RECOPILACIÓN DE CUENTOS POPULARES TRADICIONALES ANDALUCES, 4ºB (2019-2020)

CUENTOS ANDALUCES

CEIP: José Mª del Campo. Curso Académico 2019 - 2020.

CURSO: 4ºB.

HÉRCULES EN ANDALUCÍA En unas tierras muy, muy lejanas vivía un niño llamado Hércules.

A Hércules le gustaban mucho los animales. Todos eran sus amigos pero los mejores, a los que él más quería y de los que nunca se separaba, eran dos leoncitos preciosos. Se llamaban Leoncio y Poponzio.

Los tres amiguitos siempre estaban juntos, hasta dormían en la misma cama.

Una mañana, Hércules se despertó el primero y llamó a sus dos amigos: -¡Leoncio, Poponzio! ¡Levantaos! Hoy tengo una sorpresa

para vosotros. Nos

vamos a ir a dar un paseo por el mar.

A nuestros amigos les gustaba mucho viajar en barco por el mar, así que, medio dormidos, fueron a lavarse la cara y a comer un poco antes de emprender el viaje.

Se montaron los tres en el barco y, remando, remando, se fueron los tres muy lejos de la orilla.

Como se habían levantado muy temprano, los tres se quedaron dormidos en el barco. Al despertar, se dieron cuenta de que ya no veían la orilla. Se habían alejado mucho y, aunque Hércules era un niño muy valiente y muy fuerte, tuvo un poco de miedo al verse solo en el mar. Se acurrucó junto a los dos leoncitos y así estuvieron hasta que llegaron a una playa que no conocían.

Era una tierra muy bonita, con un campo muy grande de color verde que estaba lleno de olivos y viñedos. A nuestro amigo Leoncio le gustaba mucho el color verde y por eso se fue corriendo por el campo que tenía su color favorito.

-¡Yupi!

¡Qué campo tan bonito! ¿Nos podemos quedar a jugar un ratito?

Los tres amigos, que eran muy curiosos, empezaron a correr por aquellas tierras. No encontraron a nadie y siguieron caminando y caminando, buscando una casita donde quedarse.

-¡Qué

tierra tan bonita! -dijo Hércules.

-¡Sí! ¡ Y qué campo tan verde! -dijo Leoncio.

A nuestro amigo Poponzio lo que más le gustó fue el color blanco de la espuma de las olas del mar.

-¡Tengo una

idea! -dijo Hércules -. Como a Leoncio le gusta el verde del campo y a Poponzio el blanco de la espuma, nos construiremos unas casitas blancas en el prado verde, y así tendremos los dos colores que os gustan.

-Pero no sabemos

qué tierra es esta y cómo se llama -dijo Leoncio.

-Bueno, sabemos que

tiene olivos y un campo muy verde. Nosotros vamos a construir casas blancas y le pondremos un nombre a todas estas tierras.

Los tres amigos pensaron y pensaron, hasta que se pusieron de acuerdo en llamarla ANDALUCÍA. Desde entonces, la bandera de Andalucía es blanca y verde, como le gustaba a Leoncio y Poponzio, y en su escudo está la foto de los leoncitos junto a Hércules.

Y colorín, colorón, que se baje ya el telón.

MARIO AGUILAR GARCÍA.

¡¡ SOPLA !!

Había una vez un hombre que estaba comiendo en casa de un amigo suyo.

Cuando se metió la primera cucharada le ardía la boca pero quería disimular delante del otro, así que miró hacia arriba y dijo: -¡Qué bien construida con madera está tu casa!

Pero el otro se dio cuenta de lo que ocurría y dijo con retintín: "¡¡ SOPLA!!", pues así era como se llamaba el que la construyó.

Y el cuento se fue y se fue, pero mañana volverá otra vez.

LARA BACA SOLER.

LAS OCHO AMIGAS Hubo una vez, hace muchos años, una niña llamada ALMERÍA, a la que le gustaba mucho divertirse.

Pero un día, que estaba en casa sola y aburrida, pensó: "¿Qué podría hacer yo para divertirme?"

Se le ocurrió ir al huerto que tenía en su jardín, para coger unas cuantas de verduras, pero ninguna de ellas hablaba, por lo que seguía estando igual de aburrida. Así que decidió llamar a su gran amiga, JAÉN, para que fuese a su casa y se divirtieran un rato.

-¡Claro que sí! -dijo JAÉN-. Ahora mismo voy para allá.

Cuando estaban las dos en casa, pensaron qué podían hacer para divertirse.

-¿Qué te parece si hacemos algo de comer con las verduras que ha recogido hoy? ¿Tú tienes algo más para comer?

-¡Pues sí! -dijo JAÉN-. Yo tengo en casa aceitunas, de las que podemos sacar aceite. Con eso y con tus verduras seguro que preparamos algo rico.

Pero ... no sabemos cocinar.

Por lo que decidieron llamar a una amiga suya, CÓRDOBA, que era una excelente cocinera.

CÓRDOBA vino muy contenta, ya que le encantaba rodearse de gente.

-¡Tengo una idea! -dijo CÓRDOBA-. Con la comida que tenemos aquí, podría preparar un rico salmorejo. Pero estaría mucho más bueno con unos trocitos de jamón, pero no tenemos.

En ese momento decidieron llamar a una amiga que les podría ayudar, HUELVA, quien llevó a la fiesta el mejor jamón del mundo, pudiendo hacer así un delicioso salmorejo, pero se dieron cuenta de que algo faltaba… ¡la música! Por lo que decidieron llamar a su amiga, SEVILLA, quien cantaba muy bien las sevillanas.

Todos comenzaron a bailar y se lo pasaron genial, tanto que se olvidaron de comer pero, cuando fueron a hacerlo, se dieron cuenta de que les faltaba el segundo plato y la bebida, por lo que decidieron llamar a dos grandes amigas que tendrían la solución: MÁLAGA, quien llevó sardinitas fritas para el segundo plato, y CÁDIZ, quien llevó un exquisito vino y un libro, ya que le encantaba contar historias.

Cuando todas estaban más que entusiasmadas, se dieron cuenta de que les faltaba el postre, por lo que decidieron llamar a una última amiga, GRANADA, quien trajo una fruta muy rica. ¡Granadas!

Por fin, todas pudieron disfrutar de la gran comida y todas bailaron hasta que no pudieron más, pidiendo para terminar la fiesta a CÁDIZ que contara una de sus bonitas historias.

