



Antología del Colegio de Letras Hispánicas
Antología del Colegio
de Letras Hispánicas
Soliloquio colectivo
Antología del Colegio de Letras Hispánicas
Facultad de Filosofia y Letras, UANL
Nuevo León, México: Marzo, 2024
Colegio de Letras Hispánicas
Editorial Tinta Estática
e-mail: tintaestatica@gmail.com
@tintaestatica
Portada: Génesis Cruz Huerta
Maquetación: Fernanda Alanís Rivera
Curaduría: Aime Denise Rosales Rodríguez, Andi Cantú Arana, Fernanda
Alanís Rivera, Génesis Patricia Candelaria Rodríguez Martínez y Paola Yazmin García Espinosa
Edición y corrección: Andi Cantú Arana
Coordinación de producción: Aime Denise Rosales Rodríguez y Génesis Patricia Candelaria Rodríguez Martínez
Prólogo: Dr. José Javier Villarreal
Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital, en forma idéntica, extractada o modificada, en español o en cualquier otro idioma, sin previa autorización dada por parte de la editorial, del Colegio de Letras Hispánicas y de los autores de esta antología.
Creado en Monterrey, Nuevo León— Created in Monterrey, Nuevo Leon
Al Coordinador, Dr. Roberto Kaput; al Director, Dr. Francisco Treviño;
y al profesor, Dr. Jose Javier Villarreal
...y a las Voces indecibles de las Letras.
Me resulta esencial ir a la máxima de Rilke en sus Cartas a un joven poeta. Más que especular sobre la calidad o madurez de un texto importa la vida de quien lo escribe, su relación con la literatura. Si podemos no escribir y llevar una vida amable: estamos salvados. Pero si la escritura es una condición de vida, entonces estaremos condenados. De nada sirve si los textos se acercan a los parámetros de lo que alcanzamos a juzgar como literatura. Sergio Pitol, en su Mago de Viena, complica aún más las cosas: llega a decir que la redacción no es sinónimo de la escritura, que todos, con un adecuado adiestramiento, llegaremos a cierto dominio de la misma, pero que escribir, lo que se dice escribir, sólo atañe a los escritores, que siempre –irremediablemente- serán una excepción. El joven Dostoievski dudaba, no tenía claridad acerca de su futuro. Los estudios de medicina le ofrecían cierta posibilidad de vida. La escritura, que lo apasionaba, podía situarse en el estanco de un pasatiempo, de una actividad recreativa de fin de semana. La Tierra da muchas vueltas y la vida se manifiesta. Por razones que no vienen al caso, Dostoievski, junto con algunos jóvenes inquietos e inconformes con el statu quo, se vio frente a un pelotón de fusilamiento; el indulto llegó y su vida fue salvada. Esa misma noche, después de tan extrema experiencia, le escribió a su hermano para decirle que había optado por la literatura como forma de vida.
Esta suma de textos, donde se leen prosas de ficción, versos y ensayos, se debe a un grupo de estudiantes de Letras que ha decidido dejar constancia de su paso. Borges, a quien todos han leído, afirmaba que la literatura era una forma de felicidad y quiero pensar que estos
lectores, tocados por el arrebato de tal estado, decidieron, de una o de otra manera, dejar la huella de su muy particular gozo. Pero no todo es cuesta abajo. Por lo general la pendiente se sufre y el salmón debe nadar a contracorriente. José Gaos afirma que la poesía, para ser poesía, debe luchar contra el demonio, es decir, contra la voluntad de nada. La poesía es hacer (poiesis, decían los antiguos griegos), y hacer es luchar contra la inercia de la nada. Para mí es un rasgo de vida, y todo texto –independientemente de la naturaleza de su asunto— es un acto de amor.
Al leer esta compilación me doy cuenta de la atmósfera opresiva, a puerta cerrada, que impera en la mayoría de los textos. El rompecabezas está compuesto por muy diversas piezas que van desde el humor, la paradoja, el asombro, el amor, el deseo; la cavilación y reflexión que dan cuerpo a un personaje, la construcción de su autor. Pero las voces anhelan y observan. Unas más, otras menos, nos dan la sensación de lecturas; también, de la ausencia de éstas, y algunas composiciones –pocas en verdad— nos ofrecen el aire de lo silvestre, de lo sin memoria, que en este caso sería la falta de un asidero literario, de una tradición.
El camino es largo, y apenas inicia. Atreverse es arriesgar una zona de confort, salir del cuarto y habitar la casa. George Perec afirma que la literatura es memoria y selección. Octavio Paz escribe que somos aquello que hacemos, no lo que pensamos de nosotros mismos. Quien lee un poema se lee a sí mismo, y la novela, al decir de Doris Lessing, nos permite vernos como los demás nos ven. La literatura es el lenguaje traspasado por la pasión; en sí, es una experiencia de vida. Me sobrecoge la presencia de dos autoras que se citan en los ensayos aquí reunidos. En el caso de Mary Shelley mi emoción es mayor ya que se trata de una escritora que a los 21 años publicó, no escribió, su novela Frankenstein. ¿Cómo se llega a escribir un libro así a tan corta edad? Leyendo, acumulando experiencias, conociendo una tradición escritural; no sólo leyendo la literatura, sino
habitándola, recorriendo sus diferentes laberintos. Rafael Argullol vino a decirnos que la literatura sirve para vivir muchas vidas. Todos estamos condenados a vivir sólo una. Pero el lector acumula vidas, experiencias, emociones que no lo abandonarán. Irene Vallejo, en su Manifiesto por la lectura, asegura que aquél que lee es un ser que desarrolla una mayor empatía con aquellos que lo rodean. El lector, en su dinámica, ensaya –permanentemente– el ponerse en los zapatos del otro.
Esta Antología del Colegio de Letras Hispánicas. SoliloquioColectivo es una muestra de la voluntad por expresarse, una urgencia por romper el silencio y alcanzar una voz, un lugar donde la expresión artística nos otorgue un protagonismo: el compromiso de habitar y sentir nuestro mundo, aquel que reclamamos y hacemos nuestro al nombrarlo, que es una definitiva y precisa forma de nombrarnos. La suerte está echada.
dr. JoSé Javier villarreal
Secretario de extenSión y cultura
Ricardo Daniel Quiroz Reyes, Agosto - Diciembre 2021
Cada vez que nos hacíamos algo, sabíamos que el otro lo haría de regreso y más fuerte: así funcionaba nuestra dinámica. No se trataba de lo que estaba pasando ahora, sino de lo que vendría después; la venganza era nuestro entretenimiento favorito.
Empezamos desde chicos con simplezas: sapes, cachetadas, patadas, y los sinsentidos inocentes e infantiles que a dos niños les causan gracia. Con el tiempo eso nos pareció poco, y comenzaron los golpes de mayor intensidad o travesuras que ameritaban algo más que un simple regaño por parte de nuestros papás. Como esa vez, cuando él tenía doce, en la que me escondí debajo de su cama (habíamos rentado una cabaña con nuestros primos allá en el cerro) sólo para poder prender un cuete en medio de sus pies tan pronto estuviera dormido; ni siquiera recuerdo de qué me estaba vengando esa vez, pero sí de las quemaduras que le quedaron en la piel. También está esa vez donde mi hermano, a los dieciséis, desgarró varias de mis camisas porque salí a cenar con mis amigos usando una de él sin pedírsela; mi mamá se encargó de ponerle una madriza ella sola, mientras le gritaba cosas como “¡ni que tú pagaras la pinche ropa, cabrón!”, pero nunca pude reponer mis camisas, y eso me hizo emputar mucho. O está aquella otra vez cuando mi hermano, a sus dieciocho, aventó mi plato de desayuno contra la ventana de la cocina, haciendo un tremendo desvergue, gracias a que no quise cambiar una reunión con mis amigos en la casa del sábado al domingo, pues él quería traer a los suyos el mismo día.
Recuerdo bien una ocasión en la cual, con sus veinte ya cumplidos, me empujó contra la tele (abollé una de las esquinas con mi cabeza) en venganza por haber enviado fotos a su novia en las cuales claramente se le veía coqueteándole a dos de sus amigas en una misma peda; él había hecho algo parecido con mi ex, y me pareció justo que quedáramos a la par, aunque la justicia me durara poco. Y por supuesto que no olvido ese día, tres años después, cuando el pendejo tomó una de mis maquetas para la facultad y la trozó por la mitad, un día antes de la fecha de entrega, mientras me gritaba, con la cara roja de lo encabronado, que me estaba devolviendo la que le hice cuando fui con el chisme a mamá sobre el embarazo de su novia; la cosa terminó en sangre, pantalones rasgados y uno de mis dientes tirado en el piso.
“¡Trátate, pendejo! ¡Tus arranques chisqueados ya me dan un chingo de miedo! ¡En una de esas y me terminas matando!”, le grité, temblando de enojo, y chimuelo. “¡A lo mejor y así dejas de estarme jodiendo la vida, chismoso de mierda! ¡A lo mejor y matándote se me soluciona toda la pinche vida!”, me contestó. “¡No hay forma de arreglar el cagadero que ya hiciste, cabrón, ponte pilas! Tú solito te cagaste la vida, y a ver cómo le haces, porque mamá te va a mandar a la verga, igual que a papá, y el bebé va a depender nomás de ti. Si no puedes con todo eso, mejor tú mátate a la verga, para que dejes de estarme chingando y cargarme con la culpa de tus pinches tragedias”, respondí, y desearía poder decir que no sé por qué lo dije, pero la mera verdad es que sí lo sentí en ese momento.
Sinceramente, me perdí el momento en el que nuestra dinámica escaló al siguiente nivel, cuando dejamos las patadas, cuetes y sapes atrás, y pasamos a hacer cosas que, aunque pretendíamos que no, claramente acarreaban consecuencias fuera de nuestro control.
No pensé mucho sobre el día en el cual aquello terminaría: creí que sucedería cuando los dos consiguiéramos novias, formáramos nuestras propias familias y nos mudáramos a nuestras respectivas nuevas vidas,
separados uno del otro. Estos serían meros recuerdos con los cuales reiríamos en las carnes asadas, pero mi hermano lo pensó diferente. Decidió terminarlo ahora: teniendo apenas veintitrés y yo veinte, ambos viviendo aun con mamá; él recién graduado de la facultad y yo aun estudiando; él con una novia embarazada y yo todavía tratando de superar a mi ex.
