Tinta Roja - número 3

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murga porteña

En la modernidad, la fiesta del exceso en las calles se ve cada vez más limitada por el avance de la vida familiar volcada hacia el interior del hogar y por la racionalización de las actividades en busca de cada vez mayor ganancia económica. Sin embargo, el escritor alemán Goethe, en su Viaje a Italia del año 1788, dice que: “El carnaval de Roma no es propiamente una fiesta que se le da al pueblo, sino una fiesta que el pueblo se da a sí mismo (…) aquí cada cual puede mostrarse tan loco y extravagante como quiera, y que, con excepción de los golpes y puñaladas, casi todo está permitido”. Esta cita, retomada por Mijail Bajtín en su monumental estudio sobre el carnaval en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (obra escrita en 1941), revela la permanencia del sentido participativo y abierto de la fiesta popular en la Europa moderna. También cabe destacar que en los festejos cada quién encarna el papel social que desea, el carnaval simboliza la alegre negación del sentido único de las cosas. Los disfraces y las máscaras invitan a trastocar los roles sociales cotidianos: los oprimidos se disfrazan de príncipes y los reyes pueden ser mendigos, algunas personas se visten de animales, mientras que otras cambian de sexo; los hombres se engalanan como mujeres y las mujeres se transforman en hombres. El desembarco del carnaval en Buenos Aires El carnaval llega y se expande por América con la conquista europea. Mezcla de procedencias étnicas muy distintas, de raíces europeas, aborígenes y africanas, la historia del carnaval en América adquiere nuevas características en la conformación de su identidad. A lo largo de su desarrollo histórico, el carnaval se fue insertando en los nutridos calendarios rituales y festivos de las poblaciones nativas que habitaban en el continente, creando múltiples variaciones de este festejo popular. Producto de dicha mezcla, los pueblos americanos encontraron en el carnaval un escenario único en donde expresar sus utopías, sueños y esperanzas de un mundo mejor. En el Río de la Plata las fiestas de carnaval reconocen una larga tradición que puede medirse cuanto menos en siglos y que se remonta a las primeras épocas coloniales, tal como señala Enrique Puccia en su Breve historia del carnaval porteño (1974). Durante el siglo XIX una práctica muy común en tiempo de carnaval sería jugar a tirarse agua y otros líquidos, divertimento que permitía romper con los protocolos de cortesía, recato y jerarquía que existían entre hombres y mujeres, mayores y niños, poderosos y dominados. A pesar de las permanentes sanciones y restricciones policiales, la divertida costumbre de arrojarse agua durante los días de carnaval seguirá acompañando a estos festejos a lo largo del siglo XX. Hacia fines del siglo XIX, el carnaval en Buenos Aires registraba una gran variedad de agrupaciones que reproducían el carácter multiétnico de la época. Para los festejos se organizaban estudiantinas (formadas por jóvenes estudiantes), orfeones (agrupaciones corales) y sociedades filarmónicas de corte español; comparsas y grupos de cómicos alla italiana; “naciones” de afro-descendientes y asociaciones candomberas; así como conjuntos tradicionalistas y gauchescos que representaban al criollismo local. Esta pluralidad de conjuntos y agrupaciones de carnaval escenificaban las dificultades de integración que vivía la Gran Aldea de entonces con la llegada de la inmigración ultramarina y la implantación del

Parte del conjunto humorístico “Gli Innamuratti Spulsatti” que animaba los desfiles carnavalescos de principios de siglo. Foto: Archivo General de la Nación

modelo de modernización. La variedad de nombres y de tipos de agrupaciones, exhibía la gama de orígenes étnicos y raciales que componía la población de la ciudad a fines del siglo XIX. Entrado el siglo XX, la ciudad de Buenos Aires crecía y se convertía en una gran urbe, al mismo tiempo que la diversidad y complejidad de las agrupaciones carnavalescas que mencionamos anteriormente se simplificaba y reducía a unas pocas variantes: murgas, comparsas y agrupaciones humorísticas. La murga porteña, en particular, sintetizará y será heredera de las influencias culturales de los inmigrantes más recientes; así como también expresará la huella africana que llega hasta nuestros días, sobre todo en la danza y el ritmo del carnaval. Hacia el año 1920 se pueden reconocer algunos conjuntos carnavaleros, que en sus mismas denominaciones, al igual que en las murgas actuales, proponen un estilo de expresión evidentemente satírico y burlesco de la realidad. Se hacían llamar “Los Caídos de la Cuna”, “Los Sin Plata”, “Los Curdas”, “Afónicos y Cacofónicos”. Las altas y bajas del carnaval Durante las primeras décadas del siglo XX, las denominadas murgas comienzan a tomar preponderancia en las fiestas callejeras del febrero porteño, al mismo tiempo que los corsos se abren paso en los nuevos espacios barriales, en plena expansión en la ciudad. Como dice Alicia Martín en Fiesta en la calle (1997): “Las agrupaciones de carnaval que se fundaron antes en fuertes lazos étnicos, de clase y de amistad, pasarán gradualmente a organizarse en función de los nuevos lazos sociales generados en y por la vida en los barrios”. Así aparecen agrupaciones que llevan por nombre una esquina de barrio, como los hoy casi centenarios “Nenes de Suárez y


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