Desde entonces, nadie sabe cómo ni por qué, estas ocho amigas se fundieron en un solo color. Y todas se quedaron para siempre juntitas de las manos, formando así el MAPA DE ANDALUCÍA. Desde entonces, todos los ANDALUCES han elegido el día 28 de FEBRERO como el DÍA DE ANDALUCÍA: una reunión muy especial para todos ellos ... ¡Y para nosotros!

CURRO BARRENAS RICO.

LOS TRES TORITOS.

Había una vez un hombre que tenía cuatro hijos: tres hijos y una hija. La madre murió y el hombre volvió a casarse con una mujer muy mala. Como su madrastra les daba tantos disgustos, los tres hermanos decidieron marcharse de casa y se hicieron una cabaña en el bosque.

Al poco tiempo, la niña se marchó también y, sin saberlo, andando, andando, llegó a la cabaña de sus hermanos. Estaba muy desordenada pero ella lo ordenó todo y después se escondió en el bosque, antes de que llegaran sus hermanos.

Cuando llegaron sus hermanos se extrañaron de que la casa estuviese tan ordenada y decidieron averiguar quién había estado allí, así que fueron a buscar al intruso al bosque con su perrita.

La perrita empezó a husmear por todos lados, hasta que, siguiendo el rastro, encontraron a la niña y, viendo que era su hermana, decidieron comenzar todos juntos una nueva vida en la cabaña del bosque.

La niña se encargaría de la casa, en compañía de la perrita, y debía tener cuidado de que no se apagara la lumbre y de dar de comer siempre a la perrita, porque si no, se haría pis en la candela.

Un día la perra se hizo pis en el fuego y, como la niña no sabía hacer fuego, fue a otra casa del bosque para pedir un poco de lumbre. Llamó a una casa y le abrió la puerta otra niña, que se llamaba Maruja. Maruja le dio la mitad de una brasa y le dijo que se fuera en seguida, porque su madre era una bruja. La niña cogió las brasas y se fue.

Al día siguiente, la bruja descubrió que la niña había estado en su casa y fue a su casa para que le pagase la media brasa que se llevó, así que hicieron un trato: la bruja iría todos los días a su casa a chuparle el dedo corazón. Y así fue.

Poco a poco, la niña fue enfermando y le contó a sus hermanos lo ocurrido.

Los tres hermanos cavaron un agujero delante de la puerta de la casa, lo taparon con una sábana y le echaron tierra por encima.

Al día siguiente, cuando la bruja Curuja se acercó a la puerta de la casa, cayó en la trampa, se hundió en el suelo y los tres hermanos la enterraron con sus palas.

Al poco tiempo brotaron allí mismo tres coliflores embrujadas. Los hermanos dijeron a su hermana que jamás echara las coliflores en la comida, pero pasó el tiempo y la niña se olvidó de la advertencia.

Un día echó la coliflor en la comida y los tres hermanos se convirtieron en tres toritos.

El hijo del rey, que pasaba por allí, le pidió a la niña que se casara con él.

La niña aceptó, con la condición de que vinieran los toros; o sea, sus hermanos.

En el palacio vivían una tía lejana de la niña y su hija. La tía quería que su hija se casara con el príncipe y, como era medio bruja, mientras estaba peinando a la niña, le clavó un alfiler encantado en la cabeza y la convirtió en paloma. Después ordenó que mataran a los toros.

El príncipe, extrañado del cambio de la princesa, no quiso ir a la plaza y se quedó en el jardín. Entonces, la niña, convertida en paloma, se posó en la mano del príncipe. El príncipe la cogió y, cuando empezó a acariciarla, se dio cuenta del bultito de la cabeza del alfiler y se lo quitó. Al hacerlo, la niña volvió a su ser y le contó todo lo ocurrido, así que, antes de que mataran al primer toro, les pincharon con el alfiler de la paloma en la cabeza y, al momento, los tres hermanos se convirtieron en tres apuestos jóvenes.

La malvada tía fue encerrada en la mazmorra con su horrenda hija y todos fueron felices.

Y colorín colorado, este torero cuento se ha acabado.

MARTA BLANCO TÉLLEZ.

LA CASITA DE TURRÓN.

Era una familia muy pobre con dos hijos, Periquín y Periquina.

Un día fueron a buscar leña al bosque, vino una tormenta y se perdieron.

Encontraron una casita de turrón y, como tenían hambre, se comieron un trocito.

Salió una bruja, que encerró a Periquín dentro de una jaula para engordarlo y comérselo, y a Periquina la obligaba a trabajar.

Como la bruja veía poco, Periquín la engañaba con un hueso de pollo para que creyera que era su brazo, pero aún así, un buen día, decidió comérselo de una vez por todas, y le dijo a Periquina que preparase el horno.

Cuando la bruja se acercó, Periquina la empujó y la bruja se achicharró.

Los niños fueron rápidamente a por el tesoro de la bruja y un aceitunero los guió de vuelta a casa.

Se hicieron ricos, y fueron felices y comieron perdices, y a nosotros no nos dieron, porque no quisieron.

ISABEL CABRERA PÉREZ.

EL REPARTO DE LA CAZA. "El reparto de la caza", Bartolomé Téllez Sánchez (Algeciras)

Érase una vez dos amigos que iban juntos de cacería. Uno era más listo que el otro y siempre se llevaba la mejor pieza de lo que cazaban.

Un buen día se pusieron de acuerdo para repartir todo a medias para que el reparto fuera más justo.

Salieron un domingo a cazar y consiguieron una perdiz y un mochuelo. A la hora de repartir, dijo el listo: -Bueno, como hemos cazado dos piezas, para hacer las cosas bien, una para ti y otra para mí. ¿De acuerdo?

-Claro, eso dijimos... -contestó el otro.

- Pues toma, para ti el mochuelo y para mí, la perdiz.

El hombre se aguantó con lo que le había tocado, pensando que otro día sería para él la mejor pieza.

El domingo siguiente volvieron a cazar y cogieron lo mismo. El listo dijo: -Esta vez vamos a hacer el reparto al revés.

-Menos mal... -pensó el otro.

-La perdiz para mí y el mochuelo para ti.

El otro, que no era muy listo, se quedó pensando y le dijo: -Oye... ¿No te parece raro que, lo hagamos como lo hagamos, siempre me toca a mí el de los ojos grandes?

Y si no os lo creéis, venid y lo veréis.

DANIEL CAMACHO NÚNEZ.

El gallo Kirico (A. R. Almodóvar) Había una vez un gallo que se llamaba Kirico. Iba a ir a la boda de su tío cuando en el camino se encontró una caca y dijo: “¿Pico o no pico? Pico.”

