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En Orlando suena una banda cargada de sabor

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ACONTECIMIENTOS

ACONTECIMIENTOS

Por Felipe Robayo

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El sancocho musical colombo-boricuavenezolano que te pone a bailar con los aliños rítmicos del caribe, del trópico y del norte, con la sustancia armoniosa y metálica de la guitarra roquera y con las percusiones de los cueros afrocolombianos.

Los Radicales Libres: Vibra

El primero en encontrarse con la música fue Jorge. Su mamá cantaba en las tunas y le enseñó sus primeras notas. A los quince entró a Bellas Artes de Pereira, su tierra natal, donde aprendió boleros y cumbias entre otras músicas colombianas. A los dieciocho conoció a Metallica, Iron Maiden y Slayer y, como dice él: “Me metí al metal de lleno. ¡Metalerísimo!” Armó la banda Apocalipsis con su hermano y dos amigos más y cuando terminaron el High School dijeron “Vámonos para Estados unidos pa’ guerrearla.” Llegaron cuatro y el único que siguió con la música fue él: “Uno está acá o en California. Mi hermano es piloto. Y Francisco se hizo fisiculturista y se puso a trabajar fue bailándole a manes. Nunca más lo volví a ver. Se perdió…”

Jorge comenzó a tocar en varias bandas locales de New Jersey y con una estuvieron en un concurso para abrirle a Rage Against The Machine. Estaban entre los diez finalistas, pero el vocalista no se presentó y perdieron la oportunidad de abrirle a la banda de Los Ángeles. “Y nosotros, nunca más en la vida lo llamamos y a ese man se lo tragó la tierra. Nunca más, nunca nadie supo más de él. Lo más de raro,” dice Jorge.

En el 2002, Jorge viajó a Florida y tocó en una iglesia católica de Deltona hasta el 2003, donde conoció a un cantante puertorriqueño talentoso, pero su relación musical duró poco. Se conectó con la escena de Orlando y comenzó a tocar con diferentes bandas locales en diferentes bares. Jorge dice: “Eso tocaba con unos viejas guardias, parce, una cantidad de gente por ai: Matoño el percusionista, Julio González y Mario, José Rojo, Andrés, Gapcas, El viejo Peñas, Johnny que tocaba con David el dominicano en Parafernalia, Santiago el Gago con Cabala… ¡Imagínese! Hasta el 2012 que conocí a Juan Esteban.”

Por su parte, Juan tuvo su primer encuentro con la música cuando su hermano decidió ponerle cuerdas a una guitarra que permanecía colgada en la pared de la casa. “Mi papá canta súper bonito. Mi hermano empezó a aprender a tocar con un librito. Como hermano menor, me antojé y me monté ahí a churunguiar con él.” El hermano compró una batería con el dinero del servicio militar y Juan quedó con la guitarra. Cantaron los Visconti, Julio Jaramillo y Vicente Fernández con el papá, pero los hermanos comenzaron a abrir su propio camino.

Encontraron otro guitarrista y Juan simuló el bajo con un micrófono metido en el orificio de la guitarra. Comenzaron con Caifanes, dice Juan, “Yo soy más calmadito, entonces yo era puro Caifanes, Soda Estéreo. Yo era Andrés Calamaro, Aterciopelados, como por ese lado, men. Nunca canté, pero manejaba el concierto. Tuvimos un cantante muy bueno que no se aprendía las canciones. Conseguimos una pelada que cantaba súper, pero no animaba… Parecía un velorio. La pelada se fue y mi hermano me dijo ‘Usted canta’. Contratamos bajista, cogí la guitarra y empecé a cantar.”

Aquella banda de tropipop, El Zaguán, nació en Medellín en el 2009 y comenzó a crecer y hacer canciones propias. “La canción que le dedica uno a la noviecita, la canción que… Uy… Y empezamos a probar esos sabores de hacer la música propia y de esa pequeña fama de ‘¡Soy músico!’ A los 18 o 19 años, que la música te traiga niñas, es un gol. Y después de eso fue que vino el amor a la música. O sea, lo mío era la diversión, ver cómo me gorreaba una cervecita. Pero de ahí pa’llá la música me empezó a conectar.” El Zaguán entró en pausa en el 2010 por el desbandamiento debido a una oferta laboral en Chile al guitarrista, la partida del baterista a Bogotá y la citada de Juan con Ana en Londres para resurgir su amor de colegio. Juan rearmó El Zaguán en el 2011 en Londres después de recorrer la escena con un grupo vallenato. Se estaban dando a conocer y alcanzaron a tocar en cinco festivales, pero Ana, en el 2012, regresó a Orlando. Juan la siguió sin los músicos de El Zaguán, pero sí con la música.

