atlántico huella artesanal
suave y manejable a la hora de proceder con el tejido. No cumplir con este requisito acarrea, según los mismos artesanos, el daño parcial de la planta y del trabajo que quiera realizarse con ella. Antes de que las personas acudieran a los proveedores actuales, los primeros artesanos se aprestaban a organizar de manera cuidadosa, luego de su recolección, bultos llenos de cogollos secos, en lugares amplios, que evitaran la humedad y con ello, el daño de la fibra. Actualmente este recurso puede comprarse al por mayor a cortadores o intermediarios. Los artesanos la adquieren por mazos que contienen entre cuarenta y cincuenta cogollos cada uno, o en menor cantidad si hay escasez. Los cogollos se abren con cuidado, de forma manual, desprendiendo los desechos sin dañar el tallo, para luego dar inicio al llamado proceso de «ripiado», que consiste en convertir las hebras obtenidas del cogollo en una escobilla que remata en fajos de hilos gruesos color crudo. Así mismo, el curado y tinturado de la fibra es una fase importante en la consecución de un buen material para trabajar. Generalmente, en los patios caseros de las viviendas se monta el procedimiento de lavado, preparando la fibra para blanquearla y teñirla. Para ello se escogen las palmas de tonos más claros y sobre una hornilla se coloca una olla grande para hervir el agua con los pigmentos naturales o industriales, durante un tiempo determinado. Más tarde se cuelgan sobre alambres, bajo el sol, hasta que secan. Los mazos se ponen luego en los espacios caseros de almacenamiento. La paleta final de colores se obtiene según la pieza a realizar o los pedidos del cliente. Aunque siguen predominando los productos con el color natural, la mezcla del tono pajizo propio de la fibra con la gama de colores llamativos es cada vez más solicitada. Desde hace algunos años esta combinación rompió una tradición y resistencia que mantenía la monocromía en las piezas, y ha abierto una posibilidad creativa muy importante que se ve intensificada con la aceptación de los nuevos diseños, junto a una sensibilidad que se extiende a nuevas propuestas. La gran mayoría de los habitantes de Usiacurí se dedica a este oficio, habiéndose convertido en una de las ocupaciones principales y fuente de ingreso que involucra a veces a familias enteras. A mediados de los años sesenta del siglo pasado –según cuentan las artesanas mayores– Usiacurí comenzó a recibir visitantes que, conociendo de las habilidades de sus mujeres con la fibra de iraca, traían desde diferentes lugares muestras de objetos, con la pretensión de que fuesen replicados. Con la creciente demanda se desarrollaron técnicas como el trencillado, que consiste en cubrir los alambres, de varios calibres, con el amarre de dos pajas, dándole un acabado final a la estructura. Así mismo, se desarrollaron variedad de puntadas incluidas en sus dos grandes modalidades: estera y calado. Los artefactos se arman al tomar un número determinado de ripias de iraca que se van amarrando o cosiendo en espiral con una ripia del mismo material. Con la ayuda de una aguja especial se cosen y se bordan las ripias.
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