Revista Número 71

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© Susana Carrié

¿Otra vez el fin del mundo?


多Otra vez el fin del mundo?



Carátula: Musa del apocalípsis, collage digital de Susana Carrié Director: William Ospina Editora: Liliana Vélez Dirección de Arte y rediseño: Susana Carrié Diseño de Logo: Duque Imagen Consejo Editorial: Alberto Quiroga · Eduardo Arias Catalina Ruíz · Carol Ann Figueroa

Corrección: Elkin Rivera Gerente: Secretaria Ejecutiva: Magda Sandoval Distribución: David Infante Mercadeo: Jennifer Osorio Suscripciones: Erika Navarro Asistente Administrativa: Leidy Cortés Mensajería: Rocío Ávila Impresión: Panamericana Formas e Impresos S.A. ISSN 0121-7828 Carrera 19B Nº 85 - 40 · Telefonos: 6358012 / 13 www. revistanumero.com · numero@revistanumero.com

Miembros: Guillermo González · Ana Cristina Mejía · William Ospina Liliana Vélez · Luis Angel Parra · Carlos Duque · Antonio Morales Lucas Caballero · Victor Laignelet · Liliana Tafur Wally Swain · Jorge Bustillo

Distribución y Ventas: Corporación Revista Número y Distribuidoras Unidas. © 2012 Número. Prohibida la reproducción parcial o total de los materiales de esta revista sin autorización escrita de los editores. Número no se hace responsable por la devolución de los materiales no solicitados, ni por las opiniones expresadas por sus colaboradores.



• ¿Salvar el planeta?

Un clamor repetido incesantemente.

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Por Manuel Rodríguez Becerra

• El fin de la intimidad

Cuando lo personal se hizo político.

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Por Carlos Granés

• Entrevista • Rad Bradbury, el craneo bajo la piel

Conversación con un poeta de la ciencia ficción. Por Lawrence Grobel

• La longe durée

El comienzo del fin del capitalismo.

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Por Morris Berman

• Largo sueño de las cifras Ficción de Ignacio Padilla.

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Por Ignacio Padilla

• Nostradamus también se acordó de Colombia Predicciones asombrosamente acertadas de nuestro Armagedón.

Por Eduardo Arias Villa

• Entrepaño • Carta encontrada en un archivador, por Camilo Jiménez • Rastros

La utopía del tiempo detenido.

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Fotografías de Manuel Vázquez

• Una obra maestra del suspense

El fin del mundo debe ser lento, lentísimo.

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Por Rafael Argullol

• Poesía • Poemas para el fin del mundo., selección y traducción de William Ospina • Oscar Muñoz y el corazón de las tinieblas

A propósito de la exposición del gran artista caleño. Por Sandro Romero Rey

• Colapso financiero, la quiebra no es el límite

El desplome del sistema financiero parece inminente, pero ¿cómo nos afectará?

Por Carol Ann Figueroa

• El triunfo de la muerte

El suicido como fin del mundo personal.

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Por Catalina Ruíz Navarro

• En cuerpo herido

A propósito del Edén despreciado de Natalia Granada. Por Piedad Bonnett

• Fragmentotal • Vivir para contarla, por Gabo • Libro • El error, de raj Patel.

Fragmento de Cuando nada vale nada.

• Textos ganadores del concurso El teatro en la mira convocado por IDEARTES • Reseñas 6

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Editorial

el espacio continua actividad de la revista que cambió el horizonte de las publicaciones culturales en Colombia. Volver a nacer en cada número es nuestra manera de celebrar. Con gratitud. Gratitud por Guillermo González, tal vez el periodista más activo en el espacio cultural colombiano del último cuarto de siglo, y por Ana Cristina Mejía, lectora incansable, alentadora de sueños y creadora de proyectos, sin cuya labor paciente y lúcida, como equipo de dirección, redacción y gerencia, esta aventura no se habría cumplido. Número ha sido fruto del talento de ambos y de su larga amistad. Su secreto: estar atentos al acontecer cultural de Colombia y de América Latina, conscientes de la nueva realidad planetaria, escuchando las voces del pensamiento y la ficción, leyendo día tras día las colaboraciones de numerosos creadores, advirtiendo con

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Por

Manuel Rodríguez Becerra* Ilustraciones de Beatrice Davies

*Profesor titular de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes. Fue el primer ministro de Medio Ambiente de Colombia y gerente general del Inderena (1990-1994). Preside el Foro Nacional Ambiental y es miembro fundador de la Plataforma Latinoamericana de Cambio Climático. Es columnista del diario El Tiempo y autor de numerosas publicaciones.

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alvemos el planeta es un clamor repetido incesantemente por estrellas de rock que intentan convencer a sus frenéticos seguidores de tan sonoro propósito; por Al Gore, que en escénicas conferencias señala la irresponsabilidad de los dirigentes políticos y empresariales del mundo al aplazar los acuerdos universales para derrotar el calentamiento global de origen humano; por el obispo anglicano de Londres, Richard Chartres, que en sus sermones afirma con severidad que cometer actos en contra de la estabilidad climática es un pecado mortal; por elefantes, vacas, leopardos y representantes de diversas especies animales que, en la serie de dibujos animados The animals save the planet, aconsejan al Homo sapiens sobre el uso de elementales y olvidadas fórmulas para vivir en forma amigable con la naturaleza.

Cambio climático: certezas, incertidumbres e impactos Tanto los ciudadanos y políticos que ven el cambio climático producido por el hombre como el más grave problema del planeta, como aquellos que niegan su existencia, han sido testigos y víctimas de las inenarrables tragedias producidas por la variabilidad climática, registradas desde 1992, fecha en la cual los jefes de Estado del mundo firmaron la Convención de Cambio Climático, un acuerdo que supuestamente derrotaría lo que entonces se dibujaba como una amenaza en el lejano futuro. Así, por ejemplo, las inundaciones ocurridas en Tailandia, Australia, Colombia y Brasil se consideran las más graves de su historia, la tormenta tropical Washi es el segundo evento climático que más muertes ha ocasionado en las Filipinas, la sequía en África del Este (Kenia, Somalia y Etiopía) causó más de 30.000 muertes, y el Supertornado de Abril en el medio oeste y sureste de Estados Unidos, ha sido el más intenso y destructivo estallido de tornados —un total 10

de 319— ocurrido en ese país. Estos son apenas siete de los 32 casos de mayor gravedad registrados en el año 2011, cuyo costo se estima en us$169.000 millones1. En últimas, ¿son las actividades humanas primariamente responsables por el cambio climático y el calentamiento global observados, o es posible que sean el resultado de alguna otra causa, tales como un fenómeno natural o simplemente la variabilidad espontánea dentro del sistema climático? A esta pregunta la comunidad científica ha respondido en forma contundente, con una certidumbre de más del 90%, que el cambio climático es de origen humano, siendo minúsculo el número de expertos en desacuerdo con este hallazgo2. Así mismo, en el informe de 2007 los científicos recomendaron que la meta de la Cumbre de Copenhague, en el ámbito de la Convención de Cambio Climático y su Protocolo de Kioto, debería ser reducir, en los próximos cuarenta años, las emisiones de gases de efecto invernadero (gei) a un nivel tal que el aumento de la temperatura no supere los 2 ºC, en relación con la era preindustrial, un umbral más allá del cual se considera peligroso, y que para alcanzar esta meta se requeriría que las emisiones de gases de efecto invernadero comenzaran a disminuir de manera drástica antes del año 20203. Pero ¿qué tan peligroso podría ser? Los inviernos y veranos más rigurosos, las lluvias más torrenciales, los huracanes y tornados más violentos, la subida del nivel del mar, las olas de frío y calor extremo, y el descongelamiento del casquete de hielo del Polo Norte, de los glaciares de la Antártida y Groenlandia, y de los glaciares y nieves de montaña, se encuentran entre los efectos del cambio climático hoy más evidentes, predichos por los científicos hace cerca de treinta años. 1. Zachari Shahan, «32 most expensive weather disasters & 10 deadliest weather disasters of 2011». Tomado de Planetsave (http://s.tt/1572R), 5 de enero de 2012. Las trágicas inundaciones y las sequías del 2011 fueron fundamentalmente producto del fenómeno del Niño o de la Niña, pero una hipótesis muy plausible, aún no comprobada, es que aquél esté aumentando en frecuencia e intensidad como resultado del cambio climático. Lo que se da por cierto es que las recientes olas invernales y de sequía producto del Niño o de la Niña fueron reforzadas por el cambio climático. 2. ipcc, «ipcc Fourth Assessment Report Climate Change 2007», ipcc; Collins Williams, R. Colman, J. Haywood, M. R. Marning y P. Mote, 2008. The Physical Science behind Climate Change, en Scientific American, 8 de octubre de 2008. Tomado de la página web, 12 de agosto de 2009, http://www.scientificamerican.com/article.cfm?id=science-behind-climate-change&page=3. 3. ipcc, ídem.


La subida del nivel del mar —causada por la expansión del agua debido al aumento del calor y principalmente por el derretimiento de los glaciares de montaña, de Groenlandia y de la Antártida— se estima que será mayor de lo vaticinado por el ipcc en 2007, según lo indica el más completo estudio efectuado sobre la materia hasta la fecha. Sus autores4 concluyen que si se mantiene la actual tasa del derretimiento de los glaciares, el nivel del mar podría elevarse 35 cm hacia el año 2050 y dos metros hacia el 2100. Sin embargo, advierten que hay que tener cautela frente a estas cifras debido a la incertidumbre existente sobre la aceleración del descongelamiento, que en el último decenio aumentó mucho más allá de lo que los modelos predecían, en particular en la Antártica y en Groenlandia. Se trata de una verdadera bomba de tiempo. En últimas, ¿en qué medida la temperatura se elevará y los impactos se harán más graves cuando la concentración de gases de efecto invernadero se incremente? Los científicos «no están seguros sobre cuánto aumentará la temperatura, con qué rapidez cambiará y cuáles serán exactamente sus efectos»5. Y es un hecho que ha servido a los detractores de la ciencia del cambio climático para negar el fenómeno o para afirmar su poca prioridad. Pero como lo señaló la revista The Economist6: «El hecho de que las incertidumbres le permitan a usted construir un futuro relativamente benigno no lo autoriza a ignorar futuros en los cuales el cambio climático sea sustantivo, y en algunos de los cuales sea verdaderamente peligroso. Los dudosos están en lo correcto acerca de la abundancia de incertidumbres en la ciencia del cambio climático. Pero están equivocados cuando presentan este hecho como una razón para la inacción».

4. E. Rignot, I. Velicogna, M. R. van den Broeke, A. Monaghan y J. Lenaerts, «Acceleration of the contribution of the Greenland and Antarctic ice sheets to sea level rise», en Geophysical Research Letters, vol. 38, L05503, 2011, 5pp. doi:10.1029/2011GL046583. 5. epa, Basic Information on Climate Change. Recuperado el 5 de enero de 2012 en http://www.epa.gov/climatechange/basicinfo.html. 6. «The science of climate change. The clouds of unknowing», en The Economist, 8 de marzo de 2010. Recuperado el 8 de agosto de 2010, http://www.economist. com/node/15719298.

¿Condenados a la inacción? La inacción triunfó. Los negadores del cambio climático han derrotado las recomendaciones de la ciencia predominante, basando su posición en un minúsculo grupo de científicos cuyos puntos de vista han tenido una desmesurada difusión en los medios de comunicación gracias a su financiación por parte de grandes multinacionales, en particular del carbón y del petróleo. Los esfuerzos para alcanzar una acción colectiva global fracasaron escandalosamente luego de veinte años de firmada la Convención de Cambio Climático y quince años después de suscrito el Protocolo de Kioto. La Cumbre de Copenhague en 2009, con la asistencia de 140 jefes de Estado, fue el escenario en el que colapsaron las negociaciones, y Cancún y Durban donde se selló ese fracaso. En la práctica, lo que significa el reciente acuerdo de Durban —de iniciar un proceso para construir de aquí al 2015 un nuevo instrumento para combatir el cambio climático que entraría en vigencia en el año 2020— es aceptar que se sobrepasará el umbral de los 2 ºC, señalado por los científicos como peligroso. Y los científicos aseguran hoy que, con las decisiones tomadas, el mundo se dirige inevitablemente hacia un incremento de la temperatura entre 2 y 4,2 ºC por encima del nivel de 19907, a lo largo del siglo xxi, pudiéndose alcanzar esta última temperatura en el año 2060 (el peor escenario), con impactos que podrían resultar catastróficos. Son muchos los responsables de esta situación; en primera fila se encuentran no pocas de las mayores empresas privadas del mundo que, en aras de sus intereses económicos a corto plazo, se dedicaron con eficacia a desprestigiar la ciencia del cambio climático y a oponerse al Protocolo de Kioto y a cualquier legislación nacional para disminuir las emisiones de gei, mientras públicamente se proclamaban campeonas del desarrollo sostenible8. El efecto político de ese acto de «irrespon7. epa, ídem. 8. Para conocer a algunas de las empresas más representativas involucradas en este propósito, y su juego sucio, ver Green Peace, «Who’s holding us back?», 2011. Ver también Paul Krugman, «Enemy of the planet», The New York Times, April 17, 2006.

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sabilidad social corporativa» ha sido devastador, como lo señaló el presidente de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, James McCarthy, en testimonio presentado ante el Congreso de Estados Unidos: «Las acciones de los grupos financiados por la Exxon Mobil y otras empresas, así como de funcionarios estatales, para distorsionar, manipular y suprimir la ciencia del cambio climático han ayudado a posponer una acción significativa por parte de Estados Unidos para proteger a las futuras generaciones de las peores condiciones del calentamiento global. El gobierno federal debe comprometerse a asegurar las libertades científicas básicas y apoyar a los científicos»9. En estos veinte años de bloqueo por parte de Estados Unidos —contrastado por la positiva e infructuosa acción de la Unión Europea, al igual que de diversas naciones desarrolladas y en desarrollo en busca de un acuerdo sustantivo—, China se llegó a transformar en el mayor emisor de gei, cuando en 1992, a la firma de la Convención de Cambio Climático, su contribución era insignificante. Otros países, con sus economías hoy en ebullición, también se están transformando en grandes emisores de gei, cuando tampoco lo eran: India, Brasil e Indonesia, entre otros. La geopolítica del cambio climático se transformó radicalmente en las dos últimas décadas, pero los nuevos protagonistas no harán algo de valía mientras Estados Unidos se resista a dar un paso contundente y acepte su responsabilidad como el mayor emisor de gei de la historia. Y el asunto se complica aún más si se toma en cuenta que en el corazón de las negociaciones pende un tema de justicia ambiental, puesto que como bien lo arguye el gobierno de China, su emisión per cápita es un cuarto de la correspondiente a la de los habitantes de Estados Unidos. El camino para lograr un acuerdo sustantivo en el 2015, que como se dijo llegaría demasiado tarde, está plagado de obstáculos.

El planeta Tierra que ya no tenemos Simultáneamente al fenómeno del calentamiento global, se constatan otros cambios de tanta profundidad 9. James McCarthy, Statement of Dr. James McCarthy, Subcommittee on Investigations and Oversight, House Science Committee, March 28, 2007.

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como aquél, también producidos por el hombre y con impactos diversos para el bienestar humano, entre otros la pérdida de la biodiversidad, la destrucción de los bosques, la desertización y la pérdida de suelos, el deterioro de las fuentes de agua dulce y la creciente escasez de este recurso, la contaminación del aire, el deterioro del medio ambiente marino, el adelgazamiento de la capa de ozono, los contaminantes orgánicos persistentes, y los riesgos para el medio ambiente y la salud de liberación de organismos vivos modificados. La biodiversidad —entendida como la diversidad de ecosistemas, de especies de fauna y flora y de microorganismos, al igual que de genética— enfrenta un retroceso de tal magnitud que será la sexta extinción masiva, después de las cinco ocurridas en tiempos geológicos anteriores. Las principales causas de esta catástrofe, ya en marcha, han sido hasta la fecha la contaminación, la sobrexplotación de los ecosistemas continentales y marinos, y la destrucción de los bosques para la apertura de la frontera agrícola. Pero a su vez el cambio climático contribuye al declive de la biodiversidad. Así, por ejemplo, una parte de la selva de la cuenca amazónica occidental desaparecería como consecuencia del calentamiento global, para convertirse en ecosistemas de sabana, con menor diversidad de especies. Un fenómeno similar ocurrirá con la vida marina. Parte del CO2 de la atmósfera se disuelve en el mar y lo acidifica, y en la medida en que la concentración de aquél crece, el mar más se acidifica. Según la científica Nancy Knowlton10, las estructuras de coral —en las que se desarrolla por lo menos una cuarta parte de la vida marina— no podrán sobrevivir si la temperatura aumenta más allá de 3ºC. No obstante, el calentamiento global ya ha tenido graves consecuencias sobre extensas zonas de coral, en particular en el Caribe, puesto que muchas de sus especies son propensas al fenómeno de emblanquecimiento y muerte cuando la temperatura promedio excede 1 ºC durante un periodo mayor de un mes (si bien el incremento promedio de la temperatura alcanza hoy 0,75ºC, su distribución en el planeta es desigual). Sobre cada uno de los otros fenómenos se podrían hacer consideraciones equivalentes, en cuanto a su 10. «Coral Reefs: past, present and future». Presentación en el Lillie Auditorium, Marine Biological Laboratory, Woods Hole Events, 29 de julio de 2011.


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gravedad, a las hechas sobre el declive de la biodiversidad y al cambio climático. Además, estos cambios se encuentran profundamente interrelacionados. Así, por ejemplo, las inundaciones y las sequías se han magnificado por el desequilibrio introducido en el ciclo del agua como producto del descongelamiento de los glaciares de montaña, al igual que por la destrucción y la degradación de páramos, bosques y humedales. Y la deforestación de la selva amazónica, fuera de producir una inyección masiva de gei, tendría efectos negativos sobre los regímenes de lluvias en zonas de la Argentina y Estados Unidos, poniendo en riesgo su producción agrícola11. Igualmente, millones de habitantes, en especial los más pobres, así como diversas actividades productivas, en particular agrícolas, han sufrido con excesivo rigor el impacto de los eventos extremos del clima al estar en zonas ambientalmente vulnerables. Para un amplio número de científicos, la actividad humana está alterando el planeta «en una escala comparable con algunos de los eventos mayores de su historia. Algunos de estos cambios se consideran permanentes, aun en la escala del tiempo geológico»12. Hemos ingresado a la era geológica denominada Antropoceno. Los profundos cambios se han estado fraguando desde hace más de dos siglos, desde la época de la revolución industrial, y adquirieron una velocidad sin precedentes después de la segunda guerra mundial. Se rompió la estabilidad característica del Holoceno, la última época geológica del periodo Cuaternario que creó condiciones excepcionales para la construcción de la civilización, y que empezó con el fin de la última glaciación hace aproximadamente 11.000 años. Para algunos, «el planeta en el cual nuestra civilización evolucionó ya no existe. La estabilidad que produjo la civilización ha desaparecido, iniciándose una era de cambios épicos»13. 11. Peter Bunyand, «Gaia, el agua y la Amazonia: cómo determinan el clima de nuestro planeta», revista Número, N.° 70. 12. Jan Zalasiewicz, Mark Williams, Will Steffen y Paul Crutzen, «The New World of the Anthropocene», en Environ. Sci. Technol., 2010, 44 (7), pp. 2228–2231. 13. Bill McKibben, Earth, making life on a tough new planet, Nueva York, Times Books, 2010, p. 27.

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Las causas mediatas e inmediatas del cambio global son diversas. Pero el crecimiento poblacional —entre 1950 y 2011 aumentó de 2,5 billones a 7 billones de habitantes- es uno de sus detonantes principales. Señalar el incremento de la población como la causa fundamental del deterioro ambiental sería una explicación reduccionista, entre otras cosas porque este asombroso crecimiento está asociado con las revoluciones tecnológicas y sociales que trajeron consigo la drástica disminución de la morbilidad infantil, el aumento de la expectativa de vida y una población que es, en promedio, quizá la más saludable, la mejor nutrida y la más afluente de la historia. La provisión de agua potable, el aumento de la productividad agrícola, la liberación de la energía fósil, la farmacia y la medicina moderna, al igual que la educación masiva, han sido productos del ingenio humano que, entre muchos otros, crearon las condiciones para que la especie Homo sapiens se multiplicara exponencialmente. Y algunas de esas creaciones sin las cuales la vida contemporánea sería inimaginable, como la máquina de vapor y el motor de combustión de gasolina (fuentes principales del CO2), y la revolución verde (destructora de la biodiversidad y también contribuyente de emisiones de gei), se convertirían, sin advertirlo en el momento de su invención, en detonantes del cambio global. Sin embargo, estos hechos extraordinarios de la historia de nuestra civilización no han estado permeados por un talante moral que garantice a todos una vida digna —como lo atestigua la inaceptable existencia de 1.400 millones de personas en la pobreza absoluta—, ni tampoco cerca de crear formas de desarrollo armónicas con el medio natural, como lo atestigua en forma dramática la desestabilización del sistema climático. En la actualidad, el mundo se encuentra empecinado en un crecimiento económico permanente, fundamentado en la producción de bienes y servicios cada vez más obsolescentes, cuyo consumo masivo está dinamizado por las tarjetas de crédito, que aseguran un flujo incesante de compradores crecientemente ansiosos por alcanzar los paraísos que la publicidad les promete. Es un mundo guiado por la ganancia económica, que pasa por alto las conclusiones de la


comunidad global de científicos que en su histórico informe sobre el estado del planeta, publicado al cruzar el siglo, concluye que los ecosistemas naturales y transformados no están hoy en capacidad de ofrecer los productos y servicios que se les demandan14. En los primeros diez meses del año se está gastando lo que los ecosistemas son capaces de producir, regenerar y reciclar en todo el año.

El planeta no requiere que el Homo sapiens lo salve Lo que está en juego es el bienestar de la humanidad —de los jóvenes y viejos de hoy— y de las futuras generaciones. Lo que está en juego es en qué medida el sufrimiento humano —incluyendo el sacrificio de vidas, el desplazamiento, la pauperización de los más pobres— se incrementará como resultado de los impactos originados por los negativos cambios ambientales generados por el hombre, entre los cuales el cambio climático es la mayor amenaza que la humanidad

haya fabricado contra sí misma en su historia. Y lo que está también en juego es la extinción de diversas especies animales y vegetales y microorganismos que han vivido con el Homo sapiens desde su surgimiento en el planeta, hace doscientos mil años. Y sea cual fuere el destino que el hombre teja para sí mismo en la nueva era antropocénica que él mismo fraguó, la Tierra seguirá su curso durante los siete mil quinientos millones de años adicionales que se estima le restan de existencia, cuando desaparecerá ante ese gigante rojo en que el Sol se transformará. Y las grandes criaturas que habitan la superficie del planeta estarían condenadas a desaparecer en aproximadamente quinientos mil años, sobreviviendo durante millones de años más otras especies capaces de soportar las condiciones creadas por diversos fenómenos naturales, y algún día también desaparecerán de la faz de la Tierra mucho antes de que su energía se funda en la infinitud del universo. 14. Millennium Ecosystem Assessment, Ecosystems and human well-being: synthesis. Washington, D.C., Island Press, 2005.

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Los ríos al norte del futuro

El n de la intimidad *Bogotá 1975, es psicólogo de la Universidad Javeriana y doctor en antropología social por la Universidad Complutense de Madrid. Estuvo becado en la Universidad de Berkeley, donde completó su tesis doctoral sobre procesos de creación artística. En 2008 publicó La revancha de la imaginación. Antropología de los procesos creativos: Mario Vargas Llosa y José Alejandro Restrepo, y en 2009 seleccionó y prologó los artículos de Mario Vargas Llosa reunidos en Sables y utopías. Visiones de América Latina. En 2011 ganó el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco con su libro El puño invisible, Arte revolución y un siglo de cambios culturales.

Las frenéticas veladas del cabaret Voltaire, el cubil de artistas iconoclastas, nihilistas y vanguardistas donde surgió el dadaísmo, impregnaron la cultura occidental de una idea que tendría consecuencias inesperadas. Entre desplantes, provocaciones y conductas espontáneas y azarosas, Hugo Ball, Tristan Tzara, Richard Huelsenbeck y los demás dadaístas le dijeron al público estupefacto y enardecido de la ciudad de Zúrich que el arte no valía la pena, que la vida era mucho más interesante. La gesta imaginativa más valiosa no era crear grandes obras de arte —encarnación de los valores que habían conducido a la primera guerra mundial— sino cambiar la vida. Soñar con mundos ficticios que jamás se podrían habitar, además de una actividad engañosa, suponía malgastar el tiempo en artefactos inútiles, como cuadros, esculturas y novelas. La única empresa noble y digna de valor era convertir la vida en arte. Esta poderosa idea no murió con el declive del dadaísmo ni de su heredero, el surrealismo. Muy por el contrario, siguió rebosante y con todo su poder de contagio, persuadiendo a los jóvenes de las décadas de los cincuenta y sesenta de lo seductora que sería la vida si pudiera transformarse en arte. Algunos movimientos vanguardistas surgidos durante esos años trataron de encontrar la fórmula secreta que obrara aquel milagro. Los letristas de París se reunieron en el café Moineau a beber e inhalar éter, intentando convertir su conducta en una manifestación política de desacato al mundo del trabajo y la productividad. En Nueva York, los miembros del Living Theatre, un grupo de teatro revolucionario, le mostraron a su audiencia cómo podría ser la vida si se vencieran todas las coacciones que la sociedad imponía sobre los individuos. En Paradise Now, su obra más radical y transgresora, reprodujeron sobre el escenario conductas que harían de la vida una empresa verdaderamente libre y satisfactoria, entre ellas la desnudez, el consumo de marihuana y el sexo colectivo. Kommune 1, la primera comuna urbana de Berlín formada por artistas de vanguardia, llevó también a la práctica su ideal de vida artística. Subvirtiendo todos los valores imperantes en una sociedad monógama, capitalista y puritana, basada en el trabajo y la producción y no en el goce ni en la creatividad, formaron una gran familia orgiástica que practicaba el nudismo y el maoísmo como forma de desafiar a la cultura occidental. Tanto en Estados Unidos como en Europa, lo personal se hacía político. El estilo de vida se convertía en el más poderoso ariete —mucho más que las acartonadas 16


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y sesudas consignas marxistas— para derruir la sociedad convencional. En el Haight-Ashbury de San Francisco, los diggers de Peter Coyote convertían las calles de su barrio en el escenario de un experimento vital donde se anulaban el dinero, la propiedad y cualquier restricción a los deseos y caprichos, y en el Lower East Side de Manhattan los yippies de Abbie Hoffman y Jerry Rubin hacían lo mismo, acrisolando un estilo de vida transgresor que desafiara el sistema laboral, la convención y el orden establecido. Como Diógenes el Cínico, filósofo de la antigua Grecia que no escribió nada, estos vanguardistas tampoco esculpieron, pintaron o redactaron nada porque su obra era su vida: un manifiesto andante que escandalizaría e invertiría las escalas de valores allí por donde pasara. Esta mutación de la idea original de los dadaístas —la de que los comportamientos personales podían desafiar al sistema— inspiró también a diversos colectivos de feministas, gays, queers, negros y otras minorías raciales (así como a la nueva camada de nacionalistas europeos surgida en los sesenta, que convirtieron su identidad y sus sentimientos en arma de confrontación política) a salir al espacio público y mostrar abiertamente su forma de vivir, amar, concebir la existencia y disfrutar. Era un acta de independencia con la que decían, sin pudor ni recelo, que rechazaban la civilización tal como era y que su estilo de vida transgresor sería un intento de echarla por el suelo. Si las formas de vida iban a ser las nuevas armas revolucionarias, el paso inevitable de los sublevados era abrir las puertas del ámbito privado para mostrar a los ojos de los transeúntes y las lentes de las cámaras cómo gozaban, cómo se ayuntaban y cómo transgredían la moral convencional. Cuando lo personal se hizo político, las luces y los focos cambiaron de blanco y se dirigieron hacia ese mundo íntimo, pues ahí se estaban forjando las nuevas actitudes revolucionarias que debían contagiar a los jóvenes de medio mundo. La frontera entre lo privado y lo público empezaba a erosionarse, y una existencia provocadora se convertía en la más poderosa arma para causar asombro, repudio y conmoción. John Lennon y Yoko Ono protestaron en 1969 contra la guerra de Vietnam encamados en el Hotel Hilton de Ámsterdam y en el Queen Elizabeth de Montreal. El lugar más íntimo de pronto era asaltado por cámaras

y flashes. Periodistas y curiosos retrataban y filmaban a la pareja que yacía en la cama leyendo, fumando, tocando guitarra o recibiendo a otros héroes de la contracultura solidarizados con su causa. Yoko Ono, como fiel miembro de Fluxus, una de las últimas vanguardias norteamericanas que quiso convertir la vida en arte, creía estar haciendo un happening revolucionario. Y puede que a finales de los años sesenta aquella invitación a escudriñar la intimidad pareciera un gesto transgresor, pero sus consecuencias estaban lejos de serlo. Sin saberlo, sin sospecharlo, todos los vanguardistas que expusieron sus prácticas extravagantes ante las cámaras creyendo que con ello contagiarían su espíritu revolucionario, lo único que consiguieron fue convertir la vida en espectáculo. Cuando la estridencia, la anormalidad, lo revolucionario y lo excepcional llegaron a la pantalla del televisor, el poder de seducción que ejercieron sobre la audiencia convirtió la exposición de la vida íntima en el más rentable de los negocios televisivos. Tanto Yoko Ono como los miembros del Living Theatre, de los diggers, de los yippies, de los hippies y en general de la contracultura, olvidaron la enseñanza de Sartre: el infierno son los otros. Aquella exhibición continua era un estallido de vitalidad y creatividad que daba más colorido y hacía más plurales las sociedades de Occidente, pero también una apocalíptica invitación a borrar los límites de la intimidad. Hoy padecemos sus consecuencias: la eterna mirada del otro, la vida privada convertida en reality y en espectáculo, el auge de la prensa amarillista y de los programas del corazón, la inquietante fiscalización de la vida privada y la perturbadora confirmación de que cualquiera, porque sí, puede meter la nariz en los asuntos ajenos. Más que una efectiva revuelta en contra de la guerra, los bed-in de Lennon y Ono fueron el primer reality, el programa piloto de Gran Hermano, la muestra patente del increíble sex-appeal mediático que tendría enseñar en directo y sin cortes la vida privada del otro, y de lo fácil que aquel espectáculo despertaría los apetitos más bajos de un público embargado por el tedio y la apatía. El aura emancipadora y libertaria que rodeó a esta exhibición pública en los años sesenta y setenta se esfumó en la década de los ochenta y, con más claridad, en los noventa. Si lo personal era lo político, entonces 19


se hacía legítimo juzgar el rendimiento profesional y público de las personas a partir de lo que hacían o dejaban de hacer en la intimidad. Nuevos inquisidores se otorgaron el derecho de hurgar en la vida privada de las personas para encontrar la mácula o el desliz que deslegitimaría su compromiso público. La erosión de las fronteras entre lo privado y lo público y la transformación de la vida en espectáculo permitían poner en tela de juicio el actuar de políticos, deportistas o celebridades, no por lo que hicieran en los parlamentos, las canchas o los escenarios, sino bajo las sábanas de hoteles y residencias privadas. La derecha religiosa y la izquierda académica se empeñaron en buscar la conducta inapropiada, la expresión errada, el gesto incriminatorio, el gusto o la inclinación sospechosa que diera al traste con carreras promisorias. Y, a la inversa, dejó de ser relevante que alguien mostrara la más absoluta desfachatez y falta de compromiso cívico en el ámbito público —saltándose las normas, negociando con tiranos, contaminando el medio ambiente, desfalcando y abusando del poder—, siempre y cuando su vida íntima estuviera resguardada por un manto de pureza y santidad. El mejor ejemplo es Berlusconi, cuya popularidad no decayó debido a su coqueteo con la ultraderecha nacionalista, a sus intrigantes relaciones con Gadafi, a la acumulación de poderes, al uso indebido de su emporio mediático, a su irrespeto por la ley o por el sistema democrático, sino por las fiestas prostibularias que organizó en sus villas y mansiones de Roma, Milán y Cerdeña. Cuando lo personal se hizo político, el rumbo de la política mundial empezó a depender del uso impropio que se le dio a un cigarro en la sala oval de la Casa Blanca, y un gobernador que había intentado frenar las jugadas sucias de la bolsa de Nueva York acabó de patitas en la calle. Eliot Spitzer, que como fiscal general se había empeñado en investigar las irregularidades de la banca de inversión de Wall Street, tuvo que abandonar la política antes de tiempo al revelarse, en primera plana y con fotos en color, su debilidad por las prostitutas de lujo. ¿Qué tenía que ver aquella infidelidad con su labor como gobernador? Seguramente era censurable desde la óptica de su familia, pero no desacreditaba su labor de fiscalización pública. 20

La erosión de las fronteras entre lo público y lo privado ha convertido la vida íntima en blanco de nuevas censuras morales y en el divertimento barato de hordas de telespectadores infantilizados. Nada más nocivo. Por un lado, convierte la intimidad emocional en un sainete abyecto y pornográfico para el horario triple A, y por el otro, pone en tela de juicio la probidad pública del individuo a partir de las elecciones y errores que comete en su esfera íntima. La consigna que animó el desfogue de las conductas y actitudes más libérrimas acabó autorizando la intromisión, el chismorreo y, finalmente, el control del individuo a partir de una supuesta obligación de transparencia total. Similar a lo que ocurrió con los anarquistas de Dostoievski, se empezó promulgando un máximo de libertad y todo acabó en nuevas formas de censura. Fue una consecuencia imprevista y desafortunada del impulso vanguardista. La frontera que separa el mundo privado del mundo público es fundamental, porque el primero es aquel donde se puede elegir libremente entre valores, metas, propósitos, gustos, ideales, caprichos, actitudes y formas de vivir, gozar y cohabitar diferentes. Estas elecciones están lejos de agotar el campo de lo político. La esfera política no comprende las decisiones que se toman o se dejan de tomar en la intimidad, sino las inevitables —y a veces fatigosas e insatisfactorias— responsabilidades y compromisos que deben asumirse en el ámbito público para facilitar la convivencia entre personas diferentes, que tienen distintas escalas de valores y distintos objetivos en la vida. Este inmenso sacrificio que debe hacerse para convivir con los otros encuentra compensación en la libertad de elección que ofrece el mundo privado. De ahí la necesidad de una barrera que lo proteja de los focos y de los censores, pues en ese ámbito, siempre y cuando no se coaccione a nadie y las relaciones sean entre adultos, se puede desmadejar con total libertad el intrincado mundo de los caprichos, deseos e inclinaciones humanas. Si alguien quiere convertir su vida en arte o espectáculo, adelante. Pero sepa que al abrir las puertas de su intimidad para que sea radiografiada, transmitida y mercantilizada, al mismo tiempo abrirá las puertas de aquel particular infierno prefigurado por Sartre. Madrid, 10 de enero de 2011


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Ray Bradbury El cr谩neo bajo la piel

Tomado de: Una especie en peligro de extinci贸n. 漏 BELACQVA, Barcelona ,Grupo Editorial Norma, 2008. Publicado con autorizaci贸n expresa del editor.