Mi hermano se tiró del puente de Las Arboledas sin que pudiera explicarle que yo no fui quien le dijo a mamá del embarazo de su novia, y seguía sin saber quién había sido. No se enteró que, dadas las circunstancias, mi profe me había dado chance de reponer la maqueta rota y entregarla antes del final del semestre, y me puso un 9, el primero que veía en mucho tiempo en mis calificaciones. Y tampoco supo, al final, que el bebé murió en la panza de su novia, dizque por la tremenda depresión que le había dado a la muchacha; aunque, según mamá, el hecho de que mi hermano hubiera seguido aquí para ver eso, no garantizaba un resultado diferente: la idea del puente seguiría en su cabeza, y el puente tampoco se hubiera ido; tal vez no habría sido ahora, pero terminaría llegando el momento.
Él ganó, lo admito, y se la aplaudo al cabrón. Una venganza maestra. Una venganza que no me dio oportunidad de réplica.
Natalie Marlene Martínez Colorado, Agosto - Diciembre 2022
Contemplo el rojo amanecer a través de mi ventana desde el séptimo piso de mi departamento. Abro la ventana, observo hacia abajo y veo que los pichones se posan en la plaza. Buscan comida para alimentarse, pero no encuentran nada, ni un trozo de pan, ni una semilla. Sólo sangre derramada de miles de estudiantes. No pudieron comer ese día gracias a las balas.
Cinthia Alicia Soto Andrés, Agosto - Diciembre 2022
Arrastra tus dedos anillados en las cicatrices de mi cuerpo y corazón, convierte mis lágrimas en suspiros agitados y hazme perder la razón en el vacío del pecado. Pero, por favor, sacia mi deseo de amar a otra mujer...
Sergio Josafat López Salas, Enero - Junio 2023
Había soñado que se le quedaba viendo en el antro, se dirigía hacia él y que le susurraba algo al oído. Se bebía ese vodka azul que le había invitado como si estuviera sediento desde que nació.
Saltándose toda la trama que pudo haber ocurrido en el lugar, ya estaba arriba del apuesto individuo; desnudos, lubricados y envueltos en sudor. Lo cabalgaba, sintiéndolo dentro de él, gozando de las palpitaciones de su pene que enrojecía, según su imaginación, como una bola de estambre sangrienta que no podía dejar de girar.
Gemía, ronroneaba. Se retorcía de placer hasta aullar… No, algo así como maullar. Sentía muy caliente ese miembro que rozaba con una dulzura violenta la pared superior de la próstata. Le causaba dolor, hacía gestos de agravio, pero no quería que se detuviera, empezó a sentir que su propia verga se hinchaba como a punto de explotar. Empezaba a lamerse los brazos, las axilas y lo que se permitiese. Rasguñaba al joven, sí, que lo arañaba casi como implorando que nunca parara. Le rasgó el cuello con una de sus grandes, afiladas y alargadas uñas y lo terminó degollando.
Despertó, se quedó quieto por unos cinco minutos, luego volvió a dormir. Después soñó garabatos grises. Ronroneaba mientras dormía encima del pecho de su dueño.
Greta Isabel Ramos, Agosto - Diciembre 2022
Gregorio Samsa y yo nos parecemos mucho. No porque parezca bicho, pero yo también sé qué sucede cuando mi padre levanta un palo y yo bajo la cabeza.
Cinthia Alicia Soto Andrés, Agosto - Diciembre 2022
Vivía entre oscuridad y susurros. Sin una madre y con un padre como el suyo, la lucha era constante. Era como pelear con un ente invencible, como convivir con el terror, como ahogarse en soledad. En pocas palabras: ella había nacido.
Nacido para morir.
Marcos Sebastián Picos Monjaraz, Enero - Junio 2023
En la casa teníamos unos manteles bordados con flores de cada temporada y servilletas elegantes para la ocasión. Mi mamá las guardaba en un cajoncito arrinconado a la orilla de la sala, un rinconcito lleno de telas y bordados que nunca me dejaba agarrar porque me picaba con los alfileres sueltos.
Mamá se enojó conmigo porque agarré las agujas para jugar. Cuando me vio, corrió hacia mí y me empujó con mucha fuerza, tirándome al suelo. Me lavó y secó, me quitó todos los cabellos de la cabeza, me extendió a lo largo de una mesa para enterrarme sus agujas; una y otra, poco a poco…
Deseó nunca haberme bordado.
Luis Gerardo Medina Morales, Agosto - Diciembre 2022
Mamá siempre me decía que tuviera cuidado con la comida de la calle porque no era muy saludable y podría estar llena de insectos. Por cada alimento que engullía fuera del hogar, en mi interior anidaban veinte plagas de patas velludas, cortas y punzantes, así lo repetía mamá mientras le partía una pierna a papá.
—Pero más importante —decía con la boca a medio comer—, nunca menciones qué comemos en casa. Nadie debe saberlo, papá se molestaría.
—Sí, mamá —respondía siempre con un pedazo de carne a medio recorrido.
El menú siempre era distinto, meticuloso y balanceado: los lunes, ternera; martes, cabra; miércoles, violinistas con lagartijas; jueves, huérfanos; viernes, prostitutas; sábado, maestros y domingo, sacerdotes. Sin embargo, hoy la receta es distinta. En medio de la cacerola, hervida con verduras y legumbres de temporada, flota la cabeza de mamá.
Marcos Sebastián Picos Monjaraz , Enero - Junio 2023
Cerca de la playa, lleno de comodidades en un lugar alto y bien ubicado, una hermosa vista, con mucho turismo en la zona. Aprovechaba bien mi posición por encima de la gente, pasando todo el tiempo frente al mar, sintiendo el aire en mi cabello. Un mal día, una tormenta de pensamientos agitó el balcón de madera en el que me hospedaba; por el sobresalto me resbalé torpemente y caí al suelo. Quedé inconsciente. Me abdujeron los aliens, agujerearon mi cabeza y pusieron una pajilla por el agujero. En la clínica nadie me creyó que mi cerebro sabe a coco.
Nayeli Citlaly Rancaño Cházaro, Enero - Junio 2023
No cabía en sí de júbilo: cumpliría seis meses de desintoxicación. Había sido muy difícil no tentarse por las invitaciones que sus colegas le ofrecían tras cada jornada laboral. Pero sus esfuerzos dieron frutos, por fin había alcanzado una racha de la cual sentirse orgulloso.
Como estaba tan eufórico, decidió celebrar la ocasión con un six pack.
Anny Isabel Vázquez Salas, Enero - Junio 2023
Con trazos delicados, el filoso pincel untó de rojo el macarrón. Ansiosa probó aquel dulce regalo de reconciliación. Saboreó la esencia del pacto de los amantes y satisfecha sonrió.
Larga vida a la reina.
Descanse en paz… El rey.
Ander Sebastián Urteaga Silva, Enero - Junio 2023
La sequía es el monstruo de una separación, la distancia que el ser humano ha marcado con su entorno. El dolor de un río sin agua es compartido por miles, mientras el jicarazo se vuelve un lugar común, espectro temido de todo hogar pobre. Ésta es la sequía de Monterrey que aparece para dejarnos su huella, en tanto la gente espera el siguiente huracán catártico. La lluvia limpia las penas de la vanidad. Si algún día los pequeños regiomontanos mueren de sed, por lo menos verás, entre los negocios saqueados, una expendedora de Coca-Cola.
Karla María Salguero Ramírez, Enero - Junio 2023
Mi psicóloga me dijo en nuestra última sesión que debía analizar a profundidad si quería seguir con mi pareja o si mi deseo repentino acerca de dejarlo era meramente un pensamiento mañanero, como los que solía tener cuando la ansiedad me carcomía las sienes. Decidí arrinconar la necesidad de estar sola y salí a una cita romántica con mi novio a un parque de diversiones que acababa de abrir.
En el camino me cuestionaba “¿Por qué era tan difícil abandonar esta relación? A veces las cosas eran buenas”, repetí las dos horas de trayecto. Como cuando la madre de mi novio nos hacía chilaquiles para almorzar, sopa con carne para la cena o me invitaba a comer todos los domingos y me sentía parte de una familia. A veces las cosas eran buenas. Fue en el último juego, la chica que lo manejaba me hizo reflexionar. Me pidió sujetarme fuerte mientras ella estiraba un manubrio para probar mi capacidad de fuerza; yo quería alcanzar el nivel 4. Cuando llegué al nivel 3 la chica me preguntó “¿Duele?”, Yo le respondí “sí”. Ella se rió y dijo “si te duele, ¿por qué sigues aferrándote?”, respondí “creo que por la comida de su mamá”. Horas después bajo la mirada molesta de mi novio, entendí...
Ella hablaba del manubrio.
Greta Isabel Ramos, Agosto - Diciembre 2022
El calor está canijo, te quema los pies y tienes la barbilla más blanca que la frente. Sales de un confinamiento que duró más de veintiún días. Días jodidos, la casa era cárcel y manicomio. Hospital.
Ahora se te seca la boca y se te hace raro escuchar clarito a la gente, sin problemas de sonido. Se te hace raro verla después de pura foto y pantalla. Y aunque estás tratando de ignorar las señales de alto, como la de la entrada y las bancas, el agua y el sol, “pinche sol”, piensas; sabes que nada es como fue.
Mariana Martínez Medina, Enero - Junio 2023
Un jueves 12, Miguel decidió terminar su relación con Liliet, una chica perdidamente enamorada. Como último gesto de amor decidieron tener una última cita, en el parque al día siguiente.
Liliet llevó un pay de manzana, miel y canela para Miguel, quien después de comer rectificó su decisión y concluyó que era momento de tomar por esposa a la pequeña bruja Liliet.
Luis Gerardo Medina Morales, Agosto - Diciembre 2022
El altar y su cabeza se mueven a la esquina, por en medio desfila la multicromática bandera mientras el stand-up adorna cada instante del circo convertido en doctrina. Entre ancianas danzantes motivadas por el granito de mostaza, el Supremo Mayordomo del Altísimo Señor emerge como pavorreal, bajo un hábito purpúreo de la orden naciente en Asís.
