Reporte SP 60

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Hacia la fuerza

Diana J. Torres

H

ay algo muy poderoso en el sexo. No es su ser proscrito, prohibido, censurado, castigado lo que lo hace poderoso, al contrario, todo ese contenido «extra» que recae sobre el sexo solo son distracciones elaboradas y reelaboradas por siglos justamente para alejarnos de su poder, para divertir1 nuestros caminos ¿Por qué ese niño no podía hacia esa fuerza. La primera vez que presentí esto fue tocarse y yo sí? Otra cosa a través de un hecho aislado, sencillo, que me había quedado infantil. Una experiencia que al pasar de los años no he conseguido olvidar sino bastante clara desde mucho que con el tiempo (el proceso del olviantes de ese acontecido se invierte) ha ido aumentando en sustancia y sentido: dejamos de recordar miento era que los niños las experiencias cuando no nos sirven o siempresiempresiempre porque su recuerdo pone en riesgo nuespodían hacer más y mejores tra estabilidad. Es sencillo: playa, verano, yo desnuda cosas que nosotras. ¿Era el como casi siempre, tres o cuatro o quizás cinco años de vida, un niño de mi hecho de tocarme libremenedad, con bañador, los dos en la orilla te una forma de traspasar a una considerable distancia. Nos miramos, nos sonreímos, y entre los pocos las limitaciones de mi génemetros de arena tibia que nos separan, ro? O mejor aún, ¿era aquel se da un juego de sutil seducción: yo le muestro mi coño y lo toco, jugando acto de placer algo que me

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conmigo y con la mirada de él. Me sigue el juego, se agarra el pito por abajo del bañador, sonríe. Creo que en algún momento se lo saca por un lado del bañador, ahí mi recuerdo se dispersa. Lo que sí conservo con nitidez en mi memoria es el sentimiento de conexión de estar compartiendo algo placentero con alguien, de saber que no solo yo disfrutaba jugando con mis genitales: no estaba sola. Al cabo de un rato corto aparece en escena su verdugo: la madre le da un cachetadón sin mediar palabra, lo arrastra por un brazo hacia la sombrilla, lo golpea por el camino, lo sienta, le grita, lo zarandea… Le agarra su manita y se la aprieta con fuerza y repite como un mantra venenoso «eso no se hace, eso no se toca, superpoderes? eso no se hace». Probablemente le dijo muchas barbaridades más, quizás estoy «suavizando» la crueldad de la situación pues hasta que el niño no empezó a llorar a gritos, desconsolado, yo no estaba segura de si aquello se trataba también de un juego de algún tipo. Pero no, la violencia no es un juego. Entendí en ese momento que nuestra interacción había desencadenado todo pero que las consecuencias de la misma recayeron solo sobre él, porque a mí mis padres no me decían nada sobre tocarme o no tocarme, al contrario: siempre se encargaron muy bien de explicarme que mi cuerpo era mío, que nadie tenía derecho de tocarlo sin mi permiso, que yo podía disfrutarlo, conocerlo, habitarlo. Cualquier otra criatura hubiera modificado su conducta tras presenciar este espectáculo de tortura cuya finalidad es


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