Tinta Roja 3 - Segundo Trimestre 2013

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Capriles subió de 6,46 millones (43,7%) a 7,27 millones ahora. Tan estrecho es el margen, que Capriles no reconoció la derrota y exige un recuento de los votos. Aunque es altamente improbable que eso ocurra o que se altere el resultado final de la votación, lo concreto es que, políticamente, más que nunca, el país quedó partido en dos mitades casi exactamente iguales. Tras los números, lo que se evidencia es un nuevo salto en el deterioro político del chavismo, que ya había sufrido en parte el propio Chávez en la elección presidencial de 2012, pero que ahora estuvo al borde (menos de 250.000 votos) de dar lugar a un vuelco completo: la salida del chavismo del poder. Varios analistas llaman a la elección “la última victoria de Chávez”. Los habilita a decirlo el hecho de que toda la campaña de Maduro fue centrada en presentarse como si su propia personalidad no existiera y él no fuera otra cosa que el “hijo”, el “legatario”, el mismísimo Chávez, sólo que por interpósita persona. Éste y otros errores, como insistir en un discurso que combinaba misticismo pagano y cristiano a la vez que manías persecutorias y comentarios homofóbicos, sin hacer mayor referencia a los problemas que quitan el sueño a la gran mayoría de los venezolanos, contribuyó a despilfarrar un capital político que ya venía en mengua. La elección presidencial, a sólo 40 días de la muerte de Chávez, llegó a cortar la sangría en el momento justo. Quedó la impresión de que con sólo unas semanas más de campaña Capriles habría logrado dar vuelta el resultado, para lo cual le faltó poco. ¿Cómo es posible que este candidato de derecha haya logrado darle un susto mortal al chavismo, a apenas seis meses de haber perdido con holgura? ¿Cómo es posible que, como reconoció Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y rival interno de Maduro en el PSUV, “sectores del pueblo pobre votaron por sus explotadores de siempre”? Maduro, en su mensaje de “victoria” tras el anuncio del Consejo Nacional Electoral, deslizó que hubo sectores del chavismo que “se confiaron” y “no fueron a votar”. Pero este argumento fue otra de las debilidades de un discurso en el fondo a la defensiva, nada eufórico y cuyo centro fue sólo desafiar a Capriles a que reconozca la derrota. Según los datos oficiales, la participación electoral

fue del 78%, contra un 81% en octubre (pese a los variados llamados oficiales, que iban de la súplica a la amenaza, llamando a votar). Esa diferencia no explica por qué el chavismo estuvo a punto de perder la elección. Las razones pasan por otro lado: mientras que Chávez logró, en octubre, convencer a la base chavista de que todo el proyecto estaba en juego y que se imponía la necesidad de salir a votar para defenderlo (lo que explica el altísimo nivel de participación en un país donde el voto no es obligatorio), Maduro no logró retener a la totalidad de esa base electoral, y el sector más desencantado, harto de promesas incumplidas, quiso cambiar. Aunque ese cambio fuera Capriles. Maduro fue visto, sencillamente, como menos de lo mismo.Ya Chávez, en su última elección, había tomado nota del desgaste de la “revolución bolivariana”, había hecho un esbozo de autocrítica y prometió “rectificaciones”. Es muy dudoso que esas rectificaciones, si llegaban, hubieran ido en el sentido de profundizar un rumbo anticapitalista. Más bien, las señales del “comandante” iban para el lado de una estrategia más conciliadora. Pero, en todo caso, su enfermedad y posterior muerte abortaron las esperanzas de amplios sectores en que el propio Chávez hiciera algo distinto. El escenario económico y social es de agravamiento de la creciente inflación, alentada por la devaluación del 46% en febrero, y sin solución a la vista para problemas muy sentidos como la inseguridad. Y ni hablar de las cuestiones más estructurales, como la falta de tramado industrial, la petróleo-dependencia y la necesidad de importar el 40% de los alimentos. La presidencia de Maduro estará en peores condiciones para enfrentar este panorama. Si la situación ya era difícil para Chávez, con su inmenso prestigio y carisma y con el indiscutido control sobre el PSUV, el Ejército y todos los resortes del aparato estatal, Maduro aparece desde el comienzo de su mandato como mucho más débil. Chávez ha muerto del todo este 14 de abril. La influencia que podía ejercer en el chavismo se terminó en esta victoria electoral agónica. Maduro ya no podrá apelar al “padre y comandante”, y presentarse como “el más leal de sus hijos”. Esto le alcanzó a duras penas

para ganar la elección, pero no para gobernar. Como candidato, puede haber sido un Chávez de segunda categoría; como presidente, las masas lo juzgarán como a Nicolás Maduro, no como a un “enviado”. Por supuesto, no se trata de una cuestión de “estilos” personales (aunque Maduro casi no mostró otra cosa que sobreactuaciones y palidísimos remedos de Chávez), sino de que el PSUV tiene mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, 20 de 23 gobernaciones y el Ejército, pero difícilmente el chavismo se encolumne sin fisuras detrás de Maduro. Las primeras declaraciones de Diosdado Cabello, el otro “hombre fuerte” del PSUV, después de la elección, reclamando “autocrítica” y deslizando que Maduro no hizo muy bien las cosas, son un adelanto de las luchas intestinas que vendrán más pronto que tarde en el partido de gobierno. Con un componente adicional: un típico argumento de Chávez y los chavistas era justificar los problemas o flaquezas políticas culpando al “entorno” que rodeaba al comandante (un recurso que emplearon todos los populismos latinoamericanos, de Perón en adelante). Ahora esa excusa no sólo no será posible, sino que el poder mismo estará en manos de ese “entorno” al que se hacía responsable de los errores... y de la corrupción. El escenario de dificultades que se plantea para el chavismo, que de todos los movimientos políticos surgidos del ciclo de rebeliones populares en Latinoamérica es el más antiguo, el más profundo y el más “radical”, muestra a la vez sus límites insalvables. Un balance cada vez más necesario Tanto los chavistas venezolanos como los del resto de Latinoamérica hasta ahora son remisos a hacer un balance serio y profundo del movimiento bolivariano. La desaparición de Chávez y la nueva etapa que supone el primer gobierno chavista sin el líder obligan a sacar conclusiones sobre los alcances y límites del proceso bolivariano. Al respecto, los resultados están a la vista. Hasta los enemigos de derecha del chavismo se ven obligados a reconocer que Chávez operó transformaciones en la sociedad. Esas transformaciones tienen un alcance claro: desde 1999, los pobres de Venezuela, olímpicamente 2 Trimestre 2013 - 27


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