—Ya no vienen nuevos al concierto.
—Ché, deja ese tema para luego —es la respuesta del Supremo Siervo.—¡Arriba los aplausos y las guitarras hasta el cielo!
Karla María Salguero Ramírez, Enero - Junio 2023
Me decían “el sin vergüenza” porque me la pasaba embarazando morrillas y dejándolas a medio camino. “Pórtese bien, sin vergüenza”, chillaba mi esposa cuando todas las madres frente a nuestra cabaña buscaban linchar al violador de sus hijas. “¡Pos así soy, cabrón como mi padre!”. Era lo único que yo respondía.
Fue una mañana de octubre cuando desperté y vi a Miranda frente a nuestra cama, con su machete para cortar leña. Me miró con una tranquilidad que me asustó. Al instante comencé a sentir ardor en la entrepierna. Desde ahí, no faltaba mañana en la cual no me diera un beso antes de decir: “Pórtese bien, sin huevos”.
Mariana Martínez Medina, Enero - Junio 2023
Pamela y Juan iban discutiendo en el carro. De pronto, un silencio incómodo los abordó.
Después de unos minutos Juan intentó romper el hielo diciendo:
“Tanta carne y yo sin huesos”, mientras juguetón tocaba la rodilla de Pamela. Esta no evitó soltar una risa preguntando “¿huesos?”, Rápidamente Juan repitió “dientes”, pero era muy tarde.
Sergio Josafat López Salas, Enero - Junio 2023
Tengo un machete en una mano, en la otra mi pene. Miro ambas manos con desprecio, asco y fastidio: cierro los ojos. Tomo al miembro erecto con fuerza, lo aprieto del glande. Con la otra mano, la del machete, decido cortarlo. Agarré vuelo y lo corté.
Casi me desmayo al instante, el dolor me carcomía el alma, aun así, tomé coraje y lo corté en pedacitos. Me sentía en esa escena de la ducha en Psicosis. Al verlo por última vez me percaté que lucía y olía como sushi.
Me odiaba. Me odiaba muchísimo. Me daba mucho asco, me sentía deprimida, pero ¡qué alivio!
Finalmente me despierto inconsciente en algún hospital. Lo logré. No sé cómo sobreviví, pero lo hice, como toda mi vida, en un cuerpo al que no pertenezco.
Sofía Goerne Villarreal, Enero - Junio 2023
Hundidos en el sillón de la sala mirando la pantalla negra, ambos cumpliendo nuestro papel, yo pretendo no querer rasgar mi garganta y tú finges escuchar un engaño familiar.
Estar contigo es como armar un rompecabezas que perdió hace mucho algunas piezas, quizás estén entre las otras cajas, pero no me dejas acercarme lo suficiente.
Una vez intenté estar en tus zapatos tomé tu “medicina” hasta quedar mareada; esa noche mi estómago nadó en la taza del baño por fin entendí el hechizo que tiene la cebada germinada, pero me seguía preguntando si la violencia es un efecto secundario o si es algo que va creciendo con el tiempo dentro de nosotros dos.
Tampoco sé si la rabia acumulada, los sentimientos que me comí por años y la desesperación de encontrar tus ojos brillando orgullosamente hacia mí desaparecerán en las grietas del viejo sillón.
Olga Anahí Vargas Bustos, Enero - Junio 2023
Una marca roja manchó la alfombra.
Fue subiendo a las paredes para encontrarse con la bombilla apagada.
Un mar de sangre recorrió la boca para encontrarse con la úvula encendida.
Los huesos gritaban todo menos los huesos, la piel gritaba todo hasta los huesos.
“Afuera tú no existes solo adentro”
Una rajadura pintó las paredes rojas de rojo y mis muñecas de hoja volaron hacia las arterias de cemento que colgaban del techo.
Los griales grises vomitaron palabras que salpicaron las paredes.
Quién sabe qué habrá fuera de la placenta. Por fuera nada por dentro todo, por nada fuera, todo adentro.
Todo con huesos sin huesos Nada.
Entonces, mis muñecas blancas lloraron por la ausencia del polvo.
Lloraron carne, lloraron por los huesos, lloraron por la navaja hasta ahogarse en palabras.
Escupitajos rojos de flema ensangrentada.
Las muñecas gritaron, entonces se cortaron la úvula y yo lloré por la ausencia de la sangre.
Cuando me rajo la piel, sangra todo.
Sangran las paredes
Sangra aire
Sangran las bombillas
Sangra la flema
Sangra sangre
Sangran los ojos
Sangra los colores
Sangra sangre
Cuando me rajo la piel sangra todo menos la herida.
Quién sabe el color del llanto de las venas.
Quién sabe qué habrá al abrir la puerta
Quién sabe qué pasará con una herida abierta
Quién sabe qué pasará con una herida abierta. Quién sabe qué pasará al dejarla abierta.
Diego Gerardo Barrientos Pedraza, Enero - Junio 2023
Ensimismado shock
la escena: una rodilla sobre el cuello, el padre cortando la respiración al hijo; debajo, un charco de vidrio y sangre.
El perrito asustado / teléfono en mano el aire se laceró por bocanadas, “suéltalo, lo estás matando”, la madre y la abuela regresan del mandado, yo le hablé a la patrulla.
Su mijito se está desangrando a esas luces navideñas francesas “¿qué pasó, mi vida?”, acompañadas de su ya sonado rugido de hambre, “¿qué pasó?”.
Las nodrizas se llevan al herido, dejándonos a mí y a mi padre, el perrito y el silencio.
Tanta puta droga para tantos putos rencores
¿qué te lleva? / ¿qué te encierra? / ¿qué te mata?
¿Acaso fueron los pandilleros, el destino griego, papá haciéndote vender mota en las calles?
¿Fueron los golpes del anexo?,
¿El amigo que se tronaron ante tus ojos?,
¿Fueron las riñas campales?, ¿la ciudad?, ¡¿Qué?!
Tantas preguntas para una carcasa sin conciencia, una carcasa de metanfetamina y depresión, ahogada en rencor y vocabulario pobre, una carcasa redonda, rayada, morena y mojada que esprinta de la regadera a su cuarto a seguir muriendo lentamente.
Valentina Moreno Chávez, Enero - Junio 2023
Cabinas cristalinas azuladas, resplandecientes brillan con los astros reflejados en su cristal.
Con orificios acuosos, lagrimales intrépidos, desfugan mares
dentro del cristal.
Te reflejas en mis cabinas distorsionado de la realidad, con una piedra en la mano para verlas desfugar. Hechas trizas se desbordan como las olas que rompen en el mar.
Todo lo que era no existe nadie sabe mi nombre, me nombran con inseguridad todos saben que no soy la misma.
Estoy cansada de no ser lo que otros quisieran que fuera
¿Soy acaso una extraña que nunca tuvo nombre?
¿Alguna vez nací?
¿Qué no mi madre me cargó en sus brazos?
Tal vez no deba responderme, no preguntaré tampoco espero encontrarme en alguna ventana, en cualquier esquina, hallar a mis recuerdos dormidos.
Yo, la innombrable mujer, me traeré de vuelta.
Sola.
Gabriela Esquivel Puente, Enero-Junio 2023
El día del accidente todo transcurría con normalidad, hacíamos nuestras cosas, teníamos planes. No pudimos prever, que una parte de la cotidianidad pudiera moverse y resbalarse: caer, mudar de sitio, cambiar los destinos, partir los corazones, fracturarse.
Ahora que tengo mala memoria, no es por gusto ni comodidad, sino para sobrevivir a tu pérdida; es el natalicio de mi olvido, nuestra despedida, mis recuerdos, tu vida.
Mi compañero quien fue tu nombre
hablaba con mi madre, era tu última enseñanza… escasa esperanza.
Abandoné aquel escalón que me hundió en llanto, el tiempo que fue padre, silencio sin sangre, la memoria que quiero tanto.
Aquella última vez en que juntos fuimos por la ciudad de la U., pensé que nos veríamos aún más, que habría más salidas
y paseos por parques, pero el mundo cambió, y ahora todo es distinto, pues… el mundo ha perdido su suciedad. La brillantez que llega íntima a mi universo abre paso a este lamento: tú le has quitado lo limpio a esta inhóspita creación,
A Lía Reneete fuiste y lo límpido cubre de nuevo los lavabos, los teléfonos y las manos; los camiones polvorientos han vuelto a ser seguros, todo es mejor ahora, porque ya no hay nadie que me enseñe las bacterias de la tierra y del sudor, del lodo y de la sangre; no se oyen los cánticos alegres de tus risas, porque estás en otro mundo, viendo su aspecto interior, y yo estoy sobre un limpio transporte lleno de personas limpias, con un aire que huele raro y que está limpio…
elegía. la que yace en tierra
Mariana Michelle de la Garza Andrade, Enero - Junio 2023
En mis manos recae el lazo que formaste, en la tierra se cae la nostalgia del cielo.
En mis brazos queda el vínculo de mi corazón.
En la seriedad de la noche se ve el aura colmado de recuerdos.
Si quedase el cielo más grisáceo que la luz de mis ojos tu manto me habría cubierto, me deleitaría en el rocío de tu aliento, evitaría empaparme en la tormenta de tu recuerdo. Pero tu pecho se habría inundado de mi infantil penitencia.
¿Por qué me recorre la desdicha? si he vivido: la sonrisa, la fraternidad, el agrado, la unión. Y después una quietud de neblina donde poco a poco tu figura de ángel se difumina a la distancia; te vi a través de mí lluvia, te vi aunque la tierra bajo mis pies quedaba aún más desecha.
Si tu corazón de hermoso semblante se hubiese juntado con mi mente, habríamos tardado más, habríamos perdido menos.
Nunca adversidad imaginable se hubiese visto, un infierno de interminable realidad, perdida en recuerdos.
Y, sin embargo la afronté contemplando hasta la más mínima cifra, las más mínima palabra o el más mínimo retrato compartido de tus cualidades infinitas.
La distancia no nos permitía una enemistad, el calor de tus brazos me acompañaba, sin embargo la ausencia de una emoción compartida,
revierte las sensaciones, seca las alegrías, amarga el sabor de las mañanas…
Hubiese sido yo desdichada por contar con la compañía de tu aura, para después ser privada de tu refugio,
pero más lo hubiese sido, sí más lo hubiese sido, si el retrato de tu cándida presencia no se hubiese guardado en mi.
