Pasión en Salamanca 2012

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Pasión en Salamanca

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LAS cRUcES DE ANDRéS ALéN mONTSERRAT GONzáLEz GARcÍA

C

uentan las crónicas que Le Corbusier, durante una conferencia pronunciada en Buenos Aires, llegó a exclamar tras haber trazado una cruz: “¡Esto basta!”. No le faltaba razón al genial arquitecto pues la cruz, como resultado de la intersección de la vertical y la horizontal, se convierte en un símbolo totalizador, quizá uno de los símbolos más ricos y complejos. Fuerza centrípeta y centrífuga, unión de lo alto y lo bajo, síntesis y ordenación son algunas de las significaciones más constantes. Ello explica la presencia de cruces incluso en las más remotas culturas, desde una cruz cretense de mármol que se suele fechar hacia el siglo XV a. de C. hasta la señal de la cruz, que incluso en una época desacralizada como la nuestra conserva ciertos valores profilácticos: se persignan todavía los toreros antes de iniciar el paseíllo, los futbolistas al comenzar un partido y, en general, cuantos quieren defenderse contra algún peligro o beneficiarse de buena suerte.

En la tradición cristiana, el sentido evocador de la pasión y muerte de Jesucristo se ha impuesto sobre cualquier otro significado. La cruz de Cristo es teológicamente el motivo al propio tiempo místico y visible de la unión de cielo y tierra, de la reconciliación del Creador con su creación, es el centro de la historia de la salvación. ¿Es posible reinterpretar el emblema fundamental del cristianismo tras siglos de tradición? La respuesta es un sí rotundo si el que aborda este “rethinking” es el artista salmantino Andrés Alén. Con una nueva sensibilidad alejada de los lenguajes tradicionales, desmigando la narración tradi-

cional de la cruz como símbolo agónico de lucha e instrumento de martirio, Alén plantea algo nuevo, que brota con fuerza (cfr. Isaías 43, 18-19) sin recordar lo de antaño, sin pensar en lo antiguo. Nos referimos a las cruces realizadas para la Cofradía de la Oración en el Huerto de los Olivos. Tres cruces, como las de Cristo y los dos ladrones en el monte Gólgota, que engrandecen el desfile procesional de la Oración en el Huerto, enriqueciendo a la vez el patrimonio de la Semana Santa Salmantina. Son cruces que podríamos llamar “eucarísticas” por el significado de los motivos representados en ellas: cálices, espigas, uvas, sagradas formas, vid y hojas de olivo. Están realizadas con trozos de saco, arpillera, fragmentos de lienzo, tarlatana, papeles, estropajos, etc., materiales todos ellos residuales, inservibles, que las manos de Alén entretejen en natural orden. La pobreza y naturalidad de los materiales transforman la cruz en árbol bendito de vida. El instrumento de tortura y muerte se convierte en libro de verdadera sabiduría, como escribiera Lope de Vega. Signos eucarísticos se engastan a las cruces nutriendo sus arterias y dotándolas de un carácter propio. La primera de las cruces está dedicada a la vid y los sarmientos. Nervaduras estériles recorren la sencilla cruz, blanca, casta y pura. Yermas ramas que se transforman en vida y divinidad al contacto con Jesucristo, representado por


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