RECUERDOS DEL COLEGIO SAN HERMENEGILDO

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armonium para seguirme y yo para no apartarme de la partitura. La hermosura neogótica que preside la imagen del Santo Visigodo se llenó con las vibraciones de las purísimas voces de Víctor de la Cueva o con la de aquel Carrasco, de Jerez, que bizqueaba de forma que nun‐ ca se sabía, en clase, si miraba al profesor, a la pizarra o a la ventana.

Algo más tarde, por el pasillo del Director, buscaría inútilmente aque‐

llas sonrisas congeladas, aprisionadas en sepias fotografías, sucesión histórica de todos los alumnos, curso por curso, desde los años treinta a los sesenta, irremediablemente desapa‐ recidas para siempre, por culpa de ese "sentido práctico" del que ya he dicho que siempre carecí.

Un familiar y embabuchado arrastrar de viejos pies tras de mí me hací‐

an ver, sin necesidad de volverme a mirar, la oronda figura del Padre Jaime, que con toda seguridad requeriría, al llegar a la escalera, el hombro del moreno Rengifo, aquel interno que jamás tuvo vacaciones mientras permaneció en el Colegio, y que tal vez fue enviado a él, desde su lejana Guatemala, a fin de preservarlo de posibles peligros que propiciaban las di‐ ferencias ideológicas de los adversarios políticos de su padre, hombre de estado en aquel país sudamericano.

En el rincón que formaba la escalera de extraordinarios azulejos tria‐

neros, en el mismo lugar que hoy tiene, el viejo teléfono, creo recordar que era el 1‐6, desde donde el rubio Zwiastopol Mirsky, o algo así, hacía temblar hasta los cimientos del edificio, atronando el aire en aquellas vociferantes conferencias en su extraño y violento idioma, aunque no tanto como las incendiarias miradas que se cruzaban entre él y otro centroeruro‐ peo, Rainer Michel Lang ‐creo que jamás intercambiaron entre ellos palabra alguna‐ al que recuerdo bien, que al ser éste último compañero de curso, supe sobradamente de sus difi‐ cultades con nuestro idioma, lo que le impedía, en clase de literatura, encontrar diferencia alguna entre la expresión "labios de coral" con "labios de corral". Pues bien, ni Carreño, el hijo del elegante diplomático, amigo personal del rey Hussein de Jordania, se atrevió a aproximar a ambos sonrosados extranjeros.

El sobrio y hermoso patio, hoy más limpio y cuidado que entonces,

aunque también más pequeño, me hizo recordar cómo en el curso 50‐51 los externos no cubríamos ni uno sólo de sus lados, y en cambio, al despedirme en el 58 casi alcanzábamos tres del cuadrilátero. A pesar de la espléndida mañana primaveral, reviví alguna de aquellas otras, lluviosas y lejanas de pretéritos pluscuamperfectos, vocativo plural y teoremas de Pi‐ 10


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