Entonces se ensució el pico y le pidió a una malva que le limpiara el pico, y la malva le dijo que no.

Después se encontró una oveja y le pidió que se comiera a la malva, y dijo que no.

Luego encontró un lobo y le dijo que se comiera a la oveja que no quiso comerse la malva que no quiso limpiarle el pico, y el lobo respondió que no.

Más tarde se encontró un palo y le dijo que pegara al lobo que no quiso comerse a la oveja que no quiso comerse a la malva que no quiso limpiarle el pico, y el palo le dijo que no.

A continuación, vio una candela y le pidió que quemara el palo que no pegó al lobo que no se comió la oveja que no se comió la malva que no le limpió el pico, y la candela le respondió que no.

Más tarde le dijo al río que apagara la candela que no quiso quemar el palo que no quiso pegar al lobo que no quiso comerse a la oveja que no quiso comerse la malva que no quiso limpiarle el pico, y el palo le dijo que no.

Después se encontró un burro y le dijo que se bebiera el agua del río que no apagó la candela que no quiso quemar el palo que no quiso pegar al lobo que no quiso comerse a la oveja que no quiso comerse la malva que no quiso limpiarle el pico, y en vez de hacerle caso, le pegó una patada al gallo Kirico, que se cayó al río y fue a la boda con el pico limpio, pero, como estaba empapado entero de agua, no le dejaron pasar a la boda.

Y colorín colorado, esto sólo ha comenzado.

LUIS CANTO PERALES.

QUIÉN NO TE CONOZCA QUE TE COMPRE.

Todo empezó cuando el tío Cándido, vecino de Carmona, heredó un haza de su padre junto a unas tierras con olivares y una casita en el pueblo. La vida del tío Cándido era buena, pues estaba casado y no tenía hijos. Todos los días iba a visitar sus olivares en su hermosísimo burro. El tío Cándido, como era muy bueno y estaba gordo, iba la mitad del camino andando y la otra mitad, en su burro.

Un día unos traviesos estudiantes le quitaron el burro, aprovechando que estaba distraído.

El estudiante, que se había quedado simulando el peso del burro, tiró de la cuerda con suavidad. Cuando el tío Cándido se dio cuenta, se quedó pasmado. El estudiante, a modo de excusa, le dijo lo siguiente: -Perdóneme, tío Cándido. Es que un día mi padre me maldijo diciéndome: "Eres un burro y te convertirás en un burro."

El tío Cándido volvió a su casa sin burro, pero no estaba enfadado.

Cuando llegó la feria de Mairena, el tío Cándido acudió al intento de comprarse otro burro y se acercó a él un gitano que tenía un burro para vender. Para sorpresa del tío Cándido, el burro que quería vender era el que había sido suyo.

El tío Cándido volvió a su casa muy contento de volver a tener de nuevo el burro en la casa del pueblo.

Ahora el tío Cándido iba todos los días a visitar sus bonitos olivares.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

MARIO CASTILLA RODRÍGUEZ.

LAS CASTAÑAS. Juan Valera.

El día de difuntos salió muy de mañana a misa una linda beata, que la noche anterior, según es costumbre en la noche de Todos los Santos, había estado comiendo puches con miel y muchas castañas cocidas.

Como era muy temprano y apenas clareaba el día, la calle por donde iba la beata estaba muy sola. Así es que ella, sin reprimirse, lanzaba «suspiros» traidores y retumbantes, y cada vez que lanzaba uno, decía sonriendo:"¡Toma castañas!"

Proseguía caminando, soltaba otros suspiros y exclamaba siempre: "¡Las castañas! ¡Las castañas!"

Un caballero, muy prendado de la beata, solía seguirla, hacerse el encontradizo, oír misa donde y cuando ella la oía, y hasta darle agua bendita al entrar en la iglesia, para tener el gusto de tocar sus dedos.

Iba aquel día el caballero tan silencioso detrás de la beata que ella no le vio ni sospechó que viniese detrás, hasta que volvió la cara, poco antes de entrar en el templo.

-¿Hace mucho tiempo que viene usted detrás de mí? -dijo muy sonrojada la linda beata.

Y contestó el caballero: -Señora, desde la primera castaña.

Y el que no lo crea, que vaya y lo vea.

VIOLETA CASTILLA RODRÍGUEZ.

PLATERO Platero era un burro pequeño, peludo y alegre. Era de un color gris muy suave y sus ojos brillaban como dos cristales negros. Platero era el amigo inseparable de Juan Ramón Jiménez, el poeta que escribió Platero y yo. Un poeta es alguien que busca las palabras más hermosas para contar lo que ve, lo que piensa y lo que siente.

Platero y Juan Ramón vivían en un pueblo de Andalucía que se llama Moguer. Allí, casi todas las casas son bajas y blancas, con geranios y claveles en balcones y ventanas. En sus calles, el aire huele a pinos y a mar, limoneros y naranjos en flor.

Durante las vacaciones llegaban de visita los sobrinos de Juan Ramón, y Platero se convertía en su juguete. Platero quería a los niños y los niños querían a Platero. Platero acompañaba a los niños en sus paseos por el campo. Ellos recogían flores amarillas y azules, corrían bajo la lluvia y no paraban de reír.

Cuando terminaban las vacaciones, Juan Ramón y su burrillo se quedaban solos. Entonces, echaban de menos los gritos, las risas y las voces.

Otro buen amigo de Platero era Darbón, su médico. Tenía un cuerpo grande como un bue y se movía torpemente. Casi no cabía por la puerta de la cuadra. Quería mucho a Platero y, cada vez que le veía, le acariciaba la frente y le rascaba despacito entre las orejas.

Todos los días, al salir el sol, Juan Ramón se acercaba a la cuadra a saludar a Platero, y él le contestaba con unos rebuznos que parecían decir: “¡Buenos días!”.

En la cuadra vivía también la perra Diana, que se dormía siempre entre las patas del burrillo. La cabra gris miraba todo con curiosidad.

Por las noches, el poeta se acercaba al pozo a sacar agua para su burro.

Mientras Platero se bebía un cubo de agua con estrellas, Juan Ramón miraba la luna y disfrutaba del silencio.

A Juan Ramón le gustaba hablar con Platero de las cosas que sucedían en el pueblo, de sus sentimientos… Platero lo entendía todo, porque le contestaba con rebuznos suaves, moviendo su rabo o sus orejas, o golpeando el suelo con sus patas. A los dos les gustaba la tranquilidad y el silencio.