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Por

Lawrence Grobel*

Traducción de Ramón González Férriz Ilustraciones de Pixelinda

*Editor de Playboy, escribe para The New York Times, Rolling Stone y Entertainment Weekly, entre otras.

radbury. Hombres en Marte. El dinosaurio que se enamoró de un faro. Las setas de otro mundo que llegaron al buzón y crecieron en tu sótano. La quema de libros, el hombre ilustrado, los fantasmas de Poe y Shaw. El guion de Moby Dick. Puede encontrarse sentado en el sofá de la sala de estar de su casa en Cheviot Hills (Los Ángeles), rodeado de los cuadros que han aparecido como cubiertas de las ediciones de bolsillo de sus libros, o en su escritorio del sótano, donde máscaras indias mexicanas cuelgan de las vigas de madera del techo bajo, o en su atestada oficina sobre Wilshire Boulevard, donde trabaja de las nueve de la mañana a la una de la tarde, pues se niega a escribir con luz artificial, y decirte impávido que un determinado cuento que escribió es totalmente original y nuevo en toda la historia de la literatura. Y tú le devuelves la mirada y te preguntas: «¿Está bromeando?». Pero no se lo preguntas porque te das cuenta de que no. Y le disculpas esa hipérbole porque ha estado haciendo afirmaciones de ese calibre durante toda su vida adulta. Se sale con la suya porque siempre construye perfectamente el argumento que defiende, salpicando su exuberante discurso con ejemplos de su obra y hablando con la fuerza de un autodidacta que ha estado en lo cierto más veces de las que ha errado.

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Bradbury recuerda que, en los primeros años de su infancia, recogía guiones de radio de Burns y Allen en la basura que se acumulaba junto a la emisora de radio de la CBS; y antes, incluso, se subía a los árboles y saltaba de rama en rama en Waukegan (Illinois), donde nació en 1920 y donde se ubican muchos de sus cuentos. Sin la menor pretensión de ocultar sus influencias, en sus narraciones se homenajea a Edgar Allan Poe, Herman Melville, George Bernard Shaw o Shakespeare. Aprendió a crear el argumento de los cuentos leyendo tiras cómicas. Desarrolló su talento para la descripción visual recortando fotografías de revistas y escribiendo poesía a juego con las fotos. Cuando tenía doce años, su familia se trasladó a Tucson (Arizona), por un año; Bradbury pasó interminables horas escuchando la radio, y se imaginaba radiando historias, algún día, como lo hacían aquellos a los que escuchaba: Buck Rogers y Chandu el Mago. Incluso fue a la radio local y ofreció sus servicios. «Pasé por allí cada noche durante dos semanas —recuerda—, corría por periódicos, vaciaba ceniceros… ¡y funcionó! Dos semanas después estaba en la radio leyendo cómics a los niños cada sábado por la noche». Una singular hazaña para un niño de doce años, pero un buen indicador de lo que mantiene en movimiento a Bradbury. Nadie lo ha convencido jamás de que pare. Ha escrito novelas, cuentos, poemas, obras de teatro, libros para niños, letras de canciones, guiones televisivos, películas. Rod Steiger protagonizó El hombre ilustrado, François Truffaut fue el director de Fahrenheit 451, John Huston dirigió su adaptación de Moby Dick y Alfred Hitchcock presentó algunos de sus escalofriantes relatos en televisión. Crónicas marcianas lo hizo famoso en 1949, y cuando la revista Life le encargó que escribiera sobre el proyecto Apolo antes del primer alunizaje, veinte años más tarde, Bradbury se sentó en silencio al fondo de una sala de reuniones en la que había sesenta astronautas. Cuando alguien mencionó que estaba allí, «un 40% de los astronautas saltó un par de centímetros sobre sus asientos», según Bradbury. Él era la encarnación física de todos sus sueños. Cuando la reunión terminó, lo rodearon y muchos de ellos pasaron buena parte de aquella noche hablando con él en casa de John Glenn. 24

Una vez finalizada la misión Apolo, se bautizó un cráter de la Luna con el título de uno de sus libros. Cuando la Nasa se disponía a mandar el transbordador espacial Viking a Marte, el escritor Harlan Ellison sugirió a los científicos del Laboratorio de Propulsión Jet de Pasadena que contrataran a Bradbury para que lo publicitara. «Páguenle lo que quiera –dijo Ellison–, cinco mil, cincuenta mil, lo que sea necesario para contratarlo. Hará llorar a la gente, hará que esto parezca la mayor aventura de la historia de la humanidad. Porque él lo cree. Es el mayor optimista del mundo. Y por eso es necesario». Aunque no sabe conducir y su miedo a volar le ha impedido viajar por el mundo, Bradbury es conocido en Los Ángeles como un cruzado de lo posible. Con frecuencia da conferencias ante estudiantes universitarios acerca de cómo hacer un futuro mejor. Habla a futuristas sobre cómo no olvidar el pasado y el presente. Asesora a arquitectos y planificadores urbanos sobre cómo convertir ciudades en parques y reconstruir comunidades más viables para la vida. Y durante el Festival del Libro de la Ucla y Los Angeles Times, es el escritor con la fila más larga de fans que esperan que les firme sus libros.

¿Tiene alguna idea de cuántos cuentos ha escrito? Oh, Dios, no lo sé. Millones y millones de palabras. Dos o tres mil cuentos, de los que he publicado unos quinientos. Más un par de centenares de artículos. He perdido la cuenta.

Entre esos millones de palabras, ¿tiene favoritas? Mi novela favorita es La feria de las tinieblas. Es una especie de metáfora de la vida. No me di cuenta de que estaba metiendo en ella tantas cosas. Nacer, crecer, envejecer, enfermar, morir… todas las metáforas están ahí para regocijarte y aterrorizarte. Mi padre es el protagonista del libro. Murió a finales de los años cincuenta, pero todavía vive en el libro, así que me gusta volver a él y hojearlo y encontrarlo. Es un libro muy importante para mí debido a mi amor por mi padre.

Cuando era joven, ¿se veía tal como está ahora? No, no creo que jamás imaginara que sería tan afortunado como lo he sido. Pasas un periodo de unos diez años en el que eres espantosamente malo. Empecé


a escribir cuando tenía doce años. De los doce a los veintidós todo fue malo, pero si amas escribir eso no tiene la menor importancia, es una forma de aprender. Y no te importa, no te das cuenta de lo malo que eres, o estás contento por haber tenido la inteligencia suficiente para enamorarte y hacerlo todo.

¿Cómo encajó los primeros rechazos? Tienes que pensar que los editores son idiotas o están equivocados. Todos lo hacemos. Es un error, pero es una forma de sobrevivir. Yo trato de enseñarles eso a los escritores jóvenes. Te sientas ante la máquina de escribir de nuevo, trabajas un poco más e intentas hacer una obra que puedas mirar y convertirte en tu propio maestro. Si escribes veintidós cuentos es mejor que escribir tres, porque no puedes juzgar nada a partir de tres historias. Es muy difícil hacer cincuenta y dos cuentos seguidos y que todos sean malos. Casi imposible. Los beneficios psicológicos de mi primera venta, por la que no recibí ningún dinero, tuvieron que durarme un año, hasta que logré mi siguiente venta. Ese año vendí dos cuentos más, lo que me dio un poco de confianza extra. Sin embargo, sólo hasta los veintidós años comencé a vender en serio algunos cuentos, la mayoría de ellos a quince dólares la pieza. Aproximadamente en 1944 vendí cerca de cuarenta cuentos en un año a varias revistas pulp. Recibí unos treinta o cuarenta dólares por cada uno, la mitad de un sueldo decente. Ese año me gané mil doscientos dólares, más o menos. Creía que era rico.

¿Cuándo alcanzó una buena posición económica? Cuando contaba un poco más de treinta años. El día en que me casé tenía veintisiete años y unos cuarenta dólares en el banco. Le di diez dólares al sacerdote y él me los devolvió: «Usted es escritor y los necesita más que yo», me dijo. Después mi mujer trabajó durante un par de años y entre ambos ganábamos setenta dólares a la semana. Yo tenía veintinueve años cuando ella quedó embarazada y aquello me aterrorizó. Pero Dios nos estaba mirando. Aquella primavera fui a Nueva York con ochenta dólares y vendí Crónicas marcianas y El hombre ilustrado a Doubleday por quinientos dólares cada uno. ¡Mil dólares! Pensé que era muy rico. Al año siguiente mis ingresos ascendieron a cien dólares por semana.

¿Mandó sus primeras novelas a un editor tras otro? Claro. Escribí un libro para niños sobre cómo no tener miedo a la oscuridad y no paré de mandarlo: los aterrorizaba y después escribía un libro sobre cómo no temerle a la oscuridad. Se titulaba Encender la noche. Lo envié durante cuatro años a todas partes, entre cuarenta y setenta editores. Nadie lo quería. Pero en 1955 un gran editor me escribió y me preguntó: «¿No tendría por casualidad un libro para niños?». Saqué ese manuscrito del cajón y se lo mandé, y para mi fortuna lo publicaron. Desde entonces no ha parado de editarse, se lee en las escuelas y ha recibido varios premios. Los libros para niños son raros y necesitan un golpe de suerte. Todo en el mundo de las artes es una locura. Hay que encontrar al editor adecuado en el momento adecuado. Y si ese editor da la cara por ti y muere por ti, se publica, porque en el mundo editorial sucede un poco lo mismo que en la compra y venta de caballos.

Usted escribió que entre los tres años y los treinta y tres creyó que estaba equivocado en todo. ¿A qué se refería? Hacía todo lo que la gente me decía que no hiciera. Todo el mundo me decía que no me dedicara a la ciencia ficción y que no imitara a Edgar Allan Poe. ¿A quién podían interesarle las historias de terror? De modo que he tenido dos formas de vivir la escritura que la gente consideraba destructivas para mí, y yo estuve equivocado todo ese tiempo. En consecuencia, tengo una reputación. Lo que trato de enseñarles a los estudiantes es que, por el amor de Dios, se equivoquen, que no acierten en nada de lo que hagan, porque si no estarían siguiendo los deseos y los moldes que todo el mundo tiene para ellos y acabarían siendo una imitación de lo que otra gente cree que es lo que más les conviene. Los demás no pueden ayudarte. De hecho, estuve equivocado de tres formas diferentes: la poesía fue una de ellas. Escribí mala poesía, realmente terrible, hasta los cuarenta y ocho años. Entonces empezó a mejorar. He escrito algunos poemas de los que estoy orgulloso, y he hecho uno o dos que seguirán leyéndose años después de que me muera.

¿Cuáles? Creo que «Remembranza», el primero de mi libro de poesía Cuando florecieron los últimos elefantes en 25


profesores y los idiotas que rodean a dicha gente. Los psiquiatras existen a causa de eso. Si no sabes cómo sentirte, cómo vivir, entonces necesitas a gente del mundo de las artes, o directamente a amigos o profesores como yo, que se acerquen y te hurguen la herida antes de que sea demasiado tarde. Si llevas una vida creativa, nunca vas a necesitar un psiquiatra. Le enseño a la gente a llorar. Los hombres son muy gélidos. Incluso escribí un poema sobre el acto de llorar en la ducha. Cuando mi primera hija se casó, aquella noche me metí en la ducha, y tan pronto como el agua me impactó se me escurrieron las lágrimas. Me sentí de maravilla, porque cuando terminas estás limpio por dentro y por fuera. Lamentablemente muchos hombres no lo saben, así que tengo que enseñárselo, al igual que a tocar, a reír, a amarnos los unos a los otros, a besar, a ser verdaderos amigos.

En un ensayo sobre máquinas y libros de cuentos, Saul Bellow escribió: «En el siglo xx algunos escritores con frecuencia se han educado como hombres, además de como creadores, y en otros la educación prevalece por encima de la creación».

el dooryard. Todas las personas que me dijeron que habían leído ese poema me contaron que se habían echado a llorar tan pronto como terminaron. Regreso al lugar en el que nací y me quedo bajo un árbol; levanto la mirada y recuerdo cuando tenía diez años y me subía a ese árbol y dejaba notas en el nido de una ardilla. Así que allí estoy, con cuarenta y ocho años, subiéndome a ese árbol y encuentro una nota que dejé allí cuando tenía diez años. La abro y dice: «Te recuerdo, te recuerdo». Eso es bastante bueno. Es el recuerdo del niño de su yo más viejo.

¿Lo acusan de ser sentimental? Sí, claro, pero la gente no sabe lo que significa esa palabra. Nuestra sociedad le teme a la emoción, lo cual es terrible. Por esta razón he tenido que deshacer todo el desafortunado trabajo que han hecho los 26

Pienso que nadie debería ir a la universidad. Lo que allí te encuentras es a un puñado de intelectuales que tratan de impresionarte con su inteligencia, con lo mucho que han leído y con lo que piensan sobre eso, para quienes las opiniones de la otra gente no tienen ningún valor. ¿De qué sirve aprender lo que leyó tu profesor y por qué lo leyó? De lo que se trata es de cómo reaccionas ante Guerra y paz o Moby Dick. Cuando John Huston me encargó el guion de Moby Dick en 1953, llegué a Irlanda y le pregunté: «¿Qué quieres? ¿Eres freudiano? ¿Junguiano? ¿Perteneces a la Sociedad Melville?». Él me respondió: «Quiero el Moby Dick de Ray Bradbury». Yo dije: «Genial, eso es lo que te voy a dar». Y la verdad es que tengo que sentirlo, no puedo intelectualizarlo, e inmediatamente empiezas a cometer toda clase de errores, todo se vuelve acartonado y artificial. Tienes que adentrarte en ello como lo hizo Melville. Melville se enamoró de Shakespeare. Yo escribí un largo poema sobre eso: Shakespeare se quedó bajo su ventana una noche y dijo: «Oh, Lázaro, Herman Melville, preséntate ante mí», y le arrancó a Melville el alma. Moby


Dick fue creado de una vez, porque Shakespeare fue la parturienta. No hay intelecto. Todas las metáforas son automáticas. En cuanto Melville cobraba conciencia de lo que estaba haciendo, se volvía acartonado y no funcionaba. Pero cuando sentía, cuando dejaba que Ahab y Shakespeare escribieran por él –Shakespeare en el interior de Ahab–, entonces notaba que él estaba clavando un gran arpón a la ballena en el costado y simultáneamente estaba escribiendo la novela en ese mismo costado. ¡Pura y maravillosa emoción poética!

conseguimos!». O para preguntarte: «¿Te gustaría ser Robinson Crusoe? ¿Ir a una isla misteriosa y sobrevivir?». «¿Qué te parecería ser Nemo y limpiar los mares de las armadas del mundo? ¿Enseñar a la gente la paz, calmar la sangre de las aguas?». Nemo es el revés de Ahab: Ahab es destructivo, Nemo es constructivo en su locura. Siento una gran afinidad con la moralidad de ese hombre, que hacía las cosas sin pontificar. Te daba ejemplos, que es de lo que siempre hablaba Schweiter: no sirve de nada hablar si no aportas un ejemplo.

¿Cuál es su definición de ciencia ficción? ¿Cuántas veces ha leído Moby Dick? Ese año en concreto la leí nueve veces para metérmela en la corriente sanguínea. Seis meses después de haber leído la novela una y otra vez, cierta mañana me levanté de la cama, me miré en el espejo y me dije: «Soy Herman Melville». Ese día reescribí el último tercio del guion. Fue emoción pura y me vino directamente.

Usted es un gran coleccionista de cómics. ¿Fueron una influencia temprana y decisiva en su imaginación? Sí, y las tiras cómicas también. Buck Rogers, cuando tenía nueve años; Flash Gordon, cuando tenía catorce; el Príncipe Valiente, cuando tenía diecisiete. Fueron grandes influencias. Me ayudaron a convertirme en un buen escritor, porque aprendí a trazar argumentos desde muy joven; también me sirvió haber visto muchas películas. Los dos campos son prácticamente idénticos y ambos crecieron al mismo tiempo. No se han hecho suficientes comparaciones entre los dos.

¿Qué piensa de la opinión de un crítico según la cual usted es, «esencialmente, un moralista que teje fábulas fantásticas a manera de comentario sobre el hombre moderno»? Que ahí se hace patente mi parentesco con Julio Verne. Él era un escritor de fábulas morales y hacía que te enorgullecieras de la humanidad en lugar de avergonzarte. Creo que la vergüenza debería utilizarse poco y con cuidado. Era increíble la habilidad de Verne para retarte, para decirte: «Hey, ¿qué tal dar la vuelta al mundo en ochenta días? ¿Por qué no lo intentamos y vemos qué pasa?», y das la vuelta al mundo en ochenta días y sales de la novela y de la película, que es casi idéntica, con esa maravillosa sensación de «¡Lo

Idea ficción. Casi toda la ciencia ficción es el arte de lo obvio. No es nada nuevo. Ha sido muy obvio durante los últimos treinta años que cosas como las tarjetas de crédito se popularizarían en nuestra sociedad y se utilizarían para lo que se usan, pero nadie quería darse cuenta. Era obvio que alguien inventaría una píldora que después conmocionaría y aterrorizaría a la Iglesia católica. De modo que todo lo que hacemos –los escritores ocasionales de ese género– es simplemente decir algo que ya es un cliché en nuestro cerebro. La ciencia ficción es ficción realista, siempre trata de cosas posibles, nunca imposibles. La fantasía es el arte de lo imposible, donde puedes hacer que la gente cruce muros o viaje en el tiempo. Es imposible que un hombre salte desde un piso cuarenta y no se mate. Si queda vivo, estás escribiendo fantasía. Ahora bien, en una historia de ciencia ficción puedes hacer que salte de un edificio y que en la caída encienda el propulsor que lleva a la espalda, cosa que no existía hasta mediados de los años sesenta. Lo veíamos en Buck Rogers cuando éramos niños, pero no creímos que lo veríamos en nuestro tiempo de vida. De repente, tenemos tipos con propulsores que vuelan por los cielos, desafiando la gravedad. El arte de lo obvio. Idea ficción. Si retrocedemos en la historia y yo hubiera sido un cuentista en el Bagdad de hace dos mil años, habría contado una cosa obvia: en algún lugar un hombre va a inventar una nueva ciencia. ¿Qué? La ciencia de los caballos, que no existía en el mundo. Y todo el mundo diría: «Oh, no, eso no va a suceder». Pues sí, sucedió. «¿Y qué va a hacer ese hombre con ese arte?». Bueno, se va a desarrollar el caballo persa con un jinete al lomo, y con ese caballo derrocaremos al imperio romano. Y todo el mundo diría: «No, eso no va a suceder». Se habrían Continúa en la página 26

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La última noche del mundo

Por Ray Bradbury

—¿Qué harías si supieras que ésta es la última noche del mundo? —¿Qué haría? ¿Lo dices en serio? —Sí, en serio. —No sé. No lo he pensado. El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo, las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de unas lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café tostado. —Bueno, será mejor que empieces a pensarlo. —¡No lo dirás en serio! El hombre asintió. —¿Una guerra? El hombre sacudió la cabeza. —¿La bomba atómica o la bomba de hidrógeno? —No. —¿Una guerra bacteriológica? —Nada de eso –dijo el hombre, revolviendo suavemente el café–. Sólo, digamos, un libro que se cierra. —Me parece que no entiendo. —No. Y yo tampoco, realmente. Sólo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y sólo una cierta paz –dijo, y miró a las niñas de cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara–. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches. —¿Qué? —Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: «¿Qué piensas, Stan?», y él me dijo: «Tuve un sueño anoche». Antes de que me lo contara, yo ya sabía qué sueño era ese. Podía habérselo dicho, pero dejé que me lo contara. —¿Era el mismo sueño? —Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente, cada uno por su lado, y en todas partes vimos personas con los ojos clavados en el escritorio, o que se observaban las manos, o que miraban hacia la calle. Hablé con algunas. Stan hizo lo mismo. —¿Y todos habían soñado? —Todos. El mismo sueño, exactamente. —¿Crees que será cierto? —Sí, nunca estuve más seguro. —¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero decir. —Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas. Durante unos instantes no tocaron el café. Luego cada uno levantó lentamente su taza y bebieron mirándose a los ojos. —¿Merecemos esto? –preguntó la mujer. —No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué? —Creo tener una razón. –¿La que tenían todos en la oficina? La mujer asintió. —No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy, las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era sólo una coincidencia –manifestó la mujer y levantó de la mesa el diario de la tarde–. Los periódicos no dicen nada. —Todo el mundo lo sabe. No es necesario –replicó el hombre, que se reclinó en su silla y se quedó mirándola–. ¿Tienes miedo? —No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no. —¿Dónde está ese instinto de conservación del que tanto se habla? —No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestra vida, no podía pasar otra cosa. —No hemos sido tan malos, ¿no es cierto? 28


—No, pero tampoco muy buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables. En el vestíbulo, las niñas se reían. —Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles. —Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas. —¿Sabes? Te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustaron la ciudad, ni mi trabajo, ni nada, excepto ustedes tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo? —No se puede hacer otra cosa. —Claro, eso es; pues si no, estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche. —Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde y durante las próximas horas. —Ir al teatro, escuchar la radio, ver televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre. —En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso… como siempre. El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al fin se sirvió otro café. —¿Por qué crees que será esta noche? —Porque sí. —¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos, o diez? –Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin. —Hay bombarderos que esta noche cumplirán su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a tierra. —Eso también lo explica, en parte. —Bueno –dijo el hombre incorporándose–, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos? Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas, les dieron el beso de buenas noches, apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta. —No sé… –dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios. —¿Qué? —¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz? —¿Lo sabrán también las chicas? —No, naturalmente que no. El hombre y la mujer se sentaron, leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media, las once y las once y media. Pensaron en las otras personas del mundo, que también habían pasado la velada cada quien a su modo. —Bueno –dijo el hombre al fin. Besó a su mujer durante un rato. —Nos hemos llevado bien, después de todo –dijo la mujer. —¿Tienes ganas de llorar? –le preguntó el hombre. —Creo que no. Recorrieron la casa, apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche y retiraron las colchas. —Las sábanas son tan limpias y frescas… —Estoy cansada. —Todos estamos cansados. Se metieron en la cama. —Un momento –dijo la mujer. El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después, estaba de vuelta. —Se me había olvidado cerrar los grifos. Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse. La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de verdad. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas. —Buenas noches –dijo el hombre después de un rato. —Buenas noches –dijo la mujer. 29


reído del escritor de ciencia ficción que hubiera dicho eso en las calles de Bagdad. Era el maestro de lo obvio. Los demás eran maestros en ignorar lo obvio. Ahí no hay nada fantástico; vio cómo ocurrió, los persas hicieron retroceder a los romanos. Eso es ciencia ficción. Empieza en La República, de Platón, en la que tomas una idea y la exprimes hasta que queda seca. ¿Qué es una república? ¿Cómo la creas? Ahora no existe, ¿cómo la construimos? ¿Qué son los seres humanos? ¿Qué es un hombre?, ¿una mujer?, ¿un esclavo? ¿Qué es el dinero? Trata de explicar qué son y cómo usarlos mejor. Toda la filosofía es, automáticamente, ciencia ficción: la ciencia de pensar sobre cosas antes de que sucedan y tratar de hacer que sucedan mejor. En 1950 predije que si Bertrand Russell escribía alguna vez historias serían ciencia ficción, y eso fue exactamente lo que escribió. Publicó dos libros de cuentos, todos de ciencia ficción y fantasía. Un filósofo no puede estar lejos de nosotros porque estamos en el mismo negocio.

¿Se ve como un escritor de ideas? Lo soy la mayor parte del tiempo, pero soy un realista mágico y un discípulo de Poe, lo que significa que soy un escritor de fantasía, de horror. Me interesa asustarme de vez en cuando, porque una parte de la vida es terrorífica. Todo el tiempo recibo cartas de gente que encuentra solaz en las formas que yo tengo de aproximarme a la muerte. Escribí una historia sobre mi tatarabuela en El vino del estío.Un día, cuando yo tenía dos o tres años, decidió subir a su cuarto, meterse en la cama y morirse. Se había hartado de la vida. Escribí un cuento sobre ella en el que llamaba a todo el mundo, le decía adiós, y después hablaba conmigo y decía: «No me estoy muriendo de verdad porque en este mismo momento, debajo del carro, una parte de mí está arreglando el motor, y en la cocina una parte de mí está haciendo un pastel, y en el árbol parte de mí está trepando y cogiendo manzanas… Las extensiones de mí misma, mis nietos, están haciendo esas cosas. ¿Cómo pueden decir que me estoy muriendo?». Es maravilloso leer eso en el momento de tu muerte, o de la muerte de otros; o después de un funeral, si puedes dárselo a alguien y decirle: «Oye, lee esto». En mi funeral, quiero que les lean a mis amigos ese cuento para definirme: se marchó del teatro en el momento adecuado. 30

¿Qué hace para asustarse? Todos los cuentos de El país de octubre fueron formas de darme miedo. Las ideas no se me ocurren con tanta frecuencia ahora. Cuando eres un adolescente, o cuando tienes veintitantos años, finalmente empiezas a entender que la muerte te atañe. Recuerdo que una vez, a los veinte años, me dolía la garganta y fui al médico. «Oh, no tienes nada, sólo que no te habías dado cuenta hasta ahora. No son más que cartílagos y ligamentos. Tienes un montón de cosas en tu cuerpo que nunca has sentido, como los codos, las rodillas o los tobillos, o la forma del cráneo», me dijo. De modo que me fui sintiendo eso y escribí un cuento llamado «Esqueleto», sobre un chico que descubre que ha escondido, en lo más recóndito de su cuerpo, ese símbolo del horror gótico: un esqueleto. En el interior de su cuerpo. Está aterrorizado. Escribí ese cuento sobre la competición entre un símbolo de la muerte en él y la carne y la sangre que envuelven el esqueleto: nunca nadie ha escrito sobre un hombre aterrorizado de su propio esqueleto. La gente siempre dice que no hay ideas nuevas en el mundo: sí las hay, y yo he encontrado la forma de descubrirlas. Te miras en el espejo y ves el cráneo bajo la piel.

Otro tema respecto al cual no es muy liberal es el arte moderno. ¿No le gusta? Me gusta lo grotesco. Me gustan los ilustradores. Me encanta el arte que puedo mirar y juzgar si la persona que lo ha hecho tiene talento. Odio a la gente que se sube a una escalera y derrama pintura, porque eso puedo hacerlo yo, cualquiera puede hacerlo.

Pero usted no puede hacer que le paguen dos millones de dólares por ello… Bueno, dentro de cien años todo el mundo mirará este periodo y dirá que es el peor en la historia del arte. No hemos hecho nada. Teníamos a unos pocos, como Wyeth, que sabían pintar de verdad.

¿Qué opina del movimiento de las mujeres? ¿Sus ideas han afectado su escritura? Recibí varias cartas de chicas de Vassar en las que me pedían que reescribiera Crónicas marcianas. Y les respondí lo siguiente: «Váyanse al cuerno. Yo decido qué clase de historia quiero contar y ustedes tienen la obligación de permitírmelo. No estoy aquí para


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complacerlas a ustedes ni a ningún otro grupo. Estoy aquí para descubrirme a mí mismo. Si por alguna razón no les gusta la historia sobre mujeres que escribí, escriban la suya». En los últimos noventa años ha habido 50.000 escritoras estadounidenses. ¿Qué es esa estupidez de que las mujeres no están representadas en la cultura norteamericana? Algunas de las mejores escritoras que hemos tenido –Willa Cather, Eudora Welty, Catherine Anne Porter, Jessamyn West– han sido mis maestras. Leo sus libros y aprendo de la vida gracias a ellas. La mejor escritora de novelas de misterio en todo el mundo es una mujer, Agatha Christie. ¿De qué están hablando?

¿Podría explicarse sobre lo que dijo de las máquinas, que son «amorales pero nos inducen a comportarnos de una manera inmoral»? La paradoja es muy evidente: las máquinas son malas y buenas al mismo tiempo. Son amorales. El carro te induce a comportarte de una manera inmoral por el poder y la velocidad, la nueva estética que Huxley describió por primera vez. El automóvil introdujo una estética completamente nueva en el mundo: la estética de la velocidad. La única forma de tener la sensación de velocidad en mi juventud era galopando en un caballo, pero nada era comparable a meterse en un carro e ir siquiera a setenta kilómetros por hora. Puedes tener una sensación de velocidad durante cinco segundos saltando de la torre de Pisa, o tirándote al mar desde un acantilado. Sin embargo, estas invenciones, que te inducen a comportarte de una manera inmoral, están aquí con nosotros y están empezando a destruir varios países y a causar muchos problemas en las culturas del mundo. Los mismos países que se reían de nosotros ahora tienen atascos de tráfico y contaminación, así como asesinatos en las autopistas.

