LA TEORÍA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA
Un mapa de navegación a través de sus cartógrafos
Israel Covarrubias (Coordinador)
ciencia política
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Un mapa de navegación a través de sus cartógrafos
Israel Covarrubias (Coordinador)
ciencia política
Un mapa de navegación a través de sus cartógrafos
Manuel Asensi Pérez
Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
Mª Teresa Echenique Elizondo
Catedrática de Lengua Española Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria
Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València
Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València
Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid
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tirant lo blanch
Ciudad de México, 2022
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Directores de la Colección: ISMAEL CRESPO
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad de Murcia
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad de Valencia
© Israel Covarrubias y otros
© EDITA: TIRANT LO BLANCH
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Pablo Bulcourf
Israel Covarrubias
Sebastián Cruz Barbosa
Kleber Antonio de Oliveira Amancio
Cristhian Gallegos Cruz
Franco Gamboa Rocabado
Cecilia Lesgart
Luis Martínez Andrade
Dieter Nohlen
Rafael Pavani de Sousa
Guillermo Pereyra
Federico Saettone
Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo
Javier Santiso
Jaime Torres Guillén
Claudia Zilla
Este libro es el resultado de un esfuerzo colectivo que discute una serie de autores contemporáneos del pensamiento político en Latinoamérica, autores que han terminado por volverse referencias clásicas de la teoría política regional. Cada contribución da cuenta de un maitre à penser, es decir, de un cartógrafo que ha propuesto una lectura original sobre los campos de la política y la constitución simbólica de lo político a través de diversos territorios conceptuales en las ciencias sociales en el contexto de la historia contemporánea del subcontinente. Con el paso del tiempo, todos ellos fundaron escuelas y estilos particulares de reflexión y en algunos casos, de “militancia académica”, a partir de los años sesenta del siglo XX en adelante. Por lo demás, los ecos de su influencia llegan a nuestro presente.
Un primer punto que quisiera comentar en este espacio es una serie de argumentos a favor de una teoría política en un sentido transdisciplinar, por no decir abiertamente posdisciplinaria. Esto se vuelve necesario si observamos el índice de este volumen, donde encontraremos capítulos dedicados a la obra de figuras que han desarrollado sus investigaciones y contribuciones en campos como la historia, la teología, la economía, el psicoanálisis, la sociología, la ciencia política, la filosofía y la antropología. Quizá al lector exigente en el campo de ciencia política le resulte extraño, a pesar de que todas las figuras contenidas en este libro comparten un interés explícito por pensar la cuestión político-democrática desde una perspectiva teórica de área dentro de la historia de las ideas políticas latinoamericanas. De cualquier modo, queda la inquietud de saber si no es “borrosa” la delimitación de la teoría política y de la historia regional de las ideas políticas que aquí se articula, pues, ¿qué pueden compartir cada una de las singularidades intelectuales que se discuten respecto a los principales temas y problemas
históricos y teóricos en y sobre Latinoamérica se ha puesto en su horizonte de discusión?
En efecto, la respuesta está supeditada a lo que se entienda por teoría política y por historia de las ideas políticas. Más aún, porque la división disciplinar actual se ha vuelto por momentos innegociable con relación al lugar que debe ocupar la caja de las herramientas lexicográficas en las ciencias sociales y las humanidades. Por ejemplo, hablamos de historia conceptual o historia intelectual como si fuera un dominio exclusivo de la historia, donde la ciencia política o la sociología no tienen nada que decir, o no pueden aportar demasiado. Asimismo, hablamos de teoría de la democracia como si únicamente los politólogos pudieran construir una argumentación sólida al respecto. En otras ocasiones se habla de filosofía política como un campo diverso de la historia de las ideas políticas, ya que la materia de la que se ocupa un filósofo no es la misma que trabaja un sociólogo o un politólogo. No se debe perder de vista que por lo menos la teoría política aparece como campo de intersección entre diversas disciplinas, camina siempre entre la filosofía y la ciencia política, la historia y el derecho, la antropología y la sociología, la teología y la psicología.
En este sentido, el objetivo general de esta obra es pensar a la teoría política como un campo de frontera, una interfase analítica, en la medida en que se nutre siempre de los diversos campos disciplinarios que la utilizan en el interior de las ciencias sociales. Es un campo de intersección porque en él tiene lugar la producción de los conceptos que cada disciplina pone en acto en sus estudios particulares, estableciendo siempre un diálogo continuo entre teoría y fenómenos empíricos e históricos. Con mucha probabilidad, esta es una de las tareas esenciales de una buena teoría política.
