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Los olvidados. La violencia de los excluidos

Irene de Lucas Ramón

sobre la condición fatal del destino de los individuos, sobre la importancia de las pasiones, los deseos y los sueños. Y por eso el filme —como cabía esperar del genio surrealista del maestro— está lleno de imágenes que son poderosas y perturbadoras metáforas de gran peso simbólico, en las que no falta, desde luego, la carga erótica. A comienzos de los cincuenta Luis Buñuel llevaba varios años viviendo en la Ciudad de México. Para entonces, los trabajos realizados como ayudante y el éxito de público obtenido en 1949 por la comedia El Gran Calavera, producida por Oscar Dancigers, le habían ganado credibilidad. Es así como Dancigers le propuso otra colaboración, una nueva película. Por entonces, al parecer, el cineasta aragonés ya había escrito con Juan Larrea un argumento-titulado inicialmente «¡Mi huerfanito jefe!» y luego «La manzana podrida» que giraba en torno a un niño vendedor de billetes de lotería, pero Dancigers le propuso trascender ese lugar común y ocuparse de la situación de los niños pobres de México. Buñuel contó con la ayuda del escritor mexicano Jesús Camacho, autor de buena parte de los diálogos de dos de las películas de más éxito del cine mexicano, Nosotros los pobres (1947) y Ustedes los ricos

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(1947), pero también con la colaboración decisiva del exiliado Max Aub. Además, se documentó durante meses recorriendo los barrios más pobres del DF y estudiando las páginas de sucesos de los diarios mexicanos, en los que encontró la noticia del hallazgo del cadáver de un chico de 11 años arrojado a un vertedero, un suceso que inspira una de las secuencias claves de la película. Las localizaciones escogidas reflejaban bien la realidad de esos barrios del México DF: la plaza de Romita en la colonia Roma, el barrio de Tacubaya, la Granja Correccional de Tlalpan, o los entonces descampados de la colonia Doctores donde se levantaban gigantescas estructuras metálicas para dar forma a lo que debía ser el Centro Médico Nacional. El reparto no contó con grandes estrellas y el presupuesto no superó los cuatrocientos mil pesos. Los Olvidados es, sin duda, un duro alegato sobre una sociedad en la que la violencia autodestructiva, la desigualdad y la exclusión constituyen elementos estructurales de la que son víctimas niños y adolescentes cuyas expectativas de vida se agotan antes de que puedan convertirse en adultos. Una mirada sobre el círculo, más infernal que vicioso, que relaciona marginación, exclusión, violencia y criminali-


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