Una vez que se han cometido estos errores, ¿se puede volver atrás y hacerlos desaparecer? Sí, vamos a hacerlo. Yo escribí un artículo sobre los pasos que tenemos que dar para cambiar, reconstruir y repensar muchas cosas. Vamos en esa dirección. Grandes empresas están interesadas en eso, y vamos a volver a construir muchos pueblos pequeños, que funcionen de acuerdo con unos nuevos términos. 32

Serán pueblos humanistas, tecnológicos, del futuro, con toda clase de transporte, diversas formas de desplazarse sin utilizar el automóvil. Tendrán todas las texturas que necesitamos, o que creemos necesitar, como hedonistas cultos del futuro. Se están construyendo dos o tres en este momento, y cuando funcionen habrá centenares; de ese modo sacaremos a la gente de las grandes ciudades. Las grandes ciudades serán derruidas parcialmente y estarán rodeadas de jardines; así las harán funcionar de nuevo.

¿No escribió un cuento sobre ciudades y países que perdían su población? Escribí un poema, una obra de teatro y un cuento sobre el hecho de que, en algún momento de los próximos doscientos años, es muy probable que Inglaterra, Irlanda y Escocia estén vacías a causa de la capacidad de la gente para tomar dinero prestado del futuro mediante tarjetas de crédito y emprender largos viajes y no volver jamás. Perdieron a cuatro millones de personas con la migración. Tenían una población de ocho millones: ahora es de tres. Eso es una gran pérdida, más de la mitad se fue al cuerno. Y la gente que falta murió a causa de la hambruna de la papa. La solución al problema de muchas naciones de Europa es conseguir que la gente joven no se vaya. No obstante, los jóvenes no quieren quedarse en casa. El clima es horrible, y el empleo también. Estados Unidos es el centro del mundo, todavía es el país más grande y maravilloso del planeta. Si no, ¿por qué medio millón de personas quieren ir cada año a esa nación? Somos negativos sobre nosotros, y hay muchas cosas negativas. Yo ataco, pero después construyo. No creo que nadie tenga el derecho de criticar, a menos que en el momento de destruir, construyas. Esto tiene que ir junto.

Quizás varios de esos inmigrantes algún día se dirijan al espacio. En Crónicas marcianas escribió: «No importa lo mucho que toquemos Marte, nunca lo tocaremos». Y «Nosotros los terrícolas tenemos talento para echar a perder las cosas grandes y hermosas». Me gusta creer que los astronautas que con el tiempo lleguen allí habrán leído Crónicas marcianas y que así yo habré contribuido a prevenir ese futuro que me temía cuando escribí el libro. El viaje por el espacio es


una empresa que requiere mucha conciencia de uno mismo; cuando tienes a tres mil millones de personas fijándose en ti, eso es muy intenso, y en consecuencia será muy moral.

¿Todavía piensa que la exploración del espacio por el hombre es más un movimiento religioso que técnico o militar? Sin duda. La parte material es una forma de hacerlo. La militar es una excusa. Lo central es la supervivencia en el universo.

Siempre he pensado que estaría bien poner a un poeta en un vuelo espacial... La única vez que lo hicieron fue la noche en que uno de los astronautas citó la Biblia, y con eso emocionó a todo el mundo. Sin duda fue en parte artificial, pero de todas formas absolutamente adorable. Uno de los cráteres de la Luna le debe su nombre a El vino del estío. Estoy muy orgulloso de eso. Creo que fue la tripulación del Apolo 13 la que le puso el nombre al cráter. No sé si esas etiquetas perdurarán con los años. Eso espero. Me encantaría tener mi nombre en una cosa así.

¿Ha tenido tratos con la Nasa? Ellos me llamaron hace poco y yo les dije: «¿Dónde estaban? Me necesitan desde hace muchos años». Porque hablan demasiado de cosas técnicas y no hablan de poesía. Habían oído que quería hacer un especial de una hora en televisión sobre los viajes espaciales. Les dije: «Miren, hace tres años les di los artículos que había escrito —«Desde Stonehenge hasta Tranquility Base» y «El recuerdo de las cosas futuras»—, en los que puse toda mi filosofía y mi poesía. Así que espero reunirme con gente de la televisión para poder montar un programa que funcione. No se trata sólo de sentar a Walter Cronkite ante un astronauta que explique las trayectorias, las órbitas y los pesos. Eso es muy interesante, pero sólo se puede hacer durante un tiempo, hasta que alguien diga: «No vuelvan a contarme lo de los pesos, cuéntenme por qué lo hacen. ¿Qué significa para el espíritu humano?».

¿No estuvo también en contacto con Walt Disney para decirle que usted le era imprescindible? Fui a ver al Tío Walt hace unos años. Supe que iba a rehacer Tomorrowland. Dije: «Walt, ¿por qué no me 33


Black Sambo ya no puede leerse. He dicho todo esto en Fahrenheit 451. Tienes que exigirless a todos los grupos minoritarios: «¡Fuera de ahí! Lárguense con su reescritura. Ustedes son un peligro para la literatura y toda la cultura». Hay que prevenir ese futuro.

Me gustaría hacerle una pregunta que formuló en Crónicas marcianas: ¿considera que la civilización de dos planetas puede progresar en la misma medida y puede desarrollarse del mismo modo?

dejas ayudarte?». Él me respondió: «Ray, no saldría bien. Tú eres un genio y yo soy un genio. Nos mataríamos a la segunda semana». Es el rechazo más amable que he recibido.

Volvamos a Crónicas marcianas por un momento. En ese libro manifestó que usted estaba «para prevenir futuros, no para crearlos». ¿Qué quería decir? Cuando tienes polaridades entre grupos políticos y religiosos, viejos y jóvenes, todo el mundo quiere quemar alguna clase de libros, ¿no es así? Los árabes quieren quemar libros judíos, los judíos quieren quemar libros árabes, los irlandeses tienen una lista de libros prohibidos. Cuando apareció el movimiento de liberación femenina querían que todos los libros volvieran a escribirse de acuerdo con su visión. Eso no puede aceptarse. En cuanto le permites a un grupo minoritario que haga eso, acaban quemándose todos los libros, porque carecen de significado. Little 34

En muchos sentidos. Resulta pasmoso pensar en la civilización que debe existir en alguna otra parte del universo, tan increíblemente distinta e incluso más humana que nosotros. Es difícil imaginar una criatura que no se parece en nada a nosotros, a los seres humanos, pero así debe ser. Cualquier criatura nacida de un universo como el nuestro, con soles, tiene que ser una criatura solar, que le teme a la oscuridad, pero ahí termina todo; entonces puedes ponerte a imaginar las formas y los tamaños, y la mejor forma de imaginar es meterse en la selva o mirar en el mar a las criaturas distintas de nosotros y que, pese a todo, tienen muchas características semejantes a las nuestras, como el delfín o la ballena. De modo que puedes imaginar a arañas que son humanas, que repudian la muerte, que rechazan el asesinato, que le temen a la oscuridad. Esas son todas las cosas que tendríamos en común. La elección entre el bien y el mal, el libre albedrío… Si eso existe en la criatura, entonces estás mirando a un ser humano en otro planeta. Podría ser de cualquier tamaño, forma y color. Podría ser de 500 metros de ancho y 1,25 centímetros de alto; podría ser un largo gusano plano de diez kilómetros. Podría ser cualquier cosa, siempre y cuando pudiera comunicarse y rechazar los actos malvados.

¿Cómo se sintió cuando vio las fotos de Saturno que mandó el Voyager? Fue maravilloso para el espíritu humano. Fue algo que todos podemos compartir, algo que nos unió en su belleza. No tenía nada que ver con el sexo, la raza o el país. No encarnaba ninguna filosofía. Demostró que podemos hacer cualquier cosa: reconstruir nuestras ciudades, limpiar nuestros ríos y acabar con nuestro problema energético mientras al mismo tiempo colonizamos la Luna. No tiene nada que ver con el dinero. Lo único que debemos hacer es utilizar la imaginación.


¿Cuál es el futuro del hombre y del espacio? El futuro es infinito. Una vez que lo hagamos, viviremos toda la eternidad. Eso es excitante. Me gustaría volver una vez cada siglo durante los próximos diez mil años y ver qué sucede en el universo, porque no vamos a quedarnos aquí. No sabemos nada, los científicos no saben nada, todos vivimos en la ignorancia.

Cuando comentamos su proceso creativo, Linus Pauling me dijo que con frecuencia almacena una idea en el cerebro y deja que su inconsciente juegue con ella, a veces durante años. ¿Qué hace para retener sus ideas? Lo mismo. Pongo toda la información ahí y dejo que se vaya filtrando. La creatividad es casi idéntica en todos los campos. Las grandes ideas, y buena parte de las ideas científicas, proceden del filtrado. Hay que alimentarse de cosas de distintos campos, campos extravagantes, cada día.

¿Recolectando imágenes constantemente? Eso es, y esperar que dos de ellas choquen y creen una nueva. Me gusta imaginar viajes por el campo con mis personas preferidas, quedarme despierto toda la noche en un tren con gente como Shaw, G. K. Chesterton, Gerald Heard, Aldous Huxley… Es como un porche viajero. Cuando eras pequeño te encantaba cuando tus padres y familiares hablaban en el porche hasta altas horas de la noche; esperabas que nunca terminara porque la conversación era muy agradable, se hablaba de la vida y tú todavía no habías vivido. ¿Cómo era en 1905 cuando tu padre se marchó de casa y se fue al oeste, cuando tenía dieciséis años y vivió aventuras y durmió en cárceles, trabajó en todas las cosechas y en las minas de plata? Dios, ese material es bueno. Esa es una de las cosas que están ausentes en la escritura norteamericana: falta el filósofo, falta el poeta. El poeta y el filósofo que se atreven a hacer apartes para ti en su ficción. Esa es la razón por la que me gusta lo que hago, porque hago lo que no hace mucha gente; sin embargo, no debería hacerse de un modo premeditado, sino con pasión. Escribí un cuento sobre cruzar el espacio con un robot de George Bernard Shaw con el cual hablar. Me paso sentado muchas horas y él me cuenta sus prefacios y sus teorías sobre la fuerza de la vida. Sentarse con un robot es una idea deliciosa, porque Shaw ya no

está aquí. Siempre quise conocerlo. A partir de esa frustración, escribí un cuento que es un monumento a mi amor. Es un largo aparte filosófico, en realidad, en el que puedo hacer que Shaw diga algunas cosas sobre sí mismo.

También ha hecho eso con Hemingway en su cuento de Life... Sí. Le di un entierro decente, porque estaba muy molesto con su muerte. Sentía pena por él. Dios no fue bueno con él, pues Hemingway nunca debería haber salido con vida de ese segundo accidente de avión en África. Debería haber muerto ese día. El cuento dice: si tienes suerte, tal vez mueras el día adecuado. Vuelvo a mi tatarabuela: cuando sabes que se ha acabado, levántate y sal del teatro. El problema es que muchos de nosotros queremos seguir allí, incluso después que ha terminado, porque amamos mucho la vida. Es duro renunciar, tomar esa decisión. Hemingway al fin tomó la decisión adecuada, pero siete años tarde; su cuerpo, que estaba cansado, sufrió mucho.

Ya ha mencionado a algunos de sus héroes: Chesterton, Heard, Huxley. ¿Hay otros que hayan influido en usted? Nunca he escogido amigos por el hecho de que fueran menos inteligentes que yo. He tratado de elegir amigos que sean mejores que yo, para verme obligado a crecer. De modo que cuando pude conocer a Huxley, a Heard, a Bernard Berenson y a Bertrand Russell… ¡fue excitante! Pero la mitad del tiempo me la pasé estupefacto, no sabía qué decir. Me encontraba tan contento que estaba aterrorizado. Después, poco a poco, me di cuenta de que podía hablar. Sé quiénes me influenciaron, y estoy agradecido con ellos. He tomado préstamos y he aprendido de gente como John Collier —el cuentista inglés—, Jessamyn West, Willa Cather, Edith Wharton, Katherine Anne Porter; he crecido gracias a su humanidad y su estética. Y de gente como Steinbeck y Kazantzakis. Pero ahora, cuanto más miro a mi alrededor, más me doy cuenta de que los poetas también han influido mucho en mí. Shakespeare, constantemente; Melville. Y Shaw, continuamente; cada semana de mi vida 35


sino de lectura. Él no era un buen escritor, no se puede volver a leer, pero cuando tienes diez años se lee de maravilla. Y es inmediato, va directamente a tu flujo sanguíneo, actúas, te subes a un árbol y te caes. No importa lo que piense el intelecto, uno siempre se equivoca con estas cosas. Siento una relación de sangre con ese hombre que me cambió la vida y me ayudó a crecer. Después te vuelves un poco más sofisticado y escoges a gente como Julio Verne, H. G. Wells y Huxley, pero ellos no cambian tu vida del mismo modo. Estamos en la Luna gracias a Burroughs, no gracias a los científicos que llegaron después. Esos científicos estaban influidos por él.

Burroughs nunca fue a África, que es un continente de fantasmas y espíritus. Usted ha escrito sobre la percepción extrasensorial, el viaje astral y los fantasmas. ¿Cree en eso? Me gustaría. Dado que somos energía solar, y que el pensamiento es eléctrico, como lo es todo lo demás, no hay razón para que no sea posible. Vemos que ocurren toda clase de cosas con animales que pueden ver y oír cosas que nosotros no podemos. Me gustaría creer en fantasmas porque son divertidos. Son una reencarnación del espíritu viajando en el mundo; es gracioso pensar en eso. He convertido un maravilloso cuento de terror de vuelvo a él. Su talento era tan increíble que podía ciencia ficción en una obra de teatro sobre el último escribir reseñas de gente de la que nunca has oído, algunos compositores muy oscuros, o piezas oscuras, hombre muerto en la Tierra. Se va de la Tierra y se da cuenta de que es el último representante de «La gay volverlo tan vívido como si estuviera sucediendo rra del mono», «El barril de amontillado» y «El gato hoy. Ese era su genio: hacer que te preocuparas por una cosa que hacía mucho tiempo que había muerto. negro», lo que sea, porque los grandes escritores han sido eliminados por quemadores de libros y quemaHa afirmado que Edgar Rice Burroughs, el creador de dores del horror, todos los cuerpos han sido arrojados Tarzán, «fue y es el escritor más influyente, sin igual, de nues- a la incineradora y todo se ha convertido en humo. En esa cultura del futuro, en cuanto mueres te llevan tro siglo». ¿Cuántos críticos estarían de acuerdo con eso? No estarían de acuerdo con eso, pero estarían malin- inmediatamente a la incineradora y te expulsan al aire por la chimenea, de modo que no hay cadáveres terpretando lo que quiero decir. No digo que fuera un gran estilista. Era un gran romántico y produjo cambios ni cementerios, no hay recuerdos de la muerte, todo importantes en los niños. El mundo cambia y crece por es luz solar y fuego inmediatos. Y a él no le gusta. Va medio del romance. La historia se cambia al vertirle ese a las bibliotecas y descubre que nadie conoce a Poe —esta historia la escribí cinco años antes de Fahrenheit romance por la oreja o el ojo a un niño de diez años, y 451—, y después se dispone a destruir las incineradoentonces ese niño dice: «¡Oh, Dios, la vida es genial!». ras e introducir la muerte en el mundo, y la diversión He conversado con astronautas, bioquímicos, ande los fantasmas, y el horror, y lo que sea. De modo tropólogos, astrónomos, y todos mencionan a Edgar que va por cadáveres y utiliza un exorcismo para Rice Burroughs. No estamos hablando de literatura, 36


hacer que se levanten y así tener un ejército de muertos. Va a la morgue más cercana después de destruir las incineradoras, hace los signos cabalísticos y dice las palabras, pero los muertos no se levantan porque los educaron en una cultura que no creía. Entonces renuncia, lo envuelven en vendas de momia y lo tiran al horno; sus últimas palabras son: «¡Por el amor de Dios, Montressor!».

El exorcista fue un gran éxito como libro antes de convertirse en una película popular. ¿Ha tenido algún éxito con un libro suyo? Nunca. Todos mis libros venden unos 8.000 ejemplares en tapa dura. En rústica, Crónicas marcianas vendió unos 100.000 ejemplares al año durante veinticinco años, pero eso no es un bestseller. Cien mil ejemplares de un libro de bolsillo no son nada. Se han vendido dos millones de ejemplares en un cuarto de siglo. Un bestseller vende eso en dos meses o en un año. El libro con el que mejor me fue en tapa dura fue un libro de cuentos, aunque parezca increíble. Canto el cuerpo eléctrico. Vendió 25.000 ejemplares el primer año.

bien, muerte, uno más. Puede que esta noche me muera, pero ese ya está terminado».

¿Por qué no conduce ni va en avión? Soy un cobarde. Sé exactamente cuáles son mis miedos. La idea de estar en un avión que se cae es para mí aterradora. Y estoy seguro de que el día en que me subiera a un avión sería el día en que se caería.

¿Hay algo que podría hacer que se subiera a un avión? Sí. Si el comité del Premio Nobel me mandara mañana un telegrama y quisiera que estuviera en Estocolmo al cabo de cuarenta y ocho horas, me emborracharía y me subiría al avión.

¿Qué fantasías tiene usted en este momento? Quiero encontrar el espíritu de Puccini y escribir una gran ópera, porque me encanta ese género. Me encantaría hacer una ópera de ciencia ficción, ya que no hay muchas.

El tiempo lo dirá. Capturar el tiempo es, con frecuencia, un gran problema para los escritores. ¿Lo es para usted? Nunca he pensado mucho en eso. Quiero aprovechar el tiempo. Quiero exprimirle su significado y su intensidad mientras paso por él, de modo que llegue al final de mi vida, como decía Shaw, habiendo gastado completamente mi yo; pero en una forma buena, de modo que nunca haya pasado un momento que no haya sido delicioso.

Kazantzakis hizo que Zorba dijera que quería dejarle a la muerte un saco de huesos. Ajá. Vuelve la vista y ve tus huellas en todo. Un millón de huellas tras de ti. Escribir es una competición con la muerte, especialmente cuando mandas otro libro por correo: eso es un triunfo. Porque dices: «Muy 37


Lalongue

durée Por Morris Berman*

*Es reconocido como historiador cultural y crítico social innovador. Ha enseñado en numerosas universidades en Europa, Canadá, Estados Unidos y México. Autor de una trilogía sobre la evolución de la conciencia humana, en 1990 obtuvo el premio al mejor escritor en el estado de Washington, y su Crepúsculo de la cultura americana fue «Libro notable» del New York Times Review en el 2000. Vive en México desde 2006, y entre 2008 y 2009 fue profesor visitante en el Tecnológico de Monterrey en Ciudad de México.

Traducción de Fernando Salazar Holguín Ilustraciones de Susana Carrié 38


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a longue durée es una expresión utilizada por los historiadores de la Escuela de los Annales para señalar una aproximación que les da prioridad a las estructuras históricas a largo plazo sobre los eventos a corto plazo. La frase la acuñó Fernand Braudel en un artículo publicado en 1958. Básicamente, estos historiadores sostenían que la escala temporal a corto plazo es del dominio de cronistas y periodistas, mientras que la longue durée se concentra exclusivamente en estructuras permanentes o de lenta evolución. Así, con los giros y reveses de cualquier sistema económico, que parecerían grandes cambios a la gente que los vive, subyacen «viejas actitudes de pensamiento y acción, marcos resistentes y persistentes, a veces contra toda lógica», escribió Braudel. Un derivado importante de esta investigación es el trabajo de la escuela de Análisis de Sistemas Mundiales (wsa1), con Immanuel Wallerstein y Christopher Chase-Dunn, que se enfoca igualmente en estructuras a largo plazo, como el capitalismo. El «arco» del capitalismo, de acuerdo con wsa, es de cerca de 600 años de duración, desde 1500 hasta 2100. Es nuestra particular (des)ventura estar viviendo el comienzo del fin, la desintegración del capitalismo como sistema mundial. Este fue principalmente el capital comercial en el siglo xvi, evolucionó hacia el capital industrial durante los siglos xix y xx, y luego se transformó en el capital financiero: dinero creado por el dinero mismo y por la especulación con divisas, en los siglos xx y xxi. La última vez que ocurrió un cambio de esta magnitud fue durante los siglos xiv y xv, cuando el mundo medieval comenzó a desintegrarse y luego

lo remplazó el moderno. En el estudio clásico de este periodo, El otoño de la edad media, el historiador holandés Johan Huizinga describió la época como de depresión y agotamiento cultural –como la nuestra, no muy divertida–. Una de las razones para esto es que el mundo está, literalmente, al borde de un abismo (descrito en forma brillante al final de La tempestad, de Shakespeare). Lo que se espera es básicamente desconocido, y tener que soportar esa ignorancia durante mucho tiempo resulta bastante aburrido. Lo mismo sucedió durante el colapso del imperio romano (de cuyas ruinas surgió lentamente el sistema feudal). Estaba divagando sobre esto la semana pasada cuando me topé con un notable ensayo de Naomi Klein, «Capitalismo vs. clima» (The Nation, 28 de noviembre de 2011). En lo que parece ser un cambio radical en ella, regaña a la izquierda por no entender lo que la derecha percibe correctamente: que todo el debate sobre cambio climático es una seria amenaza para el capitalismo. La izquierda, dice ella, quiere suavizar sus implicaciones, desea dar a entender que la protección ambiental es compatible con el crecimiento económico, que no es una amenaza para el capital o el trabajo. Quiere llevar a todos a comprar un carro híbrido, por ejemplo (lo que personalmente comparo con el cheesecake dietético), o utilizar bombillos más eficientes, o reciclar, como si esas medidas fueran adecuadas para la situación. Pero la derecha no se engaña: ve en el Verde al caballo de Troya del Rojo, en su intento de «abolir el capitalismo y remplazarlo con una clase de ecosocialismo». Considera –de manera correcta, por demás– que las políticas sobre calentamiento global son, inevitablemente, un ataque al Sueño Americano2, a la totalidad de la estructura capitalista. Así mismo, Larry Bell, en Clima de corrupción, argumenta que la política ambiental consiste esencialmente en «transformar el modo de vida americano de acuerdo con el interés de la distribución de riqueza global», y el bloguero británico James Delinpole anota que «el ambientalismo moderno fomenta exitosamente muchas de las causas queridas de la izquierda: redistribución de la riqueza, mayores impuestos, mayor intervención y regulación estatal».

1. Por la sigla en inglés de World Systems Analysis (nota del traductor).

2. En este artículo, América se refiere a Estados Unidos de Norteamérica (nota del traductor).


Lo que Naomi le está diciendo a la izquierda es ¿para qué pelear? ¡Esos timiduchos de la derecha están en lo cierto! En la izquierda no podemos continuar hablando de compatibilidad entre los límites al crecimiento y la codicia desenfrenada, o reclamando que la acción por el clima es «apenas un aspecto en la lista de mercado de las causas dignas de atención progresiva», o urgiendo a todos a comprar un Prius3. Tipos como Thomas Friedman o Al Gore, que nos «aseguran que podemos detener la catástrofe comprando productos “verdes” y creando mercados inteligentes en contaminación» –capitalismo verde corporativo–, simplemente viven en la negación. «Las verdaderas soluciones a la crisis climática –escribe– son también nuestra mejor esperanza para construir un sistema económico más iluminado, uno que elimine profundas desigualdades, fortalezca y transforme la esfera pública, genere abundante trabajo digno y mantenga radicalmente las riendas sobre el poder corporativo». En uno de los ensayos de Cuestión de valores, describo algunos de los «programas inconscientes» enclavados en la psiquis americana desde tempranos días, programas que dan cuenta de nuestro supuesto comportamiento consciente. Éstos incluyen la noción de una frontera infinita, un mundo sin límites y el ideal del individualismo al extremo. No requerimos ni deberíamos requerir la ayuda de nadie para «lograrlo» en el mundo. De manera combinada, estos dos proveen la fórmula para el enorme poder capitalista y su inevitable colapso (de ahí toda su dimensión dialéctica). Sobre este punto, Naomi escribe: «El modo de pensar expansionista y extractivista que durante tanto ha gobernado nuestra relación con la naturaleza es sobre lo que la crisis climática llama la atención tan fundamentalmente. La abundante investigación científica que muestra que hemos llevado a la naturaleza más allá de sus límites no reclama simplemente productos verdes y soluciones basadas en el mercado, exige un nuevo paradigma de civilización, no fundado en la dominación de la naturaleza sino en el respeto de los ciclos naturales de renovación, agudamente sensible a los límites

naturales… Son estas profundamente retadoras revelaciones para quienes hemos sido criados con los ideales de la Ilustración y el progreso» (esto es exactamente lo que argumentaba yo en El reencantamiento del mundo4; ¡qué bueno encontrarlo de nuevo!). «Soluciones climáticas reales –continúa– son aquellas que dirigen intervenciones (gubernamentales) para dispersar sistemáticamente y devolver el poder y el control al nivel comunitario, mediante energía renovable controlada por la comunidad, agricultura orgánica local o sistemas de transporte genuinamente responsables frente a sus usuarios». De ahí –concluye–, los poderes en cuestión tienen razón de temer, y de negar los datos sobre calentamiento global, puesto que lo que realmente se necesita en este punto es el fin de la ideología del libre mercado. Y, añadiría, el fin del arco del capitalismo al que me refería anteriormente. Está será (es) una lucha colosal, no sólo porque los poderes actuales quieren mantenerse, sino porque el arco y todas sus ramificaciones le han dado la Razón, con mayúscula, por más de quinientos años. Esto es lo que los manifestantes de ows5 tienen que contarle al 1%: su vida es una equivocación. Es lo que «un nuevo paradigma de civilización» finalmente significa. Naomi nos entrega luego una lista con seis cambios que deben ocurrir para que este nuevo paradigma pueda nacer, entre los que se cuentan Riendas sobre las corporaciones, Fin al culto de las compras e Impuestos a ricos y sucios. Resulté escribiendo «suerte» en los márgenes de gran parte de esta discusión. Esto no va a suceder (piensen en el Super Sale de Wal-Mart), y lo que probablemente necesitamos es una serie de conferencias sobre por qué estos cambios no se van a producir. Aunque la respuesta está ya incrustada en su ensayo –intereses creados, tanto en sentido económico como psicológico–, tienen todas las razones para mantener el statu quo. Después de todo, nadie quiere admitir que su vida es un error. En cuanto a recomendaciones, el ensayo es más bien débil, pero ofrece algo muy importante en materia de análisis, y por implicación: todo tiene que ver con todo lo demás. La psicología, la economía, la crisis ambiental, nuestro modo de vida, la imbe-

3. El Toyota Prius es un automóvil híbrido gasolina-eléctrico del segmento C, que se ha convertido en el más visible representante de los vehículos híbridos (http://es.wikipedia.org/wiki/Toyota_Prius).

4.The Reenchantment of the World. 5. Occupy Wall Street.

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cilidad de la cultura americana, el patético fetiche de los teléfonos celulares y «gallos»6 electrónicos, la aplastante deuda de los préstamos estudiantiles, la farsa de la política electorera, la taquilla de las películas violentas, la epidemia de depresión y obesidad –que en última instancia no están en esferas separadas de la actividad natural o humana–. Están interconectadas, lo que significa que no se pueden curar por separado. «Nuevo paradigma de civilización» significa todo o nada; realmente no hay término medio, no se tiene el pastel de queso dietético. Como lo dice Naomi, no se trata ya de «asuntos» individuales. Entonces, ¿qué podemos esperar mientras el arco del capitalismo se cierra? Es aquí donde Naomi se traslada de las recomendaciones improbables a la dura realidad: «La competencia corporativa por recursos escasos se tornará más rapaz y violenta. Continuará el despojo de la tierra arable en África para proveer alimento y combustible a las naciones más ricas. Las sequías y hambrunas se seguirán empleando como pretexto para forzar el uso de semillas genéticamente modificadas, endeudando aún más a los agricultores. Trataremos de mantener la oferta de las últimas gotas de petróleo y gas con tecnologías de extracción cada vez más riesgosas, convirtiendo mayores franjas del globo en zonas sacrificadas. Reforzaremos las fronteras e intervendremos en conflictos externos por los recursos, o iniciaremos dichos conflictos. Las llamadas “soluciones climáticas del libre mercado” serán una especie de imanes para la especulación, el fraude y el capitalismo clientelista, tal como lo estamos viendo con el mercado de emisiones de carbono y la utilización de los bosques como mecanismos de compensación. Y en la medida en que el cambio climático empiece a afectar no sólo a los pobres sino también a los ricos, buscaremos cada vez más tecnoparches para bajar la temperatura, con riesgos masivos y desconocidos». «Mientras el mundo se calienta, la ideología reinante que nos dice que cada quien por lo suyo, que las víctimas merecen su suerte, que podemos dominar la naturaleza, nos llevará a un lugar verdaderamente frío». 6. Del inglés gadgets (nota del traductor).

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Para decirlo abiertamente, la escala de cambio requerida no puede alcanzarse sin una implosión masiva del sistema. Esto fue cierto al final del imperio romano, al final de la edad media, y es cierto hoy. En el caso del imperio romano, como lo planteé en El crepúsculo de la cultura americana, emergieron las órdenes monásticas que comenzaron a preservar los tesoros de la civilización grecorromana. Mi pregunta en dicho libro era si algo similar sucede hoy. Naomi escribe: «El único comodín es si algún movimiento popular compensatorio surgirá con una opción viable para este lúgubre futuro. Esto significa no sólo un conjunto alternativo de propuestas de política sino también una cosmovisión alternativa que se sobreponga a la que está en el meollo de la crisis ecológica, envuelta esta vez en la interdependencia más que en el hiperindividualismo, en la reciprocidad más que en la dominación y en la cooperación antes que en las jerarquías». Ella cree que el movimiento de ows encarna esto, tomando «como blanco los valores subyacentes de la codicia desenfrenada y el individualismo que generaron la crisis financiera, encarnando formas radicalmente distintas de tratarnos los unos a los otros y de relacionarnos con el mundo natural». ¿Es esto cierto? Tres elementos que hay que considerar: 1. Personalmente no he bajado (subido en realidad) a Zuccotti Park, pero la mayor parte de lo que veo en la web, incluyendo reportajes muy favorables de ows, parecen sugerir que el objetivo es más un Sueño Americano más equitativo, no su abolición. El deseo es que la torta se reparta de una manera más justa. No tengo la impresión de que los manifestantes estén diciendo que la torta, sencillamente, está podrida. Pero puedo estar equivocado. 2. A los historiadores de la Escuela de los Annales, junto con la gente de wsa, los han acusado de proyectar una imagen de «historia sin gente». En otras palabras, estas escuelas tienden a considerar de algún modo a los individuos como irrelevantes para el proceso histórico, que analizan en cuanto «fuerzas históricas». Hay algo


...Todo tiene que ver con todo lo demás. La psicología, la economía, la crisis ambiental, nuestro modo de vida, la imbecilidad de la cultura americana, el patético fetiche de los teléfonos celulares y «gallos» electrónicos, la aplastante deuda de los préstamos estudiantiles, la farsa de la política electorera, la taquilla de las películas violentas, la epidemia de depresión y obesidad...

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Mi propia predicción es que el movimiento de protesta probablemente se derretirá en una especie de foro permanente, en el que los estadounidenses podrán ir a aprender acerca de un «nuevo paradigma de civilización», si esto realmente se puede enseñar y si hay la suficiente gente interesada en aprender al respecto.

