Elite

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No podía moverme. Era como una pesadilla. ¿Quién demonios era este chico, y en serio, quién lo hizo el presidente del colegio? Temía hablarle a cualquiera. Temía hacer cualquier cosa, excepto quedarme allí mirando fijamente a la tarjeta en mi mano. Decía E. E., pero también podría haber dicho de Nixon. ―Hazte a un lado ―repitió Nixon, esta vez sus dientes estaba apretados. Levanté la cabeza y lo miré. Quiero decir, lo miré verdaderamente. Sus ojos eran azul cristal, como si los fuegos del infierno se hubieran congelado y el hielo mirándome fuera el resultado de las llamas naranjas muriendo en forma lenta. Toda su cara era simétricamente perfecta. Como si algún supermodelo y actor famoso hubiera decidido crear un hijo natural y programado la perfección en un ordenador. Su cabello caía sobre su frente caprichosamente. Nixon golpeó con su mano la puerta sobre mi cabeza. Okey, se acabó. Podía soportar que alguien me hablase con altanería. Podía soportar que alguien se burlase de mí… quiero decir, ¿hola? Sabía que no era importante, pero ¿que alguien me amenace con violencia? ¿En mi cara? ¿Especialmente un chico equipado con esteroides? Demonios. No. Algo crujió. Lo empujé en el pecho. Él se trastabilló hacia atrás, la mirada en su cara cambió de completa ira a la incredulidad. ―¿Acabas de tocarme? ―Me amenazaste. ―Amenazo a todos. ―Entonces eres un matón. Abrió su boca y luego la volvió a cerrar. Una sonrisa endiablada apareció en sus labios. ―¿Así que querías tocarme? ―No, quiero que me dejes jodidamente tranquila. ―Di por favor. ―¿Por favor? ―supliqué, mirando directamente a las profundidades de sus ojos sin alma.


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