SHAKESPEARE Y MIGUEL CANÉ

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Miguel Cané

por la preparación indispensable que exigen, que sus tragedias de mera fantasía o las comedias de imaginación. La crítica, sin embargo, los coloca, por lo menos, a igual altura que las concepciones más generalmente celebradas del poeta. El encadenamiento cronológico de esos dramas que empiezan con el "Rey Juan" y acaban con "Enrique VIII", parece darles, a primera vista, cierto carácter de crónica rimada, a la manera de los viejos cronistas feudales. Sin embargo, jamás una mirada más intensamente clara e inteligente ha escudriñado con mayor vigor los hombres y los sucesos del pasado. Como para otro gran artista incomparable, Velázquez, para Shakespeare los acontecimientos humanos en todos los tiempos llevan el sello de nuestra miserable condición, sin que baste el prisma del alejamiento para revestirlos de los rasgos sobrehumanos con que la imaginación se complace en adornar los hechos remotos. Si Velázquez hubiera hecho figurar al Cid en una de sus telas, habríamos tenido un soldadote un tanto brutal, fuerte de pecho y espaldas, cubierto de armadura recia y tosca, arqueadas las piernas por el hábito del caballo, con grandes ojos llenos de audacia y empuje. Shakespeare habría hecho de esa figura algo como su Hotspur, noble, pero semisalvaje, guerrero por instinto, tan lejos de la cultura como del fingimiento. Corneille le dio el corte de un tierno amador, con un alma a lo Hamlet, conturbada por un conflicto que el verdadero campeador habría zanjado llevándose a Ximena a la grupa, encerrándola en un castillo y volviendo a buscar moros mientras ella se entregaba a los cuidados de la maternidad. Shakespeare se ha tomado indudablemente algunas y no leves licencias con la historia. Me es completamente indiferente; la historia moral es una posibilidad y suele haber más verdad en la lógica que en los hechos. Contemporáneo de Shakespeare era aquel Raleigh que quemaba su "Ensayo" sobre la historia universal al oír diez narraciones diversas de un suceso que había presenciado desde las ventanas de su prisión. La mirada genial del poeta penetra la atmósfera social del tiempo que estudia, plantea sus caracteres y sus héroes obran como hombres, en la implacable lógica de su organismo individual. No creo que la historia literaria presente un museo de caracteres más curiosos que el "Enrique IV", especialmente la primera parte. En primer lugar, ese maravilloso futuro Enrique V, que desde las primeras escenas y aun en los sitios más vulgares o innobles, aparece con la cabeza circundada de la aureola de Azincourt. Tal así en las telas de los primitivos, el nimbo luminoso rodea las

FUNDACIÓN SHAKESPEARE ARGENTINA

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