernest Hemingway iba cada día a tomarse “su” mojito. La tarde hay que dedicarla a la otra Habana. No tan vieja, pero sí un poco olvidada. El antiguo Paseo del Prado, la avenida aristocrática por excelencia de finales de siglo XVIII, ahora José Marfil, aún muestra algunas de las casas más imponentes de la ciudad. Desemboca en el Parque Central desde donde se obtiene una buena vista del Ho-