El viento del norte

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Para Loli y Oscar

Irene



El Viento del Norte Irene Mari単as Dibujos de Kris e Irene http://ta-lentosediciones.com/book/el-viento-del-norte/

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l gallo anuncia el día, todo se despierta y se pone en movimiento. Suenan los cencerros que se dirigen a los pastos, los cántaros se balancean y tintinean subidos a las cabezas de las campesinas. Los rayos del sol empiezan a dar color a todo lo que tocan y, del horno, ya sale el olor a pan caliente, que avanza por las calles colándose en todas las casas. Entonces, el laborioso panadero sale a la puerta de la tahona y estira sus músculos cansados de amasar durante toda la noche. Su sonrisa y sus pecas le dan un aire pícaro, que realmente no engaña. Poco después de que el sol empiece a calentar, se escuchan los portalones de madera que se abren para dar paso a los abuelos quejumbrosos, a los niños con fiebre, a los muchachos que acuden a remendar sus heridas e incluso a los campesinos que buscan ayuda para el parto difícil de una vaca. El médico es un chico joven, que con su optimismo consigue suavizar la gravedad de la enfermedad.


Esta maĂąana se puede ver a la gente esperando, como cada jueves, al muchacho que trae los encargos de la ciudad.

El alegre buhonero, que entiende el idioma de las campanas y conoce todos los caminos y senderos, parece triste. Llega al pueblo con las manos vacĂ­as.


En la puerta de la herrería le aguarda la encargada de templar las hoces en el fuego y errar los caballos. A la fragua también acuden los campesinos a curar los males de sus aperos de labranza, otros a solucionar, en interminables tertulias, los problemas del mundo y todos a refugiarse del desapacible frío de invierno.

A la entrada del pueblo está la iglesia y detrás se encuentra la escuela con su eco de risas y cantos infantiles. La figura menuda de la maestra rezuma energía y ha sabido llevar la escuela a la calle y al campo.


Los lugareños esperan en las puertas de sus casas al vendedor ambulante. Todos esperan algún encargo, telas, tabaco, pesca salada, aceite para los candiles, alguna herramienta… las mozas se acicalan, pues ellas no esperan las mercancías, ellas esperan al apuesto buhonero y sus zalameras sonrisas.


Las campanas repican cuando el recadero asoma por el camino. La gente abandona por unas horas sus quehaceres habituales para recibir las novedades de la ciudad.

Pero esta ma単ana es tristemente diferente, las campanas lloran

y la figura que se acerca por el sendero trae el paso cansado.


Tal es la aflicción que emana del muchacho que nadie osa preguntar. Pasa por delante de las casas y los aldeanos le siguen en silencio hasta llegar a la plaza del pueblo. Allí se sienta, más bien se deja caer en un banco de piedra y comienza a explicar, casi tartamudeando, que no trae nada, que no hay mercancías. Entonces, el panadero le interroga con los ojos y con un gesto de las manos. El recadero le dice que no ha podido traer harina para hacer el pan, el viento del norte se lo ha llevado.


K Se escucha un murmullo de quejas, pero todos callan cuando el médico le pregunta por sus medicinas, le contesta que sus manos están vacías porque el viento del norte se ha llevado todas las hierbas y raíces con las que se elaboran los remedios de la botica.


De nuevo se oyen las protestas de la gente, cada vez mรกs altas y enojadas. Pero la maestra pide silencio, tiene que preguntar por sus libros, la respuesta se repite, el viento del norte, en una rรกfaga, se ha llevado todas las palabras.


Uno de los labriegos exclama:

«No se

escuchan los relinchos, ¿es que también se ha llevado los caballos?» el triste buhonero asiente con un gesto de la cabeza.


La herrera lo abraza en ese momento, intenta consolarlo diciĂŠndole que ĂŠl no tiene la culpa de todas aquellas desgracias. Mientras, las gentes del pueblo hablan todos a la vez, necesitan encontrar una soluciĂłn. Alguien debe ir a buscar al viento del norte.


Se pide voluntarios y entre vĂ­tores y palabras de aliento, el buhonero, el joven mĂŠdico, la maestra, el panadero y la fuerte herrera, parten juntos por el camino que se aleja del pueblo.


No saben dónde ir o qué hacer. Caminan durante días, guiándose por las brisas que les susurran el camino, atraviesan ríos, trepan y bajan cerros. Se dejan llevar por el rumor del viento que les silba al oído y parece indicarles el itinerario, siempre dirigiéndose hacia el norte.


Después de caminar durante unos días, llegan a un hermoso valle, casi oculto entre montañas. Allí encuentran al viento del norte. Le preguntan por qué ha dejado al pueblo sin harina para hacer pan, para qué necesita él las palabras de los libros,

por qué se ha llevado a los caballos y por qué se ha apoderado de las hierbas medicinales. .. Como no obtienen respuesta le acusan de malvado y ladrón.

Pero el poderoso viento, con un bufido, los hace callar y, entre resoplidos y silbidos, les explica que todo aquello que buscan forma parte del valle que pisan. La nieve de las cumbres es la harina; las palabras, son las estrellas que


tanto brillan en la noche; los caballos, antes encadenados, ahora corren en libertad y, las hiervas y raíces se han convertido en todo lo verde que les rodea.

Les dice que todas aquellas cosas hacen posible la hermosura del valle. Antes seco y yerto.

Nuestros valerosos protagonistas hablan a la vez, recriminándole su egoísmo.

Ha dejado un pueblo sin pan, sin medicamentos, sin caballos y sin libros y, todo eso, únicamente, para poder disfrutar de una bella vista. El viento del norte, de un solo soplido, les contesta que no es solamente un magnífico y hermoso valle, es su hogar y que no está dispuesto a renunciar a él sin obtener algo a cambio.


Preguntan temerosos qué quiere de ellos y el viento del norte contesta que todos tendrán que entregar su vida para poder conservar el valle tal y como lo ven y además de esta manera él devolverá lo robado al pueblo. Al escucharlo dan un paso hacia atrás y niegan con la cabeza. Lo que pide es demasiado. En ese momento, el viento del norte, suelta una estruendosa carcajada y ahora es él quien acusa a los jóvenes de egoístas. Se miran. Todos dan un paso adelante y esperan que llegue su final.

Uno a uno van desapareciendo, se esfuman en el aire, pero no mueren, simplemente se transforman. El primero en desaparecer es el panadero y todos pueden ver cómo, cada una de sus pecas, en una estrella se convierte. Desde entonces, el cielo cuenta con una constelación más.


DespuĂŠs, se volatiza el recadero, convirtiĂŠndose en un hermoso caballo. Que aun hoy se puede ver galopar libremente por el valle.


Justo en el lugar donde pisaba el médico creció un árbol, conocido para siempre-jamás como “El árbol de la vida” Los ojos de la herrera, cuando ésta desapareció, cedieron su color verde a cada brizna de hierba que el caballo pinto pisa en su galope y que las estrellas iluminan por la noche.


Por último, la maestra se fue volando en una ráfaga y en su lugar quedó esta historia, para recordar lo que en aquel hermoso valle sucedió en una ocasión. En el pueblo, mientras tanto, el gallo canta a un nuevo día y el viento del norte brisea una sonrisa.


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