Ahora bien, una de las utilidades principales de la teoría política para el ámbito metodológico es que nos advierte sobre la importancia en el uso de las palabras que definen a la política, con lo que confirma la idea de que “nombrar una realidad es construirla”
(Herrero, 2014: 55). Además, permite a través de diversas metodologías responder a la pregunta de cómo se carga de significado una categoría en una época determinada, en la que el contexto, la
escritura y los procesos históricos son dimensiones indisociables para el análisis.
Así, este libro pretende encontrar su nicho intelectual específico en el interior de la teoría política que se ha desarrollado en los últimos decenios en Latinoamérica. En particular, en sus variantes menos rígidas y menos ortodoxas, ya que partimos de la idea de que los “cartógrafos” aquí discutidos son un conjunto de autores que han construido algunos de los mapas conceptuales más significativos con los cuales se han formado varias generaciones de estudiantes y estudiosos latinoamericanos, al tiempo de ser referencias obligadas para explicar algunos de los problemas centrales del tiempo presente1. Sus esfuerzos fueron y siguen siendo apuestas que en modo abierto proponen problemas y generan explicaciones desde esos espacios, originales y consistentes, de indagación, a pesar de que es un “estilo” de académico en vías de extinción en el desarrollo reciente de las ciencias sociales en el nivel regional. Por su parte, el objetivo particular del libro es el de observar la evolución de los saberes conceptuales sobre la política y lo político en el subcontinente latinoamericano. Si bien América Latina no es el problema directo a dilucidar como categoría social o filosófica, sí resulta ser el lugar de habla desde donde se han desarrollado una serie de mapas de la teoría política, así como diversas constelaciones de conceptos e ideas que abonan con precisión a la explicación de sus múltiples realidades (Osorio, 2014: 265-294). El libro tampoco se aleja mucho de las tradiciones intelectuales y académicas “locales”, mucho menos del desarrollo de la cultura del análisis
1 Véase, entre otros, el volumen de inicios de la década de los ochenta que edita Norbert Lechner (1981), y que incluye a ciertos politólogos y sociólogos políticos que son referencia obligada hasta nuestros días en sus distintos campos, entre los cuales estaban Ernesto Laclau, Guillermo O’Donnell, Adam Przeworski y Fernando Henrique Cardoso. De igual modo, variaciones incluso encontradas unas de otras de ciertas perspectivas de teoría política abiertamente heterodoxas a partir de las décadas de los ochenta y los noventa del siglo XX se encuentran en Cardoso (1981: 25-34); Foxley (1989: 202-227); Dos Santos (1984: 67-71); Kay (1991: 31-66); y Rabotnikof (1991: 207-225). Véase algunos aportes más recientes en Calderón Rodríguez (2012: 11-29).
político puramente regional, por lo que se mantiene atado a la reflexión en el campo de la historia de las ideas políticas, incluso en el área de la historia conceptual, a pesar de que estos dos últimos campos definan sus objetivos analíticos en modo parcialmente distinto a la convocatoria que aquí presentamos2.
Para los estudiosos de la democracia, el Estado y las contradicciones de los procesos políticos contemporáneos de América Latina no son ajenos los nombres de Roger Bartra, Leonardo Boff, Fernando Henrique Cardoso, Arnaldo Córdova, Florestan Fernandes, Gino Germani, Pablo González Casanova, Albert O. Hirschman, Ernesto Laclau, Hugo Celso Felipe Mansilla, Dieter Nohlen, Guillermo O’Donnell, Carlos Pereyra, Juan Carlos Portantiero y León Rozitchner. Esta lista pone de manifiesto que la convocatoria ha sido plural, y que otro de sus objetivos “secretos” es evitar la reproducción de aquello que Rabotnikof (1992: 207) señala como las “defensas casi corporativas de [las] especialidades”, que abrevan de las “distinciones ‘departamentales’” y encapsulan la posibilidad de reunir trayectorias disímbolas en un corpus que exprese la fertilidad y los desarrollos poliédricos de la teoría política en nuestra región.
