Tinta Roja - número 3

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Gaboto”, o apelan al lunfardo como “Los locos por las Pebetas” de Las Cañitas. Al menos desde la década de 1940, cada una de estas agrupaciones se reconoce por su nombre, por los colores que portan en la vestimenta y por el barrio que da origen el grupo. De esta manera aparecen “Los Chiflados de Almagro”, “Los Fantoches de Villa Urquiza”, “Los Pegotes de Florida” y “Los Cometas de Boedo” como algunas de las murgas pioneras. La que se considera como “época de oro” de la murga porteña abarca las décadas de 1940 a 1960. En ese período se va consolidando una modalidad artística que incluye en igual proporción el discurso crítico y burlesco, aunque a veces también nostálgico, de las canciones y el despliegue enérgico del desfile y el baile murguero. De la misma manera, el bombo con platillo y los silbatos son los escasos instrumentos con que se logra marcar una poderosa rítmica. Con estos elementos, sumados a una vestimenta caracterizada por el brillo de las lentejuelas y las banderas, paraguas u otras “fantasías” que acompañan el desfile, se pone en acto una elaborada presentación que convoca a los vecinos a mirar, escuchar, aplaudir, moverse y reír. Por esto es que la murga convierte a la calle del barrio cotidiano en un espaciotiempo festivo, especial, único, en el que todos pueden participar sin distinción de actores y público. A lo largo del siglo XX, la historia del carnaval transitó las altas y bajas de la vida política nacional. Por su parte, las periódicas interrupciones del orden político constitucional atentaron contra la continuidad de las prácticas festivas. Limitado, controlado y hasta prohibido, los altibajos en los festejos son el mejor ejemplo del temor que inspira a los gobiernos la libre expresión popular. Ciertamente, la tensión entre desaparición y continuidad de las fiestas de carnaval en la sociedad argentina encerrará contradicciones sociales mayores que remiten a la libertad de expresión, al uso de los espacios públicos y a la participación popular. Un particular punto de inflexión ocurrió el 9 de junio de 1976, cuando la última dictadura eliminó los feriados de lunes y martes de carnaval del calendario oficial por medio del decreto Nº 21.329. Este decreto afirma que dicha medida se implementa para: “incrementar la productibilidad a través de la eliminación de pausas en la actividad nacional”. No sólo se buscó limitar los festejos populares, públicos y callejeros sino que la anulación de los feriados estuvo relacionada con la imposición de una supuesta racionalidad económica: incrementar y maximizar los días de actividad laboral, sentando las bases para la política neoliberal que se instauraría luego. A pesar de la fuerte represión a toda forma de expresión pública por parte del poder dictatorial, con mucha dificultad, las fiestas de carnaval siguieron realizándose en algunas plazas, en clubes, en los tradicionales cine-teatro de los barrios, aunque no sin transitar un sinuoso camino de censura y control. Por esta razón muchos conjuntos y agrupaciones carnavaleras dejaron de reunirse, pasando a formar parte de la memoria popular. Así, toda una generación de porteños creció sin más referencias que los relatos de los mayores sobre los carnavales de antaño. El espíritu burlón e impertinente del carnaval fue perdiendo fuerza en un contexto de ausencia de libertades. Como resultado de ello, para la vuelta a la democracia en 1983 quedaban aún funcionando muy pocas murgas y comparsas que se organizaban para salir en carnaval.

Carnaval y murgas en el retorno democrático En la ciudad de Buenos Aires y en el gran Buenos Aires algunas agrupaciones, y especialmente los denominados centro-murga, mantuvieron vivo el espíritu festivo e insolente del carnaval que los sucesivos períodos dictatoriales buscaron cercenar. A modo de una trama casi invisible, grupos de bailarines, poetas, músicos y cantores populares, protagonistas de esta historia, se siguieron organizando en asociaciones voluntarias e informales, muchas veces tan efímeras como los cuatro días que dura el carnaval. En 1983, el reinicio del período democrático en la Argentina abrió una nueva etapa de esperanza en la vida política del país. En el marco de una sociedad profundamente golpeada y desintegrada en sus lazos sociales, poco a poco y de la mano de distintos entusiastas carnavaleros, los festejos públicos irán recuperando los espacios perdidos. Algunas antiguas murgas barriales se reactivan y se van poblando de nuevas generaciones de “mascotas”, adolescentes y jóvenes, que hallarán en estas organizaciones informales un espacio de pertenencia en donde poder proyectar distintas potencialidades creativas. Acompañando y dando impulso a este fenómeno cultural, en el año 1988 y a partir de la iniciativa del músico Coco Romero se comienza a desarrollar una nueva forma de transmitir las artes carnavaleras porteñas: a través de los “talleres de murga”. Los “talleres de murga” se convierten en el caldo de cultivo para nuevas agrupaciones, que se forman con cierta libertad respecto de los lazos tradicionales y que, al mismo tiempo, buscan rescatar esos saberes populares a través del contacto directo con los “viejos murgueros”. Esto permitirá ir renovando las formas de expresión de las artes barriales y callejeras del carnaval de Buenos Aires. Paulatinamente, esa pasión que estaba adormecida se pondrá en movimiento a través de la participación de jóvenes de distintos sectores sociales. Así, docentes, profesionales, estudiantes y artistas pasan a engrosar las filas de un movimiento de carnavaleros que comienza a surgir y a organizarse para dar vida al tan anhelado “Reino de Momo”. Desde el retorno democrático, el movimiento murguero está impulsado por el encuentro e intercambio entre agrupaciones. Por eso, los primeros festivales en plazas y parques reúnen a murgas de distintos barrios y logran poner nuevamente la alegría del carnaval en el espacio público, extendiéndola a todo lo largo del año. Otro de los objetivos planteados desde los comienzos de la organización es recuperar esta fiesta popular en el calendario oficial. En este sentido, un acontecimiento significativo ocurrió el 11 de febrero de 1997, cuando más de treinta agrupaciones realizaron la primera “marcha” por el carnaval. Esta convocatoria, en defensa de la fiesta popular, reclamó la restitución en el calendario oficial de los feriados suprimidos durante la última dictadura militar. Con el tiempo, los reclamos por la recuperación de los feriados de carnaval se siguieron realizando año tras año. Posteriormente, estas movilizaciones se multiplicaron en diversos puntos del país, por lo que el reclamo carnavalero se amplió a nivel nacional. La murga camina Protagonista del carnaval, la murga porteña durante la década de 1990 fue construyendo espacios alternativos y re-


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