Que si las manos tuyas con que ahora te pido que me enlaces a la tierra, no se hubieran encontrado con las mías, más desdichada yo aún sería.
¿De qué esperas que sea mi vista desahuciada?
De los ojos, de las manos, de las plantas de los pies.
Mas ruego no me entierres en la distancia seca, guárdame junto a la tierra que fue tocada por agua, haz que yo sea quien ofrezca a las próximas primaveras un lugar para crecer.
La luna no está muy lejos, ¡apresúrate! y concede un último deseo a mi corazón. La que declara de ti, pon sobre mi sien, y dame un mensaje de promesa que me inunde el alma, la promesa de que volverás a recoger las cenizas que no se lleve la lluvia, la repetida mención de que me amas.
Mariana Michelle de la Garza Andrade, Enero - Junio 2023
¡Oh, complicidad celestial!, ¡amiga! si del secreto no fueras testigo, complacería el alimentar a las brasas con tu follaje de papiro, y saciar mis carnes ligeras con su abrigo.
Mas eres mi confidente, mi redentora y mi condena, si fuesen hallados los contenidos suprimidos en las arrugas de tu sello seguro, mi alma se vería anonadada por una súbita extinción de su añoranza reservada.
roJo
Valentina Moreno Chávez, Enero - Junio 2023
Quiero sentir tu corazón con mis dedos rozarlo con anhelo como si prendiera fuego. Quiero tanto quererte y sentirte que el fuego quema como lava ardiendo en garganta seca.
Ahora quiero dejarte, dejar de querer quererte, querer sentirte cuando tú no quieres quererme, ni sentirme.
Valentina Moreno Chávez, Enero - Junio 2023
Te anhelo con lágrimas que caen, con nudos que no explotan en mi garganta invadida.
Te espero con manos punzantes, con suspiros queriendo salir a la deriva.
Te siento
con pensamientos que me invaden, con corazonadas que me ahorcan sin alguna salida. Ansiedad, es lo que siento por ti.
Carmen Guadalupe Trejo Olivares, Agosto – Diciembre 2021
Te voy a querer hasta que mi cuerpo deje de latir, aunque el tiempo maldiga mis manos, te escribiré con mi boca, con mis rodillas mi vientre, que se me agote el cuerpo y las alternativas.
Te dedicaré mi tiempo mis duchas
mi sueño, mis pestañeos repentinos mi tartamudeo torpe, cualquier suspiro de cansancio es tuyo te dedicaré en cualquier sitio donde te pueda pensar.
Te dedicaré todo toda la vida
que mi cuerpo ya no es nada si no te escribe. No respira, no proyecta, no late. Te dedico hasta que ya no pueda sostenerme.
Aun así, mis letras te seguirán en la tierra donde descanses.
Javier Alejandro Garza Gónzalez, Enero - Junio 2023
Parca de vivencia a mi costado, nunca bien recibida. Mi ceguera fue tu parto; yo, padre y madre, siempre te consideré bastarda.
No soy astro que queme tu nombre, ni luz que borre tu herida, soledad que nunca te olvide, paisaje de una esquina.
Me reemplazas en el centro; yo estatua de plomo, y tú, la bienvenida.
canción de cuna: la melodía y laS
todaS otraS
Bárbara Aideth Ávalos Mosiváis, Enero-Junio, 2023 Qué pasaría si un día o una noche un demonio se deslizara furtivo en tu más solitaria soledad y te dijera: “Esta vida, tal como la vives ahora y tal como la has vivido, la tendrás que vivir una vez más e incontables veces más…
Friedrich NietzscheHubo en el otoño de 2009 una mujer llamada Carolina. Digo “hubo” porque ya falleció. Carolina muchos años atrás había migrado, desde México, al suroeste de Estados Unidos; de mojada, llegó a Arizona, Colorado, se casó e hizo su vida ahí. Su familia, mi familia, en cambio, nunca se movió. Pasó la vida y fue hasta que yo tuve cuatro años cuando la conocí en un viaje de visita a su casa. No recuerdo cuánto tiempo pasó, supongo fueron semanas, casi meses, que la volví a ver a ella y a su hija Danna, pero ahora en México.
La casa de mi abuela Inés era lo suficientemente grande para los que vivíamos ahí y aunque mis padres ya tenían casa propia, por alguna razón hicieron de la casa de mi abuela mi infancia. Había sólo dos habitaciones: la que daba hacia la calle era la nuestra, en donde compartíamos una cama cangurera entre cuatro personas; y enseguida de ésta estaba la de mi abuela, sin clima y algo más grande. Recuerdo las paredes lisas, alguna que otra sin pintura y con manchas de humedad en los techos.
De pequeña seguía las grietas del piso verde viejo, con las puntas de mis dedos recorría las paredes grumosas, sin enyesar. Me llevaban a la sala, luego al segundo comedor, a la cocina y finalmente al patio. Ahí estaba la lavandería, un pequeño cuarto sin puerta, sólo de un escalón más alto que la casa, el cual tenía una ventanita en dirección al pasillo conectado con el porche. Recuerdo bien esa lavandería.
En mi memoría también están los botes de cloro de color verde pino y el jabón en polvo azul-celeste dentro de una bolsa de plástico cualquiera. Siempre veía a mi madre llegar del trabajo lavando su uniforme y los trajes de baño de mi hermana y míos, porque nos gustaba mucho ir a las albercas o sólo mojarnos con la manguera cuando era verano. Regresan la imagen de mis primos, el olor a carbón, cebolla, guacamole, carne asada y cerveza. Eran generalmente los sábados cuando mi padre reunía a todos en casa de mi abuela Inés para festejar, reír y, pocas veces, pelear. Mis tías, las que vivían más lejos, y sus familias se quedaban a dormir si se hacía muy tarde. De alguna forma hallábamos cómo compartir esos dos cuartos entre más de quince personas por una noche, algunos en los sillones de la sala, otros sobre un par de tapetes y cobijas en el piso. Al día siguiente, mi padre se iba dos calles arriba a comprar la barbacoa para el desayuno y nos faltaban lugares en la mesa, vasos y cubiertos para que todos comiéramos; pero eso no importaba. Fue ahí, justo en esos momentos, entre carencias y abundancias, aprendimos a compartir.
Entonces, hubo en el otoño de 2009 un funeral. Carolina murió, pero no fue algo repentino; en realidad, nada fue repentino. Entre mi familia se sabía un secreto que, por cuestiones de juventud e inmadurez, no podía saber. Estaba enferma, claramente. Su retrato de nupcias, el que estaba colgado en la sala junto con el del resto de sus hermanas y hermanos, no coincidía en nada cuando yo la veía todos los días postrada en cama, entre sábanas blancas del IMSS, sin poder hablar ni comer ni moverse.
En la vida real, fuera de ese cuadro, se había vuelto blanca, muy opaca,
existiendo en huesos y su voz había sido reemplazada por el sonido de una campanita. Una campanita de cristal, recuerdo, que hacía tín tín cuando tenía hambre, tín tín cuando debía ir al baño, tín tín, tín tín…
Carolina se quedó tres o cuatro años solamente. La esclerosis múltiple y el síndrome de Guillain-Barré por fin la reclamaron un día de octubre y se fue. Partió. No dejó nada de ella mas que la muerte, esa en su lugar nos visitó, pero nunca quiso irse. Permaneció. Se mantuvo quieta, calladita, en cada rincón y se hizo mi amiga por costumbre, por necesidad. De alguna manera, la muerte, su presencia, nos mantuvo vivos en constante malestar, pero aprendimos a sobrevivir a la vida de Carolina y a compadecer su partida. Agrietados nos entregamos a ella para encontrar la paz en el recuerdo; la muerte sólo reveló la incidencia del vacío en la reutilización de la memoria de quien parte, especialmente en momentos de crisis, donde la felicidad se ve escasa y uno todavía no comprende el fenómeno de morir; pero aún así, casi contra tu voluntad, te vuelves testigo de la desdicha que siguió a la vida, a la de Carolina.
Nos fuimos de mi abuela Inés, dejamos atrás la casa ubicada en la calle Tajín, se volvieron cada vez menos frecuentes las visitas a Danna, quien seguramente se quedó atrapada en el recuerdo moribundo de su madre. Yo me fui a donde siempre había sido mi casa, pero jamás había hecho mía, a la que nunca le pertenecerían los recuerdos de mi niñez. Y eso significó, en mi partida, junto con mis padres quizás, arrastré conmigo un vacío del que no me percaté… y del cual no fui consciente hasta encontrarme con Inés, otra vez, en unas líneas de su canción de cuna. Pero esa Inés con la que di no se trataba de mi Inés. Ella estaba vestida de escritora, una que había vivido durante la modernidad del siglo pasado; en cambio, la mía era mi abuela y por más que la busqué ahí no pude encontrarla. Sin embargo, he de admitir que Arredondo, Inés Arredondo, la otra Inés, la falsa para mí, me llevó a ella cuando me preguntó, sin querer, sobre la melodía en mi cabeza y me hizo saber
que, a diferencia de su protagonista, mi madre no había sido una falsa, al contrario, me habían arrebatado y la huérfana fui yo.
Similar a la protagonista de Canción de cuna, he configurado mi imagen de hija a través de recuerdos y el dolor individual de mi familia. Como una enfermedad hereditaria, padezco de una rareza, que me excluye de los otros. Una supuesta frialdad me distancia del calor maternal. Es extraño que alguien de un siglo anterior al mío haya podido escribirlo cuando todavía no había llegado aquí. La familia que Inés construye en Canción de cuna me resulta mía, de un modo que no explicaré porque ni siquiera he podido configurarlo para mí. Lo que sé, y me basta, es que yo también crecí entre mujeres; y por tanto, me vuelvo testigo de lo que Inés dice, pero oculta en su canción. Partiendo de un punto meramente histórico, se sabe que en México hay una ausencia de padres, se han ido casi por voluntad; sin embargo, en el caso de las madres, es bastante distinto. La mujer, según la percepción mexicana, aún en la supuesta modernidad que desearon alcanzar, pero no pasó del todo (en mi opinión), está destinada a la maternidad, debe querer ser madre. Su propósito en esta vida, en pocas palabras, gira alrededor de un amor genuino hacia su hijo; pero Inés dice, pretende jugar, con que no es así. Las cuestiones o los motivos por los cuales Érika decide rechazar a su hija en Canción de cuna no interesan a Arredondo. Pasó. Érika no la reconoce ante los otros ni en la intimidad, en aquel cuarto donde sólo habitan ellas dos. El punto aquí es el desgarramiento producido por el cambio de roles entre madres. La concepción de la otra como la madre falsa, en un inicio, funcionó de colchón, de fuente para reconocer el origen de una misma: “Lo único cierto era la figura segura y bondadosa de la abuela-madre que se daba sin tenerlo que hacer, y sin haber pecado. Lo único seguro, pero fuera de la verdad” (2011, p. 81).