Es evidente que la lista de autores discutidos en este libro es parcial, y que hay muchos otros autores que deberían aparecer en sus páginas como Norbert Lechner, Aníbal Quijano, Julio Cotler, Juan Carlos Marin, José Antonio Garretón, Jorge Lanzaro, Luis Aguilar Villanueva, entre muchos más que exceden los propósitos intelectuales y materiales de esta obra. Ahora bien, siguiendo con la idea de que la teoría política es un campo subdisciplinario de frontera, igualmente queda pendiente un trabajo por desarrollar en el futuro próximo sobre la teoría política desarrollada por mujeres, donde encontramos autoras hoy fundamentales para el estudio de los procesos contemporáneos sobre la política y la democracia en la región como son los casos de Silvia Rivera Cusi-
2 Véase, por ejemplo, los múltiples trabajos contenidos en la historia de los intelectuales en Latinoamérica dirigida por Carlos Altamirano (2008 y 2010); o el libro reciente de Rafael Rojas (2018).
canqui, Rita Segato, Nora Rabotnikof, María Lugones, Rossana Reguillo, Beatriz Sarlo, Gloria Anzaldúa, Ivone Gebara, Eli Bartra, entre tantas otras.
Los autores discutidos en el libro pueden ser identificados a partir de un triple registro. Son académicos, militantes y pensadores de distintas generaciones que viven en una suerte de “disonancia” académica y cultural al encontrarse intelectualmente entre dos regímenes de historicidad, la de dos siglos, el XX y el XXI. Lo particular de sus indagaciones teóricas es que siempre han estado adelantadas a su tiempo. Pero, paradójicamente, son obras debatidas, incluso con intensidad, mucho antes de que su tiempo las exija, esto es, antes de que den cuenta de esa serie de transformaciones que a su mirada estaba teniendo lugar como un conjunto de “problemas vivos”. En este caso, me viene a la mente el comienzo de la compilación que Guillermo O’Donnell publica en 2007 donde desde su título advierte la cuestión de las “disonancias” académicas y políticas:
[…] Disonancias, expresa mis sentimientos ante las democracias que hemos conquistado y mi convicción de que ellas deben ser sometidas a lo que indica el subtítulo: Críticas democráticas a la democracia.
Esto expresa una doble referencia. Por un lado, no debemos olvidar jamás el horror de los regímenes autoritarios que asolaron nuestro país y otros de América Latina. Ellos marcan un punto de no retorno, algo a lo que nada jamás justificará intentar regresar. Por el otro lado, las fallas de estas democracias son tan graves como evidentes. Ante ello, no pocas opiniones fluctúan entre condenarlas como meras farsas cuya única verdad es encubrir siniestros intereses, y la resignación conservadora de que “somos así y las cosas no pueden ser de otra manera”.
Frente a esto creo que todos, los intelectuales especialmente incluidos, tenemos el deber de hacer una crítica severa y detallada de las características y funcionamiento de estas democracias, pero siempre teniendo en cuenta aquel punto de no retorno e intentando contribuir a la vasta tarea de mejorarlas. No siempre es esto fácil; a los gobernantes no suelen gustarles las críticas y los beneficiarios del statu quo tienen en su favor poderosas ideologías, a veces vestidas con el ropaje de una (seudo) ciencia económica, que nos dicen que lo mejor (y en el fondo lo único) a que debemos aspirar es a una democracia muy reducida y, en el fondo, despolitizada (O’Donnell, 2007: 13).
Tengo la impresión que los autores aquí discutidos podrían suscribir la aseveración “disonante” de Guillermo O’Donnell con relación al proceso democrático contemporáneo en la región. En las diversas personalidades y cartografías de los autores discutidos, la “hibridez” que los caracteriza, así como su “desmesura” académica y ambición intelectual, puede se interpretable como un contenedor conceptual que aún podríamos utilizar para estatuir las filiaciones y las referencias obligadas de nuestros trabajos académicos. Pensemos, por ejemplo, en el concepto que propuso O’Donnell en torno a la democracia en América Latina, el de democracia delegativa, para darnos cuenta de la enorme pertinencia de sus categorías en un momento como el actual donde vemos el crecimiento cualitativo y cuantitativo de fuertes amenazas contrademocráticas, como lo es el populismo.
Es posible argüir que la democracia, en mayor o menor medida dependiendo del personaje bajo análisis, ha sido una suerte de presencia “espectral” en muchas de las páginas que nos heredaron. Es evidente que su horizonte de inteligibilidad fue la segunda mitad del siglo XX, donde las maneras de pensar su tiempo están en sintonía con un mundo político internacional y regional en rápida transformación entre los años cincuenta y los setenta. Sin embargo, sus reflexiones siguen siendo necesarias en algunos de sus puntos neurálgicos. Lo fascinante en sus obras, incluida su (in)actualidad, es que no podemos dejar de leerlas, como tampoco podemos dejar que se empolven en el librero, ya que son necesarias sobre todo para las actividades de enseñanza y formación en nuestras universidades. En particular, nos parece que pueden ser de utilidad para los estudiantes que están formándose “a caballo” entre la ciencia política, pasando por la ciencia jurídica, la sociología y la historia.
