«Aquello a lo que muchos creyentes vuelven la espalda es precisamente a la Iglesia extraña al
mundo y "supranaturalista", a la Iglesia del concilio de Trento y de los tiempos anteriores al
Vaticano II. Abandonan esa Iglesia triunfalista, juridi-cista y clerical, que pretende ser intérprete
irrefutable de la voluntad de Dios hasta el más minúsculo detalle; pero que distorsiona la verdad
contenida en tal pretensión cuando niega (tácitamente) toda mediación histórica —y a menudo son
tan ambiguas esas mediaciones— en su discurso y su acción eclesial. Como si la Iglesia, ajena al
mundo, fuera un regalo sin mácula del cielo, más allá de toda crítica. Y hay entonces quienes creen
poder identificar ya de antemano todas las acciones oficiales de la Iglesia con la plenitud de la
gracia divina, que no es, en efecto, susceptible de crítica, aunque no siempre le sea comprensible al
hombre...