Cuando había fiesta en el pueblo, se iban al campo, buscando un poco de paz, y contemplaban desde allí los fuegos artificiales. Juan Ramón y Platero eran muy felices juntos.

Un día, el poeta se acercó a buscar a su burrillo a la cuadra, y Platero no le contestó. Estaba tumbado en su cama de paja, con los ojos tristes, y apenas se movía. Estaba muy enfermo, y Darbón, su médico, no pudo hacer nada para curarle. Al mediodía, Platero se marchó para siempre ...

DIEGO CLEMENTE GONZÁLEZ.

LA PRINCESA MUDA. Cierto rey de un país no muy lejano se sentía ya viejo para gobernar y deseaba dejarle su corona a un príncipe heredero, pero sólo tenía una hija muy caprichosa, a la que no podía casar.

Un día le dijo a su doncella: -¡Hay que ver! ¡Todo el mundo tiene piojos menos yo! ¡Yo quiero ser un piojo!

La doncella se puso en la puerta del palacio y le cogió un piojo a una chiquilla que pasaba.

Al día siguiente, cuando estaba peinando a la princesa, dijo: -¡Uy, Majestad! ¡Acabo de coger un piojo!

La princesa se puso contenta y decidió darle de comer arroz y castañas.

Puso el piojo en una caja pero no cabía porque estaba muy gordo.

Cuando el rey se enteró, se puso hecho una furia y condenaron a muerte al piojo. Con su piel hicieron un pandero que colgaron en la puerta del palacio.

Y así sucedió, y así lo cuento yo.

GABRIEL ALEJANDRO CURTIÑEZ HUASCO.

LA KARABA. Había una vez, en la feria de Mairena, un cobertizo formado por palos y esteras viejas. La puerta sucia y hecha de una vieja cortina verde ocultaba el interior. A la gente le entraba la curiosidad y se acercaba. Se creían que verían un animal rarísimo, o traído de tierras lejanas. En la puerta había un gitano sosteniendo un cartel que decía:

"LA KARABA" Muchos de ellos pagaban la entrada y se extrañaban. Otros decían que era un “timo timazo”. Otros que les habían “robao” el dinero.

El gitano les explicó que se llamaba así porque antes araba y ahora no.

En verdad sería la burra

“QUE ARABA”.

hablaba andaluz y se “comía” la mitad de las letras.

Y colorín, colorín este cuento llegó a su fin.

NICOLÁS FERNÁNDEZ MELERO.

Pero el hombre

GARBANCITO Antonio Rodríguez Almodóvar: “Garbancito”

Érase una vez, hace mucho tiempo, un niño tan pequeño que cabía en una mano. Todos le llamaban Garbancito, incluso sus padres, que le querían porque era un hijo cariñoso y muy listo. El tamaño poco importa cuando se tiene grande el corazón.

Era tan pequeño que nadie lo veía cuando salía a la calle. Eso sí, lo que sí podían hacer era oírle cantando su canción preferida: “¡Pachín, pachín, pachín! ¡Mucho cuidado con lo que hacéis! ¡Pachín, pachín, pachín! ¡A Garbancito no piséis!”

A Garbancito le gustaba acompañar a su padre cuando iba al campo a la faena y, aunque éste temía lo que le pudiera pasar, le dejaba acompañarlo. En una ocasión Garbancito iba disfrutando de lo lindo, porque su padre le había permitido guiar al caballo.

–¡Verás cómo también puedo hacerlo! -le había dicho a su padre.

Luego le pidió que lo situara sobre la oreja del animal y empezó a hacerle señales, aunque el caballo seguía sin saber de dónde venían.

–¿Ves, papá? No importa si soy pequeño, si también puedo pensar -le decía Garbancito a su padre, que lo miraba tranquilo.

Cuando llegaron al campo de coles, mientras su padre recolectaba todas las verduras para luego llevarlas al mercado, Garbancito jugaba y correteaba por dentro de las plantas.

Tanto se divertía el niño que no se dio cuenta de que cada vez se iba alejando más de su padre. De repente, en una de las volteretas, quedó

atrapado dentro de una col, captando la atención de un enorme buey que se encontraba muy cerca de allí.

El animal, de color marrón, se dirigió hacia donde se encontraba Garbancito y se comió la col de un solo bocado, con el niño adentro.

Cuando llegó la hora de regresar, el padre buscó a Garbancito por todos lados, sin éxito. Desesperado fue a avisar a su mujer, quien le ayudó a recorrer todos los huertos y caminos casi hasta el anochecer. Gritaban con una sola voz: "¡Garbancito! ¿Dónde estás hijo?" Pero nadie respondía.

Los padres apenas pudieron dormir aquella noche con el temor de no volver a ver a su hijo. A la mañana siguiente, retomaron la búsqueda, sin ser capaces de encontrar aún a Garbancito.

Pasó la época de lluvia y luego las nevadas, y los padres seguían buscando: "¡Garbancito! ¡Garbancito!"

Hasta un día en que se cruzaron con el enorme buey parduzco y sintieron una voz que parecía provenir de su interior: "¡Mamá! ¡Papá! ¡Estoy aquí! ! ¡En la barriga del buey, donde ni llueve ni nieva!"

Sin poder creer que lo habían encontrado y aún seguía vivo, los padres se acercaron al buey e intentaron hacerle cosquillas para que lo dejara salir.

El animal no pudo resistir y, con un gran estornudo, lanzó a Garbancito hacia afuera, quien abrazó a sus padres con gran alegría.

Después de los abrazos y los besos, los tres regresaron a la casa, celebrando y cantando los tres al mismo tiempo: – “¡Pachín, pachín, pachín!

– ¡Mucho cuidado con lo que hacéis!

– ¡Pachín, pachín, pachín!

– ¡A Garbancito no piséis!”

Y colorín, colorado, se fueron cantando.

CLARA GALLEGO VEGA.

LA SERPIENTE DE LAS SIETE CABEZAS. Érase una vez un pescador pobre y su mujer. Este pescador era muy poco afortunado y nunca pescaba nada, hasta que un día pescó un pez muy grande que le trajo mucha fortuna y dos hijos.

Al cabo del tiempo se hicieron mayores y uno decidió marcharse de casa porque eran muy pobres.

Cuando llegó a un pueblo, se enteró de que a la princesa la iban a dar en sacrificio a una serpiente de siete cabezas. Logró matar a la serpiente y se casó con la princesa.

Vio un castillo y preguntó por él, y la princesa dijo que era el Castillo de Irás y No Volverás.