Aparentemente, entre ese juego de madre de pretender, coexiste la verdad. Se trata de una canción que decodifica esa fachada,
desenmascara a las madres y expone en cueros a la verdadera. Y para mí, de eso se trata Inés: Inés Arredondo como mujer, Inés Arredondo como mujer escritora, Inés Arredondo como agresora y a la vez víctima de la modernidad. En Canción de cuna, hay un desgarramiento terrible, totalmente desnudo y vulnerable cuando se le halla, si te detienes en él, siendo lo suficientemente valiente para seguir leyendo, traspasa la hoja, se interna y prende fuego en la memoria del lector:
El amor no negado pero clandestino de su madre la envenenó. Tomó partida por la falsa, la segura, la que no necesitó de un hombre para tenerla por hija. Cantó su canción, pero abajo siguió sonando la otra, la escondida, y su embarazo para ser abuela-madre era doloroso y solitario, quería tal vez reproducir su propia gestación, para darse a luz a sí misma a los ojos de todos, aun de los hijos que podía desconocer sin dejar de mar porque ella había sido desconocida y amada. (2011, p. 81)
El resto de los cuentos de Inés van de lo mismo: se detienen en el proceso de desgarramiento. Te presentan lo que es innombrable pero real. En ocasiones, asusta, al verlas —a todas esas grietas—, el remordimiento recorre mi cuerpo hasta convertirse en culpa y asentarse en mi estómago. Sin pena alguna, sus siluetas me persiguen en sueños y la canción subterránea me acompaña hasta las esquinas de mi memoria, allá donde los recuerdos se pierden entre el casi olvido, regresan como una alarma sísmica que asusta, pero despierta. Esa es Inés y su canción de cuna, un murmullo y buh.
“El amor no negado pero clandestino de su madre la envenenó” (2011, p. 81), dice la narradora, escribió Inés. No hay lógica en ella, no hay que esperarla en los personajes de sus cuentos, mucho menos en las madres de Canción de cuna. Tenemos a una abuela-madre, conocida como la falsa; a una niña cuya hermana es su verdadera madre; a una mujer mayor que se creyó embarazada y pudo parirse una vez que su hija entendió su historia: “La canción de mi abuela y de mi madre me
envuelve. [...] Me inclino sobre mi vientre y escucho. Estamos solos. Y todo vuelve a comenzar” (2011, p. 82). Desde el origen -la abuela- todo el árbol genealógico se trastocó, y durante el proceso, en lo subterráneo, se heredó una canción que hizo más nudos. De modo similar, cuando Carolina murió, dejó a una huérfana que en un principio había sido su hija hasta que mi propia madre decidió maternarla y me dañó en el proceso. No tiene sentido.
Todavía no estaba aquí, pero sé con seguridad que hubo en el siglo pasado, en México, muchos lectores que hallaron las rupturas de Inés Arredondo. Bien se maravillaron, bien se asquearon de las letras de una mujer moderna, a quien luego castigaron. Pudieron ser, asimismo, muchos de los autores, amigos o no, compañeros o no, de Inés que habrán tomado el valor de enjuiciar —ensuciar— sus obras; pero hubo uno que vivió antes de ella y de mí que logró reconocer la poética de Arredondo. En 1904, Franz Kafka escribió a su amigo Oskar Pollak:
En general, creo que solo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también seríamos felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentir desterrados a las junglas más remotas, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo. (Kafka, 1904)
Kafka jamás conoció a Inés, pero, sin quererlo ni pretenderlo, enunció lo intimista que podría ser su literatura… Porque cuando se trata de Inés Arredondo, nos estamos jugando en la escritura. Su poética es el motivo por el cual buscamos consuelo, es la ruptura, es el hacha de Kafka. Susan Sontag lo entiende también, pues decía que
la lectura es un instrumento que nos permite llorar por aquellos que no somos nosotros y no son los nuestros (2003). Esa fue justamente mi experiencia lectora con Inés, en donde mis pasiones se encontraron con las madres e hijas de Canción de cuna y se templaron. A lo largo y ancho de cada palabra del cuento, hubo una melodía, muy ajena, muy familiar a la de Érika que retumbó en mi pasado y cuando llegué al punto final, rompió el mar helado dentro de mí, pero no supe por qué. Lo único que sé es que en su historia tarareaba una canción en la cual danzó con mi llanto y ahora debo contarlo.
Quizá este ensayo sea más bien un diario que un texto donde le debo probar algo a usted, lector, pero decidí no pecar en contra de la naturaleza de mi escritura ni de lo que las Inés me provocaron. En Cancióndecuname descubrí víctima, me nací huérfana, cuando había creído ser únicamente testigo. Porque tras la muerte de mi tía Carol, aislados padecimos un dolor común y nos abandonamos en un mutismo que sustituyó a la desesperación por salvarla. En penumbra, mi familia peregrinó en busca de una madre. Compartíamos el anhelo de ser rebozados en brazos, quien nos meciera en aquello que parecía vida, pero se había vuelto eterna noche de duelo. La casa de Tajín se volvió un orfanatorio y la madre de madres, mi abuela, dejó de serlo para convertirse en cualquiera que sea el nombre dado a una madre que ha perdido un hijo. Mendigamos sin más por la voz que sirviera de refugio, la que cantando una canción de cuna pudiera dormirnos del dolor.
Arredondo, I. (2011). Cuentos completos. Titivillus.
Astaburuaga, F. (2016). SusanSontag:Laliteraturaeslibertad.El ciudadano.
https://www.elciudadano.com/artes/susan-sontag-la-literatura-eslibertad/05/31/
Culturamas. (2017). Kafka sobre la lectura: “Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”. https://www. culturamas.es/2017/03/02/kafka-sobre-la-lectura-un-libro-debe-serel-hacha-que-rompa-el-mar-helado-dentro-de-nosotros/
Nietzsche, F. (2019). La gaya ciencia. Trad. José Jara. Editorial Planeta.
imPortancia de reSigniFicar el amor
Marcela Monserrat Valadez, Enero - Junio 2022
Debo morir y entonces no sufriré ya las agonías que me consumen ni seré presa de ansias insatisfechas y eternas. […] No volveré a contemplar el sol ni las estrellas, ni sentiré la caricia del viento en las mejillas. No habrá para mí luz, sensaciones ni deseos… Así hallaré mi felicidad.
(Shelley, 2010, p. 194)
Querido
Frankenstein, aún hay seres que, como tú, van vagando por los inmensos bosques donde se conforman sus entrañas, buscando compañía partiendo de su profunda soledad. Por eso te escribo, para asegurarte que las románticas ideas del amor que impuso la sociedad sobre ti aún no han muerto, y nos están matando.
Querido Frankenstein, la soledad encarnada, ha pasado sobre ti la estruendosa tormenta del romanticismo y te volvió tragedia. Tú, al llegar al mundo lloraste igual a los demás, como si con antelación supieras lo que te deparaba la vida: un amor que hace sufrir, envenena los cuerpos y distorsiona el mundo.
Te enseñaron que el amor es violencia, nos transfigura y nos alienta a la locura, por eso, resignifiquémoslo. Con esto no pretendo adoctrinarte, lo que menos quiero es hacer contigo lo mismo que tantos han hecho; ojalá con esta serie de puntos puedas entender.
Primero lo primero: el eros no funciona, el romanticismo lo retorció.
En tu Europa se acostumbró a amar desde el dolor, la inconformidad y la desilusión anticipada. Te enseñaron que el amor es inalcanzable y duele sentirlo. Como habitantes del mundo, creamos, pero también destruimos y tú, ángel caído, sabes de eso mejor que nadie. Te has preguntado ¿qué habría pasado si todo aquel que huía de ti al mirarte no tuviera la instantánea necesidad de modificarte? Porque eso hizo el eros contigo, condicionó a la sociedad a odiarte con un amor condescendiente.
Es la condescendencia la que nos lleva a la ruina, ¿por qué para amar a alguien debemos idealizarlo? ¿amamos su propia imagen, su esencia, o la que nosotros nos formamos a partir de expectativas, de deseos y prejuicios? Aún hoy es así, en las pupilas de los otros, todo lo que podemos ver es nuestro reflejo exhalando un grito ahogado por primera vez ante la conciencia de la propia existencia, ¿por qué aceptarlo? Somos más que eso, la pasión nos destruye. Partiendo de esta llenamos de ideas utópicas el mundo y conforme conocemos nuevos prospectos, vamos jalándolas a quienes mejor les vayan, estén de acuerdo o no.
Somos seres cargando ideas a cuestas, opiniones llenas de prejuicios, de expectativas para significar al otro, de deseos por cumplir. Creemos que así vamos a evitarles a los demás el dolor de vivir en este mundo tan caótico, pero les dañamos más. Sólo mírate, naciste amando el mundo y cuidando tu vida por instinto, pero la sociedad te corrompió hasta odiarte a través de ti mismo al punto de ir buscando tu suicidio como única forma de felicidad. Lo anterior no nació de la nada, tú más que nadie sabes que todos tenemos una madre, y esta nos condiciona la existencia. La madre del amor, como eros, es el romanticismo; su abuela, igual de importante, es el medievo. Partiendo de esto expongo mi segundo punto: el romanticismo es el error más grande de tu sociedad y la peor adaptación a la contemporaneidad individualista de la mía.
