Koreana Autumn 2018 (Spanish)

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cado desde siempre el espíritu expansivo de la nación coreana. Sin embargo, parecía existir solo de forma simbólica como “el santuario espiritual de la nación”, más bien abstraída por la tentadora advertencia de que ya no podíamos visitarla. No obstante, la historia ha seguido su curso, abriendo nuevas puertas a estos lugares ocultos. En 2002 finalmente puse un pie en el monte Kumgang, en un pintoresco valle flanqueado por colinas escarpadas. Y varios años después me planté en la cima del monte Paektu, desde donde pude observar las aguas del lago Chonji. Un paisaje desconocido pero elegante El comienzo de la historia que estamos contando podría ser la visita del fundador del Grupo Hyundai, Chung Ju-yung, a Corea del Norte, cuando llevó cabezas de ganado a modo de obsequio. Nacido en el actual territorio norcoreano, Chung llegó al sur a la edad de 17 años después de robar el dinero que su padre había ganado vendiendo una vaca. Con el botín comenzó un negocio que ha crecido hasta convertirse en el actual conglomerado. En 1998, el magnate de 83 años negoció con el Gobierno del Norte y acordó su regreso a esa tierra para promover la paz en la península dividida. Cruzó la zona desmilitarizada a través de la aldea fronteriza de Panmunjom, liderando un convoy de camiones que transportaban 500 cabezas de ganado, que según dijo era el pago del dinero que le había robado a su padre décadas atrás. En noviembre de ese año, el Grupo Hyundai inició un negocio de turismo que permitía a los ciudadanos surcoreanos viajar al monte Kumgang. Dos años después, el entonces presidente surcoreano Kim Dae-jung y el presidente de la Comisión Nacional de Defensa de la RPDC, Kim Jong-il, se reunieron en Pyongyang y adoptaron la histórica “Declaración conjunta del 15 de junio”. La “política de los rayos solares” del presidente Kim Daejung continuó descongelando una relación que durante años había sido de hielo entre las dos Coreas. Uno de los resultados más notables fue la decisión de que los atletas y animadoras de Corea del Norte participaran en los Juegos Asiáticos de 2002, en la ciudad surcoreana de Busan, algo sin precedentes desde la división del país. Casualmente, en el mismo año se celebraría la Copa Mundial de la FIFA en el Sur. De este modo, planearon que un grupo de representantes de los sectores cultural, artístico y deportivo realizara una “ceremonia del amanecer para orar por el éxito de la Copa del Mundo y los Juegos Asiáticos”. Como cuando éramos niños en edad escolar mi generación se había movilizado para tantos eventos públicos, como adulta mi primera respuesta a cualquier tipo de evento iniciado por el gobierno era la repulsión. Sin embargo, ¡solo podía pensar en que iríamos al monte Kumgang! Cuando me invitaron al evento me alegré mucho de haberme convertido en novelista.

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¿Qué era esa suave emoción que recorrió mi cuerpo la primera vez que puse un pie en el suelo de Corea del Norte? ¿Y el incómodo deleite que sentí en mi primera conversación con una persona norcoreana? ¿Y de dónde provenía esa energía débil pero vigorizante que me envolvió durante un paseo solitario a lo largo del valle del monte Kumgang? Como entusiasta del senderismo, he escalado muchas montañas en Corea del Sur, pero el “monte del diamante” no se parecía a ninguna otra. Su belleza no me resultaba familiar, pero tenía la sensación de que la había anhelado. Algunos miembros del grupo se quejaron de que las consignas de propaganda grabadas en las rocas por todos lados arruinaban el paisaje. Otros encontraron incómoda la rigidez con la que fuimos tratados por los norcoreanos. Sin embargo, en la noche, cuando mirábamos los picos a lo lejos mientras nos sumergíamos en las calientes aguas termales, o recorríamos las suaves curvas de la costa que se extiende a lo largo del área de Haekumgang (“diamante de mar”), todos esos sentimientos negativos quedaban en el olvido. Y también disfrutamos de las frecuentes risas de la gente local a la que le encantaba bromear, el licor de arándano y la cerveza Taedonggang. Mi segunda oportunidad para visitar Corea del Norte llegó tres años después, en 2005, cuando se celebró la Convención de Escritores de Corea en el monte Paektu. Fue un evento histórico que reunió por primera vez a 200 literatos de Corea y el extranjero. A pesar de que el proyecto fue difícil desde el principio, el deseo de reunirnos con nuestra propia gente era igual de intenso. Cruzando la frontera Menos de una hora después de que el vuelo de Air Koryo despegara de Seúl, aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Sunan en Pyongyang. Fue un viaje absurdamente corto en comparación con mi anterior visita al monte Kumgang por mar, que me provocó mareos durante toda la noche. En la parte superior del edificio del aeropuerto había un letrero con el nombre de la ciudad, Pyongyang, en caracteres rojos. Y a cada lado había fotografías del fallecido expresidente y fundador Kim Il-sung. En la entrada, la gente de Corea del Norte nos recibió entre aplausos. Los escritores no destacan, en general, por las actividades de grupo. Además, se trataba de una reunión de personas que habían llevado vidas dispares bajo diferentes sistemas políticos, y lo que ansiábamos mostrarnos los unos a los otros no era lo mismo que desearíamos que nuestros interlocutores quisieran ver. Por encima de todo, la diferencia de valores fue una fuente constante de tensión, conflictos y malentendidos. Por ejemplo, los surcoreanos situaban los focos de sus cámaras en el paisaje rural porque les recordaba a sus pueblos de origen en la década de 1970 y actuaban movidos por la nostalgia; pero era una


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