PLANTAS






De los chicos de la
Escuela Ricardo Rojas:
Ariadna Bono, Juan
Ramírez, Octavio Cardoso y Stefanía Toloza.
La creación de las flores - Leyenda tehuelche
Dicen que dicen... los abuelos sabios, que hubo un tiempo que el generoso hacedor de todas las cosas, no le había puesto flores a las plantas que cubrían la tierra. Sólo abundaba el verde en todas ellas.

También dicen que en la Patagonia vivía una niña muy bella. Cuentan que los jóvenes que la conocían, solían caminar largas distancias sólo para poder contemplarla, aunque más no fuese de lejos y si ella los reconocía, ellos recibían como premio la amplia sonrisa de la bella Kospi. Como todas las mujeres Tehuelches, Kospi tejía mantas y también las pintaba.
La jovencita adoraba sentarse a orillas del lago, mientras el solcito calentaba la tarde, mirándose espejada en las cristalinas aguas, destrenzando sus largos y renegridos cabellos y peinarlos con su peinecito de hueso.
Así la sorprendió Karut, el trueno, aquel día de otoño.
Hacía muchas lunas que Karut venía persiguiéndola, claro que ella no le prestaba atención, cosa que enojaba mucho a Karut.
Sin embargo, esta vez el trueno estaba decidido a lograr su cometido, y sin que ella tuviese tiempo de reaccionar y defenderse Karut la aprisiono entre sus poderosas garras, la raptó y la llevó consigo, trepó las altas cumbres y la encerró en una caverna lejos de todo y de todos.
Por más que la bella Kospi lloró, pataleó y suplicó, Karut, el trueno no se conmovió, ella estaba presa en la más absoluta soledad, era grande su pena y el frío sepulcral de la montaña congelaba el alma y el cuerpo de la joven. Allá en la lúgubre cima el aire gélido, primero le entumeció los pies, luego fue trepándole por las piernas y le subió por el cuerpo hasta congelarla y confundirse con el hielo de las cumbres.
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Quizás, fue por eso. que Karut la perdió en la inmensidad y por más que vociferó con su tremendo vozarrón haciendo temblar la tierra, sólo pudo despertar a Lluvia que comenzó a caer y llovió sin cesar vaya uno a saber cuánto...
Kospi, que ahora era sólo una masa de hielo, fue arrastrada y al deslizarse por la ladera de la montaña, el temeroso sol derritió el hielo y el agua buscó el valle hasta inundarlo.
Y

llegó la primavera. Kospi,
hecha
gotita
trepó por el tallo de una planta, llegó hasta copa y subió por una rama y al tocar el extremo, al fin pudo vislumbrar nuevamente su amado pueblo, y ohhh sorpresa!, estalló en una colorida flor.
Tal vez debido a esto en Tehuelche se les llama kospi a los pétalos de las flores.
La leyenda del espinillo- Leyenda guaraní
Los saberes ancestrales guaraníes cuentan que Eireté era una joven indígena casada con el guerrero Cuimbá, con quien tenía un pequeño hijo. Pero en una guerra tribal, el esposo falleció y la mujer debió hacerse cargo de la crianza de su niño en soledad.
Un día mientras paseaban por el monte junto a su pequeño hijo, se alejaron de su tribu, y al sentir el acecho de un yaguareté, Eireté alzó en brazos al niño y comenzó a correr. Ante la desesperación de la joven, el dios supremo Tupá, decidió ayudarla y la orientó hacia la espesura del monte a través de los arbustos de espinillos, que se fueron haciendo cada vez más frondosos e impidieron el acceso del animal. Las espinas y las ramas del espinillo evitaron que el yaguareté lastime a Eireté y su hijo, quienes se quedaron dormidos entre los arbustos hasta que el animal se retiró. Ante el paso de las horas y la llegada del frío, Tupá ordenó al sol que con sus rayos brinde calor a la joven indígena y su niño, quienes pudieron descansar al resguardo y el cobijo de las plantas.

Cuando despertaron, Eireté y su hijo pudieron volver sanos y salvos con su tribu y desde ese entonces, las flores del espinillo concentran el dulce perfume de la joven indígena y presentan su característico color dorado brindado por el calor del sol.

Leyenda del Palo Borracho- Leyenda guaraní
En una antigua tribu que vivía en la selva, había una jovencita muy linda, a la cual codiciaban todos los hombres, pero ella sólo amaba a un gran guerrero. Y se enamoraron profundamente, hasta que cierto día la tribu entró en guerra. El partió a la contienda y ella quedó sola prometiéndole amor eterno. Pasó mucho tiempo y los guerreros no volvían, mucho tiempo después, se supo que ya no lo harían.
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Perdido su amor… la joven cerró todo sentimiento pues la herida abierta en su corazón ya no podría sanar. Se negó a todo pretendiente. Una tarde se internó en la selva, entristecida, para dejarse morir.
Y así la encontraron unos cazadores que andaban por allí, muerta en medio de unos yuyales. Al querer alzarla para llevar el cuerpo al pueblo, notaron, asombrados que de sus brazos comenzaron a crecer ramas y que su cabeza se doblaba hacia el tronco. De sus dedos florecieron flores blancas.

Los indios salieron aterrados hacia la aldea.
Unos días después, se internaron los cazadores y un grupo más al interior de la selva y encontraron a la joven, que nada tenía de muchacha, sino que era un robusto árbol cuyas flores blancas se habían tornado rosas.
Comentan que esas flores blancas lo eran por las lágrimas de la india derramadas por la partida de su amado y que se tornaban rosas por la sangre derramada por el valiente guerrero.

La flor del ceibo- Leyenda guaraní.

Cuenta la leyenda que, en las riberas del río Paraná, vivía una indiecita muy fea llamada Anahí. No era linda, pero en las tardes veraniegas deleitaba a su tribu con canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra. Un día llegaron los invasores, que arrasaron con las tribus y les arrebataron las tierras, los dioses y la libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó días y noches llorando, hasta que una mañana en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar. El centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, le hundió un puñal en el pecho, y huyó rápidamente a la selva.
Los invasores salieron en una persecución que se de la pobre Anahí, quien, al rato, fue s. En venganza por la muerte del ieron como castigo morir en la a un árbol e iniciaron el fuego. Anahí bra. Y cuando el fuego comenzó a convirtiendo en un árbol de verdes el ceibo.
Leyenda de los cardones- leyenda diaguita
Esta historia me la contó mi abuela y a ella se la contó su abuela, que era descendiente de diaguitas, uno de los muchos pueblos que habitaban estas tierras antes de la llegada de los conquistadores.
Al pie de la cordillera de los andes, en los coloridos valles calchaquíes, vivía este pueblo.
Era una cultura organizada y trabajadora, vivían tranquilos y felices en los cerros. Hasta que un día llegaron los españoles... Y la historia cambió para siempre.
Cuentan que, al principio, los conquistadores invadieron las tierras del norte, donde se asentaban los incas. A diferencia de los diaguitas, los incas eran un pueblo guerrero, y no estaban dispuestos a rendirse sin pelear.

Y así fue durante muchos meses, el jefe inca luchó junto a sus hombres contra los españoles.
Dicen que, en su desesperación, el jefe inca tuvo una idea: mandó mensajeros para avisarles a los diaguitas que los extranjeros estaban avanzando hacia ellos y para decirles que sólo uniéndose podrían vencerlos y seguir viviendo en paz.
El plan era claro: los diaguitas debían prepararse y esperar muy atentos la orden del jefe inca para atacar.