Aún no puedo lograr entender qué tienen en común el amor y la tragedia, la pasión y la muerte. Esa dualidad nos ha llevado por el camino incorrecto, pero no pretendo convencerte de que sólo hay un camino, en realidad hay muchos más de los cuales podríamos imaginar. Sin embargo, en esa delgada línea donde se separa a la dualidad amor-tragedia reside tu romanticismo pretendiendo ser un derecho a expresarse ante la sociedad y Dios, un derecho que les dio a las personas ojos prejuiciosos y concluyó en un individualismo increíblemente trágico; en un culto del Yo. Y tomando todo lo anterior como base te juzgaron, te mandaron al punto más alejado de la sociedad en donde, ante el rechazo, fuiste corrompido por la misma alma romántica de la sociedad europea. Inmerso en tu profunda soledad y lleno de incertidumbre, te acecharon sentimientos de muerte. La tragedia te envolvió entre sus brazos con un único objetivo: tu suicidio.
Pero Frankenstein, mi querido amigo, en realidad te escribo porque no creo que todo esté perdido, este pozo que inició en Europa y que pareciera no tener fondo, ha visto la luz en nuestra América. Por eso te propongo resignificar el amor, dejar de lado el eros y caminar de la mano con un nuevo concepto: el ágape. Mientras al eros lo motivan el deseo y las expectativas, el ágape es incondicional, no conoce esos conceptos; en un primer momento el eros reside en la belleza, el ágape no. Bajo el yugo del eros, la sociedad se tomó la licencia de construirte a partir de lo que les dictaban sus ojos; de haber conocido el ágape, habrías tenido la oportunidad de crearte por tu cuenta y de ser amado como tal.
El ágape acepta y no cuestiona, no modifica, no crea prejuicios ni expectativas. En el profundo amor del ágape, en la intensa compasión de este, podríamos reescribir tu historia; la de muchos como tú. De haberlo hecho antes, probablemente habrías vivido una vida larga con los mismos sentimientos con los que llegaste al mundo, no hubieses escapado del hombre, recibirías el amor que tanto anhelaste, desinteresado e incondicional.
Querido Frankenstein, espero que no rechaces precipitadamente estas ideas, te escribo para decirte que te entiendo y espero que, como yo, los demás te entiendan. Yo también, ante la centenaria deformidad de esta sociedad, me sueño estando en el bosque, más lejos de a donde usualmente se va. Me quedo bajo la tierra en un capullo tibio, respirando como si mis brazos fueran las raíces de un ahuehuete gigante que no hace nada más que estar. Pero lo sigo soñando como una situación imposible, con la misma resignación de cuando deseo algo que nunca podría ser, una resignación parecida a la tuya. Sólo me quedo quieta imaginando lo que otras personas hacen; probablemente hay alguien en Londres barriendo el patio, leyendo tu historia como una ficción más y yo estoy aquí, quieta, imaginándole, imaginándote, sabiéndome tú.
Libérate de tu deformación de espíritu, del yugo simbólico de la sociedad. No te pido más. Vuelve, ángel caído, al cielo con el alivio de esta quimera que se ha vuelto carta pues, como tú dijiste “aunque sea sólo un cúmulo de infelicidad, la vida me es querida y la defenderé” (Shelley, 2010, p. 89).
Shelley, M. (2010). Frankenstein (B. Figueroa, Ed.; 1.a ed.). Editores Mexicanos Unidos.
una lectura del Poema “credo” de eliSa díaz caStelo
Azael Abisai Contreras López, Enero - Junio 2023
Crecí en una familia religiosa y mis círculos cercanos fueron siempre comunidades eclesiásticas —principalmente evangélicas— que moldearon por completo mi forma de ver el mundo… Al menos fue así hasta el inicio de la crisis de fe. No solo fui un asistente nominal, sino que me comprometí en cuerpo y alma a la búsqueda de verdad cristiana, hasta que la inevitable confrontación con la realidad me dio de lleno como un balonazo en la cara.
Quien haya atravesado una formación similar entenderá lo que desencadena en mi cabeza el encontrar cualquier referencia religiosa — ya sea visual o discursiva, teológica o bíblica— en algún texto literario, aunque, por su intento de nombrar lo innombrable, asir lo inasible, explicar lo inexplicable y atisbar lo sagrado, la poesía suele ser aún más provocativa para mí. Con este bagaje fue que me encontré con “Credo”, uno de los poemas protagonistas del libro Principia.
Principia de Elisa Díaz Castelo es un nombramiento directo de la realidad, una serie de plegarias naturalistas que construyen un puente entre el mundo empírico y la palabra intangible. Ya decía Octavio Paz en El arco y la lira, estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad, o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad,
ignoramos lo innombrado. Sobre esta línea, Principia se apropia del lenguaje científico para acercarnos en lo cotidiano a aquello invisible que en un intento por asirnos de su inmensidad, hemos nombrado, sin embargo, continúa lejano.
Tomado del nombre de la obra cumbre de la física clásica de Isaac Newton, Principia Mathematica, Principia es el primer poemario publicado por la poeta. En este libro, cada poema es una totalidad cerrada sobre sí misma, guiada por el hilo conductor del lenguaje de la Ciencia con C mayúscula: esa que se ocupa de estudiar las partículas subatómicas y los agujeros negros; los cataclismos terrestres y la materia oscura.
Desde el mero nombre, “Credo” arroja luz sobre el tema desarrollado: aquello que es creído. Quisiera comenzar recurriendo a la definición de términos esenciales para proseguir sin pausas: Un credo, según la RAE, es un conjunto de ideas, principios o convicciones de una persona o de un grupo. Su etimología es evidentemente latina y en lo más simple, la acción de creer. Lo cual nos lleva a la segunda definición: Creer es tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado.
También la RAE recuerda que el Credo es la oración en donde se hace profesión de fe de las principales creencias del cristianismo, y es aquí donde comenzaré.
Según el historiador Justo L. González, el Credo cristiano es una serie de proposiciones que engloban las doctrinas centrales o fundamentales de la religión cristiana. Y, aunque históricamente hay más de un credo, cuando hablamos de “El Credo”, estamos haciendo referencia a la formulación que se inició en el Concilio de Nicea en el 325 d.C. y se complementó en el Concilio de Constantinopla en el 381 d.C. El comienzo de este documento es precisamente la palabra
latina “Credo” y su estructura es la palabra seguida por una serie de proposiciones durante un total de cuatro veces: “Creo en un solo Dios
Padre Todopoderoso […] Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo de Dios […] Creo en el Espíritu Santo […] Creo en la Iglesia”.
El poema comienza con esa palabra que transmite no solo la acción de creer, sino todo un simbolismo histórico-religioso; no obstante, la voz poética utiliza el verbo creer de diversas formas: para lo que no comprueba, aunque puede hacerlo; para lo que puede comprobar; y para aquello que no comprueba ni puede hacerlo, ya sea por imposibilidad metodológica u ontológica. Así, la fe confesada por la voz poética es multifacética:
Creo en los aviones, en las hormigas rojas, en la azotea de los vecinos y en su ropa interior que los domingos se mece, empapada, de un hilo. Creo en los tinacos corpulentos, negros, en el sol que los cala y en el agua que no veo pero imagino, quieta, oscura, calentándose.
Creo en lo que miro en la ventana, en el vidrio aunque sea transparente.
Creo que respiro porque en él pulsa un puño de vapor. Creo en la termodinámica, en los hombres que se quedan a dormir y amanecen tibios como piedras que han tomado el sol toda la noche. Creo en los condones.
Creo en la geografía móvil de las sábanas y en la piel que ocultan. Creo en los huesos sólo porque a Santi se le rompió el húmero
y lo miré en su arrebato blanco, astillado por el aire y la vista como un pez fuera del agua. Creo en el dolor ajeno. Creo en lo que no puedo compartir. Creo en lo que no puedo imaginar ni entiendo. En la distancia entre la Tierra y el Sol o la edad del Universo. Creo en lo que no puedo ver: creo en los ex novios, en los microbios y en las microondas. Creo firmemente en los elementos de la tabla periódica, con sus nombres de santos, Cadmio, Estroncio, Galio, en su peso y en el número exacto de sus electrones. Creo en las estrellas porque insisten en constelarse aunque quizá estén muertas.
Creo en el azar todopoderoso, en las cosas que pasan por ninguna razón, a santo y seña.
Creo en la aspiradora descompuesta, en las grietas de la pared, en la entropía que lenta nos acaba. Creo en la vida aprisionada de la célula, en sus membranas, núcleos, y organelos.
Creo porque las he visto en diagramas, planeta deforme partido en dos con sus pequeñas vísceras expuestas.
Creo en las arrugas y en los antioxidantes. Creo en la muerte a regañadientes, sólo porque no vuelven los perdidos,
sólo porque se me han adelantado.
Creo en lo invisible, en lo diminuto, en lo lejano. Creo en lo que me han dicho aunque no sepa conocerlo. Creo en las cuatro dimensiones, ¿o eran cinco?
Creí fervientemente en el átomo indivisible; ahora creo que puede romperse y creo en electrones y protones, en neutrones imparciales y hasta en quarks.
Creo, porque hay pruebas (que nunca llegaré a entender), en cosas tan improbables e ilógicas como la existencia de Dios. (Díaz, 2021)
El verso con el cual abre el poema es un golpe contundente de la significación que se pretende alcanzar. Creer en los aviones puede parecer contradictorio porque los aviones existen independientemente de mi percepción, son entidades externas a mis construcciones mentales; sin embargo, cada vez al subirme a uno, confío ciega e irracionalmente en que surcará los cielos gracias a la fuerza mágica de la aerodinámica incomprensible que un ingeniero explicó en bocetos en otro momento. La fe vertida en el avión es esa certeza de confiar en algo que no es comprobable o comprensible, realmente sucederá. Sucede lo mismo con las hormigas rojas, desaparecen en invierno y olvido su existencia, solo me vuelve a escandalizar su presencia cálida en los crueles veranos en que veo las filas militares desde la experiencia infantil —“Las rojas pican, las negras no”—me asegura como peligrosas y amenazantes.