El marido le dijo que iba de caza pero fue al castillo, convertido en perro.

Su hermano se enteró, fue a por él una viejita, dijo que necesitaba matar al león y lo mató, y luego volvió a convertirse en su forma original.

Y como el tiempo se acabó, este cuento terminó.

ROBERTO FLORES GARCIA.

EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS Había una vez un pescador que era pobre.

Un día sacó un pez enorme del agua pero lo dejó ir. Al día siguiente no lo dejó ir. El pez le dijo que no comiera de su carne y así lo hizo .

Unos cuantos meses después nacieron dos bebés rubios y crecieron dos lanzas doradas en el corral.

Cuando crecieron los bebés se tuvieron que marchar de ese lugar para buscar trabajo.

El que nació el primero se marchó y llegó a un pueblo en el que estaba todo el mundo llorando, porque la hija del rey estaba en peligro, pues se sorteaba entre las personas del pueblo para que se la llevara la serpiente de las siete cabezas, y este año le tocó a ella.

El muchacho fue a rescatarla, mató a la serpiente y la llevó a su castillo. En agradecimiento, le casaron con la hija del rey y, cuando se casó, vivió feliz y contento.

Y con este final feliz, nos vamos a despedir.

ÁLVARO GARCÍA VEGA.

Libro: "Cuentos al amor de la lumbre". Autor: Antonio Rodríguez Almodóvar.

El caballo verde.

Era una mujer que quería tener un niño, no podía y se lo pidió al diablo. A cambio, ella tendría que mandarlo a su castillo cuando cumpliese los veinte años. La mujer tuvo a su hijo y le ocultó el trato que había hecho con el diablo. Pero cuando estaba a punto de cumplir los veinte años, su hijo se encontró llorando a su madre y ella le contó la verdad. Entonces, el hijo le dijo a su madre que no se preocupara, que iría al castillo del diablo y que volvería. Cuando iba camino del castillo se encontró a una mujer llorando porque se había muerto su marido y no tenía dinero para enterrarlo, y el muchacho se lo dio.

Al rato se encontró un caballo verde y el caballo le dijo: "Súbete y, cuando estés en apuros, ¿qué será de mi caballo verde?

Siguieron caminando y se encontraron a una paloma enredada en unas ramas y el muchacho decidió ayudar a la paloma.

Después siguieron su camino y se encontraron a un pez fuera del agua, que se estaba muriendo, y también lo ayudó.

Más tarde, se encontraron con unas hormigas que no podían cruzar un arroyo y también las ayudó a ellas, como hizo con los demás.

Al llegar al castillo, se encontró con el diablo y le dijo que, si superaba tres pruebas, podría volver con su madre.

En la primera prueba tenía que rellenar siete colchones con plumas y consiguió superarla con ayuda del caballo verde y la paloma a la que ayudó.

En la segunda prueba tenía que encontrar el anillo de su bisabuela que se le cayó al río y él llamó al caballo verde, fueron al río y al rato volvieron con el anillo, gracias a la ayuda del pez al que salvó.

En la tercera prueba tenía que separar diferentes semillas. Entonces llamó al caballo verde y buscaron a las hormigas, que le ayudaron a separar las semillas.

El diablo, cuando fue al granero donde estaban las semillas y vio el trabajo que había hecho, lo dejó marchar.

Volvió a su casa encima del caballo verde y entró a dar un abrazo a su madre. Cuando fue a dar las gracias al caballo verde sólo se encontró a un hombre que le dijo: "Yo soy el alma de aquel a quien mi mujer pudo enterrar cuando nadie quería darle dinero para mi entierro."

Y colorín, colorete, por la chimenea sale un cohete.

GUILLERMO ORTIZ BARCO.

EL PASTOR QUE ENTENDÍA A LOS ANIMALES. Este cuento trata de un pastor que tenía novia pero no se podía casar porque era pobre.

Le dice que va a buscar trabajo y por el camino se encuentra una casa a la que se asoma a pedir empleo.

El pastor le dijo a Frasquito que, si entendía a las cabras y valía, le daba una peseta por cada día de trabajo.

Estaba Frasquito con las cabras en el campo, cuando vio que había un incendio y fue a apagarlo. De repente, Frasquito oye el silbido de una víbora que se estaba quemando encima de un árbol. La rescató y la ayudó a que se recuperara; por eso, la víbora le concedió un don.

Frasco pensó y pidió el don de entender el lenguaje de los animales. La víbora le dice que ese don es peligroso y que moriría si lo contaba. A Frasquito le daba igual, así que la víbora se lo concede. Entonces, escucha a las cabras de su rebaño y luego, mientras dormía un poco, oye decir a unos cuervos que allí abajo había un tesoro. Lo desentierra y por fin puede pagar la boda con Frasquita, y hasta una hacienda.

Un día, Frasquito se echó a reír al escuchar hablar al buey con el burro.

Frasquita se enfadó con él y le preguntó qué era lo que pasaba. Frasquito le promete que al día siguiente se lo contaría. Pero por la mañana escuchó hablar al perro con el gallo y recordó que moriría si contaba el don que la víbora le concedió.

Estaba Frasquito escuchando al gallo, cuando tuvo una idea. Le dijo a su mujer que le contaría todo pero que tendría que darle una paliza. Frasquita le dijo que no era para tanto, que era por curiosidad y que se podía reír todo lo que quisiera.

Y colorín colorado, este animalesco cuento se ha acabado.

JUAN PACHECO FERNÁNDEZ.

HÉRCULES LLEGA A ANDALUCÍA. En unas tierras muy, muy lejanas, vivía un niño llamado Hércules. A Hércules le gustaban mucho los animales.

Todos eran sus amigos pero los mejores, a los que él más quería y de los que nunca se separaba, eran dos leoncitos preciosos. Se llamaban Leoncio y Poponcio.

Los tres amiguitos siempre estaban juntos, hasta dormían en la misma cama.

Una mañana, Hércules se despertó el primero y llamó a sus dos amigos: -¡Leoncio, Peponcio! ¡Levantaos! Hoy tengo una sorpresa para vosotros. Nos vamos a ir a dar un paseo en barco por el mar.

SARA PEREIRA BEJARANO.

ALBA DESCUBRE ANDALUCÍA. La protagonista se llama Alba y quiere conocer cosas de Andalucía, porque le piden en clase información para un trabajo.

Cuando Alba llegó a su casa se puso triste, porque no sabía cómo iba hacer el trabajo, y salió a su jardín a oler el perfume del azahar de los naranjos.

