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¡VÁMONOS A PROGRESO! (Ochentas
y Noventas)
¡Yucatán, Novedades, Por Esto!” con eso nos despertaban los venteros en la temporada ahí por Progreso, también con el grito “Calamares” a mediados de agosto, cuando empezaba la época de vender este exquisito manjar, que mi tía Pisi (García Becil de Hernández) nos preparaba cada año con motivo del cumpleaños de tía Bárbara, tío Poncho, Ponchito y un servidor, todos somos de julio y agosto.
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Y es que estos dos meses significaban la ausencia de Mérida, nos íbamos a internar a nuestras casas y no veías la ciudad ni te comunicabas con nadie fuera de tu rumbo, no existían celulares, casi nadie tenía teléfono (tenías que ir a Progreso o a Chicxulub a hablar a las casetas), de los pocos en la cuadra donde llegábamos que tenían (Costa Blanca Molina Bolio Casares y después Costa Blanca Casares Vales Bolio, después del Ciclón de 1988) eran tío Chalín (Semerena Laviada) y tía Gloria (Gamboa Méndez de Semerena).
Cr Nicas De La Ciudad
En las mañanas, cuando íbamos al mercado nos encontrábamos a la tía Gloria de compras acompañada de alguna de sus hijas (Anyali, Gaby, Andrea o María del Mar) y se ponía a platicar con mi mamá (Marisol García Becil de Peniche) y la tía Pisi; los papás (tío Poncho Hernández Albertos, mi papá y tío Chalín) se iban a trabajar y volvían hasta la noche, sólo se quedaban los fines de semana. Mientras las mamás platicaban, yo me iba con mi primo Juan Carlos a vagabundear el mercado, nos daban dinero para comprar “cuentos” (Archi y Pato Donald). Ponchito (Alfonso) se quedaba paseando en lancha con Antonino (Bolio Villares), quien también era nuestro vecino.

De regreso a la casa, en el coche (Chrysler Shadow o Ford Fairmont) las mamás nos contaban que Ficho (mi abuelo, Víctor García Morales) era de Progreso y cuando niñas se subieron al Faro; agarrábamos rumbo a “La Fama” (Pan caliente en la esquina siguiente, Higiene y Calidad) a comprar pan; si se había olvidado algo, parábamos a “La Victoria” o en “El Cedro”.
Para la tarde, sino se compraba pan en la mañana, íbamos a “El Resbalón”, que era una panadería de madera con caja registradora del siglo XIX; si llegabas a las 5 no había pan, tenían muy poca producción. El extinto lugar era muy famoso, incluso hubo su leyenda urbana que ganaron un premio en España por ser el mejor pan del mundo.
Frente a “Cocoteros”, había un “Super Kin”, que por inauguración pagó publicidad por una avioneta que tiraba paracaídas con premios a los que nos estábamos bañando en el mar; me acuerdo que caché uno y me saqué mis “Keykitos” y “Tuinkis” de Wonder, era domingo y por la tarde-noche, me llevó mi papá a canjear mi premio.

Entre estas dos ubicaciones estaba la carretera antigua Progreso-Chicxulub (la nueva se abrió hasta 1993), de doble sentido la tomábamos para llevar a los primos grandes a la “Bin Bon Beach” (Después “Crazy Wech”) o a los “Futbolitos” de Chicxulub; a mí me bajaban un rato para comprarme mi paleta a “La Michoacana” o “Manhattan” y a jugar canicas, con el premio que me daban por anotar cierto puntaje era yo más que feliz.
A pesar de que convivías con el rumbo, también paseábamos por otras partes; gustábamos de ir a ver a “Papi y Chula” (mis abuelos paternos, Raúl Peniche Peniche y Chula Pérez Mendoza de Peniche), quienes llegaban a casa de tío Raúl (Peniche Pérez, hermano de mi papá) y tía Maru (Pasos Millet de Peniche), justo a la mitad de la carretera antigua Progreso-Chicxulub. También íbamos a otros rumbos más lejanos (para nosotros, que llegábamos a Progreso) como a “la torre” de Tropical Riviera y al centro de Uaymitún, donde conocí a Nacho y Eduardo (Medina Puerto), el verano de 1990 previo a que los tres entráramos a la primaria del Colegio Montejo; después del pasadía en dicho rumbo, fuimos a finalizar el día al extinto “Nuevo Yucatán”, que después se llamó “Maeva” y que ahora ya no existe. Era un hotel tipo los “Todo Incluido” de hoy, sólo que adaptado a dicha época. Me acuerdo que nos bañamos en la piscina del hotel, lo cual era muy novedoso, ya que casi nadie tenía piscina en aquel entonces, era común bañarte en el mar.
De esos baños acababas todo “chapeado” y regresabas a Mérida en septiembre al Colegio, con la peculiar sensación de que no conocías a nadie. El olor “a guardado” de tu casa y de los forros de tus libros, te indicaban que empezaba un nuevo año y aguardaban diez meses a la siguiente “Temporada”.
