Relato
PEQU EĂ‘ OS Y CASI IMP E RCEP TIBLE S CAMBI OS EN EL P AISAJE por Leandro Llamas 1. CHATARREROS Un chatarrero se paseaba con un carrito de supermercado, y como veĂa que no le cabĂa fue a llamar a otro chatarrero. Dos chatarreros se paseaban con un carrito de supermercado...
2. D ESGUACE Calle Sagasta, 31. Luz de mediodĂa. Alguien ha abandonado una docena de viejos monitores de or denador junto a los contenedores de basura. O diez. O quince, los que sean. Un tipo con semblante patibulario, sentado sobre la acera, los destripa minuciosamente con unas tijeras de podar. O con unos alicates, no se aprecia bien. Todos pasamos rĂĄpido, nadie se para a mirar. Saca algo de ahĂ dentro, lo guarda, continĂşa con el siguiente monitor. Y asĂ hasta diez. O hasta doce. O hasta quince, los que sean.
3. PRÉSTAMOS Hace apenas un mes, me contĂł un amigo que un amigo suyo habĂa ido a verle. Alguien que yo no conocĂa, me dijo. Alguien con quien estudiĂł en la universidad. O con quien coincidiĂł trabajando en la misma empresa. O con quien cenaba algunos sĂĄbados por la n oche. O con quien jugaba al pĂĄdel. O alguien que llevaba a sus hijos al mismo colegio. O a la misma academia de inglĂŠs. O dos o mĂĄs de esas cosas. O algo por el estilo, no lo recuerdo. A lo mejor no me lo dijo. El caso es que, despuĂŠs de algĂşn tiempo sin haber coincidido, el amigo de mi amigo le llamĂł y fue a verle. Le pidiĂł prestado un poco de dinero para poder comprar a sus hijos los libros del colegio.
4. M ONEDAS El barrio en el que vivo es un barrio humilde, modesto, pero no un barrio marginal. Ni much o menos. Es un barrio de gente trabajadora, de pequeĂąos autĂłnomos. PeluquerĂas, panaderĂas, bares, tiendas de ropa, locutorios, alpargaterĂas, alguna sucursal bancaria. El pasado sĂĄbado, en la esquina de mi manzana, habĂa una seĂąora de pie, apoyada sobre la fachada de un local vacĂo en el que hasta hace unos meses vendĂan ropa barata, y hasta hace un par de aĂąos, artĂculos deportivos. Rondaba los setenta aĂąos. Tal vez un poco menos, quizĂĄ un poco mĂĄs... no soy muy bueno calibrando la edad de la gente; de hecho, me temo que ni siquiera he aprendido aĂşn a calibrar bien la mĂa. Llevaba un ves tido estampado, rojo y negro. O rojo y gris oscuro. El pelo corto, teĂąido de rubio. No estaba delgada, tampoco excesivamente gruesa. Zapatos negros. Una seĂąora normal, una seĂąora cualquiera, como muchas otras seĂąoras que circulan por mi barrio con sus nietas o con sus carritos de la compra. Pero sostenĂa en la mano derecha un vaso de plĂĄstico en cuyo fondo descansaban las monedas que algunos transeĂşntes le iban echando. Pocas, la verdad. Muy pocas.
5. P ENUMBRA No es porque los dĂas sean cada vez mĂĄs cortos y las noches cada vez mĂĄs largas. Tampoco es por el cambio de hora. Ni siquiera es por culpa del otoĂąo. Al menos, no es sĂłlo por eso. Es porque el encendido del alumbrado pĂşblico se ha retrasado unos minutos. SĂłlo unos pocos minutos. Ochenta y ocho mil ciento sesenta y siete puntos de luz (farola arriba, farola abajo) se encienden ahora un poco