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La Beba

La Beba

–No, no, no, no, no, no, no doctor. Si le contara, no se la acabaría. La Beba es todo un mujerón. Es inteligente, guapa, atractiva, con mucho carácter, una líder al mismo tiempo que una belleza. Nomás porque no la conoce usted, si no, caería rendido a sus pies. No exagero, pero hasta se me imagina a María Félix en su época de gloria. A veces le digo Doña Bárbara, pero ella me corrige y me dice: “No, simplemente soy la Beba…”. Nati se regodeaba en su discurso al mismo tiempo que jugueteaba con su celular con mucha habilidad, pese a sus largas uñas postizas y haciendo tintinear sus siete pulseras de oro de 18 kilates en cada muñeca. El arreglo de su persona era impecable y con frecuencia citaba el precio de sus prendas de ropa de marca que la Beba le regalaba cada fin de semana. Con pericia realizó una maniobra mediante la cual extrajo de su bolso un cigarro oscuro y fino. –No, Nati, no se puede fumar en el consultorio, inquirí. –Oh, está bien. No hay problema. Si en mi lugar hubiera estado la Beba simple y sencillamente lo manda por un tubo. Ella hubiera encendido su cigarro, le hubiera echado el humo a la cara y lo hubiera visto con una mirada retadora que no hubiera podido usted sostener. Nati se reclinó en su asiento y después de una pausa agregó: –Lo único que no me gusta de la Beba es que a veces se le pasa la mano con sus llamadas de atención. Está bien que ella haya hecho un negociazo con la venta de material eléctrico, pero no es para que trate tan mal a sus hermanos. A veces quisiera decirle que son sus empleados, no sus gatos, pero lo cierto es que le han llegado a tener miedo a la Beba. Cuando mis hijos no hacen bien las cosas los regaña delante de la gente: de pendejos y

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de pocos huevos no los baja. Y, si se quieren poner al brinco, los calla, les truena los dedos y les dice: “Si te parece, si no te mando a la chingada, pinche muerto de hambre”. Hizo una pausa, reflexionó y enseguida agregó: –No es posible que estando tan bonita tenga esa boca. Es más: mire, mire, vea esta foto que tengo en el celular de ella. No le benefició mucho el vestido rosa mexicano y el escote, por eso se ve gordita. Ya en persona no es tan cachetoncita y la nariz no la tiene tan chata. Ya sabe que la foto sube de peso la imagen de una persona como por 10 o 20 kilos. Le digo que se parece a la Doña, pero la foto no le hace justicia. El cabrón de mi hijo mayor dice que se parece a Miss Piggy, pero no se lo dice en su cara porque es capaz de correrlo. Nati sacó de su bolso una goma de mascar y se la llevó a la boca. –La Beba es soltera –continuó–. ¿Sabe por qué? Porque no hay hombre que le llegue. Se necesitaría ser un hombre muy hombre para estar a su altura, y aquí en México no los hay. Por eso le ha ido tan mal en el amor. Pero el día que ella lo decida tendrá al macho que se le antoje bajo sus naguas –suspiró–. Es una pena tan grande: todo un mujerón y sola. A pesar de que tiene un gran corazón. Porque además de todas sus virtudes, es muy noble. El fin de semana pasado me llevó a la Galería del Zapato y me dijo: “Escoge los pares que quieras, yo te los disparo”. Entonces, después de buscar tanto, encontré unas zapatillas con cintitas que me encantaron. Pero cuando se las mostré me dijo: “Bueno, si esos son los que quieres, te los compro. Yo te hubiera escogido otros. Esos zapatos parecen de piruja barata…”. En ese momento Nati se quedó con la mirada en el vacío y, por primera vez, se le humedecieron los ojos. –No es posible que hasta me ayuda a refinar mis gustos. ¡Qué agradecida estoy con ella! ¡No sé qué haría sin la Beba!