Con estos personajes aparece el fenómeno que el escritor italiano, Italo Calvino, definió como la obligación, acaso una necesidad vital, de lectura de un “clásico”, cuando propuso catorce “macro-definiciones” de aquel. En la cuarta, quinta y sexta definición se lee lo siguiente: “4. De un clásico cada relectura es una lectura de descubrimiento como la primera vez. / 5. De un clásico cada primera lectura es en realidad una relectura / 6.
Un clásico es un libro que nunca termina de decir aquello que tiene para decir” (Calvino, 2002: 7). No hay modo, pues, de eludirlos.
A pesar de que en nuestros días contamos con una creciente literatura acerca de las historias nacionales que puntualizan los desarrollos de la ciencia política, de la sociología política, de la filosofía y de la teoría política, incluso de la economía política, por citar direcciones de indagación donde muchos de los autores discutidos en esta obra colocan sus mejores reflexiones, es difícil encontrar en el campo editorial latinoamericano obras colectivas recientes que puedan ofrecerle al lector, además de las maneras de recepción de una disciplina y de los ámbitos de evolución institucional en la cual se ha desarrollado, la importancia heurística de recuperar y transferir en el trabajo académico en general, así como en la docencia y en la investigación, la herencia y la vigencia, que es el signo de su contemporaneidad, de una serie de maestros de la teoría política contemporánea en Latinoamérica. Autores y maestros que manifiestan, con mayor o menor intensidad, un común denominador: todos ellos pasan del lugar de vehículo (por ejemplo, “traductor de…”, “discípulo de…”) al lugar de traducible, lo que significa el reconocimiento general local y más allá de las fronteras latinoamericanas, sobre todo porque hablamos de una semántica “original” que logra establecer, y de ahí su relativo éxito, formas de reflexión anticipatorias sobre el universo de la política y sus direcciones interpretativas.
Desde un punto de vista deconstructivo, la posibilidad de anticipación sugiere que estos autores se han preguntado en modo agudo por la situación que guarda una sociedad, un paradigma, un tipo o conjunto de fenómenos que no han sido tratados con la debida suficiencia. Luego, a partir de este examen, indican aquello que está por suceder, pero sobre el que no se han formulado las preguntas pertinentes, ya que siempre es difícil referir las consecuencias que ese conjunto de fenómenos desarrollará. Entonces, las formas de anticipación tienen que ver con las indicaciones teóricas que desarrollaron, pero también se pueden relacionar con perspectivas, hipótesis e instrumentos en el campo de
la investigación empírica que resultaron extremadamente útiles para su época. En este sentido, quizá sus aportaciones sean aún útiles, ya que nos permiten observar las maneras en cómo fueron abordados los fenómenos políticos de su tiempo y las maneras en cómo resolvieron los problemas teóricos y metodológicos inherentes a aquellos.
Así, su relectura puede contribuir al descubrimiento de los registros y las huellas de su originalidad en los campos de conocimiento que instituyeron, por lo cual devienen un espacio de inspiración académica al permitir la profundización en la creatividad de la investigación acerca de los procesos políticos de nuestros días. Asimismo, es oportuno decir que otro elemento que permite identificar y, al mismo tiempo, corroborar la importancia de un cartógrafo contemporáneo es que sus obras no son de vida breve, sino de largo respiro. A diferencia de muchas de las investigaciones que en nuestros días se llevan a cabo, el trabajo académico de los cartógrafos citados no sufre la usura del tiempo, como sucede con nuestros libros de coyuntura o de “actualidad” política, y con aquellos otros de investigación, pero que tienen una vida breve, causada probablemente por el establecimiento de patrones puramente sincrónicos para construir las unidades de análisis que se ponen bajo investigación.
Si es la democracia una de las preocupaciones mayores de estos cartógrafos, vale la pena preguntarnos sobre el tipo de preocupaciones que se estaban quedando atrás en los albores de la segunda mitad del siglo XX, y cuáles ideas nuevas emergían con cierto ímpetu en un ambiente político regional caracterizado por una fuerte tensión entre experiencias autoritarias y un tibio horizonte democrático como salida.
