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sábado 5 de septiembre de 2015
homenaje
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Yaracuy como ficción
El escritor que se hizo a sí mismo
E
Rafael Zárraga es el autor de Juan Topocho, cuento que versionó al cine César Bolívar
n la foto blanco y negro el tiempo se encarga de mostrar al joven Rafael Zárraga en las teclas de una Remington mecánica con la que se afana. Probablemente su atención se fije en cómo expresar las ideas que le inquietan, quizás un cuento, una obra de teatro o los pinitos de una novela. Escribir es un oficio que demanda dedicación, y así se forja. Zárraga (1929-2006) después de dejar su Agua Blanca natal, municipio La Trinidad, estado Yaracuy, se vino a Caracas tras los sueños de convertirse en escritor. Ir de un oficio a otro lo ubicó como portero en El Nacional, 1949. En esa empresa desempeñó diversos oficios administrativos y por dos veces consecutivas ganó el premio de cuentos del diario. Las narraciones Nubarrón, 1959 y La brasa duerme bajo la ceniza, 1966, fueron los títulos ganadores que enrumbaron su trayectoria literaria. Como una concesión especial el periódico le dio una beca para estudiar en la Universidad de Peruggia, Italia (1967-1969). La estancia transoceánica le permitió recorrer otros países europeos.
El escritor y periodista
De la literatura al periodismo sólo hay un paso, lo sabe Zárraga, quien una vez imbuido en los pasillos del diario que le dio empleo, premio y beca, comenzó a escribir reportajes y artículos. Al tiempo que se interesa en formarse. Culminó la primaria en Caracas y cursó entre 1963 y 1965 buena parte del bachillerato por libre escolaridad. Y aunque ya había trasegado por las aulas universitarias italianas, y entre 1961 y 1962 realizara un curso de periodismo por la Universidad de Carabobo (UC) en colaboración con la Universidad Central de Venezuela (UCV), terminó graduándose definitivamente de bachiller en San Felipe, 1974. Como cuentista asomó su rostro a la literatura venezolana exponiendo un estilo que bebía de la temática rural, mediante personajes curtidos por la soledad, la locura, la infidelidad, la fe religiosa y el desparpajo, entre otros tópicos. Además, haciendo gala de un correcto y personal estilo de vuelo literario. En este orden publicó obras como: La risa quedó atrás. Estampas y relatos (1959), Nubarrón y otros cuentos (1968), Cuarenta nocturnos y una sinfonía (1972),
Casi tan alto como el campanario (1977), La última oportunidad del Magallanes (1978), Las rondas del obispo (1982), Cuatro cuentos (1994), Elisa morirá esta noche y otras piezas (1995), El rostro desdoblado (2005), Contares. (2007) y Aquel Faustino Parra (2008). “Todos mis libros están pensados en Yaracuy y tienen mucho de aquí (…) porque lo que pasa en Cocorote puede pasar en otro lugar del mundo”, dijo en 2004, y lo consignó Nicolás Capdevielle en 2011. Por su parte al periodismo entró en rol de redactor y editor. Escribió dos reportajes sobre Sorte, de los que se conocen la nota titulada Cocorote: un pueblo sin futuro definido. 1953. Después de 1958 regresa a Cocorote, definitivamente un lugar yaracuyano mítico y simbólico de gran empatía
con el autor, donde recrea su imaginario; y funda el semanario El Cocoroteño (1957), mientras mantiene en El Nacional su columna El ojo de la aguja. En 1963 saca la revista Así. Entre 19701971 es Jefe de redacción de Por Qué. Y editor de El Chuzo (1973) “que era pura puya”, según rezaba el semanario de tono humorístico.
De un género a otro
Dedicado a la creación dramática desde los años 50, pensaba en 2004, de acuerdo a Capdevielle, que “En el teatro también se cruza el realismo, lo sicológico, muchas instancias e impulsos del sentimiento humano, pero allí suceden cosas inesperadas”. De hecho en Yaracuy una sala de teatro lleva su nombre. En tanto el cuento Juan Topocho fue llevado al cine por César Bolívar, 1979.
Y La última oportunidad del Magallanes cobró cuerpo adaptada a la televisión. Al respecto, Héctor López, docente de la Universidad de Los Andes (ULA) dijo en 2011 en la entrega de premios de la Bienal que lleva el nombre del escritor: “Esta novela es uno de los libros que abre nuevas perspectivas dentro del panorama literario venezolano y entre ellos la incorporación del deporte a la novelística”. La vida de Zárraga es el trajinar de un hombre de la provincia venezolana que se empecinó en desarrollarse profesionalmente; y se hizo escritor, periodista, dramaturgo, con una fina obra reconocida por la crítica y los lectores. Roberto Alonzo Figueroa / Anzoátegui Ilustración: Iván Lira