Revista de la Universidad de San Carlos No. 40

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Relato Marlon Meza Teni

El poder abrasador de las palabras Habían pasado dos años desde que Mathilde, una joven profesora de francés a quien había conocido durante mis vacaciones en Guatemala, y yo, nos salváramos de la relación que una tarde de septiembre se consumió con todo y sus afectos. Dos años desde que ninguno se sirviera más del teléfono como arma para acabar con los pocos recuerdos de un vínculo que en algún momento nos había hecho llorar de alegría. Dos otoños, dos inviernos, dos primaveras, dos veranos. Más de veinticinco meses, cuando de nuevo se encendió la pantalla de mi celular en la madrugada. Era un breve SMS. Por extraño que parezca no pensé en ella, quizá porque a los dos nos había costado media vida separarnos y reconstruirnos desde esa tarde tibia, a principios de un otoño parisino, meses atrás, cuando por fin logramos decirnos adiós. Del tiempo a su lado recuerdo cada una de nuestras controversias. Iban desde pequeñeces, falsas rupturas y chantajes, hasta repetidas infidelidades, pero también desde la duda y la certeza de sabernos perdidos el día en que por fin decidiéramos separarnos. «Ya van a ser dos noches sin que hablemos», me oía decir a solas. «Ya van tres con cuatro horas, ya van cinco». Sin Mathilde el aire me faltaba. Y cuando por fin uno de los dos daba su brazo a torcer y levantaba el teléfono para llamar al otro, la calma volvía a ese cauce enfermizo que habíamos logrado meternos como droga en la sangre. Vivíamos ajenos a todo cuanto sucedía en el mundo exterior, Mathilde prolongaba una baja por enfermedad, mientras yo prefería estar a su lado y enviar el trabajo a la oficina por las redes de la computadora de casa. Durante aquellos años, los episodios anímicos de su enfermedad habían convertido nuestra vida sexual en un estado físico patológico que exigía estímulos permanentes, poco 46


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