SECUESTRO EXPRESS LUNES Rubén se levanto con una resaca tremenda esa mañana. Y como todos los lunes llegaba tarde a la oficina. Ya el paso del tiempo le cobraba caro las noches de juerga. Y otra vez iba a tener que aguantar las quejas de Pedro el jefe de personal que lo llamaría cinco minutos antes de la hora de salida para comunicarle la cantidad exacta de llegadas tarde de todo el año, estadística que realmente a Rubén le importaba un choto, pero que Pedro repetía, porque sabia que esta combinación de tiempo y precisión era la introducción para largar un discurso que tenia por objeto forrear lo mas que podía a Rubén sin emitir un solo exabrupto, pero eso era solo un fin secundario de toda esta rutina de escarmiento. Lo principal de esta actitud era hacerle perder a Rubén el doble del tiempo de retraso. Pero como esta vez el retraso fue de una hora, Rubén le había puesto todo un reto a Pedro. Estaba convencido que esta vez se rompería lo que parecía la regla de oro a aplicar en este caso. Por las dudas había tomado una decisión esta vez se pensaba ir media hora antes y regresaría a la hora debida a fichar. Ahora, tenia que realizar alguna tarea en la que pareciera estar ocupado y no se le notara la deplorable situación en la que estaba. Para las once de la mañana, luego de tres cafés, diez cigarrillos y un descanso de media hora en el baño, su cerebro parecía haberse adaptado, dando algunos destellos de claridad. Por lo tanto ya podría dejar su aislamiento, para empezar las primeras conexiones con sus compañeros de trabajo. Para realizar las repetidas rutinas de piola de cuarta, haciendo abuso del estereotipo de un conquistador bastante desmejorado. El que consistía en dedicarle algunas chanzas con doble sentido a todas sus compañeras y en especial a Rosario, la secretaria del director. Las cuales eran recibidas con cierto desenfado. A lo cual redoblaba la promesa hecha a sus compinches varoniles de que esta pituca va a terminar comiendo de mi mano, o si la agarro vas a ver que modosita la dejo. Rosario, a palabras de Rubén era un infierno, ya que al verla se siente un fuego eterno. Y ella conocía bien todas sus virtudes y las utilizaba todas en pro de sus planes. De manera consiente había elegido un bando y era el de la clase directiva. Así que ni una sola sonrisa, salvo alguna sarcástica dejaba cruzar la línea que los dividía de los empleados de planta. Lo que pensaba que le daba un círculo de confianza con el director general. Pero Rubén tenía un as en la manga. Era poseedor de un secreto que la podía desarticularla por completo. Pero por algún código de nobleza que nadie comprendería en un tipo que parecía literalmente cagarse hasta en lo
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