Un duende que podía leer sus pensamientos estaba observándola, así que decidió hechizarla, y llevarla "de viaje".

En su primera noche, mientras dormía, viajó a una ciudad de Andalucía para descubrirlo todo sobre ella y así, cada noche, Alba era transportada en sueños por el duende para descubrir maravillosos rinconcitos andaluces de ensueño.

Gracias a estos viajes, descubrió muchas cosas interesantes sobre Andalucía (cultura, monumentos, personajes, costumbres...) y así fue como Alba se enamoró de su tierra y entregó a su "seño" el mejor trabajo de la clase.

Y para que no se nos borre de la memoria, comeremos un trozo de zanahoria.

ALBA RAMÍREZ BULNES.

"Aire". Autor: Antonio Rodríguez Almodóvar.

AIRE Érase una vez un hombre que corría mucho. Un día una persona le advirtió de que respirase menos aire, ya que ahora lo cobraban. El hombre no le echó cuenta y se fue corriendo para escapar de ese loco.

Un día le llegó una carta que decía que respiraba demasiado aire y que se lo iban a cobrar.

El hombre llamó a su abogad y éste le dijo que, por desgracia, era cierto. Le explicó que una empresa se había apropiado del aire de todas las ciudades, al igual que te cobraban el agua o la electricidad.

Y como dice Don Fermín, este cuento llegó a su fin.

ANA ROYO MATEOS.

EL MEDIO POLLITO Y EL MEDIO REAL. Dos vecinas se pusieron de acuerdo para criar pollitos. Solo salió uno, así que lo partieron por la mitad. Una se lo quiso comer y la otra, no. A la otra le dio lástima y lo echó al corral.

Escarbando, escarbando en el estercolero, el medio pollito se encontró un medio real de plata, pero llegó el príncipe pidiendo el medio real, porque necesitaba dinero para casarse.

El pollito se lo dio, a cambio de que el príncipe se lo devolviese dentro de un mes. Pasó el mes y el príncipe no volvió para devolverle su medio real, así que el pollito decidió ir a palacio para buscar su medio real.

Andando, andando, se encontró un palomar, y unas palomas decidieron acompañarlo a palacio.

A mitad del camino, las palomas se cansaron y el medio pollito les dijo que se metieran en su medio culito.

Andando, andando, se encontraron con una zorra, que también quiso acompañarlos a palacio, pero también se cansó por el camino, y el medio pollito le dijo a la zorra que se metiera en su medio culito.

Más adelante el pollito se encontró con un lobo, con las piedras de un peñascal, con un río y con un toro, y a todos se los metió en su medio culito. Y así fue como llegó el medio pollito al palacio del rey.

El rey preguntó al pollito que para qué quería su medio real y el pollito le contestó que para comprarse trigo. Entonces, el rey ordenó que llevasen al medio pollito al granero.

El pollito pidió a las palomas que salieran de su medio culito, y las palomas salieron y se comieron todo el trigo del granero.

El rey se enfadó y ordenó que lo echaran al corral de los gallos de pelea. Entonces, el medio pollito le pidió a la zorra que saliera de su medio culito y la zorra se comió a todos los gallos.

El rey se enfadó y ordenó que lo echaran a la cuadra con los potros sin domar. Entonces, el medio pollito le pidió al lobo que saliera de su medio culito y el lobo se comió a los potros de la cuadra.

El rey se enfadó y ordenó que lo tirasen al pozo, pero el medio pollito le pidió a las piedras del peñascal que salieran y taparon el pozo, así que el rey, muy enfadado, ordenó que echasen al fuego al medio pollito. Pero salió el río, apagó el fuego y lo inundó todo. Entonces, el rey ordenó a sus soldados que le pegasen cuatro tiros al medio pollito, pero salió el toro de su medio culito y empezó a cornear a los soldados del rey.

Finalmente, el rey aceptó devolver al pollito su medio real.

Y colorín colorado, este medio cuento se ha acabado.

ANGEL RUFO FUENTES, DAVID URBINA, MARIO CASTILLA y las dos "seños" Inma.

LA PATA ANDALUCIA Érase una vez una pata llamada Andalucía que vivía en una tierra que tenía forma de piel de toro. Como era invierno y hacía frío, Andalucía decidió ir a vivir al sur, ya que unos amigos le habían contado que en ese sitio se estaba muy bien porque hacía más calorcito.

Cuando Andalucía llegó al sur, se dio cuenta de que ciertamente aquella tierra era muy agradable para vivir. Así que decidió quedarse.

No había pasado mucho tiempo cuando la pata Andalucía, un buen día, puso ocho huevos. Pasado un tiempo, tras mucho esperar, la pata Andalucía vio que sus huevos empezaban a romperse y que de su interior salían ocho hermosos patitos a los que llamó: Sevilla, Málaga, Granada, Huelva, Jaén, Córdoba, Cádiz y Almería. Los patitos crecieron muy felices junto a mamá pata, cantando y jugando.

Un buen día, cuando eran ya mayores, decidieron irse de viaje para descubrir tierras nuevas, así que cogieron sus cosas y cada uno se fue en una dirección.

Todos los patitos descubrieron tierras muy ricas y hermosas, con gentes muy alegres. Como esos sitios les gustaron mucho decidieron poner su nombre a aquellas tierras.

Pasó el tiempo y, como echaban de menos a mamá Andalucía y al resto de sus hermanos, decidieron reunirse con mamá pata para contarse las cosas tan bonitas que habían visto, así que quedaron en casa de mamá pata el 28 de febrero. Pero cuando todos por fin se reunieron aquel día y se contaron sus aventuras, empezaron a pelear porque querían las cosas de sus hermanos...

Y decía Sevilla: "¡Yo quiero la nieve de Granada!"; gritaba Almería: "¡Yo quiero el carnaval de Cádiz!"; chillaba Huelva: "¡Yo quiero las aceitunas de Jaén!", y así siguieron peleando y peleando, hasta que mamá Andalucía dijo: "¡SILENCIO! ¿Pero qué es esto? Sois hermanos y, como buenos hermanos, tenéis que compartir".

Los patitos se quedaron callados por un momento y se dieron cuenta de que mamá pata tenía razón, y que lo mejor que podían hacer era juntar todas las tierras en una sola región, para compartir las cosas bonitas que tenía cada una.

Como querían mucho a mamá pata Andalucía, decidieron ponerle su nombre a aquella nueva región que ellos habían creado, y además celebrar aquella feliz unión los 28 de febrero de cada año, cantando una canción.