En ese momento, en el contexto latinoamericano era clásico el tema del desarrollo, en aras de describir y explicar de la mejor forma posible la idea en boga por aquellos años de una modernidad inacabada, junto a una modernización fracturada, o en el mejor de los casos sui generis (Martín-Barbero, 2003: 35-51). Por su parte, la cuestión del desarrollo económico ya estaba presente desde inicios de la década de los cincuenta en las múltiples iniciativas y pu-
blicaciones que tuvieron en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) su epicentro académico y político3. Ello fue así, en realidad, por el hecho de pensar a América Latina “desde algún lugar” que, con independencia de haberlo encontrado con precisión, dibujaba los rostros más visibles de los grandes temas que posteriormente le interesarán a la teoría política latinoamericana. Por ejemplo, los giros académicos de las ciencias políticas y sociales regionales estaban motivadas por distintos esfuerzos de construcción de teorías “locales” o de área que dieran cuenta de la formación y la transformación del Estado, a pesar de las reticencias en el subcontinente hacia la producción de teorías de alcance medio, pues en su momento fueron definidas como una “solución mediocre” de explicación de su realidad social y política (Baño, 1984: 4). Al respecto, sigue siendo esclarecedor el texto de Merton (2002: 56-91) donde se plantea que la teoría de alcance intermedio o local se compone de las siguientes características: 1) se utiliza para guiar la investigación empírica; 2) ayudan a que las hipótesis puedan someterse a la prueba de la verificación empírica; 3) se aplican a un número reducido de problemas o casos. Es decir, es una teoría local situada espacial y temporalmente, cuyo aporte a la generación del conocimiento, nuevo y específico, de un fenómeno, situación o acontecimiento, es nomológicamente posible, aunque no necesariamente alcanzable, ya que la realización de esa pretensión de validación científica es clásica de las teorías generales, en este caso, de una teoría general de la política o de la sociedad, y que parten de una ambiciosa posibilidad de explicación de ella a través de una óptica de uniformización sobre el conjunto de conductas, modos de organización y cambios sociales en los que cualquier sociedad se expresa. Así, termina por ser comprendida menos por sus especificidades y más por sus principios generales de funcionamiento, con lo que su grado de verificabili-
3 Una síntesis acerca de la reflexión originada por el desarrollismo y el papel de la CEPAL es Zapata (2010: 141-155), también véase Osorio (2014: 279-283).
dad empírico puede perder en precisión, no obstante que gane en extensión cognitiva
Empero, existían dos grandes direcciones que guían a las ciencias sociales latinoamericanas “a caballo” entre los años sesenta y setenta. La primera tejió un ámbito de estudios de talante jurídicopolítica bajo las perspectivas de poner en relación a los sistemas de necesidades con su institucionalización en la esfera público-estatal. La segunda insistió sobre las contradicciones en el orden político inherentes a los procesos de cambio social y aparición de nuevas grupalidades que ponían en predicamento los cimientos de las antiguas formas de apropiación y reproducción política, de lo cual resulta una de las temáticas centrales en las décadas posteriores, en particular, a partir de finales de los años ochenta cuando se coloca el tema de la sociedad civil y la participación ciudadana en la agenda de discusión.
De este modo, un mapa que ilustra la primera dirección es el caso de la recepción de las teorías sobre la modernización política, que encontró en el sociólogo italo-argentino Gino Germani (1911-1979), a uno de sus más brillantes exponentes. Muestra de ello es su libro Sociología de la modernización. Estudios teóricos, metodológicos y aplicados a América Latina, publicado en Buenos Aires por la editorial Paidós en 1969, y que es una referencia central en la ciencia política latinoamericana. Es importante expresar que por los mismos años sale a la luz la obra que en su momento fue considerada clásica sobre el tema de la modernización política y, particularmente, en las maneras de “comprensión” del “Tercer mundo”, incluida América Latina, desde la ciencia política norteamericana. Me refiero al libro de Samuel P. Huntington, Political Order in Changing Societies, publicado en 1968.
Para la segunda dirección, podemos observar que junto al desarrollo existen una serie de preocupaciones como el autoritarismo en sus distintas génesis; la explotación, la desigualdad y la pobreza en la relación conflictiva entre el campo y la ciudad; las clases sociales, la dependencia socioeconómica y política en la relación centro (países desarrollados) y periferias (países en vías de desarrollo). Aquí, la obra paradigmática es la de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina.