Reporte Sexto Piso No. 34

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¡Camarada prisionero! John Berger

L

a maravillosa poeta estadounidense, Adrienne Rich, dijo hace poco en una conferencia que «un informe elaborado por la Oficina de Estadísticas Judiciales reveló que este año una de cada treinta y seis personas que residen en el territorio estadounidense se encuentra entre rejas, y una gran cantidad lo está sin haber sido condenada». En esa misma charla citó al poeta griego Yannis Ritsos: En el campo la última golondrina se había demorado Suspendida en el aire como un lazo de luto en la manga del otoño No quedaba nada, mas que las casas quemadas que terminaban de consumirse.

Descolgué el teléfono y supe de inmediato que era usted quien llamaba desde su apartamento en la vía Paolo Sarpi. (Dos días después de las elecciones y del retorno de Berlusconi). La rapidez con la que identificamos una voz familiar que cae de las nubes es reconfortante, aunque también resulta algo misteriosa. Porque las unidades de medida que utilizamos para evaluar claramente la diferencia entre una voz y otra, no pueden formularse y son anónimas. No están codificadas. En la actualidad, codificamos cada vez más. Por ello me pregunto si no habrá otras medidas, igualmente sin codificar y no obstante precisas, que nos permitan calcular otros datos. Por ejemplo, el grado de libertad circunstancial que existe en una situación, su extensión y sus estrictos límites. Los prisioneros se vuelven expertos en esta materia. Desarrollan una sensibilidad particular con la libertad, no como principio, sino como sustancia granulosa. Detectan los fragmentos de libertad casi en el momento en el que se producen. En un día ordinario, cuando nada sucede y las crisis anunciadas hora tras hora son las crisis conocidas de siempre —y que los políticos se vuelven a presentar a sí mismos como la única alternativa a la catástrofe que se aproxima—, la gente, al cruzarse, intercambia miradas, y algunas de esas miradas verifican si los otros contemplan lo mismo cuando se dicen a sí mismos: ¡así es la vida!

A menudo, sí, contemplan lo mismo y en ese reparto, se inicia un cierto tipo de solidaridad antes incluso de algo que no han dicho ni debatido. Busco palabras para describir el periodo de la historia que atravesamos. Decir que no tiene precedentes tiene poco sentido, porque ningún periodo tiene precedentes desde el momento en el que se descubrió la historia. No busco una definición compleja —hay algunos pensadores, como Zygmunt Bauman, que han asumido esa responsabilidad esencial—. Sólo busco una imagen figurativa que sirva como punto de referencia. Los puntos de referencia no se explican plenamente por sí mismos, pero ofrecen coordenadas que pueden ser compartidas. En eso son parecidos a las aprobaciones tácitas que contienen los proverbios populares. Sin referentes, la humanidad corre el gran riesgo de dar vueltas sobre sí misma.

La ecuación del gulag «criminal: trabajador forzado» fue reformulada por el neoliberalismo en los siguientes términos: «trabajador: criminal oculto». Todo el drama de la migración global se expresa en esta nueva fórmula: los trabajadores son criminales en potencia. Cuando los acusan lo hacen por ser culpables de intentar sobrevivir a toda costa.

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El punto de referencia que encontré es el de la prisión. Nada menos. En todo el planeta vivimos en una prisión. La palabra «nosotros», cuando se imprime o se pronuncia en las pantallas, se ha vuelto sospechosa, en la medida en que es usada por quienes detentan el poder y dicen hablar por aquellos —y con demagogia— a quienes se le niega. Digamos «ellos» para hablar de «nosotros». «Ellos» viven en la cárcel. ¿Qué clase de prisión? ¿Cómo está construida? ¿Dónde se sitúa? ¿O es que utilizo la palabra únicamente como figura de estilo? No, no es una metáfora, el encarcelamiento es bastante real, pero para describirlo tiene uno que pensar históricamente. Michel Foucault mostró bastante bien cómo las cárceles fueron una invención de finales del siglo xviii y principios del siglo xix, con estrechos vínculos con la producción industrial, sus fábricas y su filosofía utilitarista. Antes las prisiones eran extensiones de jaulas y calabozos. Lo que distingue a la cárcel es el número de presos que puede amontonar, y el hecho de que ahí todos se encuentren bajo continua vigilancia —gracias al modelo del Panóptico, concebido por Jeremy Bentham, que introdujo el principio de la contabilidad en la ética—.


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