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Brutalismo: la vuelta de un estilo que borra las diferencias Tranquil house. El acceso se beneficia de una luz tenue.
Escrito por Inés Álvarez Hace un mes, un grupo de preservacionistas de San José, California, salió en defensa de un edificio brutalista de César Pelli ante la amenaza de que fuera demolido. Para muchos vecinos era algo más que una obra de estética contundente que podía ser reemplazada por una torre acristalada. En Buenos Aires, los arquitectos consideran a la Biblioteca Nacional como el edificio más valioso de la Ciudad. Esta obra de Clorindo Testa, Alicia Cazzaniga y Francisco Bullrich de principios de los 60 nos da la pauta de que el movimiento dejó huella. Pero además, mantiene su vigencia. Esta corriente que se desprendió del Movimiento Moderno vive horas de reivindicación por sus propias virtudes. Si hace 40 años el brutalismo aparecía asociado a viviendas de baja calidad y obras públicas descuidadas, una antítesis de las rutilantes torres de acero y vidrio que se elevaban como símbolo del status y el glamour, eso es parte del pasado. Numerosas obras brutalistas se replican en el mundo como un reflejo de otra mentalidad, que considera a la sencillez como un sinónimo de elegancia y a la honestidad material como un homenaje a la arquitectura vernácula: no es lo mismo el hormigón rojizo de Boston que el de grano fino de Japón. Es justamente en ese país, en la Prefectura de Shiga, en un vecindario de casas con techo a dos aguas y tejas, donde se ubica Tranquil House, una de las
más de 40 obras del arquitecto Kouichi Kimura, todas ellas destinadas al uso residencial. El terreno se encuentra a lo largo de una calle con gran volumen de tráfico. Sin embargo, perpendicular a esta calle se ubica un lote sin construcciones que separa a la casa de otra vivienda más bien tradicional, donde residen los padres del cliente. El objetivo de Kimura fue generar una casa que produjera un efecto de expan-
sión visual pero que, al mismo tiempo, no quedara demasiado expuesta a la mirada de los vecinos. Por lo tanto, diseñó una vivienda que alinea su eje con el lado Norte, donde se puede obtener la vista más amplia. La entrada actúa como un hueco en la fachada simétrica, dispuesta en medio de dos volúmenes. La pared gruesa y pesada es colocada en el centro agregando mayor sensación de profundidad.
El acceso actúa como receptáculo de “una luz acuosa” -como la define el autor- que se filtra entre los bloques de hormigón, dispuestos estratégicamente para que estrechas aberturas permitan el paso de la luz. A su vez, las columnas de hormigón del frente quedan integradas al interior. Esta área está dividida por paneles laterales de vidrio sin costura, con los que se crea dan una sensación de perspectiva. En tanto, las paredes de textura rugosa
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