Mentes poderosas_Alexandra bracken

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docenas de figuras negras en lo alto del tejado de pizarra gris, mientras que docenas más empezaban a asomar por las ventanas del primer piso. Cuando volví de nuevo la cabeza hacia el frente, todo estaba cubierto de bultos de distintos colores: Amarillos, Azules, Verdes. Y rojo. Mucho, muchísimo rojo. Formaban líneas casi, barreras involuntarias que los demás teníamos que saltar para seguir avanzando. Caí hacia delante y apenas conseguí mantener el equilibrio. Algo, alguien, me había agarrado por el tobillo. Una chica Verde tendida sobre la nieve, con los ojos abiertos, intentando coger aire por la boca. «Ayúdame», sollozaba, mientras la sangre le brotaba a borbotones entre los labios, «ayúdame». Pero me incorporé y seguí corriendo. En aquel lado del campamento había una verja, la veía a escasos metros de mí. Pero lo que no lograba ver era lo que estaba causando aquel embotellamiento de niños, no entendía por qué no corríamos hacia la verja para huir hacia la libertad. Sobresaltada, comprendí que caídos en la nieve, detrás de mí, había casi el triple de niños que por delante de mí. El grupo de niños avanzó en tropel con un lamento unificado, entre centenares de manos extendidas hacia delante. Mi tamaño me facilitó la posibilidad de deslizarme entre las piernas y abrirme paso hasta delante de todo, donde tres chicos mayores con uniforme Azul se esforzaban por mantener a la multitud de niños alejada tanto de la verja, como de la única caseta de guardia que la vigilaba y que en la actualidad albergaba a tres personas: un soldado de las FEP, que se había quedado inconsciente, Liam y Chubs. Me quedé tan sorprendida al verlos, que casi paso por alto un borrón verde, un niño que corría hacia la verja. Sorteó corriendo a los adolescentes que se interponían en su camino y se arrojó contra los barrotes de color amarillo que mantenían la verja cerrada. La rozó simplemente, pero el pelo se le erizó de golpe, mientras un estallido de luz le iluminaba los dedos. En lugar de soltarla, el niño se quedó con la mano adherida a la verja, paralizado por los miles de voltios de electricidad que le provocaron en el cuerpo un tremendo ataque de temblores. Dios mío. La verja seguía electrificada y Liam y Chubs se esforzaban por desconectarla. Sentí un grito que me burbujeaba en la garganta cuando el niño se derrumbó por fin en el suelo y se quedó inmóvil. Liam gritó algo desde la caseta, pero no logré entender qué decía porque los gritos de los demás niños me lo impedían. Ver a aquel niño destrozado bastó para que, en un segundo, estallase la burbuja temporal de calma. Los de las FEP estaban muy cerca; tenían que estarlo, puesto que cuando abrieron fuego de nuevo, fue pan comido para ellos. Era como si los niños fueran cayendo por capas y como si cada una de esas capas revelara más niños que matar… la nieve había desaparecido debajo de la montaña de cuerpos. Los niños corrían en todas direcciones: algunos volvían hacia la escuela, otros hacia los extremos de la valla electrificada, buscando una salida. Oí el ladrido de los perros y el rugido de los motores. La combinación de sonidos hacía pensar en un monstruo surgido del infierno. Me volví, y observé horrorizada la estela de animales y motos de nieve que avanzaba hacia nosotros cuando algo arremetió con fuerza contra mí por la espalda y me tumbó en la nieve. «Me han disparado», pensé sorprendida. No, no era así. El golpe era un codazo que me habían dado en la nuca. La chica Azul ni siquiera me había visto cuando había decidido dar marcha atrás y regresar al campamento. Rodé por el suelo a tiempo de verla levantar las manos, en clara señal de rendición, y con todo y con eso, le dispararon. Gritó de dolor y se derrumbó en el suelo.


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