Así fue como el músico colombiano Juan Arango llegó a Orlando desde Londres en el 2012 para cumplir el sueño de estar al lado de su actual esposa, Ana Mesa. Y así como él siguió, sigue y seguirá a Ana a cualquier parte del mundo, la música lo acompaña a él. Al llegar a Orlando, Juan se tomó la libertad de continuar el proyecto debido a que él era uno de los compositores y líder del grupo. “Ya lo mío era la necesidad física de hacer música. Hay gente que necesita ir al gimnasio, hay gente que necesita hacer deporte. Yo necesito hacer música. Y llegué y me fui de bar en bar, a buscar pianistas, tecladistas, y… Me encontré a este man (Jorge) y me salvó la vida. Me dijo ‘Venga vamos allí a ensayar.’ Eso fue en el 2012. Nos conectamos con la música y arrancamos

a hacer música de nosotros. Después de eso llegó Coco, el último que llegó al proyecto. Cuando eso yo ni tenía carro, y en este país, en esta ciudad sin carro vos estás… Y este man venía y me recogía en la casa, y a ensayar hasta las dos, tres de la mañana, y a darle y a darle.”

Por su parte, Ángel Guerra o Coco como le dicen Juan y Jorge, es un músico venezolano de 32 años que nació en Caracas y se crio en Guarenas. Ángel creció en medio de conciertos acompañando a su padre trompetista y su madre cantante, quienes se conocieron en un coro de Venezuela. Desde pequeño le interesaba la música, pero no tenía la disciplina ni la paciencia para sentarse a aprender la teoría, por eso se aburría y pedía que lo sacaran de clases de música a pesar de haberlo pedido en un principio. Pero siempre volvía a la música. La percusión siempre le llamó la atención, “Yo iba por ahí con unas baquetas tocando todo lo que se cruzara en mi camino. Hasta que un día tuve la oportunidad de tocar una batería en una iglesia y dije ‘Esto es lo que yo quiero hacer.’”

Pero cuenta Ángel que en Venezuela tener una batería es casi un imposible, así que esas ganas quedaron por el momento postergado. En el 2002 migró para Orlando y, como él dice “Vi la ciudad crecer.” Compró una batería y el papá quedó sorprendido por su forma de tocar. “Se me dio fácil, se me dio natural.” Empezó a practicar en su casa música de Blink 182, Maná y Green Day. Entonces un amigo del colegio le dijo que otro muchacho estaba armando una banda y fueron a probar, “Cuando tocamos por primera vez yo estaba súper nervioso porque era la primera vez, que tocaba en frente de alguien que no era mi familia. Pero salió bien y me dijeron ‘Estás en la banda.’ Nos llamábamos Dying Memories, tocábamos punk, rock y screamo y éramos tres: Luis Mariano en la guitarra, Pablo en el bajo y yo en la batería.

De ahí Ángel pasó a Suba, una banda de pop latino que tocaba baladas y se posicionó en la ciudad como una de las mejores bandas de música latina. Conflictos de intereses desmembraron la banda, pero al año volvieron a tocar durante otros cuatro años. Por ese tiempo también comenzó a tocar con Inity, una banda de reggae que era grande en la escena musical de fiestas de casa y también en la escena reggae, donde era la banda local por elección para abrirle los conciertos a grandes músicos del género.

