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El abandono

El abandono

–No se imagina el dolor tan grande que he tenido que soportar desde que mi marido me dejó. Todo iba tan bien entre los dos: 27 años de matrimonio y, de repente, todo se vino abajo, todo cayó en la nada… y tan bien que nos llevábamos. Entre sollozos Soledad contaba lo ocurrido, cabizbaja, con la mirada en sus manos, con las cuales manipulaba su monedero. –Llegó de repente y me tomó por sorpresa: “Me voy, pero esta vez ya no regreso”, fue todo lo que dijo. Ahora sí que le hago honor a mi nombre, doctor, como me dijo mi comadre Hortensia. –¡Qué caray!, señora Soledad. ¿Desde cuándo se va su esposo a Estados Unidos? –Pues… más o menos desde que éramos novios. Se iba por temporadas y luego regresaba, aunque cada vez tardaba más en volver. A la semana de casados consiguió su visa de trabajo y se fue enseguida. Cuando regresó a México ya había nacido Manolo, estuvo unas dos semanas y se volvió a ir. Y así ha estado hasta la fecha. Los últimos 20 años nomás viene en vacaciones de diciembre… –¿Sólo un par de semanas viene al año desde entonces? ¡Qué barbaridad! ¿Estuvo presente en el nacimiento de alguno de sus ocho hijos? –No, en ninguno. Ni cuando salieron de la escuela, ni para registrarlos, ni en sus bautizos, ni cuando se enfermaron; ni cuando Nena salió embarazada; ni cuando Felipe estuvo en las drogas y que luego cayó en la cárcel; ni cuando se casaron los dos mayores; ni cuando el más chico me confesó que le gustaban los hombres; ni cuando mi suegra se cayó y se fracturó la cadera y estuvo en cama dos años hasta que se murió; ni cuando se murieron mis papás; ni cuando Pepe tuvo el accidente en moto

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y se rompió la pierna… en fin, nunca estuvo… aunque, eso sí, siempre mandaba dinero y me decía qué hacer con él. –Pues, entonces, Doña Soledad, usted no está sola ahorita… ¡usted ha estado sola siempre! –Hay algo de eso. Nomás que ahora resultó que mi marido tiene una familia desde hace 10 años en Sacramento, y ya no voy a tener mi hombre a mi lado, voy a ser una dejada. ¿Se imagina lo que van a decir de mí y de mis hijos? Dice que me va a seguir apoyando y que seguirá mandando dinero, pero que ya no vendrá, ya no lo veré en la Navidad… voy a tener que enfrentar mis problemas yo sola y eso me da mucho miedo. Hizo una pausa. Tuvo un momento de llanto y terminó diciendo: –Yo me casé con la ilusión de tener un matrimonio para toda la vida. –¿Y eso fue un matrimonio, Soledad? –Pues con sus ausencias, doctor. Mi marido no reconoce a sus hijos por su nombre y, a veces, ni siquiera me reconoce a mí con el paso de los años, pero a final de cuentas era mi hombre y yo su mujer. Ahora no voy a tener quién me embarace y con quién pasar las vacaciones de diciembre. Porque eso sí: mis hijos me celan como no se imagina usted. Estoy condenada a quedarme sola lo que me resta de vida.