“El vapor alegre de la vida” El tiempo es disputado entre el sueño y la realidad. La pesadez nocturna invade todavía el tránsito entre el crepúsculo matutino y el alba: ahora el tiempo se disputa entre las tinieblas de la noche desplomada y la luz que se asoma entre nubes y el sopor del ambiente de la mañana. Los minutos caen como la lluvia que acaba de comenzar: suave y tranquila; luego se desprende el aguacero en horas: despiadado e incontrolable. Antes todo llegaba tarde, incluso las fracciones del tiempo, cuando ni los relojes ni las campanadas de las iglesias eran rivales para ellas. En el exterior se condensan en una nube los ansiosos por el comercio. En el centro de la ciudad se conjungan dos verbos: comprar y vender. Los vianderos nombran a gritos las frutas y verduras por bulto; el carnicero anuncia el valor de la carne y la bricha ahumada por libras. La ciudad se llena de forasteros, venidos en bultos o vestidos de camisa y con pretina de cuero. El “vapor alegre de la vida” se dispersa desde este punto a otros lugares de la ciudad, purifica las calles del tradicional aburrimiento. El “limbo de la monotonía”, entre el rezo y el sueño, marca el pulso indeciso y metálico de los relojes que reposan en las casas. La misa tiene sus tiempos: desde muy temprano o cuando la luz empieza su retirada. Lo mismo ocurre con el ocio: tratado de a pocos con cigarrillos, tabacos o tragos a fuerza del consumo lento del día; o con horarios establecidos en las “horcas” y “marietas”, donde hay juegos de azar tradicionales: “la ropilla”, “el tresillo” y el “tute rodillero”; u otros más modernos: “bridge”, “pocker” y “dados corridos”. El cielo ha enrojecido. Este, indeciso, refleja una película de colores que no son los de la tarde ni los de la noche. El exterior se sumerge en su propia esencia: el ruido; el interior de las casas lo acepta a trompicones y a veces cede a su presión para fundirse en él. En las calles hay maromeros, tahúres y prostitutas; fijos, como cuerpos estelares, forman la constelación “leogrifaria” del ocio y el trabajo, más visible en la noche y en cualquier época del año. Nada en estas calles puede aguantar el lastre de la vida sin el equilibrio perfecto entre estas dos fuerzas. El hambre no es problema, se hace tolerable a punta de “fríafría”: se le engaña con una combinación ingeniosa de plátanos, cacao pulverizado y un par de arepas insípidas. Para el ocio no hay remedio. En las décadas pasadas una “linterna mágica” era la mayor conquista del ocio en la vida de los privilegiados, la monotonía era solo