Y para que todo el mundo supiera que aquello era Andalucía, hicieron una bandera blanca y verde muy, muy grande, para que todos pudieran verla.

Y así sucedió, y así lo cuento yo.

MANUEL SÁNCHEZ VALERO.

UN HUEVO FRITO PARA SIETE Érase una vez una familia de siete personas que querían comerse un huevo frito. Llegó el padre y trajo un huevo frito.

El padre dijo: "Vamos a comérnoslo al estilo de la Semana Santa, a ritmo de tambor."

Cada vez que el padre decía “Pom”, un niño cogía el pan y lo mojaba.

Cuando llegó el turno del padre, dijo: “Pomrequetepom”, y así, el padre se lo comió todo.

PABLO TOVAR TORO.

PERIQUILLO EL DE LOS PALOTES TERESA BLAS JIMÉNEZ

ALGECIRAS

Periquillo el de palotes era un muchacho muy travieso que vivía en un pueblo donde había muchos viñedos.

Todas la noches a la luz de la luna, Periquillo se iba a los viñedos, se saltaba las vallas y se pasaba toda la noche comiendo uvas pero dejaba los palotes al pie del árbol. Y así una noche tras otra.

Los dueños de los viñedos se encontraban todos los días las vides sin uvas, así que se reunieron y decidieron darle un escarmiento a Periquillo, para que dejara de robar sus uvas y que aprendiera a no coger lo que no es suyo.

Compraron pegamento especial y se lo echaron a todos los troncos de los árboles. De este modo, esa noche, cuando fue a tomar las uvas, se quedó pegado en el árbol toda la noche, muerto de frío, de hambre y de miedo.

A la mañana siguiente, cuando el dueño de los viñedos llegó a su finca, se encontró a Periquillo llorando y pidiendo por favor que lo soltaran.

Periquillo aprendió la lección y no volvió a robar más uvas.

Y, como de tanto comer se atragantó, este cuento se acabó.

DAVID URBINA FERNÁNDEZ.

EL BICHO HOMBRE. Érase un vez un osezno que era muy travieso y le gustaba pelearse con todo el mundo. Su madre le llamaba Osito Peleón. Siempre iba buscando pelea diciendo: “¿Quién quiere pelearse conmigo?”

Cuando creció un poco, nadie quería enfrentarse a él, y él se aburría.

-

Tendré que salir del bosque y buscarme aventuras por ahí.

Ni se te ocurra -le dijo su madre. ¿Y por qué? -preguntó Peleón.

Porque fuera del bosque viven los hombres. ¿Y ese qué bicho es?

Uno al que no te conviene enfrentarte.

Al oír esto, eso oso tenía aún más ganas de salir del bosque.

- ¿Y cómo es? –quiso saber Peleón.

- No te lo diré, pero solamente te diré un refrán: “El hombre, como el oso, cuanto más feo, más hermoso”.

- ¡Entonces es un pariente! –dijo el oso–. A los parientes hay que conocerlos.

Y se fue corriendo a buscar a los hombres. Andando por un camino del bosque, se encontró con un caballo.

- ¿Eres tú el bicho que se llama hombre?

- ¡No, ese es más pequeño que yo, pero me puede!

- ¿Y cómo es posible, siendo más pequeño? ¡Caramba! –dijo el oso, y siguió caminando.

Poco más adelante, se encontró a un toro.

-

¿Eres tú el bicho al que llaman hombre? ¡No, ese es más pequeño que yo, pero me puede! ¿Y cómo es posible, con esos cuernos que tienes?

Púes no me lo explico. Cada vez que voy a embestirlo, me torea. ¡Caramba! –dijo el oso, y siguió caminando.

Un poco más tarde, se encontró con un burro.

- ¿Eres tú el bicho al que llaman hombre?

- ¡No, ese es más pequeño que yo, pero me puede!

- No lo sé, pero siempre acaba dándome una tunda.

Cada vez tenía más ganas de conocer al hombre. Apenas caminó un poco, y se topó con un hombre que estaba cortando leña.

- No hay duda –pensó el oso–. Este debe ser el hombre. Rompe los árboles como si tal cosa.

- ¿Eres tú el bicho al que llaman hombre?

- Yo soy el hombre –contestó el leñador, ocultando su miedo-. ¿Qué quieres?

- Púes nada, que vengo a pelear contigo.

- Púes no veo razón. Yo así no puedo pelearme.

- Bueno, pues entonces nos buscamos las razones –dijo el oso.

- Vale, pero no tan cerca. Separémonos un poco –dijo el hombre–, porque así de lejos nos podemos gritar.

- De acuerdo -dijo el oso-, y se apartó unos pasos.

El leñador hizo lo mismo. Lo que hizo el hombre fue acercarse a un árbol dónde tenía su escopeta. La cogió y apuntó al oso. El oso, como no sabía qué era aquello, ni se inmutó, y empezó a gritar.

- ¡Qué pasa bicho-hombre!

El hombre ni siquiera contestó y le disparó entre las dos orejas, arrancándole un trozo a cada una. El oso se dio media vuelta y echó a correr.

- ¡Qué razón tenía mi madre!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

ÁNGELA VARGAS JIMÉNEZ.

BLANCAFLOR, LA HIJA DEL DIABLO. Había una vez un rey y una reina que, después de casados, estuvieron mucho tiempo sin tener descendencia.

La reina iba todos los días a pedirle a Dios que les mandara un hijo, aunque a los veinte se lo llevara el diablo.

El rey iba a cazar fieras todos los días, pero había tantas fieras para él solo que un día vino del bosque y le dijo a su mujer: -El primer hijo que tengamos se lo prometo al diablo.

Por fin, Dios les mando un hijo tan hermoso que no había otro como él.

Era además tan fuerte que a los tres años ya iba a matar fieras y mataba más que su padre, pero de mayor se hizo también un gran jugador y ganaba a todo el mundo.

Un día se encontró con un caballero que resultó ser el diablo. Se puso a jugar con él y el diablo dejó que le ganara todo el dinero.

Quedaron citados para jugar otro día, pero ese día el diablo le ganó al hijo del rey todo el dinero que llevaba. Entonces, le preguntó si quería jugarse el alma y el hijo del rey dijo que sí.

Se pusieron a jugar y le ganó el alma. Entonces, el diablo le dijo que si quería recuperarla tendría que ir a su castillo a realizar tres trabajos que le mandaría.

A esto ya tenía el hijo del rey veinte años cuando le dijo a su padre: "Prepáreme usted un caballo y unas alforjas, que me voy camino adelante."