La noticia llegó rápidamente a los valles calchaquíes. Sus habitantes llenos de temor formaron un ejército con los mejores hombres y esperaron que llegara ese muchacho que denominaban "chasqui", que atravesaba largas distancias a pie llevando los mensajes del jefe inca.
Pero el chasqui nunca llegó, porque los españoles lo descubrieron en el camino y lo apresaron. Los guerreros daguitas, alertas y listos para pelear, se quedaron esperando pacientemente la orden del inca.
Y así pasaron los días y las noches, hasta que se fueron adormeciendo de pie. La Pachamama, que es la madre tierra, vio al ejército aquel y se apiadó de esos hombres tan valientes. De a poco, dejó que la tierra les cubriera los pies, hasta que se convirtieron en cardones, altas plantas, duras y resistentes.
Y dicen que las espinas que cubren su cuerpo cuidan el sueño de estos valientes guerreros, para que nadie se acerque a despertarlos.
La leyenda de la yerba mate- Leyenda guaraní

Según dicen, antes de que Yasi, la Luna, bajara a la Tierra. la gente no se prestaba mucha atención entre sí. Los hombres estaban ocupados en sus quehaceres y nunca tenían una palabra amable para con el vecino, ni un tiempo para charlar juntos

La Luna, en cambio, era todo lo contrario. Le encantaba hacer amigos y conversar y, por cierto, el mundo que estaba justito debajo de ella le daba mucha curiosidad. Un día, no se aguantó más y le pidió a su amiga Araí, la Nube, que la acompañara a visitar la Tierra. Las dos se pusieron sus mejores vestidos y se adornaron con collares de semillas; se veían como un par de muchachitas guaraníes de esos lugares.
Dicho y hecho, ese mismo día bajaron las dos. Dieron una vuelta por las cataratas del Iguazú y admiraron todos los pájaros coloridos de la región que desde arriba se veían apenas como puntitos, casi no llegaban a oír bien sus cantos. Al único que escuchaban todo el santo día aullando cuando estaba triste y aullando cuando estaba contento era al mono carayá. También las flores las asombraban por sus colores y sus perfumes, las orquídeas y la flor del ceibo, tan roja que parecía de sangre.
Andando así estaban de lo más entretenidas, tanto que no vieron al yaguareté que las acechaba.
Ya se relamía, ya se afilaba las uñas pensando en el banquetazo que se daría zampándose a esas dos jovencitas. Con sus ojos amarillos atravesaba la espesura y calculaba a cuál de las dos devoraría primero, cuando lo sorprendió el ataque de un joven guaraní. Con fuerza tremenda, el cazador lo tomó del largo rabo para sacarlo del sitio luchó con él. El yaguareté nunca había vivido un ataque así: que un muchacho lo revoleara de la cola como si tal cosa, ¡y qué Color terrible que daba el tirón de cola, parecía que se la iban a arrancar! Apenas pudo zafarse del muchacho, el yaguareté huyó a refugiarse en su guarda. Ya fuera de peligro, el muchachito levantó los ojos y se encontró con que las dos jóvenes habían desaparecido. Extrañado, se marchó a su casa, sabiendo que no tendría con quién conversar del asunto, porque, como ya dijimos, en esa época las personas no acostumbraban a charlar entre sí y contarse cosas.

Aquella noche, mientras dormía en su hamaca bajo la lu de la luna, el cazador tuvo un sueño revelador Volvió a ver al yaguareté agazapado y a las dos jóvenes temblorosas que había salvado esa tarde, que esta vez
le hablaron:

-Somos Yasí y Araí, y queremos recompensarte por salvarnos la vida.
Mañana cuando despiertes encontrarás en la puerta de tu casa una planta nueva. Su nombre es Ka'a, y tiene la propiedad de acercar los corazones de los hombres Para ello, debes tostar y moler sus hojas. Prepara una infusión y compártela con tu gente: es el premio por la amistad que nos mostraste esta tarde a nosotras, dos desconocidas.


A la mañana siguiente el hombre halló la planta y siguió las instrucciones que en sueños le habían dado. Colocó la infusión en una calabaza hueca y con una caña fina probó la bebida. La saboreó y le gustó, así que la compartió con sus vecinos y amigos. Desde aquel día los hombres, entre mate y mate, conocieron la felicidad de hacer amigos y nunca más quisieron volver a estar solos.
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