Ruedas a volar: antología

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Hasta que mi madre —bendita sea ella—, me trasladó a otro colegio. En él, un hombre magnífico, noble y sabio maestro de la escuela me recibió con amor y respeto. El profesor le dijo a mi mamá “Señora, desde hoy usted podrá dejar de hacer guardia afuera de la escuela. Ya no es necesario que la cuide tanto. Aquí es el lugar indicado para ella. Nosotros la ayudaremos a que aprenda a ser más segura de sí misma y a desarrollar la independencia que necesita. Déjela en nuestras manos.” Así, él y su esposa —la cual además era conserje en la escuela—, me cuidaron casi como si fuera su hija. Sin embargo aún había gente que no comprendía mi situación y sentían rechazo hacia mi: me refiero a unas compañeras de clase, las cuales, cruelmente me llevaron a la fuerza hasta un arroyo cercano a la escuela y sin más me arrojaron al agua. Ahí estuve, tirada en el agua, con mi silla de ruedas volcada al lado, sin poder hacer nada por levantarme. La corriente era débil y por ahí fluía poca agua. Manteniendo con dificultad la cabeza levantada, pude respirar, pero un miedo espantoso, la más fiera angustia me atrapó. ¿Qué sería de mi? De nuevo la Providencia intervino, pues un muchacho pasó por ahí, rescatándome. Cuando se enteraron en la escuela de lo sucedido, el profesor montó en cólera, y a punto de castigar físicamente a mis ________________________________________ 51


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