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de cierto en ello, pero las «fuerzas históricas» pueden tornarse un tanto místicas. Tanto como las fuerzas motivan a la gente, es la gente la que representa dichas fuerzas. Quiero decir con esto que alguien tiene que hacer algo para que ocurra la historia, y al menos la multitud de ows lo está haciendo. Mi propia predicción es que el movimiento de protesta probablemente se derretirá en una especie de foro permanente, en el que los estadounidenses podrán ir a aprender sobre un «nuevo paradigma de civilización», si esto en verdad se puede enseñar y si hay la suficiente gente interesada en aprender al respecto. Esta es, básicamente, la «nueva opción monástica» a la que me refiero en el libro del Crepúsculo, y refuerza la historia de la tradición alternativa marginalizada que abordé en ¿Por qué fracasó Estados Unidos? Inicuo tal vez, pero con el tiempo tal vez no. Después de todo, mientras el sistema colapsa, las opciones resultarán cada vez más atractivas, y así como la de 2008 no será la última quiebra que nos toque, ows no será el último movimiento de protesta que veremos. Los dos lados van de la mano y, finalmente, de aquí a treinta o cincuenta años, tal vez menos, el peso del arco del capitalismo será demasiado oneroso para sostenerse a sí mismo. En la longue durée se es mucho más cuerdo apostándole a una cosmovisión alternativa que al capitalismo. 3. Dicho esto (ceci dit, en francés), la gente de wsa está probablemente en lo cierto con el argumento de que, en términos históricos, la revuelta efectiva tiende a emerger más en la periferia que en el centro. Los países del centro son aquellos que dominan el mundo con su poderío, economía e ideología. Se están derrumbando desde adentro, justamente persiguiendo ese mismo poderío y demás, pero resulta muy difícil confrontarlos en forma directa, ya que no tenemos las armas, y la policía y los militares aparentemente no van a desertar. Es así como wsa proclama que el contraataque más efectivo es en las fronteras del imperio, no en su centro. México, por ejemplo, no tiene mayor peso frente a Estados

Unidos por estar muy cerca; el 80% de sus manufacturas se vende en mercados estadounidenses. La resistencia al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (fmi) cunde a mayores distancias, en Ecuador por ejemplo, o en Bolivia. De acuerdo con el argumento de centro-periferia, debemos esperar que emerjan movimientos de protesta en lugares donde no hay gran simpatía por Estados Unidos. Algo de esto vendrá en forma de terrorismo, como era de lo que se trataba el 9/11 después de todo («Si usted puede aterrorizar a otra gente, eventualmente ellos lo aterrorizarán a usted». Rev. Jeremiah Wright). Pero algo de esto también consistirá justamente en reivindicar la alternativa, el nuevo paradigma de civilización; simplemente vivir de otra manera, siguiendo las líneas que Naomi Klein sugiere. Y mientras la vieja forma de vida muere, una nueva nacerá. 45


Largo sueño de las cifras

Por Ignacio Padilla* Fotografías de Manuel Vázquez *Ciudad de México, 1968. Narrador mexicano, es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Su obra ensayística, narrativa y dramática ha sido traducida a más de veinte idiomas y le ha granjeado una docena de premios nacionales e internacionales. Recientemente obtuvo el Premio Debate-Casa América por su ensayo La isla de las tribus perdidas, y el premio de Novela La Otra Orilla, por su novela El daño no es de ayer. Es catedrático de la Universidad Iberoamericana y vive en Querétaro. 46


Serie Tramoya, 2011. En el edificio TV Centre de la BBC abandonado. Un momento 煤nico para captarlo con una nueva luz. Esta serie se public贸 en febrero en el British Journal of Photography y en el Financial Times Weekend Magazine. 47


e asustaban cosas que a nadie más habrían asustado: el rumor del agua, la asimetría de ciertas frutas, alguna formación nubosa. Lo demás apenas te conmovía, como si cada uno y casi todo perteneciese a un universo alternativo, inaccesible para ti. Sólo una vez percibí en tu rostro algo similar a la felicidad: una tarde, poco después de que te regresaran al Instituto de Neurología, volví a observarte a través de un vidrio falso, y por un segundo creí reconocer en tus facciones una emoción distinta de la melancolía y el miedo. Te vi entonces como te había visto la primera vez, cuando te hallaron en las ruinas del Sector Flehm-Ath y te trajeron acá. Ahora parecías un poco más limpio y mucho más triste. Volvías a sentarte en el suelo, literalmente encajado en una esquina de la habitación, indiferente al parco mobiliario que habían repuesto para ti con la esperanza de que reconocieses las bondades de una cama o la providencia muscular de una silla. Me hiciste pensar en el remedo humano y revolcado de un prisma piramidal. Era como si necesitaras que cada milímetro de tu cuerpo estuviese apoyado en algo o por algo. Y como si el vacío te causara vértigo. Tus guardianes me explicaron que durante el día mantenías los ojos cerrados, y que sólo los abrías de noche, cuanto te era posible no ver nada y escucharlo todo en la tiniebla suave de tu cuarto, esa especie de cajón aséptico donde te refundieron al hallarte y al que te devolvieron más tarde, cuando se hizo evidente que jamás sabrías o querrías adaptarte a las maneras del mundo, nuestro mundo. Me dio rabia verte nuevamente ahí y así. Una rabia que entonces no supe contra quién encauzar. Después de todo, me lo habían advertido. Desde el primer encuentro me dijeron que no abrigase esperanzas, pues no estabas ya en edad de llegar un día a reconciliarte con lo humano. Habías sobrepasado la etapa del aprendizaje, dijeron. Aclararon que no tenías ningún retraso. Era más bien que habías avanzado en una dirección poco ordinaria, por caminos nunca antes transitados. Me explicaron que en tu cerebro se habrían activado conexiones inauditas, circuitos distintos de los habituales. Eran otros los cimientos del 48

edificio de tu pensamiento y tu lenguaje. Los sonidos, las formas y los signos se habían ordenado en tu mente para favorecer que te relacionases sólo con aquellos que creías semejantes a ti, y con tu propio cuerpo, esa rara estructura de carne y sangre que, no obstante, pensabas o deseabas igual al de las máquinas que te habían criado justo en esa etapa de la vida en la que el resto articulamos nuestras primeras palabras, la prodigiosa babel de la necesidad, la gratitud y el reconocimiento. Me dijeron eso, o algo parecido. Emplearon términos oscuros, tecnicismos. Me mostraron encefalogramas para mí tan intrincados como debieron ser para ti las cosas que te decíamos. Me enseñaron gráficas y diagramas con la misma actitud con la que antes te habrían mirado a ti: ávidos, quizá morbosos. Es tu hermano, me anunciaron de improviso, y estudiaron mi reacción como si yo también fuese un enigma, una especie de caja negra. Y tal vez lo era, de algún modo lo era. Su jerga científica me tenía confundida, me acorralaba como a ti. De sus sentencias y diagnósticos apenas pude entresacar que tenías ya una idea clara aunque errónea de ti mismo. Creías saber bien lo que eras o lo que debías ser. Contabas además con una memoria prodigiosa, y por tanto con una conciencia, si bien era difícil determinar si poseías también una noción clara del tiempo. Tus guardianes pensaban que tu memoria sólo podía ser numérica, abstracta, pero yo me resistí a aceptarlo. Pensé que debías conservar algún recuerdo humano, una imagen que, por remota que fuese, te constituía tan claramente como tus números y tus pitidos. Tenía que haber en tu memoria al menos un registro visual que en alguna forma te uniese a mí, más allá de nuestra sangre y nuestros genes en común. Debía ser posible rescatar de los meandros de tu mente la cicatriz pensada de nuestros padres al despedirse de ti en el Sector Flehm-Ath, creyéndote ya muerto, escapando de la base infestada, conmigo en brazos, quién sabe si también enferma. Quería que recordases todo aquello como yo lo recordaba todavía, a mi pesar. Necesitaba que lo revivieses con la misma intensidad con que las imágenes de ese día anegaban mis insomnios: mi nariz asomada entre las mantas de neopreno y entre los brazos de nuestro padre, los ojos asustados de nuestra madre y mis propios ojos mirándote así, inerte, abandonado


en el suelo cerca de las máquinas, y mi cabeza infantil despidiéndose de ti para siempre, descartando desde entonces la posibilidad de que muchos años más tarde me llamaran para decirme que te habían encontrado entre las ruinas del sector, cuando nadie creía que las máquinas seguirían activas, menos aún que entre ellas hallarían a un muchacho vivo, no en el sentido en que entendemos la vida de los hombres y las bestias, ni siquiera las plantas. Más que vivo, les habrías parecido activado, no sé, conectado de algún modo con esa fuente de energía milagrosa que se había mantenido y autoabastecido contra todo pronóstico luego de que la base fuera abandonada. Emitías sonidos tan mecánicos y estabas tan quieto, que sólo te hallaron cuando removieron cables y máquinas empolvadas, intrigados no por ti sino por la supervivencia de todo aquel sistema artificial que sin embargo había creado su propio sustento y había sido capaz de sustentarte también a ti. Era como si por puro instinto el cerebro electrónico de la base se hubiese canibalizado para luego producir sus propias recargas, su abasto vital, lo que hiciera falta para mantener activas todas

sus extensiones, incluso a ti, a quien el propio sistema habría reconocido inesperadamente como uno de los suyos, como parte de sí mismo. Tus guardianes nunca acabaron de reconocerte, no entendieron ni creyeron que en ese falso cementerio de circuitos pudiera haberse aletargado un niño para renacer con dignidad a una forma distinta de nutrición y de querencia. Un modo de vida que ellos consideraban menor, inacabado, pero que a mí me pareció siempre envidiable y superior al nuestro. Definitivamente, no eras un autómata. Eras sin duda orgánico y padecías a tu modo el dolor, el hambre, la duda. Conocías además cada célula de tu cuerpo y eras capaz de equilibrarlo con sabiduría, repartiendo sin derroche y con justicia la energía requerida por cada una de tus células, siguiendo un patrón dictado por alguna deidad perfecta y automática. Me parecías tan sano, tan completo, que al mirarte sólo podía sentir vergüenza de mí misma o, como tus guardianes, una especie de envidia disfrazada de interés o compasión. Me agradaba mirarte, y me inquietaba dejar de verte, alejarme de ti. Al volver a casa, te recordaba y te 49


comparaba conmigo, con mi vida, y siempre salía perdiendo. Me atragantaba el milagro de que vivieses por encima del tiempo y de la muerte, que fueses capaz de desconectarte de las cosas cuando era pertinente o necesario. Pero, ante todo, me admiraba que lo equívoco te fuese ajeno, y que, por lo tanto, vivieses en un mundo descastado de la ambigüedad, la traición y el doblez. En tu mundo, la rosa sería para ti sólo y siempre una rosa. Por eso tus guardianes te auguraban lo peor. Por eso anticiparon, como si fuese una tragedia, que no serías jamás uno de nosotros. Pero lo intentaste. Por desgracia y por un tiempo, lo intentaste. Y fuiste como nosotros. Nos aprendiste como si hiciera falta o como si valiese la pena. Ignoro si lo hiciste por deseo o por soledad. De cualquier modo, permitiste que te reprogramásemos en la simulación de lo humano. Supongo que para ello tuviste que desandar lo andado. Remontaste, acaso con dolor, el camino por el que una vez la suerte o la desgracia te habían arrojado lejos de nosotros, hacia un lugar mental más ordenado, más puro. Relegaste a un archivo muerto tu estar desnudo, tu ser feliz a tu 50

modo, tu existir en un planeta propio, con monstruos como cifras y con amantes como intermitencias, con ambiciones y decepciones como complejos dilemas matemáticos que para ti habrían sido tan deseables o tan temibles como para nosotros un viaje a un país remoto o un beso prohibido. Olvidaste o suspendiste tus ecuaciones, tus pitidos en espectros tonales infinitos. Silenciaste ese idioma binario de sonidos puros con que pastoreabas a las ovejas eléctricas de tus sueños. Te vaciaste, en suma, de un universo entero y hasta entonces sólo tuyo para que en ti cupiesen las imágenes, los rudimentos de esta lengua torpe con la que nos comunicábamos los elementales seres que te habíamos arrancado de la dicha y que ahora fingíamos amarte. Te visité un par de veces en esa época en que fingías ser humano y no pude reconocerte ni reconocerme más en ti. Me mentiste con tus consonantes estrictas y tu hablar atropellado: dijiste con frases hechas que se sentía bien ser un hombre y que encima te agradaba el trabajo de oficina con que te ganabas la vida. El horario te dejaba tiempo para encerrarte en


casa y evitarte el dilema de tratar con la gente. Salías poco; leías por disciplina, con esfuerzo y sin deleite los libros que te habían recetado tus guardianes. No era mucho lo que se esperaba de ti a esas alturas: asistías dos veces por semana al Instituto de Neurología y una vez al mes al Centro de Matemática Aplicada, donde te hacían las mismas preguntas de siempre y te estudiaban con decreciente interés. Podías pasar tardes enteras en el departamento miserable donde te acomodaron, también ahí arrinconado, convencido de haber satisfecho a tus guardianes, calculando a sus espaldas intransitables ecuaciones que te permitiesen despejar las incógnitas de la ciudad, o las cosas más sencillas de la existencia, o los gestos de tu hermana —mis gestos—, o la mirada de nuestros padres, que te contemplaban desde la fotografía que hice poner en tu cocina. A veces simplemente te sentabas en el suelo y pegabas el oído al muro que daba a la calle para calibrar la música que interpretaban para ti los automóviles, los celulares, las turbinas, los altavoces que carraspeaban sus anuncios desde los rascacielos, los tiroteos reales o virtuales. Todo te alcanzaba a través del muro y se confundía en tus oídos con tu recuerdo del ya lejano palpitar de la máquina que hasta hacía tan poco había sido tu diosa, tu nodriza, tu ánima. De ese miasma de sonidos de antes y de ahora intentabas derivar una melodía a modo, un himno en el que se ordenase algo que al fin te pareciese cercano o comprensible en un mundo que nunca dejó de ser del todo extraño para ti. Supongo que no lo conseguiste. Debió faltarte tiempo para catalogar o comprender nuestras cosas. O quizá fue sólo que te diste por vencido. Te apagaste, se agotó tu carga de energía, descubriste tus propios límites y no supiste cómo lidiar con ellos. Poco después de tu muerte me mostraron grabaciones de tus últimos días en el mundo de la gente ordinaria. En una de ellas, una mariposa negra ha entrado en tu departamento. Estás, como de costumbre, sentado en el suelo, impasible. De pronto reparas en el insecto, que ha revoloteado cerca de ti sin miedo, como se acercaría a una lámpara o a una estufa en busca de calor. Lo miras encantado, pero tu fascinación no es la de un niño: la mariposa no te enternece ni te espanta, más bien te desconcierta, te reta. Observas sus evoluciones en el aire, alzas la mano como si intentaras controlar-

la. Pero ese objeto no te obedece, revolotea en forma irregular, reticente a toda geometría, inesperada y distinta ante el estímulo de tu mano, siempre el mismo y exacto. Finalmente, algo sucede en tu interior, algo atávico se enciende o se te dispara en la cabeza: extiendes la mano, capturas al insecto, lo olfateas como lo haría un simio o un perro. El insecto se desespera entre tus manos mientras lo escudriñas. Entonces reconozco en tu rostro un destello de angustia. Cierras la mano, aniquilas a la mariposa y la arrojas lejos de ti. Luego vuelves a tu puesto en el suelo, pero ya no eres tú. O mejor dicho, has vuelto a ser tú mismo: te has desconectado del horror y el desconcierto. Es evidente que ya no harás nada más por descifrarnos ni por ser uno de nosotros. Así te hallaron tus guardianes cuando te devolvieron al Instituto de Neurología. Y así te encontré yo aquella última tarde, cuando sentí esa rabia que no supe dirigir. Por entonces yo aún no había visto la escena de la mariposa, pero entendí que algo se había roto en tu interior y que pensabas dejarte ir. Poco a poco mi rabia fue desplazada por algo más, quizás la pesadumbre de quien se había resignado, como tú, al sinsentido. Mientras te hundías en tu mar de números y abstracciones, me pregunté con qué fórmulas o con qué sonidos habrías expresado alguna vez que tenías hambre o que extrañabas a nuestra madre. Me arrepentí de no haberte contado antes que a veces era yo quien soñaba que me amabas, y que era yo a quien añorabas cuando crecías con tus máquinas en el Sector Flehm-Ath. Me vi navegando en tu placidez mecánica, lejos de todo, acurrucada en tu regazo, convertida en un pequeño y feliz autómata. Pensaba en estos sueños mientras te miraba, y de improviso sentí que sonreías. Creí que sonreías por mí, como si hubieses percibido mis pensamientos a través del cristal. Luego supe que era otra cosa: alguien había activado el aire acondicionado. Aunque el sonido era muy tenue, noté cómo te extasiabas con un suave recogimiento. Entonces envidié la paz con la que navegabas, como si la máquina de aire, compasiva y cómplice, te hubiese dado la clave para desactivarte y volver por fin a casa. Nota. *Este cuento forma parte del volumen Los reflejos y la escarcha, tercera entrega de la Micropaedia. 51


Edificio Avianca

*Estudió biología, pero siempre ha trabajado en periodismo y comunicaciones. En la actualidad presenta el programa Todo lo que somos, en Señal Colombia, es columnista habitual de la revista SoHo y también colabora con otros medios escritos, como Semana, Bocas y Donjuan. Junto con Karl Troller realiza la página de humor DiverGente en la revista Gente y la página web www.ariasytroller.com.

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Aunque en tiempos de Michel de Nostradamus el actual territorio de Colombia apenas comenzaba a caer en manos de los españoles y estaba muy lejos de ser un país soberano, el célebre vidente dedicó varias de sus cuartetas a profetizar el trágico devenir de la inexistente nación. Estas son algunas de las cuartetas en las que pronosticó diversos sucesos de la vida nacional

1. Un gran Rey capturado entre las manos de un Jonio. No lejos de Pascua confusión golpe cuchillada: Perpetuo cautivo tiempo que rayo en el odio, Mientras tres hermanos se hieren y matan.

En esta estrofa, Nostradamus predijo con asombroso realismo la trágica saga de los hermanos Fidel, Carlos y Vicente Castaño. El gran rey es una referencia a Carlos, asesinado por Vicente. 2.

El gran Senado discernirá la pompa, A uno que después será vencido perseguido, Sus seguidores vendrán a toque de trompa Bienes públicos, enemigos expulsados.

Nostradamus vaticinó con esta cuarteta el atronador aplauso que recibieron el 28 de julio de 2004, en el Salón Elíptico del Congreso de la república, Salvatore Mancuso, Ramón Isaza y Roberto Duque Gaviria, alias Ernesto Baéz y extraditados meses después cuando amenazaron con denunciar a varios de quienes los habían vitoreado. 3.

El Real cetro estará obligado a tomar, Lo que sus predecesores habían comprometido. Luego que el anillo se hará mal oír. Cuando se haga el palacio saquear.

Nostradamus, con su particular lenguaje, predijo el desastre que provocarían en Bogotá Iván y Samuel Moreno Rojas, al igual que el nombramiento de Clara López Obregón como alcaldesa encargada de Bogotá. 53


4. Dos de los peces cogidos recién llegados, En la cocina del gran Príncipe a dar, Por el mancillado los dos en el acto conocidos, Preso quien creía de muerte al primogénito dañar.

En esta estrofa, Nostradamus predijo la captura de Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. La «cocina del gran príncipe» es una alusión directa a Dioselina Tibaná, personaje del programa Quac que satirizó al entonces presidente Ernesto Samper Pizano. 5.

El gran mastín de la ciudad arrojado, Será contrito por la extraña alianza, Tras en los campos haber expulsado el ciervo, El lobo y el oso se desafiarán.

Nostradamus, valiéndose de alegorías animales, predijo el colapso del Polo Democrático Alternativo y la salida de Gustavo Petro del partido tras las investigaciones a Samuel Moreno como alcalde mayor de Bogotá. 6.

Nacido bajo las sombras y jornada nocturna, Será en reino y bondad soberana: Hará renacer su sangre de la antigua urna, Renovando siglo de oro para el bronce.

En este fragmento, Nostradamus predijo el paso de Juan Manuel Santos de los sótanos de la rotativa de El Tiempo a la alta política, y de allí a la presidencia dela república. Profetizó igualmente la naturaleza de su mandato (basado en las promesas aún no cumplidas de la prosperidad democrática), así como la amenaza de la locomotora minera. 7.

El Príncipe raro de piedad y clemencia, Vendrá a cambiar por muerte gran conocimiento, Por gran reposo el reino trabajado, Cuando el grande pronto será condenado.

Nostradamus vaticinó la llegada de Sergio Fajardo a la alcaldía de Medellín y la construcción de las bibliotecas parque en zonas marginadas de la ciudad, para luego ser acusado de haber negociado con Don Berna para que durante su mandato bajara el índice de homicidios. 8.

La mano más corta y su herida cicatrizada, Su gran vecino imitará los vestigios: Ocultos rencores civiles y debates Retrasarán a los bufones sus locuras.

En este texto, Nostradamus profetizó el atentado que sufrió Germán Vargas Lleras el 10 de octubre de 2005 y su posterior distanciamiento de Álvaro Uribe Vélez.

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9. De la ciudad marina y tributaria, La cabeza rapada tomará la satrapía: Expulsar sórdido que luego será contrario, Por catorce años se mantendrá la tiranía.

Nostradamus vio de esta manera el ascenso al poder de un personaje de gran impacto en Colombia: Hugo Chávez. También predijo que se raparía la cabeza durante su mandato. 10.

El año siguiente descubiertos por el diluvio, Dos jefes electos, el primero no resistirá De huir sombre a uno de ellos el refugio Saqueada caja que el primero mantendrá.

Fue tal el poder de anticipación de Nostradamus que en el siglo XVI predijo las devastadoras consecuencias del cambio climático en Colombia, al igual que el manejo un tanto turbio que se les ha dado a las ayudas humanitarias para las víctimas de la ola invernal. 11.

Falso exponer vendrá topografía, Serán las criptas de los monumentos abiertas: Pulular secta, santa filosofía, Por blancas, negra y por antiguas verdes.

Nostradamus también profetizó la debacle de Enrique Peñalosa Londoño y el entierro de tercera de su carrera política por aliarse con Álvaro Uribe Vélez y la facción del Partido Conservador que administra lentejas y moteles. Las «criptas de los monumentos abiertas» es una alusión a las despedazadas losas de la Caracas y la autopista Norte por donde transita Trasmilenio. 12.

En Germania nacerán diversas sectas, Acercándose mucho al feliz paganismo, El corazón cautivo y pequeña recaudación, Harán volver a pagar el verdadero diezmo.

Nostradamus predijo igualmente la creación de la Universidad de los Andes, ubicada en la antigua planta de la cervecería Germania. Nótese cómo el adivino también advirtió sobre el altísimo costo que tendrían las matrículas. 13.

El esplendor claro a doncella gozosa. No lucirá más, mucho tiempo, será sin sal Con mercaderes, rufianes, lobos odiosos, Todos mezclados monstruo universal.

De esta manera profetizó Nostradamus la presencia de la «diva» Amparo Grisales en el programa Yo me llamo, y de paso ofreció una contundente descripción de cómo iban a funcionar los canales privados de la televisión colombiana. 55


14. Hermanos y hermanas en diversos lugares atraídos, Se encontrarán pasando cerca del monarca: Contemplarán sus rasgos atentos, Deplorando ver las marcas en mentón, frente, nariz.

Nostradamus avizoró el asombro y la admiración que causó a los colombianos y a los seguidores del Tour de Francia el triunfo de Lucho Herrera el 18 de julio de 1985 cuando, portando la camiseta de rey de la montaña y con el rostro sangrando, cruzó triunfante la meta en St. Etienne. 15.

Sobre el combate grandes caballos ligeros, Se gritará al gran creciente confundido: De noche matar montes, hábitos de pastores, Abismos rojos en las fosas profundas.

Aunque un tanto desproporcionado en la descripción de la guachafita traqueta allí generada, Nostradamus vio la cabalgata de la pasada Feria de Cali. El verso final se refiere al descenso del equipo de fútbol América de Cali a la B, pocos días antes del comienzo de dicha feria. 16.

El primogénito Real sobre corcel caracoleante. Terminará por caer, tan rudamente correr, Cara, labios, pie en el estribo lamentándose, Arrastrado, sacado, horriblemente morir.

Nostradamus vaticinó el arrebato de furia que tuvo una yegua que se negó a dejarse montar de Álvaro Uribe Vélez y lo coceó, aunque debe señalarse, en aras de la verdad, que el episodio no terminó de la manera tan trágica en que la imaginó el vidente. 17.

Por fraude reina, fuerzas expoliar, La flota obsesa, pasajes al espía, Dos santos amigos se aliarán, Despertar odio largo tiempo latente.

Aunque su pésima redacción recuerda un tweet de Álvaro Uribe Vélez, en realidad es un texto muy críptico de Nostradamus en el cual predijo que Yidis y María del Pilar Hurtado estarían por ahí sueltas, que Luis Fernando Santos y Francisco Santos se amangualarían para cerrar la revista Cambio, que tarde o temprano se haría visible el odio que le tiene Álvaro Uribe a Juan Manuel Santos desde siempre y que... en fin... lo que en realidad predijo Nostradamus en esta cuarteta son los tweets de Álvaro Uribe Vélez (prueba reina de lo anterior, mide 137 caracteres con espacios). 18. Nostradamus predijo igualmente el incendio del edificio de Avianca, en Bogotá, acaecido el 23 de julio de 1973.

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entrepaño Carta encontrada en un archivador Estimado amigo: La diferencia de edades nunca ha sido obstáculo para nuestra amistad, que ya cumple ocho años de amenas charlas y discusiones no pocas veces acaloradas. O de encuentros como el que tuvimos la semana pasada en esa deliciosa cena que ofreció nuestro común amigo Juan Marcelo. No puedo más que darte la razón en los reclamos que me hiciste esa noche: hace ya cerca de cuatro meses me entregaste tu libro de cuentos para que te diera mi opinión, y hasta ahora no has tenido una respuesta de mi parte. Te presento excusas: leí en su momento tu manuscrito, hice anotaciones al margen, preparé un informe detallado de lectura para cuando nos encontráramos, pero nunca promoví ese encuentro porque nunca estuve satisfecho con mi trabajo. Por considerarte mi amigo sentí que te debía otro tipo de comentarios, distintos de los que hago para los concursos literarios a los que me invitan como jurado y para la editorial de la universidad, donde, como bien sabes, asesoro la colección literaria. Sentí que tenía otras cosas para decirte, y aquí estoy. Desde los tiempos en que asistías puntual a mi clase de introducción a la literatura intenté advertirte sobre lo tortuoso que podría ser el camino que habías escogido. En esos días te escuchaba la frase «quiero ser escritor», y la repetiste en la cena de la semana pasada un par de veces. Debo decir ahora que me preocupa un poco ese deseo, pero lo comprendo: se tiende a rodear la figura del escritor de una suerte de glamur, de realce, y por eso tantos jóvenes y adultos quieren ser escritores. Permíteme

*Nació en Medellín. Ha trabajado como editor en la revista El Malpensante y como jefe de redacción en la revista SoHo. Lee y edita manuscritos para editoriales y daba una clase de literatura de no ficción en la Universidad Javeriana. En la actualidad trabaja como editor y escritor independiente. Artículos suyos pueden leerse en Arcadia, El Malpensante, SoHo y Universo Centro. 58

Por

camilo jiménez*


decirte, estimado Alejandro, que hay una diferencia trascendental entre querer ser escritor y querer escribir. Estimo que quien va por buen camino pone el énfasis en la acción –escribir– y no en el resultado –ser escritor–. ¿A qué me refiero?, te preguntarás. Quien quiere escribir se obliga a permanecer recluido, solo, enfrentado a la palabra y a la tradición, a la duda, mientras quien quiere ser escritor se mostrará en cuanta vernissage literaria se programe. El trabajo de quien escribe es duro y regala pocas satisfacciones. Lo dijo mejor de lo que yo podría decirlo el editor norteamericano Lewis H. Lapham: «En el gueto de la vida literaria el dinero es poco, el alojamiento sencillo, el círculo de amistades necesariamente limitado (como el de un club canino o de motociclistas), la conversación paranoica, la gente casi nunca bella». Revisa tus prioridades, Alejandro. ¿Buscas el reconocimiento que procura poner en las tarjetas de los hoteles, frente a «Profesión», la categoría de «Escritor», o buscas trabajar pacientemente con las palabras durante años, recluido en tu casa con disciplina, para llegar a algo que se acerque al arte literario? Repasa en el fondo de tu pensamiento cuáles son tus ambiciones. Creo que, en últimas, ninguna vale más o menos que otra, la cuestión es tener claras las propias. En los relatos de tu libro noto que has leído a los autores canónicos del género: Poe, Chéjov, Maupassant, Borges, Cortázar, García Márquez, Onetti, Ribeyro, Rulfo... Conoces el género, y eso es importante. Parece un comentario dictado por Perogrullo, pero no: te sorprenderías con la cantidad de personas que quieren escribir poemas sin leer poemas, de novelistas que apenas han leído dos docenas de novelas en su vida, de cuentistas que no reconocen la prosa de Chéjov o una trama de Poe. Y cuando digo leer no estoy pensando en una tumbona o una hamaca, sino en un destornillador y una llave inglesa: quien quiere escribir instala a su lado un cuaderno de notas. Quien quiere escribir relee, repasa, pregunta, conecta, discute. Quien quiere ser escritor –y aquí insisto en la diferencia– se puede contentar con leer solapas y novelas de temporada. Noto asimismo que no eres muy afecto a leer poesía. La prosa que no está sostenida –podría decir: ani-

mada– por la poesía se reconoce a primera vista, y no es amor lo que despierta sino cansancio. Conoces la importancia que le concedo a la poesía porque estuviste en mi curso, y recordarás que iniciábamos cada sesión con la lectura de un poema y un par de comentarios al margen sobre el autor y la pieza. Quería con ello invitarlos a leer poesía, a conocerla. Veo que no atendiste esa señal. Mis actuales estudiantes tampoco: incluso escucho a algunos –de los que quieren ser escritores, como tú en esos tiempos– vanagloriarse de que no leen poesía. En justicia debo agregar que nunca oí salir de tu boca esa pamplina, simplemente eras indiferente al asunto. La lectura permanente de poesía, querido Alejandro, regala economía, mesura, oído. Anima a la asociación inteligente, al adjetivo inesperado. Quien lee poesía de manera frecuente termina por conocer el valor de cada palabra, pero todavía más: conoce la música que esa palabra produce cuando se combina con otras en armonía. La música se pega de manera inevitable, apreciado amigo. Oye la música de la poesía. Tener claro qué se quiere: si escribir o redactar, si escribir o ser escritor. Conocer y honrar la tradición: puedes quebrarla, moverla, intentar tumbarla –como veo que quieres hacer en algunos de tus relatos–, pero hay que conocerla. Hay que conocer a los maestros, reconocerlos, releerlos. Buscar la poesía, leerla mucho, leerla siempre. Esos tres, creo yo, mi querido Alejandro, son fundamentos irrenunciables si quieres prosperar con seriedad en ese oficio tan poco agradecido. Lo demás es negociable: que una frase vaya así o asá, que una palabra sobre o falte, que una coma pueda ponerse o quitarse, que el último párrafo quedaría mejor como primero, que un protagonista se desvanece y no debería: todo eso es modificable. Para ello te será de mucha ayuda contar con un lector quisquilloso, franco, atento, que te diga por dónde vas bien, que te señale las rugosidades de tus escritos. Me ofrezco a servirte de apoyo a partir del momento en que recibas esta misiva. Tu amigo siempre, Emiliano Ramón

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Galería

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Comunidad Matapí. Bocas del Mirití-Paraná. Amazonia colombiana.


rastros

Fotografías de Manuel Vázquez* *Economista y fotógrafo con maestría en Fotografía y Culturas Urbanas de la Universidad Goldsmiths en Londres. Ha sido seleccionado para exponer en el Festival de Hyeres 2012 en Francia, como uno de los Flash Forward Emerging Photographers en 2009, así como en el Bloomberg New Contemporaries en 2008 y en Generaciones 2007 de Caja Madrid. www.manuelv.net 61


Manuel Vázquez ha enfocado su trabajo fotográfico en la teatralidad de la vida en la ciudad y los espacios urbanos. Sus fotografías ubican al espectador como testigo de un «espectáculo», donde las imágenes son meticulosamente ensambladas con un fuerte componente narrativo.