El padre le dio el mejor caballo que tenía. La madre le preparó la comida pero no dejaba de llorar. El hijo le preguntó que por qué lloraba tanto y ella entonces le contó cómo le habían pedido a Dios un hijo, aunque se lo llevase el diablo. El muchacho le dijo que no se preocupara y se marchó.

En el camino se encontró con una pobre anciana, que pidió un trocito de pan, y el muchacho le dio todo el pan que llevaba. Entonces, ella le preguntó: -¿A dónde vas?.

-Voy al castillo del diablo pero no sé cómo llegar.

-Pues por tu buena acción -dijo la anciana- te diré cómo has de llegar al castillo. Primero, tienes que llegar a un río que está cerca del Castillo de Irás y No volverás, donde todos los días van a bañarse tres palomas, que son las hijas del diablo. Cuando llegues allí se estarán bañando. Tú le esconderás la ropa a la más pequeña, que se llama Blancaflor, y no se la darás hasta que no te te prometa su ayuda en todo lo que necesites.

-¿Y cómo llegaré a ese río? -preguntó el joven.

-En el pueblo más próximo vive la Dueña de las Aves, que es hermana del Sol y de la Luna. Pregúntale a ella.

El príncipe marchó, dándole las gracias a la anciana, y por fin llegó a la casa de las aves. Llamó a la puerta y salió a recibirle una bruja, que le dijo: -¿Quién te manda por aquí, que tan mal te quiere?

-Voy buscando el Castillo de Irás y No Volverás, y vengo a que usted me diga dónde se encuentra -contestó el joven.

-¡Yo no sé dónde está eso! Pero algunas de mis aves, que viajan por todas partes, lo sabrá. Cuando vengan, después de que se vaya el sol, se lo preguntaremos. Pero escóndete en ese rincón, si no mi hermano el Sol te abrasará con sus rayos o mi hermana la Luna te descubrirá.

Llegó el Sol y se puso a gritar: -¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!

La bruja contestó: -Anda, déjalo, que es un muchacho que anda buscando el castillo de Irás y No Volverás, y está esperando que lleguen las aves para preguntárselo.

Después llegó la Luna y ocurrió lo mismo: -¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!

- Anda, déjalo, que es un pobre muchacho que anda buscando el Castillo de Irás y No Volverás, y está esperando que lleguen las aves para preguntárselo.

Fueron llegando las aves de todas las partes del mundo y a todas les preguntó si sabían dónde estaba el Castillo de Irás y no Volverás, pero todas decían que nunca habían oído hablar de él. Finalmente llegó el águila coja, que le llevó hasta el río donde se estaban bañando las tres hijas del diablo.

El joven escondió las ropas de la menor, que era la más hermosa y se llamaba Blancaflor.

Cuando ella le pidió sus ropas, él le pidió que se casase con él. Ella aceptó, le dio un anillo y el joven se lo puso. Al instante, Blancaflor se convirtió en paloma y volaron juntos hasta el castillo del diablo.

Una vez allí, el demonio le encargó su primer trabajo al joven: allanar una ladera, ararla, sembrar el trigo, molerlo y traerle el pan.

Cuando el muchacho vio que la ladera era toda de piedra, se echó a llorar y, mientras se restregaba los ojos con el anillo para limpiarse las lágrimas, se le apareció Blancaflor. Ella le dijo que se durmiera y que no se preocupara por el encargo del diablo, su padre.

Cuando el muchacho se despertó, vio que el pan ya estaba hecho y fue a llevárselo al diablo.

Entonces, el rey le encargó su segundo trabajo: plantar un campo de vid y traerle por la tarde un buen canasto de uvas.

Otra vez el príncipe se echó a llorar y, al restregarse los ojos con el anillo, se le apareció de nuevo Blancaflor, que plantó el campo y llenó el canasto de uvas para que el joven se lo entregase a su padre.

Esta vez el diablo ordenó al joven que le trajera una sortija que perdió una tatarabuela suya en el mar, cuando pasaba por el estrecho de Gibraltar.

Cuando se le apareció Blancaflor, le dijo al príncipe que tenía que matarla con un cuchillo y recoger toda su sangre en una botella, sin que se perdiera una sola gota. Así lo hizo el príncipe, aunque se le cayó una gota de sangre al suelo.

Al poco rato, salió del agua la muchacha con la sortija. Tan sólo le faltaba un trocito de un dedo, por la gotita de sangre que el príncipe había derramado en el suelo.

El demonio dio permiso para que se casaran si el príncipe averiguaba cuál de sus hijas era Blancaflor, y mandó a sus hijas que asomaran un dedo por la puerta para ver si el príncipe la reconocía.

Blancaflor era muy inteligente y asomó el dedo más corto, así que el príncipe la reconoció enseguida.

El demonio se enfadó muchísimo y quiso matarlos pero, finalmente, se cansó de perseguirlos y regresó a su castillo, deseando que algún día él se olvidara de ella.

Blancaflor y el príncipe continuaron su viaje a palacio y, cuando llegaron al pueblo, él la dejó en una fuente y le dijo que esperara. Ella le advirtió que no debía permitir que nadie lo abrazara, porque si no, se olvidaría de ella.

Justo cuando el príncipe salía a buscar a Blancaflor, llegó su abuela por detrás y lo abrazó, y al momento el príncipe se olvidó de ella.

Con el tiempo, el príncipe se echó otra novia con la que decidió casarse.

Entonces Blancaflor decidió meterse de criada en el palacio, pues en aquellos tiempos era costumbre regalar alguna cosa a los criados antes de casarse.

El príncipe preguntó a Blancaflor qué quería que le regalase, y ella contestó que una piedra de dolor y un cuchillo de amor.

Como el príncipe no comprendía para qué quería aquella criada lo que le había regalado, se escondió para ver qué hacia ella. Entonces Blancaflor preguntó a la piedra de dolor si había sido ella la que allanó la ladera, sembró el trigo, molió y amasó el pan que el príncipe llevó al diablo, y la piedra de dolor le respondió que sí, que había sido ella.

Luego le preguntó si había sido ella la que plantó un campo de vides y la piedra volvió a contestarle que sí, que había sido ella.

El príncipe empezó a recordar y, cuando el cuchillo de amor dijo a Blancaflor que merecía la muerte, salió el príncipe de su escondite, pidió perdón a Blancaflor por haberla olvidado y le dijo a todo el mundo que aquella era su mujer.

DAVID ZHU HUADONG Y la "seño" INMA ADÁN.