Lo mismo sucede con la ropa de los vecinos y el agua de los tinacos. Sé que existen porque puedo verlas, pues están ahí a la espera de la mirada curiosa de la comprobación y, de todas formas, es raro si decido hacerlo; más bien es una existencia que doy por sentado. Transito el mundo seguro
de que todo es racional y empírico, cuando en realidad mi creencia está fundamentada en un asentimiento intelectual a priori; bien podría todo esto ser resultado de una simulación computarizada o producto del engaño de un genio maligno el cual duda de la existencia de Descartes.
Creer en lo que puedo mirar, es tan contradictorio como tomar el sol por las noches, no obstante, mis sentidos se extienden más allá de la vista para entregar una experiencia sensible-integral dándome testimonio de la existencia del vidrio, aunque sea transparente y cuele toda la luz sin rebotes. La respiración de la voz poética se hace real desde la consecuencia, no desde el acontecimiento mismo. Es el puño de vapor que se crea sobre el vidrio, el que atestigua la respiración, por lo tanto, la vida de quien respira. Esto ya plantea una extrañeza en la existencia: otro respira hasta que la consecuencia se hace tangible, entonces quien respira soy yo y, por consiguiente, existo.
Las leyes de la termodinámica, esas que dieron forma al universo, explican las transferencias de calor desde su inaccesible torre de marfil, aquí son profanadas y desacralizadas en los cuerpos de los hombres que se quedan a dormir y amanecen tibios, como piedras que —magnífico oxímoron— han tomado el sol toda la noche.
Los métodos anticonceptivos son objeto constante de fe y a la vez, suelen ser herramientas que arrojan hacia otra fe, la de lo trascendente, la de las deidades superiores que acuden en auxilio, pues basta una inadecuada fricción, un minúsculo agujero para que el más ferviente ateo ruegue por ser salvado de la tribulación, del valle de sombra de muerte.
Hay varios momentos en el poema donde la voz poética recurre a situaciones de las que sabemos por el testimonio de los divulgadores científicos ser verdaderas, aunque, nuestra experiencia sensible no alcanza para comprobarlo, por lo tanto nuestra certeza de que existe es a través de una fe ilusoria en el testimonio de quienes han dedicado sus
vidas a estudiarlos y al abstracto lenguaje universal de las matemáticas: los microbios, las microondas, la distancia entre la tierra y el sol. Todo esto sin tener en cuenta que las cosas aprendidas sobre la física son siempre en relación con la mecánica clásica y es una aproximación puramente teórica, ningún cuerpo puede viajar a velocidad constante durante X cantidad de tiempo, desacelerar a la par de la fuerza que ejerce la gravedad y el coeficiente de fricción. Aprendemos eso solo para tener una idea de cómo funciona el movimiento, una mera analogía. Sin embargo, se mueve, dijo Galileo.
Algo en lo que el mundo post ilustrado ha creído fervientemente después de sacar al Dios creador de la ecuación, es en el azar. Darwin y Hawking se sientan en la mesa de los chicos listos a explicarnos cómo es que todo aquello visto hasta ahora es producto de causas naturales guiadas por él. El azar reemplazó a Dios. Es una fuerza mística y trascendente que crea y sustenta todo cuanto existe. En este vivimos, nos movemos y somos. Es entonces cuando el adjetivo se le adjudica en el verso “Creo en el azar todopoderoso, en las cosas/que pasan por ninguna razón, a santo y seña.”, transmite una vez más esa trascendencia del azar que ha reemplazado a Dios, el azar todopoderoso creador de cielo y tierra, de todo lo visible —como el dolor ajeno— y lo invisible —como la distancia entre Neptuno y Urano—.
Creímos fervientemente en el átomo indivisible. Por décadas fue el átomo la unidad más pequeña de todo cuanto existe y después, uno de esos locos científicos visionarios explicó que realmente sí podía dividirse y que existían partículas subatómicas. ¿Qué hicimos? Le creímos, no tuvimos alternativa. Ahora no solo creemos, sino somos devotos. En las salas de nuestras mentes prendemos veladoras a las esculturas de Rutherford y Thomson, de Einstein y Heisenberg, donde alguna vez se erigió la de Demócrito.
Hubo un hombre que dedicó toda su vida a estudiar la Biblia, la teología y la filosofía occidental —un tal Anselmo de Canterbury quien seguramente no tenía nada mejor por hacer— él nos entregó una nueva manera de aproximarnos a los misterios divinos: la razón. Entonces se sentó en su sillón de pensar, pluma en mano, y redactó un argumento para la existencia de Dios que parece sacado de un libro de fantasía medieval, el argumento ontológico:
1. Es una verdad conceptual (o, por así decirlo, una verdad por definición) que Dios es un ser tal que no se puede imaginar algo más grande (es decir, el ser más grande posible que se pueda imaginar).
2. Dios existe como una idea en la mente.
3. Un ser que existe como idea en la mente y existe en la realidad es, en iguales condiciones, más grande que un ser que solo existe como idea en la mente.
4. Así, si Dios existe solo como una idea en la mente, entonces podemos imaginar algo que es más grande que Dios (es decir, un ser posible más grande que existe).
5. Pero no podemos imaginar algo más grande que Dios (pues es una contradicción suponer que podemos imaginar un ser más grande que el más grande posible que se pueda imaginar).
6. Por lo tanto, Dios existe.
El poema continúa en su cierre: “Creo, porque hay pruebas / (que nunca llegaré a entender), / en cosas tan improbables e ilógicas / como la existencia de Dios.”. La creencia en la existencia de Dios está fundamentada en una prueba existente, no empírica, sino presuntamente lógica. Y pudiera parecer absurda e irracional si no tuviéramos en mente todo lo que el poema acaba de decir: Cree en todo de manera automática: no racional, no —necesariamente— empírica. Entonces, aunque San Anselmo haya dado la pauta, no era en absoluto necesario, creer en Dios
no es resultado de un silogismo ni de aproximaciones lógicas formales. Para quien da por cierto a Dios supone el mismo esfuerzo intelectual que soltar el lápiz y tener la certeza de que caerá, no por conocimiento de las fuerzas gravitatorias, sino por la intuición de la experiencia.
Después de tener esa vida profundamente religiosa y haber estado convencido hasta la médula del cristianismo y que todos sus elementos eran verdaderos sin excepción —la Biblia y sus narraciones “históricas”, la creación del mundo a manos de un ser supremo en siete días de 24 horas, el diluvio universal y el rescate de toda la fauna terrestre en un barco, la partición de un mar para que un grupo de esclavos liberados cruzaran en seco, que un Dios trascendente y no físico, tomó forma somática para morir en una cruz por los pecados de la humanidad después de tres días resucitar de entre los muertos, ascender al cielo y dar una promesa de un segundo advenimiento—, incluso poseer con fervor la creencia que nadie podía ser racional ni moral si no sostenía como máximas las verdades fundamentales del cristianismo, me vi envuelto en un profundo desconcierto cuando cada vez se hicieron más evidentes las construcciones literarias y míticas que había en el texto bíblico. De un fundamentalismo radical, pasé a un árido naturalismo secular donde tampoco encontré respuestas ni sentido. Lo más sorprendente era que a nadie parecía importarle: ni a los creyentes, ateos o agnósticos. Mientras a mí la vida me parecía insoportable sin saberlo todo, los demás vivían la vida sin preocuparse por lo que no conocían.
Hubo algunos libros que me abrieron la puerta a una nueva concepción de la vida integral. Rudolf Otto y Mircea Eliade vinieron a mostrarme que a veces la experiencia individual de lo sagrado —puede ser ateo o teísta, religioso o secular— es más importante comparándolo al conocimiento de lo sagrado —incognoscible por definición—. Aquí es cuando la voz poética de “Credo” llega y le da lenguaje a esta paradójica perspectiva. En ese instante el poema funciona para mí.
Los críticos acusan al fideísmo subjetivista de anti intelectual, pero la verdad es que así funcionamos todos. Caminamos por el mundo y tomamos el elevador creyendo que nos llevará al siguiente piso sin entender la mecánica de los motores y las poleas. Creemos en Dios lo mismo que en el pan blanco, creemos en el azar y en el átomo, lo mismo en el amor y el sexo. Ni la vida del ateo más recalcitrante está exenta del salto de fe.
Retomando las palabras de San Pablo: “Porque por fe andamos y no por vista” o las de Tertuliano: “Creo porque es absurdo”, yo creo y eso es todo.
Díaz Castelo, E. (2021). Principia. Ciudad de México: Elefanta editorial.
Ander Sebastián Urteaga, Enero - Junio 2023
Sialgo ha caracterizado a la literatura y aquellos que la estudian es el extraño optimismo con el cual aprecia la enorme nada la cual ostenta su concepto, como si por ambigüedad y falta de nitidez la materia se volviera más rica, en lugar de ser, como generalmente es el caso, una serie de discusiones inconclusas donde se habla demasiado acerca de muy poco. De hecho, sería ilógico pensar veinte cosas de una obra donde a lo mucho quería decir tres, y decir que con veinte está todo correcto, es una lectura profunda, argumentada si pretende serlo, y corresponde a un nivel sumamente elevado de interpretación, a pesar de que todo esto jamás se le haya ocurrido al autor original. Si se trasladara tal percepción de la realidad de los académicos de Letras a un entorno completamente distinto, sería como entrar a un manicomio y ver a un montón de gente hablándole incoherencias a la pared, con semblante despreocupado, perdido, pero feliz de creer que sin duda le hace un favor al mundo al mencionar cómo el tono marchito de una hoja la cual cayó al suelo repercute en el tono de orina de su psiquiatra. En ambos casos se trata de hacer suposiciones y relaciones absurdas sin más sentido que proceder de una mente deambulante donde aparenta ser seria.
Los arrogantes letrados, hablan más de lo debido y callan menos de lo que nos gustaría, entreteniéndose en la abundancia semántica de un boleto de camión llevado por el viento, son un caso aparte. Y no digo aparte en el sentido que deberíamos considerarlos de otro modo, sino, muy a la manera platónica, deberían apartarlos del resto,
desterrarlos hacia tierras inhóspitas para economizar la sociedad. Total, acabarían haciendo migas con las piedras que encuentren en el camino, o peor aún, les harían un análisis comparativo. Por supuesto, el arte es necesario para trascender la realidad, entenderla, transformarla, llenar el vacío de las personas, o cualquiera de las funciones que se le han asignado con el paso del tiempo, según estándares y contextos históricos distintos. Pero incluso estas indefiniciones demuestran un patrón de fracaso en encontrar una verdad universal. Tal vez sea porque a todos estos generadores de opiniones acerca del arte se les acabaría el gusto, quedándose entonces callados, pues esto haría que otra palabra más fuera notoriamente innecesaria y errónea.