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*La experiencia profesional de Carlos Duque se centra en tres áreas de la comunicación: creación publicitaria, diseño gráfico y desarrollo de imagen pública y política. A partir de 1996, Duque ha complementado su actividad laboral con la práctica de la fotografía, y el retrato es una de sus disciplinas preferidas. 63


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Vanity fair, 2011. 65


Suspense Una obra maestra del Por

Rafael Argullol*

*Barcelona, 1949. Escritor, filósofo, poeta, blogger y profesor de estética de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, donde dirige el Institut Universitari de Cultura. Es autor de veinticinco obras y ganó en 1993 el Premio Nadal por su primera novela, La razón del mal. En 2002, obtuvo el premio de ensayo del Fondo de Cultura Económica por Una educación sensorial. Escribe habitualmente en El País, de España.

El fin del mundo no debe ser un acontecimiento breve, un instante de destrucción universal que evite a los hombres la posibilidad de una torturante agonía. Un ocaso súbito no tendría ningún valor ejemplar ni permitiría ningún goce a quien lo concibe. Por el contrario, es el estricto sentido de la agonía lo que le da relevancia. El fin del mundo debe ser un crepúsculo lento, lentísimo, en el que puedan reconocerse de la manera más palpable las sucesivas heridas que mutilan el gran cuerpo antes de su corrupción definitiva. Juan, el artista de los profetas crepusculares, está en condiciones de seguir este principio hasta la más perfecta representación. Hay una calculada precisión matemática en su plan: tres círculos concéntricos de siete plagas arrastrarán a la humanidad hacia el vértice del torbellino. Siete sellos, siete trompetas, siete copas derramadas. Casi un mecanismo de relojería para determinar el tiempo fijado por el Destructor. Pero este tiempo no transcurre con igual intensidad pues el artista sabe que ello iría Perteneciente a la obra de Rafael Argullol El fin del mundo como obra de arte © 1991, 2007 by Rafael Argullol, © 2007 by Quaderns Crema, sau (Barcelona, Acantilado) 66


en detrimento de la emoción. El tiempo destructivo se intensifica gradualmente, como una tenaza cuya presión estrangulara con imperceptible regularidad. Sin embargo, también, en ocasiones, se amortigua o, incluso, se detiene. La apertura de los cuatro primeros sellos, con la irrupción de los correspondientes jinetes, persigue provocar un paulatino ambiente de angustia. La sombra del hambre y de la guerra se extiende sobre la tierra como el certero presagio del próximo final. Se trata sólo de una amenaza potencial, no efectiva, a pesar de que al cuarto jinete, la muerte que cabalga sobre el caballo bayo, se le otorga ya el poder de destruir a la cuarta parte de la humanidad. Es elocuente lo que ocurre con la rotura del quinto sello. Se esperaría una rápida marcha hacia el desenlace pero, en lugar de ello, con un hábil cambio de escena, el poeta prefiere mostrarnos el canto de odio de los santos que, desde el cielo, claman venganza, y su posterior consuelo, al saber que serán escuchados. Este canto ilumina el ritmo y la intención de los acontecimientos ulteriores pues tampoco la venganza puede, sin perder eficacia, desarrollarse abruptamente, sino a través de una aplicación bien meditada y dosificada. Se trata, como es obvio, de saborear la venganza. De ahí que, rasgado el sexto sello, no sea el hombre el directo damnificado. El objetivo es empujarlo al límite del terror sensorial mediante la límpida visión —es todavía visión— del cataclismo. Huyendo de ella, huyendo del sol entenebrecido y de la luna ensangrentada, deberá refugiarse en la ceguera de las grutas. Cercenados los sentidos, la indefensión resulta ya absoluta. No parece necesario retrasar el Gran Día de la Ira. Pero el gran maestro del suspense lo hace. Con el séptimo sello todo se detiene. Durante una pausa de suprema incertidumbre reinan el silencio y la quietud mientras, en un macabro contraste, es puesto a salvaguarda el pueblo elegido. Quizá durante ese mismo período, los castigados, los acorralados, abrigan la esperanza de la clemencia. Nada más equivocado. De pronto, la visión maldita que les ha arrojado a las cavernas se convierte en música maldita. Siete ángeles hacen sonar sus siete trompetas, dando paso a un nuevo ciclo de horror que se distingue del anterior por cuanto ya no es fundamentalmente psicológico, sino que conlleva una destructividad física. Devastada

por completo una tercera parte de la naturaleza tras el sonido de las cuatro primeras trompetas, el poeta nos prepara para un importante crescendo. El triple lamento de un águila que cruza el firmamento anuncia el contenido funesto de los tres sones que aún faltan. Y, efectivamente, los hechos se precipitan en un grave recrudecimiento del terror que nos es presentado como un espectacular ejercicio de imaginación poética. Quizá en ningún lugar del libro hay tanta delectación, tanta autosatisfacción de poeta, como en el paisaje de tortura esparcido por el quinto solista del cielo, cuando el Ángel del Abismo, conduciendo su ejército monstruoso, atormenta a los hombres por espacio de cinco meses, sin intención de matar, sino de sembrar, en el terreno abonado de una humanidad impotente, la semilla de la desesperación. La impresión conseguida por esta escena es tan espeluznante que apenas nos afecta la muerte súbita de una tercera parte de los hombres en la escena siguiente. La tortura es más poderosa que la muerte y Juan, consciente de ello, impone una nueva pausa. Con el sonido de la séptima trompeta se dará cumplimiento al fin del mundo. Pero tras tanto horror acumulado se corre el riesgo de una cierta dilución de la carga dramática. Por eso, ahora el universo debe escuchar un solo prolongado, cada vez más estridente, cada vez más vivace, que se mantenga hasta que las siete copas llenas de la ira de Dios sean derramadas sobre la tierra para alcanzar la consumación definitiva del tiempo. El último movimiento del Apocalipsis debe ser el más grave y, asimismo, el más satisfactorio. No es de extrañar, pues, que en este ciclo final se dé oportunidad a santos y elegidos para que participen directamente en la persecución y muerte de sus enemigos. A cada grito de dolor en la tierra le corresponde una exclamación de júbilo en el cielo. A pesar de todo, ello no es suficiente para dar satisfacción a tanta capacidad de odio y a tanto anhelo de venganza. La guerra, la victoria y el saqueo son las últimas y vibrantes notas de un allegro que llega al paroxismo entre el escalofriante sufrimiento de los condenados y la regocijada saña de sus verdugos. El final es feliz: exterminada la humanidad, y con ella el mundo, la nueva Jerusalén resplandece en la bonanza imperturbable de la vida eterna. 67


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y el corazón de las tinieblas Por

sandro romero rey*

*Cali, 1959. Escritor y director de teatro, con amplia experiencia tanto en la realización para cine, radio y televisión, como en el periodismo cultural. Ha dirigido, entre otros, los montajes de las obras Pharmakon y A solas. Entre sus libros recientes se destacan Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego,Clock Around the Rock y El miedo a la oscuridad.

Caligrafías Mi papá, don Daniel Romero Lozano, pintor y pedagogo, fue profesor de Óscar Muñoz en la Escuela de Artes Plásticas de Bellas Artes, en Cali. Eran tiempos violentos, tiempos de tropel. Mi papá quería mucho a Óscar, porque le encantaban los estudiantes que llevaban la contraria y que dibujaban bien. Y Óscar cumplía de sobra con los requisitos. Era yo un niño aún, pero recuerdo al alumno de don Daniel como un joven de largos cabellos (¡cómo me han gustado siempre los largos cabellos!), buenmocísimo, que enloquecía a las estudiantes de ballet mientras observaba con recelo a los profesores de dibujo publicitario. Miro el catálogo de la exposición de Óscar Muñoz 2012 en el Museo de Arte del Banco de la República, denominada Protografías. En el curriculum vitae (que los pesimistas suelen llamar articulo mortis) del artista se cita su primera exposición. Se llamaba «Dibujos red morbosos» y data de 1971. Yo tenía doce años y recuerdo como si fuera ayer la exposición de Muñoz. Fue en Ciudad Solar, en la calle sexta del centro de Cali. Y la recuerdo porque, a los doce años, ver dibujos al carbón de figuras a las que se les podía levantar una faldita real para apreciar su sexo al desnudo se convertía en materia de fascinación. El estudiante Muñoz era un provocador. Y coincidió en el mismo espacio con una generación de provocadores profesionales donde se combinaban el fotógrafo 69


Hernando Guerrero con el curador y crítico de arte Miguel González, el escritor Andrés Caicedo con los realizadores Luis Ospina y Carlos Mayolo, entre tantos otros. Este brote de entusiasmo creador, de inteligencia juvenil, ya forma parte de la leyenda. Allí estaba Óscar Muñoz, quien luego se asociaría (por generación, por complicidad, por afinidades elegidas) con otros artistas plásticos locales, como Pedro Alcántara, Maripaz Jaramillo, Ever Astudillo o Fernell Franco. Los festivales de arte de la ciudad cerraban su primera etapa y Cali se preparaba para su primer desastre, después de los Juegos Panamericanos, fustigados desde afuera en el documental Oiga vea, gestado en las entrañas mismas de Ciudad Solar. Yo crecí y pronto me volví más viejo que Óscar Muñoz. Él seguía siendo muy pinta y sabio, siempre rodeado de las mujeres más lindas de la ciudad, silenciosas, segurísimas, cinéfilas y dubitativas. Y siempre me impresionaba, en la medida en que iba creciendo su obra, cómo podía captar no sólo la realidad en sus dibujos con una precisión infatigable, sino que, al mismo tiempo, se encargaba de inventarle su misterio. De aquellos primeros tiempos es un dibujo inspirado en la célebre imagen de Los malditos, de Luchino Visconti, en la que un grupo de nazis canta sus victorias, regados por el piso de su propia decadencia. Muñoz, en un gesto muy de la época, hizo un dibujo de fidelidad fotográfica, pero con una pequeña trampa: el nazi del centro del encuadre (sí, del encuadre) era ahora el dictador Augusto Pinochet, quien acababa de tomarse a sangre y fuego el Palacio de la Moneda chileno. El fotógrafo Eduardo Carvajal inmortalizaría el proceso en 16 mm, en una época en la que captar imágenes en movimiento, con una cámara, se convertía en un triunfo de privilegiados. Pocos saben dónde reposan esos fotogramas gozosos. Los años han pasado y el mundo ha llegado al 2012. La obra de Óscar Muñoz ha ido trascendiendo en estas cuatro décadas y es ahora una catedral de múltiples puertas. Así lo comprobamos en su contundente exposición retrospectiva, que cuenta con la laboriosa curaduría de José Roca y María Wills. He ido a verla, poco tiempo después de constatar la evidencia del final del mundo. Bogotá parece un campo de batalla, los seres humanos no cabemos en las calles, los autos ya no pueden avanzar por las vías estrechas. Hemos llegado 70

al futuro. La exposición es un oasis de magnificencia en una ciudad donde todo está a punto de acabarse. Y, sin quererlo, la obra de Óscar da cuenta de ello.

apoCALIpsis now La tarde en que se inauguraba la exposición de Óscar en Bogotá amenazaba lluvia. Fui desde muy temprano, poco antes de la hora pico y no me dejaron entrar. Esperé. De pronto, un Óscar Muñoz del nuevo milenio apareció frente a mí. Lo saludé con la cálida timidez con la que nos saludamos siempre, nos miramos a los ojos, reprobando el aguacero del tiempo, y cada uno siguió su camino. Vi la exposición de un solo flechazo y he regresado dos veces más, como resistiéndome a que mi memoria fuese tan efímera. Esa tarde, hui por las calles intransitables del barrio La Candelaria y recibí una llamada. Mi ángel de la guarda me había conseguido una copia (original, no vaya a usted creer) del documental titulado Hearts of darkness, filmado por Fax Bahr y el desaparecido George Hickenlooper sobre el rodaje de Apocalypse now, de Francis Ford Coppola. Yo había visto esa pequeña joya la primera vez que fui a Cannes, en 1991, y siempre había querido compartirla con amigos y enemigos. La copia era una versión del nuevo milenio. Con el documental, un bonus track de una hora titulado Coda: thirty years later, de Eleanor Coppola, acerca de la filmación de Youth without youth en Rumania, a partir de un texto de Mircea Eliade. De nuevo, el tiempo que se va. La juventud sin juventud. Y en la juventud vimos Apocalypse now en Cali, el año del suicidio de Andrés Caicedo. Óscar Muñoz se paseaba por la ciudad en su jeep descapotado y coincidíamos siempre en la Cinemateca del Museo de Arte Moderno La Tertulia. Cuando Cali comenzó a destruirse, hui de sus fronteras y me refugié en otros brazos. Justamente, nuestro amigo Luis Ospina dio cuenta de la destrucción de Cali en extraordinarios documentales. En uno de ellos, llamado Adiós a Cali, Óscar Muñoz opinaba sobre el asunto. Porque para él, cine es parte de su trabajo, de su memoria. Al igual que la memoria del que esto escribe. Óscar forma parte del cine caleño como paisaje, como conciencia, como soporte. Allí está, a su vez, en el documental que su tocayo Óscar Campo


realizó sobre su trabajo, el cual serviría como punto de partida para el citado Luis Ospina en el capítulo Ojo vivo, de su fresco titulado Cali: ayer, hoy y mañana. Sí. El cine y Óscar Muñoz siempre se cruzan. Y la destrucción. Y, por qué no, el apocalipsis. Todo se junta. En mi novela El miedo a la oscuridad hay un capítulo que se llama así, «Apocalipsis». Y ahora, el documental sobre la filmación de la película de Coppola se ha atravesado en mi camino como un signo, como una clave de mis propias sombras. En él, a partir de las imágenes grabadas por Eleanor Coppola durante la aventura del rodaje en Filipinas, uno tiene la contemplación de un deicidio en acción. En la Coda, vemos la venganza de Dios: juventud sin juventud, Coppola jugando con Mircea Eliade y las manecillas invertidas del reloj, la vida que concluye, el salto de un Vietnam con música de Wagner a un Bucarest de sueños reposados. Al llegar a casa, volví a ver Hearts of darkness. De Óscar Muñoz, volví al cine. Y pronto pasé del misterio de Óscar a la locura de Francis. Porque sí, en el filme todos estaban locos: empezando por el mismo Coppola, peleando contra el destino. Y, cómo no, Marlon Brando con su cabeza pelada, Dennis Hopper tomando fotografías lisérgicas, Robert Duvall enamorado del olor del napalm, Ferdinand Marcos alquilando los helicópteros que necesitaba para combatir a la guerrilla. El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, que antaño añorase Orson Welles (otro rey de los sueños imposibles) para inaugurar su carrera cinematográfica, era ahora un monumento al despropósito en el que su creador le apostó a fondo y logró sacar sus huesos al otro lado del pantano, con terquedad, histeria, obstinación y caos. Pero el mundo no se acabó con el apocalipsis de Coppola. Al contrario, en Cali vimos su película, mientras se destruía la ciudad de nuestra infancia, como un punto de partida, como el génesis, como si en la guerra de la cinta naciese el arte, mientras en las guerras de la vida poco a poco nos perdíamos todos. Así sucede en la obra de Óscar Muñoz: el apocalipsis de Cali, sus guerras internas, se voltean en su obra, en sus fotos del puente Ortiz, en sus inquilinatos, en sus videos que se desvanecen, en sus autorretratos hechos con cenizas, en sus panorámicas de nuestra ciudad, que nosotros, los visitantes, pisamos y observamos desde arriba, desde el punto de vista de Dios.

Chelos de metal Enciendo la radio. El mes de enero de 2012 concluye. El fin del mundo, al parecer, es inminente. Un locutor entusiasta anuncia el regreso del cuarteto finlandés (sí, de Fin/landia) Apocalyptica a Colombia. Esta vez estará en el teatro Metropol, al frente de la Biblioteca Nacional. La banda ya había visitado Rock al Parque, cuando por fin pudimos tener en cuerpo presente a estos tres violonchelistas egresados del Conservatorio de Helsinki, acompañados por un baterista que apoya el trueno del metal. Y confunde Metallica con Grieg, Sepultura con Pablo Casals, la agitación con los salmos. ¿Sería una nueva señal? ¿De qué? ¿Del último libro del Nuevo Testamento? El mundo se acabó desde hace mucho rato. En la exposición de Óscar Muñoz me había cortado la coleta y estaba esperando la hora en que sonasen las trompetas de Dios para mi rendición de cuentas. Pero no, no sonaron trompetas. Los ángeles no bajaron del cielo. Sonaron violonchelos. Escondí entonces mis canas precoces y me fui al centro de Bogotá, un domingo en la noche, cuando las extrañas alimañas del fin del mundo salen a pasear y a hacer florecer los basureros. El heavy metal siempre me ha producido una mezcla de curiosidad y de tristeza. Ahora bien, eso que se llama el metal sinfónico ayuda a mezclar sin mayores sobresaltos las peras con las manzanas, el génesis con el apocalipsis, a Óscar Muñoz con el corazón de las tinieblas. Así que, ante el acoso de los tiempos que corren, decidí ponerle vuelo a mi curiosidad y escondí los impulsos suicidas del séptimo día en el concierto de Apocalyptica. El tour tiene un nombre emblemático: séptima sinfonía. No, no se refiere ni a Beethoven ni a Mahler. Se refiere al séptimo álbum de estudio de la banda, con el que se han lanzado a reconquistar su público en las antípodas de Finlandia. Y hasta Bogotá han llegado. Son muy fieles los fans de Apocalyptica. En la oscuridad de una vieja sala de cine, donde antaño vimos grandes filmes (¿se presentaría aquí alguna vez Apocalypse now?), los mudos asistentes al concierto reciben con cálidos gritos guturales a los cuatro finlandeses. Las luces se apagan de un latigazo y los músicos arrancan con On the rooftop with Quasimodo, del nuevo álbum. Algo me dice que el fin de los tiempos se acerca: un dolor de cabeza insoportable no me deja concentrar. Pero los pelos do71


rados de Eicca Toppinen no me permiten quejarme. Rápidamente, atacan con 2010, del mismo álbum. El teatro Metropol brilla sin miedo, con los músicos de Apocalyptica en fila, de pie, tocando sus chelos como si practicasen una sesión de alta cirugía, Perttu Kivilaakso tan parecido a Nuestro Señor Jesucristo y Paavo Löttjönen como tropelero del barrio obrero, fiel a sus bajos y a su constelación de pedales. Siguieron con Grace y luego con su ya mítica versión de Masters of puppets. Nuevos gritos. Los asistentes, como los primates de 2001: odisea del espacio, ovacionábamos a los héroes de nuestro apocalipsis ahora y no vencimos los quejidos en el momento en el que apareció el vocalista Tipe Johnson para apoyar en I’m not Jesus y Not strong enough, y luego, tras la avalancha de alaridos, hizo mutis. El primer clímax del concierto vino con Quutamo, luz de la luna en las tinieblas de mi cerebro. Acto seguido, así usted no lo crea, confundido lector, vino el silencio. Nadie volvió a musitar una palabra, ni un grito, ni un respiro. El apóstol Perttu Kivilaakso se sentó en el aire e interpretó en su chelo un solo de varios minutos, conocido universalmente como Psalm 1. Alguien intentó hablar por su celular. Todos a una lo chitaron y le aplastaron el teléfono contra el piso de cemento. Nadie podía moverse, mientras las cuerdas de acero eran rasgadas por las cerdas delicadas de un viaje sin alas. Después, regresó la agitación. Los gritos, los covers, los lugares conocidos. Diez temas más me golpearon la cabeza, que se volvió plastilina. En el último bis, salí corriendo. Me perdí por las calles siniestras del domingo bogotano. Atravesé la calle 19, la noche colonial, el pasado inerme. Al llegar a la entrada del Museo de Arte del Banco de la República, le pedí, le supliqué al portero que me dejara entrar. Me amenazó con llamar a la policía. Le dije que yo formaba parte de la exposición de Óscar Muñoz, que desde hacía rato debería ser uno de sus narcisos silentes. El portero apagó la luz y se alejó por el camino del foro. Me senté en el andén y esperé a que me pidieran la primera limosna. En ese momento entendí que el corazón de las tinieblas estaba aquí, muy adentro, en un pasado veloz que ya no existe y en un futuro que se acabó hace tiempo. La vida arde, mientras se disuelven las fotos en el agua. Bogotá, 2012 72


LA QUIEBRA NO ES EL LiMITE

Por

Carol Ann Figueroa*

*Estudió Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de la Sabana y Cine con énfasis en escritura de guiones en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba). Guionista y coproductora de la película 16memorias y ganadora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por su crónica «Una cretina llamada Elisa», es colaboradora de las revistas Número y Kinetoscopio.

o primero que habrá que decir es que el día en que el apocalipsis financiero se extienda sobre la Tierra como una estela de pánico y desconcierto, nada, absolutamente nada, se romperá o moverá de su sitio.

Ningún cometa desorbitado atravesará el cielo amenazando con destruir cuanto se interponga en su camino, ni escucharemos decir que su impacto contra el océano ha producido un tsunami. La estatua de la Libertad conservará intacta su antorcha 73


y ninguna autopista se abrirá en dos para tragarse cientos de automóviles repletos de familias desesperadas por dejar la ciudad. No dejaremos nuestra casa en medio de un terremoto, ni veremos la erupción de un volcán o la llegada de un huracán, ni siquiera una tormenta. La banca se desplomará, pero su edificio quedará intacto. Lo segundo que conviene anotar es que durará más de un día y, de hecho, ya comenzó. Las estructuras económicas que mostraron fisuras a lo largo de la crisis norteamericana en el 2008 son las mismas que se agrietaron en la eurozona durante el 2011 y las que podrían colapsar en el 2012. Su desplome definitivo podría tardar unos veinte años, de acuerdo con el científico y analista económico Christopher Martenson. Según su descripción de lo que nos espera, no sucederá nada que no haya ocurrido antes, excepto porque la velocidad con que se presentarán los acontecimientos superará de lejos nuestra capacidad de respuesta. La bolsa entrará en pánico, los bancos quebrarán, las empresas recortarán salarios y harán despidos masivos; las monedas perderán valor hasta amenazar con desaparecer, los productos de consumo básico se encarecerán y las calles serán invadidas por desempleados que, con el tiempo, se convertirán en manifestantes. Estaremos rodeados por una catástrofe casi invisible y el sistema económico, que creíamos entender, nos resultará ajeno. No sabremos cómo funciona el colapso que vivimos, cuál es su origen y hasta dónde llegará, por lo que desearemos que todo fuera tan «simple» como enfrentar un terremoto, pues así al menos se sabe que esquivar lo que cae puede salvarnos la vida. En el caso del apocalipsis financiero, de nada servirá correr. Entre tanto, en un intento por reivindicar el instinto de conservación, podemos hacer un simulacro que, dada la proximidad de los hechos, quizás no tenga tanto de simulación como quisiéramos. Estados Unidos, Grecia, España, Italia y Portugal, entre muchos otros países cuya millonaria producción anual es bastante menor que su billonaria deuda, tendrán cada vez más problemas para pagar sus intereses, y China, Francia, Gran Bretaña y Alemania, entre otras naciones que compraron sus deudas para ganar dine74

ro con los intereses, notarán un importante déficit en sus economías cuando este dinero deje de llegar. Para corregir el rumbo, aplicarán medidas que les permitan recolectar dinero: serán más estrictos con sus deudores en el exterior y echarán mano de los impuestos que pagan sus ciudadanos, volviéndose más exigentes con el cobro y quizás creando uno que otro gravamen. Dado el monumental tamaño del problema, nada se solucionará pellizcando los bolsillos de la población, y ésta, por el contrario, resultará empobrecida. Un remezón imperceptible, de esos que sólo sienten los entendidos en el tema, alertará al sistema, y tanto los gobiernos como sus industrias y sus ciudadanos reaccionarán instintivamente, como lo han hecho desde el día en que se inventó el crédito, es decir, hace más de trescientos años: cancelarán deudas viejas adquiriendo deudas nuevas y prometerán pagar más intereses. El ciudadano común pagará con su tarjeta de crédito las cuotas de la deuda adquirida para comprar su auto; la industria pedirá un crédito al banco para pagarle a otro banco la deuda que asumió para comprar maquinaria, y el gobierno emitirá bonos de deuda para que otros bancos, otras industrias y otros gobiernos los compren. Pero sucederá lo que ya está pasando: los compradores no sólo se han enterado de lo riesgoso que podría ser invertir en esos bonos, sino que además están buscando quién compre los suyos. Una serpiente que se muerde la cola empezará a girar, y los catorce trillones de dólares que Estados Unidos debe en la actualidad seguirán creciendo al compás de los intereses, del mismo modo en que lo harán el trillón que debe España, el trillón que debe Italia, los 365 billones que debe Grecia, los 865 billones que debe Irlanda, y así sucesivamente hasta juntar una cantidad de dinero cuyo equivalente físico en billetes de cien dólares, apiñados uno detrás de otro, sería tan largo como una autopista de más de quince mil kilómetros. Por fortuna —o por desgracia—, tal autopista no existe, ya que al ser su materia prima un cúmulo de dinero que sus dueños no tienen, está hecha de dinero que no existe, y sin embargo es sobre ésta que avanza la cotidianidad financiera del ciudadano común, quien tras empobrecerse con nuevos impuestos, deudas e intereses, tendrá que elegir entre pagar los gastos de su presente (alimentación, salud, movilidad) o los de su futuro (casa, carro, viajes).


Como lo más seguro es que opte por lo primero, dejará de pagar sus cuotas al banco y ayudará a crear otra serpiente perfecta, o —guardando las proporciones— un gusano: dado que el banco usa el dinero que pagan sus deudores no sólo para volver a prestarlo, sino para respaldar los depósitos que reposan en sus cuentas, el día en que muchos ciudadanos dejen de pagar los depósitos comenzarán a desvanecerse y el ciudadano, además de empobrecido y endeudado, perderá sus ahorros. El banco intentará salvarse pidiéndole dinero a otro banco, pero es probable que su banco amigo se encuentre en la misma situación. Un estruendo notable, de esos que cada tanto escuchamos en las noticias, anunciará la quiebra de los bancos, seguida de la de algunos inversionistas y una que otra empresa. Llegarán los recortes de salario y los despidos masivos; abundarán las casas y los locales abandonados, habrá menos dinero circulando, y mientras salimos a protestar, desearemos que la tierra se abra y nos trague, pero no será tan sencillo. En razón de que el dinero es la sangre que mantiene activo el sistema, el Estado no podrá permitir que éste deje de circular, pero como sabe que su descontrolado endeudamiento lo ha desangrado y que nadie tiene reservas para una transfusión, instintivamente hará lo mismo que ha hecho desde que se creó la Reserva Federal, es decir, hace noventa y nueve años: fabricará dinero de la nada, aprovechando que éste, a diferencia de la sangre, sí se puede inventar. Millones aparecerán mágicamente en las bóvedas de los bancos, y el ciudadano común recuperará sus ahorros, quizás sin saber que los había perdido. Se endeudará otra vez, asumirá nuevos intereses y hará que el dinero vuelva a circular. El remedio será aumentar la misma enfermedad, puesto que generar deuda para multiplicar el dinero es el método que ha mantenido vivo nuestro sistema, y aunque en palabras del economista John Galbraith se trata de «un método tan simple que repele la inteligencia», es el omnipresente método que nos rige, y que no contempla un hecho tan obvio como que en un mundo finito nada puede multiplicarse infinitamente sin producir saturación o, en términos económicos, inflación. Con más dinero circulando libremente, cada billete valdrá menos y alcanzará para comprar menos cosas. El ciudadano que en lugar de endeudarse para garantizar

su futuro optó por cubrir su presente descubrirá que no puede hacerlo, pues su dinero no vale lo que valía el día en que lo depositó en el banco. En el caso de los dólares creados por la Reserva Federal para inyectar vitalidad al sistema, éstos repartirán por el mundo el virus de la inflación, tal como lo han hecho desde 1944, cuando se estableció que el dólar sería la principal moneda de reserva, es decir, la más utilizada para fijar precios de productos transados en el ámbito internacional. Todas las transacciones y reservas sujetas al dólar en el planeta automáticamente valdrán menos, y los gobiernos y sus industrias, al igual que sus ciudadanos, perderán mucho dinero, engrosando las serpientes que ya hemos descrito, las cuales envolverán a la Tierra cada vez más rápido. Nuevas quiebras y nuevos despidos se sucederán, y el crecimiento de los índices de desempleo será más veloz que la capacidad de respuesta del Estado. Los entendidos en la materia estarán tentados a gritar «¡recesión!», pero tras analizar el tema se darán cuenta de que deben gritar «¡estanflación!», término acuñado en 1965 por el ministro de Finanzas británico Ian McLeod para describir la crítica unión de dos males: monedas sin valor y actividad económica estancada. El término, utilizado también en el 2007 por el exdirector de la Reserva Federal, Alan Greenspan, durante el boom de las hipotecas en Estados Unidos, ahora se usa para describir lo que podría pasar con la eurozona en los próximos meses. Nada realmente nuevo está ocurriendo, pero serán muchos los que no sabrán qué hacer cuando deban aprender a pronunciar «estanflación» en distintos idiomas, y las monedas más fuertes del planeta amenacen con desaparecer, del mismo modo en que lo hicieron más de 3.800 monedas a lo largo de la historia. El futuro que compramos con deudas habrá alcanzado al presente y nos preguntaremos cómo no entendimos a tiempo que si nuestras ganancias de hoy eran inferiores a los gastos que prometimos pagar mañana, un irrefutable límite matemático estaba esperando el momento de estallarnos en la cara. Nada habrá cambiado sustancialmente. Con suerte, habitaremos una casa cuyos ladrillos estén intactos y tendremos algunos billetes en el bolsillo. Pese a lucir iguales, habrán regresado a su valor intrínseco, es decir, cero. 75


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por Catalina Ruiz navarro* Ilustración de Madame Guignol *Columnista del periódico El Espectador, directora y fundadora de la revista Hoja Blanca (HojaBlanca.net), Asociada de Comunicaciones de Women’s Link Worldwide. Dicta la cátedra de periodismo de opinión en la Facultad de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana y es miembro del consejo editorial de la revista Número. Filósofa y artista visual con énfasis en artes visuales de la Universidad Javeriana y maestra en Literatura de la Universidad de los Andes.

