INTRODUCCIÓN
Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna, Peter quiso acompañarme a una de las inauguraciones más nauseabundas a las que hemos asistido nunca, y eso que sobre dramaturgias socioculturales pestilen tes teníamos largo camino recorrido. El acto tenía lugar en una de esas ciudades de provincias del norte de España donde siempre parece que acaba de llover; el patrocinio de la muestra corría por cuenta corriente de un banco con medio consejo de administración procesado por evadir fondos a paraísos fisca les; la autoridad más sobresaliente era un alcalde, condenado pocos meses después por corrupción inmobiliaria, siguiéndole en orden jerárquico una delegada del Ministerio de Cultura ya por entonces investigada por acoso laboral; el curador había obtenido el comisariado acostándose con el artista y, para no terminar, el artista había conseguido la sala entregando una pieza bajo cuerda al funcionario del Ayuntamiento encargado del cronograma expositivo de los espacios municipales. Todas esas componendas y cada uno de los repulsivos detalles eran comentados por el respetable con sonrisa de así está todo y, de paso, cómo va lo tuyo, chorreando la hiel risueña en los corrillos agrupados alrededor de mesitas de mantel blanco que alojaban el champán y los canapés de sucedáneo de caviar –o quizá de caviar, quién sabe, pues el banco pagaba–; los rumores eran comentados también por los artistas locales, rabiosos por ha berse quedado fuera del Acontecimiento Regional del Año y reconocibles por el ceño fruncido y la acelerada frecuencia en la ingestión de bebida; los artistas foráneos, en el entretanto, preguntaban dónde conseguir coca o, en su defecto, el teléfono del representante de la entidad bancaria. Nosotros no éramos