No hay que culpar al arte, la responsabilidad es de quienes dicen a medias qué es el arte y acaban retractándose porque una obra reconocida no entra dentro de su canon impuesto. Si la literatura fuera cómo mirar tras el cerrojo de una puerta, los literatos serían como un siniestro matón barbudo que te pincha el ojo por mirón y te avienta del lugar, pero te pide perdón luego de que alguien haya cambiado el diseño de la cerradura. Sería fácil decir si los críticos son artistas fallidos, pero la realidad podría ser que muchos sean artistas los cuales nunca tuvieron la intención de serlo. Sabiendo tanto de la historia y desarrollo de la expresión artística, deciden poner pautas disciplinarias y reseñas extensas en lugar de dirigirse propiamente a la creación. Por lo menos, eso ha de pasar con quienes abogan por esta curiosa separación, aunque sean otros varios que son tan artistas como críticos, mucho mejores en ambos territorios, quizás sería mejor, por el bien de todos, mandar solamente a los críticos por la borda y darlos por muertos entre las aguas del olvido.
anahí vargaS estudia la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Miembro de lxs Escritores Del Fin en la Preparatoria 8, donde participó en dos antologías digitales. En 2021 recibió dos segundos lugares en el Certamen de Literatura Joven UANL en poesía y cuento infantil, luego un segundo lugar en la edición del 2023. Fue becaria del Centro de Creación Literaria en 2023. ander urteaga (2001). Estudiante de Letras Hispánicas y becario del programa de Talentos Universitarios UANL y del Centro de Estudios Humanísticos. Trabaja actualmente como gestor documental y se ha desempeñado como parte del equipo editorial de ArmasyLetras, la revista de literatura arte y cultura de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
anny iSaBel vázquez SalaS de 22 años, quien incursionará en el mundo literario como An-Isabel Vázquez. Es la más pequeña de cuatro hermanas. Creció entre distintas generaciones que construyeron su persona con gustos mitológicos, rock, anime y mucho cine de oro.
Esto se demuestra en sus obras realizadas como estudiante de Letras Hispánicas. “Killer Queen” reúne su apreciación por el rock junto a su interés con la monarquía inglesa.
azael contreraS (Monterrey, 1994). Ingeniero en Tecnologías de Software y egresado de la Licenciatura en Letras Hispánicas en la UANL. Trabaja como programador en el ITESM. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Histórico convocado por la Facultad de Filosofía
y Letras. Es coordinador del grupo Biblionautas y colaborador del Cuerpo Académico de Estudios Literarios en la FFyL. Pertenece al comité editorial de la revista Navegantes. Ha publicado ensayos, poemas y microficciones en diversos medios impresos y digitales.
Originaria de Monterrey, Nuevo León, y actual estudiante de la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León, BarBara aideth avaloS monSiváiS ha sido parte de programas académicos, comunitarios y artísticos con el fin de sensibilizarse sobre la tradición que le rodea. Fue parte del programa Alfa Fundación y ha destacado por sus ensayos y ponencias. Espera desarrollarse como investigadora en el área de los estudios lingüísticos.
La poesía le ha advertido todo lo que es ahora, una mujer eufórica en total movimiento de 22 años con un alma triste llena de curiosidades. Desde los 11 comenzó el sublime viaje de escribir, el cual viviría una y otra vez, viviría sus fracasos, los triunfos en la Ciudad de México, la crisis existencial del “yo” y su obsesión por el francés. Recuérdenla siempre como su poeta, carmen treJo.
cinthia alicia Soto andréS. Monterrey, Nuevo León. 2002. Actualmente es estudiante de la carrera de Letras Hispánicas. Publicó en la revista en línea de ArmasyLetrasy tomó un curso en línea sobre escritoras mexicanas. ciro J. martínez es originario de Monterrey (2004), estudiante de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras (UANL); es compositor independiente (“Música orquestal - Ciro Mtz” en YT).
Desde 2019 se interesó por la literatura hasta que escribió sus primeros textos. Coordina la página de Instagram “El haragán literario” donde publica, junto a sus compañeros, reseñas de libros y eventos importantes relacionados a la literatura.
diego g. BarrientoS Pedraza, estudiante y escritor. Su trabajo se expande en sus experiencias personales con la contracultura regiomontana, escribiendo para Waves Magazine (2017-2020) donde realizaba entrevistas, reseñas y reportajes. Productor de su propio sello discográfico
KOKOXOKA Records, también funge como editorial al autopublicar sus escritos relacionados al ruido, su contexto social y político.
gaBriela eSquivel Puente nacida en 1982, Monterrey, Nuevo León. Es editora, escritora y lectora de poesía. Amante de cuando la tarde está pardeando, ver cómo pega la luz del sol en el Cerro de la Silla, caminar, y alimentar palomas en la plaza.
greta ramoS (2001). Estudiante de Letras Hispánicas de la FFyL en la UANL. Originaria de Matamoros, Tamaulipas. Ha ganado dos menciones honoríficas en el Certamen de Literatura Joven de la UANL (2022 y 2023) en Cuento y Poesía respectivamente. Se dedica a la promoción de la lectura en redes sociales.
Javier aleJandro garza gonzález (Monterrey, 2002). Al poco tiempo de nacer su familia regresó a Río Bravo, Tamaulipas. Actualmente estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras. Karla Salguero, actualmente cursa el noveno semestre en la licenciatura de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Lee y escribe Mujeres como resistencia. En sus tiempos libres disfruta crear poesía sobre la cotidianeidad y los dolores.
luiS gerardo medina moraleS (Monterrey, 2001). Estudiante de décimo semestre en Letras Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras con reconocimiento por Mérito Académico (2019). Enamorado de Pita Amor y la sociolingüística. En 2020 apareció su cuento “La
prostituta bajo el roble” en la antología La lluvia es un tipo de luz. Ganó segundo y tercer lugar en el Certamen de Calaveras Literarias UANL 2022 y 2023, respectivamente.
marco PicoS, estudiante de la carrera de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras. Tiene especial interés por la literatura fantástica, se enfoca en los ensayos y análisis de cuentos y novelas. Escribe poesía y cuento acerca de las sensaciones de impotencia, los secretos y los arrepentimientos contagiosos.
mariana martínez medina, estudiante de la carrera de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras. Forma parte del programa de talentos universitarios de la UANL. Participó en PROVERICYT 2022, junto a la Doctora María Eugenia Flores Treviño. Además, formó parte del jurado en el primer concurso de escritura del Instituto Estatal de las Mujeres dónde actualmente realiza guiones, convocatorias, difusión y promoción de los diferentes programas culturales en el departamento de CEDOFEM.
mariana michelle de la garza andrade. Nacida el 11 de febrero del 2001. Reside en Monterrey. Estudiante de la licenciatura de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Se considera a sí misma una entusiasta de la literatura, y estima que sus futuros logros en producción de textos serán incalculables.
montSerrat valadez, estudiante de noveno semestre de la Lic. en Letras Hispánicas de la UANL, se ha desempeñado como correctora y redactora en el periódico ABC de Monterrey, así como de manera independiente. Además, ha participado en diversos proyectos editoriales y de investigación dentro del Cuerpo Académico “Estudios de la Cultura: Literatura, Discurso, Género y Memoria”, perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras.
natalie martínez. Monterrey, Nuevo León. 1999. Estudiante de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. A lo largo de su carrera universitaria desarrolló un gran gusto por la investigación literaria y la corrección de textos académicos. En 2023 fue prestadora de Servicio Social en el Centro de Educación Digital UANL, lugar donde laboró como correctora ortográfica de documentos.
nayeli citlaly rancaño cházaro nació en Minatitlán, Veracruz en el año 2002. A la edad de 6 años se mudó a Monterrey, Nuevo León, en donde radica y actualmente estudia el último año de la licenciatura de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León.
ricardo daniel quiroz reyeS nació en abril del 2003, en Monterrey, Nuevo León. Actualmente es estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas de la UANL. Lector por curiosidad (del funcionamiento de la vida y de las personas que la viven), escritor por breves momentos (el resto del tiempo solo piensa en lo que podría estar escribiendo), y principiante en el arte de escuchar canciones de Lana del Rey y disfrutar de las películas slasher estadounidenses sin taparse los ojos. Amante del romance, procurador de crisis existenciales, ¿qué importa? Todos somos hijos de Pedro Páramo.
Sergio JoSaFat lóPez SalaS, 23 años. Estudiante de la carrera de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras. En su tiempo libre (y sagrado) lee mucho, plasma su creatividad escribiendo textos con temáticas de horror, belleza y placer; también se draguea y hace otras actividades artísticas.
SoFía goerne villarreal, nacida en 2003 originaria de Monclova, Coahuila. Actualmente cursa el sexto semestre en la licenciatura de Letras
Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Forma parte del programa de talentos universitarios. Amante de la poesía confesional y los cuentos de misterio y terror.
valentina moreno, actualmente estudia Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Fanática de la literatura desde que era una infanta; intento de escritora desde puberta.
charco de vidrio y Sangre, Diego
, Valentina Moreno Chávez deJé de Ser, Carmen Guadalupe Trejo Olivares el
oda a la carta de conFeSión, Mariana Michelle de la Garza Andrade roJo, Valentina Moreno Chávez
te anhelo, Valentina Moreno Chávez
te voy a querer toda la vida, Carmen Guadalupe Trejo Olivares un dolor PaSado, Javier Alejandro Garza González
querido FranKenStein o SoBre la imPortancia de reSigniFicar el amor, Marcela Monserrat Valadez
creo en dioS y en el Pan Blanco: una lectura del Poema “credo” de eliSa díaz caStelo, Azael Abisai Contreras López
Esta publicación digital de Editorial Tinta Estática en colaboración con el Colegio de Letras Hispánicas, Soliloquio colectivo. Antología del Colegio de Letras Hispánicas, se terminó de cosechar en marzo del 2024.