Juan conoció a Ángel después de un concierto de Suba y lo invitó a tocar con él en El Zaguán, pero Ángel declinó debido a que no tenía tiempo. Suba se acabó por completo y Juan insistió en reclutar a Ángel para su banda. “Él me decía ‘Es que me gusta mucho como le pegás a esa batería,’ y yo accedí. Comenzamos a tocar, y bueno, fue un challenge adaptarme al proyecto porque yo estaba acostumbrado a tocar otras cosas, y Juan venía con una propuesta de rock cumbioso. Y ahí fue saliendo un sonido diferente, un sonido propio y dijimos, ‘Sabes qué, vamos a hacer un proyecto original.’” Y así nació Vibra. Un vistazo rápido a la trayectoria

Juan y Jorge al hablar lo hacen como ensamble sincronizado, de manera que uno podía comenzar a decir algo y el otro lo terminaba o lo complementaba, similar a las parejas de largo recorrido que se terminan mutuamente las frases o que son capaces de comunicarse con un gesto sin necesidad de hablar. De modo que Jorge continuó la historia y dijo: “Cuando ya estábamos listicos, le digo yo a este, ‘Bueno, ahorita sí, vamos a abrirle a todas las bandas que vengan acá a Orlando, vamos a abrirle.’ Y entonces empezamos en Tallahassee, con Oro Sólido (A Juan: ¿Se acuerda?) ‘Que no, que abrirle a Oro Sólido’ Y nosotros más contentos ‘¡De una, parcero!’ De ahí llegó Bacilos. Juan— Bacilos… Jorge— De ahí llegó Cabas (Juan: Ajá) De ahí llegó… Juan— Jarabe… Jorge— Jarabe de Palo Juan— Enanitos Verdes Jorge— Julieta Venegas, Jorge Celedón... Juntos— Silvestre Dangond Juan— Los Amigos Invisibles Jorge— Desorden Público Juan— Bahiano, San Alejo. Y de ahí nos fuimos pa’ Nueva York, New Jersey, Miami, Gainsville.”

Durante el tiempo que comenzaron a abrirle a las bandas de renombre que venían a los escenarios principales de la Florida Central, la banda se presentaba algunas veces como El Zaguán, otras como Vibra, y otras como “La banda de los pelados de Orlando,” dice Juan. “Esa Transición fue tan rara, tan invisible.” Pero Jorge aclara que fue cuando estaban pegadísimos y se presentaron al reality Buscando Mi Ritmo de Telemundo y por poco y quedan. Eso despertó la necesidad de preguntarse a fondo si continuaban con el nombre pues la cuestión de los derechos de autor estaba poco clara. Jorge dice, “Eso pudo haber pegado. Pero los otros músicos están en Colombia, nosotros estamos acá, quién es quién, quién es la vaina. Entonces dijimos ‘No, sabe qué, vamos a cambiarle el nombre ya, ¡PRRRÚN!’ Vibra. Lo pusimos fue en el 2014, estábamos en el mundial.”

Además, dicen que la gente confundía el nombre de El Zaguán con San Juan, por lo que asumían que la banda era de Puerto Rico. En cambio, con el nombre de Vibra la gente sí se acordaba. Dice Juan, “Fue un cambiavidas, pues yo sí quiero que la música quede,” “No, ¿es que ya qué? Nosotros ya creamos un legado,” “Legado… Así sea pa’ dos, así sea pa’ mis hijos, así sea pa’ veinte. Así sea… Pero ya quedó algo en la música. Está el dicho ‘Hay que tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro’, ¿sí o qué? Ah, críe pues el hijo. Haga que el árbol crezca y dé frutos. Escriba el libro y que la gente lo compre, o que salga un c…, En nuestro caso, ‘Haga música’ y que… Ahí es donde está el reto.”

La manera como lo ve Ángel es en relación con el hacer diario, “Acá tenemos un equipo chévere, sólido, más grande. Es cuestión de estar listos para cuando llegue el momento, y el momento ya puede ser que llegue pronto. Y si no llega pronto, no importa, yo me lo estoy disfrutando, pues, entonces que pase lo que el destino tenga preparado. Mientras lo sigas intentando… Si tú quieres ser algo, simplemente hazlo… Trabaja pa’ eso todos los días y ya. Si se te da, se te da, y si no, bueno, lo estás intentando, pues, no hay regrets.” No, ¿es que ya qué? Nosotros ya creamos un legado. -- Jorge Tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro. Vaya críe pues el hijo. Haga que el árbol crezca y dé frutos. Escriba el libro y que la gente lo compre. Ahí es donde está el reto. -- Juan | CULTURA |

Sobre la búsqueda musical

Vibra es una agrupación que enriquece su sonido a través de la fusión de ritmos. Sus canciones pueden tener cumbia, merengue, bachata, tamborito chocoano, chandé o vallenato. La influencia norteamericana del rock se manifiesta en los sonidos pesados del bajo, la guitarra y la batería, y por lo general establecen la armonía y la melodía. Los tres cantan y además cuentan con la voz de Denise, la corista puertorriqueña cargada de sabor Caribe.

Y así como dijo Ángel, todos están en una misma búsqueda, la de vivir de la música. Juan dice, “Si uno quiere vivir de la música, uno tiene que vivir para la música.” Para Jorge es un estilo de vida, es una forma de ser el entregarse al instrumento y a la práctica contínua para el constante mejoramiento de la ejecución.

Además, los tres quieren poner a gozar a la gente. En palabras de Ángel, “Yo lo que quiero es influenciar a la gente de manera positiva. Poder hacer sentir cosas a la gente es lo más divertido que yo consigo con cualquier tipo de arte. Cambiarle la perspectiva de lo que ellos están sintiendo con lo que tú haces… Pa’ mí eso es demasiado cool, pues.” Para Juan la música es un elemento transversal a la cultura “Que en sí la música permea la cultura y la cultura permea la música. La música hace que nos vistamos de una manera, que nos identifiquemos de cultura. La música hace una cultura. Pero de la otra manera también, la cultura y todo lo que está pasando hace que se genere un tipo de música.”

Por su parte, Jorge considera que estamos pasando por un momento de degeneración y decadencia musical y por ende cultural, “Es que todo ya es muy fácil. Los pelados ahora quieren todo ya, como el Army, All you can be, All you wanna be. Y se ponen de influencers. Y otro tipo con tres notas arma una canción. ¿Me entiende? Muy fácil. Ya no existe el esfuerzo ni la dedicación. La música es un estilo de vida que exige mucha dedicación, práctica y sudor.”

En cambio, Juan considera que los sonidos que hacen algunos músicos, como por ejemplo Bull Nene, jamás se habían hecho antes. Y si ese es el camino que ellos escogieron, está bien, “El hecho de abrir la puerta y el hecho de que existan, es tan válido como en su momento fue el rock. Pero eso no quiere decir que nosotros queramos seguir ese camino. Queremos que cuando todo el mundo descubra música latina y entienda que hay más que eso, nosotros estemos ahí. Yo siento que la fila de la música es muy larga y todos cabemos. Hay espacio para todos. Hay que estar listo pa’ cuando te llamen. Además, quiero algo que pueda sustentar cuando tenga setenta años. ♪ Enamorado estoy de ti ♫ le puedo hacer una versión cuando tenga setenta años. Pero este man cantando ‘Ella e’ calla’ita, pero pa’l sexo e’ atrevi’a’… No vas a tener la vigencia a largo plazo.”

En una manera de verlo, ellos son la manifestación musical latina similar a lo que hacen Monsieur Periné, ChocQuibTown, Amigos Invisibles, Rawayana, Puerto Candelaria, Aterciopelados y Súper Litio. Ellos son un sonido que huele a fresco, a cambio, a respiro. Ellos comprenden que la música es generosa y que existe un lugar para todos. Como dice Juan, “Es un estilo de vida y usted se acomoda ahí.” Por lo pronto siguen en esa exploración musical con un camino mejor definido, con un estilo que comienza a adquirir una forma más concreta y que, al escuchar su música, genera el reconocimiento en el oyente de que lo que está sonando es Vibra. El Lanzamiento

A las once de la noche del 24 de enero del 2020 se apagaron las luces de SoundBar en West Pine Street, downtown. La pantalla gigante detrás de la batería comenzó su show de imágenes, la música de introducción de 20th Century Fox llenó el lugar y la gente comenzó a aclamar. Salieron los músicos en medio del nerviosismo, la confianza y la ansiedad. Su público estaba conformado ampliamente por familia y amistades. Todos aquellos que han sido parte del proceso y han cantado y coreado las canciones con un cosquilleo de amor y orgullo por saberse cómplices de aquellos músicos. Comenzaron la batería y el bajo a dominar el beat. La guitarra entró con un chillido y las congas se manifestaron sutil pero firme. Comenzaron las voces y la gente se lanzó a bailar. Esos ritmos tropicales se filtraban por los poros, te llegaban a los nervios y te hacían mover el esqueleto. Como mínimo un mecerse de cabeza. Llovieron los flashes, se regaron los tragos, se quemaron las velas y se sopló el nacimiento de un nuevo álbum cargado de originalidad, novedad y genuinidad. Las sonrisas se esparcieron por los rostros, las gotas de sudor hicieron sus caminos por los cuerpos y empaparon las prendas. Los cueros de los tambores vibraban ante los golpes y las cuerdas estaban a reventar. En el interludio intervino Sambatú con unas tamboras que estremecieron el lugar. Vibra retomó el escenario y Juan le dirigió al público unas generosas palabras de gratitud. Se derrumbó. Lloró. Estaba en la cúspide de la felicidad, el clímax musical al que habían llegado todos juntos, al tiempo, y ahora ya no querían que se fuera a acabar. Pero la noche siguió su marcha implacable, llegó el final del toque entre abundantes aplausos. La banda bajó a abrazar a su público. Fotos. Risas. Trago. Rumba. El lanzamiento había sido un éxito. Y ahora, ¿qué sigue?

Ahora que lanzaron su primer disco, Vibra está haciendo un esfuerzo de promoción mediática y se está preparando para realizar un tour por la costa Este de los Estados Unidos. Tienen planeado visitar New Jersey, Nueva York, Miami, Gainsville y aspiran llegar hasta California en la costa Oeste. A nivel internacional, por el momento planean ir a Colombia y a República Dominicana.

Por otra parte, quieren consolidar un festival con músicos locales que hagan música propia. Juan dice: “Están el Ñeco Peña, Artefacto, Leo Arter. Tenemos varios artistas con los que podemos crear contenido acá. Y si encontrás a alguien que esté creando contenido, decíle que lo estamos buscando.”

Juan dice: “Los que tengan un instrumento a la mano son los llamados a defender su versión de la música.” Por eso Vibra se prepara para componer música nueva, cada vez con un estilo más suyo, más definido, pero en una búsqueda continua por ese “Algo que suene a nosotros.”

¡Auguramos grandes éxitos para ellos y su música! Escanea el código QR con la cámara de tu celular para acceder a un videoclip acústico exclusivo de A mí me gustas tú Conoce más de Vibra en: www.wearevibra.com Facebook: @wearevibra Instagram: wearevibra Yo lo que quiero es influenciar a la gente de manera positiva - Ángel | CULTURE | 10 | América Magazine | February 2020 | www.somosamericamag.com

Growing Up Haitian-American: A Curse, a Cultural Cornucopia, or Both?

by Allison Mercer and Tyler Fisher

A review of Maika Moulite and Maritza Moulite’s Dear Haiti, Love Alaine. Inkyard Press, 2019. 429 pages.

This debut novel offers a seemingly light-hearted romp through a Haitian-American teenager’s exploration of her cultural heritage. As an innovative riff on epistolary fiction, it conveys characterization and plot via a montage of postcards, high school homework assignments, post-it notes, and text messages. But the book’s playful, multimedia messages and its quirky, winsome protagonist are, in a more profound way, devices for addressing weighty matters of our time: family breakdown, the stratification of social classes, and the complexities of cultural belonging for first- and second-generation immigrants. Like the book’s co-authors, who grew up in Miami as daughters of Haitian immigrants, the eponymous protagonist embodies the tangled give-and-take of engaging with her Haitian heritage. How inevitable or enduring does one’s cultural heritage and associated stereotypes become when growing up in the United States today? For Alaine Beauparlant, the answer to this question depends on how much of her own family’s past, haunted by rumors of a Vodou curse (madichon), she is willing to uncover and embrace.