El fin del mundo suele imaginarse como una catástrofe externa, una tragedia apocalíptica, como ese día en que por fin la naturaleza nos traga y tal vez alguien nos juzga. Pero hay una forma, más discreta tal vez, más íntima de acabar con el mundo. Acabarlo desde adentro, con las manos al volante, en oposición al destino y a la merced de la tragedia: el suicidio. El mundo para Walter Benjamin acabó en un cuarto de hotel de Portbou (España), en 1940. Había escapado de Berlín en 1933, pero Francia firmó un armisticio en 1940 con el Tercer Reich y los refugiados, especialmente los judíos que venían de Alemania, estaban ahora en peligro de muerte. Benjamin trató de escapar en un carguero hacia Ceilán, pero lo descubrieron. Después se fue por los Pirineos hacia España, con la esperanza de que su visa americana le permitiera reunirse con Theodor Adorno y Max Horkheimer, que habían restablecido la escuela de Frankfurt en Estados Unidos. Pero en España el dueño del hotel lo traicionó y, temiendo que lo entregara a los nazis por intermedio de los franceses, Benjamin se quitó la vida con una sobredosis de morfina. Benjamin culmina su propuesta de hombre moderno con el símbolo del suicidio1. Para Benjamin, el héroe es el verdadero sujeto de la modernidad, lo cual significa que para vivir lo moderno se precisa una construcción heroica. Una «voluntad heroica» es aquella que no le concede nada a una actitud que le 1. En Poesía y capitalismo, un texto que forma parte de un proyecto de historia crítica de la cultura del siglo xix, Benjamin plantea una construcción del hombre moderno a partir de la figura de Baudelaire. El texto es más conocido por la figura del flaneur, un meme inevitable en la teoría contemporánea.

es hostil, y en esa medida, para Benjamin, el suicidio no es una renuncia sino pasión heroica, la conquista moderna del individuo sobre el mundo. En sus apuntes, Baudelaire cuenta que hacia mediados del siglo xix se hizo habitual entre los trabajadores franceses la representación de suicidios, un tema que encontró un prolífico nicho en el arte y la literatura. «Había alborotos por las copias de una litografía que representaba a un obrero inglés que, desesperado por no poder ganarse el pan, se quita la vida. Incluso un obrero llega a entrar en la casa de Eugène Sue y se ahorca en ella; tiene en la mano una nota: “He pensado que me sería más fácil morir bajo el techo del hombre que hace algo por nosotros y que nos ama”». «La mujer alcanza la perfección / su cuerpo muerto / porta la sonrisa del deber cumplido», dice Sylvia Plath, «pero esperaría hasta el último instante. No quería morir. Vivir era bueno. El sol, cálido. ¿Sólo eres humano?», dice Septimus W. Smith sentado en el alféizar de una ventana londinense soñada por Virginia Woolf, antes de botarse al pavimento. «¡Amargo conductor, piloto ciego, áspero guía, lanza de una vez contra las duras rocas tu navío que ya estaba cansado de los mares!», exclama Romeo antes de tomarse el veneno y morir «con un beso». El suicidio forma parte de la tradición narrativa de Occidente porque, como descendientes de la modernidad, pensamos con frecuencia en nuestra muerte. Pensamos en quién irá al funeral, quién nos endiosará un poco por la ausencia forzada, y una serie de 77


vanidades que muertos no tendrían sentido y que son más bien una reafirmación medio ingenua de nuestra importancia en el mundo. Y pensamos también en el suicidio. Aun si no lo consideramos seriamente, tiene un espacio reservado en nuestra imaginación. Pensamos en el cómo, una metodología particular que reafirmará en nuestro carácter el último y más definitivo grito de individualidad. Pensamos en el suicidio en forma manipuladora, como si muertos nos sirviera de algo que a alguien le doliera nuestra ausencia. La nota del suicida se empeña, prepotente, en tener la última palabra, un texto que se rebela contra «lo que está escrito». Estas fantasías pueden plantearse únicamente desde la modernidad. Cada hombre o mujer que piensa en el suicidio, así lo contemple sólo como un capricho de su mente, presume que su voluntad es más fuerte incluso que su impulso vital, y eso lo hace moderno. Suicidarse o, mejor dicho, la idea del suicidio es, paradójicamente, la posibilidad de apropiarse de sí mismo, acabando consigo mismo. La última conquista del individuo. El acto de autonomía máximo: cuando la acción y su efecto se originan y recaen en la misma persona. Somos modernos porque, al igual que Benjamin y Baudelaire, cada uno de nosotros puede pensarse como el origen de su muerte. Benjamin se encontró en ese hotel de Portbou con la inminencia de la muerte y con tres caminos para elegir: morir en un campo de concentración, morir asesinado en el hotel o suicidarse. Era un enfrentamiento a tres versiones de sí mismo, y en dos de ellas su yo se encontraba derrotado y a merced de otros. De las tres posibilidades, la única que podía redimirlo era el suicidio. Implicaba un cierto heroísmo, por la victoria frente a un mundo impuesto, y un cierto hedonismo, por la morfina. De ambos, Baudelaire habría estado orgulloso. Con su suicidio, o tal vez incluso con que el suicidio sea la versión oficial de su muerte2, Benjamin se convierte en ese hombre que esbozaba en sus textos, el hombre moderno, ese que tiene el don de la voluntad, quien se piensa como alguien que puede construir su mundo alrededor y que puede escoger su destino, que no depende de los caprichos de los dioses. 2. Hoy en día su suicidio se mira con suspicacia. El periodista Stephen Schwartz publicó en el 2001 La misteriosa muerte de Walter Benjamin, libro en el que afirma que fue asesinado por agentes soviéticos que se había ganado de enemigos por su crítica al marxismo. Tal vez Benjamin preferiría la versión del suicidio, la más vitalista de todas sus posibles muertes.

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20 de mayo de 1928 Ahora es invulnerable como los dioses. Nada en la tierra puede herirlo, ni el desamor de una mujer, ni la tisis, ni las ansiedades del verso, ni esa cosa blanca, la luna, que ya no tiene que fijar en palabras. Camina lentamente bajo los tilos; mira las balaustradas y las puertas, no para recordarlas. Ya sabe cuántas noches y cuántas mañanas le faltan. Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. Hará determinados actos, cruzará previstas esquinas, tocará un árbol o una reja, para que el porvenir sea tan irrevocable como el pasado. Obra de esa manera para que el hecho que desea y que teme no sea otra cosa que el término final de una serie. Camina por la calle 49; piensa que nunca atravesará tal o cual zaguán lateral. Sin que lo sospecharan, se ha despedido ya de muchos amigos. Piensa lo que nunca sabrá, si el día siguiente será un día de lluvia. Se cruza con un conocido y le hace una broma. Sabe que este episodio será, durante algún tiempo, una anécdota. Ahora es invulnerable como los muertos. En la hora fijada, subirá por unos escalones de mármol (esto perdurará en la memoria de otros). Bajará al lavatorio; en el piso ajedrezado el agua borrará muy pronto la sangre. El espejo lo aguarda. Se alisará el pelo, se ajustará el nudo de la corbata (siempre fue un poco dandi, como cuadra a un joven poeta) y tratará de imaginar que el otro, el del cristal, ejecuta los actos y que él, su doble, los repite. No le temblará la mano cuando ocurra el último. Dócilmente, mágicamente, ya habrá apoyado el arma contra la sien. Así, lo creo, sucedieron las cosas. Jorge Luis Borges


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El ed茅n despreciado, detalle. Instalaci贸n. 2011.


En cuerpo herido Por

PIEDAD BONNETT*

A propósito de la retrospectiva: «El Edén despreciado», de la artista colombo-española Natalia Granada. Museo Universitario del Chopo. México,d.f, 2012.

Curva Todo cuanto hace madurar la pera… W.C. Williams Algo persistente y callado -algo que contemplamos con un viejo estuporse expande desde el hueso y en el hueso, fosforesce en la entraña, hace brillar la carne, en los labios revienta como un brote nocturno, va lento hacia la piel y en el temblor del vello se vuelve luz. El ser ahonda entonces su condición primera, toca fondo y se alza como un náufrago que desde su pedazo de tierra llama y llama listo para el amor para el deseo, para empezar, de a pocos, a podrirse. Piedad Bonnett De Explicaciones no pedidas (2011)

*Poeta, novelista y dramaturga. Ganó el XI Premio Casa de América de Poesía Americana por su obra Explicaciones no pedidas.

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Cave Canem, detalle, instalaci贸n. 2011.

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FALTA Texto simulado,

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Belona y Nemesis,instalación. 2011.

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n cuerpo femenino colgado de los tobillos, con las muñecas atadas a cadenas que ciñen el cuello de perros amenazantes; un ángel vengador a cuyos pies yacen la cabeza de un decapitado y unas piernas amputadas; repulsivos cuerpos de cerdos o de perros color sangre, tendidos sobre una mesa; una vagina penetrada por alimañas; dos cabezas que no sabemos si se besan o se devoran: estas son algunas de las imágenes que puede ver el espectador en la exposición «El eden despreciado», de Natalia Granada, en el Museo Universitario del Chopo de Ciudad de México. No hay ninguna posibilidad de que el visitante permanezca indiferente frente a este vasto universo cargado de violencia, que nos remite a realidades inquietantes, perturbadoras. Un sentir femenino habla desde esos cuerpos mutilados, o heridos, que de manera fragmentaria cuentan historias de vejación y envilecimiento. Lo íntimo y lo subjetivo parece que primaran, pero es posible descubrir alusiones más amplias a la humillación y el castigo. Hay a menudo una víctima. Pero ¿cuál es el victimario? ¿Qué fuerzas son las desencadenantes del horror? La pregunta queda en el aire, zumba con sus incertidumbres sobre nuestra cabeza. Si bien lo femenino parece preponderante, lo masculino no sólo no está excluido, sino que surge como factor decisivo en las batallas secretas a las que estas obras aluden: la pasión amorosa, las relaciones de poder, la sexualidad como encuentro y frustración, el miedo a sí mismo y al otro, el tiempo como amenaza. El ángel exterminador, por otra parte, nos remite a la ambigüedad sexual, quizás a la condición andrógina, completando así el espectro referido a los géneros. La obra de Natalia Granada, anclada a los mitos cristianos y paganos, hace que lo instintivo se roce


permanentemente con lo divino y lo humano. Las fronteras de estos tres reinos son a menudo inciertas, frágiles, pues la artista está hurgando en la entraña misma del conflicto afectivo, con su carga de sexualidad explosiva, de deseo transfigurado, de búsqueda, fracaso, frustración y pena. Encontramos, como representativas de lo brutal, las presencias animales —perros, cerdos, sabandijas— que relacionamos, por una parte, con una pulsión depredadora, y por otra, con mera fuerza defensiva, la del animal que cela a su amo y amenaza con herir al enemigo. Devorar es una palabra que aplicamos por igual a una acción que acarrea dolor y muerte, así como al deseo y a la pasión amorosa. Devora el animal salvaje y devora el caníbal, pero también el amante, en sentido figurado, cuando trata, inútilmente, de hacer suyo al objeto de su pasión. Y devoran dos figuras grotescas, Belona y Némesis, diosas de la guerra y la venganza, que aparecen en la instalación engullendo groseramente a sus criaturas, mientras cientos de infantes, de apariencia cerúlea, se apilan en derredor. Toca aquí Natalia, en forma sugestiva y ambigua, el tema de la maternidad: la de la mujer, pero también quizá la de la tierra como gran madre que aniquila a sus hijos, o la de la guerra, igualmente devoradora. El cuerpo, centro mismo del interés estético de Natalia Granada, bordea en ciertas obras lo escatológico o lo obsceno, pero sin estancarse en lo meramente fisiológico. En la obra, todo apuesta a mostrar un sentimiento lastimado, un sacrificio. Lo ritual, por tanto, es un elemento constante, así sea en forma apenas sugerida. Y, finalmente, podríamos intuir un deseo de trascendencia desde nuestro cuerpo lastimado. Deseo que se encuentra, siempre, con la cara de la derrota. La obra de Natalia Granada tiende al desbordamiento, al exceso, pero se detiene en su filo en la medida en que nunca cae en la obviedad. En el centro mismo de su concepción hay un agujero oscuro, que nos hace quedar flotando en el misterio. Ese elemento sin el cual nunca hay verdadero arte.

El eden despreciado, 2011.

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fragmentotal

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ordeamos la ciudad sin entrar, pero vimos las calles anchas y desoladas, y las casas del antiguo esplendor, de un solo piso con ventanas de cuerpo entero, donde los ejercicios de piano se repetían sin descanso desde el amanecer. De pronto, mi madre señaló con el dedo. —Mira —me dijo—. Ahí fue donde se acabó el mundo. Vivir para contarla, Gabriel García Márquez

Ilustración de Susana Carrié 87


De Raj Patel* Traducción de Agustín Cosovschi *Nació en Londres,en 1972. Es un galardonado escritor, activista y académico. Se graduó en las universidades de Oxford, Cornell y London School of Economics. Luego de trabajar para el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y el Fondo Monetario Internacional, protestó contra todos ellos en diversas partes del mundo. Actualmente es profesor visitante en el Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Berkeley. Escribe con frecuencia para The Guardian, y colabora en Los Angeles Times, NYTimes.com y The Observer, entre otros medios de comunicación.

Primer capítulo del libro Cuando

nada vale nada Cómo reformar la sociedad de mercado y redefinir la democracia. Próximo a publicarse por Ícono Editorial.

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Veo ahora una visión con cuatro rostros, Y una visión de cuatro rostros me es dada; Tiene cuatro rostros en mi goce supremo, Y tres en la suave noche de Beulah, Y siempre dos rostros. ¡Que Dios nos guarde De la visión única y del ensueño de Newton! Poemas de cartas, William Blake

Si la guerra es el modo en que Dios enseña geografía a los norteamericanos, la recesión es su forma de enseñarle al mundo un poco de economía. El enorme desarrollo del sector financiero puso en evidencia que las mentes matemáticas más brillantes del planeta, sostenidas por algunos de los bolsillos más pudientes, no habían construido un mecanismo aceitado de prosperidad permanente, sino más bien un circo de cambios, intercambios y apuestas que, inevitablemente, se cayó a pedazos. La recesión no fue consecuencia de una falta de saber económico, sino del exceso de un paradigma en particular: una superabundancia del espíritu del capitalismo. Los destellos del libre mercado nos han dejado ciegos para apreciar otras visiones del mundo. Como escribió Oscar Wilde hace más de un siglo: «Hoy en día la gente conoce el precio de todo, pero no sabe el valor de nada». Los precios demostraron ser guías caprichosos: el colapso de 2008 llegó el mismo año que las crisis en los alimentos y el petróleo, y sin embargo parece que somos incapaces de percibir o valorar nuestro mundo por fuera del defectuoso lente del mercado. Una cosa es obvia: la misma lógica que nos llevó a este desastre difícilmente nos puede salvar de él. Tal vez sirva de consuelo saber que incluso algunas de las mentes más respetadas del mundo se vieron obligadas a tratar de dar con una solución a sus erradas estimaciones. Quizá la más dolorosa confesión de ignorancia tuvo lugar en un salón atestado de gente, frente a la Comisión para el Control y la Reforma del gobierno de la Cámara de Diputados de Estados Unidos, cuando el 23 de octubre de 2008 Alan Greenspan describió el fracaso de su visión del mundo. Greenspan, uno de los más reconocidos reguladores de la economía mundial de los últimos años en su función de presidente de la Reserva Federal, fue un miembro activo de la brigada del libre mercado y alguna vez supo inclinarse ante las enseñanzas de Ayn Rand. A pesar de su escasa fama fuera de Estados Unidos, Rand continuó siendo de gran influencia por muchos años luego de su muerte, en 1982: La rebelión de Atlas,(1957), una historia de heroicos magnates empresariales que luchan contra los flagelos de funcionarios públicos y sindicalistas, ha escalado nuevamente en la lista de los libros más vendidos. Desde una visión que consideró el altruismo como un «canibalismo moral», Rand fue la principal impulsora de una escuela de pensamiento libertaria y partidaria de un libre mercado a ultranza que ella misma denominó «objetivismo». Atraído a su círculo por esta embriagadora filosofía, a Greenspan lo apodaron el Sepulturero a causa de su carácter alegre y su sentido de la moda; y cuando decidió emprender una carrera en el Estado fue como si un hippie se uniera a los marines, un error que sus compañeros nunca le perdonarían. A pesar de todo, en gran medida siguió siendo fiel a la filosofía de Rand, manteniendo su creencia en que el egoísmo conduciría al mejor de los mundos posibles y que las regulaciones al mercado llevarían al desastre. 89


Cuando nada vale nada A fines de 2008, el Congreso de Estados Unidos convocó a Greenspan para que diera su testimonio sobre la crisis financiera. Puesto que su desempeño como presidente de la Reserva Federal había sido tan extenso y tan elogiado, el Congreso quería saber qué era lo que había fallado. Mientras comenzaba a leer su declaración, Greenspan se veía exhausto, y su piel se notaba floja y caída, como si el vigor que alguna vez lo mantuvo firme se hubiera disipado por completo. Pero se recuperó y empezó a defenderse. En el primer round, apuntó a la información con la que había estado trabajando: si tan sólo la entrada de datos hubiera sido correcta, los modelos económicos habrían dado resultado y las predicciones habrían sido más acertadas. En sus palabras: Se otorgó un Premio Nobel por el descubrimiento del modelo de precios que respalda una gran parte del progreso en los mercados de derivados. Este paradigma moderno de gestión de riesgos ha imperado durante decenios. Sin embargo, toda esta construcción intelectual colapsó el verano del año pasado porque los datos ingresados en los modelos de gestión de riesgos cubrían de forma general solo las últimas dos décadas, un perIodo de optimismo. Si, en cambio, hubiéramos ajustado mejor los modelos a los perIodos históricos de tensión, los requerimientos de capital habrían sido mucho mayores, y el mundo financiero hoy gozaría de mucha más salud, a mi juicio1.

Se trata de un argumento que se resume en «basura que entra, basura que sale»: el modelo funcionó a la perfección, pero las suposiciones acerca de los riesgos y los datos, que se basaban sólo en las buenas épocas, eran erróneas, y los resultados fueron, en consecuencia, incorrectos. Henry Waxman, enemigo de Greenspan en el jurado, lo llevó a una conclusión más radical a través de este notable diálogo: Waxman: La pregunta que quiero hacerle es la siguiente: usted tenía una ideología, una creencia en la libertad y la competencia… Esta es su declaración: «Tengo una ideología. A mi juicio, los mercados libres y competitivos son, sin duda, la mejor forma de organizar la economía. Hemos intentado con la regulación, pero no ha dado resultados significativos». Esta cita le pertenece. Usted tenía la autoridad para evitar las prácticas crediticias irresponsables que llevaron a la crisis de las hipotecas de alto riesgo. Muchos le advirtieron al respecto. Y ahora toda su economía está pagando el costo. ¿Siente que su ideología lo llevó a tomar decisiones que desearía no haber tomado? Greenspan: Bueno, pero recordemos qué es una ideología: es un marco conceptual mediante el cual la gente lidia con la realidad. Todos tenemos uno, es necesario tenerlo. Para existir, necesitamos una ideología. La pregunta es si es correcta o no. Lo que intento decirle es que sí, descubrí la falla, no sé cuán significativa o permanente es, pero el hecho de haberla encontrado me ha perturbado profundamente. Waxman: ¿Encontró una falla? Greenspan: Descubrí una falla en el modelo que percibía como la estructura de funcionamiento crítico del mundo, por decirlo de alguna forma. Waxman: En otras palabras, descubrió que su visión del mundo, su ideología, era incorrecta, que no estaba funcionando. Greenspan: Precisamente. Precisamente por eso me impactó, porque durante los últimos cuarenta años o más viví con evidencias más que suficientes de que funcionaba de manera excepcional.

Para que quede claro, no estamos hablando de un pequeño error de cálculo. Tampoco del gran Cisne Negro del que hablan escritores como Nassim Taleb, esa noción de que existe una incapacidad para explicar acontecimientos altamente improbables que, cuando suceden, tienen consecuencias catastróficas. El error de Greenspan fue mucho más profundo: trastornó toda su visión 1. Alan Greenspan: «Testimony of Dr. Alan Greenspan to the Committee of Government Oversight and Reform», 23 de octubre de 2008: http:// oversight. house.gov/documents /20081023100438.pdf.

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Raj Patel de la organización del mundo y de la sociología del mercado. Y Greenspan no es el único. Larry Summers, el consejero económico de la presidencia, tuvo que enfrentarse a algo parecido: su creencia en el mercado como un ente intrínsecamente autoestabilizador «sufrió un golpe fatal»2 . Hank Paulson, secretario del Tesoro de Bush, se encogió de hombros con la misma resignación. Incluso el propio Jim Cramer, del programa televisivo Mad Money, de cnbc, admitió la derrota: «El único que la vio venir fue Karl Marx»3. Uno tras otro, todos los predicadores del libre mercado han sido, para usar términos propios del mercado, corregidos. El alcance de la confesión de Greenspan pasó inadvertido para la mayoría de nosotros. Si rastreamos los artículos de opinión publicados en la prensa financiera, encontraremos muchos análisis que se ajustan al primer argumento de Greenspan, artículos en los que distintos eruditos nos cuentan cómo se cometieron errores de cálculo de riesgos (no hay duda de que los cometieron), cómo la falta de regulación permitió que el pánico ingresara al sistema financiero (no hay duda de que sucedió), cómo las estructuras de incentivo recompensaban a los corredores que lograban postergar el riesgo financiero para el futuro (no hay duda de que lo hacían) y cómo los ideólogos del libre mercado eliminaron todo un conjunto de resortes de políticas anticrisis que en la actualidad podrían haber sido de gran ayuda (esto también sucedió). Pero todas estas son admisiones de culpa parciales, admisiones de errores coyunturales. No creo que seamos capaces de entender realmente las implicancias de la confesión de Greenspan. Admitir que las bases de nuestras políticas económicas y gubernamentales eran erradas, y que no tenemos con qué remplazarlas, sería un golpe muy fuerte. Es como si un día nos despertáramos y nos encontráramos transformados en cucarachas4. Es la premisa de la novela La metamorfosis, de Franz Kafka. Ya en su primera oración nos cuenta que el comerciante Gregorio Samsa se despierta, tras una noche de pesadillas, y se da cuenta de que se ha convertido en un gran insecto. La reacción de Gregorio Samsa es bastante reveladora, ya que nos dice un poco más de lo que nos gustaría saber acerca de nosotros mismos. ¿Qué hace Samsa cuando se descubre insecto? No sale corriendo de su habitación ni trata de explicarse lo sucedido, lo que significa, ni se pregunta en qué puede transformarse al día siguiente. Su reacción es sencilla, exclama: «¡Pobre de mí! ¿Cómo haré para conservar mi trabajo?». Es exactamente la misma reacción que hemos tenido todos frente a esta nueva crisis. Es cierto que aún nadie se ha despertado con el cuerpo de un insecto, pero también lo es que nos hemos encontrado en un mundo patas arriba, donde todo lo que decían que sería beneficioso resultó ser lo contrario. El «error» de Greenspan tiene consecuencias muy profundas, y para entenderlas en su totalidad es preciso hacer un análisis completamente nuevo de nuestra forma de vivir. No sólo es necesario que encontremos una nueva forma de estabilizar nuestras expectativas acerca de la sociedad y la economía, una visión basada en juicios más ricos sobre la naturaleza humana, sino que también hace falta que una ideología distinta gobierne el intercambio de bienes y servicios. Los precios tienen una fuerza ideológica enorme en el mundo de Greenspan. Son generadores de toda una forma de ver y entender las necesidades que tenemos y los recursos del pequeño planeta en el que vivimos. Es la filosofía económica de Friedrich Hayek, en la que los precios son hilos a través de los cuales se transmiten las insuficiencias y las necesidades. Los fanáticos de la 2. Edward Luce y Chrystia Freeland: «Summers Calls for Boost to Demand», Financial Times, 9 de marzo de 2009. 3. Time, «10 questions for Jim Cramer», 14 de mayo de 2009. 4. Si recuerdan que al comienzo de La metamorfosis Samsa despertaba convertido en un escarabajo, también es correcto. El término alemán original que designa el ser en el que se transforma Samsa es ungeziefer, que en español significa «bicho». Los distintos traductores se han tomado la libertad de interpretarlo como «algo con seis piernas». En un famoso ensayo, Vladimir Nabokov sugería que, bajo el caparazón, Samsa tenía alas, pero nunca lo había notado: «Y he aquí una idea agradable que todos podemos albergar. Algunos Gregorios, algunos Josés, algunas Juanas no lo saben, pero tienen alas».

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Cuando nada vale nada ciencia ficción ya deben saber a qué se parece todo eso. En Matrix, los humanos liberados (y los programas que los persiguen) pueden ver el mundo en su forma más cruda, como una lluvia digital de números y símbolos. Es la misma ciencia ficción que gobierna la economía: los amos absolutos de los intercambios financieros del mundo miran datos que llueven en monitores, atravesando distintas pantallas con su mirada, tratando de ver a través del mundo y de obtener una ganancia. Pero en Matrix, los números eran en realidad una simulación del mundo que escondía más de lo que mostraba. El problema es que este desfile digital tan poco confiable se ha vuelto la principal atracción en el espectáculo del comercio moderno. Pensemos en lo que sucedió con Volkswagen, que a fines de octubre de 2008 consiguió de repente ser la corporación más valiosa del mundo, sin tener que vender un solo vehículo. Con una economía que seguía en caída libre, los corredores de bolsa creyeron ver un futuro oscuro para Volkswagen. Echaron un vistazo a sus pantallas y concluyeron que, como cualquier fabricante de automóviles, Volkswagen transitaría momentos difíciles. Imagine que usted es un corredor de bolsa y siente hasta lo más profundo de su ser que el precio de las acciones está destinado a caer inevitablemente. Una forma de lucrarse con esa sensación es, por ejemplo, vender la acción ese mismo día y volver a comprarla una vez que haya caído su precio. Pero, como usted no tiene acciones de Volkswagen de sobra, acude a alguien que las tenga, por ejemplo, un inversor institucional. Toma prestada su acción por un determinado precio y se compromete a devolverla pronto. Por un lado, el inversor está feliz porque ha hecho algo de dinero prestando su acción, la cual luego recuperará completa; por otro lado, usted está feliz porque puede vender la acción, comprarla de nuevo una vez que su precio haya caído y con la ganancia no sólo podrá pagarle al inversor, sino que también podrá cubrir la próxima cuota de su yate en Mónaco. A esta práctica se la llama «vender en corto». El problema, sin embargo, fue que el rival de Volkswagen, Porsche, había comenzado a comprar sigilosamente las acciones de Volkswagen, apuntando a quedarse con el 75 % de las acciones de la compañía. Cuando la estrategia de Porsche salió a la luz, enseguida se hizo evidente que quedaba muy poco de Volkswagen por comercializar. Con Porsche absorbiendo todos estos títulos, el precio de Volkswagen no bajó. Los corredores vendían a Porsche acciones prestadas; así que, cuando Porsche anunció que no tenía intención de deshacerse de ellas, cundió el pánico entre los corredores. Todo esto llevó a una corrida de ventas en corto, una cantidad de inversores que buscaban cubrir las engañosas apuestas que habían pagado con acciones ajenas. Habían apostado que el precio de Volkswagen caería como el de todas las otras empresas de automóviles durante la recesión. Pero cuando se hizo evidente que aunque la empresa no estuviera pasando un buen momento en el mercado de automóviles sus acciones resistirían la gravedad, los especuladores corrieron a la compra antes de que el precio subiera más. La combinación de las compras aumentó aún más el precio de las acciones. De hecho, los precios subieron tanto que Volkswagen ingresó al índice dax 30 de las empresas más cotizadas en la bolsa alemana. Todo esto desató una nueva ola de compras, conducida no por apostadores de los mercados de bolsa, sino por sus absolutos contrarios: los conservadores inversores institucionales. Los fondos de pensión, por ejemplo, invierten con vistas a réditos a largo plazo: prefieren optar por una acumulación lenta, pero segura, en vez de una apuesta riesgosa. Una de sus estrategias para mantener una cartera equilibrada consiste en comprar unicamente acciones de corporaciones blue chip5, aquellas que brindan la seguridad de ser menos vulnerables a los shocks, aquellas que están, por ejemplo, en la lista de las treinta empresas más importantes que cotizan 5. N. del T.: La expresión blue chip se utiliza para referirse a empresas bien establecidas, con ingresos estables, valores sin fluctuaciones importantes y que no precisan de grandes ampliaciones de su pasivo.

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Raj Patel en bolsa. Cuando Volkswagen ingresó al dax 30, como una bandada de inversores institucionales quiso participar de las operaciones, empezó a comprar títulos de Volkswagen a cualquier precio. ¿Cuál fue el resultado? El precio por título subió de 200 a mil euros en una semana, lo que significó un aumento de 300.000 millones de euros en el valor de la compañía (el equivalente a 244.000 millones de libras o 386.000 millones de dólares). Por un momento, Volkswagen estuvo incluso por encima de Exxon Mobil (que posee un valor contable de 343.000 millones de dólares). Y para que todo esto sucediera, la empresa no tuvo que mover un solo dedo. Finalmente, se modificaron las reglas del dax, se redujo el precio y, en 2009, Volkswagen compró Porsche. Es bastante fácil contar todo esto como una historia de inversores institucionales desprevenidos, una historia cuyo conflicto se basó en que la información acerca de la escala del mercado fuera imperfecta y en la que se mezclaron las reglas del juego en corto y largo plazo. Pero echemos un vistazo más de cerca: hay toda una estructura conceptual que sostiene esta versión de los hechos, una estructura que se esconde detrás de todas las historias de auge y quiebra. La propia noción de la «burbuja» se basa en la premisa de que cuando la burbuja explote, las cosas volverán a la normalidad, a una situación en la que los precios reflejen más fielmente los valores. Es la misma historia que nos contaron después de cada altibajo, desde la burbuja de los mares del Sur6 hasta la catástrofe hipotecaria de 2008. Existe una opinión bastante aceptada de que con el tiempo las cosas volverán a la normalidad en la economía mundial, pero se trata de un consenso que descansa sobre la idea de que las burbujas son una excepción a los mecanismos típicamente exitosos de la tasación del mercado. Sin embargo, si los propios mecanismos fueran en sí defectuosos, como sugiere ahora Greenspan, entonces nuestra fe en un progresivo descenso a los niveles normales no tiene un referente real, puesto que no existe ni existió jamás un suelo firme al cual regresar. Hay una distancia entre el precio de una cosa y su valor, una distancia que los economistas no pueden subsanar porque es un problema inherente a la misma idea de que el precio esté dirigido por la búsqueda de ganancia. Y esta brecha nos genera inquietud y preocupación. De hecho, es esta misma incertidumbre acerca de los precios la que vuelve entretenidos los comerciales de MasterCard. Ya sabemos cómo son: «Ingreso a la cancha: 250 dólares; clase: 50 dólares; club de golf: 110 dólares; divertirse: no tiene precio». La gracia es que el precio de una cosa realmente no dice nada sobre de su valor. Esta penosa sensación ha pasado a entretenernos. Si lo imaginamos, para un habitante de otro planeta sería raro ver que uno de los programas de televisión más populares del mundo se basa en crear confusión acerca de cuánto valen las cosas, como sucede en el programa The price is right (El precio justo). En el show, se le presentan al público varios artículos de consumo para que intente adivinar su precio de venta. Es interesante que no se gane al adivinar la utilidad de un bien o su costo de fabricación (los precios, en realidad, dicen muy poco sobre la utilidad de los bienes o sobre su verdadero costo de producción): en el programa sólo se gana cuando se logra desarrollar una buena intuición para entender la lógica de las compañías, es decir, cuánto piensan las empresas que la gente está dispuesta a pagar por ese artículo. En el mundo de la gestión de fondos, por ejemplo, la confusión sistemática del valor de las cosas enriqueció a mucha gente. Los salarios de los corredores de bolsa se basan en los rendimientos que generan por sobre las tasas esperadas de acuerdo con el riesgo que toman. Esta variable se denomina «alfa». Imaginemos una apuesta al arrojar una moneda, con probabilidades de dos contra uno. Apuesto un dólar que saldrá la cara y cada vez que gano obtengo dos dólares. A la larga, esperaría

6. N. del T.: La «burbuja de los mares del Sur» o «crack de 1720» se llama a la crisis financiera que ocurrió ese año en Gran Bretaña.

