Totó la Momposina, memoria del tambor •
Álvaro Miranda
producto de patatín, patatán. Patatín significaba que era una danza típica de los gitanos de Rumania, gitanos andariegos que la habían introducido al llegar a la Depresión Momposina. Patatán indicaba que había sido un veterano de la Guerra de los Mil Días el encargado de organizar el primer grupo de danzarines faroteros. —Esta es una danza que representa la estrategia que utilizaron los indígenas de la tribu de los farotos para vengarse de los españoles que abusaban de sus mujeres —dijo alguien que era conocido como el Replicador. —¡Que no hombre! —respondió otro llamado el Indagador—. ¡Que esa joda de la venganza contra los españoles no es así. Y se lo digo yo que he sido un indagador de la historia de nuestro pueblo. —¿Entonces cómo carajo es la vaina? —insistió el Replicador. —Le digo que ese cuento lo ideé yo junto con mi compadre y el cura de la iglesia de Talaigua cuando el municipio se alistaba para participar en el II Festival de la Cumbia en El Banco. Había que crear una historia sobre la danza que explicara una tradición y como no la había, nos inventamos esa que ha repetido hasta la misma directora del Instituto Colombiano de Cultura. —A mí no me vengan con vainas —refutó por segunda vez el Replicador— acá lo que hay es gato encerrado, con tanta mentira lanzada desde la misma casa de Dios. Muchos comenzaron a recordar a los faroteros antiguos y en cada evocación se establecían comparaciones con los actuales. “Que fulano, fulanejo, zutano, zutanejo y perencejo se parecen a Heriberto Montero, Inocencio Ramos, a Hermenegildo Quevedo, a Manuel Joaquín, a Gabriel Panzza” y a otra “catajarria” de nombres que se hizo infinita desde el día en que a Etelvina Dávila se le dio por llevar la danza de los farotas al Carnaval de Barranquilla, decretado por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Un polvero amarillo cubrió el lugar. En las calles se entrecruzaban los sonidos. Los bajos de los tambores y los toques finos de las flautas hacían su paseo. La música era furia del sol que cubría todos los espacios que Totó la Momposina iba a reconocer una y mil veces. Estaba muy cerca de lo que corría por sus venas. Todo eso lo llevaba dentro desde antes de que las circunstancias la obligaran a salir del origen.
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