54 / Pedro Calzada Jiménez
Elementos del Capitalismo / 55
documentado que algunos curas se aprovechaban de la creencia de los fieles y la protección de los reyes para recibir ofrendas o depósitos en custodia y hacían prestamos en especie antes aún de que se generalizara la circulación del papel moneda. La magnificencia de la familia Medici, que ni podrían soñar banqueros modernos como Roschild o J.P. Morgan, se debió a su condición de banqueros del Papa.
Los argumentos de Tomás de Aquino, otorgaron a comerciantes y especuladores una respetabilidad social y un argumento ético de los cuales habían carecido durante muchos siglos. Por otra parte -y esto es muchísimo más relevante- sus argumentos a favor del cobro de intereses sobre el otorgamiento de préstamos, blindaron moralmente a los prestamistas respecto de cualquier acusación de usura.
La prosperidad económica de la Iglesia Católica mucho le debe a Santo Tomas de Aquino, reputado filósofo que en tiempos tan tempranos como el S. XII, discurrió los argumentos necesarios para dispensar de pecado a todo comerciante, usurero y prestamista. Los contundentes argumentos del “Doctor Angélico” –con ese sobrenombre le regalaron sus colegas, los curas- aliviaron la pesada carga moral que pesaba sobre aquellas sabandijas desde los lejanos tiempos en que Aristóteles los fustigó en su libro “La Política”. Es tal la importancia de sus razonamientos que hasta santo lo hicieron en 1323. Después lo eligieron Doctor de la Iglesia en 1567 y lo nombraron Santo patrono de las Universidades en 1880, cargo que ejerce hasta el presente.
Son muy interesantes los argumentos esgrimidos por Tomas de Aquino al respecto, pues están en la base de toda la actividad bancaria hasta nuestros días. Esencialmente giran alrededor de la idea de que el riesgo de no redención que conlleva todo préstamo tiene un valor que el prestatario debe reconocer al prestamista.
Antes de Tomas de Aquino, la usura era condenada por todos los santos varones de la iglesia, quienes consideraba ilícito vender un producto por un precio superior al de compra. Esta condena no representó un problema demasiado grave en los largos siglos de la alta Edad Media durante los cuales el comercio representaba una actividad económica marginal, pero resultó sumamente molesta a partir del siglo XIII, cuando como veremos más adelante, el comercio comenzó a florecer de manera pujante.
Se trata en todo caso de un riesgo que resulta cuantificable estadísticamente y cuyo valor se asume proporcional al premio o rescate que el prestamista exige al prestatario. Esta idea perversa que Tomas de Aquino defendió con brillantes argumentos filosóficos no es ni siquiera hoy de universal aplicación. Baste recordar que el cobro de intereses está prohibido en el Islam.