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Cuando nada vale nada que la apuesta de un dólar con esas condiciones produjera un rendimiento de un dólar, ya que la mitad de las veces saldrá cara. Pero si consigo un rendimiento de 1,5 dólares significa que estoy haciendo lo imposible. Este pequeño truco se traducirá en monedas que podré guardar, por medio de primas y de un salario mayor. Es un truco difícil de realizar, porque hay muy pocas formas de sumar valor en la gestión de fondos: puedo tomar títulos subvaluados que superen las expectativas, puedo introducir innovaciones que cambien las reglas del juego o puedo inventar activos a la medida para atraer a los inversores institucionales. De manera que uno supone que el alfa debería ser poco frecuente y, en efecto, lo es. No obstante, dirigidos por el afán de lucro, muchos crearon alfas falsos a través de apuestas que parecían producir rendimientos sólidamente buenos que, no obstante, conllevaban riesgos fijos de pérdida muy pequeños. Si se incluyera el valor esperado de esta pérdida en el cálculo, el alfa desaparecería. Pero se ignoró el riesgo, y las primas fluyeron. Las estrellas que dirigían la economía y sacaban provecho de la falta de regulación ganaron millones. Se les pagó hoy por predecir resultados futuros, empleando una práctica contable de «valuación de activos según modelos teóricos» que básicamente les permitía conseguir hoy lo que proyectaban ganar mañana7. Y toda esta práctica se justificaba con el argumento de que «el mercado es el que sabe». Creer en que los mercados son los que saben es un acto de fe relativamente reciente. De hecho, se necesitó mucho trabajo ideológico y político para incorporarla a la ciencia de los gobiernos. La idea de que existe una «inteligencia» del mercado encontró su máximo exponente en la «hipótesis de los mercados eficientes», una idea formulada en primer lugar por Eugene Fama, estudiante de doctorado en la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago durante la década de los sesenta. Es una idea que dio una fortaleza enorme al sustento ideológico de los financistas (algo así como La rebelión de Atlas, pero con más ecuaciones). La hipótesis sostiene que el precio de un activo financiero refleja todo lo que el mercado sabe acerca de sus perspectivas actuales y futuras. No es lo mismo que decir que el precio realmente expresa su desempeño en el futuro, sino que más bien refleja el estado actual de expectativas que se tiene sobre las posibilidades de ese desempeño. El precio, entonces, supone una apuesta. Como sabemos, el mercado es bastante miope cuando de posibilidades se trata, pero al menos la hipótesis nos permite entender por qué los economistas se ríen de una broma como esta: Pregunta: ¿Cuántos economistas de la Escuela de Chicago hacen falta para cambiar una bombilla? Respuesta: Ninguno. Si hubiera que cambiar la bombilla, el mercado ya lo habría hecho.

El problema con la «hipótesis de los mercados eficientes» es que, en realidad, no funciona. Si fuera cierta, no habría ningún incentivo para invertir en investigación porque el mercado, por arte de magia, ya tendría las respuestas. Los economistas Sanford Grossman y Joseph Stiglitz demostraron esto en 1980, y cientos de estudios posteriores señalaron lo poco realista que es tal hipótesis. Algunos de los artículos críticos más importantes los escribió, incluso, el propio Eugene Fama8. Los mercados pueden comportarse de modo irracional: los inversores

7. Se trata de una práctica contable introducida, por más ridículo que suene, por la Comisión de Seguridad e Intercambio de Estados Unidos como una herramienta para «proteger a los inversores». Esta técnica se usó mucho durante el fraude de Enron y en el fracaso de Long-Term Capital Management. 8. Sanford J. Grossman y Joseph E. Stiglitz, «On the Impossibility of Informationally Efficient Markets», The American Economic Review 70, N.o 3, 1980.

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Raj Patel pueden correr tras un título, aumentando su valor en formas completamente ajenas al título en cuestión9. Pese a la amplia evidencia que existía en su contra, la idea de los mercados eficientes tuvo una repercusión enorme en los gobiernos10. No fue Alan Greenspan el único en verla como una seudoverdad bastante conveniente. Si conseguían que los reguladores se comportaran como si la hipótesis fuera cierta, los corredores de bolsa podían mantener sus espectaculares apuestas. Durante un tiempo, el dinero entró a raudales. De hecho, a mediados de la década de los noventa, el propio Financial Times sintió que todo estaba dado para lanzar un suplemento mensual titulado How to Spend It (en qué gastarlo), con el fin de ayudar a sus lectores más prósperos a quitarse el peso de pensar en el asunto. La magia del boom de la década pasada también contagió a la clase media, arrastrada al interior de la burbuja a través de sus casas, que pasaron de ser espacios habitables a convertirse en meros activos, trigo puro para el molino del sector financiero. Pero los propietarios inmobiliarios comunes no tuvieron la misma suerte que los bancos: los gobiernos autorizaron a los bancos a continuar con su festín, prometiendo estar ahí para juntar los platos rotos, y finalmente mantuvieron su palabra: cuando el banquete financiero terminó por quebrar el sistema, sus ganancias no se tocaron. Los beneficios se privatizaron, pero los riesgos se socializaron. Sus riquezas le costaron muy caro al mundo entero, e incluso en 2009 los cinco gestores más importantes de fondos de inversión libre tuvieron su tercer mejor año histórico. Por ejemplo, George Soros, en sus propias palabras, está «pasando por una crisis muy buena». Por otro lado, en 2009 el equipo de Goldman Sachs esperaba cobrar las primas más altas jamás registradas en los ciento cuarenta años de existencia de la firma 11. Todo esto indica que el discurso del «libre mercado», en realidad, esconde actividades que nada tienen que ver con los mercados. A los empleados de Goldman Sachs les va bien porque la firma para la que trabajan recurrió a estrategias completamente ajenas al mercado. El reportero de la Rolling Stone, Matt Taibbi, demostró, con un notable coraje, cómo Goldman Sachs compró al gobierno de Estados Unidos: Wall Street consiguió infiltrar en el equipo económico del gobierno de Obama a todo un conjunto de amigos de las finanzas, desde el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, quien gestionó un préstamo histórico de 29.000 millones de dólares para convencer a J.P. Morgan de que comprara Bear Stearns mientras ocupaba la función de presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York; hasta Larry Summers, quien ganó 5,2 millones de dólares trabajando un día a la semana durante un par de años en un gran fondo de inversión libre de Wall Street. Sus nuevas posiciones en la Casa Blanca los convirtieron en los reyes de la selva económica. Y Wall Street celebra con razón: Goldman había invertido mucho en aig, el gigante de los seguros cuya división de productos financieros llevó a la quiebra al gigante de noventa años. Con el rescate de aig en 2008, Goldman recuperó los 13.000 millones de dólares que había invertido, con todo su valor nominal. Los inversores de Chrysler, en cambio, apenas esperan recibir alrededor de 29 centavos por cada dólar invertido12. Por otra parte, a cualquiera que se interese por la democracia debería preocuparle que los lazos que unen a Wall Street con el gobierno sean prácticamente invisibles. Por lo menos es una razón 9. Los economistas conductuales intentan reparar estos modelos al tomar en consideración el hecho de que los inversores pueden ser irracionales. Es interesante para entender la disciplina advertir que cuando los modelos financieros fallaron, los economistas concluyeron que el problema no radicaba en los modelos, sino en el mundo. Los cambios «del mundo real» que introducen en estos modelos se denominan «imperfecciones». La disciplina comienza a notar que la gente se comporta de modos irracionales, con información imperfecta y en mercados imperfectos. 10. Ver Justin Fox, The Myth of the Rational Market: A history of risk, reward, and delusion on Wall Street, Nueva York, Harper Business, 2009. 11. Greg Farrell y Sarah O’Connor, «Goldman Sachs Staff Set for Record Pay», FT.Com, 15 de julio de 2009. 12. Andrew Clark, «Indiana Tries to Halt Chrysler Deal», The Guardian, 6 de abril de 2009; Matt Taibbi, «The Great American Bubble Machine», Rolling Stone, N.° 1082/1083, 2009.

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Cuando nada vale nada bastante seria para cuestionar que las mismas instituciones que facilitaron la crisis sean capaces de poner las cosas en su lugar. Nassim Taleb señala lo ridículo de la situación y dice: «Si alguien maneja un autobús escolar con los ojos vendados y choca, no podemos darle otro autobús»13. El problema es que, como ni nuestra economía ni la mayoría de nuestra clase política están sujetas a un control democrático, todos los conductores de autobuses van a seguir saliendo de la misma escuela de conduccción 14. Por otro parte, a pesar del actual secuestro del gobierno que lleva a cabo Wall Street, hemos empezado a escuchar de boca de los políticos una palabra que no se pronunciaba desde hace por lo menos una generación: «regulación». Es cierto que tanto Goldman Sachs como otros obtuvieron grandes ganancias de todo el colapso, pero también ha comenzado a generalizarse entre los políticos la idea de que tal vez el mercado actuó con demasiada impunidad. La devastadora crítica que Naomi Klein sostuvo en su libro La doctrina del shock demostró cómo los desastres fueron transformados en argumentos a favor de las políticas de libre mercado más salvajes. El libro contiene un análisis muy bueno acerca de la época posterior a la segunda guerra mundial, así como del actual saqueo financiero que se extiende desde California a Wall Street y hasta la City londinense. De hecho, hay un reconocimiento por parte del público y de algunos políticos de que la crisis económica actual es producto de un problema en la lógica del libre mercado y no una garantía de su continuidad. En respuesta a las demandas públicas, los políticos de todo el mundo parecen estar dispuestos a discutir cómo regular y controlar el mercado. La pregunta es: ¿pueden hacerlo? Y, en caso de que puedan, ¿en función de qué intereses lo harán? El libre mercado ha generado descontento desde sus inicios, pero fueron pocos los momentos históricos en que ese descontento se conjugó a través de toda la sociedad, en que un grupo lo suficientemente grande de gente encontró el origen de sus problemas en las políticas de libre mercado y exigió un cambio. Tanto el New Deal norteamericano como los estados de bienestar europeos de posguerra fueron, en parte, el resultado de que un bloque de fuerzas sociales presionara para poner un límite a los mercados, al igual que el producto de renegociar los términos de la relación entre los individuos y el Estado. El componente innovador de esta crisis es su carácter eminentemente global 15, así como el hecho de que ha llegado tal vez en una de nuestras últimas oportunidades para evitar una catástrofe climática total. Pero la amplitud y la profundidad de ambas crisis reflejan la honda parálisis a la que nos ha sometido la cultura del libre mercado. Y para entender cómo todo esto nos afectará en el siglo xxi, precisamos entender cómo empezó y por qué los mercados de hoy son como son.

13. Nassim Nicholas Taleb, «Ten principles for a Black Swan-Proof World», Financial Times, 8 de abril de 2009. 14. El estudioso que más dijo haber previsto todo esto fue el sociólogo Giovanni Arrighi, que falleció durante la época en que se envió este libro a la imprenta. Autor de la obra El largo siglo XX, sostenía que el capitalismo sobrevive a estos periodos de crisis financiera con la caída de un bloque combinado de gobiernos y capitalistas financieros y el ascenso de otros: primero, los genoveses (1340 a 1630); luego, los holandeses (1560 a 1780); más tarde, los británicos (1740 a 1930) y, finalmente, los norteamericanos (desde alrededor de 1870 hasta la actualidad). Dando por sentado esto, cuando finalizó su obra, en 1994, Arrighi propuso que el sucesor más probable tras el fracaso del sistema norteamericano sería Japón. Pero ahora que China e India son grandes centros financieros internacionales y que han emergido los multimillonarios fondos soberanos de inversión, parecería que los estados y el sector financiero se estuvieran recombinando en formas novedosas. Un mundo financiero nuevo y multipolar comienza a asentarse, aunque persiste como un mundo al antojo de las finanzas, en el que un billón de dólares no es más que un crédito electrónico que viaja por el éter y puede salvar o destruir países a su capricho. 15. Sin duda, la Gran Depresión tuvo un fuerte impacto en Estados Unidos y Europa, pero el mundo de hoy es mucho más grande y, puesto que la economía mundial actual está mucho más integrada e implica a un número mucho mayor de personas, podemos afirmar que la escala de crisis actual es mucho mayor.

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El funeral de las arañas o el juego de las incertidumbres a falta de certezas es el guardagujas de El funeral de las arañas, una obra del teatro Quimera, Premio de Circulación de Idartes, dirigida por Fernando Pautt y presentada en el marco del VII Festival de Teatro de Bogotá: ¿un tren que viaja hacia el oeste se puede confiar en que va hacia alguna parte? ¿Un compartimiento con sillas enfrentadas seguro es un compartimiento de tren? Dos personajes: el Viajero, el Otro, ¿quién es quién? ¿Un asesinato realmente ocurre? Tres túneles como puntos de giro: en el primero, el Viajero es ubicado como asesino —¿cómo puede serlo si los materiales para perpetrar el crimen están en los bolsillos del Otro?—; en el segundo, se escucha un disparo, y al encenderse las luces las actitudes de los personajes han cambiado –ellos, ¿ya no son ellos?—; en el tercero, el tiempo es el de Ouroboros: la escena del final coincide con la del comienzo —¿lo que se ha visto durante algo más de una hora es una fantasía del Viajero?, ¿del espectador?—. Fragmentos de historias se deslizan de lo verosímil a lo irreal y viceversa: el autor no sabe de distinciones; el público, menos. La obra, con la que el grupo lleva más de tres años, cuenta con las plausibles interpretaciones de Fernando Ospina y Fernando Pautt en los papeles del Viajero y el Otro, respectivamente. Al mérito del trabajo actoral se suma el logro en la adaptación. En esta pieza se mantiene el estilo del dramaturgo Jorge

Díaz (1930-2007) en El viaje a la penumbra (1995), obra en la que se basa El funeral de las arañas, y que continúa el camino trasegado en Esplendor carnal de la ceniza (1984) y Nadie es profeta en su espejo (1990). La puesta en escena del teatro Quimera deja ver a trasluz las manos y los pies del autor chileno. La tensión dramática, conseguida mediante la precisión de los diálogos, la escenografía, el manejo de las luces y los efectos sonoros nos acerca a la poética del escritor, entendida ésta como la elección de un autor en el orden de la temática, de la composición, del estilo. Siendo así, se rescatan dentro de la propuesta artística la ambigüedad en la identidad, la noche, el azar, el asco, el miedo, el movimiento pendular entre individuo y sociedad, entre amor y muerte, entre realidad e irrealidad. A los logros hasta aquí mencionados, no les hace sombra el «pequeño olvido» que tuvieron los actores al final de la función al dejar bajo la mirada del público la gabardina del Otro: en la última escena, cualquier huella de este personaje debía desaparecer para que fuera igual a la escena inicial. En cuanto a la obra como totalidad, este olvido aporta una pieza más al juego de las incertidumbres, un hilo más al funeral de aquellas arañas «que tejen telas de las que uno no puede escapar». María Isabel Reverón Peña Magíster en Literatura Hispanoamericana

El Instituto Distrital de las Artes (Idartes), entidad adscrita al sector cultural de la Alcaldía Mayor de Bogotá, desarrolló el Primer Concurso de Periodismo Teatral «Teatro en la Mira», con el acompañamiento pedagógico de Gilberto Bello,como política pública de fomento a las Artes dentro del Programa Distrital de Estímulos 2011. A esta convocatoria se inscribieron 85 personas. El estímulo ofrecido por Idartes, para los dos primeros puestos, fue de un millón de pesos para cada uno y la publicación de las dos críticas en la revista Número. Por su parte, los tres finalistas recibirán el reconocimiento de su trabajo de una forma simbólica: la publicación de sus críticas en la revista Teatros. El jurado estuvo compuesto por Liliana Vélez, editora de la revista Número. Sandro Romero Rey, crítico de teatro, y Enrique Pulecio, editor de Teatros. Las críticas ganadoras fueron el funeral de las arañas o el juego de las inceridumbres, de María Isabel Reverón Peña y, Teatro del enfrentamiento; Fragmentos de libertad del teatro Varasanta, por José Vicente Garcés Jaimes. 97


Teatro del enfrentamiento Fragmentos de libertad, del teatro Varasanta n cuestión de independencia son muchos los procesos que a lo largo y ancho de la historia quisiéramos señalar, omitir o esclarecer. Quisiéramos, digo, porque pese a los esfuerzos seguimos empeñados en mantener la duda, una duda histórica. Y ese es uno de los grandes valores del trabajo Fragmentos de libertad: confrontarnos con nuestros recorridos. Es así como la versatilidad de un espacio como el galpón en la parte más alta del teatro Varasanta materializa un enfrentamiento. Nos encontramos fragmentados por una larga herida. A lado y lado, la gradería se divide y los actores se abren paso por el corte que, a punta de historia, fueron puliendo doscientos años de lucha. Allí está el principio, con el canto que nos hace despertar la fibra del compromiso con la transformación del estado lamentable de las cosas porque, como diría Jorge Enrique Adoum, no siempre fue lo mismo y en algún momento del comienzo, la patria fue una gran página en blanco que recibía de buena gana al artesano y es ahora el artesano quien a grito partido nos advierte: la pugna por la libertad es de difícil digestión. La propuesta escénica de Varasanta fluye con gran potencia entre dos orillas, entregando un

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espectáculo rico en símbolos, removiéndonos con provocación de la silla, agitando nuestra memoria por medio de un entramado de situaciones que van desde el atropello de nuestros antepasados a manos de los españoles hasta la perversión del audiovisual frente a la cirugía a corazón abierto de nuestros símbolos patrios. Incluso el himno nacional se desdibuja y la borrachera cierra la celebración de turno con una salsa bien bailada y borrosa por la pátina que nos atraviesan. Se asiste a una guerra, se toma partido y se acopian municiones para hacerle frente a un fusilamiento que los mismos actores proponen. Después de todo, hasta los próceres son presentados como muñecos de trapo que se manipulan con jocoso descaro. Quizá Montes sea uno de los herederos más honestos y confiables de un teatro cuya principal riqueza se cifra en el rigor del entrenamiento, en el límite físico que el actor rompe, en la construcción de partituras de acción que se moldean con precisión de artesano, en las imágenes interiores que explotan a través de su canto en el espacio. Es lo que celebramos. Por fortuna, un trabajo que se sacude de principio a fin del compromiso subrepticio de conmemorar el bicentenario con porciones decorativas de mentiras. Que siga la confrontación. José Vicente Garcés Jaimes Docente de Teatro y Actor


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LIBROS

De lo que somos. 110 obras para acercarse al arte contemporáneo colombiano Diego Garzón Barcelona, Lunwerg Editores (240 pp.)

El arte de los últimos días Por Eduardo Arias Villa Cuando comenzaba la década de los noventa, en una edición del Salón Nacional de Artistas el sistema de sonido de los pabellones repetía la voz de dos locutores: «Esto es arte». «Esto no es arte». «Esto es arte». «Esto no es arte». Y así ad nauseam. De esa manera, los curadores intentaban orientar a un público que enfrentaba obras muy lejanas, tanto en su ejecución como en su estética, a La monalisa. Y es que en pocos años se cumple un siglo del nacimiento del arte conceptual. Se considera que el año cero fue 1917, cuando Marcel Duchamp exhibió un orinal común y corriente como obra de arte. Mucha agua ha corrido por los puentes desde entonces. Incluso una calavera humana revestida de diamantes se ha presentado como obra de arte, para gran sensación de los periódicos del mundo. 100

Mientras que los conocedores y expertos celebran o destrozan cada una de esas exposiciones en las que los óleos y los lienzos les han dado paso a monitores de televisión, objetos de la vida cotidiana y hasta seres vivos, un gran público, a veces ofuscado, otras desconcertado, se debate en el sirirí eterno del Salón Nacional: «Esto es arte». «Esto no es arte». En Colombia, el desconcierto es aún mayor. El grupo de los iniciados defiende a capa y espada puestas en escena, videos con imágenes tomadas de la televisión, intervenciones en espacios públicos y obras efímeras mucho más cercanas al teatro que a las artes gráficas. El gran público se mantiene en sus veinte y sigue considerando que arte es única y exclusivamente lo que hacen personalidades como Fernando Botero. ¿Cómo acercar al público al arte conceptual? Esa es la premisa básica de este libro. Como señala su autor, De lo que somos… no es un libro de crítica. Es una puerta o, mejor, 110 puertas abiertas para aquellos que estén interesados en saber de dónde vienen esas obras tan desconcertantes para tantos, cuál fue la intención de sus autores, en qué contexto se realizaron. Tampoco es un libro con el que se busque evangelizar a los no iniciados. Simplemente se muestran las obras para que cada quien se informe sobre su razón de ser, saque sus propias conclusiones y las acepte o las rechace. Desde que comenzó su carrera de periodista en la sección Cultura de la revista Semana a finales de los años noventa, Diego Garzón se ha preocupado por conocer y aprender acerca del arte conceptual, en particular sobre el arte conceptual co-

lombiano. De manera silenciosa fue acumulando información. Además de cumplir con las tareas que se le encomendaban en la redacción, asistió a infinidad de exposiciones, empezó a intercambiar opiniones con los principales curadores y críticos del arte contemporáneo, e intentó acercarse a los artistas. Gracias a este ejercicio, Garzón cosechó su primer gran fruto en 2006, cuando publicó Otras voces, otro arte, un libro de entrevistas a diez artistas colombianos contemporáneos. A partir de entonces tuvo la intención de escribir este, y desde hace tres años comenzó a trabajar en firme. Para seleccionar las obras, Diego Garzón hizo un sondeo con los críticos y curadores Jaime Cerón, Miguel González, Natalia Gutiérrez, María Iovino, Carmen María Jaramillo, Ana María Lozano, Álvaro Medina, José Roca, María Inés Rodríguez y Eduardo Serrano, quienes le hicieron sus listas, en las que era inevitable encontrar el sesgo personal de cada uno. Garzón comparó las listas para ver cuáles obras estaban presentes en todas las listas o en la mayoría de ellas, y también valoró si éstas habían ganado premios, reconocimientos, habían recibido algún despliegue de la prensa o generado controversias, o sencillamente se habían convertido en íconos, como el Colombia de Antonio Caro escrito con la tipografía y el fondo de Coca-Cola. El recorrido empieza en 1966 con la obra Lo que Dante nunca supo (Beatrice amaba el control de la natalidad), de Bernardo Salcedo, una caja-escultura que ganó un concurso de pintura organizado por la embajada de Italia, y termina


con la obra Lineamentum (2008), de María José Arjona, un performance que consistía en que la autora se sentaba en una silla colgada a varios metros de altura en el interior de un silo. El entretanto del libro lo componen nombres consagrados desde hace varias décadas, como el ya citado Caro, Feliza Bursztyn, Beatriz González y Álvaro Barrios, y otros artistas que como resultado de sus logros en el exterior despertaron el interés de las páginas culturales de los medios, como es el caso de Doris Salcedo y María Fernanda Cardozo. Aparecen además José Alejandro Restrepo, Miguel Ángel Rojas, Óscar Muñoz, Nadín Ospina y María Elvira Escallón, entre otros. Son en total 49 artistas, ya que de varios de ellos, en particular los que tienen una amplia trayectoria, se incluyen dos o más obras. Muchos parecen más cercanos a las ciencias humanas y al periodismo que a las bellas artes. Utilizan la fotografía, los textos y el video, y sus obras en ocasiones son el resultado de una profunda investigación, propia de un historiador, un sociólogo o un reportero. En algunas se denuncia, ya sea de manera directa o metafórica, el dolor de un país asolado por la violencia, el odio, la desigualdad, la exclusión y también la devastación del medio ambiente y las culturas. Igualmente el humor, así como la ironía y el sarcasmo, está presente en algunos de ellos, ya que éstas también son herramientas contundentes para contar el país. Como señala Garzón, con el libro se busca acercar a la gente al arte, puesto que está hecho desde el periodismo. Por ese motivo contactó a

todos los artistas vivos y a los familiares de los ya fallecidos para que ellos mismos explicaran el porqué de cada obra. Esto, más el apoyo de los críticos y los curadores, le permitió escribir unos breves perfiles de las obras, pues una de las principales tareas que se impuso fue hablar con el máximo posible de los artistas vivos que aparecen en el libro. Estas 110 obras son apenas una selección. Rigurosa, esforzada, fruto de un trabajo persistente, pero selección al fin y al cabo. No es la lista definitiva, y seguramente los lectores familiarizados con la escena del arte conceptual, los performances y las artes vivas echarán de menos algunas obras o proyectos que ellos consideran imprescindibles y no estarán de acuerdo con varias de las obras seleccionadas. Pero lo que sí es cierto es que este es un libro necesario. Pese a tanta información dispersa, tanta desinformación y tanta confusión alrededor del tema, ya hay al menos un primer punto de partida sólido y bien documentado para que algún día se escriba la historia extensa del arte conceptual en Colombia.

formas con las cuales el Estado y el poder han insistido en mantener la vigilancia y el control de la sociedad. Así, no es extraño que se cite con frecuencia junto a otros grandes escritores en el capítulo literario de las distopías, especie de género creativo en el que se sustentan las pesadillas de un futuro cruel y políticamente calamitoso. La tecnología y el cada vez más elevado conocimiento de cómo funcionan la naturaleza y nuestro cerebro nos relegan a un mundo en el que todos terminamos siendo conejillos de Indias de un experimento que, con aparente propósito benevolente, quiere mejorar cada vez más las condiciones de vida de la sociedad. No sólo se trata de la ciencia ficción y sus a veces intrincadas tramas de monstruos alienígenas y aterradores viajes interestelares, sino del encuentro con la posibilidad de una existencia distinta en la profecía de un mundo en completo orden, sin dolor, sin penas, ajeno a las tristezas y los desengaños. Pero a pesar de que es justo detenerse en el estudio de obras como Un mundo feliz, Huxley no se

Si mi biblioteca ardiera esta noche Aldous Huxley

Selección, traducción yprólogo: Martín Serra Bradford, Barcelona, Edhasa, 2009 (448 pp.)

El placer del ensayo Por Luis Felipe Valencia Tamayo El nombre Aldous Huxley ha sido referente literario de las condiciones de una sociedad permeada por la manipulación mediática, los usos y abusos en las drogas, y las 101


ha reducido sencillamente a la invocación de una advertencia sobre los caminos a los que se nos ha ido conduciendo como borregos desde el siglo xx. Su lectura crítica de la realidad y sus consecuencias para las nuevas generaciones también se pueden auscultar en sus numerosos ensayos, artículos y reseñas, de los que, afortunadamente, ahora contamos con una antología en español titulada Si mi biblioteca ardiera esta noche. Allí, una vez más, y en cápsulas que podían quedar al borde de precipitarse en aforismos, Huxley ha desplegado todos los elementos que lo hacían maravillarse con la vida y sentirse habitante del planeta Tierra. Pensando en su pasión por escribir, sus conocimientos científicos y experimentaciones con ciertas drogas, su amor por la lectura y los extraordinarios escritores que lo precedieron, y su culto por la gran música y pintura de otros siglos, Huxley orienta, discute, propone y, como si fuera parte de su credo, profetiza. Sus ensayos son geniales intervenciones en las que el lector siente que, como en una interesante conversación, se le ilumina un espacio de su mente que lo invita a querer más y a ver mejor las cosas. En la búsqueda de una conciencia que le permitiera actuar plenamente, sin remordimientos ni éticos ni estéticos —aunque, como toda búsqueda, no exenta ni de reveses ni de reconsideraciones—, el escritor inglés se plantea cuestiones que en ocasiones pueden pasar inadvertidas porque se dan como sabidas. Por ejemplo, se pregunta por el género mismo que intenta trabajar: «¿Qué es un ensayo?», y 102

su respuesta no pasa escuetamente por ser una salida académica a una noción de prerrequisitos de trabajo o de objetivos en una investigación. De hecho, su idea de ensayo dista mucho de ser aquella a la que nos hemos acostumbrado desde nuestras universidades: una sarta de citas engranadas con el ánimo de impresionar, conectadas en diversos idiomas, amparadas en una amplia y oscura bibliografía, y lo más triste, muchas veces redactada con los pies, en un creciente desconocimiento de las formas de nuestra lengua y las maravillas de la claridad discursiva. Recordando al padre del género, Montaigne, Huxley nos insiste diciendo: «El ensayo es asociación libre controlada artísticamente». Así, la distinción que recientemente escucho en reuniones y leo en comentarios sueltos entre un ensayo literario y un ensayo académico resulta una vil patraña que pretende enemistar el conocimiento con el estilo. No sólo es soberbia sino que atenta contra la idea misma de que se puedan decir las cosas del mundo en una forma clara y a la vez profunda. Quien arguye que lo que hace es un ensayo académico, distinto del simple ensayo, fácilmente puede estar arrastrando la errada concepción de que los ensayos son como los cuentos, que se diferencian en su extensión en breves y largos, y que está haciendo algo superior a lo que hicieron hombres como Samuel Johnson o Alfonso Reyes, por mencionar apenas a un par de geniales ensayistas. El ensayo es arte; en su revolucionaria escisión, los que hablan de ensayo académico han querido

mostrar lo que es escribir sin atreverse a comprender la escritura. Con todo, las patrañas no paran sólo en la denuncia contra los fenómenos de la escritura; para Huxley, la política y el control de la sociedad siguen siendo los eslabones de las tristes relaciones que tenemos con los demás y la naturaleza. «Las fuerzas que dividen son más poderosas que las que unen», nos dice en Un mundo feliz revisitado. Y luego puede reforzar algunas de las miradas vertidas desde su más conocida novela, insistiendo «En el presente, el dinamismo de las ideas totalitarias es mayor que el de las ideas liberales y democráticas. Esto no se debe, por supuesto, a la superioridad intrínseca de las ideas totalitarias. Se debe en parte al hecho de que en un mundo donde la población supera cada día más los recursos, mayores medidas de control gubernamental se vuelven necesarias, y es más sencillo ejercer un control centralizado por métodos totalitarios que democráticos». Una vez más, la voz en el desierto exhorta, amonesta, perturba nuestras exageradas comodidades y nuestros reconfortantes mimos. El escritor cachetea nuestra reciente pero ya usual visión de un mundo en el que las cosas marchan como debe ser. Aparecen las adicciones, incluso aquel vicio mágico de la esperanza, una de las cartas de todos los genios políticos. Huxley no se llama a engaño, el estado actual de las cosas nos hace a todos propensos a vivir cerca de aquellas reconfortantes y tornadizas píldoras que aminoran el descontento y el absurdo. El escape de la realidad se convirtió en la realidad misma,


pero apenas nos enteramos de que nos hemos adentrado en otra treta de nuestra propia naturaleza, como si fuéramos endulzados en el canto de las sirenas. Dice Huxley; «En teoría, los tranquilizantes sólo deberían ser provistos a personas que sufran de graves formas de neurosis o psicosis. En la práctica, desafortunadamente, muchos doctores se han dejado llevar por las actuales modas farmacológicas y prescriben tranquilizantes a todo el mundo. Podría decirse que la historia de las modas médicas es por lo menos tan grotesca como la historia de las modas de los sombreros de mujer; al menos igual de grotesca y, ya que vidas humanas están en juego, bastante más trágica». Sin dejar de mirar a Thomas de Quincey o a William James, sus ideas sobre las drogas nos llevan a una peculiar aprensión: «Los dictadores del mañana les quitarán la libertad a los hombres, pero les darán a cambio una felicidad de todos modos real, como experiencia subjetiva, ya que estará químicamente inducida. Desafortunadamente, el logro de la felicidad puede tornarse incompatible con otro de los derechos del hombre: la libertad». Es difícil encontrar peros a las concienzudas palabras de un hombre que, como Huxley, buscaba continuamente su propia iluminación y que, como un profeta veterotestamentario, experimentaba el mundo para poder hablar mejor de él. Lentamente se fue acercando a Oriente y sus peculiares bendiciones, hallando en nuevas lecturas y amistades una posibilidad distinta de ser en el universo. Reconocía las difi-

cultades que había en la administración de las drogas y sus efectos en la sociedad; sabía que las fórmulas para vencer los dulces venenos que también brotan de la naturaleza no vienen dadas por la prohibición o la condena de los adictos; entendía que era el descontento con la realidad el que llevaba a tantos, y cada vez a más, a adentrarse en un camino a veces sin retorno; pero pensaba, a pesar de todo, que debía haber serias transformaciones en nuestra educación, especialmente en las condiciones en que nos reconocemos y amamos a nosotros mismos, para evitar ser presas de una realidad absurda. «La causa de la ebriedad y de la adicción a las drogas se encuentra en la insatisfacción general con la realidad. Con más o menos frecuencia, y mayor o menor intensidad, hombres y mujeres se disgustan con el mundo en el que viven y con la personalidad que les brindaron la naturaleza y la crianza». Mientras escribo este texto, las noticias informan de una masacre en Oslo y la muerte de la cantante londinense Amy Winehouse. Una vez más, Huxley atrae mi atención cuando invocaba los demonios detrás de los acontecimientos que padecemos. Y es una pena tener que reconocer que lo tantas veces advertido emerge como un leviatán insuperable. Incluso el ánimo profético de

Huxley recayó sobre él mismo. Si mi biblioteca ardiera esta noche fue inicialmente el título de un ensayo suyo en el que nos hablaba de los pequeños tesoros que en forma de libros tenía en su biblioteca personal y qué pasaría si ella fuera presa de las llamas. Para no ir muy lejos y no alargar las referencias, años después un incendio deshizo la colección de obras que Huxley mantenía en su biblioteca. Su sino parece ser inequívoco. Son muchas las cuestiones que un libro como éste puede suscitar, a lo mejor muchas más que las dejadas por Un mundo feliz. Cuando Huxley se enfrenta a los clásicos, a sus influencias, a lo que le hace palpitar el corazón en un mundo convulso y confundido, puede ser una gran compañía. Su ensayo sobre Baudelaire, por ejemplo, es de una calidez y una estructura maravillosas, como para meditar a su lado sobre los 103


continuos ires y venires del amor y la vida. Su reivindicación de los grandes músicos y pintores es una forma disimulada de advertirnos del pobre arte de hoy. «Lo que aquí nos concierne es el hecho empírico de que el mejor arte hasta el presente siempre se ha apoyado en los viejos sentimientos y los viejos valores humanos y que, al menos hasta ahora, nada de gran importancia ha surgido de negaciones», nos dice en sus comentarios a Brahms. Agradezco a Edhasa la preparación de estos ensayos y la correcta edición de esta peculiar obra del inmejorable Aldous Huxley. Digno de mencionar es que llega, como los buenos libros, para quedarse en nuestra mente y revolver un poco sus habitaciones, pues, como ha dicho del escritor el mismo Isaiah Berlin en sus Impresiones personales: Huxley «fue un humanista en el sentido más literal y honorable de esta palabra, de la que tan atrozmente se ha abusado; tenía una causa y la servía. La causa era hacer ver a sus lectores, científicos y laicos por igual, las conexiones, hasta entonces inadecuadamente investigadas y descritas, entre regiones artificialmente divididas: físicas y mentales, sensuales y espirituales, internas y externas (…) Con esa singular sensibilidad hacia los contornos del futuro que a veces poseen los artistas impersonales, fue el heraldo de lo que seguramente será uno de los grandes avances de este siglo y del próximo: la creación de nuevas ciencias psicofísicas, de descubrimientos en el ámbito de lo que en la actualidad, por falta de un término mejor, llamamos las relaciones entre cuerpo y espíritu». 104

Comer animales

Jonathan Safran Foer

Barcelona, Seix Barral, 2011 (430 pp.)

