Travel Manager - nº 19 (edición España)

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PASIÓN POR VIAJAR

KENIA

MEMORIAS DE ÁFRICA

E

l cielo es inmenso en el país de los masai. La carretera es recta y estrecha: asciende y se sumerge siguiendo el ritmo de las colinas en un universo cubierto de una pátina de polvo ocre, sembrado de cascajos y de matorrales canijos con el tenue follaje erizado de espinas. Aparecen los primeros rebaños de cabras, a cuyo alrededor andan dando saltitos grupos de niños pastores provistos de una sonrisa resplandeciente y la piel muy oscura.

Erguidos sobre una sola pierna, como las grandes aves zancudas, los masai, apenas apoyándose en sus lanzas que apuntan al cielo, vigilan las reses a las que, desde pequeños, han aprendido a proteger de los ladrones y los leones. “Es gracias a que se pasan el tiempo escrutando más allá del horizonte, para ver si hay alguna vaca despistada del rebaño, por lo que los masai son tan altos!”, dicen algunos… Bromas a un lado, este ganado constituye su riqueza; para ellos es sagrado. Les da la lecha y la sangre de la que se alimentan; el barro y la orina con los que modelan las paredes de sus casas. Sin él, el pueblo masai no sería el que es.

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Sorprende por su exotismo… y mucho. Pero éste es precisamente su atractivo. Cada año es mayor el número de empresas que se dan cita en Kenia que se ha convertido por méritos propios es un destino clave para el sector de los viajes de incentivo.

Entre las hierbas de color entre rubio y gris, apostados de tarde en tarde como centinelas a ambos lados del camino, grupos de babuinos curiosos se agachan bruscamente para no ser vistos. Unos avestruces, grandes como jirafas sobre un cielo interminable, se alejan bamboleándose hacia una gran acacia. Surgidas de pronto de no se sabe bien dónde, un grupo de gacelas escapan dando elegantes saltos sobre sus barnizados cascos. Más lejos, en un relámpago de color rojo leonado con estrías blancas, son los impalas los que atraviesan el sendero. Después, es una manada de cebras las que toma el relevo y se pone a galopar frente al automóvil antes de dispersarse por la pradera… El Masai Mara ofrece un espectáculo fabuloso. Hasta donde alcanza la vista, en la inmensidad de las praderas ligeramente onduladas, punteadas de grandes acacias y de bosquecillos de frondosas espesuras, se citan todos los animales de la Creación. “¡Mucho cuidado, memsaab. No se aleje mucho de mi. Huelo a león”… Acabo de llegar a Kenia. Estoy siguiendo al guía en una excursión a pie por las cercanías de un campamento instalado en la reserva del Masai Mara. En efecto, el cielo es inmenso y el pai-

saje parece el mismo que el del día de la Creación. ¿Qué hago yo aquí?, me pregunto. Yo, un hombre del siglo XXI, tengo la impresión de haber hecho un viaje en el tiempo. Mis reflexiones se ven bruscamente interrumpidas por Sandy, el guía, que se ha parado de repente y me indica algo que ha visto en el suelo. Es una huella del tamaño de un plato. “Simba”, dice Sandy. “¡Un león!”. Avanzamos lentamente. Nos encontramos en una senda peligrosa de la naturaleza, en el lugar donde se enfrentan


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