The novel’s first depictions of Alaine, glimpsed through a prism of diary entries and fragmentary school assignments, are sketches of a fun-loving teenage diva. Her circumstances take a sobering turn, however, when her mother becomes ill and unemployed, her own class presentation proves disastrous, and she must interrupt her studies for a punitive sojourn in Haiti. The unravelling of her rather happy private school existence suddenly makes the whispered family curse seem more real, more credible. Haiti and the shadowy contours of her family’s past had always felt distant or disconnected for Alaine, but this first visit to her parents’ homeland reveals how Haiti has shaped her identity far more than she had realized. On the island, Alaine confronts jarring contrasts between poverty and her own family’s lavish lifestyle among the glitterati and tourists. Behind the stereotypes of Haitian indigence, entrenched political corruption, and blithe non-profit interventions, she sees a more complex reality, seemingly steered by vast patterns of extreme disparities and inevitability. In the course of her own charitable work as an intern, Alaine wonders about the limits of her contributions and the capacity for real change in Haiti. The novel rightly allows many questions about

systemic fatalism and social progress to remain unresolved. In the midst of this tightly controlled fiction, in which the authors’ design is masked by the textual pastiche, Alaine takes on the role of detective, setting out to solve a Vodou curse that seems to plague her family line, generation after generation, a token of the broader misfortunes of Haitian society. She is an agnostic investigator, unsure of how much credence to grant the very curse she is trying to break.

The notion of an ancestral curse is a useful motif for this novel. It fuels the central intrigue and readers want to follow the plot to uncover the same answers Alaine is seeking. It points to a real crime that her grandfather had inflicted on a household servant, which grants Alaine an opportunity to make restitution. And, with all of its explanatory force alongside its inherent ambiguities, the curse ultimately allows the main character to wrestle with questions of pre-determined destiny and personal choices. The heroine, in this telling, chooses to remain undecided regarding the curse’s veracity but chooses actively to reconcile with estranged family members and with people her family had wronged. Alaine attains a sense of moral obligation that holds more sway over her decisions than what a murky curse from the past might oblige.

Lack of resolution is a recurring feature of this novel. The Moulite sisters’ fresh approach to epistolary fiction allows for active, collaborative readings in this regard. Diary entries, cell-phone texts, and partial television transcripts, among other brief texts, necessarily present one-sided conversations or half-truths. Loose ends regarding the fate of minor characters or the finales of particular subplots are, perhaps, inevitable. The curse may or may not be resolved, and Alaine’s commitment to believing in it is even more noncommittal, but the ambiguities are productive. The title itself, Dear Haiti, Love Alaine, encapsulates the way in which readers, alongside the protagonist, must read between the lines to perceive a richer, more nuanced sense of an immigrant family’s connections to their ethnic heritage. Between an open salutation and a closing endearment, a first-generation American immigrant’s story is an open letter of complex negotiations that will resonate with today’s young adult readership.

Una de las marcas más conocidas del mundo, Coca-Cola, invirtió $5.8 mil millones de dólares en publicidad en el 2018, siendo así la marca de bebidas no alcohólicas que más invierte en publicidad en el mundo. ¿Quién no ha visto el oso polar de Coca-Cola alguna vez? Viene de la página 3

Entonces, cabe preguntarse: Si Coca-Cola, conocida hasta en los rincones más recónditos del mundo, invierte altamente en publicidad, yo como pequeño negociante, ¿debo hacerlo también?

La respuesta: definitivamente sí.

Un bocado de extremo deleite Wholesale Tequeños FROZEN

Pastelitos CATERING Operado por su propio dueño Cachapas Chicha Arepas Empanadas Pan de Jamón Y Mucho más! M-Th F-S Sun 8AM–9PM 8AM–10PM 8AM–4PM HOURS: #lunesdesorteo #promoteqabite

Los argumentos en contra están en la línea de: “Yo ya tengo clientes,” o “Yo consigo mis clientes a través del voz a voz,” o “Para eso publico yo en mis redes.”

Eso puede ser cierto, pero invertir en publicidad sería una adición a esos canales y le abriría paso a una nueva forma de adquisición de clientes. Además recuerde, aquellos clientes que consiga a través de la publicidad, luego lo recomendarán con sus amigos y familia y traerán más clientes por los cuales usted no pagó. Entonces vemos cómo una inversión inicial se multiplica.

Por último, piense en la cantidad de trabajo que ya tiene acumulado en sus manos. Asumir los procesos de mercadeo y publicidad por cuenta propia, aunque a momentos necesario, a largo plazo podría representar una sobrecarga.

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