Omnívoros más honorables Por Camilo Jiménez Los lectores de esta nota que rondan los cuarenta recordarán que hace treinta años o más el pollo era el plato de las ocasiones familiares. Era costoso, por momentos escaso, y eso lo hacía especial. La visita del pariente que vivía fuera del país, el cumpleaños o el almuerzo familiar dominguero se honraban con un pollo. Era grande. Era sabroso. Era uno. Ahora el pollo es cosa de todos los días, y con uno comerán tres personas como mucho. Es barato. Así mismo, el precio de la carne vacuna y la de cerdo ha aumentado poco en los últimos años, y cortes de todo tipo están al alcance de casi cualquiera. Huevos también hay por montones, en ocasiones para remplazar la proteína animal; claro que ya no son los de cáscara roja y

yema naranja profundo que comimos hasta hace un tiempo. ¿Qué ha pasado con el campo, con la agricultura, con la ganadería para que esto sea así? ¿De dónde viene esa pechuga blanca, prolijamente empacada y limpia que tomamos de la nevera de Carulla, de Carrefour, del minimercado del barrio? Estas y otras preguntas se hizo Jonathan Safran Foer (Washington DC, 1977) cuando nació su primer hijo. ¿Qué tipo de comida llegaría a su mesa y, en últimas, a su organismo? Después de dos novelas exitosas y tremendamente bien escritas –Todo está iluminado (2003) y Tan fuerte, tan cerca (2005)—, Safran Foer se dedicó a investigar sobre la carne que comía su familia y prácticamente la totalidad de los habitantes de Estados Unidos. Le tomó tres años revisar los documentos suficientes; viajar por el país; intentar visitar granjas industriales de aves, cerdos y terneros; conversar con personas de la industria de alimentos y con activistas en contra de ella; conocer los emprendimientos de los granjeros independientes, cada vez menos, cada vez más apretados. Desangrados, cabría decir, que apenas tienen 1% de la participación en el mercado de la carne. Luego compartió el resultado en Comer animales, publicado originalmente en Estados Unidos en 2009. Las otras preguntas que ya mencioné son del tipo ¿Por qué comemos carne? ¿Por qué más de la mitad de los estadounidenses comen pavo el Día de Acción de Gracias? ¿Por qué vaca, pescado, y no caballo o perro? ¿Quién escribe la información de la tabla de valores alimenticios impresa en todas


las etiquetas? ¿Quién regula lo que comemos? El universo del autor es Estados Unidos, pero es posible aplicar lo que señala en el resto del mundo: por más que choque, la potencia marca las tendencias. Sus cartas están claras desde el principio: es vegetariano. Quiere que su hijo lo sea: «La mía no es una posición complicada, ni es un argumento velado en defensa del vegetarianismo. Es un argumento en pro del vegetarianismo, pero también en pro de otro tipo de ganadería más sensata y en pro de omnívoros más honorables» (p. 301). Todos lo sabemos: en los mataderos hay dolor, hay crueldad. No nos lo muestran, y la mayoría preferimos no sólo no buscar, sino que miramos para otro lado. Pues bien, parece que es el momento de mirar cómo están haciendo las cosas los encargados de alimentar al mundo. En Colombia y otros países de la región la ganadería conserva todavía algún contacto con las prácticas tradicionales de cuidado y sacrificio de los animales, pero las fábricas de huevos y pollos ya están bien establecidas, y no hay por qué creer que la tendencia va a detenerse o, menos aún, a revertirse (en Estados Unidos la producción industrial de carne comenzó en las granjas avícolas) Sin embargo, la decisión del autor de comer nada más que verduras no obedece únicamente a la crueldad que se inflige a los animales en los mataderos: las granjas industriales contaminan más el ambiente que el transporte, y no pasa un día en que no se registre en las noticias un daño en la salud de personas aisladas o de grupos debido a lo que comen. Y a todos esos costos pasa

revista Jonathan Safran Foer. Parece un libro políticamente correcto, un alegato a favor de una causa que se sobrentiende justa, expresada de la manera más higiénica posible. Nada de eso. En este libro el autor se viste de negro y se mete ilegalmente en una granja avícola en medio de la noche, y durante la aventura le surgen otras preguntas perspicaces: ¿por qué los granjeros se aseguran de cerrar con llave la puerta de sus galpones? Conocemos los testimonios de trabajadores de mataderos, grupo compuesto sobre todo por inmigrantes ilegales, con una rotación de personal que alcanza el 150%anual y con la mayor incidencia en accidentes laborales: 27% cada año. Los empleados sufren abusos, y –tan simple y tan cruel como suena— se desquitan con los animales. «Aquí no hay lugar para bromas ni para mirar hacia otro lado. Digamos lo que hay que decir: los animales son desangrados, despellejados y descuartizados mientras están conscientes. Sucede constantemente y tanto la industria como el gobierno lo saben» (p. 284). Todos hemos oído los mitos sobre gallinas a las que les cortan los picos y las ayudan a crecer en poco tiempo a punta de medicamentos; de los cerdos que no se pueden mover o ni siquiera parar de lo grandes y gordos que están; de las toneladas de antibióticos que les dan a estos animales para que puedan llegar vivos al matadero, y de la salmonela y otras bacterias que transmiten a pesar de —o debido a— esa cantidad de medicamentos. Lo vimos en Food Inc., el documental de Robert Kenner, y en Fast Food Nation, la película de Richard

Linklater, o al menos llegaron hasta la casilla de correo electrónico fotos espeluznantes de animales maltratados en una presentación de Power Point, si es que alguien todavía las abre. Pues bien, esos mitos no son mitos, son verdad: con la ingeniería genética y de alimentos, las granjas industriales han modificado definitivamente la genética de los animales. «De 1993 a 1995, el peso medio de las aves aumentó un 65%, mientras que el tiempo que tardaban en llegar al mercado se rebajó en un 60% y sus necesidades de comida en un 57%» (p. 136). Cada aspecto de la vida de pollos, vacas y cerdos ha sido trastornado: «Ni uno solo de los pavos que se compran en el supermercado puede andar normalmente, y mucho menos saltar o volar. ¿Lo sabías? Ni siquiera pueden tener relaciones sexuales. Ni los que venden como orgánicos, libres de antibióticos o de granja. Todos tienen los mismos genes absurdos» (p. 141). Y no sólo eso: los empleados abusan de innumerables maneras de los animales con que tratan, y quienes deben regular los métodos de manipulación y sacrificio son representantes de la industria. Como en tantos casos, los mismos con las mismas. El libro comienza como una memoria: la llegada de su hijo, las cenas de la infancia en casa de la abuela, la historia de su perrita George. En este movimiento inicial oímos ecos de Todo está iluminado: la familia, las raíces, el contundente ancestro judío, las grandes preguntas, la vida y la muerte. Pero pronto toma el aspecto de un reportaje con aventura, datos duros, voces y 105


cifras que van trazando un mapa de la atrocidad. «Sentí vergüenza por vivir en una nación que goza de una prosperidad sin precedentes, una nación que gasta menos en comida que ninguna otra en la historia de la humanidad, pero que en nombre de los bajos costos trata a los animales que come con una crueldad tan extrema que sería ilegal si se le aplicara a un perro» (p. 55). Por momentos leemos un ensayo sobre la ética, sobre la vergüenza, sobre los orígenes de algunas de nuestras costumbres, y luego, en determinados puntos del relato, se insertan voces ajenas: el testimonio de un ganadero que respeta a sus animales, el alegato de un activista de Peta que no suena histérico, la explicación de un vegano que construye mataderos para animales. Y también leemos escenas muy vívidas de la manera en que esas grandes granjas se deshacen de las toneladas de mierda que producen sus animales. Y no las voy a incluir en esta reseña. Conocemos también cifras alrededor de esa industria. Y al final, después de ese recorrido por lo peorcito de Estados Unidos, llega otra vez la memoria personal, el testimonio condimentado de aforismos universales: «Nuestro alimento procede del sufrimiento» (p. 179) es nada más uno. Después de leerlo algunos querrán volverse vegetarianos, y al parecer así ha sucedido con bastantes lectores, entre ellos algunas figuras públicas que han dado testimonio (Natalie Portman dijo que el libro la animó a pasar de vegetariana a vegana: no voy a comentar nada al respecto). Por lo menos, las preguntas que uno se hace cuando compra 106

comida van a cambiar. O si no se hacía preguntas, se las va a hacer. La lectura de Comer animales cambia algo de nuestra vida, y yo creo que para bien. Se trata de tomar mejores decisiones, o al menos decisiones mejor informadas, en algo tan esencial como lo que llevamos a la mesa, y en últimas a nuestro organismo —la repetición es intencional—. J. M. Coetzee fue categórico: «Es tan convincente, que cualquiera que haya leído el libro de Safrau Foer y continúe consumiendo los productos de la industria, o no tiene corazón o es impermeable a la razón, o las dos cosas».

Vlad Carlos Fuentes

México, Alfaguara, 2004, 2010 (111 pp.)

Vlad, o el góticomexicano de Carlos Fuentes Por Catalina Ruiz-Navarro Hay una sobreoferta de historias de vampiros. Uno se los encuentra en el cine, en la televisión y en la literatura (por supuesto), en la publicidad, en las grandes vallas, en los nombres de los grupos de rock con-

temporáneos. Algunos son elfos pálidos que brillan como diamantes bajo el sol; otros son lujuriosos animales del prime time de hbo; otros han «recuperado su alma» y ahora luchan, junto a los humanos, por el «bien». La variedad es abrumadora y la queja es común: que «los vampiros han perdido su esencia», que ahora son adolescentes perpetuos y no monstruos freudianos, que los vampiros de hoy son vegetarianos. Pero ¿hay tal cosa como «una esencia» del vampiro? Y si la hay, ¿cuál es? Por oposición a la oferta actual, me atrevo a afirmar que lo que se añora es a ese vampiro poderoso que no se enamora, pero en cambio posee lujuriosamente a sus objetos de deseo, que puede convertir a los seres más cercanos en enemigos mortales, que se sintoniza con los deseos más oscuros de sus víctimas, que materializa los miedos más primitivos. El vampiro que nos mostró Bram Stoker. Tal vez Vlad, el nuevo libro de Carlos Fuentes, es un homenaje a este vampiro sombrío e indómito de Stoker, un meme tan exitoso que sigue vigente en el siglo xxi. Conocemos el gusto de Fuentes por la literatura fantástica, su amplio conocimiento de la literatura inglesa y su habilidad para los sincretismos culturales; por eso no sorprende verlo sumar su pluma a la literatura de vampiros. Resulta refrescante ver cómo Fuentes rescata este canon. Vlad es, o bien un cuento largo, o bien una novela corta, sobre un abogado mexicano, Yves Navarro, que, por un encargo de su jefe, conoce a Drácula, tal vez hasta el mismo que conocieron Lucy, Mina y John Harker.


Vlad es literatura gótica victoriana en Ciudad de México. En la literatura victoriana se plantea que lo inglés es lo bueno, lo ordenado, lo lógico y legítimo. Lo inglés se ubica frente a lo otro, ese otro pasional, oscuro, inmanejable, inconmensurable, indomable. En la novela de Fuentes, el ordenado y hasta europeizado licenciado Navarro tiene que enfrentarse con una serie de eventos que no puede manejar, pues sólo sabe enfrentarse al mundo desde su racionalidad. En Drácula, Harker está de viaje por Europa Oriental y desde allí le escribe cartas a su hermosa y correcta prometida, que más adelante sería una víctima del conde. Con su visita, Harker casi se la entrega en bandeja al vampiro, y lo lamenta el resto de la novela. En las versiones contemporáneas, el personaje de Harker se ha desdibujado hasta casi desaparecer y a veces la historia sólo gira alrededor de «la chica y el vampiro». Esta voz narrativa se rescata gratamente en la novela de Fuentes. A través de los ojos de Yves Navarro, como a través de los ojos de John Harker, vemos un choque de culturas, el choque de lo procedente y lo insensato, un recurso frecuente en la literatura gótica victoriana. La voz narrativa de John Harker, la dominante entre todas las voces de las cartas en Drácula, esa del inglés pragmático y racional que se ve afrontado por un mundo oscuro que no puede medir y al que no puede enfrentarse con una lógica efecto-causa, se encarna en la voz del licenciado Yves Navarro, contemporáneo y mexicano, pero igualmente meticuloso y racional. Quizás es este recurso lo que ope-

ra como detonante del terror en los lectores, porque ellos mismos, como miembros de la ciudad letrada, esperan encontrar consuelo en la gramática lineal de los textos. Quizás es este recurso narrativo lo que nos devuelve con éxito al monstruo aterrador recreado por Stoker, porque lo que nos asusta más profundamente del vampiro es esa fuerza que acaba con la voluntad de los hombres para buscar la bondad. Lo que se ecuentra en Vlad es una reinvención del Drácula de Stoker, no porque los personajes se parezcan físicamente o porque se siga la estructura de la historia, sino porque ambos personajes ejercen una fuerza similar en el lector, son un llamado a temer del cotidiano, a esculcar entre los miedos y a encontrar ese, de perder lo más preciado, que siempre se tiene presente y que tan fácilmente llama al insomnio.

Una historia de amor Por Alfredo Durán Mejía «Divertida. Dolorosa. Agradable. Dulce. Amarga. Salada. Cosquillosa. Picante. Fría. Caliente. Tibia. ¿Qué clase de vida había llevado hasta entonces?». El amor, el sake y la Luna Al terminar la lectura de El cielo es azul, la tierra es blanca, de Hiromi Kawakami, Premio Tanizaki de literatura japonesa, no se puede uno alejar de la historia de dos en la que, paso a paso, con total delicadeza y observación, se van describiendo el mundo, la comida, la bebida, las actitudes, los pensamientos, los sentimientos y las sensaciones que llevan en cada

El cielo es azul, la tierra es blanca Hiromi Kawakami

Barcelona, Acantilado, 2009 (211 pp.)

página a un cuadro transparente e inocente, bello, del amor y de la vida en algún lugar del Japón. Esta historia nace del pensamiento en soledad. Es una narración que nos muestra un mundo interior en busca de sentido y amor, y lo halla, incluso al estar rehuyéndole a este mismo amor, intencionalmente. Se trata de una narración de nuestros tiempos, en los que el temor a la entrega y el escabullirse del «verdadero amor» están presentes. Pero la virtud de la escritura es hacernos vivir de cerca, protagonizar una historia de amor que no se presenta como tal, en el barullo y el afán del enamoramiento pasional, sino a través de momentos, de pequeños eventos simples, uno a uno, donde el mundo de los árboles, la luz de la Luna, los sabores del marisco y del sake, los graznidos de los pájaros, la luz y el clima de cada día y de cada estación, acompañan pausada y sosegadamente la lectura, adentrándonos en el alma de la narradora y de su encantador amor. Este libro es universal en el 107


amor y particular en el mundo de la cultura que nos hace ver y visitar. El protagonista, un hombre mayor, profesor retirado, es la figura del hombre japonés que conoce su tierra y sus frutos, que ha amado y que pese a sus años aún conserva la postura recta de la espalda, el buen humor, el amor por el alcohol y las buenas comidas y, sobre todo, la forma de servirlas con parsimonia, elegancia y rito. Su sabiduría y distancia, sus monosílabos y su cercanía a la poesía japonesa, tanto como su asombro y maravilla ante las cosas simples —como los tiquetes del tren o las jarras de barro—, revelan que con los años su afecto y amor por la vida crecen, y que es posible aumentarlo, vivir en el gozo las múltiples cosas y seres que lo rodean. En el viejo se trasluce el niño, con candidez y, a la vez, con cierta soberbia. La protagonista narradora es relativamente joven. Es ejecutiva en una oficina de la cual nunca conocemos detalles, pues la historia se entreteje en los momentos consigo misma, cuando va a los bares luego del trabajo, pasea, o en su casa en soledad. El texto es la escritura de su pensamiento, de sus recuerdos, temores, placeres, y de su obcecada forma de no creer tan fácilmente en el amor y en los hombres. Es una mujer que vive sola y que encuentra difícil la vida en familia. Cuando visita a su madre, por ejemplo, nos dice: «Era como si encargara varias piezas de ropa hecha a la medida y al probármelas descubriera que unas eran demasiado cortas y otras eran tan largas que las arrastraba por el suelo al caminar. Entonces me qui108

taba la ropa, estupefacta, comprobaba de nuevo las medidas y me daba cuenta de que eran exactas. Así me sentía con mi familia» (p. 70). Tanto ella como el profesor retirado muestran poco su afecto; crean, con su cortesía y distancia, muros para no entregarse plenamente el uno al otro, sin que esto implique una absoluta frialdad. El pensamiento y la narración de la protagonista nos hacen visitar, de a pocos, ese espacio de amor y admiración que se construye entre los dos, y que difícilmente mina los muros del temor hasta lograr la tan temida entrega. Tsukiko, la narradora y protagonista, conoce a este hombre mayor, quien no la asalta con la avidez que un adulto solitario podría tener, sino que la va llevando a la observación de algunas cosas del mundo, de su vida y manera de asumirla. En algunos pasajes de la novela se distancian el uno del otro, sin que haya ninguna formalidad. Así sus encuentros no se planeen con anterioridad, éstos suceden continuamente. El azar, el no constreñir y no formalizar, va creando desde la apertura en libertad de cada uno de los dos mundos un camino de amor en conjunto, difícil de aceptar, de sellar, pero que el lector puede ir sintiendo como suyo. Esos encuentros de la pareja son fortuitos y sin planeación en la mayor parte del libro. Se mueven entre la belleza del paisaje y los sabores de las comidas (el lector puede utilizar este libro como menú y aperitivo de manjares japoneses, sencillos, pues son de la cotidianidad de esa cultura y la frescura de lo ofrecido en cada estación). Las conversaciones cortas, que

por parte del hombre mayor no son complacientes (como lo haría enamorado —más aún de su edad— hacia su amada) sino directas, francas y con una intención de justicia, están acompañadas, en su mayoría, por el alcohol. El sake, la cerveza, y en ocasiones otras bebidas alcohólicas, son acólitos constantes de esta novela. La forma de la escritura de Hiromi Kawakami nos recuerda los trazos de la caligrafía japonesa. En las páginas blancas, las palabras se destacan sin desbordar nuestro impulso lector, sin recargar o hacernos lejanos de lo que ellas nos hacen ver. En este sentido se trata de una lectura ligera, que nos recuerda el amor, la sencillez de la luz de la Luna, la brisa, el temor de entregarnos, y en esa medida es agradable, no implica esfuerzo al leer, sino el mayor placer al encontrar la belleza y el asombro inocente ante el mundo. Se trata de un libro-cuadro, de un libro-haikú, de un libro-sabiduría de vida, de un libro para niños grandes, o de un gran libro para todos.

Citizens’ Media against Armed Conflict Disrupting Violence in Colombia. Por Clemencia Rodríguez* En este libro se analizan las formas en que comunidades colombianas en regiones de conflicto armado utilizan tecnologías mediáticas como la radio y la televisión comunitaria, el video, la fotografía digital y la internet, para resistir el impacto negativo de la violencia armada en la vida cotidiana, en los procesos locales de democracia, en la cultura y el sentido de identidad local. Durante dos años, Clemencia Ro-


dríguez realizó trabajo de campo en Montes de María, Magdalena Medio y Caquetá, tres regiones de Colombia donde las comunidades civiles se han tenido que adaptar a la presencia continua de grupos armados antagónicos en su territorio. Según Rodríguez, aquellos medios ciudadanos que entienden la comunicación como performance y no como instrumento para persuadir, o para transmitir información, son los que más potencial tienen para resistir el impacto de la guerra. Cuando los medios comunitarios están profundamente arraigados en la comunidad, verdaderamente abiertos a la participación ciudadana y comprometidos con las necesidades locales, fortalecen la capacidad de la comunidad para responder al acoso de la guerra y de los armados. En última instancia, Rodríguez demuestra cómo estas comunidadesciviles desarmadas, aunque arrinconadas por los armados, utilizan los medios de comunicación comunitarios para reparar tejidos sociales rotos por la guerra, reconstruir lazos de solidaridad erosionados, recuperar los espacios públicos, fortalecer procesos locales de democracia participativa y resolver conflictos de forma no violenta.

MÚSICA Sultana: Manual psicodélico del ritmo, vol. 1 Superlitio

Una ciudad y un mapa para perdernos en ella Por Will Balloni Sullivan

Corría el 2009 y bandas como Systema Solar y Bomba Estéreo comenzaban el último gran boom de la nueva música colombiana, que ha tenido su continuación temática en infinidad de proyectos, garantizando su buena posición mediática al menos por unos cuantos años más. A finales de ese mismo año, Humberto Pernett saca al mercado su segundo lp, un homenaje al folclor del Pacífico salpicado de aires caribeños que se traducen en su álbum mejor logrado hasta la fecha, pero que no tuvo mayor repercusión y casi pasa inadvertido. Siguiendo con nuestra historia reciente, el cuarto disco de estudio de la banda caleña Superlitio, Calidosound, también vio la luz en 2009. En esos momentos la apuesta de la banda viró de un funk psicodélico y cadencioso a un evidente acercamiento pseudocomercial tropipop que no tuvo reparos en imitar las repetidas y fofas notas de Juanes. Te lastimé se convirtió en el único «gancho emocional» de un disco que, en resumidas cuentas, no fue más que un ardid para enmarcar el reencuentro de la banda luego de su aclamado Tripping Tropicana de 2005, disco en el cual quedaron plasmadas sus mejores intenciones sonoras. Mi mayor desconcierto en ese 2009 lleno de buenas propuestas

que llegaban de los cuatro puntos cardinales de América fue que una banda con trayectoria y varios discos bajo el brazo, como Superlitio, afirmara que aún estaba en busca de un sonido. Ésta sería una de las razones que me llevaron a dejar de lado su propuesta, esperando que su próxima placa mostrara algún avance y, además de su posicionamiento mediático, lograra consolidar un sonido que enriqueciera la nueva música del país. Dos años después, la banda vuelve al ataque de la escueta y cada vez más insípida escena independiente colombiana. El disco lleva como título Sultana: Manual psicodélico del ritmo vol. 1. Al escuchar las intenciones sonoras de temas como Champetrónica es imposible no remontarse a ese 2009 en el que los experimentos electrochampeteros estaban en furor. Esta canción se convierte a la vez en la bandera de un disco homenaje a su ciudad natal (y yo que pensaba que el título de su anterior placa había dejado más que clara su procedencia).

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Entonces, trato de pensar en discos que hagan referencia a ciudades o lugares específicos, y debe haber muchos, pero uno que lo haga con tanto desparpajo, sólo éste. Títulos tan inmediatos como Santiago D.C., Cali, Chipichape y Saturno y Pa’ bailar demuestran un planteamiento alejado de conceptos abstractos y que en su lugar intenta plasmar las sonoridades caleñas a fuerza de efectismo. En Pa’ bailar, por ejemplo, se hace claro el carácter ecléctico del disco, algo que ya deja de ser sorpresivo y se vuelve mera fórmula sonora. Acá se exploran las raíces salseras y de boogaloo de La Sultana, se invita al baile y se oyen vientos y coros que remontan a esas épocas doradas. El toque arriesgado de los sintetizadores termina por salvar la buena intención de una canción alusiva a un ritmo, para el cual una banda como La 33 tiene mejor swing.

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Uno de mis principales desencuentros con esta placa radica en la utilización indiscriminada y casi abyecta de voces en off. Bienvenidos a Sultana es la introducción a este disco, una invitación de azafata que amenaza con alejarnos del contenido oficial. Si eso sucede con la intro, el interludio no puede ser menos decepcionante. Minuto y medio de experimentación electrónica con algo de beats de dub que se convierten en la antesala de la mencionada Champetrónica. Las voces en off como sampleos se repiten a lo largo del disco y su utilización es cada vez más cuestionable, si consideramos que todas hacen referencia a la ciudad de Cali, sin ser estas voces las más representativas o atractivas de la ciudad. Quizá la referencia del título era suficiente para plantearnos un escenario, pues sobrecargarnos de ideas sólo resta credibilidad al concepto. En cuanto a composición, la banda nunca ha sido de las más comprometidas. En momentos se experimentan subidas constantes en los versos, pero al llegar al coro el mapa se desdibuja, se repiten las líneas y se corta bruscamente el sentido lógico de la lírica. Sin embargo, así como suelen ser descomplicadas las

letras, siempre encontrarán su oído afín y es ahí donde el disco aviva sus esperanzas. Balas de sonido se gana un lugar privilegiado en el álbum, por ser la única canción en la que se plasma la situación de violencia que vive la ciudad. La mezcla contiene un potente gancho musical en el que interactúan guitarras afiladas, notas de acordeón, golpes de batería con personalidad y una aguerrida voz que mantiene la secuencia lírica y rítmica de la que carecen otras canciones en el disco. «Tú me llenas de balas, yo te lleno de sonido», una frase que fluctúa entre la valentía y la emotividad, cierra esta canción con los mejores bríos. Aunque varios tracks de Sultana encontrarían mejor suerte al ser recortad0s (Sexo con amor, Viaje al corazón de la lulada cósmica), es curioso que la joya del disco sea al mismo tiempo la más extensa. Viernes otra vez se extiende por casi siete minutos en los que reconocemos un inicio con claras influencias de la balada pop setentera; la letra de corazones rotos da paso a una electrónica melosa y disfrutable que va in crescendo y que amenaza con hacernos olvidar las penas amorosas ahogándolas en baile. Así que aquí estamos, un 2011 que ha visto pocos lanzamientos musicales interesantes, en el cual Sultana prometía llenar el vacío y saldar la deuda que Superlitio había dejado luego de su última placa de estudio. Este disco encontró una forma novedosa de distribución y circuló con una revista en el mes de agosto, garantizando así su posicionamiento y buena respuesta por parte del público de la banda.


Sin embargo, yo jamás he estado en el vagón de Superlitio, siempre los he visto de lejitos (es que de Barranquilla a Cali hay mucho trecho), y por lo que acá he plasmado, mis apreciaciones negativas no repercuten en la calidad de la banda y su directo; la experiencia no se improvisa. Lo que sí me parece cuestionable es que la intención conceptual o cohesiva de un disco, que en últimas es la presentación oficial de la música, se desvirtúe o se vuelva mediocre. Dos años suele ser un tiempo más que prudente para volver con nuevos aires y un sonido más curado. Lo que en este caso no llenó mis expectativas, o por lo menos alcanzó a sorprenderme, puede tener una mejor traducción en vivo y una buena recepción del público joven que, a la postre, no recordará el volumen 1 de este Manual psicodélico del ritmo, así llegue a secuela o trilogía.

Papaya Republik vol.1 Papaya Republik

Mejor seguir «dando papaya» Por Leonel Finado Había que darle cabida a aquel arrume de viejos acetatos que este personaje de figura definitivamente desgualetada y que algunos conocedores tildan de «leyenda urbana» de los ochenta, acababa de recibir de su padre —melómano,salsero, percusionista y líder de una banda tropical aficionada conocida como los Aces, y que animó más de una fiesta juvenil en la Cali de finales de los años cincuenta—.

Difícil traea para Batori, desencartarse de lo que fuera un pedazo de su párvulo yo, o el rayón profundo y oscuro de su memoria. Sus años de metalero en «Perro Muerto» iban quedando atras, pero el «veneno de su amor» por la música y su escena lo llevaron a reencontrarse con las sonoridades de su tierna y problemática infancia. Ya desde su cercanía con Sytema Solar con su pegajosísima Fayaguaya (2009) se podía adivinar el estruendoso plan de este enfant terrible. Pero, menos mal que un punketo que gusta de la Disco y para quien no existe mayor distancia entre un bolero y un blues, logró encontrar cómplices de la calidad y talento de Juan Pablo Valencia, Dragao, Dj Jodastin, en la guitarra y programaciones, Diego Magaldi en la dirección de los vientos, Marco Fajardo en el clarinete, Luisa Cáceres en el saxo tenor, Carlos Tabares en la trompeta y Richie Arnedo en las percusiones y batería, para cocinar con una extraña elegancia algo que no supiera a la «clichusuda» y relamida música fusión. El resultado es este delicioso ensamble sonoro, que conjuga música electrónica, jazz, funk, rock y papayera con letras contundentes, en el bozarrón furioso y cautivante de don Batori acompasado de un soni-

do decididamente suculento. Una grata propuesta que hace parte de la llamada Nueva música colombiana, que más que un género, es un verdadero movimiento musical, tristemente más célebre en Europa y en la Argentina que en nuestro propio territorio, el cual, viciado por las «roscas» de la divulgación y difusión, no ha permitido que esta música colombiana sea verdaderamente «popular» en el amplio y sonoro sentido de la palabra. Mejor seguir dando Papaya.

Aclaración  En el artículo Joe Arroyo que aparece en la edición 70, de Heriberto Fiorillo, se omitieron por error las dos últimas frases: «Es martes de carnaval y el Negro baila chandé en la calle de las vacas con mujeres a las que les sudan las caderas. Hay que poner el disco otra vez».  La crónica «Mariana», de Alfredo Molano, forma parte del libro Del otro lado, de Editorial Aguilar.

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Andrés García-Peña Flood- Inundación. 132 cm x 167 cm. Óleo y acrílico sobre lienzo. 2001.

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